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19 de diciembre de 2011

El MC y la Junta Democrática

Pegatina del MC, ¿1976? (Archivo La Alcarria Obrera)

En el mes de julio de 1974, con una dictadura que acompañaba al general Franco en una sórdida decrepitud que anunciaba el inminente final de la una y del otro, se constituía en París la Junta Democrática de España, un proyecto político impulsado por el Partido Comunista para intervenir en la inminente transición y en el que, básicamente, participaban otras fuerzas políticas de la izquierda no socialdemócrata. Únicamente el PTE, que cambio por ese motivo su antiguo nombre de PCE(i), se sumó al proyecto desde la izquierda radical; el resto de grupos maoístas (ORT, MC, OCE(BR), PCE(ml)...) criticó su adhesión a la Junta, aunque al año siguiente tanto la ORT como el MC se incorporaron a la Plataforma de Convergencia Democrática, un segundo proyecto unitario aún más moderado animado por el PSOE. Reproducimos un artículo publicado en el número 36, correspondiente al mes de febrero de 1975, de Servir al Pueblo, el portavoz del MC, en el que se distancia de la citada Junta Democrática.

LA CUESTION DE LOS COMPROMISOS Y EL PROGRAMA DE LA JUNTA DEMOCRATICA
La creación de la Junta Democrática, con lo que tiene de propuesta de alianza entre todas las clases sociales españolas, y el hecho de que dicha Junta esté patrocinada por un partido que se pretende comunista, plantea de una manera frontal el problema de los compromisos. Y en esta situación, no han faltado quienes, ante la postura de nuestro Partido de rechazar lo que supone esta Junta, nos acusen de "sectarios", de "izquierdistas" o de "anarquistas" por negarnos "a contraer compromisos".
El problema planteado es interesante y merece la pena considerar esas críticas. Para enfocarlo correctamente conviene, lo primero de todo, hacer una distinción entre la cuestión de los compromisos en general y el problema de aceptar los compromisos que plantea en concreto la Junta ya que ambas cosas son muy distintas.
La primera cuestión no encierra dificultades mayores y seguramente, nos podríamos poner de acuerdo muy rápidamente con quienes nos tachan de "izquierdistas". La experiencia del movimiento comunista internacional y, dentro de su modestia, la nuestra propia, nos han demostrado que, en efecto, no se pueden rechazar los compromisos, todos los compromisos, así sin más. "Rechazar los compromisos 'por principio', negar la legitimidad de todo compromiso en general, cualesquiera que sea -escribía Lenin-, constituye una puerilidad que incluso es difícil de tomar en serio".
Estamos plenamente de acuerdo con esta idea leninista, y no sólo de palabra sino también en los hechos. Nuestra experiencia nos ha probado que los compromisos pueden ser útiles, y hasta imprescindibles, para empujar la revolución hacia adelante. Así, por ejemplo, si nuestro Partido participa en un organismo unitario o trata de lograr la unidad de acción con fuerzas burguesas o pequeño burguesas, cosa que ocurre con relativa frecuencia, no supedita su participación a que sea aceptado por todos el programa que nosotros propugnamos para el momento actual de la revolución española, sino que tratamos de buscar unos puntos de acuerdo entre todos los presentes que, sin estar en contradicción con los objetivos fundamentales de la revolución, sirvan para establecer una cierta unidad. Es decir, tratamos de llegar a un compromiso.
Ahora bien, el hecho de no estar en contra de todos los compromisos no significa, claro está, dar por bueno cualquier tipo de compromiso. Como muy bien escribía Lenin "Hay compromisos y compromisos. Es preciso saber analizar la situación y las circunstancias concretas de cada compromiso o de cada variedad de compromiso". "Toda la cuestión -decía también- consiste en saber aplicar esta táctica (la de los compromisos y los acuerdos) para elevar, y no rebajar, el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario y de capacidad de lucha y de victoria del proletariado".
