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7 de diciembre de 2011

Mirbeau prologa La sociedad moribunda de Grave

En 1903 se imprimió en Francia La sociedad moribunda y la anarquía, una obra escrita por el anarquista francés Juan Grave, que al año siguiente ya estaba traducida al castellano por Enrique V. de Cárdenas y publicada por la editorial valenciana Sempere. Contaba con un hermoso prólogo de Octave Mirbeau (1848-1917), un eminente escritor y periodista muy influyente que estaba especialmente interesado en las vanguardias artísticas de su tiempo (colaboró con L'assiette au beurre y Camile Pisarro pintó varios óleos de su jardín particular), y estrechamente vinculado con el anarquismo. Individualista feroz, anticlerical militante y antimilitarista convicto y confeso, Mirbeau fue, según la descripción de Jean Paul Sartre, un autor "irrecuperable" para los bienpensantes de ayer y de hoy. Tantas veces acusado de panfletario, en este prólogo desmonta las objeciones a la anarquía de la burguesía de su tiempo. 

Tengo un amigo que demuestra muy buena voluntad para entender las cosas. Aspira naturalmente a cuanto es sencillo, grande y hermoso. Pero su educación, entorpecida por las preocupaciones y mentiras inherentes a toda educación llamada superior, sujeta casi siempre sus arranques hacia la emancipación espiritual. Quisiera libertarse por completo de las ideas tradicionales, de las seculares rutinas que le enligan el espíritu, a pesar suyo, y no puede. Viene a verme a menudo y departimos extensamente las doctrinas anárquicas, calumniadas por algunos, mal entendidas por otros; le dan que pensar, y demuestra honradez grande, concibiéndolas, aunque no las acepte por completo. No cree, como muchos de los que viven en su ambiente, que sólo consisten en volar edificios. Entrevé en ellas, entre una niebla que tal vez se disipará, formas armoniosas y bellezas que le interesan, como cosa querida, como cosa algo terrible que se teme porque no se la comprende bien.
Ha leído mi amigo los admirables libros de Kropotkine, las elocuentes y sabias protestas de Elíseo Reclus contra la impiedad de los gobiernos y de las sociedades basadas en el crimen. Conoce de Bakounine los artículos que han publicado los periódicos. Ha estudiado a Proudhon el desigual y a Spencer el aristocrático. Hace poco que le han conmovido las declaraciones de Etierant. Todo eso lo eleva momentáneamente hacia las alturas en que se purifica la inteligencia, pero vuelve, más perturbado que antes, de dar breves excursiones a través de lo ideal. Detienenle mil obstáculos, puramente subjetivos, piérdese en una infinidad de distingos y dudas, inextricable selva, de la cual me pide á veces que le saque.
Confiábame ayer de nuevo el tormento de su alma, y le dije:
Grave (cuyo espíritu varonil y juicioso conoce usted) va á publicar un libro: La sociedad moribunda y la anarquía; ese libro es una obra maestra de lógica y está llena de luz. No es el grito de un sectario ciego y de pocos alcances, ni el resonar del bombo de un propagandista ambicioso; es la obra mesurada, pensada, razonada, de un apasionado, de un hombre de fe, pero que sabe, compara, discute, analiza, y con rara clarividencia de crítico, evoluciona por entre los hechos de la historia social, las lecciones de la ciencia y los problemas de la filosofía, para deducir las conclusiones irrefragables que usted sabe, y cuya grandeza y justicia no puede negar.
Mi amigo me interrumpió con viveza:
Nada niego; comprendo efectivamente que Grave, cuyas ardientes campañas en La Révolte he visto, sueñe con la supresión del Estado, por ejemplo. Yo, que no tengo los atrevimientos de Grave, sueño también con ella. El Estado gravita sobre el individuo con peso más abrumador é intolerable cada día. Al hombre que enerva y embrutece lo convierte en carne de impuestos. Su única misión es vivir a su costa, como el parásito a costa del animal cuya sangre chupa. El Estado le quita al hombre el dinero, miserablemente ganado en la galera del trabajo; le roba la libertad, mermada a cada paso por la ley; en cuanto nace, mata sus facultades individuales, administrativamente, o las falsea, que viene a ser lo mismo. Tengo la convicción de que el Estado es verdaderamente doble criminal, ladrón y asesino.
En cuanto anda el hombre, le quiebra las piernas; en cuanto tiende los brazos, el Estado se los rompe; en cuanto se atreve a pensar, el Estado le coge el cráneo, y le dice: Anda, toma y piensa.
¿Y qué?, dije.
Mi amigo prosiguió:
En cambio, la Anarquía es la reconquista del individuo, la libertad de su desarrollo individual en un sentido normal y armónico. Puede ser definida con la frase siguiente: la utilización espontánea de todas las energías humanas, criminalmente derrochadas por el Estado. Ya lo sé... comprendo la causa de que toda una juventud artista y pensadora, la más selecta de nuestro tiempo, contemple impaciente ese amanecer esperado, en el cual se entrevé, no sólo un ideal de justicia, sino también un ideal de belleza.
¿Y qué?, interrogué de nuevo.
Que hay una cosa que me inquieta y me turba; el aspecto terrorista de la anarquía. Me repugnan los medios violentos, me horrorizan la sangre y la muerte, y quisiera que la anarquía aguardara su triunfo de la justicia del porvenir únicamente.
¿Pero cree usted – repliqué – que los anarquistas son bebedores de sangre? ¿No comprende usted toda la inmensa ternura, todo el inmenso amor a la vida que llena el corazón de Kropotkin? Esas son tristezas inseparables de todas las luchas humanas y de las cuales es imposible prescindir. ¿Quiere usted oír una comparación clásica? La tierra está seca; todas las plantas, todas las florecillas están abrasadas por sol ardoroso, persistente, mortal... se marchitan, se inclinan, se mueren... pero ennegrece el horizonte un nubarrón que adelanta y cubre el cielo. Estalla el rayo y corre el agua por la tierra. ¿Qué importa que las centellas hayan roto algunas encinas harto grandes, si las plantitas que se morían están ahora mojadas y frescas, yerguen sus tallos, mientras reviven las florecillas al recobrar el aire su tranquilidad? No hay que lamentar excesivamente la muerte de las encinas voraces. Lea usted el libro de Grave, que dice á este propósito cosas excelentes. Y si después de haber leído eso libro, en el cual se remueven y aclaran tantas ideas, si, después de haber meditado como merece obra de tanto alcance intelectual, no consigue usted adquirir una opinión estable y tranquila más le valdrá renunciar a ser el anarquista que puede usted ser, y seguir siendo el burgués, el impenitente burgués, el burgués a la fuerza que acaso es usted.

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