El Partido Republicano Federal tiene mala suerte; nadie parece interesado en recuperar la memoria histórica de una corriente política cuyos principios (democracia, república, federalismo, laicismo…) hoy muchos dicen compartir en España. A pesar de su innegable importancia en la historia española contemporánea, y a pesar de su indiscutible influencia en otras corrientes ideológicas, como el anarquismo, muy poco se escribe y difunde sobre sus ideas, sus hombres y mujeres y sus organizaciones. Reproducimos la nota necrológica de Manuel González Hierro, el más destacado republicano federal de toda la provincia de Guadalajara. Fue publicada el 5 de abril de 1896 en el semanario Flores y Abejas y, aunque anónima, sospechamos que fue escrita por Miguel Mayoral Medina, también médico, también republicano y también periodista vocacional, como Manuel González Hierro.
No unas cuantas cuartillas, un tomo entero era necesario para escribir una necrológica completa del honrado federal que un día y otro se sacrificó en aras de su partido y de su pueblo.
Plumas mejor tajadas que las nuestras, debieran venir en los momentos actuales a entonar armoniosos sonidos en loor del ilustre patricio, cuya muerte lloramos hoy todos los que tuvimos la dicha de contarnos entre sus paisanos y amigos del alma.
Porque eso y mucho más se merecía el hombre honrado, el filántropo médico, que abandonando las comodidades y placeres del mundo en que jiraba, ponía todas sus energías y desvelos al servicio de la humanidad doliente.
Don Manuel González Hierro nació en Guadalajara el 10 de junio de 1825, en la casa conocida antiguamente con el nombre de La Botillería, y que en la actualidad ocupa el comercio de don Francisco Justel, hijo.
Hizo sus primeros estudios con aprovechamiento en esta ciudad, pasando después a la Corte, donde se matriculó en la facultad de Medicina.
Desde un principio, nuestro biografiado demostró sus excepcionales aptitudes para el ejercicio de tan honrosa profesión, obteniendo al segundo año una plaza de practicante en el Hospital de San Carlos, la cual desempeñó con verdadero cariño y con cuyos emolumentos logró abreviar la pesada carga que sobre sus ancianos padres pesaba.
Por aquel entonces su entusiasmo por las ideas liberales se manifestó tan decidido, que bien pronto se hizo notar entre los hombres que dirigían los partidos más radicales.
El malogrado leader de la democracia en España D. José María Orense, a quien fue presentado el joven estudiante, descubrió en él desde luego un corazón noble y capaz de todos los sacrificios, siendo tal la confianza que le inspiró que, no sólo le dispensaba una verdadera amistad y cariño, sino que también le hizo partícipe en las más arriesgadas empresas, que más tarde habían de dar como resultado el advenimiento de la República.
Entre sus compañeros de San Carlos gozaba de grandes simpatías, que supo aprovechar para hacer propaganda entre ellos de sus ideas democráticas, consiguiendo que con él tomaran parte muchos en el movimiento republicano que contra la reacción -acaudillada por el célebre Narváez- preparó el viejo demócrata Orense en el año 1848, y cuyo fracaso costó la vida a buen número de patriotas.
Desde la citada fecha, en que empieza el bautismo de sangre en la política de nuestro querido paisano, siempre militó en los partidos más avanzados, prestando su concurso con la decisión y empuje –de que hay raros ejemplos- a cuantos trabajos de propaganda y hechos de fuerza se han sucedido en nuestra Patria.
Al estallar la revolución de Septiembre, González formó parte de la Junta Revolucionaria y en ella se distinguió por su nobleza de sentimientos, pues si como revolucionario estaba siempre al lado de los que condenaban el antiguo régimen, no fueron pocas las batallas que libró porque honrados funcionarios no se vieran privados del pan para sus hijos, siempre que sus servicios y condiciones morales –a las que rendía ferviente culto- abonaran su permanencia en los cargos que desempeñaban.
A la formación del gran partido republicano contribuyó con verdadero afán; a la propaganda de los principios democráticos en toda la provincia, con la fe y el ardor del hombre verdaderamente convencido, manteniendo vivo –con su indiscutible prestigio- el entusiasmo en las luchas pacíficas en que los suyos peleaban.
Proclamada la República, por renuncia al trono de don Amadeo, fue elegido Diputado en las Constituyentes de 1873, por el distrito de esta capital, manteniendo íntima amistad y mereciendo las mayores distinciones por parte del eminente repúblico Sr. Pi y Margall, con el que siempre estuvo identificado en ideas y procedimientos, para defender con tesón el dogma federal, cuya bandera con tanto patriotismo ha enarbolado hasta su muerte.
Con posterioridad desempeñó el cargo de Diputado provincial y la parca le ha sorprendido perteneciendo al Concejo de esta población.
En ambas Corporaciones contribuyó grandemente con sus buenos consejos e iniciativas, a la realización de cuantas empresas pudieran resultar beneficiosas para la provincia y el pueblo que le vio nacer.
Si como político fue un modelo de consecuencia, como médico ejerció su profesión con gran celo y desinterés, acudiendo al desvalido con sus servicios profesionales, y practicando actos de verdadera filantropía, pues eran muchos los que recibían de él auxilios pecuniarios para atender a sus necesidades.
Por haberse presentado voluntariamente a asistir a los coléricos en el pueblo de Loranca, donde tan terrible plaga hacía verdaderos estragos, fue condecorado con la cruz de Isabel la Católica, y por haber practicado iguales servicios con motivo de la enfermedad variolosa de Molina, le fue otorgada también la placa de Carlos III.
Ambas cruces fueron renunciadas por él, que se consideró, como siempre, altamente recompensado con la satisfacción de haber ejercido el bien en beneficio de la humanidad doliente.
También dedicó a la prensa sus iniciativas, dirigiendo el periódico local La Voz de la Alcarria, en el cual defendió con valentía la idea federal, a la par que los intereses morales y materiales de la provincia. Nuestra humilde revista en más de una ocasión vióse honrada con sus notables trabajos, sirviéndonos sus desinteresados consejos de guía en muchos momentos.
Tales son a grandes rasgos, los datos biográficos que hemos podido recoger acerca de la vida del ilustre hijo de Guadalajara, que dedicó su existencia toda al bienestar de sus semejantes. Hombres como D. Manuel González Hierro son dignos siempre del aprecio de sus conciudadanos, y merecen eterna memoria por sus virtudes cívicas, acrisolada honradez y desinteresado proceder en política, cualidades todas de que ya van quedando rarísimos ejemplares.
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