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25 de septiembre de 2011

Prólogo de Mella a La ciencia moderna

El vigués Ricardo Mella sigue siendo, sin duda ninguna, el mejor teórico hispano del anarquismo. No supera a Juan Montseny en su labor divulgativa, ni su estilo es comparable al de Rafael Barret, ni su activismo es parejo al de Tarrida del Mármol, ni ejerció tanta influencia como Juan Peiró. Sin embargo, Mella fue el autor de más profundidad del movimiento libertario en España y vivió una época clave en su formación y desarrollo. Su obra dispersa n artículos, folletos y otros textos no es suficientemente conocida. Ofrecemos aquí su prólogo a la segunda edición de La ciencia moderna y el anarquismo, un libro poco conocido de Piotr Kropotkin, para que sirva de ejemplo de su ideario y de la profundidad de su pensamiento.

Publicada en alemán la primera edición de La ciencia moderna y el anarquismo, amplióla su autor para darla a luz en lengua inglesa. Caer en mis manos esta segunda edición, darme cuenta de su real importancia y ponerme a traducirla al castellano, fue todo uno. La traducción será mejor o peor, pero tengo la seguridad de haber permanecido fiel al texto constantemente, aun a expensas de la pureza del estilo y del rigor sintáctico. En obras de esta naturaleza es preferible la exactitud a la elegancia en la dicción.
Tratándose de Pedro Kropotkin, cuyos estudios sociológicos circulan profusamente en todos los idiomas, no era dudoso que este su último trabajo, calificado modestamente de ensayo por el autor, tuviera el alcance que todo el mundo ha reconocido en sus precedentes libros.
Pero si hasta ahora se había reconocido principalmente en sus obras un gran valor de propaganda, una fuerza probatoria de razonamiento poco comunes en otros estudios sociales, habrá que reconocer en presencia de este nuevo libro esas mismas cualidades y una más, muy importante: la comprobación de que la idea anarquista no es un sueño de ilusos, sino esencialmente derivación necesaria de las modernas teorías científicas.
La prueba a posteriori, estamos por decir experimental, es concluyente. Con rigor inflexible llega el autor de La conquista del pan a las conclusiones finales en cuya virtud el anarquismo deja de ser definitivamente credo de partido, aspiración de secta, definición de dogma.
Precisamente cuando la vulgaridad general ha vaciado sobre el anarquismo todos los lugares comunes y todas las diatribas del repertorio al uso, viene Kropotkin a demostrar, como dos y dos son cuatro, que la anarquía es la expresión sintética de la filosofía natural fundada en los descubrimientos científicos más recientes y se propone, no sólo la reedificación de la sociedad, sino la reconstrucción del conocimiento.
La opinión corriente, que se figura al anarquismo como un programa más, como un plan ideado en vista de determinados fines, como uno de tantos proyectos formulados a priori y sin base sólida que lo soporte, ha recibido en esa obra el golpe de gracia.
No es la anarquía un forzamiento de las cosas. Es el desenvolvimiento natural y continuo de todos los elementos de integración vital qué están contenidos en la humanidad, trátese del individuo o de las agrupaciones sociales. No se reduce al mecanismo simplista de la existencia ordinaria, sino que abarca el conjunto de la existencia universal y se propone explicarse, en suprema síntesis la totalidad de la vida y la totalidad de las relaciones. No es una invención, sino una verificación.
En este respecto, aun las opiniones de muchos anarquistas necesitan ser corregidas. Hay en la educación popular resabios de jacobinismos, tendencias vivas al forzamiento de las cosas. La multitud dirigida se coloca en el mismo plano de los directores y actúa conforme a las sugestiones del dogma propio.
Muchos anarquistas no son más que impulsivos que piensan y obran en radical, en revolucionario motinesco. Todo su anarquismo se reduce a la rebeldía instintiva, que no es precisamente la rebeldía consciente, y a la imposición o a la dictadura de la multitud, lo que no sería mejor que otras dictaduras y otras imposiciones.
