Pegatina de OCE (Bandera Roja), 1981 (Archivo La Alcarria Obrera)
La Organización Comunista de España (Bandera Roja) fue sin duda el grupo maoísta de más larga trayectoria entre la izquierda radical hispana. Nacida de una escisión del PSUC en 1968, en 1970 se estructura como tal y se mantuvo activa hasta que en 1989 se unificó con el PCE y el PSUC, y sin ser ni mucho menos el destacamento maoísta más numeroso, sirvió de escuela para algunos de los militantes más destacados de la izquierda política, sobre todo en la Cataluña de los años 70. El 20 y 21 de junio de 1985, ya en pleno reflujo de la izquierda radical, celebró su IV Congreso, del que reproducimos sus conclusiones íntegramente. El 5 de marzo de 1989, con el mundo comunista en plena convulsión, se reunió su V Congreso, en el que se aprobó la disolución de la Organización.
CONCLUSIONES
Siendo el capitalismo monopolista de Estado el sistema económico dominante en España, la tesis central de este informe es que el poder del Estado debe pasar a manos de la clase obrera, aliada con la pequeña burguesía y la mediana burguesía, como primera condición para solucionar los mayores problemas que hoy afectan la sociedad española. A este cambio de poder lo llamamos una revolución democrática de nuevo tipo, o sea, una revolución que responda a los intereses comunes de la inmensa mayoría de la población, que haga posible la defensa de estos intereses comunes desde todas las instituciones del Estado, sean representativas o no, y que empiece a orientar la economía hacia la satisfacción de las necesidades materiales y culturales del pueblo.
Esto significa reconocer que en la actual monarquía constitucional la soberanía popular y la democracia están realmente limitadas por los intereses esenciales de una minoría representada por la burguesía monopolista y sus apoyos internos e internacionales, y que la obtención por esta minoría del máximo beneficio es el motor de la economía española. Con otras palabras, la reforma democrática del franquismo, si bien ha dado a las clases trabajadoras unos derechos de organización, expresión y fiscalización parlamentaria y a la burguesía media un peso político local considerable, ni ha desplazado del poder a la burguesía monopolista, ni ha cambiado, por supuesto, el anterior orden económico y social.
Tareas económicas
Según el marxismo, toda revolución tiene su raíz en la imposibilidad para un determinado orden político de resolver el conflicto entre las relaciones de producción en que se asienta el desarrollo de las fuerzas productivas y sociales. En concreto, este conflicto se manifiesta en España en lo siguiente: un crecimiento económico tremendamente irregular y desequilibrado (grandes desajustes entre acumulación y consumo, entre producción y consumo, y entre los distintos sectores); la vulnerabilidad de España a las presiones del mercado mundial; un conflicto entre empresas grandes y pequeñas, en el que las primeras, a la vez que van barriendo una parte de las segundas, no llegan a compensar con frecuencia la consiguiente pérdida de empleo y de fuerzas productivas; un alto porcentaje de mano de obra en paro o en la emigración; y unos desequilibrios incontrolables en lo que se refiere al territorio y al medio natural.
En comparación con otros países europeos occidentales, estos problemas son aquí mucho más graves, debido al minúsculo papel imperialista de España entre otras razones. Durante casi medio siglo, con el franquismo o sin él, el capitalismo monopolista español se ha mostrado impotente ante ellos. Resolverlos es una tarea de la democracia de nuevo tipo. Para ello es necesario, en cuanto a la propiedad, socializar la banca y la gran empresa principalmente; promover las cooperativas industriales, agrícolas, de servicios y otras formas de propiedad colectiva que hoy subsisten a menudo de modo precario; y no abolir enteramente el capitalismo sino limitarlo, por un lado, a los sectores y empresas en que la socialización de la propiedad privada ocasionaría más males que ventajas, debido, sobre todo, a su bajo nivel de productividad técnica, y, por otro, a aquellas actividades productivas en que sea preciso apoyarse en empresas extranjeras.