Esta es la cuestión. Ver en cada caso si determinado compromiso va a servir para desarrollar la lucha de clases o, por el contrario, la va a frenar. Si nuestro Partido está en contra del compromiso que propone la Junta Democrática, si lo critica, no es por el mero hecho de que dicha Junta sea portavoz. y defensora de un compromiso, sin más explicaciones, sino por el hecho de que ese compromiso, establecido sobre las bases precisas planteadas por la Junta, si se realiza como desean sus promotores (cosa que hasta ahora no ha ocurrido más que en una pequeña medida), lejos de ayudar al avance de la revolución, lo entorpecería.
Para darse cuenta de ello hay que examinar en concreto las circunstancias concretas en las que la Junta ha nacido y el contenido de su programa. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, el extraordinario auge de las luchas de masas que se está registrando en los últimos tiempos; frente al cual los explotadores se encuentran sin más armas que la represión pura y simple, privados, como están, del concurso de unos sindicatos legales reformistas que "encaucen'.' por una vía "razonable" las aspiraciones de las masas. Hay que tener en cuenta, también, la necesidad, cada vez mayor, para el capitalismo español de participar en el proceso de integración económica europea, lo cual es hoy, imposible debido a la existencia del régimen franquista. Hay que tener en cuenta, en fin, la crisis económica que está azotando a los países capitalistas occidentales y que hace aún más estrecho el margen de maniobra de los explotadores para tratar de frenar las luchas de masas apoyándose en concesiones económicas.
En estas circunstancias la clase en el Poder está interesada en caminar hacia unas formas de Gobierno más o menos cercanas a las de las democracias burguesas parlamentarias del occidente europeo. Tal es el deseo expresado por la mayor parte de la prensa, portavoz destacado los puntos de vista de la burguesía, y por no pocos políticos que siempre han estado al servicio de esta clase.
La utilización de unas formas de Gobierno más próximas a las de las democracias burguesas occidentales supondría la posibilidad de ampliar sensiblemente el número de partidarios del sistema político, cosa muy necesaria para obstaculizar el desarrollo de las luchas obreras y populares y dificultar el progreso de las fuerzas revolucionarias, y, por otro lado, permitiría a la burguesía monopolista española beneficiarse del proceso de integración europea, lo que sería extremadamente ventajoso para el capitalismo español. En una palabra, si la oligarquía española se interesa hoy por un tipo de régimen (con Partidos, con Parlamento, con ciertas libertades...) del que antes decía pestes, ello se debe a que con un régimen de esas características podría dar a su poder político una estabilidad que hoy no tiene y, al propio tiempo, reforzar el sistema económico capitalista.
Y es aquí precisamente donde entra en escena la Junta Democrática. Sus dirigentes vienen a ofrecerse a la clase en el Poder para ayudarle a consolidar su dominación bajo nuevas formas.
A la burguesía no le asusta demasiado que haya ciertas libertades. Lo que le asusta es que el pueblo se sirva de ellas para dar un nuevo impulso a sus luchas. Pues bien, la Junta Democrática se compromete a ser fiel a un Programa cuya médula es precisamente el mantenimiento de los instrumentos más fundamentales de la burguesía monopolista sobre el pueblo.
Así, la Junta Democrática renuncia el exigir el desmantelamiento de los organismos represivos, de los cuerpos de policía cuya única misión es la de someter al pueblo usando los medios más brutales.
La Junta Democrática, igualmente, se compromete a respetar al Ejército tal cual es actualmente, sin reclamar el menor cambio en él. Más aún, se empeña en tratar de convencer a la gente de que este Ejército no está al servicio de los explotadores y de que si no se le ataca, no hay nada que temer de él.
La Junta Democrática pide la amnistía para los presos políticos y para los exilados antifranquistas. Esto está muy bien. Pero la pide también para todos aquellos que tienen las manos manchadas de sangre popular, para los autores de crímenes contra el pueblo, para los torturadores y verdugos fascistas.
La Junta Democrática se compromete a defender la unidad del actual Estado español, oponiéndose al derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas.
