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7 de octubre de 2010

¿Qué socialismo?

Pegatina del Partido Carlista, 1976 (Archivo La Alcarria Obrera)

El Partido Carlista inició en 1968 un profundo proceso de renovación ideológica que le llevó a declararse socialista y a defender muchas de las propuestas tradicionales de la izquierda, bien es cierto que entreveradas por las nuevas realidades que estaban sacudiendo a esta misma izquierda a partir de las nuevas realidades puestas de manifiesto ese mismo año en las calles de París, de Praga y de México. Se elaboró una línea ideológica que bebía de las fuentes del socialismo pero que era también original. Los jóvenes trabajadores carlistas, organizados en el Frente Obrero, estuvieron a la cabeza de esta renovación, como lo muestra este texto que, con el título de ¿Qué socialismo?, fue publicado dentro de los Cuadernos de Divulgación Popular que editó en los primeros meses de la Transición el Partít Carlí de Catalunya, entonces en la vanguardia del carlismo socialista.

Para un trabajador industrial, para un estudiante o un asalariado universitario, para un habitante de barrio obrero, para todos los que no participan, en definitiva, de los poderes y los privilegios de la clase dominante, el capitalismo no es sólo una forma de organizar la sociedad. Es, sobre todo, el enemigo principal cuya destrucción se hace necesaria para conquistar la libertad y sacudirse la explotación. Puesto que lo esencial de la estructura capitalista consiste precisamente en el monopolio del poder a todos los niveles por una clase reducida, que además se beneficia constantemente del trabajo de la inmensa mayoría. La explotación económica y la opresión política y de las nacionalidades, cultural, etc. son dos factores inseparables. Se explican y se justifican mutuamente.
Desde la aparición del capitalismo en su forma actual (a partir de la Revolución Industrial en la Inglaterra del s. XIX) la alternativa que las masas han opuesto a la situación establecida ha sido el socialismo. Con orientaciones diversas, a través de corrientes divergentes, el socialismo y la lucha por su establecimiento es la historia real de una gran parte de la humanidad, la meta que ha guiado el caminar de millones de hombres y mujeres. ¿Qué es el socialismo? La forma de organización de la sociedad que garantice el beneficio igual y colectivo del esfuerzo igual y colectivo (superación de la explotación económica) y que garantice también la participación democrática, libre e igual en el poder, o sea, en todas las decisiones de carácter público (superación de la opresión en todas sus formas).
Es evidente que unos objetivos como los anteriores exigen determinadas condiciones. Por ejemplo, la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, concentrada en manos de una oligarquía muy reducida y que impone sistemáticamente sus intereses particulares a los intereses de la mayoría. Mientras los medios de producción sean propiedad de un puñado de grandes capitalistas, que los usan para su beneficio exclusivo, en vez de ser instrumentos para que los trabajadores y la sociedad den satisfacción a sus necesidades, la explotación seguirá siendo un hecho.
Sin embargo, sería un grave error considerar que el socialismo es, pura y simplemente, arrebatar a la burguesía su dominio exclusivo sobre los medios de producción. La propiedad y el control estatal sobre la economía pueden originar una situación en la que la explotación y la opresión aparezcan bajo formas nuevas. En este sentido, el socialismo es una búsqueda del camino más adecuado a las circunstancias y las condiciones propias de cada pueblo y de cada momento histórico, búsqueda que debe partir preferentemente de la crítica a los sistemas socialistas ya existentes, además de la crítica en todas sus formas al capitalismo.
