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25 de abril de 2012

Informe del "camarada Arenas" ante el PCE (r) en 1984

Tarjeta del PCE (r), 1984 (Archivo La Alcarria Obrera)

En 1984, después del golpe de Estado militar del 23-F de 1981 y la victorial electoral del PSOE año y medio después, la Transición se podía dar por cerrada. Es cierto que el proceso se había quedado lejos, muy lejos, de las aspiraciones y reivindicaciones populares a la muerte de Franco y que los sectores evolucionistas del franquismo habían mostrado más inteligencia política y capacidad de maniobra que una oposición moderada y alicorta. Pero, a pesar de todo, era evidente que se había producido un cambio de escenario político y social. La crisis de la izquierda, que corrió serio peligro de ser completamente fagocitada por el PSOE, también afectó a los métodos de lucha adoptados en el Franquismo: las dudas asaltaron al PCE(r), que poco tiempo después sufrió una compleja escisión. Hoy, con la perspectiva del tiempo, suenan a hueco las frases triunfalistas y de autocomplacencia que salpican este informe presentado por el “Camarada Arenas” ante el Comité Central en septiembre de 1984.

¿ADONDE IR, QUE CAMINO DEBEMOS TOMAR?
Últimamente, se comenta mucho en el Partido que “así no podemos seguir”, que “no poderes continuar haciendo las cosas como hasta ahora”, y en esta idea, que todos compartimos, hay una buena parte de razón. Pero de aquí no podemos deducir que tengamos que dejar de hacer todo lo que venimos haciendo, y menos aún que haya que arrumbar como inservibles los principios consagrados por una larga experiencia.
Sabemos lo que no debemos ni queremos hacer, pero a veces nos sentimos inseguros, titubeamos una y otra vez, ante las nuevas necesidades que tiene planteado el movimiento y ante las tareas que este nos impone. En buena medida, esto es perfectamente lógico y natural que suceda. Después de haber andado un trecho del camino, nos hallamos en una encrucijada y es preciso detenerse a reflexionar antes de equivocar el próximo paso. Es en este preciso momento cuando de entre nosotros surgen algunas voces clamando por la vuelta atrás, por el camino ya andado, a las cuales suelen responder otras que apuntan a cualquier dirección, prefiriendo incluso marchar adelante sobre una sola pierna antes de volver atrás.
En esencia, el problema que tiene planteado actualmente el Partido, y que venimos arrastrando desde tiempo atrás, es ése: se trata de un problema de orientación. ¿Adónde ir, qué dirección debemos tomar? En relación con éste mismo problema está el de organización, que tanto se viene debatiendo últimamente. Por este motivo vamos a centramos, antes de seguir adelante, en el problema principal, en el de la orientación a seguir en el trabajo político del Partido, para pasar después a las cuestiones relacionadas con la organización y propaganda del Partido.
Más de uno ya habrá pensado: es de Perogrullo: para saber adónde ir, tenemos necesidad de saber antes de dónde venimos y en donde estamos. Pues bien, a nosotros no se nos presentan esas dudas. El PCE (r) es aún un Partido joven, pero ha tomado parte en importantes luchas y tiene experiencia. ¿Quién se atrevería hoy a negar el papel de combatiente de vanguardia que viene desempeñando el Partido? Este papel no consiste solamente -ni tan siquiera se puede considerar como lo más destacado- en las luchas que hemos librado al frente del movimiento de resistencia popular a la política de reforma del régimen fascista español. Cualquier persona mínimamente informada y que sea capaz de pensar, se dará cuenta que un Partido joven y débil como el nuestro, no hubiera sido capaz de enfrentarse de la forma que lo ha hecho a la reacción, ni hubiera podido resistir los zarpazos de la represión durante tantos años consecutivos, sin una férrea disciplina en sus filas, y esta disciplina no sería posible si no contara con una línea justa de actuación. Este es el "oscuro secreto" que envuelve la actuación del Partido, que los panegiristas del sistema y otros mequetrefes al servicio del capital jamás podrán descifrar.
No me propongo hacer aquí una historia de la lucha de estos últimos años en los que el Partido ha tonado parte -cosa, además, ya realizada en otro trabajo de reciente publicación- pero si conviene que nos detengamos en algunas circunstancias y hechos especialmente reveladores y que han supuesto, sin ningún género de dudas, un banco de pruebas para el Partido, para su línea política, para su dirección y para todos y cada uno de sus militantes.
