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28 de octubre de 2011

El problema de los sexos, de Lorulot

Boda popular en un parque, España, hacia 1920 (Archivo La Alcarria Obrera)

Lorulot era el seudónimo bajo el que se ocultaba André Georges Roulot, un anarquista francés nacido en 1885 y que falleció en 1963. Adscrito desde muy joven a la tendencia anarcoindividualista, simpatizó con los bolcheviques durante la Revolución rusa de 1917, lo que le alejó del movimiento libertario. A partir de los años 30 del pasado siglo volvió a colaborar con los anarquistas, aunque se dedicó principalmente a la defensa del librepensamiento y a combatir el oscurantismo religioso. Fue autor de diversos libros y folletos y animó y dirigió numerosas publicaciones.  Reproducimos El problema de los sexos, una obrita de Lorulot traducida por el anarquista andaluz José Sánchez Rosa y publicada en 1931 por la editorial barcelonesa Iniciales.

LA MUJER
Situación social de la mujer
Todos sabemos que la actual organización social, basada sobre la propiedad individual y el capital, engendra la explotación del hombre por el hombre y el asalariado, los trabajadores, los proletarios, los desheredados, todos aquellos que nada poseen. Por esto es por lo que nosotros nos rebelamos contra la sociedad actual, impacientes por conquistar nuestra independencia. Nosotros combatimos las instituciones burguesas, causa de nuestra servidumbre y trabas a nuestro libre desenvolvimiento.
Estas consideraciones generales interesan a los individuos de los dos sexos. Hombre o mujer, no poseyendo nada están obligados a sufrir la explotación. Esto es porque nosotros decimos que la solución de la cuestión social interesa a la mujer por el mismo motivo que al hombre.
La mujer está, en efecto, sometida a todas las autoridades. Además, sufre el yugo conyugal. Las leyes del matrimonio, que difícilmente puede evitar, le niegan el derecho de su individualidad. Si ella quiere ser libre y escapar a la servidumbre del hogar, las condiciones de su existencia vienen a ser difíciles, porque su trabajo está generalmente mucho peor retribuido que el del hombre.
Como se ve es para la mujer de gran interés el ocuparse de la cuestión social. A la servidumbre material y económica, viene todavía a agregársele la esclavitud del matrimonio, o de la prostitución. Para conquistar el derecho al bienestar y a la libertad le precisa, pues, que se agregue a toda prisa con los revolucionarios para precipitar la desaparición de la sociedad burguesa.
Pretendida inferioridad de la mujer
Por una supervivencia de prejuicios religiosos, el hombre cree en su superioridad sobre la mujer. Esta creencia, explicable dentro de las sociedades primitivas, basadas enteramente sobre la violencia y el derecho del más fuerte, debe desaparecer del cerebro de los individuos razonables.
Después de los siglos de esclavitud, la mujer ha estado bastante acostumbrada a la resignación para que pudiese verse retenida en su evolución. La perversa educación que ella ha recibido contribuye igualmente a su insuficiencia intelectual. Mas no puede basarse sobre estos hechos para establecer la falsa teoría de la inferioridad de la mujer, puesto que numerosas excepciones han venido a probar muchas veces su grado interesante de cultura y de saber. El atraso de la mujer dentro de la vía del progreso tiende, pues, a su adaptación, a la obediencia y a la ignorancia. Situada dentro de un medio social mejor, le permitiría desenvolverse normalmente, y con seguridad que evolucionaría y vendría a ocupar el lugar que le corresponde. En suma  la tesis de dicha inferioridad de la mujer no puede ser justificada por ninguna otra cosa, más que por el prejuicio sexual y el autoritarismo del sexo masculino.