En lo referente a política económica, se trata no de abolir el mercado sino de lograr que empiece a estar regulado conscientemente mediante un plan obligatorio y otro indicativo, según los diferentes sectores, que combinen las medidas económicas -política de precios, salarios, impuestos, crédito, etc.- y las administrativas. A partir de tales cambios en la propiedad y la política económica se puede tender a un crecimiento sostenido y equilibrado, ser menos vulnerable a las presiones del mercado mundial, modernizar los sectores más atrasados de la economía sin pasar por la destrucción masiva de fuerzas productivas, avanzar hacia un pleno empleo estable y empezar a controlar los desequilibrios territoriales y ecológicos.
Afirmamos, por consiguiente, que la superación de los principales escollos económicos de España exige una etapa de transición entre el capitalismo y el socialismo.
Clases, Estado y tareas políticas
La consolidación del capitalismo monopolista ha provocado numerosos cambios en las clases sociales. En particular, cabe señalar: La absorción de los latifundistas por la burguesía monopolista. La diferenciación entre burguesía monopolista y mediana burguesía, en la que la intervención del Estado ha desempeñado un importante papel. La transformación del proletariado en la clase más numerosa a costa de la pequeña burguesía, al mismo tiempo que disminuye fuertemente su componente agrario y que su composición interna se vuelve más compleja, como ocurre también con la burguesía. Y la ampliación de los efectivos de varios grupos sociales, como los dirigentes y cuadros medios empresariales, identificados en general con las distintas fracciones burguesas, o como los funcionarios e intelectuales, asimilables en una parte importante a la pequeña burguesía o incluso al proletariado.
En lo referente al Estado, el decisivo papel que este desempeña en la economía es una característica que España comparte con los demás países europeos occidentales. Pero hay otros rasgos que no son tan comunes: La fragilidad de la democracia; de hecho el capitalismo monopolista sólo ha podido consolidarse, industrializar España y elevar con ello la productividad mediante una larga dictadura. La dificultad de encajar el hecho plurinacional de España. El protagonismo del ejército. La función política de la Iglesia católica, incluso hoy. La inadecuación de la maquinaria estatal para el progreso económico y social. Y la "protección" de sucesivas grandes potencias (Alemania, Italia y EE.UU.) que ha necesitado el Estado.
Con arreglo al análisis anterior, las contradicciones de clase más importantes en España son éstas: En primer lugar, las que enfrentan la burguesía monopolista y el imperialismo con el proletariado, con la pequeña burguesía y con la burguesía media; segundo, las que oponen la burguesía media y la pequeña burguesía al proletariado; y tercero, las que dividen en ciertos momentos a la burguesía monopolista internamente.
Todos los grandes problemas económicos y políticos de España se reflejan en estas contradicciones de clase. En ciertas situaciones, cualquiera de ellas puede desempeñar un papel determinante en relación con las demás; sin embargo, la oposición entre la burguesía monopolista y el imperialismo, por un lado, y el proletariado, por otro, es la contradicción principal, o sea, la que más influye por lo común sobre las otras contradicciones mientras el poder no cambie de manos en España. Dentro de esta contradicción hay que señalar que el imperialismo suele limitarse a actuar indirectamente, como respaldo para la burguesía monopolista; ahora bien, en algún momento puede convertirse en el factor decisivo.
De los tres grupos de contradicciones apuntados, tan sólo el primero, que opone la burguesía monopolista y el imperialismo al resto de clases fundamentales, afecta de lleno la naturaleza del poder. Su resolución es indispensable para transformar la sociedad española. Es decir, para abolir la opresión y la explotación que sufren las clases trabajadoras en manos de la burguesía monopolista, así como las formas más o menos agudas de opresión y expoliación que afectan a la mediana burguesía. Pero como la contradicción principal sólo incluye al proletariado, para la pequeña y la mediana burguesía el acceso al poder es únicamente posible en la medida en que el proletariado conquiste una posición dominante en la sociedad.
El segundo grupo de contradicciones se traduce sobre todo en la pugna entre la mediana burguesía y el proletariado para hacer prevalecer la influencia de una u otro en su conflicto con los monopolistas y el imperialismo. Esta contradicción de naturaleza antagónica, pero que hoyes secundaria, debe ser resuelta en el avance hacia el socialismo.
