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2 de agosto de 2008

¿Qué es el bolchevismo?, de Boris Sokolof

Retrato de Lenin (Archivo La Alcarria Obrera)

Boris Sokolof fue un destacado militante del Partido Social-Revolucionario ruso, una de las facciones más activas en la lucha contra la autocracia zarista. Durante la Revolución de 1917 fue presidente de uno de los soviets de soldados del frente bélico y diputado de la Asamblea Constituyente rusa, disuelta violentamente por los bolcheviques. Exiliado en Europa occidental escribió un libro, Los bolchevikes juzgados por ellos mismos, del que ofrecemos seguidamente el primer capítulo, que lleva por título ¿Qué es el bolchevismo? Nota de La Alcarria Obrera: el objetivo propagandístico de la presente obra de Sokolof forzó su publicación apresurada en castellano, con un texto que no era más que una traducción literal del francés y que se leía con cierta dificultad, por lo que hemos optado por ofrecer una versión adaptada que suprime los galicismos pero mantiene el espíritu original del autor.

¿Qué es el bolchevismo?
El bolchevismo reina desde hace dos años. Débil y vacilante al principio, en la segunda mitad del año 1918 llegó a ser una fuerza real, que tenía el apoyo de la mayor parte del pueblo y que había derribado fácilmente, casi sin esfuerzo, al gobierno de Kerensky. El bolchevismo llegó al poder; pronto hará dos años que continúa en él.
¿Pero qué es el bolchevismo? Aquí, en el extranjero, se le atribuye una importancia capital; se habla de él como de un movimiento social nuevo y profundo. Aquí, - seamos sinceros, - se le idolatra y, hasta lo que es peor, muchos se inclinan ante él.
Alejados de Rusia, con una vaga comprensión de todo lo que allí pasa, los que viven en el extranjero ven un extenso mar rojo, tan deslumbrante de lejos... Es por eso por lo que, como todos los que llegan a Occidente después de una estancia en la Rusia de los Soviets, yo también siento el deseo de aportar con este librito, escrito con bastante objetividad y compuesto por extractos de periódicos soviéticos, ciertas correcciones en la manera de ver el bolchevismo que predomina en el extranjero. Yo quisiera que al cabo de dos años de gobierno, cuando ya se pueden y se deben sacar conclusiones, que estas últimas sean correctas. Y yo quisiera que estuvieran fundadas sobre los datos y los balances hechos por los bolcheviques mismos.
Porque en las condiciones actuales, en los que tantas opiniones circulan sobre los bolcheviques, sólo estos materiales pueden ser considerados los más verídicos y los más interesantes desde el punto de vista psicológico, y los más capaces de resolver realmente la cuestión de saber lo que es el bolchevismo.
La revolución me sorprendió en el frente. En uno de esos frentes que habían sufrido al máximo durante la guerra. Ahora grises cruces sin fin se elevan en los lugares donde combatieron los ejércitos del frente sudoeste. Y fue en medio de esos soldados donde yo viví la revolución, la primera aparición del bolchevismo, la disolución del frente y la llegada de los alemanes. En mi calidad de presidente del Soviet de diputados soldados, tenía más posibilidades que cualquier otro para conocer el espíritu que reinaba entre los soldados y, más que los otros, me daba cuenta de la espontaneidad del proceso que se realizaba y de que el frente se hacía progresivamente e ineluctablemente más bolchevique.
Al principio la masa de soldados fue hostil a los bolcheviques: tenía fe en Kerensky, en la revolución; creía que iban a traer la paz a Rusia. En el frente sólo había una cuestión cardinal, por encima de todas las demás: ¿para cuándo la paz? Y si antes era duro morir, ahora, decían los soldados, “ahora que Rusia es libre y que vamos a tener la tierra, la muerte nos parece aún más terrible”. En cuanto a la idea de morir por la libertad y la revolución, les parecía demasiado abstracta y poco comprensible. Sólo porque estaban convencidos de que era “por última vez”, los ejércitos del frente sudoeste consintieron, y después de toda una campaña de persuasión, realizar una ofensiva más. –“¡Bueno; si es necesario, se hará; pero no estamos muy entusiasmados!”. Ese era el espíritu antes de la ofensiva de Tarnopol. Fracasó y, convencidos de que el gobierno de Kerensky no podía darles la paz, los soldados, poco a poco pero invenciblemente, fueron atraídos hacia el bolchevismo.
Lo único que los atraía era la promesa de la “paz inmediata”. La revolución social, la lucha contra la burguesía, la socialización de las fábricas eran palabras vanas para ellos. “El bolchevismo, nacido en la guerra, ha sido nutrido por la guerra”. Y aún en el mes de noviembre y de diciembre, después del golpe de Estado bolchevique, las masas de soldados no cesaban de repetir: “¡Ah! si Kerensky hubiera empezado por hablar de paz, si al menos nos hubiera dado un poco de esperanza de que la paz estaba próxima, le hubiéramos seguido”. Naturalmente, Kerensky no lo había hecho y no había podido hacerlo. En resumen: de las dos almas de la vida rusa, la fuerza idealista y la fuerza realista, esta última tomó ventaja. Era mucho más simple y más comprensible para el soldado ruso vivir que morir.