El feminismo
Un cierto número de mujeres, compenetradas de los prejuicios sociales sobre la cuestión femenina, han comenzado a resistirse. Este es el movimiento a que se le ha dado el nombre de feminismo (muy acentuado en Inglaterra). Nosotros pensamos que este movimiento carece de interés. En primer lugar porque las feministas cometen un gran error creyendo necesaria la conquista de los derechos políticos y el acceso a las profesiones llamadas liberales. La mujer está aplastada, como se ve, y queda indicada, por el arsenal de las leyes y del capital. Pues nosotros despreciamos como erróneo y burlesco el sufragio universal, el parlamentarismo, las reformas, etc., etc.
El cuadro de este trabajo no nos permite detenernos mucho tiempo sobre esta demostración siéndonos suficiente por el pronto el decir: Nosotros somos los enemigos de la sociedad actual y de sus instituciones; nosotros estamos persuadidos de que la mujer encontrará su emancipación (como el hombre) dentro de la transformación social, y no dentro de los paliativos y de las reformas.
Luego, el feminismo lleva una ruta falsa, a nuestro parecer, cuando predica la guerra contra el sexo masculino. Las teorías de ciertas exaltadas del feminismo son absolutamente absurdas, y están condenadas a la impotencia, como los veleidosos politicastros. El hombre es inconscientemente el tirano de la mujer, pero lejos de levantar grotescamente a esta última contra él, precisa invitar a los unos y a los otros a instruirse y a educarse, a fin de poder obrar de concierto a la organización de una sociedad razonable.
Los anarquistas y la mujer
Nosotros aceptamos y solicitamos a la mujer para que venga a luchar en nuestra compañía.
Después de haber dado a la mujer conciencia de su individualidad y de la importancia de su papel social; después de haber hecho constatar la malvada organización social; después de haberla hecho comprender las causas de los dolores humanos, nosotros le exponemos la actitud en que deben colocarse y seguir.
Hacerse conscientes a fin de poder salir del atolladero, de servilismo y de la esclavitud de que son víctimas, por todas las explotaciones (religiosa, militar, patronal, social, etc.)
Dejar a un lado las estériles cataplasmas de la acción política, cooperación, reformismo, etc., consagrándose enteramente a la transformación moral e individual, prefacio necesario de la transformación social deseada.

EL AMOR
El amor y la moral
Es indispensable el arremeter de frente, con toda seriedad, la cuestión del amor. Esta cuestión tiene en efecto una gran importancia dentro de la vida, y está muy lejos de estar resuelta, a pesar de cuantos, con los mejores propósitos, se han ocupado de ella.
A propósito del amor, nosotros nos encontramos frente a preocupaciones estúpidas, profundamente arraigadas entre los individuos de los dos sexos. Lejos de pensar en que el amor es la relación que nos arrastra poderosísimamente hacia la acción de cosas naturales, para lo que se ha de ser sencillamente libres, para ello se tiene construido, codificado, cantidad de reglamentaciones, de contratos, sujetos a una moral especialísima.
La opinión corriente consiste en creer que está vedado el amor si no se sujeta dentro de ciertas condiciones. Cuando los individuos sean indiferentes a estas condiciones de legalidad y de hábitos consagrados por las costumbres y por los usos, nuestros contemporáneos manifestarán en su lugar el menosprecio que han de merecerles, declarando su hostilidad.
Como lo demostraremos más adelante, nosotros somos los enemigos de esa moral. Nosotros pensamos que el amor es una cosa incompatible con las boberías y simplezas sociales. Nosotros demostraremos lo que es esa moral y cuáles son sus resultados.
El matrimonio
Así, la moral corriente no admite como justa y honrada otras relaciones entre los individuos casados, es decir, entre los individuos que hayan cumplido ciertas formalidades consistentes en hacer legalizar su unión. Por otra parte, nosotros somos los enemigos del matrimonio legal. ¿No es una estupidez el ir a presentarse frente a un funcionario público para la realización de un acto que es natural? Cuando el uno y el otro se aman, la afección mutua atrae al uno hacia el otro, entonces cada uno, consciente y gozoso, desea la unión sexual. ¿Hay necesidad de inquietarse por otras cosas? ¡No! El amor no tiene nada que ver con el matrimonio, no teniendo, por lo tanto, ninguna necesidad de realizarlo.
