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6 de noviembre de 2013

Manifiesto de los universitarios madrileños en 1864


Generalmente, se consideran los incidentes de la llamada Noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865, como la primera prueba de inquietud política y anhelo revolucionario de los estudiantes universitarios en España, no en tanto individuos o minorías selectas, sino como grupo social. Sin embargo, un año antes ya se habían dado las primeras muestras de agitación política mancomunada de los estudiantes de la Universidad madrileña, como se puede comprobar en el manifiesto público que redactaron y que firmaron e hicieron público varios cientos de alumnos de la Universidad Central madrileña. El documento, además de sentar los antecedentes de la Noche de San Daniel, es un hermoso texto en defensa de la enseñanza pública y, en general, de una educación científica y laica. Lo reproducimos con los nombres de sus primeros firmantes, tal y como apareció en La Iberia el 8 de mayo de 1864.

Los estudiantes de la Universidad y escuelas centrales á los demás estudiantes de España.
La conjuración urdida contra la enseñanza pública en todo lo que tiene de elevada, debía provocar la indignación de la juventud, herida en su conciencia, en sus ideas, en sus aspiraciones á lo porvenir y amenazada de caer de nuevo á los pies de una clase, cuyos derechos de ninguna suerte pueden extenderse á la ciencia, independiente por su naturaleza, libre por su origen, llena de espíritu propio, suyo, que ninguna conjuración puede suprimir, que ninguna negación puede empañar, como primera y más ingenua ley de la naturaleza humana. El retroceso en la ciencia sería tanto como la negación de la vida, como la negación misma de Dios. Las universidades que nacieron para secularizar la enseñanza y para educar al estado llano en la libertad, trasformando el derecho feudal, no pueden retroceder al cerrado horizonte de la Edad Media, cuando el espíritu del siglo les abre el inmenso y luminoso horizonte de la libertad. Los que enseñaban el sistema de Ptolomeo, cuando el mundo entero había reconocido el movimiento de la tierra; los que enseñaban el ergotismo escolástico, cuando la razón humana había recabado su natural independencia; los que se oponían á las desvinculaciones y á la desamortización, cuando el progreso había removido hasta los átomos de la tierra; los que cerraban nuestras fronteras á todo cambio, como nuestras conciencias á toda idea, incomunicándonos con el mundo, al pié de ídolos rotos y abandonados, no tienen derecho á exigirnos, que nosotros, nacidos para impulsar la ciencia, para llevarla más adelante, para continuar esa serie de ideas, línea luminosa, que es como el Zodiaco del espíritu, nos abracemos a la muerte y bajemos á sus sepulcros.
Individuos los que firmamos esta manifestación de todas las escuelas, de todas las carreras, de todas las facultadas, tenemos el deber, de salir en defensa de nuestros maestros, asistidos de alguna más competencia que aquellos que los ofenden sin conocerlos, y acusan sin oírlos. Nuestros catedráticos, por tan malas artes combatidos, cada uno en su asignatura, cada uno con sus ideas y con sus medios, lejos de oscurecer nuestras conciencias, nos han enseñado á amar la patria con la virtud de ciudadanos, á amar la naturaleza como fieles hijos suyos, é iluminar el  espíritu en la ciencia, A hacer el bien por ser bien, sin mezcla de interés ni de egoísmo, á fortificar el raciocinio, á obedecer la conciencia, a cumplir las grandes leyes morales, á elevarnos á Dios como ideal de nuestra conducta, como luz eterna de nuestra vida.
También hemos aprendido que la ciencia no puede ser esclava; que ningún poder puede ser superior á su poder; que ningún derecho puede ser contradictorio con sus derechos. Y por eso, nosotros creemos, que si de algo peca nuestro régimen universitario, es de opuesto á lo que exigen los adelantos del siglo. Las universidades y las escuelas tienen un régimen privilegiado, estrecho, más propio de instituciones mecánicas que de estos institutos de enseñanza, consagrados principalmente al espíritu, y por su naturaleza libres. Por eso, estudiantes de toda España; por eso os pedimos, que imitando el noble ejemplo de la juventud catalana, cuyo primer grito ha sido tan admirablemente secundado, os unáis á nosotros para reclamar la libertad de enseñanza.
Esta debe ser la creencia de la juventud, porque este es el ideal de lo porvenir. En ello ganarán todos los derechos naturales y legítimos, como siempre que se cumple la justicia. Hoy las reformas no caen de las manos de los gobiernos sino cuando las ha exigido la opinión. Clamemos, pues, por la libertad de enseñanza; y así como nuestros abuelos salvaron la nacionalidad en la Guerra de la Independencia, y nuestros padres la libertad en la guerra civil, nosotros en esta guerra pacífica de ideas, no menos grande, si menos costosa, salvaremos la ciencia, siendo una generación digna de dejar inscrito su nombre en las eternas páginas de la historia.
Madrid 29 de abril de 1864.
Joaquín de Huelbes, Balbino Quesada, Pedro Dago Cuchillero, Luis de la Calzada y López, Pantaleón García Gómez, Eduardo Mateo de Iraola, José Guardiola y Picó, Ricardo Muñoz Ortiz, Vicente Núñez de Velasco, Manuel Rivera Ramiro, Juan Cervera, Casimiro Montalvo, León Flores, Juan Arderíus y Barjol, Ramón de Aróstegui e Ignacio Rodríguez.

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