EL PELIGRO BUROCRÁTICO
El primer país donde una revolución socialista llegó al triunfo es Rusia. En 1.917 comenzaba una nueva etapa de la historia. No sólo se acabó con la tiranía de los zares sino que se convirtió también todo el sistema económico en propiedad pública, en propiedad del Estado que teóricamente representaba los intereses de la clase obrera, del campesinado y de todo el pueblo. El poder, inicialmente era ejercido por los "soviets" o consejos representativos de los trabajadores, los campesinos y los soldados. Pero poco a poco se fueron centralizando todas las decisiones en manos del Estado, controlado a su vez por el partido único. Esto provocó la aparición de una fuerte burocracia, un sector social especializado en las tareas administrativas y de mando y que poco a poco convierte el monopolio de las decisiones que tenían el Estado y el partido único en monopolio de la burocracia misma. La nueva clase, con intereses propios y diferentes de los de la mayoría obrera y campesina, acaba por imponer su dictadura. En la Unión Soviética ha desaparecido la propiedad privada y nadie puede beneficiarse directamente del trabajo de los obreros de una fábrica, apropiándose del producto de su trabajo y vendiéndolo luego por un precio muy superior a los salarios, como ocurre en el capitalismo. Pero sin embargo, subsiste la explotación con nuevas modalidades. Al controlar libremente los procesos de producción y cambio la burocracia soviética del Estado y del partido dirige la economía en un sentido que consolida las estructuras actuales y alimenta sus privilegios sobre las masas trabajadoras. Paralelamente, el poder absoluto de la burocracia impide el ejercicio de una auténtica libertad. Tanto en el terreno político, como en el cultural o en cualquier otro, las opciones son limitadas por el Estado y el partido. Con el pretexto de haber sido hallada ya la "línea correcta" del socialismo, la clase dominante soviética impide el libre desarrollo de las ideas y de las alternativas políticas.
Gran parte de estas deformaciones proceden de las condiciones peculiares de Rusia cuando se produjo el triunfo de la Revolución. Era un país muy atrasado, con predominio fuertemente campesino, nivel cultural muy bajo, industrialización muy reducida y diferencias sociales abismales. Todo ello gobernado por la tiranía de los zares, que en muchos aspectos aún no había salido de la edad media. Este atraso general tuvo como consecuencia que la revolución se desarrollara también con métodos primitivos, que sólo una minoría de la clase obrera (muy minoritaria a su vez respecto del conjunto de las clases populares) tuviera conciencia política, y que para triunfar, esa minoría vanguardista tuviera que usar métodos dictatoriales. Pero sería ingenuo no darse cuenta de que, junto a estos condicionamientos particulares, la degeneración de la revolución soviética fue originada por las concepciones del partido, del sindicato y, en general, del proceso que debía seguir la revolución. El partido único, el monopolio y concentración del poder en el Estado y en la vanguardia, armada de una ideología exclusiva y excluyente erigida en "ciencia del proletariado", desembocaron necesariamente en la barbarie stalinista, en la burocratización, en el dominio absoluto de las capas superiores del Estado y del partido y, en definitiva, en la negación de lo que hoy entendemos por una sociedad socialista.
LAS NUEVAS EXPERIENCIAS
Después de la aparición de la Unión Soviética se han producido nuevas revoluciones en el mundo, bien ligadas al desarrollo de los grandes conflictos armados (2ª Guerra Mundial) bien a las luchas de liberación antiimperialistas (China y Cuba). Otros pueblos han logrado hacer desaparecer el dominio capitalista pasado. Las experiencias de estos dos últimos países son especialmente interesantes. Aunque con el mismo fundamento ideológico que la URSS, China y Cuba han intentado la construcción de un socialismo con características propias, a partir de sus condiciones particulares. El resultado recuerda en algunos aspectos al del soviético, pero en otros se diferencia notablemente. Aunque tanto en China como en Cuba se da también el partido único y todas sus consecuencias derivadas, la burocratización es menos, la participación de los trabajadores en las decisiones de base es más amplia y por lo tanto, los niveles de libertad y de democracia más grandes. Recordemos que tanto China como Cuba se encontraban también antes del triunfo de la revolución en la cola del desarrollo de sus respectivos continentes y que, en este sentido, las conquistas conseguidas en el campo de la educación, la sanidad, la alimentación, las condiciones laborales, la vivienda y en general, en el crecimiento económico, han sido inmensas.
A pesar de todo, el modelo de socialismo vigente en China o en Cuba no es en absoluto válido para las sociedades industrializadas, para las sociedades de Europa Occidental. Un socialismo de este tipo no resolverá las aspiraciones mayoritarias de los trabajadores y el pueblo no podrá dar respuesta a los problemas que hoy por hoy están planteados, y sería rechazado en primer lugar por la propia clase obrera, que no busca ya solamente una participación mayor en el producto de su trabajo o un crecimiento de ese producto, sino que aspira a erigirse en dueño y señor único de su presente y de su futuro.