Por último, el matrimonio es antinatural al pretender ligar a los seres eternamente. El amor es un sentimiento que (como todos los otros) está sujeto a variaciones y a cambios. Desde que el amor ha desaparecido, cada uno ha debido recobrar su libertad. Las leyes del matrimonio constituyen, pues, una traba a la libertad del amor.
El matrimonio es todavía, si nos basamos en otro género de consideraciones, absolutamente extraño al amor.
Los cónyuges son frecuentemente asociados por el interés pecuniario, por una dote, etc. La afección está considerada como cantidad insignificante, y la unión está, ante todo, basada sobre las cuestiones del dinero. Esto es, en suma, como se dice, o hemos dicho repetidas veces, un contrato de venta, una forma legal de prostitución. El matrimonio es la intervención de un tercero (Estado, iglesia o familia); esta es la unión, basada, no sobre el amor, sino sobre el interés. Esto es, por ello la sanción del prejuicio de la inferioridad de la mujer. La mujer casada, está considerada como la sirviente, la inferior. Ella debe vivir sumisa, servir a su marido, obedecerle, su personalidad queda anulada.
La prostitución
La prostitución es engendrada por la ineptitud de la moral. Esta moral es un perpetuo obstáculo a la unión de los individuos, porque por ella son obligados a buscar la satisfacción de sus necesidades, dentro del amor estipendiado, a sueldo, comprado. La prostitución desaparecerá por la práctica del amor libre. Los burgueses y los moralistas son ilógicos cuando se indignan por lo de las "malas costumbres", porque es la sociedad capitalista quien es la causante de la prostitución sexual, más innoble que todas las demás.
Cuando el dinero haya desaparecido, su influencia no se manifestará más contra los individuos, obligándolos a envilecerse para vivir.
La moral, el capital y la ignorancia, son por igual la causa de todos los vicios y aberraciones sexuales. La masturbación, la pederastia y el satirismo, etc. son los resultados de la opresión y de la privación amorosa.
Libertad del amor
Para proporcionar el bienestar a los individuos y hacer desaparecer la depravación de las costumbres actuales, es necesaria la libertad del amor. En donde no hay libertad, no hay, no puede haber ni dicha ni armonía. Todo ser debe satisfacer libremente sus necesidades si quiere desenvolver y expansionar su individualidad. Por esto es por lo que los anarquistas aspiramos a la libertad, como el sólo medio capaz de facilitar el bienestar.
Nosotros decimos, pues, que los amantes deben unirse libremente, cuando mutuamente sea aprobado por su deseo (sentimental o carnal). Ellos no deben preocuparse de avisar a nadie para que les dé su consentimiento, pues su dicha personal depende de su voluntad. Un individuo consciente no puede aceptar ser el esclavo de los principios, de las opiniones o de los prejuicios de sus vecinos.
Los individuos pueden desunirse tan pronto como uno de los dos (o los dos) lo juzguen necesario. El amor cuando ha desaparecido nadie puede obligar al individuo a ir contra su deseo de ser dichoso, el cual le lleva en busca de una nueva afección.
Poligamia y monogamia
Los moralistas nos objetan que la libertad redundaría en costumbres licenciosas, y que las relaciones sexuales degenerarían rápidamente en una brutal y grosera promiscuidad, y lo evidente es que con la práctica de la libertad amorosa, eso no sería posible, debido a la elevación continua de cada uno. Las pasiones brutales de hoy son, como se tiene visto, las consecuencias de prejuicios morales, las cuales desaparecerán con el alcoholismo, la privación sexual, las barreras sociales entre individuos y la deplorable educación pornográfica actual.
Por otra parte, en la libertad del amor no se sobreentiende, de ninguna manera la obligación de mutaciones.