Comencemos por describir a grandes rasgos la situación creada en España a las pocas semanas del Congreso Reconstitutivo del Partido. Se recordará que el país había entrado de lleno en una fase de máxima agudización de las tensiones sociales y de la lucha de clases, cosa que ya veníamos anunciando con bastante antelación desde la OMLE, haciendo al mismo tiempo llamamientos a prepararse para la lucha. Pues bien, se puede decir que tras la histórica jornada del 12 de octubre del 75, se vinieron abajo los últimos intentos de la oligarquía española destinados a mantener intacto para después de la muerte de Franco el régimen creado por él. Este régimen no sólo no era ya capaz de contener con los viejos métodos fascistas las grandes oleadas de la lucha obrera y popular, sino que, además, se mostraba muy vulnerable a los ataques de la guerrilla, tal como vino a poner de manifiesto las acciones del 12 de octubre en Madrid. Acosado por todas partes, corroído por sus propias contradicciones internas, con la perspectiva de una mayor agravación de la crisis económica y con un fuerte movimiento huelguístico de tipo revolucionario respaldado por la lucha amada guerrillera, la política "aperturista" preconizada por Arias Navarro se vino abajo como un castillo de naipes.
El régimen estaba herido de muerte, pero no había sido liquidado: aún contaba con fuerzas y recursos suficientes para mantenerse y poder maniobrar. Por otro lado, no podemos perder de vista el hecho evidente de la debilidad de las fuerzas revolucionarias organizadas, lo que nos impidió sacar mayor partido a aquella coyuntura política favorable. Esta limitación del movimiento revolucionario se debía, en buena medida, a la ausencia del Partido, y no en menor medida a la labor de zapa y confusión realizada por el revisionismo carrillista en las filas obreras durante los años anteriores, pero particularmente en aquellos precisos momentos, cuando viendo la crisis y la bancarrota declarada del sistema, no dudó ni un instante en acudir en su auxilio pisoteando incluso hasta su propio programa "rupturista". Bien merecido que se tenía el señor Carrillo y su banda de mafiosos y estafadores políticos la entrada en la legalidad que poco más tarde les sería concedida.
Lo que interesa destacar aquí es que ninguno de estos acontecimientos nos pilló desprevenidos, y que gracias a nuestra visión, gracias a nuestra justa apreciación de los acontecimientos políticos que venían sucediéndose con una velocidad vertiginosa, pudimos trazar una línea de actuación que nos ha ido situando poco a poco al frente de las luchas obreras y populares.
Lo primero que planteamos es la celebración del Congreso Reconstitutivo del Partido. La creación de un partido obrero revolucionario, marxista-leninista, con una línea clara de actuación y un aparato político probados, fue el objetivo que nos habíamos marcado y por el que veníamos trabajando desde hacía más de 7 años. Las condiciones creadas en España y los progresos realizados en nuestro trabajo encaminado a aquel fin, nos llevaron a plantear en el orden del día, como una tarea inmediata, la celebración del Congreso. Dadas las circunstancias políticas, y considerando el estado de nuestras fuerzas, el grado de organización y la cohesión ideológica alcanzada, la realización de esta importantísima tarea no podía ser postergada por más tiempo. Y el Congreso tuvo lugar en medio de la más enconada lucha de clases habida en España desde que terminó la guerra civil.
En las tesis y resoluciones del Congreso no nos vamos a detener por ser de sobra conocidas y porque nos apartaría demasiado de nuestro propósito. Bástenos recordar que en las tesis aprobadas se define el capitalismo español como un sistema monopolista de estado, y al Estado mismo, a la forma de dominación política de la oligarquía financiera española, de régimen fascista e imperialista. Estos rasgos esenciales determinan el carácter socialista de nuestra revolución. La falta de libertades auténticamente democráticas y el control policíaco que ejerce la oligarquía sobre la clase obrera y los pueblos de España, imposibilitan una acumulación de fuerzas revolucionarias a través de los procedimientos pacíficos y legales de lucha. Estas condiciones van a determinar, están determinando ya, un proceso lento y prolongado de la lucha, cuyos máximos exponentes van a ser la resistencia política activa de las grandes masas a las medidas de sobreexplotación y a la opresión de los monopolios y a lucha armada guerrillera popular.
