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10 de septiembre de 2008

Noticias de Cifuentes, de Juan Catalina García


Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1890 (Archivo La Alcarria Obrera)

Juan Catalina García López ha pasado a la historiografía alcarreña por ser el primer Cronista Provincial y por su amplia labor como erudito local. Pero se silencia su activa participación en la política de su tiempo: formado como arqueólogo junto al marqués de Cerralbo, compartió con él su militancia carlista. Juan Catalina García presidió la Juventud Católica, la primera asociación confesional de seglares para la acción política que nació en 1869 alentada por los carlistas, y en 1871 impulsó el periódico El Católico Alcarreño de Guadalajara, de la misma orientación. En la Restauración, rompió con el Carlismo, dirigido precisamente por el marqués de Cerralbo, y fue senador del Partido Conservador entre 1904 y 1911. Presentamos uno de sus trabajos menos conocidos, publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia de enero 1890, que además refleja la peculiar actividad arqueológica de aquellos años.

Investigaciones históricas y arqueológicas en Cifuentes, villa de la provincia de Guadalajara, y sus cercanías.
Para cumplir mejor el oficio de cronista de la provincia de Guadalajara, y movido del deseo de apurar en lo posible las fuentes históricas para el desempeño de la obra que, basada en las que llamamos Relaciones topográficas, estoy escribiendo acerca de dicha provincia, obra cuya impresión comenzará pronto, he visitado recientemente gran número de pueblos de la comarca alcarreña, y como considero que la Real Academia oirá con beneplácito, que jamás niega en tales ocasiones, ciertas noticias de interés relativas á su noble instituto, me atrevo á darla cuenta, llana y breve, de algo de lo que, como más curioso, he visto en Cifuentes y sus cercanías.
Señalo ante todo el interés de la colección de diplomas que por rara providencia he encontrado en el archivo municipal de aquella histórica villa. Consta de cincuenta y tres documentos en pergamino. Algunos conservan, como peregrina ofrenda que los siglos pasados ofrecen á nuestro estudio, sellos de cera y plomo, de los cuales son de notar, en primer término, los de varios monarcas de Castilla y los de doña Beatriz, hija de Alfonso X, de Doña Mayor Guillén y reina á la postre de Portugal, de D. Juan hijo del infante D. Manuel, de doña Constanza su hija, que casó con D. Pedro rey de Portugal, y de las infantas portuguesas Doña Constanza y doña Blanca.
Aún más interesante que estos sellos que ennoblecen el modesto archivo cifontano, es el que usaba el concejo de la villa en el siglo XIII, y que consiste en ancha placa circular de cera. En una de sus caras lleva las armas de la infanta doña Blanca de Portugal y en otra el heráldico emblema de la villa, muy distinto del que usó en toda la Edad Moderna: consiste en dos flores enhiestas sobre sus tallos, los cuales surgen de lo alto de unas ondulaciones, remedo quizá de las colinas del suelo de la villa, mejor que de los abundantes caudales de agua que dieron nombre al pueblo. Las dos flores, flanqueadas de tallos aún no floridos, parecen girasoles por lo ancho de su corola y la disposición que esta ofrece. Este ejemplar del sello de Cifuentes es único, según creo.
Entre los documentos citados, son de mayor curiosidad los siguientes:
Concierto de los vecinos de la villa para ayudarse mutuamente y pagar en común las pérdidas que cada cual sufriese en caso de pelea con gentes extrañas, de las que con frecuencia ocasionaban tumultos y peleas. Cifuentes 11 de Junio de la era de 1337 (año 1299). Unido á este documento va el ejemplar del sello del concejo.
Carta de la infanta doña Blanca de Portugal, señora de las Huelgas, reconociendo al concejo de Cifuentes, á su instancia, el fuero del obispado de Sigüenza, según el cual los hombres de setenta años que tuviesen heredad no paguen fonsadera. 15 Mayo era 1339 (1301).
Doña Beatriz, reina de Portugal, confirma al concejo el fuero y buenos usos que tenía en tiempo de su madre doña Mayor Guillén, y según que los tenían en Atienza. Toledo 22 Abril era 1319 (1281).
Carta de Fernando el Santo á los de Cifuentes autorizándoles para nombrar dos hombres buenos que guarden su mercado y castiguen á los revolvedores y turbulentos que en dicho mercado promovían bullicios. Valladolid 20 Marzo era 1280 (1242).