Las desviaciones y errores de la opinión acerca del anarquismo tienen en esas pobres traducciones del ideal un auxiliar poderoso. Parece como si partidarios y adversarios se empeñasen en perpetuar la leyenda de las agitaciones estériles, de las violencias bárbaras, de los inextinguibles odios.
Cierto que en la crudeza de las luchas de nuestros días son fatales las estridencias de concepto y de hecho. Inútil poner diques a la corriente. La lucha es la lucha. Mas si las cosas tienen siempre explicación, no siempre tienen justificación. Y en todo caso, a hombres que se dicen renovadores no convienen cosas y palabras rancias.
El lenguaje denuncia frecuentemente el atavismo de club. Es preciso ser un poco bárbaros, un poco sectarios, un poco fanáticos. La acción está representada en caricatura por un obrero fornido, provisto de recia estaca. La bomba ya se hizo anacrónica. Teóricamente, muy anarquistas; prácticamente, déspotas. Se levanta altares a la Razón y se impone la propia a garrotazos.
Ni aun se tolera disentir del novísimo dogma. La aberración llega al límite cuando se ve a tales hombres en amigable consorcio con todos los radicalismos de escuela y en la grata compañía de caudillos de opereta, conspiradores bufos de peluca rubia y trenza gris.
Afortunadamente, la multitud obrera, y entre ella los anarquistas conscientes, se aparta de aquellos que cifran la emancipación humana en serviles traducciones de la rutina político-jacobina. Pero al propio tiempo el hecho hacia estos ideales y hacia sus propagandistas se extiende y levanta como una recia muralla que impide toda compenetración de pensamiento y de conducta.
Contrayéndonos a España, puede observarse un periodo de seria propaganda y de estudios que se desenvuelve rápidamente y gana las multitudes, no sólo obreras, sino también mesocráticas; después viene el período llamado heroico, que siembra el espanto con sus formidables aldabonazos: la idolatría por los hombres se revela hasta en las denominaciones de los grupos. Se empieza a olvidar las ideas. Finalmente se inicia el período de decadencia bien patente en la enorme vulgaridad de las locuciones y de los nombres actuales que haría reír si no indignara.
No se juega a los comités ni a los diputados, pero sí a las conspiraciones y a las algaradas infantiles de una ingenuidad tal que, a veces, toca los linderos de la maldad.
Así, en España, el anarquismo, como fuerza, anda maltrecho y vacilante. Si las masas obran, no obstante, en anarquista a cada movimiento que se produce, débese a ese su espíritu, a ese su genio creador de que habla Kropotkin.
Se actúa en anarquista aun sin saberlo y muchas veces a pesar y en contra de los mismos anarquistas.
Es verdaderamente decisiva la manera como Kropotkin establece el paralelismo entre el progreso de las ciencias, el desarrollo de las ideas y los desenvolvimientos y rebeliones populares.
Las parciales evoluciones en el dominio de la religión, en el de la filosofía, en el de las formas políticas y económicas, en el de las instituciones sociales se resuelven en una misma evolución de general tendencia hacia la libertad integral, libertad de pensamiento, libertad de acción, libertad de vida.
La enorme diversidad de manifestaciones y modalidades, que parece inducir multitud de resultantes distintas, no es más que la expresión de detalle de una gran síntesis que comprende la vida entera de la humanidad y de la Naturaleza. La metafísica sucede a la teología: la filosofía especulativa a la metafísica; la filosofía natural, la ciencia propiamente dicha., a la filosofía especulativa. Los esfuerzos de la razón se ven al fin coronados por el éxito en los dominios de las ciencias naturales. Construimos, ahora de nuevo, el edificio del conocimiento sobre los firmes bloques de la experimentación. ¡Gloria, no obstante, al pensamiento humano, que tantas veces ha sabido adivinar la realidad y adelantarse a la ciencia!
¿Y qué son, en suma, las transformaciones políticas y sociales, las transformaciones económicas, sino gradaciones de esa misma evolución general? La historia entera de la humanidad se compone de la sucesión ininterrumpida, un poco idealista, un poco materialista, de cambios continuos en el modo de pensar, en el modo de relacionarse, en el modo de vivir. La idea y el hecho tienen un mismo desenvolvimiento: se suponen, se compenetran. Aún cuando aparezcan a veces divergentes, la resultante y la finalidad son siempre de concurrencia por el mejoramiento de la vida, por la elevación del pensamiento, por el dominio de la existencia entera. Imposible escindir lo ideal y lo material.
