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9 de abril de 2012

Anarquía y comunismo científico, de N. Bujarin

Los debates entre anarquistas y marxistas, y muy especialmente con los comunistas, han llenado miles de páginas y han consumido miles de horas de discusiones. Unos y otros han expuesto sus argumentos, aunque en líneas generales los marxistas acusaban a los anarquistas de irreales, de soñadores que nunca podrían construir una nueva sociedad, de utópicos promotores de un mundo de ficción que jamás podía ser real. Los marxistas, a cambio, oponían lo que se suponía que era un método científico, basado en el rigor y el orden. Estas son las ideas que subyacen en el texto de Nicolai Bujarin que ahora presentamos. No dejan de resultar chistosas algunas de sus afirmaciones; sobre todo cuando dice que en la dictadura del proletariado la violencia sólo se dirige contra la burguesía (clase social a la que Bujarin debía pertenecer sin saberlo cuando fue ejecutado por orden de Stalin) o la que dice que las expropiaciones organizadas hacen casi imposible la rapiña y el beneficio personal (como comprobó personalmente con los privilegios que como miembro de la nomenklatura disfrutó por pura casualidad).

ANARQUIA Y COMUNISMO CIENTIFICO
A la ruina económica, a la decadencia de la producción, le acompaña innegablemente la decadencia de la sana psicología proletaria; y todo esto tendiendo a degradar al proletariado a las condiciones de plebe andrajosa, y transformando singulares elementos obreros ya activamente productivos en individuos desclasados, crea un terreno más o menos favorable a las tendencias anarquistas. A todo esto habría que agregar que los social-demócratas han nublado y confundido el problema de la anarquía, adulterando a Marx. En consecuencia, creemos necesario trazar la línea que separa al comunismo científico, marxista, de las doctrinas anarquistas.
Comencemos por el "objetivo final" nuestro y por el de los anarquistas. Según el modo corriente de exponer este problema, comunismo y socialismo presuponen la conservación del Estado, mientras que la "anarquía" elimina el Estado. "Partidarios" del Estado y "adversarios" del Estado: así se indica habitualmente el "contraste" entre marxistas y anarquistas.
Es necesario reconocer que no sólo los anarquistas, sino también los socialdemócratas en gran parte, son responsables de una semejante definición del "contraste". Las charlas sobre el "Estado del porvenir" y el "Estado del pueblo" han tenido mucha difusión en el mundo de las ideas y en la fraseología de la democracia. Algunos partidos socialdemócratas se esfuerzan, más bien, en acentuar siempre en modo especial su carácter "estatal". "Nosotros somos los verdaderos representantes de la idea del Estado", era la frase de la social-democracia austríaca. Semejantes concepciones no eran difundidas solamente por el Partido austríaco: ellas tenían en cierto modo curso internacional y lo tienen todavía hoy. en la medida en que los viejos partidos no han sido aún definitivamente liquidados. Y sin embargo esta "sabiduría de Estado" no tiene nada en común con la doctrina comunista-revolucionaria de Marx.
El comunismo científico ve en el Estado la organización de la clase dominante, un instrumento de opresión y de violencia, y es por este criterio que no reconoce un "Estado del porvenir". En el futuro no habrá clases, no habrá ninguna opresión de clase, y por tanto ningún instrumento de esta opresión, ninguna violencia estatal. El "Estado sin clases" -concepto en torno al cual pierden la cabeza los socialdemócratas- es una contradicción en términos, un sin sentido, un término usado abusivamente, y si esta concepción forma el alimento espiritual de la socialdemocracia, los grandes revolucionarios Marx y Engels no tienen en verdad ninguna culpa.
La sociedad comunista es por lo tanto una sociedad sin Estado. Si es así -y es así sin duda- ¿en qué consiste en realidad la distinción entre anarquistas y comunistas marxistas? ¿Desaparece por tanto la distinción, al menos cuando se examina el problema de la sociedad futura y del "fin último"?