En este proceso de lucha prolongada, el campo de de las fuerzas progresistas y revolucionarias, por una parte, y el de las fuerzas fascistas y reaccionarias, por otra, se irán delimitando cada vez más claramente. Los obreros y otros amplios sectores de la población podrán ir aprendiendo a distinguir a sus amigos de los que no lo son, irán acumulando fuerzas y experiencias y preparándose cada día mejor para librar los combates decisivos encaminados a demoler la vieja máquina política y económica del capitalismo y edificar el nuevo poder. Sólo entonces se podrá afirmar que comienza en España la nueva era del socialismo. Pero hasta que llegue ese momento, la lucha de clases va a ser larga y muy enconada y deberá atravesar por distintas fases.
El Programa político del Partido para todo ese período fue definido en el 1 Congreso del Partido y recoge, en resumen, los siguientes puntos: Gobierno Provisional Democrático Revolucionario, formación de Consejos Obreros y Populares y armamento del pueblo; total demolición de la máquina burocrático-militar fascista-monopolista; nacionalización de los medios fundamentales de producción; libertades políticas y sindicales para las masas obreras y populares; mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de vida; derecho a la autodeterminación de las nacionalidades catalana, vasca y gallega; anulación de los tratados militares imperialistas, fuera bases extranjeras de nuestro territorio, política exterior de paz y no alineamiento.
En cuanto a las fases que deberá atravesar necesariamente nuestra revolución, debe quedar claro que no vienen determinadas por la necesidad de superar una formación económico-social (la etapa de la revolución democrático-burguesa}, sino que son impuestas por la misma dinámica interna de la lucha, por la correlación de la fuerzas existentes en cada momento entre los dos campos contendientes, por la extensión y profundidad de sus alianzas, etc.
Ya desde su primer Congreso, el Partido rechazó, como caducas e inservibles, la vieja táctica de la socialdemocracia, la política de alianzas con los llamados sectores "democráticos" de la burguesía, el cretinismo parlamentario y otros métodos legalistas que han sido asimilados por el capital y que se ha convertido en la charca adónde han ido a parar los viejos y ya degenerados partidos comunistas de muchos países. El PCE(r) no se ha atado las manos consagrando en su Programa ninguna forma exclusiva de lucha, y las admite todas: las legales y las clandestinas, las pacíficas y las armadas, o una combinación de ambas, con tal de hacer avanzar en todo momento la educación y organización política de las masas en la persecución de sus objetivos históricos. Posteriormente, la dirección del Partido ha venido elaborando y perfilando cada día mejor, conforme a las experiencias acumuladas, la Política de Resistencia, concebida ésta como una original combinación de la lucha de masas y el combate guerrillero. Como tendremos ocasión de comprobar más adelante, en la estrategia de la revolución socialista y la lucha prolongada que hemos descrito, la táctica de la resistencia obrera y popular a las diversas medidas represivas, explotadoras y expoliadoras del capitalismo financiero, ha demostrado ya su eficacia.
A esta concepción amplia y flexible llegó el Partido tras numerosas experiencias obtenidas en la primera línea de fuego de la lucha de clases y después de analizar toda una serie de circunstancias y hechos nuevos, que van más allá del momento en que se han presentado o de una coyuntura política dada: la crisis general del sistema capitalista, la fascistización creciente de la forma de poder de la gran burguesía; la traición y bancarrota del revisionismo moderno; la práctica de nuevas formas de lucha en todos los países, etc.; todos éstos son fenómenos que ha generado el Estado capitalista en avanzado proceso de decadencia y putrefacción, y que, como es lógico, solo podrán desaparecer con el mismo sistema que los ha engendrado.
Desaparecido Franco de la escena política, se inicia el reinado de Don Juan Carlos I por la gracia de aquel y demás espadones que montan guardia a la Corona. Entonces se empieza a ofrecer al pueblo, como una dádiva, la "democracia", se legalizan los partidos domesticados y el flamante presidente de gobierno de su majestad, señor Suárez, convoca referéndum para la reforma política. Todos estos "cambios" se producen al tiempo que tiene lugar en todo el país las más grandes oleadas de luchas de masas de tipo revolucionario que se recuerdan, luchas que son reprimidas a sangre y fuego por la policía armada y la guardia civil.
