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9 de febrero de 2008

¡Adelante!, portavoz de la CNT de Cuenca

El brutal alzamiento reaccionario contra la Segunda República española y la cruel represión de la dictadura franquista, han teñido de nostalgia y dulcificado los contornos de aquel período de nuestra historia. Hoy son muchos los que elogian un régimen democrático que creen modélico, y no faltan quienes culpan a los anarcosindicalistas de todos los excesos y de todos los crímenes de esa etapa tan conflictiva. Para ofrecer el punto de vista de los libertarios, recogemos un artículo que ofrece un buen ejemplo de cómo se acusa a la CNT de un atentado policial o patronal. Este texto tiene un valor histórico añadido; fue publicado en ¡Adelante!, el órgano de la Federación Provincial de Trabajadores de CNT de Cuenca, en su número del 29 de abril de 1933. Aunque fue editado durante varios años, apenas media docena de ejemplares han podido llegar hasta nosotros, restos del naufragio que escaparon al furor de quienes quisieron borrar la memoria de aquellos hombres y mujeres rebeldes y luchadores.

Hace mucho tiempo que la preponderancia, cada día mayor, de la CNT en Cuenca traía de cabeza a las autoridades; sabido es que Gobernador de provincia, en una población de primer orden es un simple funcionario del Estado capitalista que le paga, sin ninguna influencia sobre el resto de los habitantes, pero cuando se trata de ciudades de escasa importancia y de reducido número de moradores, la cuestión varía totalmente y entonces el gobernador se considera virrey o dueño de vidas y haciendas de todos, a los que trata y considera como súbditos.
Recuérdese con relación a esto, que después de implantar la República, que más tarde había de denominarse, por un sarcasmo de los hechos, de “trabajadores de toda clase”, tuvimos un poncio que pretendía que le reconocieran y trataran de excelencia hasta en los establecimientos públicos.
Esto viene a demostrar que estos pobres diablos, metidos a gobernadores, se crean a sí mismos una jerarquía, a la cual todos han de rendir acatamiento y ¡ay! de aquel o de aquellos que otra cosa pretendan.
He aquí el motivo que justifica las represiones, la sola causa del encarcelamiento de los hombres rebeldes; todo aquel que posea la dignidad suficiente para no considerarse súbdito del usía irá a parar con sus huesos a la mazmorra.
Un poncio de una provincia, de capital pequeña, se cree el ser supremo que está por y sobre todos los habitantes, se considera el principio y fin de la sabiduría, el sumo hacedor, el soberano intérprete de la justicia, el “non plus ultra”.
Si se os ocurre hablar con cualquier ciudadano de una cuestión social sin su intervención o sin su conocimiento, os multará, embargará y hasta os encarcelará; si pretendéis solucionar un conflicto habido entre obreros y patronos, lo impedirá, si previamente no le consultáis; nada importa que el conflicto sin importancia en su iniciación se agrave y se haga insoluble, para eso dispone de los tercios de la Guardia Civil, de los agentes de policía y, en último caso, de las legiones de asalto; la libertad, la tranquilidad y la vida de sus gobernados, nada le importa, tiene bastantes súbditos y no le interesa que algunos desaparezcan; lo fundamental es que siga conservando su hegemonía, que nadie discuta su jerarquía, que todos le consideren soberano.
Estos conceptos absurdos y contrarios incluso al derecho de gentes, son la causa de todas las lágrimas, los engendradores de todas las tragedias, los amparadores de todas las justicias y atropellos.
Y en Cuenca, como en todas las poblaciones, hay un puñado de hombres rebeldes, de idealistas que no acatan sumisamente estas premisas, que no se someten al yugo del jerarca.
Estos luchadores molestan enormemente al virrey, le irritan y sacan de sus casillas, desde que le disputan su soberanía se convierten en sus peores enemigos a los cuales hay que anular o exterminar; todos los resortes de la ley, la sumisión incondicional de las autoridades subalternas, el aparato coaccionador y represivo de que dispone a su antojo, será empleado; desde la denuncia policíaca al encarcelamiento gubernativo, lo pondrá en práctica; pase lo que pase, él ha de conservar por encima de todo su soberanía…
Y si esto no basta, nunca falta un agente provocador que realice un hecho condenable y criminal para atribuírsele a los hombres rebeldes y luchadores.
Recordemos el caso del capitán de la Guardia Civil, Morales, que ponía bombas en los teatros para atribuir después el vandálico hecho a los anarquistas; podemos también aducir como ejemplo la actuación de La Mano Negra en la campiña jerezana para ahorcar más tarde a los hambrientos e inocentes campesinos.
¡Cuántas veces han sido encontradas bombas en lugares que antes de ir las autoridades a registrar no existían!
Recordando todo esto llegamos a la conclusión de que el incendio de las traviesas de los contratistas señores Machetti, fue realizado con el propósito preconcebido de atribuir el hecho a los dirigentes de la organización confederal de Cuenca. Nada hace sospechar otra cosa. Estos señores siempre vivieron en buena armonía con nuestra organización, todos los obreros que tenían en los tajos son afiliados nuestros; en todo momento nos atendieron con atención y hasta cordialmente; ni un despido, ni un rozamiento, jamás ocurrió el incidente más leve que justifique la menor represalia.
Y por otra parte, ¿el incendio de las traviesas a quien o a quienes beneficia?
Los trabajos iban a ser incrementados y como consecuencia de ellos serían ocupados una buena cantidad de compañeros parados pertenecientes todos ellos a la Confederación, y con esta perspectiva, el día de la huelga de la CNT se incendian las traviesas impidiéndolo. ¿Por qué? ¿Con qué fin? ¿No servirá el incendio para represaliar, perseguir y si es posible destruir la CNT en Cuenca?

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