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1 de diciembre de 2025

La Primera República y los republicanos

Quizás uno de los más agudos problemas que hayan tenido los regímenes de la Primera y la Segunda República en España haya sido la ausencia de republicanos, de un partido tan numeroso como consolidados de auténticos republicanos. Tanto en 1873 como en 1931 la República vino más de los errores y descréditos de la monarquía que de las virtudes y aciertos de los republicanos, que en ambas ocasiones se encontraron con un poder en sus manos que ni tenían previsto ni estaban, muy seguramente, preparados para ejercer. Dependieron así en el siglo XIX de los radicales, amadeístas hasta la víspera, y en el siglo XX de los socialistas, muchos de los cuales solo veían en la República burguesa un breve período de transición. Como prueba, publicamos dos artículos de La Discusión, un periódico republicano de gran tirada y prestigio que era portavoz del republicanismo menos exaltado, en el que si el 4 de febrero de 1873 veía más fácil una tiranía que la república, una semana después celebra alborozado la caída de la monarquía.


NO HAY QUE HACERSE ILUSIONES
No cabe duda que atravesamos un período terrible de descomposición, en el cual, si es cierta la ruina de todas las antiguas instituciones, seguro el desprestigio de los fundamentos en que se apoyan e imposible por lo tanto su reorganización después de la derrota, también es fácil el descrédito de las nuevas teorías, merced a los abusos o torpezas de los hombres encargados de plantearlas; también es indudable que no se halla tan asegurada la libertad en el presente momento histórico que no podamos perderla.
Nosotros abrigamos el profundo convencimiento de que el creciente desarrollo de las ideas modernas; el espíritu de los grandes filósofos del pasado y presente siglo que se vive ya en la política y con el cual se van familiarizando los pueblos; los medios de comunicación entre unas y otras razas, que llevan á todas la civilización y la cultura, han hecho imposible las monarquías, han dado el golpe de muerte á los Gobiernos despóticos.
Pero bien mirada la cuestión, no se deja de comprender al mismo tiempo, que por más que eso sea verdad en absoluto, aunque sea de una certeza incontrovertible en tesis general, puede en el terreno de la práctica y parcialmente verse desmentida. No hay más que descender al terreno de los hechos, que es la fuente de donde el político saca en último término más provechosas enseñanzas, y se verá confirmado esto que decimos.
El pueblo español es verdad que no se halla en condiciones para ser gobernado por la monarquía. Pero ¿no hay otros pueblos que alcanzan el mismo grado de ilustración por lo menos, y viven sin embargo bajo ese férreo yugo, con menores probabilidades de romperlo que nosotros?
No está el pueblo ya dispuesto para consentir el gobierno de los reyes. Pero ¿lo estaba en enero de 1871? Mil veces hemos dicho y convenido todos en que no. Pues sin embargo, vino Amadeo, a pesar de que muchos con razón afirmaban que no vendría, y ya lleva dos años en el trono, cuando ni probabilidades de reinar dos meses tenía.
Esto demuestra que los pueblos no se mueven con la facilidad que los individuos; que sus pasiones, si son más terribles cuando estallan, en cambio permanecen más tiempo dormidas; que muy bien puede pasar la vida de una generación sin que un pueblo logre realizar las aspiraciones ya en todos los ánimos encarnadas.
Esto dice que en política se ha de proceder con mucho tino y con mucha prudencia para desarrollar los principios, por más que fuesen justos y contaran con el amor y convicciones de los que con arreglo a ellos hubieran de ser gobernados.
Sabemos nosotros que hoy es imposible la reacción, que la aguja política va irresistiblemente hacia el polo de la República. Pues esto no obsta para que afirmemos que por una imprudencia nuestra pudieran apoderarse del mando los conservadores, y pasar aún por un periodo de despotismo antes de llegar al cumplimiento de nuestro dogma.
Si Amadeo era imposible en 1871 y vino, ¿por qué siendo imposible en 1873 que perdamos nuestras libertades, no habíamos de poderlas perder? En verdad que no serian los conservadores dueños por mucho tiempo de nuestros destinos. Pero ¿no había iguales dificultades ó mayores para que Amadeo reinara y lleva ya dos años en el trono?
Es preciso que nuestros correligionarios se convenzan de esto y arrojen ese exagerado optimismo que tanto nos perjudica. Somos fuertes; ¡como que el número y la idea vienen con nosotros! pero es necesario no malversar nuestra fuerza en aventuras, no perderla en declamaciones, ni confiar demasiado en ella.
Cuantos en más ó en menos concurran a la obra de nuestra regeneración social y política; cuantos lleven un grano de arena a la gran obra de libertad del pueblo, son nuestros hermanos, son nuestros amigos, y en vez de rechazarlos y escarnecerlos, hemos de alentarlos y aplaudirlos.
Ya se ve que en esto nos referimos a los radicales. Nosotros no podemos ni debemos esperar que ellos nos den la República. Pero sí que cumplan su misión en la monarquía. Nuestra empresa es común en muchos puntos con la suya; no hay para qué privarnos, al privarlos a ellos, de elementos para acabarla felizmente.
La política de repulsión y exclusivismo en el partido republicano atraería hondos males a España y terribles conflictos para la libertad y para la República.
La Discusión, 4 de febrero de 1873.

LA REPÚBLICA HA TRIUNFADO
Nuestra patria se halla hoy en una de las situaciones más solemnes que registra la historia. Sin movimiento brusco, sin cambio violento, por la fuerza de la razón, por la furia de las circunstancias, por la virtud del tiempo, que ha coronado nuestra política y nuestros esfuerzos, pasamos de la monarquía a la República.
¡Qué grato desengaño para los impacientes! ¡Qué satisfacción para todos! Se ven cumplidos nuestros pronósticos, justificada nuestra conducta, probada nuestra política. Ha triunfado la República, nuestra forma de gobierno. Todos los republicanos hemos alcanzado nuestro fin.
Ya no debemos preguntarnos por el medio empleado, pues que hemos conseguido el común propósito; sólo nos debemos concertar para asegurarle y arraigarle.
Nuestra actitud ha impulsado al partido radical por el camino de las reformas. Ya sabíamos que estas eran incompatibles con la monarquía. Sabíamos que la democracia minaba sus cimientos, y los ha minado, y ha caído por su propia pesadumbre, por la lógica de la historia. Sabíamos que, apartando a los radicales de los conservadores de la Revolución, partíamos por la mitad los cimientos del trono, y el trono ha reconocido al cabo que asentándose sobre tan flaco asiento era inevitable su caída.
¿Qué importa ya? ¿Qué debe importarnos?
Poner en consonancia con esa forma de gobierno, genuina representación de la soberanía nacional, los derechos del pueblo, todos los derechos del pueblo.
Ante este alto fin patriótico se nos viene a las mientes una consideración importantísima. Pensemos que al triunfar la causa del derecho tenemos en contra de nosotros a todos los enemigos del pueblo, a todos los enemigos de la libertad.
Unámonos con firmeza y tengamos en cuenta que ya no hay sino dos partidos en España; el partido de la libertad, que es el partido de la República, y el partido de la reacción.
Todos los liberales son hoy, no pueden menos de ser en fuerza de sus principios republicanos, porque la República es la única forma de gobierno propia de las libertades democráticas.
La República, que es el partido del derecho, el partido que ha matado la monarquía, acabará por matar las sombras de la reacción, acabará, con todos los partidos históricos absorbiéndolos en su seno, porque el derecho no reconoce diferencias ni orígenes ni jerarquías; a todos los abraza como iguales.
Ahora se persuadirán todos nuestros detractores de que sólo dentro de la libertad completa es posible el orden; pero para mostrarles que el orden es resultado de la práctica del derecho, debemos comenzar dando señales de cordura, de prudencia, de patriotismo, sin comprometer nuestra causa en los primeros momentos por sobra de impaciencia.
Nada deben importarnos las procedencias políticas. Lo que nos importan son los principios. A fin de establecerlos en toda su pureza y a fin de arraigarlos en las entrañas de la sociedad, menester es rehacer la Constitución en toda la pureza de sus bases democráticas. El Gobierno provisional republicano que ha de presidir á esta trascendental elección, producto espontáneo, habrá de ser de las actuales Cámaras.
No nos importen las personas, repetimos. Miremos sólo a los principios.
La República no admite ni mancha ni mistificaciones. La República ó se acepta como es, o se rechaza.
¡AL FIN!
La Discusión, 11 de febrero de 1873