El tercer grupo de contradicciones, o sea, las que son internas a la clase dominante, pueden desembocar en cambios de régimen, en mayor o menor dependencia exterior, sin alterar la naturaleza del Estado. La democracia de nuevo tipo las resolverá por el mismo hecho de desplazar del poder a la clase que las encarna.
Resolver las contradicciones de los primeros y terceros grupos y sentar las bases para hacerlo con las del segundo requiere cambios fundamentales en la naturaleza, funciones y organización del Estado.
Prescindiendo de los aspectos relativos a la intervención estatal en la economía de los que ya se ha hablado antes, éstos son, brevemente, los cambios que propugna nuestro programa general:
Realizar plenamente la soberanía popular, mediante el paso del poder a manos de las clases mayoritarias, el desarrollo de la democracia representativa del actual régimen, complementada con otras formas democráticas de base en las empresas y servicios públicos, y la adopción de la forma republicana de gobierno.
Garantizar la igualdad entre las distintas nacionalidades, otorgar el derecho de autodeterminación a las minoritarias y constituir España en república federal.
Concluir el proceso de separación entre la Iglesia católica y el Estado, empezado bajo el presente régimen.
Convertir el ejército en un instrumento eficaz para la defensa de la independencia y la soberanía, mediante su total compenetración con el pueblo y la adopción de la doctrina de la defensa popular ante una amenaza exterior.
Simplificar la administración pública y adoptar el sistema de nombramiento y revocación de funcionarios por los organismos representativos de cada nivel.
Llevar a cabo una política exterior independiente, basada en los cinco principios de la coexistencia pacífica, establecer relaciones de igualdad con el Tercer Mundo, luchar por transformar la CEE en un proyecto de integración europea al servicio de las clases populares, recuperar las parcelas de soberanía perdidas por tratados desiguales y renunciar a los asentamientos en el norte de África.
Derechos democráticos para las clases populares, así como derechos individuales de trabajo, educación, etc. y garantías ante la acción de la justicia para todos los ciudadanos.
Defender y promover desde el Estado los valores culturales y éticos progresistas, compartidos por las distintas clases populares.
La democracia de nuevo tipo corresponde a una etapa de transición entre capitalismo y socialismo. La explotación de una parte de la clase obrera por empresarios capitalistas, las ideas y prácticas sociales subsistentes de la vieja sociedad y la eventual resistencia política de la mediana burguesía serán factores de capitalismo. La propiedad social sobre los medios de producción y cambio más importantes, aspectos decisivos de la política económica, el papel dirigente del proletariado en el Estado y los consiguientes cambios en la mentalidad y hábitos sociales serán factores de socialismo y gozarán de una cierta ventaja sobre los primeros.
Así, la lucha entre estos dos tipos de factores opuestos puede desembocar sin choques violentos en el socialismo, siempre que las fuerzas contrarrevolucionarias derrotadas o sus aliados exteriores no consigan ganar puntos de apoyo en el mismo pueblo y que la dirección política proletaria sea correcta.
Condiciones objetivas y subjetivas
Partiendo de las tendencias existentes hoy en día, consideramos que el capitalismo monopolista de Estado en España no da muestras de poder resolver los principales problemas que determinan la necesidad de la democracia de nuevo tipo. Si la Comunidad económica europea evolucionase hacia un auténtico poder supranacional, sin duda, cambiaría la perspectiva de nuestra lucha, pero esta unión sigue siendo una meta incierta. No creemos, en cambio, que los actuales proyectos de incrementar la integración económica y la coordinación política entre los doce Estados comunitarios afecten substancialmente nuestro programa general.
Hecha esta salvedad, el avance hacia la democracia de nuevo tipo depende, por un lado, de determinadas condiciones internas a España e internacionales que escapan a la simple voluntad de las clases populares y de sus partidos y, por otro, de la respuesta que estas clases y sus partidos den a tales condiciones. Del estudio de estas condiciones se desprende lo siguiente:
1- Una evolución interna española relativamente pacífica y gradual hacia la democracia de nuevo tipo sería, quizás, imaginable si el imperialismo y la lucha por la hegemonía mundial dejaran de ser aspectos determinantes de la situación internacional. En cualquier caso, las presentes relaciones de fuerza en el mundo y en Europa constituyen un obstáculo para toda transformación social en España.