No, la distinción existe; pero ella se encuentra en otra dirección, y se la puede definir como distinción entre la producción centralizada en grandes haciendas y la pequeña producción descentralizada.
Nosotros los comunistas, creemos que la sociedad futura no sólo se debe liberar de la explotación del hombre, sino que debería conseguir la mayor independencia posible del hombre respecto a la naturaleza exterior, que redujera al mínimo "el tiempo de trabajo socialmente necesario", desarrollando al máximo las fuerzas productivas sociales y la misma productividad del trabajo social.
Por ello nuestro ideal es la producción centralizada y metódicamente organizada en grandes haciendas, y, en último análisis, la organización de la economía mundial entera. Los anarquistas en cambio dan la preferencia a un tipo de relación de producción completamente distinto: su ideal está constituido por pequeñas comunas, las cuales por su estructura no pueden gestionar ninguna gran hacienda, pero estrechan entre ellas "acuerdos" y se unen mediante una red de libres contrataciones. Está claro que tal sistema de producción desde el punto de vista económico es más similar al de las comunas medievales. que no al modo de producción que está destinado a sustituir al capitalista. Pero este sistema no es solamente retrógrado; es también utópico en grado sumo. La sociedad futura no se genera de la nada, ni la traerá un ángel hecha del cielo. Ella surge del seno de la vieja sociedad, de las relaciones creadas por el gigantesco aparato del capital financiero. Cualquier nuevo ordenamiento es posible y útil, sólo si se da un ulterior desarrollo a las fuerzas productivas del ordenamiento que está por desaparecer.
Un desarrollo ulterior de las fuerzas productivas es naturalmente pensable sólo como continuación de la tendencia a la centralización del proceso productivo, como una intensificada organización de la "administración de las cosas", la cual tome el puesto del desaparecido "ordenamiento de los hombres".
Ahora bien -responderán los anarquistas- la esencia del Estado consiste justamente en la centralización, y ya que vosotros conserváis la centralización de la producción, debéis conservar también el aparato estatal, el poder de la violencia; en definitiva las "relaciones autoritarias".
Esta respuesta es inexacta, porque presupone una concepción del Estado no científica, sino totalmente infantil, El Estado, precisamente como el capital, no es un objeto, sino una relación entre hombres, más exactamente, una relación entre las clases sociales. Es la relación de clase que hay entre quien domina y quien es dominado. La esencia del Estado consiste precisamente en esta relación.
Si esta relación cesa, el Estado deja de existir. Reconocer en la centralización un rasgo característico del Estado es cometer el mismo error de aquellos que consideran los medios de producción como capital. Los medios de producción se transforman en capital solamente cuando constituyen un monopolio en manos de una clase y sirven para la explotación de otra clase sobre la base del trabajo asalariado, es decir, cuando estos medios de producción expresan la relación social de la opresión y de la explotación económica de clase. Por sí mismos, los medios de producción son cosas admirables, son los instrumentos de lucha del hombre contra la naturaleza. Se comprende entonces que en la sociedad futura éstos no sólo no desaparecerán, sino que por primera vez ocuparán el lugar que les corresponde.
Sin embargo, ha habido un período de tiempo en el movimiento obrero en el cual los trabajadores no tenían todavía clara la diferencia entre la máquina, como medio de producción y la máquina como capital, esto es, como medio de opresión.
Y, no obstante, en aquel tiempo los obreros no tendían a eliminar la propiedad privada de las máquinas, sino a destruir las máquinas mismas, para retornar a los primitivos instrumentos de trabajo manuales.
Análoga a ésta es la posición que los anarquistas "que tienen una conciencia de clase" asumen con respecto a la centralización de la producción. Como ven que la centralización capitalista es un medio de opresión, en su simplicidad protestan contra toda centralización productiva en general: su infantil ingenuidad confunde la esencia de una cosa con su forma externa social e histórica.
