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16 de agosto de 2011

Biografía de Pedro Gómez de la Serna

Pedro Gómez de la Serna fue el primer Jefe Político de Guadalajara plenamente identificado con el liberalismo tras la muerte de Fernando VII: a él se debe la instauración del nuevo régimen en una provincia que entonces nacía y en la que también presidió su Diputación Provincial. Dejó huella de su paso por tierras alcarreñas en multitud de iniciativas políticas que, en ocasiones, se aplicaban antes en Guadalajara que en ninguna otra provincia: Instituto de Enseñanza Media, Junta de Beneficencia… Además, su actividad se desplegó en el campo militar, en el urbanismo de la capital y en otros muchos ámbitos con una influencia que, en ocasiones, ha llegado hasta nosotros. Reproducimos la semblanza que sobre Pedro Gómez de la Serna se publicó en la Historia de las Cortes de España que, dirigida por Manuel Ovilo y Otero, se publicó entre 1849 y 1861.

El Excmo. Sr. D. Pedro Gómez de la Serna, distinguido publicista y jurisconsulto español, nació en la ciudad de Mahón en 1807. Fueron sus padres, el Brigadier D. Gaspar, Caballero Comendador de la Orden Militar de Santiago, y Doña Ana Tully, Camarista de S.M. Apenas contaba un año de edad cuando ocurrió la invasión francesa que obligó a los españoles a unirse contra la usurpación del Capitán del siglo. Su padre, fiel a la voz de la patria, abrazó su causa con entusiasmo, y después de haber peleado con inteligencia y valor contra las huestes francesas, coronó la larga serie de los servicios que había prestado en las campañas de Francia y Portugal y la de la Guerra de la Independencia, con una muerte gloriosa en la funesta retirada de Molins del Rey, a finales de 1808.
Sobrevivieron a la muerte de este benemérito militar cinco hijos, que encontraron en los desvelos y el tierno cariño de su madre, reparadas en parte las desgracias de su orfandad, pues que a pesar de las vicisitudes de aquella época desastrosa, ni un momento descuidó su educación en la isla de Menorca, donde la había llevado otra vez el deseo de poder verificarlo con mayor facilidad y con menos agitación.
Arrojados de España los franceses, se trasladó la familia a Madrid, donde poco después de su llegada entró D. Pedro como seminarista en el Real Colegio de Escuelas Pías de San Antonio Abad. En este seminario completó su instrucción primaria e hizo todos los estudios que se cursan en sus aulas; el testimonio unánime de sus profesores, la amistad constante que les ha unido a ellos, aún a través de tantas vicisitudes políticas, atestiguan el aprecio que supo granjearse por su carácter y por su aprovechamiento en las letras, pasando siempre como uno de los más aventajados.
En Octubre de 1820 salió del Colegio para dedicarse en los Estudios de San Isidro de Madrid a las asignaturas, que con el nombre de filosofía, eran preliminar indispensable para la carrera de Jurisprudencia que había elegido, empezando después esta Facultad en la Universidad Central que se había establecido en la Corte. Suprimida esta Universidad por la reacción de 1823, pasó a la de Alcalá, que había sido restablecida, en la que estudió todos los cursos que formaban las carreras de leyes y cánones, recibiendo los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor en la primera facultad, y obteniendo la unánime aprobación de los ejercicios, en los que siempre sobresalió.
Grande era la opinión que los catedráticos y cursantes de Alcalá tenían de la capacidad y estudio del señor Gómez de la Serna, que siendo aún estudiante, dio, entre otras, dos pruebas extraordinarias de su talento y de sus adelantamientos: consignadas están ambas en la relación de sus méritos que la Universidad de Alcalá elevó al Señor Don Fernando VII, al proponerle la provisión de una de sus cátedras vacantes. Fue la primera que, estando presente a la celebración de un acto público, y faltando doctores que arguyeran, invitado por el Rector, lo hizo por espacio de una hora, prueba que al salir le valió una especie de ovación por parte de sus compañeros y que empezó a granjearle el concepto que nunca ha decaído después. La otra prueba fue la oposición que hizo a cátedras vacantes, en que con otro condiscípulo se presentó a disputar el terreno en un concurso numeroso de maestros y doctores, entre los que se hallaban algunos que habían sido y eran catedráticos. Estos triunfos conseguidos por el señor Gómez de la Serna, cuando como discípulo se sentaba aún en los escaños de la Universidad, debieron de crear esa afición que ha manifestado después a las letras y a los establecimientos de enseñanza, en medio de las variadas vicisitudes de su vida.