 

15 de noviembre de 2025

Programa del Partido Sindicalista inspirado por Ángel Pestaña

La proclamación de la Segunda República española tras el colapso de la monarquía de Alfonso XIII, proceso en el que la CNT tuvo un papel innegable, abrió un nuevo tiempo no solo en la política, sino también en todos los aspectos de la vida del país. La actitud que los anarquistas en general, y la CNT en particular, debían de adoptar frente al nuevo régimen provocó agudos enfrentamientos teóricos, sobre todo cuando la realidad republicana desencantó a amplias capas de la clase trabajadora. El proyecto de Ángel Pestaña fue, en principio, validado por la CNT en su Congreso de 1931, pero muy pronto dejó de ser apoyado por unas bases que, sin el recurso a la supuesta tiranía de la FAI, esperaban mucho más del nuevo gobierno republicano. El manifiesto de los Treinta, hizo pública la ruptura y dio paso a la fundación del Partido Sindicalista que, lejos de lo esperado, descubrió el carácter minoritario de sus propuestas y, en ocasiones, fue utilizado por republicanos y socialistas como fallido banderín de enganche de la militancia cenetista, en abierta ruptura con el gobierno.


PROGRAMA DEL PARTIDO SINDICALISTA INSPIRADO POR EL CAMARADA ÁNGEL PESTAÑA
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
El fracaso de la economía, de la política y de la democracia burguesa es un hecho tan evidente que no puede negarse ya. Pero mencionar este fracaso sin señalar alguna de las causas que lo han provocado es insuficiente, y a nadie satisface, ni aun a los menos exigentes en materia de transformación social. Por lo tanto, apuntemos aquellas que consideramos fundamentales, puesto que al señalarlas encontraremos más libre y expedito el camino de las soluciones que nos proponemos indicar.
El régimen burgués ha fracasado porque no ha sabido resolver la enorme contradicción que resulta de que cuantas más riquezas se crean multiplicando en cantidades verdaderamente maravillosas los productos que han de satisfacer las necesidades todas de los seres humanos, no solo no pueden satisfacerlas, sino todo lo contrario; puesto que el malestar y la miseria aumentan en la misma proporción, en proporción mayor si cabe, a como aumentan los medios que permitirían satisfacer esas necesidades, haciendo que la vida fuese más digna y más humana que lo es hasta el presente.
Y ha fracasado también, porque a medida que afirmaba la potencia política del Estado, rodeándolo de organismos e instituciones que lo hacían poco menos que invencible, al hombre le señalaban la ruta del individualismo económico y del individualismo político, sin precaver que la dualidad del sistema que creaba, provocaría una formidable lucha de intereses, tan formidable y enconada que solo a través de dificultades sin cuento la puede el hombre entrever y concebir. Y no es solo esto: sino que, reducida al mínimo la personalidad del individuo, se establecía un desequilibrio tan peligroso para la estabilidad social que sin detenernos a señalarlo en sus pormenores y detalles, todo los conocemos porque sus consecuencias se manifiestan a diario. Por estas razones, el fracaso de la democracia y de la economía burguesa, es el fracaso del concepto de Estado liberal y burgués y de la economía individual, que es su consecuencia más impresionante y destacada.
Y si la realidad del mundo es esta, España no puede ser una excepción. Y no puede serlo porque, encuadrada su estructura política en las normas jurídicas que estableció la revolución francesa, aunque para conseguirlo necesitara destruir valores vitales indígenas, como el Municipio en lo político y los bienes comunales y otros en lo económico, el principio liberal y burgués se impuso a nuestro país por las influencias de las ideas predominantes en todos los países de tipo constitucional.
No es aquí lugar apropiado para discernir si pudo o debió hacerse de otro modo. Pero sí es el de decir que cuando el Estado liberal y burgués ha fracasado en el mundo entero, y cada país busca el medio de salir de la crisis económica y política a que esa forma de organización los ha llevado, es natural que el pueblo español haga otro tanto, buscando solución a la crisis interna que agota al país, llevándolo a la ruina irremisible. Para ello hace falta que la clase trabajadora industrial y campesina, los técnicos y los intelectuales, los hombres de ciencia y los hombres del saber, todo, en fin, lo que en el trabajo y la producción sea vital, vean si con su propio esfuerzo, poniendo en marcha la enorme cantidad de reservas que la economía del suelo y del subsuelo español encierran, y vitalizando sus organismos económicos y políticos son capaces de superar esa crisis avanzando resueltamente hacia una era de transformación social tan profunda como renovadora.
Aparte esto último, afirmamos que la realidad presente exige y quiere soluciones; pero soluciones claras, concretas y tajantes. ¿Las traemos nosotros? Posiblemente, sí ¿Cuáles son estas?
La solución que trae el Partido Sindicalista puede condensarse en muy pocas palabras. Se resume así: No se encontrará solución adecuada a ningún problema político, sino se resuelven al mismo tiempo los problemas económicos mediante una mejor organización en la producción y en la distribución de las riquezas y la toma del Poder económico y del Poder político por las clases productoras. En consecuencia, lo primero que hace falta es imprimir nueva dirección a la economía. Y como la actual es una economía de tipo individualista, y ha fracasado, ha de irse hacia una economía de tipo colectivo, en la que el esfuerzo de cada hombre, unido al esfuerzo de los demás en la fuente misma de la producción, enriquezca a la colectividad y al individuo simultáneamente, como natural y obligada resultante.
Consecuentes con este propósito, trabajaremos porque se establezca una economía colectiva, pues orientada la actividad de los individuos hacia una economía de este tipo, lo político y lo social, que dependen fundamental y absolutamente de lo económico, tomarán esta misma dirección, ya que sería inconcebible una política de tipo individualista en un país de economía colectiva.
¿Cuáles serán, pues, las instituciones y organismos sobre los que el Partido Sindicalista cree necesario afianzar esa organización social futura, una vez hayan triunfado las clases productoras y destruido el Estado y el capitalismo burgués? Sobre tres exclusivamente: los Sindicatos, que tomarán a su cargo la organización de la producción; las Cooperativas, que se encargarán de la distribución, y los Municipios que serán el órgano de la expresión política de la transformación social a que aspira el sindicalismo. En consecuencia, pues, el Partido Sindicalista impulsará la organización sindical, la organización cooperatista y la organización municipal. Sin embargo, como norma de conducta inmediata hasta llegar a la transformación social, en relación a los Sindicatos especialmente, aunque impulse su creación y exija a los componentes del Partido que sean sindicados en el Sindicato de su oficio, profesión o ramo, respetará e impondrá en todo momento la autonomía sindical, no inmiscuyéndose para nada en el funcionamiento de los Sindicatos ni en las decisiones que tomen. Sin embargo, en casos concretos y precisos, los Sindicatos y el Partido Sindicalista podrán pactar una acción común para la consecución de un objetivo determinado e inmediato. Aparte estas alianzas circunstanciales, las actividades del Partido Sindicalista y las de los Sindicatos se desarrollarán independientes las unas de las otras.