Entonces, la distinción entre nosotros los comunistas y los anarquistas en lo referente a la sociedad burguesa, no está en que nosotros estemos por el Estado y ellos contra el Estado sino más bien en que nosotros estamos por la producción centralizada en grandes haciendas, aptas para desarrollar al máximo las fuerzas productivas mientras que los anarquistas están por una pequeña producción descentralizada, que no puede aumentar sino sólo disminuir el nivel de estas fuerzas productivas.
La segunda cuestión esencial que separa a los comunistas de los anarquistas es la actitud frente a la dictadura del proletariado. Entre el capitalismo y la "sociedad futura" hay un período entero de lucha de clases, el período en el cual serán desarraigados los últimos restos de la sociedad burguesa y se rechazarán los ataques de clase provocados por la burguesía -que ya ha caído, pero que todavía se resiste-. La experiencia de la Revolución de Octubre ha demostrado que la burguesía, inclusive después de ser puesta "con la espalda contra el suelo", usa todavía de los medios que le quedan para luchar contra los obreros, y que en último término se apoya en la reacción internacional, de tal modo que la victoria final de los obreros sólo será posible cuando el proletariado haya liberado a todo el mundo de la canalla capitalista, y haya sofocada completamente a la burguesía.
Por ello, es del todo natural que el proletariado se sirva de una organización para su lucha. Cuanto más vasta, fuerte y sólida sea esa organización, tanto más rápidamente se alcanzará la victoria final. Tal organización transitoria es el Estado proletario, el poder y el dominio de los obreros su dictadura.
Como todo poder, también el poder de los proletarios es una violencia organizada. Como todo Estado, también el Estado proletario es un instrumento de opresión. No es necesario sin embargo tratar de manera tan formal la cuestión de la violencia. Tal sería el modo de concebir de un buen cristiano, de un tolstoyano, pero no de un revolucionario. Al pronunciarse sobre la cuestión de la violencia en sentido afirmativo o negativo, es necesario ver contra quién es empleada la violencia. Revolución y contrarrevolución son en igual medida actos de violencia, pero desistir por este motivo de la revolución sería una tontería.
El mismo planteamiento se puede hacer para la cuestión del poder y la violencia autoritaria del proletariado. Esta violencia es por cierto un medio de opresión, pero usado contra la burguesía. Ello implica un sistema de represalias, pero también estas represalias van a su vez dirigidas contra la burguesía. Cuando la lucha de clases llega al punto de máxima tensión y se convierte en guerra civil, no se puede estar hablando de la libertad individual, sino que se debe hablar de la necesidad de reprimir sistemáticamente a la clase explotadora.
El proletariado debe escoger entre dos cosas: o aplastar de modo definitivo a la burguesía derrotada y defenderse de sus aliados internacionales, o no hacerlo. En el primer caso debe organizar este trabajo, conducirlo de modo sistemático, extenderlo hasta donde lleguen sus fuerzas. Para hacer esto el proletariado necesita a toda costa una fuerza organizada. Esta fuerza es el poder estatal del proletariado.
Las diferencias de clase no se borran del mundo con un trazo de pluma. La burguesía no desaparece como clase después de haber perdido el poder político. De igual modo, el proletariado es siempre proletariado, incluso después de su victoria.
Sin embargo, éste ya ha tomado su posición de clase dominante. Debe mantener esta posición o fundirse de inmediato con la masa restante, que le es profundamente hostil. Así se presenta históricamente el problema y no puede ser resuelto de dos maneras distintas. La única solución es ésta: como fuerza propulsora de la revolución, el proletariado tiene el deber de mantener su posición de dominador hasta que haya logrado convertir a su imagen a las demás clases. Entonces -y sólo entonces-, el proletariado deshace su organización estatal y el Estado "se extingue".
Con respecto a este período de transición, los anarquistas asumen una posición distinta, y la diferencia entre nosotros y ellos se resuelve efectivamente en el estar por o contra el Estado común proletario, por o contra la dictadura del proletariado.
