El Partido Progresista, heredero de los exaltados del Trienio
Constitucional, unió su suerte al trono de Isabel II, a pesar de los desdenes
repetidos y del evidente desafecto de la reina y su madre hacia el partido y
hacia alguno de sus más destacados dirigentes, como Baldomero Espartero. La
ingratitud de la corona no erosionó el apoyo de los progresistas hacia el
régimen isabelino y hacia la monarca, mientras uno y otra se mantuvieron dentro
del marco del liberalismo. Sin embargo, después de la caída de la Unión Liberal
de Leopoldo O’Donnell, la monarquía isabelina inició una deriva hacia el
autoritarismo que dejó sin margen de actuación al partido progresista. En los
procesos electorales de 1863 y posteriores los candidatos y líderes del partido
optaron por el retraimiento ante la falta de garantías de limpieza en el proceso
electoral, como se muestra en el texto que ahora añadimos, en el que el Comité
Central progresista se ratifica en su ausencia de los comicios, posición que es
apoyada expresamente por el general Baldomero Espartero que, en el último párrafo
de su respuesta, avanza que la actividad insurreccional iba a ser la estrategia
de la oposición liberal y democrática al autoritarismo de Narváez y González
Bravo.
MANIFIESTO DEL
COMITÉ CENTRAL PROGRESISTA
Al partido progresista.
La nación
española, grande por sus glorias y libre por sus tradiciones, fue en 1863
convocada para asistir á una de esas luchas políticas en que la elección por
distritos, los grandes electores y
la impunidad permanente, bastardean el régimen constitucional, unciendo nuestra
grandeza y libertad al carro de la teocracia. En presencia de farsa tan
repetida, el antiguo Comité Central aconsejó á nuestros correligionarios el
retraimiento; y su voz, inspirada por el santo amor de la patria, por el más
puro respeto á la dignidad política y por el firme propósito de que los escépticos
luchen solos con la reacción, fue unánimemente acogida por cuantos profesan el gran principio de la Soberanía Nacional.
Disueltas
las Cortes y convocados nuevamente los comicios, el antiguo Comité Central
resignó los poderes, proponiendo á su leal partido la elección de otra junta más
numerosa para decidir la actitud conveniente en la próxima farsa electoral de 1864.
El partido progresista ha seguido tan saludable consejo; y hoy su nuevo Comité Central,
nacido del sufragio más libre, y constituido según las prácticas más puras, va
á manifestar su opinión después de haber discutido amplia, tranquila y
solemnemente la cuestión de retraimiento.
Empero antes
de trasmitirla, el Comité Central cree justo recordar el heroico esfuerzo que
la última minoría progresista hizo en el Congreso para prevenir el descrédito
en que la influencia moral hace caer al sistema representativo, para contener á
la teocracia en su triunfal carrera, para cerrar el repugnante mercado de las
conciencias, y poner, ora clara y explícita, ora reticente é insinuativa, los
ojos de la patria fijos en el origen de sus males. El Comité paga á minoría tan
laboriosa este justo recuerdo; y haciendo suyo cuanto ella dijo, y hasta lo que
la fue forzoso callar, aprende en la
infecundidad legislativa de nuestros últimos combates parlamentarios que todo
se esteriliza en el campo del oscurantismo, y todo se estrella en los obstáculos
tradicionales.
Y no basta
para contener el curso del mal
que cambie la decoración, aquí donde el drama es siempre el mismo. No bastan,
para impedir la propagación de la gangrena política, el clamor incesante de la
opinión y el vuelo majestuoso de la ciencia, aquí dónde la libertad se pierde
en ese dédalo reaccionario que impide el decantado turno pacifico de los partidos en las esferas del poder. No basta,
para enfrenar los desatados elementos de la mogigatocracia, la elección de Cámaras populares, aquí donde el
Senado sirve de valladar a nuestros triunfos en los comicios. Y ni aun bastarían,
en esta patria infortunada, la unánime opinión de los electores y el supremo
esfuerzo de todos para hacer tremolar en el Congreso la enseña de la libertad,
aquí donde un Gran Elector usurpa
al pueblo la prerrogativa constitucional de elegir libremente por sí los
diputados, y hace que las Cortes sean hechura de los mismos gobiernos á quienes
deben residenciar.