Además de los organismos citados, como síntesis de las funciones que les son peculiares y comunes a cada uno de ellos, se constituirá un organismo nacional que tiene las funciones indispensables a la relación que ha de existir entre las actividades de la vida total del país, organismo que hoy se llama Estado y que nosotros podremos llamar igual o bien llamarle Confederación de Municipios Españoles. Pues el nombre no hace al caso. Lo que importa es la esencia, y la esencia cambia desde el momento en que el Partido Sindicalista quiere reivindicar para el TRABAJO, para las actividades científica, artística, cultural, literaria y profesional, la dirección de la Sociedad, la gobernación del País, la orientación de la cosa Pública, la organización de la Economía. Esto queremos y esto nos proponemos realizar. ¿Cómo?
ECONOMÍA
En economía agrícola vamos a la supresión del latifundio y del minifundio. Pero no para repartir las tierras en parcelas individuales que la atomizan sin ventajas para la economía en general, sino para dedicarla a la explotación colectiva.
Las tierras expropiadas pasarán a ser propiedad de los Municipios o del Estado o Confederación de Municipios, los cuales las entregará en arriendo para su cultivo a los Sindicatos o a grupos de campesinos que lo soliciten. Como período de transición, podrá respetarse la propiedad individual; pero la extensión de esta no será mayor que la que el individuo y los familiares que vivan en su mismo domicilio puedan trabajar. Esta propiedad, que más que propiedad será usufructo, no podrá venderse ni enajenarse. Y cuando se mantenga inculta o se abandone, tanto en uno como en otro caso, podrán los Municipios expropiarlas sin indemnización alguna, pasando esas tierras a formar parte de los bienes comunales.
En economía industrial vamos a que en todas sus manifestaciones, fábricas, talleres, oficinas, sin excepción de ninguna forma de producción, sean los Sindicatos los que la tengan a su cargo. En ellos, unido el obrero manual y el técnico, de común acuerdo con los organismos de orientación económica que se constituyan, suplantarán ventajosamente a la organización industrial de tipo individualista.
La distribución de los productos seguirá el mismo procedimiento que sigue la producción. Las Cooperativas y los Sindicatos de Dependientes se encargarán de sustituir a las formas comerciales del régimen capitalista.
SINDICACIÓN
Toda actividad productora, sea de la clase que sea, técnica, intelectual, científica, artística o literaria, se encuadrará en el Sindicato respectivo, en organizaciones o corporaciones profesionales. Estos organismos, reunidos entre sí, agrupados por afinidad profesional o técnica, serán los encargados de ejecutar los planes económicos que de común acuerdo hayan establecido. Ante la colectividad, serán cada uno de por sí los responsables de la parte de actividad que les corresponda. Cabe señalar que tanto en el orden artístico y científico, como en el manual y técnico, habrá aspectos de estas actividades que quedarán al margen de cualquier forma de organización sindical o profesional, sin más reglas que las que establezcan los que a ellas consagren sus preferencias.
POLÍTICA
La organización política a que aspira el Partido Sindicalista empieza en el Municipio, asciende a la Región y termina en el organismo superior que como queda señalado más arriba será el Estado o Confederación de Municipios.
Los municipios gozarán de plena autonomía en los aspectos económicos y administrativos, que es lo fundamental de su existencia. Las Comarcas y las Regiones se formarán por la libre y voluntaria agrupación de los Municipios, que unas veces obedecerá a razones económicas y otras a situaciones geográficas o de orden diferente; pero en todo momento serán ellos quienes lo determinen.
Del organismo central, Confederación de Municipios o como quiera llamársele, dependerán todos aquellos servicios que tengan carácter nacional. La clasificación de los cuáles son estos servicios, así como la forma en que han de prestarse, lo aconsejarán las propias necesidades y lo establecerán los Sindicatos y organizaciones que los representen.
Para establecer la legislación y las normas de convivencia social apropiadas, tanto en lo económico como en lo político, lo que hoy se llama Cámara Legislativa o Parlamento Nacional, se transformará en Cámara del Trabajo, a la que solo tendrán acceso delegados de los Sindicatos, de las Cooperativas, de las Corporaciones Profesionales y de los Municipios.
La Cámara del Trabajo tendrá carácter nacional. Pero habrá también Cámaras regionales. Estas Cámaras regionales, de acuerdo con los sindicatos y demás organismos de la producción, elaborarán los planes económicos que necesite cada región. Y la nacional elaborará, con los informes de las Cámaras regionales, el plan general de la economía del país.
Los miembros de estas Cámaras serán nombrados en asambleas de Sindicatos, de Corporaciones profesionales, de Cooperativas y de Municipios.
La Cámara nacional del Trabajo, al igual que las Cámaras regionales, no solo tendrán a su cargo elaborar los proyectos económicos, sino que además serán las encargadas de velar porque se ejecuten una vez haya sido acordada su aplicación.
Como Programa mínimo de relaciones inmediatas, el Partido Sindicalista considerará como tal programa los acuerdos que se tomen en cada Congreso nacional que se celebre.
Constituido a base de una amplia democracia en la discusión de sus orientaciones doctrinales, orgánicamente aplicará una estricta disciplina en la acción a desarrollar por sus organizaciones e individuos.
El Partido Sindicalista rechaza todo principio dictatorial, pero defenderá sus ideas en todos los terrenos; y cuando triunfen por el número, la fuerza y la actividad de sus componentes y simpatizantes, las aplicará sin atenuantes.
El Partido Sindicalista exigirá a todos sus miembros, pero especial y particularmente a los que ostenten representación pública en organismos de elección popular y hasta en los del Partido, la honradez más severa y acrisolada. Toda falta en este sentido se castigará severamente llegándose a la expulsión cuando se aprecie que el caso es grave para la seriedad y buen nombre del Partido.
Al Partido Sindicalista solo podrán pertenecer aquellos individuos que presten su servicio útil a la Sociedad, ya sea en la ciencia, en el arte, en las letras, en la técnica o en los trabajos manuales. Como excepción, no obstante lo apuntado en el párrafo anterior, en las localidades donde sea preciso, podrán constituirse organizaciones de Amigos del Partido Sindicalista para agrupar a los que no pudiendo ser socios por no reunir las condiciones exigidas deseen colaborar con la realización de nuestro programa.
El Partido Sindicalista acepta la lucha electoral y política, no como un fin, sino como un medio para llegar cuanto antes a su finalidad objetiva; pues al aceptarla, sin olvidar la lucha en la calle ni la acción del pueblo mediante poderosos estados de opinión, cree que la aceptación por parte de los sindicalistas de este medio táctico de lucha, añadido a los que ha utilizado hasta hoy, debilitará más rápidamente las posiciones actuales que la burguesía y el capitalismo ocupan para el sostenimiento de sus privilegios de clase. Advirtiendo que, cuando se le cierren los caminos legales, optará por aquellos que crea más convenientes.
El Partido Sindicalista considerará a todos los españoles por igual y exigirá, por tanto, que todo hombre útil desempeñe una función, trabaje en algo práctico y necesario; que sea, por lo menos, el productor de lo equivalente a lo que consume. Con esto afirma el SINDICALISMO que el derecho a consumir, lleva implícitamente reconocido el deber de trabajar.
Barcelona, Marzo de 1934.