Todo poder, más bien el poder general, es para los anarquistas inaceptable en cualquier circunstancia, porque es una opresión, incluso si se ejerce contra la burguesía. Por esto en el actual período de desarrollo de la revolución, los anarquistas se unen a la burguesía y a los partidos colaboracionistas en el lanzar gritos contra el poder del proletariado. Cuando los anarquistas gritan contra el poder del proletariado cesan de ser los "izquierdistas" o los "radicales" como habitualmente son llamados; al contrario, se convierten en malos revolucionarios, que no quieren dirigir contra la burguesía una lucha de masas organizada y sistemática. Renunciando a la dictadura del proletariado, se privan del arma más válida para la lucha; combatiendo contra esta dictadura desorganizan las fuerzas del proletariado, le arrancan el arma de las manos y, objetivamente, prestan ayuda a la burguesía y a los social-traidores, agentes de ésta.
El concepto fundamental que explica la posición de los anarquistas frente a la cuestión de la sociedad futura y su actitud ante la dictadura del proletariado es fácilmente detectable: consiste en su aversión -por así decir de principio-, al método de la acción de masas sistemática y organizada.
De la teoría anarquista se deduce que el anarquista consecuente debe ser contrario al poder soviético y combatirlo. Pero dado que tal actitud seda evidentemente absurda para los obreros y campesinos, no hay muchos anarquistas que extraigan esta consecuencia de sus postulados, sino más bien al contrario, hay anarquistas plenamente satisfechos de sentarse en el órgano supremo legislativo y ejecutivo del poder estatal del proletariado, es decir, en el Comité Ejecutivo Central del Soviet.
Es evidente que ésta es una contradicción un abandono del genuino punto de vista anarquista. Pero se entiende que los anarquistas no puedan tener un especial amor por los Soviets. En el mejor de los casos solamente "los aprovechan" y están siempre dispuestos a desorganizarlos. De este planteamiento surge otra diferencia práctica bastante profunda: para nosotros la tarea principal consiste en dar una base lo más amplia posible al poder de las organizaciones proletarias de masas -a los Consejos Obreros-, en reforzarlos y en organizarlos; mientras que los anarquistas deben impedir conscientemente este trabajo.
También son profundamente divergentes nuestros caminos en el terreno de la praxis económica durante el período de la dictadura del proletariado. La condición fundamental para la victoria económica sobre el capitalismo consiste en evitar que la "expropiación de los expropiadores" no degenere en un reparto, aunque sea en partes iguales. Toda repartición produce pequeños propietarios, pero de la pequeña propiedad resurge la gran propiedad capitalista, y así la repartición de la posesión de los ricos lleva necesariamente al renacimiento de la misma clase de "ricos".
La tarea de la clase obrera no consiste en efectuar una repartición favorable a la pequeña burguesía y él la plebe harapienta, sino en la sistemática y organizada utilización social y colectiva de los medios de producción a expropiar', y esto, a su vez, solamente es posible en el caso en que la expropiación sea llevada a término de modo orgánico, bajo el control de las instituciones proletarias; en caso contrario la expropiación adquiere un carácter abiertamente desorganizador y fácilmente degenera en una simple "apropiación" por parte de personas privadas de aquello que debería ser propiedad social.
La sociedad rusa -y especialmente la industria y la producción agrícola-, atraviesan por un período de crisis y ruina total. No sólo la evidente destrucción de las fuerzas productivas, sino también la colosal desorganización de todo el aparato económico son la causa de estas dificultades tremendas. Por ello los obreros se deben preocupar, ahora más que nunca, de hacer exactamente el inventario y el control de todos los medios de producción, casas, productos de consumo requisados, etc. Un control semejante sólo es posible en el caso de que la expropiación se cumpla no por personas o grupos privados, sino por los órganos del poder proletario.
Expresamente no hemos polemizado con los anarquistas como si ellos fueran delincuentes, criminales, bandidos, etc. Para los obreros lo importante es comprender lo pernicioso de su doctrina, de la cual se deduce una praxis dañina.