2- La lucha de clases se desenvuelve en España con una alternancia entre períodos críticos, bastante breves, y otros, más largos, de relativa estabilidad en las relaciones entre las clases como, por ejemplo, el que va de 1939 a 1970, lo cual no afecta los objetivos generales de nuestra lucha, pero sí los objetivos concretos, la cooperación que se pueda establecer o no entre las clases populares, la unión o no de la clase obrera y las formas de lucha.
La posibilidad objetiva de materializar la alianza entre la clase obrera, el semiproletariado, la pequeña burguesía, la mediana burguesía y una parte de los intelectuales, los funcionarios y de otros grupos sociales viene determinada por las características de la sociedad española que se han resumido anteriormente. En contraposición a la burguesía monopolista y al imperialismo, estas clases forman el pueblo de la España plurinacional. Ahora bien, la manifestación política de este pueblo como unidad está sujeta a las condiciones que se acaban de indicar y, por otro lado, a la respuesta que dan sus distintos componentes. En lo que concierne al proletariado, exponemos brevemente, a continuación, las respuestas que consideramos necesarias respecto a las alianzas con las demás clases trabajadoras, con la burguesía, o con fuerzas de otros países, respecto a la manera de lograr su propia unión y respecto a las formas de lucha.
La política de alianzas
La unión de la clase trabajadora. La unión del proletariado, el semiproletariado, la pequeña burguesía y un contingente de intelectuales y funcionarios, o de la mayor parte de estas clases, es el pilar de la política de alianzas de los comunistas. Debemos tener en cuenta, pues, los intereses propios de las clases trabajadoras no proletarias y defenderlos en nuestra acción; procurar acercarlas a las posiciones comunistas; colaborar con sus diferentes organizaciones; y al mismo tiempo criticar sus puntos de vista erróneos y oponemos decididamente a sus corrientes extremistas.
La alianza con la burguesía. La mediana burguesía es la parte más inestable del pueblo por compartir con la burguesía monopolista la explotación de los trabajadores. La cooperación con ella depende en general de dos condiciones relacionadas entre sí: la fuerza del proletariado, incluyendo la corrección de su política, y las concesiones que la burguesía monopolista pueda ofrecer a la mediana burguesía. Por consiguiente, nuestra política debe consistir en procurar arrastrar a la mediana burguesía contra la monopolista y cooperar con ella, cuando el proletariado tiene suficiente fuerza e iniciativa o, en el caso de que no las tenga, apoyarla en sus conflictos con el adversario común si sus posiciones no perjudican al resto del pueblo; combatir los compromisos que establezca con la burguesía monopolista a costa de los trabajadores, pero en esta lucha no ir más lejos de lo necesario para hundir tales compromisos; y respetar sus intereses legítimos en la perspectiva de la democracia de nuevo tipo.
Los comunistas defendemos a lo largo de la actual etapa los intereses esenciales comunes a las distintas clases populares y propiciamos su alianza, aunque no siempre sea posible materializarla en un frente unido mediante acuerdos, programas concretos y unidad de acción. La experiencia histórica, especialmente en 1936 y en los últimos años del franquismo, indica que la realización del frente unido y su misma solidez dependen, en primer lugar, de la iniciativa de las fuerzas proletarias, de su capacidad de no someterse ante eventuales claudicaciones o inconsecuencias de otras fuerzas sociales. Además, la traducción de la política de frente unido en un amplio sistema de alianzas requiere garantizar el carácter representativo de los organismos unitarios, tener en cuenta la realidad plurinacional de España y adoptar una política precisa respecto a cada institución estatal, así como respecto a cada tendencia de la burguesía monopolista.