1 de noviembre de 2025

Principios revolucionarios de Bandera Social

La llegada al gobierno de los liberales en 1881 de la mano de Práxedes Mateo Sagasta se debió más a una concesión de los conservadores de Antonio Cánovas del Castillo, que sentían consolidada la monarquía de Alfonso XII, que a los apoyos recibidos por los antiguos progresistas, aún en trance de recuperarse del fracaso de la monarquía de Amadeo de Saboya. Pero, forzosamente, los liberales aplicaron su programa que incluía la libertad de asociación, reunión y expresión que posibilitó la reconstrucción de la antigua sección hispana de la Internacional, ahora rebautizada como Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). A pesar de su crecimiento numérico y geográfico, mayor que el conseguido por su predecesora, muy pronto entró en crisis porque no fue fácil asumir la lejos que quedaba la revolución social y una realidad política muy distinta que la del Sexenio. El debate entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas, la tensión entre los partidarios de la legalidad y la clandestinidad… marcaron un tiempo agitado y de una cierta grandilocuencia ideológica. En ese contexto vio la luz Bandera Social, impulsada por buena parte de los redactores de la Revista Social de Serrano Oteyza, en cuyo número del 4 de noviembre de 1886 se publicaron estos principios revolucionarios.

PRINCIPIOS REVOLUCIONARIOS

I

La Autonomía y la Anarquía.- El Colectivismo.- La Propiedad y el Trabajo.- El Pacto y la Federación.- Organización comunal y federativa en la Sociedad del porvenir.
Nadie puede negar que la Sociedad tiene el derecho de organizarse como quiera. Así, por ejemplo, el día que ella determine pasarse sin reyes y sin gobernantes, sin curas y sin soldados, sin explotación y sin explotadores de ningún género, claro está que empleará las manifestaciones de su voluntad como tenga por conveniente; y revisando derechos establecidos ó estableciendo nuevo Derecho, realizará lo que el Progreso y la necesidad le dicten.
Si escribiésemos en 1783 sosteniendo que los reyes de derecho divino son una iniquidad, que tantos conventos y tantos frailes son una vergüenza, y que ambas cosas han de desaparecer dentro de pocos años por el hierro y por el fuego, se nos hubiera tenido por visionarios y perversos, y, sin embargo, ambas instituciones han desaparecido; otras van transformándose paulatinamente al impulso de las nuevas brisas de los nuevos días.
Con esto creemos decir que nadie sabe lo que será el mundo dentro de cien años, aunque todas las teorías y todas las probabilidades auguran que habrán pasado fuertes ráfagas y realizándose profundas transformaciones.
Tanto es así, tanto es movedizo y cambiable todo lo que constituye la Sociedad, que todo por momentos se transforma.
Faltan todavía diecisiete años para morir nuestra centuria, y en diecisiete años muchas variaciones puede hacer, otras teorías más radicales y perfectas pueden quizás legar al siglo próximo.
Si es así, tanto mejor. Afirmamos la posibilidad y hasta la probabilidad; pero conste que, hoy por hoy, nosotros no conocemos criterio más racional y revolucionario que el que vamos en pocas líneas a manifestar.
La personalidad humana va definiéndose divinizándose; y paralelo con los adelantos científicos-industriales, van formulándose los científico-sociológicos. El criterio antiguo, de que en la Sociedad debe haber directores y dirigidos, va sufriendo nuevos embates por el criterio moderno, que proclama la igualdad natural, la instrucción, la dignidad, la emancipación para todos.
El derecho moderno, esto es, el derecho que va formándose, ha proclamado muy alto el principio de la Autonomía completa del individuo, justo principio que es desconocido por cuantos se fundan en la máxima de “cada uno para sí y Dios para todos”, que es como si dijesen: “cada uno dará sí y nadie para todos”.
Gobernarse por sí mismo, verdadera definición de la Libertad, implica la no existencia de otros que gobiernen; de lo contrario no hay tal autonomía.
La etimología del nombre nos explica su significado. Autonomía, como es sabido, proviene de las dos palabras griegas autos, que quiere decir propias, y nomos, que significa ley. Por lo tanto, el sustantivo femenino autonomía, equivale á “libertad de gobernarse por sí mismo, por propias leyes”.
¡Ah! precioso derecho democrático; ¡cuán desconocido estás hasta de la mayoría de los mismos demócratas.
Debiéndose el individuo gobernar por sí mismo, por su propia voluntad, es evidente que en la sociedad no debieran existir leyes, ni decretos, ni otra clase de prescripción jurídica que tuviese referencia á garantir ni á reglamentar los derechos individuales.
Para la defensa de los derechos debe existir una positiva solidaridad entre todos; y si no es así, no hay tal defensa. La colectividad entera debe ponerse al lado del que resulte atropellado, del mismo modo y hasta con más presteza, como se auxilia al vecino cuando un incendio amenaza devorar .su morada. Porque la defensa de la libertad de nuestro prójimo, es la mejor defensa de nuestra propia libertad.
Y para cuando no fuese suficiente ó no fuese necesaria esa franca y espontánea asistencia popular, el jurado instituido socialmente y democrático de verdad, entendería en el asunto para resolverle en justicia.
Los que de buena fe y con sinceridad quieran la autonomía del individuo, son partidarios también, como consecuencia lógica, de la An-Arquia. No queremos decir que quieran la conmoción perpetua y el desorden sistemático como una de las acepciones que el nombre anarquía significa. Nos referimos á la acción científica, etimológica del sustantivo Anarquía, compuesto de an archa, dos palabras griegas, que equivalen á sin autoridad.