Antes de concluir su carrera literaria, como cursante había ya explicado de extraordinario siendo sustituto en ausencia y enfermedades de catedráticos propietarios, y por último, nombrado sustituto pro universitate en una cátedra de Derecho Romano. Después que recibió el grado de Doctor, y a los 22 años de edad, hizo oposición a una cátedra de Instituciones Civiles de la misma universidad, la que obtuvo, como le sucedió años después con otra cátedra de ascenso, que también ganó en rigurosa oposición. Permaneció dedicado exclusivamente al estudio de la enseñanza hasta que en 1833 creyó conveniente utilizar sus servicios en otra carrera. Por consecuencia de los acontecimientos políticos de La Granja de 1832, el gobierno al cambiar el sistema seguido en los diez años de régimen absoluto, empezó a echar mano para los cargos públicos de personas cuyas opiniones diferentes dieran bastantes garantías de que sostendrían la sucesión directa a la Corona, para neutralizar los esfuerzos combinados de sus enemigos.
El señor Gómez de la Serna fue entonces nombrado, con retención de su cátedra, Corregidor de Alcalá de Henares, ciudad que por un conjunto de circunstancias particulares llamaba muy especialmente la atención del gobierno, que la consideraba como uno de los puntos en que los partidarios de la sucesión de Don Carlos podían reunir mayores elementos. Los estudiantes de la Universidad, tan afectos a uno de sus catedráticos, le recibieron con gran entusiasmo y la población en general le acogió con la mayor benevolencia. Consagrado al cumplimiento de sus deberes políticos y locales, fomentó el espíritu público, destruyó en su origen las conspiraciones, dio grande impulso a todas las obras de interés local, extinguió la mendicidad, administró recta e imparcialmente la justicia, y cuando el cólera invadió el partido, con resolución y sin descanso, atajó en lo posible los efectos del mal, lo que le ocasionó el hallarse en inminente peligro de la vida, mereciendo los elogios de la prensa de aquel tiempo. En Alcalá de Henares fue también Subdelegado de Policía, de La Mesta, de Pósitos, de Montes y de Mostrencos, vacantes y abintestatos.
Separadas las atribuciones administrativas y judiciales, continuó, con retención de la cátedra, en el juzgado de primera instancia del partido de Alcalá, hasta que en junio de 1836 fue nombrado juez de primera instancia de Ciudad Real. No llegó el caso de tomar posesión de esta cargo, porque a mediados de agosto de 1836 se le mandó continuar en comisión en el de Alcalá; pero a las pocas horas de instalarse en él, recibió orden del gobierno para pasar a Guadalajara a formar causa a todas las autoridades, a excepción de las militares, para investigar su conducta por el abandono de la capital a la aproximación del General carlista Gómez, después de la desgraciada acción de Matillas. Apenas empezaba a cumplir su cometido, cuando fue nombrado Jefe Político en comisión de la provincia de Guadalajara, cargo en que continuó por dejar el gobierno sin efecto los nombramientos que hizo para otras provincias, a instancia de las corporaciones provinciales y locales, que deseando que continuase su administración, a fuerza de vivas instancias, lo consiguieron del gobierno, hasta que en noviembre de 1839 se le separó de aquel destino, diciendo S.M. que se reservaba utilizar sus servicios.
Las circunstancias en que se halló la provincia de Guadalajara fueron difíciles; invadida continuamente por las facciones de Aragón, amenazada con frecuencia la capital, y algunas veces por fuerzas considerables, jamás faltó a sus deberes, dio ejemplo y contribuyó en primer término a que no se abandonase el fuerte cuando las numerosas fuerzas del Pretendiente lo amenazaban, y no sólo prestó servicios políticos, sino también militares.