Es sorprendente cómo el autor de La ciencia moderna y el anarquismo sigue paso a paso la evolución de las multitudes y la evolución en el orden de los conocimientos. Estas páginas son un canto triunfal al hombre y la ciencia. Y son también el golpe de gracia a las rutinas dialécticas aun de los seudocientíficos del socialismo. No hay manera de negarse a la evidencia que brota sencilla y naturalmente de este libro.
Todos los forzamientos teóricos quedan desvanecidos. La tendencia general en todo el curso de la historia es de independencia tanto como de igualdad, el equivalente de la justicia.
Nace en el seno de las multitudes el anarquismo. Nace instintivamente, porque el hombre se siente por naturaleza libre, y este instinto, esta tendencia labra un día y otro el porvenir que más tarde construyen teóricamente los filósofos, los hombres de ciencia contrarios a la Academia, a la Universidad, a la verdad oficial. Viene en seguida la falange de inteligencias despiertas, de nobles corazones que difunden las novísimas doctrinas en el seno del proletariado y de la clase media modesta. Idealmente, la batalla está ganada.
En nuestros días, cuando mayor parece la preponderancia del Estado, cuando todos los partidos se empeñan en repetir la historia luchando rabiosamente por el poder, por la centralización, por ideales de unificación y de uniformidad fuera de las condiciones reales de la vida ha pasado de la esfera de las ideas al terreno de los hechos.
Las multitudes actúan de manera que da un mentís continuo a la prepotencia de todas las direcciones y jefaturas que las solicitan. Obran por su cuenta, olvidadas de programas, descuidadas de disciplinas y reglamentos que de nada le servirían como no fuera de estorbo en el momento de las airadas rebeldías.
Ciertamente que hay mucho de instintivo también en esta conducta, porque frecuentemente el espíritu anarquista no persiste más allá de los días de revuelta y las multitudes apaciguadas no dejan de clamar bien pronto por una nueva disciplina, por una nueva dirección. Se obra en anarquista para destruir; rutinariamente para edificar. Las solicitaciones del autoritarismo y del capitalismo hallan un fiel aliado en la inexperiencia popular.
El atraso mental es bastante fuerte para permitir que, en ausencia de una orientación indicada se alce una dirección impuesta y la falta de hábitos de independencia hace todo lo demás.
Periodo de transición el presente, explica bien por qué las multitudes se detienen a mitad del camino y que en el desarrollo de las aplicaciones prácticas del anarquismo no son tan indispensables las disertaciones teóricas como las lecciones de cosas. No de otro modo que a costa de grandes esfuerzos, de repetidos ensayos, de sucesivas aproximaciones, llegará el Ideal libertario a traducirse en hechos. Es la experiencia la que ha de contrastar, la que ha de verificar la exactitud de nuestras conclusiones.
La difusión de las ideas tuvo la falange de inteligencias despiertas y de nobles corazones. La tiene ahora mismo. Pero en los momentos de revolución, la propaganda cede el puesto a los actos y entonces es necesaria la falange de los abnegados y de los prácticos. No queda a tal hora más que el aleccionamiento por medio de los hechos o la dictadura. La dictadura es todo lo contrario del anarquismo. Es, pues, preciso sugerir la práctica con la práctica; es necesario proceder experimentalmente ante las multitudes para que su grande espíritu de renovación haga libre y espontáneamente todo lo demás.
Y es también necesario que a esta hora suprema nadie se deje arrastrar por la sugestión jacobina, por la obsesión de la violencia que, en el curso de la evolución, no puede ni debe ser más que un episodio. Lo esencial es reconstruir la vida y reconstruirla de tal modo que permita todas las experiencias. El solo deseo de una organización uniforme lanzará a las masas por el camino de la imposición. La imposición tendrá necesidad de un órgano. El órgano será un gobierno franco o disimulado. El espíritu libertario quedará otra vez vencido. La revolución habrá sido inútil.