Esta última exigencia pone a prueba la fuerza objetiva y la cohesión del frente unido, tal como se vio en la transición al actual régimen, en que la oposición democrática empezó a caer en la pasividad, tan pronto como se iniciaron sus negociaciones con los que reformaron el franquismo. Los compromisos con una parte de la burguesía monopolista son necesarios en ciertas condiciones para aislar a la parte más reaccionaria, más peligrosa. Pero, en tales casos, el proletariado no puede atarse de pies y manos a las condiciones que intente imponer ese sector de la burguesía, debe prevenir sus maniobras antipopulares y no confiar en que la otra parte respete los compromisos.
Las alianzas internacionales. Las clases populares españolas comparten un interés común con la inmensa mayoría de la humanidad: acabar con el sistema imperialista, con el hegemonismo y con la guerra. La democracia de nuevo tipo significará la mayor aportación de España a la causa del proletariado y los pueblos oprimidos, pero en el curso de nuestra lucha debemos contribuir de múltiples maneras a debilitar en lo ideológico y político a los mayores enemigos de la humanidad y a fortalecer a quienes los combaten en primera línea. Este apoyo es indudablemente recíproco, ahora bien, las clases populares y las distintas nacionalidades de España deben confiar principalmente en ellas mismas y en su unión para cambiar esta sociedad y no, en cualquier intervención exterior.
Asimismo, la experiencia española y de otros muchos países subraya estas dos conclusiones: Por su propio interés, las clases populares españolas tienen que oponerse a cualquier agresión de España contra otro país. Y aunque a veces sean necesarios los acuerdos con fuerzas y gobiernos imperialistas para enfrentarse a un enemigo más poderoso, estas fuerzas y gobiernos siguen siendo imperialistas, y al actuar junto con ellos hay que defender la propia soberanía y precaver sus manejos.
La unión de la clase obrera
La unión del proletariado, de sus sectores más activos, es indispensable para conquistar la democracia de nuevo tipo, al ser la clase obrera no sólo la que tiene mayor capacidad dirigente por su situación social, sino la más numerosa. Tal unión se puede concretar en lo sindical, en la acción política en un cierto período o, en su forma más elevada, en la formación de un partido único.
La unidad de acción proletaria, sobre todo en lo político, es el nervio de nuestra estrategia, pues cuando esta unidad de acción se realiza, las demás clases trabajadoras suelen seguir, también se allana el camino hacia el frente unido, y brota la tendencia hacia el partido único. La división de los trabajadores es una condición imprescindible para la subsistencia del poder de la burguesía monopolista. De hecho, un alto grado de unión sólo se ha alcanzado durante períodos breves. Esto subraya la importancia de fortalecer en cada momento las formas más simples de unidad de acción que permitan las condiciones objetivas; y para ello hay que tener en cuenta varios criterios. Primero, enfocar la lucha por el objetivo principal en cada circunstancia, para encontrar un terreno común a las diferentes tendencias y movilizar a los trabajadores no organizados. En segundo lugar, es preciso establecer, siempre que sea posible, acuerdos por arriba, o sea, acuerdos formales entre los organismos dirigentes del conjunto de fuerzas obreras, ya sean políticas, sindicales ti otras. En tercer lugar, es necesario impulsar la unidad de acción por la base si otras fuerzas obreras adoptan una actitud cerrada, antiunitaria, y no se debe esperar simplemente a que cambien de parecer. Ahora bien, en este caso la unión por la base tiene que proponerse también como meta la unión por arriba. Y en cuarto lugar, cuando una fuerza obrera actúa en lo esencial favoreciendo al mayor enemigo del pueblo, hay que combatir a la dirección de esta fuerza, procurando separar la dirección de la base y ganar a ésta para la acción unitaria.
La unión sindical es un importante objetivo en la tarea de unir a la clase obrera. La garantía mayor para crear una central única reside siempre en el progreso político de nuestra clase; pero bajo condiciones políticas adversas, a la vez que se buscan las formas posibles de unidad de acción, hay que persistir en el objetivo de la unión sindical, ya que ésta responde a las necesidades elementales de la inmensa mayoría de los trabajadores, tanto más cuanto que en España es muy pequeña la fuerza de los sindicatos y muy grande la penuria económica de la clase obrera. Las normas que deben guiar aquí la acción de los comunistas son: oponerse al fraccionalismo y a la escisión, promover la vida democrática en el sindicato en vez del trabajo en círculos reducidos, y ganar una posición dirigen te gracias a lo acertado de nuestra acción y no por otros recursos.