Precisa tener muy mala fe para pretenderla creer así. Sólo se separarán aquellos individuos cuando la unión no pueda concordarlos, lo que suprimirá esas familias tan numerosas en las que es imposible la cordialidad entre los cónyuges, llevando por ello una existencia de querellas y muchas veces de golpes.
Además, las condiciones de la unión libre son más propicias, pues no teniendo en cuenta ninguno las conveniencias sociales, no estando aliados por la cuestión económica, cada uno elegirá conforme a lo que juzgue capaz de proporcionarle la felicidad.
Partidarios de la libertad, no vemos ningún inconveniente en eso de que las parejas vivan unidas diez años, más, toda la vida. Las parejas se formarán y serán estables y duraderas, porque ellas se harán exclusivamente basadas sobre las afinidades de los seres.
La libertad del amor no implica de ninguna manera la desaparición de los sentimientos. El anarquista no va únicamente a la busca de efímeras y fugitivas satisfacciones carnales. Por su naturaleza misma el sentimiento amoroso lleva al individuo al deseo y a la preferencia en primer lugar y a la adhesión después, es decir, a la forma de asociación monogámica, sólo susceptible de dar a los amantes la dicha completa: sexual y moral.
Nosotros no debemos considerar a la mujer como a un simple instrumento de voluptuosidad, y sí, como a la compañera afectuosa, compartiendo nuestra vida, nuestras aspiraciones, nuestras penas y nuestras alegrías.
Aberraciones del sentimiento
Frecuentemente presenciamos, hoy día, actos irracionales entre los amantes separados o infieles, y estamos seguros de que sus violencias son engendradas por el prejuicio de propiedad sexual. Muchos hombres niéganle a la mujer el derecho de disponer de ellas, afirmando brutalmente su pretendido derecho de posesión masculina.
Estas salvajadas no son de ninguna manera la consecuencia del amor, son la de los prejuicios de que los hombres han vivido rodeados en las edades de barbarie y de ignorancia, produciendo esas represalias llamadas pasionales. Lo que importa es elevarse a una concepción menos grosera del amor, y buscar los goces profundos e intensos que resultan de la atracción amorosa. Si un amante sufre el abandono de aquel a quien ama ¿qué hay que hacerle? Aquel que no le ama no puede por lo tanto "oprimirse" hasta el extremo de fingir una ternura que no siente, y renunciar a los goces de un amor eventual. Lo más cuerdo es luchar contra el sufrimiento para abandonarlo.
No se puede obrar contra el sentimiento, a él no se le manda, no pudiendo nada las leyes contra él, escapa, por lo tanto, al razonamiento y a. la voluntad. Por esto, es por lo que nosotros repetimos: La libertad es la sola solución susceptible de dar a los individuos el máximum de dicha posible y al mismo tiempo el mínimum de sufrimientos y de penas.

LA PROCREACIÓN
El deber de la procreación
El amor que llega a la reproducción de la especie, le es necesario de examinar, en tal caso, la cuestión de la procreación.
Los anarquistas negamos toda idea de deber, puesto que somos adversarios de toda moral, luego, estamos ciertos de que dentro de nuestra manera de pensar la procreación no podrá ser considerada como un deber o una obligación.
Los que se dicen partidarios de la repoblación, por ellos está muy lejos de ser adquirida. ¿Para qué hacer tan numerosos hijos? Para que ellos sean de los explotados como nosotros, y que vengan alternando, siendo carne de patrón, de metralla, de prisión o de lupanar.
Procreación voluntaria
La limitación de los nacimientos aporta un verdadero alivio en favor del proletariado y de la revolución. Ella disminuye el ajetreo de una situación frecuentemente precaria, así en los apuros pecuniarios como en la inseguridad y el desasosiego del mañana. Además, ella da a la mujer la posibilidad de gustar de los goces de la existencia, y de no ser la paridora mercenaria, esclava del hogar y de la familia.
