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31 de octubre de 2011

La CNT analiza la España de 1975

Pegatina griega pidiendo libertades democráticas para España, Grecia, 1975 (Archivo La Alcarria Obrera)

En el mes de agosto de 1975 se celebró un nuevo congreso intercontinental de Federaciones Locales de la CNT española en el exilio. En esos días, la crisis del régimen franquista, aún más decrépito que el propio dictador, y el anuncio de profundos cambios políticos eran secretos por todos conocidos. Los diferentes grupos y corrientes de oposición a la vieja tiranía del general Franco se preparaban para un futuro que ya era inminente y que no tardó en llegar. El congreso de la CNT del exilio trató en su Orden del Día una ponencia titulada "Posición de la CNT ante el presente y futuro de España", para cuyo debate se presentó un breve estudio del contexto español de aquel tiempo que ahora reproducimos en su integridad. 

La sociedad española del presente no es la de hace cuarenta años. De una vida social marcada por la preponderancia del sector agrario y el caciquismo, con su carácter feudal, hemos pasado a una fase de desarrollo económico rápido.
El crecimiento acelerado de la economía española ha podido contar durante, los últimos 20 años con las enormes inversiones extranjeras, con los ingresos colosales del turismo y de la emigración económica. Para una parte de la clase obrera, dicho desarrollo económico ha significado, en cierto modo, el fin de la miseria material de los años negros de la postguerra, así como el acceso, aunque sea a costa de pluriempleo, a los espejismos e ilusiones de la “sociedad de consumo” o, mejor dicho, la “sociedad de despilfarro”.
Pero el propio motor del desarrollo económico español, que es la posibilidad de echarle mano a una fuente extraordinaria de divisas, es el motivo de su gran vulnerabilidad: multiplicándose las inversiones se ha ido aceptando, como una necesidad, el equilibrio permanente de la balanza comercial contando con aportaciones extranjeras que se pudieran considerar automáticas y prácticamente eternas para equilibrar la balanza de pagos.
En esta vida económica frágil, basada en la constante aceleración de las inversiones y carente de cimientos seguros, los actuales reajustes de los sistemas económicos capitalistas pueden causar verdaderas catástrofes. Sería ilusorio creer que si en toda Europa Occidental se manifiestan síntomas de recesión, los turistas franceses, alemanes, etc. seguirán gastándose francos y marcos en las costas españolas. Sería ilusorio creer que en el mismo momento en que se generaliza y se acentúa el paro forzoso, los obreros españoles podrán seguir trabajando en Suiza y Alemania. Y se ve claramente que la economía española no podría evitar la bancarrota si mañana la actual “crisis” se amplifica de tal forma que los turistas se queden en sus respectivos países y que regresen el millón y medio de trabajadores que se ganan la vida en el extranjero.
Hoy día una economía puramente nacional no se puede concebir, impera la economía mundial mediatizada por las sociedades multinacionales. Como todas, la economía española está estrechamente vinculada al capitalismo internacional, aunque deseara estarlo más aun en la perspectiva de su posible bancarrota, ya que su única salvación estaría, en este caso, en la solidaridad internacional capitalista.
Pero el obstáculo mayor para esa integración completa de España al concierto europeo, es decir, el Mercado Común, por ejemplo, sigue siendo político. Si el capitalismo se ha desarrollado y vitalizado en estos últimos lustros, no es menos cierto que en el terreno político una evolución lenta se ha ido produciendo, que ha marginado poco a poco, el ala más reaccionaria de la clase política española. Los “vencedores” del 39 ya no ostentan solos el poder. En el discurrir de los años los han ido sustituyendo tecnócratas y personalidades más o menos neutras políticamente, por ejemplo, en un momento dado los opus-deístas. Hasta hoy, sin embargo, estos cambios carecían de espontaneidad, porque se situaban estrictamente dentro del aparato represivo y la estructura política del régimen de Franco.
Mañana no será así. España, según el parecer de la tecnocracia, tiene que dotarse de su sistema social y político adaptándose a las necesidades del desarrollo de su economía. Y lo que más necesita la economía capitalista es un Estado liberal de tipo socialdemócrata, del que desaparece toda implicación ideológica e impere la sólida pragmática del dinero.
En este trance está hoy la clase política española: ¿Cómo será posible transformar la sociedad fascista en una sociedad social democrática, sin verse desbordada por una ala renovadora y revolucionaria?
La posibilidad de una cuartelada a lo portugués es aleatoria y aunque posible -pensemos las ambiciones turbias de generales en acecho-, sigue siendo por ahora una hipótesis.
Lo que no es nada hipotético es que en el propio poder franquista hay quien se manifiesta a favor de la “liberalización”. El discurso 12 de febrero, a pesar de que nadie se lo ha tomado en serio, es importante: demuestra el deseo de un cambio de fachada del régimen. Y poco a poco, una serie de medidas más o menos oficiales van cambiando las apariencias de la sociedad española.