En este punto estimamos que Kropotkin exagera la necesidad de aplicaciones comunistas, exclusivamente comunistas, aun cuando en esta obra parece franquear el amurallado recinto de la uniformidad.
Porque en el fondo es un economista al revés, o porque argumenta bajo la influencia del medio ruso o bien porque le obsesiona la cuestión del pan para las multitudes hambrientas. Kropotkin en todas sus obras desenvuelve insistentemente el principio comunista cerrado, unificado, hasta sus últimas consecuencias, del mismo modo que se esfuerza en la afirmación del municipio libre y apenas concede atención a las formas subsiguientes del organismo social, tan complejas como complejas son las necesidades de la vida moderna.
La práctica del comunismo anarquista la reduce el autor de Campos, fábricas y talleres a su más sencilla expresión. Si no temiéramos excedernos, diríamos que plantea y resuelve la cuestión en forma harto simplista para que concuerde con la extrema complicación de la vida social. Ello podrá parecer bien a las multitudes; podrá satisfacer necesidades de fácil, podrá llenar cumplidamente el objeto primordial de hacer asequible la idea a todas las inteligencias. Pero de ningún modo está de acuerdo con la evolución social.
Véase como quiera, no hay en toda la historia de los pueblos un solo caso de realización integral de una idea. Todo lo más hay una tendencia, una finalidad, un camino cuya meta se aleja delante del caminante. El individualismo, el industrialismo, el capitalismo no son realizaciones totales, totalmente idénticas al principio que las informa. No son siquiera idénticos a sí mismos en todos los puntos de la tierra. Son una tendencia hacia la realización de una idea. Y las prácticas de esta tendencia difieren de tal modo, que no cabe posibilidad de encerrarlas en un enunciado común. Cierto que tienen el mismo punto de partida y la misma finalidad. Cierto que disponen de un mismo instrumento de realización, pero los hechos que traducen la idea en la marcha ordinaria de la vida no sólo no concurren siempre en una expresión uniforme, sino que frecuentemente difieren y se oponen los unos a los otros.
"Dondequiera que un sistema ha predominado--he dicho en otra parte-o predomina, los hechos están lejos de seguir reglas invariables. El principio es generalmente uno; las experiencias prácticas varían notablemente, desviándose del punto de partida. Del comunismo de algunos pueblos sólo puede obtenerse una característica ideal. En los hechos no hay comunismo igual a otro comunismo. En todas partes se hacen concesiones al individualismo en diverso grado. La reglamentación de la vida oscila desde el libre acuerdo hasta el despotismo más duro. De los esquimales que viven en comunidades libres al comunismo autoritario del antiguo imperio peruano, la distancia es enorme. Y sin embargo, las prácticas del comunismo se derivan de un solo principio: el derecho eminente de la colectividad que, en los países gubernamentales, se trueca en el derecho eminente del príncipe que asume la representación y los derechos de los súbditos. Este principio no subsiste, empero, sin limitaciones esenciales. En todas partes las reservas en beneficio de la Individualidad son numerosas. En unos casos es de propiedad privada la casa y el jardín. En otros la comunidad no alcanza sino a una porción de la tierra, reservándose las otras el Estado, los sacerdotes, los guerreros. Finalmente, los esquimales en sus libres comunidades reconocen en el individuo el derecho a separarse de la comunidad para establecerse en otra parte, cazando y pescando a su solo riesgo...
"Del mismo modo el régimen individualista se halla en ciertas regiones más cerca del comunismo que del individualismo propiamente dicho. La propiedad en muchos casos se reduce a la posesión o al usufructo que el Estado, a voluntad, concede o retira. En otros el uso de la tierra se da por repartos periódicos, porque teóricamente se considera el suelo propiedad de todos.