El centro de la argumentación no puede consistir en una polémica superficial. Pero todo lo que se ha dicho hasta ahora explica por sí mismo por qué son justamente los grupos anarquistas quienes generan rápidamente grupos de "expropiadores" que expropian para sus propios bolsillos y por qué la delincuencia se reúne en torno a los anarquistas mismos.
Siempre y por todas partes se encuentran elementos turbios que explotan la revolución con fines de enriquecimiento personal. Pero donde la expropiación actúa, bajo el control de organismos de masas es mucho más difícil que se dé la situación de lucro personal.
En cambio, cuando por razones de principio se evita tomar parte en acciones de masas organizadas, y se sustituye a éstas por acciones de grupos libres "que deciden por sí mismos", "autónoma e independientemente", se crea el mejor terreno para "expropiaciones" tales que no se diferencian teórica ni prácticamente de las gestas de un vulgar salteador callejero.
El lado peligroso de las expropiaciones individuales, de las confiscaciones, etc., no consiste sólo en el hecho de que frenan la creación de un aparato de producción, distribución y control; sino que consiste también en el hecho de que estos actos desmoralizan completamente y restan conciencia de clase a los hombres mismos que los cumplen, los desacostumbran del trabajo común con los compañeros y de las exigencias de la voluntad colectiva, y sustituyen estos sentimientos por el arbitrio de un grupo singular o inclusive de un singular "individuo libre".
La Revolución obrera tiene dos vertientes: la de la destrucción y la de la creación o reconstrucción. El lado destructivo se revela sobre todo en la destrucción del Estado burgués. Los oportunistas socialdemócratas afirman que la conquista del poder por parte del proletariado no significa en absoluto la destrucción del Estado capitalista; pero una "conquista" semejante existe sólo en la cabeza de algunos individuos. En realidad la conquista del poder por parte de los obreros no puede realizarse más que destruyendo el poder de la burguesía.
En esta obra de destrucción del Estado burgués los anarquistas pueden cumplir un trabajo positivo, pero son orgánicamente incapaces de crear un "mundo nuevo"; y por otra parte, después de la conquista del poder por parte del proletariado, cuando el trabajo más urgente es el de construir el socialismo, entonces los anarquistas cumplen una misión casi exclusivamente negativa, perturbando esta construcción con sus salvajes y desorganizadoras acciones.
Comunismo y revolución comunista, he aquí la causa del proletariado, de la clase activamente productiva, por el mecanismo de la gran producción. Todos los otros estratos de las clases pobres pueden volverse agentes de la Revolución comunista sólo en cuanto se pongan a la retaguardia del proletariado.
La anarquía no es la ideología del proletariado, sino la de los grupos que están desclasados, inactivos, separados de todo trabajo productivo: es la ideología de una plebe de mendigos ("Iumpenproletariado") categoría que se recluta entre proletarios, burgueses arruinados, intelectuales decadentes, campesinos rechazados de su familia y empobrecidos; un conjunto de gente que no es capaz de crear nada nuevo, ningún valor, sino solamente de apropiarse de aquello de lo que se han adueñado mediante las "confiscaciones". Este es el fenómeno social de la anarquía.
La anarquía es el producto de la desintegración de la sociedad capitalista. La característica de esta miseria la provoca la disolución de los vínculos sociales, la transformación de gente que en un tiempo era miembro de una clase en "individuos" atomizados, que no dependen ya de clase alguna, que existen para "sí mismos", que no trabajan y que para conservar su individualismo no se subordinan a ninguna organización. Esto es la miseria producida por el bárbaro régimen capitalista.
Entonces, una clase tan sana como la de los proletarios no puede dejarse infectar por la anarquía. Sólo en caso de disgregación de la misma clase obrera puede emerger a uno de sus polos la anarquía, como síntoma de enfermedad. Y la clase obrera, luchando contra su disolución económica, debe también luchar contra su disolución ideológica, producto de la cual es la anarquía.

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