La maternidad voluntaria hace desaparecer el temor que emponzoña los más bellos amores. La mujer podrá darse libremente al hombre y saborear los goces del amor, sin tener que reducirse a las condiciones de vida tan dolorosas que la sociedad reserva a aquellas que los burgueses bautizan con el menospreciado nombre de "amas de cría". La procreación entraña también para el hombre una responsabilidad en la que no debiera incurrir tan a la ligera.
Al lado de estas ventajas individuales (las suficientes para justificar nuestra tesis) existen otras consideraciones interesantes. No procreando más que un número limitado de hijos, en las mejores condiciones de higiene y de salud, puede entreverse la preparación de generaciones menos decaídas, menos deterioradas, menos degeneradas y menos fáciles de esclavizarlas y de avasallarlas como a nosotros se nos esclaviza y se nos avasalla.
No formar más que seres sanos, normales, conscientes, esto es, cumplir con una obra social fructífera.
La familia
Los anarquistas combatimos con razón la institución de la familia, consecuencia de la legalidad burguesa que perpetua por la herencia el capital y la propiedad, contribuyendo a la existencia de las iniquidades sociales.
La familia autoritaria y legal es opresiva para el individuo, al cual le impone su solidarismo estrecho y mezquino, su carácter rutinario y burgués, conviniéndole ensanchar el espíritu familiar, incompatible con nuestros deseos de libertad y de asociación, dentro del compañerismo y de la afección.
Como se comprenderá por lo dicho más arriba, la procreación libre no implica la renunciación en absoluto a la maternidad, lo cual parece ser anormal y tener sus consecuencias patológicas.
Es por el contrario, interesante, siempre que se pueda, en las mejores condiciones, procrear y criar algunos pequeños seres y ponerlos aptos por una educación libertaria para obrar y luchar eficazmente contra la sociedad actual y sus prejuicios.
La procreación consciente y la educación racional de la familia libertaria, permitirán el crear, no individuos débiles y resignados, sino hombres fuertes y manumitidos, firmemente anarquistas, en el seno de la malvada organización social.

RESUMEN
Se comprenderá que no hemos tenido la pretensión de hacer en estas pocas páginas la resolución de una cuestión tan compleja y tan delicada como lo es la cuestión femenina y sexual.
Hemos, sencillamente intentada indicar, a grandes rasgos, lo apasionado de este problema, probando dentro de este trabajito de propaganda, el demostrar aquella dirección en que debían orientarse los esfuerzos de los hombres y de las mujeres ávidas de la dicha y de la libertad.
Nos consideraríamos dichosos con haber podido, por este breve y rápido trabajo, conducir alguno de nuestros lectores a una reflexión provechosa. En obras más documentadas encontrarán todos los elementos indispensables que le permitirán adquirir una concepción personal.
Al objeto de la limitación de los nacimientos les será interesante de consultar las publicaciones que indican los medios prácticos y científicos de evitar el embarazo.
Todo ser consciente debe conocer, de aquí en adelante los procedimientos que le permitan librarse a su gusto de la procreación no deseada.
Nosotros resumiremos repitiendo:
La mujer debe ser libre
Ella debe rebelarse contra la esclavitud económica, debiendo trabajar para destruir las instituciones, y los prejuicios de la sociedad actual, propiedad, salariado, leyes, etc., por la educación revolucionaria y la práctica de la vida y la acción anarquista.
El amor debe ser libre
Los individuos deben manumitirse de las necias formalidades y de morales imbéciles debiendo sólo tener en cuenta su deseo y su voluntad, sin ocuparse de la opinión de funcionarios civiles ni eclesiásticos o de sus parientes. El amor no tiene nada común con la prostitución, sea la de la esclavitud de la acera, o la de la alcoba conyugal.
La procreación debe ser libre
Los amantes no deben, pues, ignorar los medios de evitar las familias numerosas. Ellos podrán, poniéndolos en práctica, disminuir su miseria material y dar los hijos que puedan ser hombres sanos y revolucionarios conscientes.

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