¿A qué
ocultarlo? El catálogo infinito de coacciones, de amaños y de escamoteos
electorales, parecía no tener fin en el último manifiesto del anterior Comité;
y sin embargo, aquel cuadro de ilegalidades aumenta bajo el imperio del
novísimo derecho penal de elecciones. Con efecto: ese campo electoral que
nuestros contrarios nos ofrecen, es el campo que durante largo tiempo vienen
preparando con las dificultades y asechanzas de una asfixiante centralización administrativa,
en que las reclamaciones se estrellan contra ardides de oficina ó se evaporan en
el hastío de los tribunales. El cuerpo electoral, que se nos da como arma de
combate, está inmovilizado por un indefinible statu quo del censo, viene sirviendo
de blanco á la coacción, de meta á la venalidad, de arsenal á la osadía; y como
es punto de cita para los déspotas, para los trásfugas y los burócratas, el
progreso triunfa solo en poblaciones fuertes por su grandeza, independientes
por su fortuna, civilizadas por el genio del progreso é inscritas en el sublimé
libro de la libertad.
Esto no
basta á los planes de la reacción: sus ministros montan oficinas electorales,
que, bajo su dirección, reparten la benevolencia
oficial, y hacen del telégrafo el rayo del anatema gubernativo, viniendo
por tan vedados caminos á tener Congresos de real orden. ¡Qué más! Los
tornillos de la máquina electoral no están aun bastante apretados; y para que su
presión sea más eficaz, se ciñen a la elección por distritos, que muchos de
nuestros adversarios se avergüenzan de conservar, hasta el punto de haber propuesto
sustituirlos con las grandes circunscripciones, tan próximas á la elección por
provincias que, con la reducción progresiva del censo electoral, son el único
sistema aceptable para el partido progresista.
Imposible es
que nos asociemos al propósito de acabar con el sistema representativo. ¿Qué importa
se nos halague con la esperanza de turnar pacíficamente en el mando? ¿Qué importa
se nos brinde con una estricta legalidad? ¿Qué importa que al halago suceda la
amenaza de colocarnos fuera de la ley? ¿Qué importa que desoídos por nuestra
dignidad, los contrarios se abracen al neo-catolicismo? Se nos halaga con el
turno pacífico en el gobierno, y los obstáculos
tradicionales son el reaccionario grito de guerra, cuando la opinión
pública señala al partido progresista como única tabla de salvación en las
tormentas, que rugiendo, pasan y vuelven sobre la patria amada. Se nos brinda con
legalidad en las elecciones, y no bien articulada la promesa, suenan los nombres
de gobernadores ante cuyo recuerdo la estatua de la ley se estremece, el
derecho electoral abdica y la esperanza de todo bien desaparece. Se nos amenaza
con ponernos fuera de la ley si no luchamos, y aparentan desconocer que nuestro
estado normal es vivir fuera de los Consejos de la Corona, y olvidan que no
usar del sufragio es acto licito en la moral y legitimo en el derecho, y no
recuerdan que nuestros mayores nos legaron el Código del martirio que todo buen
progresista lee con los ojos fijos en la Providencia.
Se abrazan
al destino neo-católico nuestros adversarios, porque nos hacemos fuertes en
nuestro derecho, en nuestra dignidad, en nuestro ostracismo; y rindiendo á la
teocracia homenajes como el de la real orden sobre Instrucción pública, caen, incautos,
en la hoguera reaccionaria y queman el gran libro de la civilización volviendo
la espalda á Dios, que es fuente de progreso.
Sucédanse,
en buena hora los halagos, las promesas, las amenazas y los conciertos
temerarios: todo se estrellará en la pureza de nuestros principios, en la
fuerza de nuestras convicciones. Unos y otras nos dicen que la gangrena consume
al cuerpo electoral; que las ilegalidades son el derecho consuetudinario del
moderantismo; que la sistemática conculcación de los principios esenciales del
régimen constitucional, es ley en el turno gubernamental de nuestros contrarios;
y que el retraimiento es medio eficaz para evitar el contagio de tantos males.