Por supuesto que, pasando a otro terreno, tampoco la socialdemocracia puede satisfacer esta aspiración. La socialdemocracia allí donde ha ejercido o ejerce el poder, (Alemania, Inglaterra o Suecia), ha actuado como administradora de los intereses del capitalismo y no como enemigo de él. Corrigiendo los aspectos más violentos u opresivos de la explotación, y encuadrando a la clase obrera en esa práctica, ha terminado por consolidar el sistema; determinado número de transformaciones positivas pueden limitar los beneficios de la burguesía capitalista y mejorar la situación de las masas populares, pero no son revolucionarias si no despojan definitivamente a aquella burguesía capitalista de su papel como clase y de su poder final sobre la sociedad.
La transformación gradual del capitalismo desde un gobierno, en el marco de una democracia formal, es imposible. Provoca de hecho la aparición constante de procedimientos y métodos nuevos para llevar a cabo la explotación y perpetuar el poder de la burguesía capitalista. No se puede arreglar el capitalismo, hay que derrotarlo. Sólo la victoria irreversible de las fuerzas que quieren el socialismo hace posible construir la nueva sociedad con procedimientos democráticos, con la participación de todos los trabajadores, y con el protagonismo central del pueblo, es decir, de la fuerza que ha luchado durante siglos por tener la oportunidad de construir precisamente esa sociedad socialista.
¿QUÉ SOCIALISMO?
¿Cuál es entonces el socialismo por el que hoy merece la pena luchar? ¿Cuál es la alternativa real a la sociedad capitalista avanzada, la alternativa que puede dar solución plena a las aspiraciones y demandas de los trabajadores de hoy? La respuesta es simple: un socialismo autogestionario, un socialismo basado en la participación plena de toda la clase obrera en las decisiones de la vida colectiva. Esto equivale a proponerse la toma del poder por el conjunto de los trabajadores y el pueblo, democráticamente organizados.
Dos condiciones estratégicas (imprescindibles para poder abordar la construcción de una sociedad socialista autogestionaria) podemos señalar de antemano: la transformación del modo de producción y la transformación del carácter del Estado.
El modo de producción es el conjunto de relaciones permanentes establecidas en el campo económico de un país y un momento dado concretos. El modo de producción capitalista se caracteriza por la propiedad privada de los medios de producción, la concentración de esa propiedad en muy pocas manos, el predominio de las leyes del mercado sobre las necesidades reales, la planificación al servicio de la clase poseedora, la explotación de la fuerza de trabajo de los asalariados, que se adquiere como una mercancía más, etc. Frente a ello, un cambio revolucionario en dirección al socialismo autogestionario deberá hacer posibles unas relaciones económicas y empresariales nuevas: propiedad social de los medios de producción, administración de los mismos por los trabajadores que los explotan directamente, consideración y funcionamiento de la empresa como asociación de productores (cualquiera que sea su tarea concreta) con derechos iguales, por tanto, sobre las decisiones y los beneficios, planificación de la economía y sus objetivos en función de las necesidades y los deseos de todos los trabajadores a cualquier nivel (comarcal, local, nacional y federal), libremente expresados por ellos mismos.
Resumiendo este punto, diremos que el modo de producción socialista se caracteriza y se opone al modo de producción capitalista por orientarse toda la actividad económica a satisfacer las necesidades reales de la sociedad, expresadas libremente por ella misma, y por eliminar la explotación del trabajador en su empresa, convirtiendo a esta en colectivo en el que, a cambio del esfuerzo de cada uno, se reciben los medios materiales para el desarrollo y la realización personal del trabajador.