Por lo demás, la amnistía, que tantas víctimas de la represión había costado, no alcanza a los presos de los partidos y organizaciones que más se habían destacado en la lucha contra el régimen en los últimos años. Era evidente, contra los pronósticos de los oportunistas de toda ralea, que el régimen no iba a hacerse el harakiri, que el régimen no podía dejar de ser lo que había venido siendo desde que se implantó a la pura fuerza en España. Pero es que, además, en aspectos tan esenciales y determinantes como la base económica monopolista-financiera, en su estructura política burocrático-militar, en sus leyes y cultura profundamente antipopulares, imperialista y reaccionaria, así como en sus soportes internacionales, se mantendría intacto. Y más que eso: de lo que se trataba para la oligarquía, verdadera impulsora y garante del "cambio", era, precisamente, de reforzar, modernizándola, toda l
a maquinaria política y económica de su dominación ante la perspectiva de una mayor agravación de la crisis y el consiguiente desarrollo del movimiento revolucionario.
El Estado fascista de los monopolios, tal como vimos anteriormente, había sufrido un descalabro. Contenida momentáneamente la crisis, había quedado un profundo foso abierto entre el. Estado y las clases populares, foso que la clase dominante tenía que llenar de la forma más favorable a sus intereses. El Estado fascista español se hallaba aislado por todas partes, sin apenas ninguna base social e imposibilitado de sostenerse por más tiempo como lo había venido haciendo, con el recurso casi exclusivo de la violencia y el terrorismo abierto. Así pues, se impuso la necesidad, apremiante ya entonces, de dotar a este mismo Estado de unas instituciones que, bajo una apariencia democrática, asegurase la continuación del dominio económico y político de la oligarquía y lo protegiera de las oleadas de la lucha revolucionaria en ascenso. A este fin responde el plan de reforma política articulado por Adolfo Suárez, monárquico-falangista probado y hombre de confianza de la banca, el ejército y la Iglesia.
El PCE(r) denunció este nuevo plan político desde el primer momento como lo que realmente era: un plan destinado a reprimir e incrementar la explotación de las masas, a mantener al franquismo sin Franco, para retener y acrecentar en las nuevas circunstancias de crisis el botín de guerra obtenido de los pueblos de España. Además, frente a los que se dedicaban a sembrar ilusiones democráticas, confundían a los trabajadores, saboteaban sus organizaciones y sus luchas de carácter independiente, los desmovilizaban y procuraban convertirlos en un apéndice de la nueva política de los monopolios y del fascismo, el Partido puso en claro esta maniobra demostrando que del fascismo y el monopolismo no hay, no puede haber, marcha atrás al régimen de la democracia parlamentaria burguesa; que el régimen de libertades políticas formal corresponde históricamente al sistema económico premonopolista, que esa época ya ha sido superada por el desarrollo económico y la guerra civil, y que lo que hoy tratan de imponer los mismos señores no es otra cosa, en realidad, que una forma camuflada del sistema fascista que impida de nuevo la acción liberadora de la clase obrera. Esta tesis marxista-leninista, absolutamente justa, científica, la ha sostenido el PCE(r) contra viento y marea y en medio de la borrachera pseudodemocrática con la que algunos partidos y grupos de la "izquierda" venían aturdiendo a la gente mientras se prestaban a colaborar en la represión de los verdaderos comunistas y demócratas.
Pero el Partido no se ha limitado a denunciar las maniobras políticas y las mentiras fascistas-reformistas, no sólo se ha opuesto a que enturbiaran la conciencia de los trabajadores y ha hecho continuos llamamientos a proseguir la lucha por la auténtica libertad y el socialismo, sino que él mismo se dispuso a combatir resueltamente esa misma maniobra junto a otras organizaciones, haciendo los mayores sacrificios. Resultaría largo mencionar aquí los nombres que tenemos en la mente, de todos los camaradas asesinados por la policía política en los últimos años, las persecuciones, las torturas, las condenas de decenas y cientos de años de cárcel, en las peores condiciones imaginables, que tenemos que sufrir. Pero todo lo hemos soportado con la mayor entereza, sin rebajar en ningún momento en lo más mínimo nuestros objetivos revolucionarios y sin que la feroz represión de que estamos siendo objeto hiciera ninguna mella en nuestro espíritu combativo. Al contrario: cuanto mayores han sido las dificultades que encontramos, cuando estas son más difíciles de superar o más bestiales se muestran nuestros enemigos, mayor es también nuestra entrega y nuestra resolución de lucha, nuestra voluntad de ir hasta el final; más nos exigimos a nosotros mismos. El Partido ha podido superar de este modo las situaciones más críticas sin ver resentirse en lo más mínimo su unidad.
