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25 de enero de 2009

La Cuestión Social, de F. Soriano

Caricatura de Sileno, 1918 (Archivo La Alcarria Obrera)

La liberalización política que supuso la llegada de los liberales al gobierno en 1881, de la mano de Práxedes Mateo Sagasta y su Partido Fusionista Liberal, modificó la restrictiva Ley de Imprenta entonces vigente e impulsó el periodismo en toda España. En 1883 apareció en Guadalajara el primer número de El Domingo, un semanario que se proclamaba "periódico de noticias, intereses materiales, ciencias y literatura" pero que era un instrumento de socialización y propaganda de la burguesía triunfante. En sus páginas se publicó el 7 de marzo de 1886 este artículo, "Cuestión Social", firmado por F. Soriano y que pretendía solucionar el problema obrero, del que sólo los viciosos trabajadores eran responsables, con la fe en Dios.

Hay un problema en la vida social que preocupa no sin fundamento a las diferentes entidades que la constituyen; entidades que llámense individuo, patria o familia universal, ven desarrollarse ante las ideas y las afecciones que le son más caras, un horizonte invadido por la pesada atmósfera de las pasiones.
Este problema ante cuyos elementos y ante cuya resolución el ánimo vacila y las fuerzas se muestran inactivas a merced de oculto y pernicioso influjo, va esparciéndose con celeridad vertiginosa; esa conmoción violenta, ese luchar sin tregua, va formando un círculo de hierro el cual estrecha cada vez más el bienestar, la paz, la tranquilidad moral y material de la sociedad en que vivimos.
Los poderes públicos buscan los medios conducentes para contrarrestar los efectos de tan perniciosas ideas; las familias buscan el apoyo de los gobiernos en demanda de una garantía para el porvenir; el orden y la paz miran con desaliento los materiales que van acumulándose para responder con la miseria y con la negación de todo bien; y esa voz general envuelve en sus espesas redes una solución difícil; pero si difícil es oponer un dique, el cual sirva de tenaz obstáculo que proteja la idea del bien, no por eso se oculta la necesidad imperiosa de que una voluntad suprema, un esfuerzo común de todos los elementos que constituyen la parte sana del concierto social, busque una solución que mitigue estado tan angustioso.
Europa, la región de donde han partido todas las ideas grandiosas y todas las empresas sublimes; el centro donde afluyen las ciencias en sus diferentes manifestaciones; los hombres sabios, los genios y los héroes; esa región cuyos mares sostuvieron y sostienen las brisas de una civilización siempre creciente y un progreso jamás interrumpido; ve en medio de ese cuadro que fascina una llaga que la corroe y un cráter que vomita sin descanso materias candentes que constituyen las pasiones innobles en mutuo consorcio con los más terribles de los vicios.
En vano se busca un lenitivo; en vano los hombres de orden procuran mejorar la situación de los que, protestando el derecho a todo, ignoran los deberes que tienen para con una sociedad que tanto motejan, creyéndose árbitros únicos de su destino; y esa invasión de pasiones, esos rencores manifiestos, van traduciéndose en hechos que contristan y en problemas de tan necesaria como inmediata resolución.
Mas si nos fijamos en los medios que generalmente se indican para contrarrestar el mal; si consideramos la deficiencia de los mismos, es necesario buscar por otros rumbos la causa primordial, y conocida que sea, aplicar el antídoto con vertiginosa prontitud.
Tal vez se nos tache de ir en oposición a la marcha del progreso moderno; mas persuadidos como estamos de que no hay adelanto sin orden, ni familia, ni patria sin el dique de la moral y de la fe, seguimos y seguiremos creyendo que la resolución de ese problema social debemos buscarla en algo más alto, digno y elocuente.
Sin familia, no hay sociedad; sin familia, no hay patria; sin familia, no hay ni puede haber la hermandad y la concordia universal.
La familia moderna, en medio del progreso en que vive, lleva una existencia tan voluble, un cimiento tan débil, que más bien parece que se han olvidado por completo esos lazos que constituyen su genuina y única existencia.
Ese temor dulce, ese cariño indefinible, ese respeto sagrado que constituye la base de los deberes que tiene el hijo para con los padres, ocupan al presente un lugar tan secundario, que el temor se traduce en osadía, el respeto en profanación, y esos lazos que fueron siempre sostenedores de las más suprema dicha, se truecan hoy en motor de esos movimientos convulsivos que afectan por igual y por igual degradan.
No hay ese cariño sin fin, ese atractivo que fue siempre la base de todo bienestar en el seno del hogar doméstico; no hay la veneración que se merece la madre que nos inculcó los santos preceptos del amor a Dios y del amor al prójimo; no hay en fin la virtud de seguir los consejos del padre, consejos nacidos al calor del bien y de la fe.
Esas prácticas en las cuales encontramos las virtudes de los hechos que debieran constituir la más pura enseñanza, se dejan relegadas al olvido, tachando de costumbres rancias, de prácticas añejas, esas que no tenemos la virtud de comprender ni el valor de aplicar.
¿Sabéis por dónde debemos empezar esa gran reforma que piden de consumo la paz y el bienestar social?
¿Sabéis cuál debe ser el punto de partida?
Sí; esa necesidad que se impone, esa reforma necesaria que todos anhelamos debe empezar por dulcificar y enaltecer la condición moral del obrero; por morigerar sus costumbres, por corregir sus hábitos; que comprenda que su bienestar está en razón directa de la bondad de sus obras y de la rectitud de sus hechos; que en medio del ruido del taller y de los vértigos que producen esas teorías que hielan el alma y alientan la más terrible postración moral, en medio de ese acúmulo de pasiones que le dominan, mire por el contrario el bendito cuadro de la paz y la concordia del hogar; la voz de su conciencia que le dice “ten confianza en Dios” y el amor a ese trabajo digno y honrado con el cual puede alcanzarse el bienestar de los que ven en él su única dicha, su único apoyo y su más fundada esperanza.
Reformar la condición moral, ese debe ser el punto de partida, y los elementos que deben ser objeto primordial de su entusiasmo y su cariño, la fe en Dios, en el taller y en la escuela.
La virtud y el saber; las aulas y el trabajo; he aquí lo que debemos acercar en torno de ese gran problema; estos son los datos necesarios a su resolución, pues los demás rumbos son inciertos e ineficaces y las demás sendas en extremos tortuosas; miremos al cielo que él guiará nuestros pasos sobre la tierra.

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