"Si analizamos la experiencia actual del individualismo en la industria y en la agricultura, veremos que el principio o regla es uno: el derecho a la propiedad exclusiva y absoluta de las cosas, pero que los métodos de aplicación varían de país a país y de pueblo a pueblo. No obstante, el empeño de unificación de los legisladores y el poder absorbente del Estado, las leyes son un verdadero maremágnum, y los usos y costumbres en la industria, la agricultura y el comercio tan opuestos entre sí, que lo que es equitativo en un lugar se tiene frecuentemente por injusto en otro.
"Hay naciones o comarcas donde la asociación obra milagros y otras donde cada cual prefiere luchar solo en su propio beneficio. Regiones enteras pertenecen en una misma nación a una docena de individuos, mientras otras están divididas y subdivididas, hasta lo inverosímil. Aquí prevalece la gran industria. Allá perdura el antiguo artesano trabajando en su pequeño taller. La transmisión de la propiedad afecta las más variadas formas. En unos lugares han sido suprimidas las rentas, en otros persisten invariables".
En ningún punto del globo subsiste el individualismo sin algo de comunismo y mucho de cooperación y de asociación. No se puede prescindir del hospital, del asilo, de la oficina pública, del público paseo; no se puede prescindir del comunismo en los servicios de comunicaciones, de transportes, de alumbrado; no se puede prescindir de crear fuertes asociaciones, grandes empresas, de sumar capitales y hombres con fines de cooperación. No importa por qué ni para qué. Importa saber que el individualismo no tiene ni puede tener realización totalizada, pura, como el ideal de que se deriva.
Otro tanto ocurre con las instituciones políticas. Es tan grande la diversidad de códigos, que no tendremos que insistir. El constitucionalismo, sea monárquico, sea republicano, ya unitario, ya federalista, varía radicalmente de pueblo a pueblo. No hay una constitución tipo después de un largo siglo de experiencia. La tendencia es siempre la misma; la práctica distinta en todas partes.
Toda la ciencia del mundo no sería bastante para ofrecernos un esquema ideal, así del individualismo como del constitucionalismo, de acuerdo con la realidad.
Así nosotros, anarquistas como Kropotkin, no podemos comprender una sociedad que produce, cambia o distribuye y consume casi mecánicamente, automáticamente, de un mismo modo en todos los puntos del globo. El estudio de la evolución nos dice lo contrario, nos habla de la inmensa variabilidad de las aplicaciones. Y como es el lenguaje de la realidad y observamos también que todos los intentos de unificación han fracasado y que está a la diferenciación, no nos conformamos con la concepción del comunismo uniforme.
Hay una cuestión previa, que es la de la igualdad de medios para la vida. Esta afirmación constituye todo el socialismo, o todo el comunismo, o todo el colectivismo prácticos. El nombre importa poco. Más allá de esta afirmación no puede haber más que agrupaciones formadas para cooperar, como quiera que sea, a fines determinados. Los métodos de cooperación pueden ser tan variados como las opiniones, los gustos, las necesidades, etc. Todavía más, es preciso que lo sean, porque sin diversidad de experiencias no puede haber elección de lo mejor. El progreso del mundo consiste precisamente en esta selección experimental.
Cualquier intento de método uniforme, cualquier propósito de unificación, sería un nuevo forzamiento de las cosas, y el anarquismo no trata de forzar, sino de favorecer y fomentar el desarrollo de todas las condiciones que están dadas en la Naturaleza para la vida individual y para la vida social.
¿Quién es capaz de predecir las maravillas de los desenvolvimientos futuros en función de un régimen de libertad y de cooperación voluntaria fundado en la igualdad de condiciones?
El error del comunismo anarquista es del mismo género que el error del anarquismo individualista. Así como éste vuelve fatalmente al Estado, así aquél volvería necesariamente a la autoridad y al oficialismo. Toda tendencia de unificación requiere un factor, un elemento que ejecute, que arregle, que coordine. El principio de autoridad, la idea de gobierno está siempre en acecho.
La unidad no puede ser más que una resultante. La vida es variación continua. A partir de ésta, es como únicamente podemos aspirar al desenvolvimiento creciente de todas nuestras facultades.
