El movimiento obrero, siempre sin recursos y tantas veces sin libertad, se vio forzado a utilizar todos los medios posibles para la difusión de sus ideas emancipadoras. La literatura y el arte, la prensa y el panfleto, la música y el teatro... todo servía para extender y afianzar sus ideas. El teatro, al que tanta afición se tenía en pueblos y ciudades hasta el siglo XX, fue una de las vías más utilizadas: obras populares, no siempre exentas de calidad, representadas por grupos aficionados en teatrillos y locales de sociedades y sindicatos... Autores destacados del anarquismo, como Pietro Gori, decidieron escribir obras de teatro y otros, como Errico Malatesta, optaron por coloquios políticos fácilmente representables. Ofrecemos el breve sketch titulado Cretinópolis escrito por el anarquista francés Carlos Malato y que fue publicado en La Revista Blanca en su número del 15 de enero de 1901.
Cretinópolis
Un jardín público, en cuyo centro se levanta inmensa jaula de espesos barrotes. En ella hay varios hombres y algunas mujeres de melancólico rostro y sencillo vestir. Alrededor de la jaula se pasean libremente algunos monos, cual buenos burgueses, bien vestidos, fumando, charlando. Los hay que leen La Patrie o Petit Journal. Aquí y allá se ven monas ridículamente ataviadas unas; otras, de cuyos peinados penden cintas multicolores, conducen, vigilan o llevan en sus brazos pequeños monos. Henos, pues, en Cretinópolis.
Un Macaco (barrigudo, con gafas de oro, a su pequeñuelo, que conduce del brazo).- Totó, fíjate bien; es la hora en que se trae la comida a esas malas bestias. Verás ¡cuán feroces son!
El Pequeño Macaco.- Puesto que son malas, ¿por qué se les da de comer, en lugar de hacerlas morir de hambre?
El Macaco (con paternal orgullo).- ¡Sublime pensamiento, digno del cerebro de un cuadrumano! En verdad que siendo nuestra especie la reina de la naturaleza –creada a imagen de Dios, no lo olvides nunca, Totó-, tiene un indiscutible derecho de vida y muerte sobre todas las demás. Sin embargo, por repugnante, estúpido y feroces que parezcan esos animales, nos son útiles: les obligamos a trabajar.
Un Viejo Chimpancé (mezclándose familiarmente en la conversación).- ¡Doce horas por día solamente! ¿No os parece, querido congénere, que es muy poco?
El Macaco.- Evidentemente (moviendo la cabeza con petulancia). Nuestro ideal sería hacerles trabajar veinticinco horas diarias, cosa fácilmente realizable, en mi entender, haciéndoles trabajar una hora antes de amanecer.
El Chimpancé.- ¿Y cuándo pararían?
El Macaco (con resolución).- ¡Nunca!
El Chimpancé.- ¡Concepción tan admirable como sencilla! ¿Me permitís ponerla en conocimiento de los lectores de La Patrie?
El Macaco (admirado).- De La Patrie… Ciertamente… ¿Con quién, pues, tengo el honor de hablar?
El Chimpancé (sonriendo).- Con Francisco Coppée.
El Macaco (entusiasmado).- ¡Con Francisco Coppée! (dirigiéndose a su pequeñuelo) Totó, ¿ves ese gran señor que tienes delante, y de cuyo pecho salen sonidos armoniosos como de clarinete constipado?... ¡Es Francisco Coppée! No lo olvides jamás. Que este día sea el más hermoso de tu vida… ¡Francisco Coppée! (Se rasca el fémur de emoción).
Prisionero 1º (dirigiéndose a sus compañeros de prisión).- He ahí, sin embargo, nuestros primos hermanos, la imagen viviente de nuestros groseros ascendientes.
Prisionero 2º.- ¡Y hoy nuestros amos! Nosotros pensamos, nosotros creamos; los más fuertes de entre ellos se apoderan de todo y gozan sin comprender; los demás aplauden (con amargura). ¡Qué proclamen, pues, la soberanía de la razón sobre el instinto!
Prisionero 1º.- No sucederá siempre así. Esos mismos monstruos grotescos que nos esclavizan, porque son la multitud y nosotros no más que una minoría aún de la especie pensadora, constituyen un progreso sobre sus ascendientes, que fueron también los nuestros.
Prisionera 1ª.- ¡Lo dudo! Mirad esa mona joven que hace piruetas ante ese babuino ensotanado.
Prisionero 1º.- ¡Qué son ellos, qué somos nosotros, sino simples átomos –pensando y sufriendo, es cierto- en la marcha universal de los seres y de las cosas! Siempre y por todo, se cumple la incesante ley de la transformación. Más tarde, transcurridos que sean millones de años, la tierra y sus habitantes harán su evolución regresiva. Vendrá el decaimiento, la vejez; después, la muerte en espera de la resurrección, y de nuevas formas de vida en el infinito del tiempo y el espacio. Mas al presente todo demuestra que estamos todavía en la juventud del globo, en la evolución del sentido progresivo.
Totó (acercándose a la jaula y procurando oír).- ¿Qué dicen?
El Macaco.- ¿Lo sé yo acaso? ¡Palabras!
Totó.- Sin embargo, ¿tienen la misma lengua que nosotros los hombres?
El Macaco.- Sí, pero no los mismos pensamientos; no son más que animales.
Prisionero 3º (dirigiéndose a los monos).- ¡Si fuerais capaces de entendernos! Sin embargo, veamos: tenéis un cerebro; ¿no podéis poner algo dentro de él? (Los monos lanzan grandes carcajadas, saltan y hacen cabriolas; un cinocéfalo se busca piojos en la barba y muy amable los ofrece a Francisco Coppée)
El Chimpancé.- Sois demasiado bueno, señor Marc; no acostumbro… Mi salud me lo prohíbe. (Tose y se aleja)
Prisionero 2º.- No hay que hablarles en razón a esos brutos.
