Juan Grave es un lúcido pensador anarquista especialmente conocido por su libro Las aventuras de Nono, una obra escrita para niños y jóvenes en la que expone con sencillez el ideario anarquista a través de las aventuras de su protagonista infantil en el país de Autonomía. Esta obra fue utilizada como libro de lectura en la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia y en otros muchos centros educativo libertarios o laicos, lo que la convirtió en un libro sobradamente conocido y reconocido. Sin embargo, Juan Grave también fue director de la revista ácrata Les Temps Nouveaux y autor de otros ensayos, entre los que merece destacarse La sociedad moribunda y la anarquía, de la que reproducimos uno de sus capítulos, según la edición del año 1904 de la editorial F. Sempere de Valencia.
Las ideas anarquistas y su practicabilidad
“Esas ideas son muy hermosas en teoría pero no son practicables; los nombres necesitan un poder ponderador que los gobierne y obligue a respetar el contrato social”. Esa es la última objeción que nos dirigen los partidarios del actual orden social cuando, después de haber discutido, se han quedado sin argumentos y demostrado que el trabajador no puede esperar ninguna mejora sensible para su suerte conservando los mecanismos del actual sistema social.
“Esas ideas son muy hermosas, pero no son practicables; el hombre no está bastante desarrollado para vivir en estado tan ideal. Para ponerlas en práctica sería necesario que el hombre hubiera llegado a la perfección”, añaden muchas personas sinceras, pero que, extraviadas por la evolución y la rutina, no ven más que las dificultades y no están bastante convencidos de la idea de trabajar por su realización.
Además, al lado de esos adversarios declarados y de los indiferentes que pueden convertirse en amigos, surge una tercera categoría de individuos, más peligrosos que los adversarios declarados. Esos se fingen entusiastas por las ideas; declaran en alta voz que no hay nada más hermoso; que nada vale la organización actual, que debe desaparecer ante las ideas nuevas, que son el fin al cual debe tender la humanidad, etc., etc. Pero añaden que no son practicables ahora; hay que preparar para ella á la humanidad, guiarla á comprender ese estado dichoso, y con pretexto de ser prácticos, tratan de rejuvenecer esos proyectos de reformas que acabamos de demostrar que son ilusorias; perpetúan las preocupaciones actuales, lisonjeándolas en aquellos á quienes se dirigen, y tratan de sacar el partido mayor posible de la situación actual en beneficio personal, y pronto desaparece el ideal para que lo sustituya un instinto de conservación del actual orden de cosas.
Desgraciadamente, es demasiada verdad que las ideas, objeto de nuestras aspiraciones, no son realizables inmediatamente. Es demasiado ínfima la minoría que las ha comprendido para que tengan influencia inmediata en los acontecimientos y marcha de la organización social. Pero eso no es una razón para no trabajar por realizarla.
Si estamos convencidos de que son justas, debemos tratar de llevarlas á la práctica. Si todo el mundo dice que no son posibles, y acepta pasivamente el yugo de la sociedad actual, es evidente que el orden burgués durará todavía largos siglos. Si los primeros pensadores que lucharon contra la iglesia y la monarquía, por las ideas naturales y por la independencia, y afrontaron la hoguera y el patíbulo, para confesarlas hubieran pensado así, todavía estaríamos en los tiempos de los conceptos místicos y los derechos feudales.
Gracias á que siempre hubo gente que no era práctica, pero que estaba convencida de la verdad, y trataron de hacerla penetrar con todas sus fuerzas por donde pudieron, empezando el hombre á conocer su origen y á deshacerse de las preocupaciones de autoridad divina y humana.
En su libro que realmente vale, Bosquejo de una moral sin obligación ni sanción, desarrolla Guyau, en un capítulo admirable, la siguiente idea: “El que no obra como piensa, no piensa por completo”. Es verdad. El que está bien convencido de una idea no puede menos de propagarla y de tratar de realizarla.
Muchas disputas se presencian entre amigos por causas fútiles, sosteniendo cada cual su parecer, sin más móvil que la convicción de que sostiene la verdad. Nada costaría, sin embargo, para complacer á un amigo, ó para no molestarlo, dejarle decir lo que quisiera sin aprobarlo ni censurarlo; si lo que sostiene no tiene importancia real para nuestra convicción, ¿por qué no le hemos de dejar decir lo que quiera? Muchas veces se procede así en la conversación, cuando se trata de cosas sobre las que no tiene uno opinión determinada, pero en cuanto se trata de una cosa sobre la cual ha formado uno juicio, aunque tenga poca importancia, disputa uno con el mejor amigo para sostener su opinión. Pues si obramos así por frivolidades, ¡cuánto mayor debe ser el impulso cuando se trata de ideas que interesan al porvenir de toda la humanidad, á la emancipación de nuestra clase y de nuestra descendencia!
