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5 de enero de 2008

Higiene de la construcción

Alumno de la Academia de Ingenieros militares, Guadalajara, hacia 1871 (Archivo La Alcarria Obrera)

En el siglo XIX se desarrollaron las teorías higienistas, que promovían reformas legislativas y acciones sociales encaminadas a impedir las enfermedades y procurar bienestar físico y mental, una aspiración necesaria en una época en la que los trabajadores habían visto empeorar sus condiciones laborales y vitales al emplearse en las fábricas y residir en las ciudades; un pensamiento bienintencionado y reformista que ponía al descubierto la dura vida de los obreros. En 1882 se constituyó la Sociedad Española de Higiene, que en 1886 convocó un concurso que premió la obra Higiene de la Construcción, escrita por el jefe del Arma de Ingenieros Manuel de Luxán y García, residente en Guadalajara donde se editó la obra en la Imprenta Provincial, y más tarde encargado de Academias en el Ministerio de la Guerra. La introducción de la obra es un buen resumen de las teorías higienistas de aquel momento, que en Guadalajara se expusieron tan tempranamente.

En presencia el hombre de los agentes atmosféricos, sin más defensa contra ellos que su débil organización, hubo de pensar en los medios que impidieran la acción directa de aquéllos sobre su cuerpo; de aquí nació la habitación y el vestido. Ambos aparecieron con este exclusivo objeto, y han venido después a satisfacer otros varios. La primera ha sido indispensable para la instalación de industrias y ejecución de trabajos que serían imposibles al aire libre; para satisfacer numerosas necesidades, hijas de los progresos sociales, y hasta el arte la toma como elemento en que realizar sus concepciones, ya por la disposición exterior, ya por la interior, ya por sus formas generales, ya por sus detalles y hasta por sus accesorios, como el mobiliario. El vestido también ha sido objeto en que el arte ha impuesto sus leyes, y las más de las veces, su hija espuria la moda, con tantas y tantas aberraciones como suele patrocinar.
Resulta, pues, que el primitivo objeto de la habitación, fue librar al hombre de los agentes atmosféricos, y después hacer posibles gran número de trabajos que al aire libre no lo serían. No sería extraña a la existencia de las primeras habitaciones la defensa contra los animales feroces, cuyos ataques no podían menos de preocupar al hombre primitivo, ni deja de constituir uno de los objetos actuales la defensa de la propiedad representada por muebles, metálico o valores.
Expuesto el objeto y necesidad de la habitación, se comprende desde luego que ésta constituye un medio en que el hombre vive, muy distinto del exterior, siendo un modificador higiénico que altera las condiciones en que se encuentra; y como precisamente la vida social moderna, ésta, para la mayor parte de las clases, se verifica casi toda bajo techado en el domicilio, en las fábricas, en los talleres, las oficinas, los cuarteles, las iglesias, los teatros, etc., resulta que el hombre moderno consume la mayor parte de su existencia en este medio artificial que él se ha creado. Claro se ve, cuán grande influencia ejercerá sobre la humanidad entera el que éste no sea un riesgo para la salud, sino que muy al contrario, contribuya a su conservación, facilite el desarrollo de los jóvenes, conserve el vigor de la edad madura y detenga los estragos de la vejez.
A la higiene, a esa gran ciencia que tanto desarrollo adquiere en la actualidad, y cuyo objeto es dictar reglas para la conservación de la salud, evitando que las distintas causas que pueden alterarla ejerzan su perniciosa influencia sobre la economía, es a quien corresponde estudiar y establecer los principios según los cuales han de construirse los edificios en las mejores condiciones posibles de salubridad, y también indicar los medios mejores de usarlos después, aprovechando estas buenas condiciones y evitando los riesgos que puedan existir.
Esta profunda ciencia, cuyo conocimiento completo y racional sólo podrá alcanzarse por el hombre dedicado a estudios técnicos de consideración, tiene una parte elemental que interesa grandemente difundir entre todas las clases sociales, para que constituya un broquel que nos defienda de las numerosas y continuas causas de enfermedad a que a todas horas estamos sometidos, con lo que se alcanzará, sin duda alguna, la ventaja de disminuir la mortalidad y mejorar la raza, elementos de prosperidad del país. Resulta, pues, que la difusión de los preceptos higiénicos es humanitaria, puesto que conserva sus individuos; ilustra y moraliza, porque los preceptos higiénicos están siempre de acuerdo con los de la moral; y es patriótica, porque contribuye a aumentar la prosperidad de la Nación.
Tres grandes subdivisiones podremos establecer para el estudio higiénico de la edificación. Será la primera la en que se estudien los agentes anteriores a la existencia de la casa, y en este concepto habremos de ver las condiciones de situación, emplazamiento, orientación, suelo y subsuelo, proximidad a accidentes o edificios insalubres y humedad del terreno. Será la segunda aquella en que consideremos los agentes introducidos por el edificio mismo, tales como los materiales de construcción y el sistema de ejecutarla, número de pisos, distribución, etc. Por último, en la tercera habremos de examinar las circunstancias inherentes al uso del edificio, y por consiguiente, nos referiremos a la ventilación, la calefacción, el alumbrado y el alejamiento de las inmundicias.
El hombre que en su ignorancia ha despreciado por mucho tiempo las reglas y prescripciones higiénicas, ha ido convenciéndose poco a poco de su importancia, y la dolorosa experiencia de repetidas catástrofes le ha hecho comprender la conveniencia de seguir sus preceptos; pero desde el momento en que se ha dado cuenta de la necesidad de aquéllas, le ha pedido más de los que la ciencia humana puede dar. Se pide a la higiene que contrarreste y anule las causas de enfermedad producidas por las necesidades sociales modernas, y muchas veces por sus desaciertos y sus caprichos; así en una población mal situada, a veces en un profundo valle, poco aireado, a inmediaciones de aguas pantanosas, en presencia de un vicioso sistema de alejamiento de las inmundicias, se pide a la higiene que neutralice todos estos inconvenientes y además con poco o ningún gasto. No se consultan los preceptos de la ciencia para ajustar a ellos la situación y disposición general de las ciudades y de sus servicios y la particular de las habitaciones, sino que, después de establecidas, se pide la salubridad a pesar de todos los principios olvidados. No es extraño que el problema sea difícil y aun muchas veces imposible.
El problema de la salubridad de las habitaciones tiene dos aspectos distintos: es el primero aquel en que se marcan las reglas que debe seguir el constructor (Ingeniero o Arquitecto) para procurar al edificio las condiciones higiénicas; y el segundo aquel en que se dictan las reglas que debe tener en cuenta el vecino para usar higiénicamente del edificio. Es cierto que éste no tiene en su mano medio de procurar al edificio condiciones higiénicas, pero tiene la facultad de elegir casa, para lo que le es preciso conocer, aunque sólo sea ligeramente, los principios higiénicos a que debe satisfacer su construcción y examinar si se han cumplido. Si estos conocimientos se difunden y se aprecian, claro está que serán menos pagadas las casas que carezcan de aquellas condiciones, lo que constituirá un eficaz estímulo para que los especuladores atiendan tan importante aspecto de la construcción.

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