La integración de los sectores activos de la clase obrera en un único partido es un objetivo que corresponde a la identidad fundamental de intereses de nuestra clase. En España se han dado pasos en ciertos momentos hacia el partido único por dos vías distintas: paralelamente a acuerdos concretos de unidad de acción, como fue el caso en el Frente popular de 1936, que dieron pie a la creación del PSUC y las JSU, o bien como fruto de la simple unidad de acción por la base en las CC.OO. de los años sesenta, cuando el sectarismo y la impotencia del PSOE llevó a las filas comunistas a una mayoría de trabajadores de ideas avanzadas. En cualquier caso, para hacer posible la creación de un partido único cuando se den circunstancias apropiadas, además de impulsar los movimientos unitarios, hay que fortalecer las filas comunistas y defender los principios que son vitales para el progreso de la causa proletaria en cada período.
Los comunistas somos la única garantía existente aquí para avanzar hacia la democracia de nuevo tipo y, en particular, hacia un partido único. Si bien es justo reconocer que no siempre el impulso unitario ha partido de los comunistas, no es menos evidente que en cincuenta años ninguna otra fuerza obrera puede presentar un balance tan positivo, a pesar de nuestras equivocaciones y divisiones, en todo lo que afecta la defensa de los intereses populares.
Por ello es necesario persistir en una posición comunista en situaciones, como la actual, no sólo de limitada incidencia política de los comunistas sino incluso de grave división.
Por ello es necesario persistir en una posición comunista en situaciones, como la actual, no sólo de limitada incidencia política de los comunistas sino incluso de grave división.
En cuanto a los principios vitales en cada período, hay que señalar, por una parte, que su defensa permitió dar los pasos que se han citado hacia el partido único y, por otra, que ahora mismo sólo se puede rehacer la fuerza social y política de nuestra clase, si se impone la comprensión de varios principios, como, por ejemplo, el de mantener la independencia respecto de la propia burguesía y de cualquier gran potencia. Sin duda, el PSOE se equivoca en este asunto, pero también hay comunistas que siguen una vía errónea. De ahí que se tenga que persistir en los principios que deciden la orientación política y organizativa fundamental en cada situación, para avanzar hacia un partido único o, simplemente, para resolver las divergencias entre comunistas y favorecer la unidad de acción entre las diversas corrientes que hay en la clase obrera.
Sobre este particular, cabe decir que en el ámbito español, la confrontación con el socialismo ha sido determinante en lo positivo y en lo negativo. En general, la posibilidad de encontrar un terreno común en lo político e ideológico con el socialismo sólo se ha dado cuando la clase dominante ha prescindido de cualquier asomo de política de colaboración de clases.
Las formas de lucha
La adopción de unas u otras formas de lucha y de sus combinaciones en un sentido ofensivo o defensivo pertenece al ámbito de la táctica; ahora bien, es posible determinar varias características que presenta en el plano estratégico el empleo de las formas de lucha en España. Estas son las principales: La acción pacífica es predominante aquí en el curso de la lucha por la democracia de nuevo tipo, aunque en ciertos momentos se produzca el paso a las formas violentas. La acción ilegal prevalece sobre la legal, atendiendo a la experiencia de los últimos sesenta años. No obstante, casi siempre se da una combinación simultánea de formas legales e ilegales. En cuanto a la relación entre labor parlamentaria y labor de masas, es indudable que la segunda es la principal y que, cuando prevalece la lucha parlamentaria, la vinculación de ésta con la lucha de masas es totalmente imprescindible. Respeto a la ofensiva y la defensiva, hay que señalar que la relativa fortaleza de la dominación de la burguesía monopolista da lugar a la preponderancia de las situaciones de defensiva prolongada para el proletariado, en las que éste, para preservar sus fuerzas, incrementarlas paulatinamente y crear condiciones para la ofensiva, debe atenerse a tácticas de defensa activa, o sea, llevar a cabo acciones local y temporalmente ofensivas que desgasten al adversario por sus puntos más débiles.
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