Una Mona (a otra).- ¿Habéis visto el traje de la señora Monkey en el baile del Ayuntamiento? ¡Tres hileras de perlas azules sobre fondo encarnado!
Mona 2ª.- ¡Y las plumas de su sombrero, querida mía! ¡No hay idea de cosa semejante!
(Un sapajú pasa saltiqueando, vestido con uniforme de teniente de húsares.)
Voces de Monos y (sobre todo) de Monas.- ¡Viva el ejército!
El Babuino (con sotana).- ¡Dominus vobiscum! (Algunos monos y monas se santiguan)
Prisionera 1ª.- ¡Tener hijos, alimentarlos, amarlos, para después entregarlos a la discreción de esos brutos; hacer de ellos esclavos, carne de taller, carne de cañón, si son hijos; carne de lupanar, si son hijas!
Prisionero 3º.- ¿Qué quieres, hermana mía? Nosotros tenemos sobre esos seres el privilegio del pensamiento. Sufriendo más por ellos los rescataremos. Consolémonos viviendo con el cerebro y el corazón, la vida de la idea.
Prisionero 1º.- ¡Siempre la ilusión!
Prisionero 3º.- ¿Es un sueño? La evolución del feto, pasando en nueve meses por todas las formas animales, ¿no nos recuerda la inmensa serie de transformaciones físicas y morales cumplidas por nuestra especie? El camino recorrido en el pasado, ¿no indica el que se extiende en el porvenir hasta más allá de toda conjetura? Cuando Nietzsche evocaba para lo futuro la aparición del Superhombre, ¿hacía otra cosa más que anunciar en términos sublimes una conclusión que todos los pensadores habían ya formulado?
Un Orangután (con rostro casi humano, vestido de obrero).- Es singular; me parece que comprendo algo.
Los demás Monos (con indignación).- ¡Comprende! ¡Nos deshonra! Es un falso mono.
El Babuino (con severidad).- Eso no es un mono; es un hombre.
Voces de Monos.- ¡Encerrémosle! (Se apoderan del orangután, el cual resiste. Un carcelero abre la puerta de la jaula y arrojan en la al mono demasiado humano)
El Cinocéfalo.- ¡Indulgencia muy peligrosa, hermanos míos! ¿No os parece que una camisa azufrada?... (Se interrumpe para rascarse. En la jaula los prisioneros examinan, no sin desconfianza, a su nuevo compañero)
Prisionero 1º.- ¿Eres hombre?
Orangután.- No sé; a veces me parece que sí; a veces que no.
Prisionera 1ª.- ¡Por lo menos, te gustaría llegar a serlo!
El Orangután.- Sí; querría poder pensar como vosotros; pero a condición de ser libre.
Prisionero 2º.- ¡Ser libres! No buscamos más que eso.
El Orangután.- ¿Y no habéis encontrado el medio? ¿De qué os sirve vuestra superior inteligencia?
Prisionero 4º (con desaliento).- ¡Somos muy pocos!
El Orangután.- ¡Muy pocos! Un inmenso número de monos desearían como yo llegar a ser hombres. Escuchadme, por extraño que os parezca, yo os diré cómo habéis de tomarla. (Habla a los cautivos al oído)
El Babuino (a Totó).- Respóndeme, amiguito mío: ¿cuántos dioses hay?
Totó.- No sé, señor Abate.
El Babuino.- ¡Cómo! ¿No lo sabes? Veamos, cuenta conmigo: el Padre…
Totó.- ¡Ah, sí, el padre! Uno. (Durante este tiempo los carceleros que traen la comida de los hombres abren la puerta de la jaula; las mujeres les entretienen; los hombres se acercan con cautela rodeándoles)
El Babuino.- Después… el hijo.
Totó.- El hijo, dos.
El Babuino (con impaciencia).- Bien, después.
Totó (con timidez).- ¿El… Nieto?
El Babuino (gruñendo).- Vamos, el Espíritu Santo.
Totó.- ¡Ah, sí, el Espíritu Santo! Pues, bien; con éste son tres.
El Babuino (rojo de cólera).- No, desgraciadillo, con ese no son más que UNO. ¡Ah, ya! ¿Es que tú también querías llegar a ser hombre? ¡Ten cuidado! (Prisioneros y prisioneras se precipitan sobre sus carceleros, les quitan las llaves y huyen)
Voces Desoladas de Monos.- ¡Los hombres se han escapado!
El Sapajú (sacando el sable).- ¡Sálvese quien pueda!
El Babuino (huyendo).- ¡Se acabó Cretinópolis!
Francisco Coppée: Escritor francés, nacido y muerto en París. En su juventud perteneció al grupo de poetas «parnasianos» y destacó con la publicación de la colección de poemas Le reliquaire (1867). Fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1884 y obtuvo la Legión de Honor en 1888. La obra de Coppée, muy cuidada, pero carente de inspiración, aborda, aunque muy superficialmente, emociones elementales. Sus temas más frecuentes fueron la piedad hacia los pobres y desventurados, el patriotismo, las alegrías del amor y, en sus últimas obras, el fervor religioso; La bonne souffrance (1898), una de las más populares, fue escrita después de su reconversión al catolicismo. En sus últimos años tomó parte activa en la política y, como uno de los organizadores de la famosa Ligue de la Patrie Française, desempeñó un papel poco noble en el caso Dreyfus, tomando partido contra el acusado. Entre sus obras dramáticas destacan Le luthier de Cremone (1876), Les jacobites (1885) y Pour la couronne (1895).
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