El ejemplo más claro de esta tendencia se tiene en la prensa, en la que pueden verse las manifestaciones de las diferentes corrientes políticas incluyendo socialistas y comunistas, instrumentos de recambio en manos del sector más dinámico del capitalismo español. Si se prohíbe aún, de vez en cuando, un periódico o una revista, es porque la lucha no ha acabado y el neo-capitalismo español no ha conseguido derrocar por completo el viejo aparato franquista, que históricamente está completamente condenado. Los ultraderechistas tienen hoy día que limitarse a ser una fuerza de maniobra paramilitar en manos de la policía.
Así está la paradoja de la sociedad española del presente: económica y políticamente ha emprendido una evolución hacia un tipo de sociedad socialdemócrata, pero su policía sigue martirizando al pueblo vasco especialmente y a los demás pueblos de España en general y sus tribunales siguen condenado a los revolucionarios. Claro que la paradoja es sólo aparente, ya que a nadie se le escapara que los socialdemócratas temen, tanto o más, a los revolucionarios como a los propios fascistas.
La socialdemocracia en su sistema sutil de gobierno que propone un contrato tácito entre todas las corrientes políticas para que, respetando la estructura político-social, puedan someterse a un pretendido veredicto popular. En seguida se ve el provecho que puede sacar el capitalismo de este sistema: la lucha se ciñe a unas cuantas escaramuzas parlamentarias y los verdaderos problemas quedan soslayados. En la sociedad liberal, el gobierno y su oposición oficial, tolerada o suscitada, están de acuerdo en algo: la aceptación de la regla del juego de esta propia sociedad liberal. Por consiguiente, el capitalismo, que se desarrolla gracias a la sociedad liberal, no puede ser eliminado y mucho menos, por una oposición parlamentaria.
Hoy, en España, el mayor postulante a dicho papel de oposición legal y, por ende, contrarrevolucionario, es el partido comunista: su actuación en y con la “Junta Democrática”, descarada alianza con el gran capital, y en las elecciones sindicales de la CNS, lo demuestran, está clara la maniobra; hoy se introduce en el sindicato fascista, mañana nos dirá que éste es realmente representativo de la clase obrera española; (mediante algunas transformaciones, en sus manos la CNS podría convertirse en el sindicato único de la sociedad liberal, ahogando bajo su peso y estructura las voces sindicalistas revolucionarias auténticas).
Si el PCE y el partido socialista aceptan ya completamente el futuro “capitalismo liberal”, no es menos cierto que algunos supuestos libertarios siguen el mismo camino. Sin entrar en demasiados detalles acerca de quiénes son los animadores en esta corriente “posibilista”, es preciso señalar que, si sus planes de entrega de la CNT al capital de Estado pudieran llevarlos a la práctica, lo que le será totalmente imposible como en el pasado ya les ha sido, el anarcosindicalismo se convertiría de inmediato, entre sus manos, en la corriente reformista y sindicalera principalmente dedicada a la propaganda anticomunista.
Tal es, pues, a grandes rasgos, la situación actual de España, que queda plasmada aquí, y reflejada en las conclusiones del dictamen que reafirmamos.
La CNT sigue y seguirá combatiendo al Estado, sea éste fascista, socialdemócrata o de cualquier otro matiz.
La CNT, que más allá del simple sindicato es una organización revolucionaria y emancipadora y que, por consiguiente, jamás aceptará fundirse en un sindicato unitario, incoherente y estéril, propone la construcción de una sociedad en la que se ajuste a la producción a las necesidades del consumo; una sociedad sin clases, sin jefes y sin lideres. El instrumento de esta transformación es la CNT, forjadora de la sociedad comunista libertaria.
La CNT sigue y seguirá combatiendo el capitalismo, sea éste privado o estatal, porque el capital significa explotación del hombre por el hombre.
El objetivo de la CNT se puede resumir en un solo punto: que en el período de la revolución los trabajadores, los productores y todas las riquezas, se auto organicen desde los sindicatos, en las fábricas y talleres, campos y barrios y que mediante asambleas generales, libres y libremente federadas entre sí, edifiquen ellos mismos una sociedad a su sentir, libre de explotación y dominación.
Mediante la acción directa, queremos llevar a cabo una lucha global contra todas las formas de opresión.
Ayer, hoy, luchamos contra Franco y su régimen y su policía. Mañana lucharemos contra el pos-fascismo y contra un posible estado socialdemócrata. No hay ni puede haber tregua. El hombre sigue siendo esclavo. Ayer del verdugo, de la autoridad, mañana de la producción alienada. Lo que queremos es lograr la total y completa emancipación, la de todos los seres humanos.
Los organismos representativos y calificados cuidaran, con los concursos y colaboraciones adecuadas que se estimen necesarios, de preparar la militancia para afrontar futuros acontecimientos.

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