II

Existe un dualismo encarnizado entre el principio de Autoridad y el de Libertad. La guerra es á muerte, y no puede cesar, sin que desaparezca uno de los dos. El que ha de vencer, después de tan cruel lucha, es la Libertad. No es posible otra cosa; porque la Libertad es la verdad misma, es la naturaleza, es la razón, es la dignidad; mientras que la Autoridad es todo lo contrario.
Así, ¡cómo es posible que el mundo pueda existir sin Autoridad, sin poder, sin gobierno, sin Estado! ¡Cómo es posible, por consiguiente, el triunfo de la Anarquía! Tal como está organizada actualmente la sociedad no lo es, en efecto.
Ante todo, ha de haber una transformación económica muy radical. La propiedad individual, el salario, el interés al capital, la explotación, en fin, determinan un estado de fuerza, de intranquilidad y de guerra, con su víctima obligada, el Proletariado y el pauperismo. Esta situación necesita del Estado, con todo su séquito de ejércitos y policías, de magistrados y de curas, y conste que aún no puede lograr la tranquilidad moral ni material; porque no es posible hallarla. El orden no se impone, ni se inventa. Existirá cuando la Sociedad esté fundada en la Naturaleza y en la Justicia.
La cuestión de la propiedad es, pues, el caballo de batalla. La cuestión de las cuestiones. Las modernas teorías están conformes con que la más conveniente es la propiedad colectiva de todos los instrumentos del trabajo, fábricas, talleres, minas, vehículos, máquinas y toda la tierra, que es el primer elemento para la producción.
De esta teoría ha nacido la idea y la escuela denominada colectivismo, que, a la vez que quiere colectivos os medios de trabajar, afirma la verdadera propiedad individual, que es el fruto integro del esfuerzo ó de la labor hecha por cada operario, deducidos los gastos de administración. De este modo queda abolida la iniquidad del salario, sustituido por el trabajo asociado, y garantidas con el mismo, la libertad y la propiedad individual, que, lo repetimos, es fruto del trabajo realizado por el individuo.
Aquí la parte de la ciencia social, que se llama administración es donde llenará su genuino cometido. La determinación del valor y el medio de representarlo, las horas de trabajo que convendrán, las clases de producción preferentes, los medios para realizar el cambio de productos con productos, son temas que serán estudiados por todos porque á todos nos interesarán por igual, que serán discutidos por medio de la prensa, de Congresos especiales -pero accidentales, no permanentes porque de ellos no habrá necesidad- facilitando el cambio de ideas la revista, la hoja y el folleto, y finalmente serán realizados por los llamados á ser administradores, que no podrán dictar ninguna ley, decreto ni disposición, sino limitarse á su oficio y publicar los resultados estadísticos para el conocimiento de todos y la constante investigación de la verdad y de la conveniencia.
Hemos dicho que nadie tiene derecho a poseer lo que no sea fruto de su propio esfuerzo. Este principio de justicia integra la abolición del derecho de heredar. ¡Qué mejor ni más rica herencia puede encontrar el ser al venir al mundo, si la Sociedad entera le asegura la subsistencia hasta que pueda trabajar, la instrucción general y después técnica ó profesional, y el trabajo que elija y prefiera, libre de toda gabela, ni merma explotadora! ¡Qué capitalista de nuestros tiempos puede asegurar á sus hijos más eficaz asistencia, mejor instrucción, ni más perfecta seguridad de vivir con un trabajo higiénico y al abrigo de quiebras, robos y disgustos!
Puesto el hombre en semejante situación, está en perfecta condiciones de pactar. Solo no puede producir más y mejor que asociado y procurarse perfectos talleres colectivos.

1 de octubre de 2025

El Manifiesto de los Treinta

Uno de los documentos más citados y menos reproducidos de la historia del anarquismo y del sindicalismo en España es el llamado Manifiesto de los Treinta, por el número de firmantes en su publicación en el diario L’Opinió del 30 de agosto de 1931. Desde posiciones ajenas al sindicalismo revolucionario, y desde las tendencias reformistas nacidas de él, se ha querido presentar este documento como la expresión del auténtico sindicalismo mayoritario frente a la imposición de una minoría anarquista representada por la Federación Anarquista Ibérica, obviando que muchos de los firmantes también se declaraban anarquistas y pertenecían a otros grupos ajenos a la FAI, que en el Congreso de la CNT de 1931 personajes como Ángel Pestaña o Juan Peiró habían sido ratificados casi por unanimidad para puestos de responsabilidad confederal, y que difícilmente podía una organización que nunca llegó a sumar 10.000 afiliados controlar a una central sindical con cientos de miles de adherentes que multiplicaba por 100 la base social faísta. Lo cierto es que desde 1929, con la firma del Manifiesto de inteligencia republicana, convivían en la CNT distintos proyectos para el día después de la proclamación de la nueva República y que el representado por Pestaña, Peiró y López no contó con el aval de la mayoría de los cenetistas, como se pudo comprobar cuando unos y otros, por separado, pudieron actuar libremente y medir sus fuerzas.


