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6 de febrero de 2010

El socialismo anarquista, de Azorin

José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo literario de Azorín, fue uno de los escritores más famosos y reconocidos de su tiempo, aunque con el paso de los años su obra haya ido quedando en el olvido popular y cada vez esté más recluida en el ámbito académico; lejos de la popularidad que aún gozan Antonio Machado, Ramón del Valle Inclán, Miguel de Unamuno o Pío Baroja. Como el resto de sus compañeros de la llamada "generación del 98", Azorín tuvo en su juventud una identidad política muy acusada; él fue rabiosamente anarquista aunque en su madurez se convirtiera al más rancio conservadurismo. De ese pasado ácrata, rescatamos este artículo, que se publicó originariamente en La Tribuna de Barcelona el 28 de diciembre de 1906 y que fue reproducido por el semanario libertario Tierra y Libertad en su primer número del año 1907.

El socialismo se divide en dos grandes ramas: autoritario, inautoritario; gubernamental, anarquista; uno que propugna la autoridad para conseguir sus fines; otro que la combate.
Hablemos del anarquista.
¿Cuáles son sus orígenes? ¿Quién es su fundador? Se ha dicho que La Boétie; se ha dicho que Proudhon, se ha dicho que Bakounine. No; el primero que se rebela contra una imposición ajena, contra una ley, contra un dogma, contra un prejuicio, ese es el primer anarquista. ¿Qué importa cómo se llamara, ni qué importa quién fuera? El socialismo anarquista no es algo concreto, definido, dogmático; es aspiración más bien que sistema; impulso personal más bien que escuela; es ideal, eterno en realización constante, en elaboración perpetua. Todo el progreso de la Humanidad, toda la lucha cruenta e incruenta, feliz o malograda, por el bienestar, por la paz, por la fraternidad universal es el anarquismo. Y es anarquista el inventor de una máquina, el descubridor de una ley, el explorador de una región ignota: Watt o Laplace, Legazpi o Pasteur; y es anarquista el obrero ignorado que abre las entrañas de la tierra y labora los campos; que labra la madera y forja el hierro, que tiende sobre los abismos los puentes y mueve los telares…
La protesta es de todos los tiempos. El cristianismo hace iguales a todos los hombres ante Dios. Ninguno de los modernos demagogos ha ido más allá en su radicalismo que los primitivos Padres de la Iglesia. Conocidos son de todos sus elocuentes apóstrofes contra los poderosos de la tierra, contra la propiedad, contra el privilegio, contra la ley misma. Poco a poco aquel gran espíritu va perdiéndose; los humildes crécense a prepotentes; los desamparaos, a señores. Apenas si de tarde en tarde resuena desde el fondo de un monasterio la voz de un varón austero que clama contra el mando y las riquezas. “Como el trato familiar con las espinas es peligroso, pues ordinariamente se quedan con algo de quien se les avecina –decía en el siglo XVI el ilustre agustino Fray Cristóbal de Fonseca en su Vida de Cristo- así la amistad estrecha con los ricos es peligrosa, porque al apartar pajuelas siempre se quedan con algo, y apenas veréis pobre que no llore algo que le haya robado el rico…”
La Humanidad avanza. Los nuevos tiempos llegan. ¡Qué fecundo el siglo XVIII! Todo se renueva, todo cambia, todo cobra vigorosas fuerzas. Descartes, renueva la filosofía; Montesquieu, la legislación; Laplace, las ciencias matemáticas; Rousseau, el arte literario; Voltaire, la crítica. De Descartes arranca un poderoso movimiento que repercute en todas las naciones. En España, el presidente del Consejo de Castilla, duque de Montellano (y esto lo cuenta el famoso doctor Zapata en su aprobación a los Diálogos philosóficos de Avendaño, o sea Fray Juan de Nájera), el presidente del Consejo reúne en su casa, en discreta tertulia, a los más espigados ingenios de la Corte, y en ella se confieren y debaten los sistemas de Cartesio y Maignan. Por todas partes se escribe y se discute; Madrid es un semillero de disputas y contumelias entre amigos y adversarios de Feijoo; propágase la prensa periódica; corren de mano en mano los libros extranjeros. La impiedad cunde; Capmany, en un folleto célebre ha hablado de la tertulia de Quintana, de lo que allí se defendía y afirmaba, en términos que sonrojarían a una estatua…
Entretanto en Francia el progreso continúa; los ideólogos echan las bases al positivismo contemporáneo. Y si se me pregunta cuáles son, a mi entender, los orígenes ciertos e indudables del anarquismo de nuestros días, del anarquismo sistemático –si puede ser- completo, doctrinal, yo diría que toda la doctrina arranca del famoso libro de Condorcet, Esquisse d’un tableau des progrés de l’espirit humaine.
Condorcet es el primero que proclama que sistemáticamente el progreso indefinido de la Humanidad. Todo es inestable, momentáneo, accidental: la moral, el derecho, las religiones; todo progresa. El autor, en las diferentes épocas en las que divide su libro, traza un cuadro amplio y exacto de las sociedades humanas. No se puede decir: “esto es definitivo” y “tal cosa perdurará a través del tiempo”. El hombre va poco a poco perfeccionándose, y si hoy la patria potestad, y el poder marital, y el derecho de propiedad, no son lo que eran en la antigua Roma, vendrá día en que dulcificándose las costumbres, amansada la bestia humana, no serán tampoco lo que son al presente; y llegará otro día, más lejano y suspirado, en que la autoridad desaparezca del concierto social y los hombres obren sencilla y rectamente, y todos los pueblos de la tierra sean una grande, alegre y laboriosa familia.
Sí el progreso es indefinido. La fórmula de Condorcet es la fórmula de los modernos anarquistas. Como partido, el anarquismo nace con Bakounine. Todos los proletarios de la tierra se agrupan en una inmensa sociedad: La Internacional. Carlos Marx la dirige; Bakounine figura en sus filas. Pero un día Bakounine se rebela contra la autoridad del jefe y se separa; y desde entonces el anarquismo militante, protesta contra la tiranía del patrono y la tiranía de la ley, queda fundado.
¿Cuál es la doctrina de Bakounine? Su vida es su doctrina. Gigantesco, fornido, luenga la barba, flotantes las melenas, Bakounine es un eterno rebelde. Condenado a muerte, proscripto, fugitivo de Siberia, recorre en peregrinación constante el mundo entero, protestando en libros, en discursos, en proclamas contra todas las instituciones, clamando por los tiempos futuros de bienandanzas. Y como las multitudes aman lo claro y terminante, lo que se afirma o se niega rotundamente, el Socialismo anarquista ha ido ganando prosélitos y esparciéndose por todo el mundo desde los días del apóstol ruso.
En Francia, la más brillante juventud intelectual simpatiza con la nueva filosofía. ¿Quién no conoce los nombres de Octave Mirbeau y Paul Adam –antiguos redactores de L’Endehors- de Lucien Descaves y Bernard Lazare, de Adolf Retté –el poeta de la anarquía- y de Hamon?
En España cuenta con espíritus tan ponderados y discretos como Ricardo Mella y Anselmo Lorenzo; considera como su órgano de batalla Tierra y Libertad.

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