Algo realmente hermoso y muy revelador, sobre todo si reparamos en el bochornoso espectáculo que han venido dando esas pandillas de politiqueros, esas gentes ruines, cobardes y sin principios que ostentan el honroso título del comunismo y cuya principal preocupación ha consistido siempre en ayudar al capitalismo a salir de la crisis en que se debate y en repartirse las migajas del gran festín de la burguesía.
Ya está probado, y podemos decirlo en voz alta y con legítimo orgullo, que formamos la mejor organización que ha tenido la clase obrera de España; la más esclarecida, la más disciplinada, la de mejor temple y espíritu combativo. Y esto, camaradas, es una conquista de enorme trascendencia histórica para nuestro país.
Esto no quiere decir que no se noten muchas veces nuestras flaquezas, sobre todo en relación con la enorme responsabilidad que hemos echado sobre nuestros hombros. Tampoco quiere decir que no hayamos cometido errores. Nada de eso. Nadie mejor que nosotros reconoce sus propias limitaciones, las deficiencias de nuestro trabajo, los fallos y los errores cometidos. Por ejemplo: sabemos que para derrocar al moderno Estado capitalista son precisos un Partido Comunista fuerte y bien arraigado en las masas, un amplio frente de fuerzas democráticas y un ejército guerrillero del pueblo; además de eso hace falta que se den todas las condiciones necesarias para que triunfe la insurrección general, una situación internacional favorable, etc. Y todo esto, como se puede comprender, aún estamos lejos de haberlo conseguido. No obstante lo que importa saber es si estamos o no estamos en camino de lograrlo. Nosotros sostenemos, y estamos muy convencidos de ello, de que sí, que el camino elegido es duro y largo e impone numerosos sacrificios, pero que es el único, que no existe otro. En cuanto a los errores, ¿quién puede decir que no se equivoca nunca, que nació inmunizado contra ellos? Con menor razón todavía puede hacer tal afirmación un pequeño destacamento comunista que lucha a la intemperie y que tiene que abordar numerosas y cada vez más complejas tareas para las que muchas veces no está suficientemente preparado. Quien no hace nada, no se equivoca nunca. Pero nosotros sí nos equivocamos a menudo. Sin embargo, se puede considerar que la Línea General que viene aplicando el Partido y las distintas políticas y medidas que adopta, son esencialmente correctas. Si no lo fueran, o si el Partido hubiera persistido durante largo tiempo en una línea equivocada, no cabe duda que la reacción nos habría destruido o habrían proliferado las escisiones. Y nada de eso ha ocurrido hasta el momento presente.
Cometimos un error de ingenuidad política cuando confiamos la seguridad de la dirección del Partido a organizaciones y personas que después nos traicionaron. Hoy ya está claro que esa gente no comparte, ni compartía entonces, nuestros objetivos y que eran otros intereses muy distintos a los de las masas populares de España los que les movían. No tener presente esta realidad fue lo que nos llevó a confiar excesivamente en ellos con las consecuencias que ya conocemos (la detención del C.C del Partido en octubre del 77).
La caída del C.C. supuso un golpe muy duro para nuestro movimiento pues debilitó extraordinariamente la dirección del Partido e influyó de la misma manera en todo un conglomerado de organizaciones que se hallaban relacionadas con nosotros. Todo ello creó una situación realmente difícil que además se vio agravada por toda una sucesión de pequeños y medianos errores cometidos por el C.C. suplente formado con toda la urgencia que el momento requería. Los bandazos a derecha a izquierda en la actividad general del Partido, fueron en esas circunstancias inevitables, perdiéndose en más de una ocasión el norte. Por lo demás, las repetidas detenciones vinieron a echar más leña al fuego del desconcierto y la desorganización. Así vino a nacer el llamado "Comité de Salvación del PCE (r)" que, curiosamente, comenzó a actuar en sentido contrario a toda la trayectoria seguida hasta entonces por el Partido. Atajado este problema, y tras la incorporación de los camaradas fugados de la prisión de Zamora en diciembre del 79, se emprende una labor lenta de reorganización al tiempo que se van esclareciendo los problemas planteados por la nueva situación creada por la reforma en marcha del régimen y el debilitamiento orgánico del Partido. Coincidiendo con este trabajo de reorganización y esclarecimiento se avanza el Programa de los Cinco Puntos como plataforma política que habría de permitirnos poner orden en nuestras filas, recuperar fuerzas y dar finalmente la batalla política al régimen, tomando de nuevo la iniciativa.
