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13 de diciembre de 2008

Las colonias anarquistas, de Eliseo Reclus

Eliseo Reclus es, junto a Piotr Kropotkin, el mejor representante de un anarquismo científico, sostenido sobre la razón humana y el estudio de las sociedades y, por eso mismo, el mejor ejemplo de un científico que, por razón de su conocimiento, está comprometido con la humanidad: nada humano le es ajeno. Su influencia en la comunidad científica de su tiempo, postulando una Geografía social frente a la Geografía regional de Vidal de la Blanche, y su eco popular, a través de numerosas ediciones y traducciones de sus obras entre los que destaca la enciclopédica El hombre y la tierra, no es inferior a su activa presencia en la prensa libertaria del último tercio del siglo XIX. Aquí presentamos uno de sus textos ideológicos, en el que analiza las colonias anarquistas que, entonces y ahora, se fundan con la esperanza de vivir, aquí y ahora, una vida mejor en un mundo mejor.

Hace poco tuve el gusto de asistir á la representación de La Clairiere, de Lucien Descares y Maurice Donnay, lo que me causó una alegría que hacía muchos años no había sentido en el teatro, y esta vez, á la verdad, menos por la obra que por los espectadores, que me parecieron conmovidos en lo más hondo de sus sentimientos, y esto no sólo los del paraíso, sino todos en general. Con simpatía profunda, con palpitante ansiedad miraban todos los clairiere anarquista, tan diferente, á lo menos en sueño, de los turnos infectos ó la tiránica boite en que se consume la vida en esta sociedad; todos elevaban su ideal hacia una sociedad decente y honrada, y cuanto más altas y dignas eran las palabras que oían, mejor parecían comprenderlas. Por algunas horas los burgueses, los hartos, los medrosos, arrojaban lejos de sí sus anejas preocupaciones y su trasnochada moral; se despojaban del hombre viejo.
No haré la crítica de la obra; no señalaré sus méritos ni sus defectos: muchos compañeros lo han hecho con nimia sagacidad y con simpatía hacia los autores; por mi parte no siento necesidad de analizar sutilmente mis placeres: lo que me interesa es el asunto, que tan profundamente nos ha conmovido á todos. Este claro que ha desaparecido de nuestra vista como un miraje del desierto, ¿reaparecerá de modo más duradero? En medio de esta sociedad mala, tan torpemente incoherente, ¿llegaremos á agrupar los buenos en microcosmos distintos, constituyéndose en falanges armónicas, como quería Fourier, de modo que la satisfacción de los intereses individuales coincidan y se ajusten perfectamente con el interés común, rimando sus pasiones en un conjunto á la vez poderoso y pacífico, sin que nadie experimente por ello el menor sufrimiento? En una palabra, ¿crearán los anarquistas Icarias para su uso particular del mundo burgués?
Ni lo creo ni lo deseo.
Nuestros enemigos nos aconsejan con buena voluntad y mala intención que nos alejemos de la sociedad burguesa y pongamos el Océano entre ella y nosotros; nos animan á hacer nuevos experimentos de utopía, en países con la doble esperanza de desembarazarse de nosotros y de exponernos al ridículo de nuevos fracasos: se ha llegado hasta hacer la proposición seria y formal de embarcar todos los anarquistas declarados y conducirlos á una isla de la Oceanía, que se les regalaría, á condición de no salir jamás de ella y de acostumbrarse á la vista de un barco de guerra que apuntase continuamente sus cañones al campamento.
¡Muchas gracias, amables conciudadanos! Aceptamos vuestra “Isla Afortunada”, pero á condición de ir á ella cuando nos plazca, y entretanto quedamos en el mundo civilizado, donde, evitando vuestras persecuciones del mejor modo posible, continuaremos nuestra propaganda en vuestros talleres, fábricas, heredades, cuarteles y escuelas; proseguiremos nuestra obra donde nuestra esfera de acción sea más extensa, en las grandes ciudades y en las campiñas populosas.
Pero aunque no pensemos en retiramos del mundo para fundar una especie de Ciudad del Sol, habitada únicamente por elegidos, no hay duda que durante el curso de nuestra lucha secular contra los opresores de toda categoría, tendremos repetidas ocasiones de agruparnos temporalmente, practicando el nuevo modo de respeto mutuo y de completa igualdad. Las peripecias mismas de la lucha nos agruparán frecuentemente á la fuerza, y en estos casos es imposible que nuestras sociedades no se constituyan conforme á nuestro ideal común.
Puedo citar como ejemplo la “comuna de Montreuil” y otros varios ensayos que pueden animarnos poderosamente. Lo imprevisto no dejará de ayudarnos en nuevas y favorables ocasiones, y gracias á la creciente fuerza colectiva que nos dan el número, la iniciativa, la fortaleza moral, la clara comprensión de las cosas; gracias también á la penetración gradual de nuestras ideas lógicas en el mundo enemigo, veremos realizarse cada vez con más frecuencia obras de toda clase: escuelas, sociedades, trabajos en común que nos aproximarán al ideal soñado. Ciego es quien no vea el trabajo subterráneo que se efectúa y cristaliza, como hecho consumado, en sentido libertario, en cada familia y en cada grupo de individuos, legal ó espontáneo.