La Junta Democrática da por buenos todos los acuerdos internacionales concluidos por el franquismo, entre los que figuran los firmados con los Estados Unidos y en virtud de los cuales están clavadas en nuestro país varias bases militares imperialistas.
La Junta Democrática, en fin, apoya la acción de la oligarquía encaminada a introducir a España en la Comunidad Económica Europea dominada por los monopolios europeos.
Esta es una política que concuerda plenamente con los intereses de la clase en el Poder.
¿Significa cuanto precede que para nosotros no vale nada la lucha por la democracia, la lucha por la libertad? Nada más falso: nuestro Partido lucha sin cesar por las conquistas democráticas, por las pequeñas y por las grandes. Y en esta lucha se une con todos aquellos que caminan en esa dirección.
Nosotros no desdeñamos la conquista de las libertades políticas, no despreciamos ningún tipo de mejora democrática por más que sea una mejora dentro del cuadro de una democracia burguesa.
Diremos más: estimamos que en los momentos actuales, en que la burguesía está siendo tentada por una táctica consistente en evolucionar hacia un régimen parlamentario, es preciso airear con más fuerza si cabe las consignas democráticas de todo tipo.
El problema no es ese. El problema no es que unos den más importancia a las libertades democráticas y que otros les demos menos importancia. El problema real estriba en que algunas fuerzas políticas, como las que integran la Junta Democrática, están dispuestas a contribuir a consolidar la dominación de la gran burguesía con tal de que ésta adopte otras formas, unas formas democrático-parlamentarias.
Este es el verdadero problema.
¿Rechazamos los compromisos? ¡En absoluto! Rechazamos unos compromisos concretos como los propuestos por la Junta Democrática, unos compromisos en los que a cambio de ciertas libertades se nos pide que apoyemos al Estado de la gran burguesía, que renunciemos a exigir la disolución de los cuerpos represivos –de esos cuerpos que mientras subsistan serán una amenaza permanente para toda conquista democrática-, que demos nuestra bendición al Ejército -recurso supremo de la dominación de la oligarquía sobre el pueblo trabajador-, que no pidamos cuentas a los verdugos y torturadores fascistas por sus múltiples delitos contra el pueblo, que no sumemos nuestra voz a la de las nacionalidades oprimidas cuando reclaman el derecho a la autodeterminación, que no pidamos que las tropas norteamericanas se vuelvan a su país, que no escarbemos en la estercolera de los escándalos financieros, de los fraudes y chanchullos múltiples que han realizado durante estos años, que aplaudamos el ingreso de España en la Europa de los monopolios capitalistas...
Estos son los compromisos concretos que algunos quisieran que contrajéramos. Y estos son justamente los compromisos que los comunistas no podemos contraer.
Primero, porque la defensa de toda conquista democrática supone ni más ni menos el castigo de los que han impedido esa conquista hasta ahora, no por afán de venganza sino para lograr que esas conquistas no se derrumben como castillos de naipes.
Y segundo porque los comunistas no podemos concebir las reivindicaciones democrático-burguesas -pues de democracia burguesa estamos hablando- sino como un medio para proseguir nuestra lucha revolucionaria, nuestra lucha contra el poder político y económico de la burguesía. Y ¿cómo proseguir esta lucha, cómo extenderla y profundizarla, si nos comprometemos a respetar los diversos dispositivos del Poder político actual, si renunciamos a ajustar cuentas con el fascismo, si prometemos no tocar y no poner en cuestión el Poder económico de los enemigos del pueblo, si educamos a la gente en el espíritu de no atentar contra el Estado burgués?
A diferencia de lo que hacen los reformistas, los revolucionarios consideramos las reformas democráticas no como un fin en sí, por el cual se pueden sacrificar los intereses cardinales del proletariado revolucionario, sino un puente para llegar a metas más altas. No podemos por tanto renunciar a estas metas para así obtener tal o cual reforma democrática.
Es así como entendemos que deben abordarse los compromisos.

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