No se nos oculta que la manera más sencilla, demasiado sencilla, de satisfacer las necesidades elementales de la existencia es el método comunista íntegro. La multitud proletaria hallaría de pronto la solución del apremiante problema del pan. La multitud proletaria se daría cuenta en seguida de la manera como tendría que conducirse para no padecer hambre ni frío, para no andar cubierta de andrajos, comida por la miseria. Comprenderíamos que todos los obreros fuesen comunistas a ultranza.
Pero, ¿y después? Sería menester rehacer los muros de la pequeña villa, los cercados de la gran ciudad; transponer los límites de la comarca, de la nación. Habría algo más que hacer que comer y vestirse. Cada uno, individuo o grupo, querría desenvolver su actividad en distinto sentido, de modo diferente. La vida recuperaría toda su gran complejidad y las complicaciones de organización nos saldrían al paso por todas partes.
El comunismo puede dar y da respuesta a todo esto; señala un camino, marca un rumbo. Pero la humanidad, entonces como ahora, hará poco o ningún caso de orientaciones y de caminos y de rumbos. Emprenderá de nuevo la ruta como sepa y como quiera. Cada uno elegirá un sendero. No sería ningún bien que todo el mundo marchara por la misma carretera. No habría variedad, no habría selección, no habría progreso.
Si en el seno del anarquismo prevalece la idea comunista actualmente, no es sin que provoque divergencias, entre ellas la necesaria reacción individualista. Son extremos que están pidiendo a gritos una solución. Estaremos en camino de alcanzarla si atendemos a las realidades del desenvolvimiento social más que a nuestros resabios dialécticos.
El colectivismo con su principio de alternativa respecto a los medios de distribución ha pasado a la historia. Igual suerte correrá el comunismo actual. Si el anarquismo es la expresión sintética de toda la evolución social en el pasado, en el presente y en el futuro no puede encerrarse en la monomanía de un procedimiento único. Por el contrario, supone la más grande variedad de procedimientos, la más grande variedad de aplicaciones, la más grande variedad de resultados.
Basta al principio de justicia la realización de la igualdad, porque ésta es el equivalente de aquélla, según prueba cumplidamente Kropotkin. Mas la igualdad queda realizada tan pronto como los hombres todos entran en posesión de la riqueza natural y social; y así, entonces, las formas del mejor empleo de los medios puestos a disposición de todos y cada uno, no pueden ser sino objeto de libres conciertos, de contratos libres, que es lo que constituye el sistema de cooperación voluntaria, o en otros términos, el método anarquista.
En este mismo sentido hace Kropotkin las salvedades necesarias, admitiendo la posibilidad de diversas aplicaciones, y lo que es mejor, considerando el anarquismo individualista como un freno a las probables exageraciones comunistas, pero insiste siempre en el punto de vista del comunismo libre como verdadera expresión del anarquismo. El adjetivo libre, no altera los términos de la cuestión, pues o el comunismo es la cooperación voluntaria con toda su segura multiplicidad de métodos o es uniformidad y unificación, forzamiento, en fin, del desenvolvimiento social.
* * *
Tampoco es posible concebir cómo las transformaciones del futuro han de reducirse a la idea elemental del municipio libre. Este es ciertamente el punto de partida, pero no hay ninguna razón para detenerse en él.
Habla Kropotkin de federaciones profesionales, de organizaciones políticas, de asociaciones mil de libre iniciativa, y ello supone una concepción vastísima de la organización social entera. En realidad, la insistencia acerca del municipio libre tiene fácil explicación en el hecho de que las asociaciones de más compleja forma tienen siempre la tendencia absorbente, y contra la preponderancia centralizadora de toda la asociación de asociaciones no existe otro freno que la independencia de sus elementos componentes.
Pero el municipio independiente no tiene más realidad que el individuo independiente. El hecho de la mayor proximidad entre los individuos dentro de un municipio, no es bastante para establecer la independencia del primero y la no independencia de los segundos. Las necesidades de la misma vida social implican el acuerdo, no sólo de los individuos dentro del municipio, sino también de los municipios entre sí.