A LOS CAMARADAS, A LOS SINDICATOS, A TODOS.
Un superficial análisis de la situación por que atraviesa nuestro país nos llevará a declarar que España se halla en un momento de intensa propensión revolucionaria, del que van a derivarse profundas perturbaciones colectivas. No cabe lugar la trascendencia del momento ni los peligros de este periodo revolucionario, porque quiérase o no, la fuerza misma de los acontecimientos ha de llevarnos a todos a sufrir las consecuencias de la perturbación. El advenimiento de la República ha abierto un paréntesis en la Historia normal de nuestro país. Derrocada la Monarquía; expulsado el rey de su turno; proclamada la República por el concierto tácito de grupos, partidos, organizaciones e individuos que habían sufrido las acometidas de la Dictadura y del periodo represivo de Martínez Anido y de Arlegui, fácil será comprender que toda esta serie de acontecimientos habían de llevarnos a una situación nueva, a un estado de cosas distinto a lo que había sido hasta entonces la vida nacional durante los últimos cincuenta años, desde la Restauración acá. Pero si los hechos citados fueron el aglutinante que nos condujo a destruir una situación política y a tratar de inaugurar un periodo distinto al pasado, los hechos acaecidos después han venido a demostrar nuestro aserto de que España vive un momento verdaderamente revolucionario. Facilitada la huida del rey y la repatriación de toda la chusma dorada y de "sangre azul", una enorme exportación de capitales se ha operado y se ha empobrecido al país más aún de lo que estaba. A la huida de los plutócratas, banqueros, financieros y caballeros del cupón y del papel del estado siguió una especulación vergonzosa y descarada, que ha dado lugar a una formidable depreciación de la peseta y una desvalorización de la riqueza del país en un cincuenta por ciento.
A este ataque a los intereses económicos para producir el hambre y la miseria de la mayoría de los españoles siguió la conspiración velada, hipócrita, de todas las cogullas, de todos los asotanados, de todos los que por triunfar no tienen inconveniente en encender una vela a Dios y otra al diablo. El dominar, sojuzgar y vivir de la explotación de todo un pueblo al que se humilla es lo que se pone por encima de todo. Las consecuencias de esta confabulación de procedimientos criminales son una profunda e intensa paralización de los créditos públicos, y por tanto, un colapso en todas las industrias, que provoca una crisis espantosa, como quizá jamás se había conocido en nuestro país. Talleres que cierran, fábricas que despiden a sus obreros, obras que se paralizan o que ya no comienzan; disminución de pedidos en el comercio, falta de salida de los productos naturales; obreros que pasan semanas y semanas sin colocación; infinidad de industrias limitadas a dos o tres y muy pocas a cuatro días de trabajo. Los obreros que logran la semana entera de trabajo, que pueden acudir a la fábrica o al taller seis días, no exceden del treinta por ciento. El empobrecimiento del país es ya un hecho consumado y aceptado. Al lado de todas estas desventuras que el pueblo sufre, se nota la lenidad, el proceder excesivamente legalista del gobierno. Salidos todos los ministros de la revolución, la han negado apegándose a la legalidad como el molusco a la roca, y no dan muestras de energía sino en los casos en que de ametrallar al pueblo se trata. En nombre de la República, para defenderla, según ellos, se utiliza todo el aparato de represión del Estado y se derrama la sangre de los trabajadores cada día. Ya no es en esta o la otra población, es en todas donde el seco detonar de los máuseres ha segado vidas jóvenes y lozanas. Mientras tanto, el gobierno nada ha hecho ni nada hará en el aspecto económico. No ha expropiado a los grandes terratenientes, verdaderos ogros del campesino español; no ha reducido en un céntimo las ganancias de los especuladores de la cosa pública; no ha destruido ningún monopolio; no ha puesto coto a ningún abuso de los que explotan y medran con el hambre, el dolor y la miseria del pueblo. Se ha colocado en situación contemplativa cuando se ha tratado de mermar privilegios, de destruir injusticias, de evitar latrocinios tan infames como indignos. ¿Cómo extrañarnos, pues, de lo ocurrido? Por un lado altivez, especulación, zancadillas con la cosa pública, con los valores colectivos, con lo que pertenece al común, con los valores sociales. Por otro lado lenidad, tolerancia con los opresores, con los explotadores, con los victimarios del pueblo, mientras a éste se le encarcela y persigue, se le amenaza y extermina.
Y, como digno remate a esto, abajo el pueblo sufriendo, vegetando, pasando hambre y miseria, viendo como le escamotean la revolución que él ha hecho. En los cargos públicos, en los destinos judiciales, allí donde puede traicionarse la revolución, siguen aferrados los que llegaron por favor oficial del rey o por la influencia de los ministros. Esta situación después de haber destruido un régimen, demuestra que la revolución que ha dejado de hacerse deviene inevitable y necesaria. Todos lo reconocemos así. Los ministros, reconociendo la quiebra del régimen económico; la prensa, constatando la insatisfacción del pueblo, y éste revelándose contra los atropellos de que es víctima. Todo, pues, viene a confirmar la inminencia de determinaciones que el país había de tomar para, salvando la revolución, salvarse.
UNA INTERPRETACIÓN Siendo la situación de honda tragedia colectiva; queriendo el pueblo salir del dolor que le atormenta y mata, y no habiendo más que una posibilidad, la revolución, ¿cómo afrontarla? La historia nos dice que las revoluciones las han hecho siempre las minorías audaces que han impulsado al pueblo contra los poderes constituidos. ¿Basta que estas minorías quieran, que se lo propongan, para que en una situación semejante la destrucción del régimen imperante y de las fuerzas defensivas que lo sostienen sea un hecho? Veamos. Estas minorías, provistas de algunos elementos agresivos, en un buen día, o aprovechando una sorpresa, plantan cara a la fuerza pública, se enfrentan con ella y provocan el hecho violento que puede conducirnos a la revolución. Una preparación rudimentaria, unos cuantos elementos de choque para comenzar, y ya es suficiente. Fían el triunfo de la revolución al valor de unos cuantos individuos y a la problemática intervención de las multitudes que les secundarán cuando estén en la calle.
No hace falta prevenir nada, ni contar con nada, ni pensar más que en lanzarse a la calle para vencer a un mastodonte: el Estado. Pensar que éste tiene elementos de defensa formidables, que es difícil destruirle mientras que sus resortes de poder, su fuerza moral sobre el pueblo, su economía, su justicia, su crédito moral y económico no estén quebrantados por los latrocinios y torpezas, por la inmoralidad e incapacidad de sus dirigentes y por el debilitamiento de sus instituciones; pensar que mientras que esto no ocurra debe destruirse el Estado, es perder el tiempo, olvidar la historia y desconocer la propia psicología humana. Y esto se olvida, se está olvidando actualmente. Y por olvidarlo todo, se olvida hasta la propia moral revolucionaria. Todo se confía al azar, todo se espera de lo imprevisto, se cree en los milagros de la santa revolución, como si la revolución fuera alguna panacea y no un hecho doloroso y cruel que ha de forjar el hombre con el sufrimiento de su cuerpo y el dolor de su mente. Este concepto de la revolución, hijo de la más pura demagogia, patrocinado durante docenas de años por todos los partidos políticos que han intentado y logrado muchas veces asaltar el poder, tiene aunque parezca paradójico, defensores en nuestros medios y se ha reafirmado en determinados núcleos de militantes. Sin darse cuenta caen ellos en todos los vicios de la demagogia política, en vicios que nos llevarían a dar la revolución, si se hiciera en estas condiciones y se triunfase, al primer partido político que se presentase, o bien a gobernar nosotros, a tomar el poder para gobernar como si fuéramos un partido político cualquiera. ¿Podemos, debemos sumarnos nosotros, puede y debe sumarse la Confederación Nacional del Trabajo a esa concepción catastrófica de la revolución, del hecho, del gesto revolucionario?
NUESTRA INTERPRETACIÓN. Frente a este concepto simplista, clásico y un tanto peliculero, de la revolución, que actualmente nos llevaría a un fascismo republicano, con disfraz, de gorro frigio, pero fascismo al fin, se alza otro, el verdadero, el único de sentido práctico y comprensivo, el que puede llevarnos, el que nos llevará indefectiblemente a la consecución de nuestro objetivo final.
Quiere éste que la preparación no sea solamente de elementos agresivos, de combate, sino que se han de tener éstos y además elementos morales, que hoy son los más difíciles de vencer. No fía la revolución exclusivamente a la audacia de minorías más o menos audaces, sino que quiere que sea un movimiento arrollador del pueblo en masa, de la clase trabajadora caminando hacia su liberación definitiva, de los sindicatos y de la Confederación, determinando el hecho, el gesto y el momento preciso a la revolución. No cree que la revolución sea únicamente orden, método; esto ha de entrar por mucho en la preparación y en la revolución misma, pero dejando también lugar suficiente para la iniciativa individual, para el gesto y el hecho que corresponde al individuo. Frente al concepto caótico e incoherente de la revolución que tienen los primeros, se alza el ordenado, previsor y coherente de los segundos. Aquello es jugar al motín, a la algarada, a la revolución; es en realidad, retardar la verdadera revolución.
Es, pues, la diferencia bien apreciable. A poco que se medite se notarán las ventajas de uno u otro procedimiento. Que cada uno decida cuál de las dos interpretaciones adopta.
PALABRAS FINALES. Fácil será pensar a quien nos lea que no hemos escrito y firmado lo que antecede por placer, por el caprichoso deseo de que nuestros nombres aparezcan al pie de un escrito que tiene carácter público y que es doctrinal. Nuestra actitud está fijada, hemos adoptado una posición que apreciamos necesaria a los intereses de la Confederación y que se refleja en la segunda de las interpretaciones expuestas sobre la revolución.
Somos revolucionarios, sí; pero no cultivadores del mito de la revolución. Queremos que el Capitalismo y el Estado, sea rojo, blanco o negro, desaparezca; pero no para suplantarlo por otro, sino para que hecha la revolución económica por la clase obrera pueda ésta impedir la reinstauración de todo poder, fuera cual fuere su color. Queremos una revolución nacida de un hondo sentir del pueblo, como la que hoy se está forjando, y no una revolución que se nos ofrece, que pretenden traer unos cuantos individuos, que si a ella llegaran, llámese como quieran, fatalmente se convertirían en dictadores al día siguiente de su triunfo. Pero esto lo queremos y lo deseamos nosotros. ¿Lo quiere también así la mayoría de los militantes de la Organización? He aquí lo que interesa dilucidar, lo que hay que poner en claro cuanto antes. La Confederación es una organización revolucionaria, no una organización que cultive la algarada, el motín, que tenga el culto de la violencia por la violencia, de la revolución por la revolución. Considerándolo así, nosotros dirigimos nuestras palabras a los militantes todos, y les recordamos que la hora es grave, y señalamos la responsabilidad que cada uno va a contraer por su acción o por su omisión. Si hoy, mañana, pasado, cuando sea, se les invita a un movimiento revolucionario, no olviden que ellos se deben a la Confederación Nacional del Trabajo, a una organización que tiene el derecho de controlarse a sí misma, de vigilar sus propios movimientos, de actuar por propia iniciativa y de determinarse por propia voluntad. Que la Confederación ha de ser la que, siguiendo sus propios derroteros, debe decir cómo, cuándo y en qué circunstancias ha de obrar; que tiene personalidad y medios propios para hacer lo que deba hacer.
Que todos sientan la responsabilidad de este momento excepcional que todos vivimos. No olviden que así como el hecho revolucionario puede conducir al triunfo, y que cuando no se triunfa se ha de caer con dignidad, todo hecho esporádico de la revolución conduce a la reacción y al triunfo de las demagogias. Ahora que cada cual adopte la posición que mejor entienda. La nuestra ya la conocéis. Y firmes en este propósito la mantendremos en todo momento y lugar, aunque por mantenerla seamos arrollados por la corriente contraria.
Barcelona, agosto de 1931.
Juan López, Agustín Gibanel, Ricardo Fornells, José Girona, Daniel Navarro, Jesús Rodríguez, Antonio Valladriga, Ángel Pestaña, Miguel Portolés, Joaquín Roura, Joaquín Lorente, Progreso Alfarache, Antonio Peñarroya, Camilo Piñón, Joaquín Cortés, Isidoro Gabín, Pedro Massoni, Francisco Arín, José Cristiá, Juan Dinarés, Roldán Cortada, Sebastián Clará, Juan Peiró, Ramón Viñas, Federico Uleda, Pedro Cané, Mariano Prat, Espartaco Puig, Narciso Marcó, Jenaro Minguet.