La abstención, que ha fortalecido nuestra organización y ha roto tantas
combinaciones ministeriales, volverá una vez más por los fueros de nuestra
comunión política, impidiendo que los explotadores de nuestra exheredación nos
hagan cándidos cómplices de las farsas electorales y evitará que nos gastemos
en luchas estériles sin fin práctico trascendental, haciendo imposible que la
historia confunda los triunfos alcanzados en las urnas por el poder, con los
favores que la opinión pública dispensa solo á gobiernos de levantado espíritu
y de noble aspiración.
Cierto es
que, en principio, el progreso es la lucha, porque es el libre examen; la
elección, porque es la expresión genuina de la soberana voluntad nacional; el
no retraimiento, en fin, porque busca los mayores bienes en la concurrencia de
las mayores actividades. Pero cuando partidos nobles y esforzados ven que durante
largos años el grito de su indignación electoral y el eco de sus quejas
parlamentarias se estrellan en obstáculos
tradicionales, y solo viven para que varios motivos de su agravio se
aumenten, crezcan y tomen gigantescas proporciones; cuando tal acontece á
partidos como el progresista, su dignidad les manda no luchar en elecciones políticas.
En tales
casos el retraimiento es un medio honroso, prudente y legal, de no adquirir
mancomunidad en la legislación del país; es la acción interna del progreso, que
lo prepara en paz silenciosa, contra la reacción teocrática, que cuenta con el
más alto y poderoso apoyo; es el supremo
recurso transitorio de los pueblos libres, cuando se hallan poseídos de
justa indignación contra sentencias de sistemática exclusión, pronunciadas en
odio de lo que no es amado por ser puro, y no es gobierno por ser nacional.
Para no
venir á situación tan crítica, el partido progresista anunció en la tribuna y
en la prensa el propósito de retirarse de la lucha electoral política, si las
ilegalidades y la inmutabilidad no desaparecían del sufragio y del censo. La
hora de esa justicia reparadora, que con tanta lealtad pedimos, no ha sonado
todavía; el sistema odioso á la libertad permanece en pié sobre nuestro
derecho, y no es digno, racional ni patriótico salir del retraimiento, con tanta
unidad acatado y con tanta abnegación cumplido. Sigamos en situación pacifica,
expectante; no concurramos á la elección de diputados á Cortes; dejemos la
tribuna y la responsabilidad de cuanto sobrevenga á los causantes de nuestra
abstención.
Y si á la
historia de las elecciones moderadas se añaden hoy nuevas páginas manchadas con
antiguos y nuevos escándalos; si continúa la corrupción en las esferas
administrativas hasta sumir en el fondo del abismo la dolorosa suerte del país;
si la disipación de los grandes recursos que el partido progresista allegó al
Tesoro, causase la bancarrota que nos amaga; si, en fin, llega á desplomarse el
edificio á tanta costa por nosotros imantado y sostenido, y los obstáculos
tradicionales siguen ejerciendo su maléfica influencia, miremos, cruzados de brazos
y con tranquila conciencia, las ruinas, aprestándonos á salvar de la demolición
los elementos liberales de la grandeza nacional, como cumple á nuestra dignidad
inmaculada y al amor santo que profesamos á nuestra patria.
Madrid, 29
de octubre de 1864.