Fue así como nació el bolchevismo. Al principio, el movimiento fue tímido y los soldados no lo consideraron más que como “el deseo de firmar una paz inmediata”. Pero inmediatamente, cuando terminó la guerra, el soldado-campesino ruso, bajo su capote gris, sintió el deseo invencible y ardiente de la propiedad, un deseo que jamás había conocido antes y que había despertado en su alma con las palabras y las consignas bolcheviques. “Nosotros os daremos la riqueza. Basta de sufrimiento. Todo es para vosotros”. Estas máximas se tradujeron en el alma simple del campesino ruso, inculto y humilde, “en una llamada a la propiedad, a la acumulación, al aumento de sus bienes”.
Más tarde, en el verano y el otoño del año 1918, permanecí en la Rusia de los Soviets, obligado a vivir en las grandes ciudades y atravesar los pueblos. Y en todas partes, en las clases obreras, campesinas y burguesas, encontré esta codicia, algunas veces salvaje, por la propiedad. Yo veía que el obrero no pensaba en la revolución, en las libertades; sólo se sentía atraído por la especulación que podía darle la riqueza, y trabajaba voluntariamente con el burgués y hasta con el capitalista, si este último le ayudaba a enriquecerse. Un pequeño burgués que antes de la revolución tenía una vida modesta, y que jamás había soñado amasar una fortuna, ahora no hacía más que correr detrás de los medios que le permitirían hacerse rico. La consigna lanzada por los bolcheviques de “saquea lo que fue saqueado”, se transformó en las masas en un deseo de comodidad y en un afán de amontonar riquezas. El instinto de acumulación, que parecía ser extraño al alma rusa pero que sólo dormía profundamente, se despertó.
Todo lo que pasa actualmente en Rusia ilustra, en todos sus aspectos y de una manera extremadamente sobresaliente, cuanto he escrito, y hace resaltar con nitidez la ausencia de idealismo y de tendencias idealistas en el pueblo bolchevique. Y todo esto destacaba con más claridad en el frente. La idea de socialismo, el sacrificio personal en nombre de la sociedad, la idea de la libertad civil, no conmovía de ningún modo al soldado, un hecho que, por otra parte, jamás ha sido subrayado por los bolcheviques. Pero todo lo que podía ofrecerle ventajas, todo que indirectamente satisfacía su instinto de propiedad, era lo que le llamaba la atención y le interesaba extraordinariamente.
Así por ejemplo, en el reparto y la venta de los bienes del Tesoro público se procedió con una codicia increíble; pero se presentó este saqueo como una “verdad”, un “derecho”; todo estaba permitido. También fue increíble el frenesí con el que los soldados jugaron a las cartas durante algunos meses, exclusivamente con el propósito de ganar, de tener dinero. Y así, aunque desconfiaban de los oficiales, los dejaban partir de buena gana a condición de que les dejasen cuanto poseían.
La lucha contra este instinto de propiedad, tan bruscamente despertado, fue en vano. Nosotros lo hemos ensayado; pero el éxito fue mínimo y raro. Cuando se vendió todo lo que podía ser vendido, con la sanción y la aprobación de militantes bolcheviques del frente, los soldados marcharon a sus casas. Hasta los que se habían marchado antes del reparto de los bienes, en cuanto se enteraban volvían con frecuencia de sus pueblos lejanos (era en noviembre y diciembre) para cobrar su parte. El frente se desorganizaba. El soldado, con el sentimiento de la propiedad completamente satisfecho, se volvía a su pueblo.
Los hechos tal como los publica la prensa soviética, lo que sucede en los pueblos y en las fábricas, donde el sistema de primas ha resultado ser el mejor medio para aumentar la productividad del obrero, todo me confirma en la fuerte impresión que tuve cuando atravesé la Rusia de los Soviets y que puede formularse de la siguiente manera: el bolchevismo, como fenómeno social, no es otra cosa que la formación en Rusia de una clase de pequeños burgueses.
Bajo la cubierta de etiquetas como “Revolución Social”, lenta pero invenciblemente, el pequeño propietario crece, se agarra con avidez a lo que es suyo, a su propiedad privada. Han sido las condiciones especiales de la vida en Rusia y la naturaleza del alma rusa las que han dado a este fenómeno estos caracteres psicológicos particularmente enfermizos, que son característicos del bolchevismo. He aquí por qué todo cuanto se dice del bolchevismo en el extranjero nos parece absurdo. Y por qué toda idolatría del bolchevismo es la idolatría de Jano, el dios de las dos caras.

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