15 de septiembre de 2025

Mujer, Universidad y represión en 1929

Como en tantas otras ocasiones, dentro y fuera de España, los jóvenes estudiantes universitarios fueron la punta de lanza de lucha contra las dictaduras; así merecen ser recordadas la madrileña Noche de San Daniel de 1865 y las revoluciones que sacudieron el mundo hacia 1968. Incluso nuestro país vio como las Universidades se convirtieron durante los años 70 del siglo pasado en foco constante de oposición a la dictadura del general Franco. Una situación parecida a la que sufrió el general Miguel Primo de Rivera y su dictadura bufa en los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII. La respuesta de los regímenes autoritarios siempre es aumentar la represión de forma cruel e indiscriminada, como ocurrió en 1929 cuando el gobierno de Primo de Rivera procedió a castigar con la pérdida de la matrícula y del curso a todos los estudiantes de varias universidades españolas, empezando por la Central de Madrid. Con un rancio paternalismo machista, el Ministerio excluyó a las alumnas de este castigo, en lo que ellos creían un rasgo de galantería. Sin embargo muchas de las pocas mujeres que estaban matriculadas en estos centros universitarios protestaron contra la disposición y solicitaron ser equiparadas a sus compañeros masculinos en la represión. Los nombres de aquellas universitarias, que salvaron la dignidad de esta institución educativa y de todo un país, merecen ser recordados.


"Excelentísimo señor ministro de Instrucción Pública:
las que suscriben, estudiantes de la Universidad de Madrid, manifiestan a V. E. que declinan la galante deferencia que representa el quererlas excusar del régimen creado a nuestra Universidad, ya que consideramos que la galantería en este caso es incompatible con nuestro sentimiento de la justicia. No acudiremos a la convocatoria de exámenes del próximo mes de septiembre, porque deseamos permanecer solidarizadas con la causa de la Universidad, que es la de la cultura española, lo mismo que nuestros compañeros estudiantes, con quienes nos sentimos plenamente identificadas en la defensa que han hecho de los derechos del Estado en materia de enseñanza. Nosotras en la Universidad somos y seguiremos siendo estudiantes afanosas de ayudar a la obra de cultura en aquel centro y compañeras leales de nuestros leales amigos, sobre todo en estos momentos de dura persecución contra ellos.
Lo que tenemos el honor de poner en conocimiento de V. E.
Madrid, 25 de abril de 1929"

Consuelo Burell, Virginia Robles, Carmen Olmedo, Concepción Mareque Seoane, Pepita Marín, Carmen Gómez, Isabel Téllez, María Luisa Álvarez, Carmen Castro, Pepita Carabias, María Isabel Barreiro, Elena Manrique, Adelaida Bello, Carmen Caamaño, María Luisa Riboo, Pepita Callao, Aurora Riaño, Concepción Meseguer, María Trinidad G. Suárez, Julia Fernández, Angelita Blázquez, María R. Carreña, Carmen Marañón, Carmen de Ortueta, Consuelo de Ortueta, Elena G. Morales, Consuelo Gutiérrez del Arroyo, Margot Arce, Elisa Bernis, Margarita Salaverría, Elena G. del Valle, María Teresa Toral, Pilar de Madariaga, Antonia Hernández, Dorotea Barnés, Rosa Bernis, Juana Álvarez Prida, María Núñez, Lucía Castro, Adela Bamés, Amparo Núñez, Concha Prieto, Encamación Puyola, María del Carmen Nogués, Isabel Vicedo, Petra Barnés, G. Fernández, Anita Gaset, Araceli Gallego, María Aragón, Carmen Pardo, Carmen Niño, María Paz O. del Valle, Pilar Lago, Elena Gómez Moreno, María O. de la Peña, Amada López Menenses, Ángeles Tormo, Pilar Martínez Sancho, Eloísa Malasecheverria, María Isabel Fernández, María Bello, Carmen Castro Cardus, Concepción Zulueta, Glorita Rojas Gutiérrez, Carmen Ochoa, Carmen Sainz, Nieves López, Natividad Lasala, Mercedes Hernández, Laura Duarte, Elena Felipe, Consuelo González, Concepción Seseña, Natividad Gómez Ruiz, Mercedes Vázquez, Antonia Casado, Dolores Jarones, Salomé Lorenzana, Nieves Piñoles, Obdulia Madariaga, Pilar González, Amelia Azarola, Obdulia Fons, Dolores Mur, Amalia Gómez, Carmen Lorenzana, Dolores Castilla, Pilar Ríos, María Encar, G. Herreros, Aurelia Garrido, María Luisa Bartolozzi, María Santullano, Pilar Loscertales, Antonia Fernández, Emilia Hernández, Casilda Hoyos, Pilar Hors, Enriqueta Hors, Concha G. Velasco, Nieves de Hoyos, Aurelia Gómez Becerro, Julia Fernández, Emilia Díaz, Blanca Gayoso, María Caballar, Teodora Enciso, Beatriz López Ocaña, Elena G. Spéncer, Josefa Llaudaró, Fe Sanz, Fernanda G. del Real, Carmen Guerra, Carmen Alvarado, María del Carmen G. Gómez, Antonia Dardano, Isabel Ribera, Lucia Bonilla Smith, Encarnación Corrales, Dagny Stabel-Hausen, Adelaida Muñoz, Socorro Blanco, Ascensión Jalones, Hildegart Rodríguez, Mariana C. Velasco, María Luisa Bravo, Carmen Moyano, Balbina Rodríguez, Pilar González y González, Paulina Bardan, Carmen Jimez, Leonor Mercado.