Privilegio de la infanta doña Blanca de Portugal concediendo al concejo el fuero de [¿Atienza?] Valladolid 12 Abril era 1325 (1288).
D. Juan, hijo del infante D. Manuel (es el célebre D. Juan Manuel) confirma á la villa todos los privilegios y franquezas que sus anteriores señores la otorgaron. Cifuentes 2 Enero era 1367 (1329).
Exenciones de pechos que el mismo concede á los que vengan á poblar en Cifuentes. Cifuentes 23 de Junio era de 1355 (1317).
Carta de doña Mayor Guillén disponiendo lo que han de maquilar sus molinos de Cifuentes. Alcacer 17 Febrero era 1298 (1260).
Carta del concejo de Atienza de la cual resulta que, siendo Cifuentes aldea suya, la tomó Alfonso X para darla á doña Mayor Guillén y que Sancho IV deshizo en parte lo hecho. Atienza 15 de Junio de la era 1320 (1282).
Carta en que D. Juan, hijo del infante D. Manuel, avisa á los de Cifuentes que había dado este lugar con otros á su hija doña Constanza en fianza de los ochocientos mil maravedís que la había prometido para su casamiento con Alfonso XI, y les manda que hagan pleito homenaje á aquella señora. Madrid 6 de Abril era 1377 (1339).
Varios documentos muy curiosos acerca del señorío de Trillo, de su adquisición por dicho magnate y de las tropelías y despojos que padecieron antes sus legítimas dueñas.
He sacado copia íntegra de dichos documentos y de los demás que pertenecen á la Edad Media.
Son varios los monumentos arquitectónicos notables que conserva Cifuentes dentro de sus aportillados muros, aunque con señales estos y aquellos de mayor ó menor ruina. El castillo, morada que fue alguna vez de D. Juan Manuel, acaso seguro cierto en trances apurados de su azarosa vida, aún muestra en la cortina principal, cabe la única puerta de la fortaleza, el escudo que aquel magnate heredó de su padre, y acerca del cual disertó largamente en una de sus obras. Pero el monumento de gallarda arquitectura ojival que más llama al artista y al arqueólogo, es la única iglesia parroquial de la advocación antiquísima del Salvador. Consta de tres naves de singular gallardía y de ábside pentagonal. Es ojiva, como he dicho, aunque en los biseles de sus altos ventanales y en otras partes de su organismo arquitectónico se ve con claridad notoria que pertenece á un período de transición, en que el nuevo arte no se había despojado del todo de los elementos decorativos de la arquitectura románica. No me paro á considerar las calidades sustanciales de este hermoso templo, ni la riqueza de un bello púlpito de mármol esculpido, obra de la decadencia ojival enriquecida con buenos relieves é inscripciones, ni las particularidades de las capillas, ni las graciosas y perfectas esculturas que casi arrinconadas se conservan y que pertenecieron á magnífico retablo de fines del siglo XV, digno de mayor fortuna, según acreditan sus despojos.
Pero sí quiero manifestar á la Academia que son ornamentos principales de este templo, el rosetón de la fachada en que acaban las naves y la portada que bajo él se cobija. Los arcos reentrantes que la forman están abiertos en el espesor del muro y se apoyan en seis columnillas por lado. La ornamentación de los capiteles y de la archivolta que comprende los baquetones semicirculares de los arcos, ofrece muy curiosa disposición, porque en el lado izquierdo los capiteles (tan mal hallados hoy, que solo después de examen minucioso descubrí lo que representaban) figuran los pecados capitales, en símbolos tan sencillos como vivos. Y la archivolta á manera de imposta de esa misma banda izquierda está cuajada de diablos de formas y actitudes horribles o grotescas; por el contrario, los capiteles del lado opuesto y la mitad de la archivolta á él correspondiente, llevan imágenes de los divinos Misterios, caballeros, ángeles, damas y la efigie de un obispo sobre cuya mitrada cabeza hay una elegante cartela con la siguiente inscripción en caracteres góticos:
ANDREAS EPS SEGUNTINVS
Pero la circunstancia más notable de esta portada románica es su misma época, pues no pudo ser construida antes de que entrase á gobernar la sede seguntina el obispo Andrés, que fue en 1262, antes bien acaso se colocó allí su imagen después de su muerte, ocurrida, según resulta de mis investigaciones en 1268.