Comprendemos que no todos pueden aplicar la misma fuerza de resistencia á la lucha, ni el mismo grado de energía para combatir contra las instituciones vigentes; no tienen el mismo temple todos los caracteres y temperamentos. Son tan grandes las dificultades, tan dura la miseria, tan múltiples las persecuciones, que comprendemos que haya grados en los esfuerzos para propagar lo que se cree verdadero y justo. Pero los actos son siempre proporcionales al impulso recibido y á la fe en las ideas. A veces le detendrán á uno consideraciones de familia, de amistad, de consideración del pan de cada día, pero cualquiera que sea la fuerza de esas consideraciones no deben hacer digerir todas las infamias que se vean; llega un momento en que se mandan á paseo todas las consideraciones para recordar que uno es hombre y que ha soñado algo mejor que lo que tolera. El que no es capaz de ningún sacrificio por las ideas que dice que profesa, no cree en ellas; las predica por ostentación, porque en un momento dado, están de moda, ó porque quiere justificar algún vicio con esas ideas; no confiéis en él, porque os engaña. Los que tratan de aprovecharse de las instituciones actuales diciendo que lo hacen para propagar las ideas nuevas, son ambiciosos que adulan al porvenir para disfrutar en paz de le presente.
Evidente es, pues, que nuestras ideas no son de inmediata realización, ya lo reconocemos, pero llegarán á serlo por medio de la energía que sabrán desplegar quienes las hayan comprendido. Cuanto mayor sea la intensidad de la propaganda, más cercana estará la realización. No las haremos germinar obligándonos á las instituciones actuales, ni ocultando nuestras ideas.
Para combatir esas instituciones, para trabajar por el advenimiento de las ideas nuevas, hay que tener energía, y esa energía no puede darla más que la convicción. Hay que encontrar hombres que trabajen por ellas.
Como las reformas, según creemos haber demostrado, no son aplicables, engañará á sabiendas á los trabajadores quien predique su eficacia. Además, sabemos que la fuerza de las cosas llevará infaliblemente á la revolución a los trabajadores; las crisis, los paros, el desarrollo mecánico, las complicaciones políticas, todo concurre á dejar á los trabajadores en la calle y á que se rebelen para afirmar su derecho á la existencia. Y puesto que la revolución es inevitable y las reformas ilusorias, no nos queda más que prepararnos á la lucha; eso es lo que hacemos, yéndonos directamente al objeto, dejando á los ambiciosos el trabajo de crearse situaciones y rentas con las miserias que piensan aliviar.
Aquí se nos presenta una objeción, nos dirán: “Si reconocéis que nuestras ideas no pueden llevarse ahora á la práctica, ¿no predicáis la abnegación de la generación presente en beneficio de las futuras al pedirle que luche por una idea cuya inmediata realización no podéis garantizar?”
No predicamos la abnegación; lo que hacemos es no forjarnos ilusiones acerca de los hechos, ni querer que se las forjen los entusiastas. Apreciamos los hechos como son, los analizamos y deducimos lo siguiente: Hay una clase que lo detenta todo y no quiere soltar nada; hay otra clase que lo produce todo y no posee nada, y no tiene otra alternativa que postrarse humildemente ante sus explotadores, aguarda con servilismo que le den á roer un hueso; que ha perdido toda dignidad y toda altivez, puesto que no tiene nada de lo que eleva á un carácter, ó rebelarse y exigir imperiosamente lo que se niega á sus súplicas. Para los que no piensan más que en su personalidad, para los que quieren gozar á toda costa y de cualquier modo, la alternativa no es agradable. Aconsejamos á éstos que se dobleguen á las exigencias de la sociedad actual, que en ella se busquen un rinconcito, que no miren donde ponen los pies, que no teman aplastar á los que los molesten, esa gente nada tiene que ver con nosotros.
Pero á los que creen que no serán libres de veras más que cuando su libertad no dificulte la de los que sean más débiles; á los que no podrán ser felices hasta que sepan que los goces que los deleitan, no cuestan lágrimas á algunos desheredados, á éstos les diremos que no es abnegación conocer que hay que luchar para emanciparse.
Comprobamos el hecho material de que únicamente la aplicación de nuestras ideas puede emancipar á la humanidad; ésta ha de ver si quiere emanciparse de una vez completamente, o si ha de haber siempre una minoría privilegiada que se aprovecha de los progresos que se logren a costa de los que se mueren a fuerza de trabajar para los demás.
¿Veremos resplandecer esa aurora? ¿Lo será la generación presente, o la siguiente, u otra más remota? Nada sabemos de ello, ni hemos de averiguarlo. Los que tengan bastante energía y corazón para querer ser libres, lo conseguirán.