Las necesidades de la producción, del cambio y del consumo, suponen el acuerdo por industrias, así dentro del municipio como de industria a industria en un territorio dado. Aun cuando cada municipio pudiera bastarse a sí mismo económicamente, lo que es problemático en sumo grado, no podría encerrarse en murallas chinescas. Se vive con todo lo que está próximo o lejano en mayor o menor grado, pero no se vive en el aislamiento.
Y si tenemos en cuenta la gran población diseminada en los campos, sin más que pequeñísimas agrupaciones de viviendas, y la naturaleza misma de los trabajos agrícolas, se comprenderá en seguida cómo la vida de relación ha de rebasar necesariamente los linderos del municipio ciudadano.
Tan variables e inestables como se quiera, surgirán federaciones locales y extralocales, federaciones de campesinos y federaciones de industrias, federaciones de deporte, de arte, de ciencia. El porvenir pertenece por entero a esta forma de organización libre, de abajo a arriba, de lo sencillo a lo más complicado.
Por eso decimos que el municipio libre no es todo el anarquismo, como no lo es tampoco exclusivamente el comunismo, aunque se le adjetive como se quiera.
No hay en lo apuntado grandes divergencias con lo dicho por Kropotkin. Pero aunque las hubiere, conviene no olvidar que nuestro buen camarada admite de grado todas las posibilidades Y se coloca en la posición del hombre de ciencia que no da opiniones, sino principios demostrados. Y como él, hasta donde él va, vamos nosotros corroborando y suscribiendo la afirmación de que verificar nuestras respectivas conclusiones solamente es posible por medio del método científico inductivo-deductivo, sobre el cual se han constituido todas las ciencias y por cuyo medio se han desenvuelto todas las concepciones científicas del universo.
Una palabra todavía. Prevenidos contra las reacciones posibles en los dominios de las propias ciencias, es menester guardarse de las seducciones de la novedad. No todo lo que aparece vestido con ropaje científico es verdadera ciencia. La loca de la casa hace prodigios; el entusiasmo se complace en aceptarlos sin discusión.
Las demostraciones verbales suelen ser fáciles; la comprobación y la verificación de la verdad, trabajosas. No admitamos sin análisis y sin prueba bastante.
Ya por razones de especialización, que es a un tiempo mismo una necesidad y un peligro; ya por la intervención de prejuicios inveterados, ocurre que circulan muchas verdades a medias y muchos errores ocultos como hechos de evidencia científica. Hombres de talento colosal que afirman resueltamente el ateísmo -y damos este hecho como ejemplo-, sostienen al mismo tiempo la imposibilidad de una sociedad de ateos. Se lanzan a los mayores atrevimientos científicos y tienen por inmutable el mundo social en que viven. Encerrados en su torre de marfil, no ven más allá de sus narices en cuanto tocan a la realidad ambiente, y perdónesenos esta rudeza de lenguaje.
Para mayor comodidad han inventado una lógica especial, seca, dura, mecánica, que los hace tan peligrosos como los mismos metafísicos. Repudian lo que llaman lógica de sentimientos, como si el mecanismo mental fuera un simple aritmómetro, una máquina de cálculo, sin advertir que no hay, que no puede haber otra lógica que la intervenida por el complejo de nuestro organismo con sus afectos, sus pasiones y sus nervios. Estamos en presencia de los hombres, de nosotros mismos, que no somos simples mecanismos silogísticos o sencillos aparatos de registro, sino trabazón de ideas y sentimientos, de funciones y órganos, de nervios y arterias y huesos, carne, sangre, etc. La lógica nuestra, y no podemos conocer otra, será necesariamente la resultante de todo lo que en nosotros está de antemano.
Como este sencillo ejemplo podríamos citar bastantes. Los libros científicos, o que parecen científicos, andan repletos de prejuicios y de errores. En cuanto se toca a los problemas sociales, reviven todos los atavismos de casta y el conocimiento científico suele hacer quiebra.
Vayamos con tino en la investigación de la verdad, exijamos siempre a la ciencia la verificación de sus principios. Procediendo de esta manera llegaremos, antes o después -¿quién lo sabe?-, pero llegaremos en firme a las conclusiones necesarias que expresen las formas precisas de la existencia social.

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