La segunda condición previa para la construcción del socialismo autogestionario es la transformación del carácter del Estado burgués. En las sociedades capitalistas el Estado es la estructura organizativa que se encarga de velar centralizadamente por los intereses políticos, económicos, culturales, etc. de la clase dominante. El Estado burgués pretende aparecer como neutral, pero en realidad no lo es. Cuando planes económicos se encarga de que respondan a los intereses de la clase dominante, cuando establece toda clase de leyes le guía el objetivo de mantener el sistema esencialmente igual, cuando pone en movimiento a las fuerzas de orden público las dirige contra las revueltas y protestas obreras y populares, cuando aprueba planes educativos se cuida de transmitir con ellos el conformismo y la cultura burguesa dominante. El Estado nunca es neutral. En una sociedad capitalista, en la que sirve a la burguesía propietaria de los medios de producción, el Estado actúa como instrumento represivo de primer orden. Todo lo reglamenta, todo lo organiza, autoriza esto y prohíbe aquello, actúa con la violencia legal cuando sus normas no son cumplidas. El Estado burgués para garantizar a los grandes capitalistas la libertad absoluta de explotar a los demás, aniquila y reprime la libertad de la inmensa mayoría. En muchas ocasiones, como ocurre en el Estado español, su opresión no se limita a las personas. Actúa también sobre pueblos enteros, a los que trata de asimilar o integrar impidiéndoles el libre desarrollo de sus características nacionales propias.
Frente al Estado burgués el Estado socialista debe cambiar radicalmente. Debe cambiar en su estructura y en su carácter, no sólo en el objetivo de su actuación represiva. Es decir, que no puede desarrollarse una auténtica revolución sólo conquistando el poder del Estado y orientando su capacidad represiva y violenta contra la antigua clase dominante. Esto sería una trampa que, al final, acabaría provocando la aparición de una nueva clase burocrática, opresora no sólo ni principalmente de los antiguos capitalistas sino de los propios trabajadores.
Cambiar radicalmente la estructura y el carácter del Estado burgués significa concebir el Estado socialista como un instrumento al servicio de la voluntad del pueblo, al servicio de la voluntad de las masas. Este servicio a la voluntad de la mayoría exige concebir el Estado como un instrumento ejecutivo, encargado de hacer lo que el pueblo ha decidido y no puede hacer de otra manera, y como un vehículo de coordinación y de centralización de esas decisiones populares, cuando deban producirse en ámbitos amplios que lo hagan necesario. El Estado socialista debe ser, además, un instrumento de gestión que represente la voluntad colectiva en aquellos medios de la sociedad en que sería imposible hacerla presente de otro modo. El Estado socialista, frente al Estado burgués actual, no puede ser un aparato opresivo para las masas, sino un instrumento, una estructura encargada de llevar a la práctica algunas decisiones sociales o de facilitar la adopción democrática de éstas. El Estado socialista podrá organizar la explotación agrícola de una zona, establecer relaciones diplomáticas con un país o aprobar un plan de carreteras. Pero cualquiera de estas actuaciones no deben ser más que la aplicación práctica de decisiones colectivas previamente adoptadas por la mayoría de los trabajadores y expresadas en un plan económico o por medio de sus representaciones democráticas. El Estado socialista no tiene nada que ver con el Estado burgués, centro de decisiones sometido al asalto permanente de las diversas facciones de la burguesía para imponerse sobre las demás e imponer al pueblo su férreo dominio.
El socialismo autogestionario se basa, por tanto, en dos elementos inseparables para que la nueva sociedad pueda efectivamente existir: un modo de producción socialista y un Estado que sea servidor de la voluntad democráticamente expresada de los trabajadores.
UNA NUEVA DEMOCRACIA
Sin embargo, estos dos campos de transformación y de acción, el campo económico y el del Estado, no agotan las posibilidades de definir la sociedad socialista de autogestión. Pues las transformaciones que los trabajadores deben operar a esos niveles sólo son válidas si sirven a la tarea de la liberación, a la tarea de hacer posible que la sociedad se organice democráticamente y transforme ella misma su propia existencia. Tanto en el plano general de toda la sociedad, como en el de los diferentes colectivos que pueden existir (ayuntamientos, empresas, grupos culturales, etc.) como en el plano individual, el socialismo autogestionario deberá abrir el camino de la libre elección y de la elaboración también libre de alternativas. En la sociedad socialista sí que debe llegar a ser cierto el principio de la libertad absoluta con la limitación única de la libertad colectiva.