Salustiano
de Olózaga, Juan Prim, Pascual Madoz, Joaquín Aguirre, Ramón María Calatrava, Manuel
Lasala, Carlos Latorre, Víctor Balaguer (representante de Barcelona), Ángel
Gallifa (representante de Zaragoza), Eugenio Alau (representante de Valladolid),
Laureano Figuerola, Marqués de Perales, Carlos Rubio, Francisco Salmerón y
Alonso, Francisco Arquiaga (representante de Burgos), Nemesio Delgado y Rico, Pedro
Martínez Luna, Juan Montero Telinge (representante de La Coruña), Joaquín
Sancho (representante de Guadalajara), Eduardo Asquerino, Tomás
Pérez (representante
de Huesca), Marqués de la Florida (representante de Canarias), Manuel Jontoya (representante
de Jaén), Ginés Orozco (representante de Almería), Rafael Saura (representante de
Lérida), Pedro Mata, Isidro Aguado y Mona, Francisco de Paula Montejo
(representante de Pamplona), Telesforo Montejo, Estanislao Zancajo
(representante de Ávila), Inocente Ortiz y Casado, Bonifacio de Blas y Muñoz (representante
de Segovia), Vicente Fuenmayor (representante de Soria), Vicente Rodríguez, Manuel
Pasaron y Lastra, José Reus y García (representante de Alicante), José Peris y
Valero (representante de Valencia), Manuel Otero (representante de Pontevedra),
Tomás María Mosquera (representante de Orense), Santiago Alonso Cordero, Eleuterio
González del Palacio (representante de León), Camilo Muñiz Vega, Rodrigo
González Alegre (representante de Toledo), Mariano Ballesteros, José
Alcalá-Zamora (representante de Córdoba), Feliciano Herreros de Tejada
(representante de Logroño), Antonio Collantes y Bustamante, Álvaro Gil Sanz
(representante de Salamanca), José Hipólito Álvarez Borbolla (representante de
Oviedo), Leandro Rubio (representante de Cuenca), Joaquín María Villavicencio
(representante de Granada), Joaquín Muñoz Bueno (representante de Cáceres), Tirso
Sainz Baranda (representante de Zamora), Joaquín de Ibarrola (representante de Ciudad-Real),
José Gutiérrez y Gutiérrez, Francisco Javier Zuazo (representante de Palencia),
Manuel María José de Galdo, General Contreras, Guillermo Crespo (representante
de Tarragona), Manuel Ruiz de Quevedo, Ángel Fernández de los Ríos
(representante de Santander), Juan Bautista Alonso, José Menjíbar, José Abascal,
José Antonio Aguilar (representante de Málaga), Laureano Gutiérrez Campoamor (representante
de Lugo), Rafael Saravia (representante de Murcia), José María Maranjes de Diago
(representante de Gerona), Práxedes M. Sagasta, Manuel Ruiz Zorrilla, Francisco
de P. Montemar y José Lagunero.
Señores del comité central progresista:
Recibo la
atenta comunicación de ese comité del 28 del actual con su adjunto manifiesto
sobre el retraimiento; y aunque profundamente agradecido á sus nuevas
demostraciones de simpatía y afecto, no puedo menos de manifestar, que no
habiendo desaparecido ni una de las poderosas razones que impiden mi presencia
en la corte, me es forzoso insistir en mí anterior renuncia del honroso cargo
de presidente.
No por eso
dejaré de prestar mi más eficaz apoyo á cuantas resoluciones del comité tiendan
á realizar las verdaderas doctrinas del partido progresista, único y leal depositario
del sistema constitucional en su pureza.
Me adhiero
con gusto á la primera resolución del comité, relativa al retraimiento en las
actuales circunstancias.
Yo me hallo
retraído desde el año 1856. La renuncia que entonces hice del cargo de senador,
envolvía la protesta que mis principios me inspiraran de no contribuir, en cuanto
excusarme pudiera, al orden de cosas que se restablecía, y que yo consideraba tanto
más funesto para el Trono constitucional y para el pueblo, cuanto más se
desviara de las prudentes bases sentadas en las sabias y libres instituciones que,
armonizando los derechos y obligaciones recíprocas, y aplaudidas por la nación
entera, sirvieron de gloriosa enseña para alcanzar nuestro triunfo en la
sangrienta guerra, y de ancho fundamento á las saludables reformas que el
espíritu del siglo y la razón pública reclamaban.
Los amantes
sinceros de la libertad y del Trono constitucional, que con tanta constancia hemos
defendido, no podemos menos de deplorar con honda pena los peligros que ambos
corren en el día; pero ya que nuestras voces salvadoras sean fatalmente desoídas,
retirémonos contristados y no
seamos cómplices de su triste ruina.
Mas si para
evitarla se nos ofreciere por la Providencia ocasión alguna propicia, ¿quién de
nosotros no extendería sus brazos para salvar objetos tan queridos?
Reitero mis
sentimientos de gratitud y afecto a los individuos de ese comité, ofreciéndome
seguro servidor Q. B. S. M.
BALDOMERO
ESPARTERO
Logroño, 30
de octubre de 1864
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