Cuál fue su conducta como administrador de la provincia de Guadalajara lo manifiestan, entre otras cosas, las pruebas del sentimiento que expresaron las corporaciones de ella y sus habitantes; las reformas que hizo en todos los ramos y establecimientos públicos que hay en la provincia a que está unido su nombre. Poco después, el gobierno nombró otro catedrático que le reemplazara, medida tan mal acogida por la Universidad de Madrid que le propuso en primer lugar para el rectorado de la misma, que se hallaba vacante, lo que no tuvo por entonces efecto.
En octubre de 1840 se encargó del rectorado, que desempeñó con aplauso de todos los profesores, hasta que en noviembre fue nombrado Corregidor político de Vizcaya.
Harto sabidas son las circunstancias particulares de las provincias Vascongadas en aquella época, que hacían considerar al Corregimiento de Vizcaya como el cargo más difícil de los que el gobierno confería. Teniendo que sostener la dignidad del gobierno y defender los intereses generales de la nación, que con tanto empeño querían las facciones presentar como opuestos e inconciliables con los del país exento, teniendo que hacer frente a pasiones políticas y personales que se desbandaban, dio pruebas de singular tacto, prudencia y energía. Cúpole la suerte de tener que presidir las Juntas Generales de Guernica de 1841, tan agitadas por haberse discutido en ellas la cuestión de fueros; de oponerse con todas sus fuerzas a la insurrección de 1841 y de oponerse luego también a las violencias tan comunes después de vencidas las insurrecciones. Con la misma energía y entereza con que combatió el alzamiento y anatemizó a los revoltosos, corriendo graves peligros y sufriendo muchas penalidades, se opuso a las medidas de rigor que el general Zurbano adoptaba, creyéndolas como un medio eficaz para cortar de raíz el germen de futuras conmociones.
En una y otra ocasión, cuando le faltaban todos los medios de resistencia, protestaba en nombre de la santidad de las leyes, y con valor y nobleza combatía todo lo que no era legal. Arrestado por los insurrectos, saliendo no sin graves peligros de la provincia de Vizcaya cuando triunfó la rebelión, fue también desterrado cuando la autoridad militar en momentos en que sobreponiéndose a la política, conoció que era un obstáculo insuperable para llevar adelante sus proyectos. El Gobierno de la Regencia hizo cumplida justicia a la conducta prudente y enérgica del Corregidor de Vizcaya, haciendo que la autoridad militar reparase la falta que había cometido y reconociese en el señor Gómez de la Serna al representante del gobierno y le diera completas satisfacciones, mediando al efecto el Capitán General del distrito, encargado de poner un término decoroso a tan tristes acontecimientos. Por consecuencia del arreglo de fueros hecho en el mismo año, quedó el señor la Serna de Jefe Político e Intendente de la provincia de Vizcaya. La estimación pública del país, el nombre que supo granjearse y las simpatías que han manifestado siempre por él los vizcaínos, son la prueba de la conducta que observó en las azarosas circunstancias que tuvo que atravesar.
En mayo de 1842 fue nombrado Subsecretario del Ministerio de la Gobernación de la Península, cargo que obtuvo hasta que en el mismo mes del año siguiente lo renunció, cuando subió al poder el Ministerio López; entonces fue el principal promovedor de cuantas reformas se verificaron en aquella época.
En 1837 había sido nombrado Diputado a Cortes suplente por la provincia de Soria; y lo fue después propietario por la misma provincia para las Cortes que se reunieron en 1841 y 1843, saliendo de esta última legislatura electo también por la provincia de Segovia. Apoyó con su voz y voto los Ministerios de aquella época, tomando frecuente parte en las discusiones, especialmente en las que se referían a los ramos de administración y de justicia, correspondiendo a muchas comisiones, cuyos trabajo redactó con frecuencia. En las Cortes de 1841 a 1842 fue uno de los Secretarios.