¿Cómo hacer esto posible? Si el socialismo autogestionario consagra la libertad real, no es cosa de intentar establecerlo todo de antemano. Aparecerán con el desarrollo de las nuevas estructuras múltiples instrumentos y fórmulas de organización que bajo el capitalismo son desconocidas e impensables. Sin embargo, es posible, y más que posible necesario, establecer desde ahora mismo algunas precisiones sobre los mecanismos sociales por medio de los cuales los trabajadores podrán ejercer su libertad colectiva: no ya la posibilidad de elegir entre varias alternativas ofrecidas y condicionadas por los intereses de la clase dominantes, sino la decisión y construcción diaria de su presente y de su futuro.
Entre estas-estructuras y mecanismos sociales imprescindibles, figuran:
UN SINDICATO UNICO. La misión principal de este sindicato no es ya reivindicativa, frente a la patronal y a los capitalistas, que han desaparecido. Su tarea central es dirigir y gestionar la economía, aplicando los planes económicos y contribuyendo con un papel preponderante a su elaboración. El sindicato representa los intereses directos de los trabajadores. Por medio de él la clase obrera propone los proyectos de planes a todos los niveles, centrados especialmente en los objetivos globales a conseguir, las áreas de la economía a desarrollar, etc. Una vez aprobados los planes (por el conjunto de representaciones del sindicato, los partidos políticos y los intereses territoriales) el sindicato es de nuevo la vía de que se sirven los trabajadores para organizar su aplicación, su desarrollo práctico. Esta aplicación del plan en cada empresa deberá ser autónoma, es decir, siempre que cumplan los objetivos mínimos establecidos democráticamente por el conjunto de la sociedad, los trabajadores de una empresa podrán dirigirla con toda libertad, organizando la producción ellos mismos.
LOS PARTIDOS POLITICOS DE MASAS. Siempre que acepten las bases mínimas de la sociedad socialista, debe existir la posibilidad de que existan varios partidos u organizaciones políticas que planteen las diversas alternativas o líneas de desarrollo que pueden seguirse en cada momento. Los partidos políticos en la sociedad socialista no pueden ser máquinas electorales empeñadas en conquistar el voto popular cada equis de tiempo para gobernar en su nombre. Su función es la de ejercer la crítica, elaborar alternativas ante cada problema social, proponerlas a las masas a través de sus militantes. Pero en última instancia es el conjunto de trabajadores afectados por el problema en cuestión (bien sea en una fábrica, un barrio o a nivel de todo el Estado) quien debe decidir. Paralelamente, la representación de los partidos en los organismos delegados imprescindibles no corresponderá al número de votos que un partido pueda arrancar en una votación aislada, sino al número de militantes que tenga, es decir, al número de trabajadores que sea capaz de movilizar e incorporar a un trabajo organizado y consciente al servicio del proceso revolucionario.
LAS REPRESENTACIONES TERRITORIALES, por último ejercerán un papel importante. Partiendo de los consejos de barrio y de los consejos municipales, encargados de administrar directamente sus ámbitos respectivos y de representar sus intereses colectivos, los poderes regionales o nacionales (en caso de existir una federación que integre a varias nacionalidades) participarán en la planificación económica y en la elaboración de las políticas de sectores (educación, sanidad, etc.), confrontando sus intereses distintos o contrapuestos y llegando siempre a soluciones negociadas políticamente y no impuestas en virtud de las leyes de la simple rentabilidad económica. Al mismo tiempo, cada poder nacional o regional deberá contar con facultades plenas para resolver los problemas y decisiones que afecten exclusivamente al ámbito correspondiente.
Allí donde se comprende que el socialismo es inseparable de la libertad, allí donde se lucha contra el capitalismo pero sobre todo por la liberación, allí donde hay un trabajador convencido de que jamás será real la libertad si se basa en la opresión de otro hombre u otro pueblo, el camino de la autogestión está definitivamente abierto. La lucha solidaria de los trabajadores y de los pueblos oprimidos llevará hasta la victoria.
Front Obrer del Partit Carlí de Catalunya

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