Por lo demás, nada nos cuesta reconocer que, hasta el presente, casi todas las tentativas formales de establecimiento de colonias anarquistas en Francia, Rusia, Estados Unidos, Méjico, Brasil, etc., han fracasado, como La Clairière, de Descares y Donnay. ¿Podía ser de otro modo, cuando las instituciones del exterior, unión y fraternidad legales, subordinación de la mujer, propiedad individual, compras y ventas, empleo del dinero, habían penetrado en la colonia como malas semillas en un campo de trigo? Sostenidas por el entusiasmo de algunos, por la belleza misma de la idea dominante, pudieron durar algún tiempo esas empresas, á pesar del veneno que las consumía lentamente; pero á la larga hicieron su obra los elementos disgregantes, y todo se hundió por su propio peso, sin necesidad de violencia exterior.
Aun cuando los desorganizadores, introducidos por dos escritores en La Clairiere, el borracho, el ladrón, el perezoso, el escéptico, el adúltero, el mercader y el denunciador, no hubiesen estado en el número de los socios, no por eso hubiera dejado de predecir la ruina de la colonia, después de un período más ó menos largo de decadencia y languidez, porque el aislamiento no queda impune: el árbol que se trasplanta y que se pone bajo cristal, corre peligro de perder su savia, y el ser humano es mucho más sensible aún que la planta. La cerca puesta alrededor de sí por los límites de la colonia, es letal; acostumbrase á su estrecho medio, y de ciudadano del mundo que era, empequeñecerse gradualmente á las mínimas dimensiones de un propietario; las preocupaciones del negocio colectivo que lleva entre manos, estrechan su horizonte; á la larga se convierte en un despreciable gana/dinero.
En la época en que los mismos revolucionarios se cobijaban bajo el manto de la Iglesia católica, viéronse frecuentemente monjes rebelados contra el mundo de los opresores, salir de él ruidosamente para entregarse al trabajo y participar fraternalmente de la miseria del pueblo; pero es regla general y absoluta que los monasterios fundados por fanáticos de justicia y de verdad, no guardaron jamás su entusiasmo y su celo inicial, y acabaron siempre por convertirse en abrigo de parásitos, lo mismo que todos los conventos.
La consecuencia es que por ningún pretexto ni interés de ningún género debemos encerrarnos: es preciso permanecer en el amplio mundo, para recibir de él todos los impulsos, para tomar parte en todas las vicisitudes y recibir todas las enseñanzas. Retirarse unos cuantos amigos al campo para pasearse y hablar de las cosas eternas á la manera de los discípulos de Aristóteles, es abandonar la lucha, y como dice Lucrecio, soltar la positividad de la vida para coger una ficción de ella. Nuestros amigos de la “Joven Icaria”, en los Estados Unidos del Oeste, parecen haberlo comprendido perfectamente: herederos de las tradiciones comunistas de la antigua Icaria comprendieron felizmente que las celosas reglamentaciones antiguas y toda la logomaquia de estatutos y leyes sólo sirven para crear enemistades y rebeldías, y, declarándose anarquistas, “hacen lo que quieren”, es decir, trabajan fraternalmente para el bien común, que es al mismo tiempo para su provecho personal; pero su campaña, por dulce y buena que sea para los viejos cansados de las luchas y amantes del reposo, parece insípida para los jóvenes ardientes que necesitan la práctica de las cosas, la ruda experiencia de la vida, los conflictos que forman el carácter y que permiten conocer los hombres. Vanse, pues, alegremente á engolfarse en el mundo, llevando siempre el consuelo de saber que si la adversidad los persigue y la miseria les aprieta, pueden volver cerca de sus viejos amigos, donde tendrán pan, aire puro y palabras amistosas para reconfortarse moral y materialmente.
En realidad, aquellos de nuestros compañeros á quienes seduce la idea de retirarse del mundo en algún paraíso cerrado, tienen la ilusión de que los anarquistas constituyen un partido fuera de la sociedad, lo cual es absolutamente erróneo. Gozamos y nos apasionamos en la práctica de lo que juzgamos igualador y justo, no solamente entre nuestros compañeros, sino entre todo el mundo. La humanidad es mucho más grande que la anarquía en su más elevado ideal. ¡Cuántas cosas ignoradas aún nos serán reveladas por el estudio profundo de la Naturaleza; por la amorosa solidaridad hacia todos los hombres, con todos los desgraciados que han sufrido como nosotros la influencia del medio incoherente que queremos restaurar bajo su forma armónica! En nuestro plan de existencia y de lucha, no es la capillita de los compañeros lo que nos interesa, es el mundo entero. Nuestra ambición consiste en conquistar para la verdad todo el planeta, con amigos y enemigos, hasta aquellos á quienes una educación funesta, todo el atavismo de las castas y el virus de las iglesias, han agrupado y armado para caer como fieras contra la verdad.

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