Pero de todos modos no hay duda alguna de que siendo de esta época la construcción de la portada y correspondiendo al estilo ó arte románico, el monumento demuestra de una manera ciertísima, contra la opinión general, que, aun después de mediar el siglo XIII, tenía dicho arte vigor bastante para resistir el avasallador influjo de la arquitectura ojival y producir obras tan notables y ostentosas como esta portada y como el rosetón elegantísimo de 6 m. de diámetro que existe encima de ella.
No describiré tampoco, para no molestar demasiado á la Real Academia, la gallarda torre de esta iglesia parroquial. Pero sí advertiré que en uno de sus ventanales existe, y todavía lanza al viento sus clamorosos sonidos, una campana, de airoso talle y ancha boca, de unos 0,70 m. de altura y la cual llamó al punto mi atención. Es de bronce, tiene su exterior lleno de inscripciones, sellos de Salomón, cruces y un sello de doble ojiva, con inscripción ilegible y con el Cordero místico y la oriflama en el campo. Estas labores, ó al menos parte de ellas, están hechas con un hilo metálico retorcido y soldado al exterior de la campana. Las inscripciones que en caracteres góticos y en tres líneas circulares ofrece, dicen así:
+ ECCE CRUCEN DOMINI FUGITE PARTES ADVERSE VICIT A: DÑI: M: CCC: XCII
Paréceme que la antigüedad y labores de esta campana merecen que se haga aquí memoria de ella. Nadie había fijado su atención en este monumento.
Al entrar en una de las capillas del templo, á la cual llaman de los Calderones ó de Cerecedo, y que está cubierta por una bóveda con aristones ojivales, puse mis ojos en un nicho abierto á bastante altura en la pared de la derecha, como se entra en la capilla. Tras de antigua vidriera vi en aquel nicho una caja de madera, ó ataúd, cubierto con una tela de brocado antiguo, y á mis preguntas sobre aquellos nobles trofeos, nadie supo responder.
Pero á la hora satisfizo mi curiosidad una inscripción abierta sobre una losilla de alabastro, en que leí lo siguiente, deshechas sus numerosas abreviaturas y siglas:
“Aquí están colocados los guesos del Ilmo. Señor Don Frai Diego de Landa Calderón, Obispo del Yucatán. Murió año de 1572. Fue sexto nieto de Don Iban de Quirós Calderón, que fundó esta capilla año 1342 como consta de la fundación”
En quien, como yo, profesando la arqueología, tiene aficiones americanistas, y aplica sus mayores empeños á enaltecer las glorias de su comarca natal, había de producir la lectura de esta inscripción vivísima alegría. Me hallaba, en efecto, ante los restos mortales de aquel varón insigne, que después de provechosas misiones en las regiones del Yucatán, fue premiado con la mitra; del perspicuo intérprete de las antigüedades y de la escritura yucatecas; del autor de la Relación de las cosas del Yucatán, que publicada primero por Brasseur de Bourbourg, y después y por modo más fiel y completo por mi ilustre maestro el Sr. Rada y Delgado, ha sido fuente á que los sabios naturales y extranjeros acudieron desde que apareció la obra en la biblioteca de la Academia, para las disertaciones sobre antigüedades y códices del Yucatán, aun cuando, cosa digna de reprobación, alguno haya caído en la flaqueza de enturbiar esa misma fuente en que había bebido á su sabor. Por el contrario, merece aplausos el patriotismo del Sr. Rada, por la justicia con que ha escrito del ilustre obispo alcarreño.
Ni en el pueblo se sabía quién era aquel muerto, ni se había leído la inscripción que lo anunciaba, ni se sabe cuándo fueron traídos los restos del obispo desde América, donde murió, á su lugar natal.
Pedí licencia al señor cura párroco para abrir el ataúd, y en presencia de dicho señor, del alcalde y de las personas de más autoridad é ilustración de Cifuentes, se desclavó la caja mortuoria con la cristiana reverencia que el caso requería. Solo hallamos la osamenta, y por las dimensiones del ataúd se comprende que no fue hecho para contener todos los mortales despojos del prelado, sino sus descarnados huesos. Causó en los presentes cierta admiración la perfecta contextura del cráneo, el mejor conformado que vieran dos médicos presentes en el acto.
Comprenderá ahora la Academia cuán satisfecho estaré de poder darla noticia del paradero de los huesos del Obispo Fr. Diego de Landa. Parece que existe, aunque perdida, la escritura de cierta fundación suya, en la cual escritura habrá noticias que aumentar á las poquísimas biográficas que de él conocemos. Por mi encargo se busca tal documento, así como los que puedan referirse á la translación á Cifuentes de los restos que allí se conservan.