1 de septiembre de 2025

Manifiesto de inteligencia republicana de 1930

En 1930 todos los españoles, al margen de su adscripción política, eran conscientes de que asistían al colapso de las instituciones de la Restauración, después de más de medio siglo de lento declive de un régimen que había sido incapaz de dar solución ni a los problemas nacionales del siglo XIX ni a los restos que planteaba el siglo XX. La Dictadura del general Miguel Primo de Rivera lejos de encauzar renovar la monarquía de Alfonso XIII había enajenado al rey casi todos los escasos apoyos con los que contaba en 1923. Todos los sectores ideológicos y todos los grupos sociales, y entre ellos los anarquistas, se proyectaban en un futuro esperanzador mientras los leales al rey aún soñaban con mantenerse al timón del país. En marzo de 1930 se redactó y firmó en Cataluña un Manifiesto de inteligencia republicana que rubricaron políticos y personalidades republicanas y nacionalistas de izquierdas que contó también con el apoyo explícito de algunos sindicalistas, sobre todo de la CNT (Martí Barrera, A. Borrás, Conrad Guardiola, J. Murtra, Juan Peiró y D. Trilles). Tras su publicación en L’Opinió del 2 de mayo de 1930 fue muy criticado entre la base centista y auguraba el conflicto que desembocó en el Manifiesto de los Treinta.


MANIFIESTO DE INTELIGENCIA REPUBLICANA
La actual descomposición del régimen, crudamente confesada por la figura de más alto prestigio entre las fuerzas conservadoras, plantea hoy a los hombres de izquierda, políticos y apolíticos, de Cataluña y de toda España, una cuestión de la máxima gravedad.
Nadie sabe todavía cómo se cerrará el período constituyente abierto con el golpe de Estado del 13 de septiembre. Pero la angustiosa incógnita que planea sobre el pueblo, ha trascendido ya a la conciencia internacional, y todos ven la absoluta impotencia de las medidas gubernamentales ante la catastrófica traducción del hecho en la progresiva depreciación de nuestra unidad monetaria.
He aquí el legado de la Dictadura: el desorden moral y el desguace económico, indisolublemente aparejados.
En el actual estado de cosas, todo los medios que se intenten poner en juego para prolongar la precaria supervivencia de aquello que todos saben condenado a desaparecer –como exponente de un grado de evolución política superado ya en el conjunto de los pueblos cultos- solo servirá para agravar la crisis, más aguda a cada hora que pasa, y para acrecentar los peligros del desenlace.
Solo hay un camino para incorporarnos a la normalidad: el restablecimiento del orden jurídico, con la consagración definitiva de la soberanía popular, y la exigencia de responsabilidades a sus conculcadores.
Los que no lo ven así, o no quieren verlo, basan su sofisticada argumentación asignando al pueblo una trágica incapacidad histórica y augurando todo tipo de convulsiones sangrientas y espantosas calamidades, como si pudiese haber ninguna peor que el envilecimiento colectivo y la lenta agonía de los resortes vitales del país.
Y bien, si no fuese suficiente el mismo hecho de la caída de la Dictadura, anunciada ayer como el presagio de un cataclismo y vivida después como el simple colapso de una ficción ridícula, nosotros, con la significación que nos es conocida, nos dirigimos a la opinión de todos los hombres de ideas honradas para desvanecer de una vez este agitado espantajo, esta pueril amenaza de próximos peligros imaginarios con que se pretende en vano encubrir el mayor peligro de la inestabilidad presente.
Ante la urgencia de definir las posiciones, por encima de los partidos y de las organizaciones –convencidos, sin embargo, de no ser desmentidos ni por los hechos ni por los hombres-, anteponemos hoy nuestra condición de ciudadanos a toda otra adjetivación específica y con plena conciencia del valor de nuestro compromiso, declaramos que estamos dispuestos a trabajar previamente para asegurar un orden político que, instaurado sobre la condición suprema de la justicia, impida definitivamente cualquier subversión de los poderes y lleve al país por las vías jurídicas indispensables para el progreso de los pueblos.
Este nuevo orden político, la República Federal, puede definirse sintéticamente con los siguientes puntos básicos:
I.- Separación de poderes.
II.- Reconocimiento a todos los ciudadanos de la igualdad de sus derechos individuales y sociales.
III.- Reconocimiento a los territorios federados, por su expresa voluntad colectiva, la plena libertad en el uso de su idioma y el desarrollo de su propia cultura.
IV.- Libertad de pensamiento y conciencia. Separación del Estado y de la Iglesia.
V.- Reforma agraria con parcelación de latifundios.
VI.- Reformas sociales al nivel de los Estados capitalistas más avanzados.
Que nadie vea en la solemne declaración de nuestra coincidencia en estos puntos básicos ningún debilitamiento de nuestros ideales particulares. Es la dura experiencia de estos últimos años la que nos dicta hoy nuestro deber, como un imperativo avasallador, dolorosamente convencidos de la inanidad de plantear todo programa máximo sin la previa incorporación de España a la corriente de los pueblos libres, pues solo la nueva legalidad puede hacer compatible el desarrollo civilizado de las luchas políticas con el constante crecimiento de la cultura y la riqueza públicas.
Conscientes de nuestro deber histórico, hacemos, pues, un fervoroso llamamiento a los hombres de buena voluntad de Cataluña y de toda España para que confluyan en sus esfuerzos por la instauración de la República Democrática.
Esta es ahora nuestra palabra, solo condicionada por la urgencia de las circunstancias. Si nuestra voz no encuentra el eco cordial que aspiramos a concitar, nos sentiremos desligados de nuestro compromiso. Pero la responsabilidad de los acontecimientos futuros caería sobre otros.
Barcelona, marzo de 1930.
J. Aleu, J. Aiguader i Miró, Gabriel Alomar, J. Alsamora, Amadeu Aragay, Martí Barrera, Domènec de Bellmunt, Amadeu Bernadó, E. B. de Quirós, A. Borrás, Vicens Botella, R. Caballería, R. Campalans, Joan Casanelles, Joan Casanoves, F. Cases i Sala, C. Comeron, P. Comes i Calvet, Lluís Companys, Pere Foix, J. Fronjosà, Eladi Gardó, L. Gelabert, E. Granier-Barrera, Conrad Guardiola, Ot Hurtado, Edmond Iglésies, J. Jover, E. Layret, J. Lluhí i Vallescà, Marfull, L. Martínez, Josep María Massip, J. Mateu, J. Mies, A. Moles i Caubet, A. Montaner, F. de Muntanyà, J. Murtra, J. Mussoles, L. Nicolau D’Olwer, Joan Ors, J. Peiró, J. L. Pujol i Font, A. Roca, Cosme Rofes, A. Rovira i Virgili, Ángel Samblancat, M. Serra i Moret, Carles Soldevila, D. Trilles, T. Tusó, J. Valentí i Camp, Abel Velilla, J. Ventalló, J. Viadiu, S. Vidal, J. Viladomat, A. Vilalta Vidal, Joan B. Vives y Josep Xirau.