Cuando el Regente del reino destituyó en mayo del 43 el Ministerio López y encargó a D. Álvaro Gómez Becerra la formación de un nuevo gabinete, el señor Gómez de la Serna, después de haber opuesto una resistencia tenaz a tomar la cartera de la Gobernación de la Península, accedió por fin a las repetidas instancias que le hacían sus amigos políticos, que le exponían con colores vivos el deber que tenían en aquellos momentos de prueba todos los hombres del gobierno de no abandonar al Jefe del Estado. Aceptó por fin, y como caballero cumplió hasta lo último los deberes que había contraído. Sostuvo por cuantos medios estuvieron a su alcance aquella situación, y cuando el Regente se vio precisado a abandonar el territorio español en el vapor Betis, aconsejó al Regente que hiciera la célebre protesta, en virtud de la cual fueron privados de sus títulos, honores y condecoraciones cuantos la suscribieron como testigos. Refugiado el señor la Serna con el Regente en el navío de guerra inglés Malabar, pasó a Inglaterra, en donde permaneció por espacio de tres años, con cortos intervalos en que viajó por diferentes naciones de Europa, hasta que elegido Diputado a Cortes, vino a representar el distrito de Orense en febrero de 1847, medio decoroso que tuvo de volver a su patria después de su largo destierro.
Aprovechó los ocios de la emigración consagrándose a profundos estudios jurídicos y a comparar el estado actual de la ciencia en España con el de los demás países de Europa en que se hallaba más floreciente, como lo atestiguan sus publicaciones, que con tanto aplauso han sido recibidas por los profesores de la jurisprudencia. Vuelto de su emigración, lo primero que hizo fue levantar su voz en las Cortes para defender a sus compañeros de desgracia, para manifestar la injusticia de que eran víctimas, para proclamar que la responsabilidad de la protesta era suya, para sostener que en ella se trataba sólo de dejar incólumes los principios, de consignar hechos incuestionables y de apelar a la posteridad en nombre de las leyes vencidas contra las insurrecciones vencedoras.
Muchas son las cuestiones en que tomó parte en cuatro legislaturas en que ha durado el mismo Congreso de Diputados, y especialmente en todas las que se han rozado con los ramos de justicia, administración y de instrucción pública; ha permanecido siempre en la oposición progresista templada, que le considera como uno de sus adalides. A pesar de esto, el Gobierno ha utilizado con frecuencia sus conocimientos y servicios en comisiones y juntas gratuitas, y entre otras la de la formación del Plan de Estudios de 1847, el nombramiento de vocal de la Junta General de Beneficencia y de la enajenación de los bienes de Propios para atender a objetos de utilidad pública. La Sociedad Económica de Soria le honró también nombrándole vocal de la Junta de Agricultura.
Diferentes son las corporaciones científicas a que pertenece el señor Gómez de la Serna. Es primer vice-presidente reelegido de la Academia de Jurisprudencia y Legislación. La carrera de instrucción pública, que fue la primera que siguió, puede decirse que ha sido a la que más predilección ha manifestado. Separado inoportunamente de ella, cuando no ha podido influir con su voz en la dirección de la juventud en las Universidades, lo ha hecho en otros establecimientos literarios y, sobre todo, escribiendo obras que, recibidas con grande aceptación, contribuyen hoy eficazmente a la instrucción de la juventud jurista, ya sirviendo de texto, ya ejerciendo una gran influencia en el profesorado. Entre ellas deben contarse los Elementos del derecho civil y penal de España, que con el Tratado académico forense de procedimientos judiciales publicó con el doctor D. Juan Manuel Montalván; las Instituciones del derecho administrativo español, primera obra de este género escrita en España; los Prolegómenos del Derecho Romano; la Introducción a las Partidas, puesta al frente de este código en la colección de los españoles últimamente publicados; y en fin, el Curso histórico exegético del derecho romano comparado con el español.
Todos estos trabajos literarios, hechos en medio de tantas vicisitudes e infortunios y de ocupaciones continuas, manifiestan su amor a la ciencia, a la que continúa dedicando los cortos ratos de ocio que le permite la honrosa profesión de la abogacía, que ejerce actualmente con grande y merecida reputación.

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