A hora y media de Cifuentes, á la siniestra mano de un arroyuelo que pasa cerca de Ruguilla, y que á poco cae en el Tajo no lejos del histórico monasterio de Ovila, se estrecha el vallecillo por donde el arroyo corre sus aguas, pero no tanto que entre su margen izquierda (que el socavar de los siglos ha hecho talud de bastante altura) y la falda de las lomas, no haya una heredad de labranza de pocos metros cuadrados. En este lugar estrecho, que estará apartado de Ruguilla no más de 2 km., es donde se hallan las señales notorias y los restos de un antiquísimo cementerio.
Llamado á su examen por la solícita amistad de los Sres. Serrano, de Ruguilla, uno de ellos individuo del Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, y acreciendo mi natural curiosidad aquel llamamiento, me trasladé desde Cifuentes al sitio de las antiguas sepulturas é hice en él algunas excavaciones, convenciéndome pronto por el número de urnas cinerarias antes y entonces descubiertas, que aquello fue una verdadera necrópolis. Su casual hallazgo no remonta á largos años, y de sus primicias disfrutó el docto académico Sr. Vilanova, á cuyo poder llegaron, según mis noticias, una campanilla de bronce y dos ó tres urnas.
Quizá pasaron de catorce las que yo encontré y más pueden hallarse aún, pero aun cuando algunas aparecían enteras y en la disposición vertical en que fueron colocadas, tuve el desconsuelo de que todas se rompían en cien pedazos al tratar de sacarlas cuidadosamente. Examinada la masa de tierra, ceniza y huesos á medio calcinar de que estaban repletas, sólo encontré dos fíbulas, un broche, una laminilla retorcida por el fuego y algunos restos de fíbulas, todo ello de cobre.
Son las urnas vasos de ancha boca y de dimensiones varias, aunque ninguna excederá de 0,30 m. de altura; de barro, sin ornamentación, pero bien labradas á torno. Estaban cubiertas ó por una piedra plana, ó por un ancho plato de barro á manera de pátera. Para asegurar su posición vertical se las puso un refuerzo de tres ó cuatro cantos, porque eran de base estrecha y aun alguna puntiaguda.
¿A qué época pertenece esta que podemos llamar necrópolis de Ruguilla? ¿Es enterramiento de los hombres prehistóricos de la edad del cobre, como parece denunciar la naturaleza de los únicos objetos de metal hasta hoy allí encontrados?
Como no intento hacer una disertación acerca del asunto, solo me permito manifestar que soy opuesto á esta hipótesis, y que, apoyando mi parecer en la perfección con que están labradas las urnas, en la elegancia relativa de sus líneas y de los platos con que se cubrieron, y más que todo, en la labor y formas de los mismos objetos de cobre, creo que se trata de la necrópolis de algún lugarejo donde la civilización romana había ya penetrado. Y si asentimos á que el lugar estaba poblado por gente celtíbera, sería en aquella época en que esta vivía bajo el influjo de la cultura latina.
En la loma de enfrente y á menos de un cuarto de hora del cementerio antiquísimo en que me ocupo, hay señales de población, como son cimientos de varias casas de planta angosta y un andén de piedras por donde llegaba á este sitio un camino desde el valle, y precisamente en la dirección de la necrópolis. A aquellas ruinas, apenas perceptibles, á no estar advertido de antemano, llaman los del país Los Villares, nombre harto significativo para que deje de constar en esta ocasión. Presumo que allí existiría el vico, mansión ó villa á que la necrópolis perteneció.
El ser solo de cobre los objetos tampoco puede alentar la opinión de que son prehistóricos, pues solo prueban ó que han resistido mejor que los otros metales la acción del fuego y de la humedad, ó que el cobre fue usado con preferencia por aquellas pobres gentes para los adornos de sus vestiduras, lo cual me parece más cierto que ninguna otra cosa.
En más razonamientos pudiera fundar mi parecer, si no temiese molestar á la Academia y si no contrariara con ellos mi propósito de darla sencilla cuenta de mis exploraciones.
Si la Academia acoge con su genial benevolencia este relato, consideraré como muy dichosos las investigaciones y hallazgos á que se refiere.
Madrid 6 de Diciembre de 1889.

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