En todo este período hemos tenido que combatir en solitario teniendo que enfrentar una campaña de represión y difamación tras otra, campañas de cuyo carácter nazi-fascista hoy nadie duda. Lo más destacado de esta campaña, lo que la ha revestido de un carácter diferenciador respecto a todas las demás campañas propagandística-represivas desatadas por la reacción española en épocas anteriores, ha consistido en negar la naturaleza revolucionario-popular de nuestro movimiento, el carácter socialista de sus objetivos y de todas y cada una de sus acciones. Así, mientras nuestros militantes, hombres y mujeres, eran detenidos, torturados o asesinados por los sicarios del capital, sobre los que no se podía albergar la menor sombra de duda acerca de su historial de crímenes, su ideología y los verdaderos intereses que han defendido y aún hoy siguen defendiendo, sobre las víctimas de estos fríos asesinos a sueldo recaían todas las sospechas y las dudas y las injurias y las calumnias de que son capaces de inventar los técnicos diplomados en la guerra psicológica del Estado fascista. De modo que, un buen día, nos enteramos de que los torturadores y asesinos reconocidos por todos desde siempre, los Conesa, los Pacheco, los Ballesteros... no sólo se han pasado con barra y picana a las filas de la democracia, sino que han comenzado a aplicar su ya archiconocida "dialéctica" a sus antiguos colegas de la derecha. De este modo, confundiendo a la víctima con el victimario, el régimen trataba de encubrir los verdaderos fines de su nueva política, ofrecía una coartada a los partidos domesticados, desconcertaba a las masas trabajadoras acerca de cuáles eran sus verdaderos enemigos y procuraba neutralizar la benéfica influencia que ejercía sobre ellas la propaganda y la acción del Movimiento de Resistencia.
"No es de izquierda quién ataca a la democracia e impide que se consolide", han estado bramando sin descanso, machaconamente, los órganos de la desinformación y la guerra psicológica. ¿Pero qué democracia era esa, que nacía, inmaculada, de las manos del monarca impuesto por el verdugo Franco y sus generales? ¿Existe algo más contrario al concepto mismo de democracia, a la soberanía y al gobierno del pueblo, que la institución monárquica, se llame esta constitucional, social o de mercado? Los juristas, los políticos profesionales de la burguesía de esta última hornada, han debido hacer auténticos malabarismos retóricos para tratar de conciliar conceptos tan contrarios. Eso sin entrar a considerar las bases económicas ni la estructura política sobre las que han erigido el "nuevo" régimen, para no hablar de la auténtica democracia popular que la oligarquía patrocinadora del "cambio" ahogó en sangre con las armas de los generales.
Verdaderamente había que estar ciego para no ver todo esto. Pues bien, hoy hasta los ciegos pueden ver con claridad lo que tenía reservado para la clase obrera y todos los pueblos de España la tan cacareada democracia: más de 3.000.000 millones de parados, sobre-explotación, salarios de miseria; reconversión en beneficio exclusivo de la gran patronal y la banca; impuestos desorbitados, que gravan de manera particular a los campesinos y a las demás economías; desfalcos y estafas escandalosas; negación de los derechos nacionales de Galicia, Euskadi y Cataluña; nuevas leyes terroristas, plan ZEN, tortura; entrada en la OTAN, armamentismo, continuación de las bases yanquis en nuestro territorio; colonialismo cultural, juego, droga, ramplonería... España se ha convertido de nuevo, aún en época de crisis, en el paraíso que siempre han soñado los banqueros, los terratenientes, los generales y los obispos. Jamás, en su ya larga y sanguinaria historia, han sido mayores los beneficios obtenidos por la banca; jamás han tenido los militares tanto poder de decisión política como lo tienen ahora, ni peculio más elevado por los servicios prestados, ni un retiro mejor recompensado; jamás se ha sentido la Iglesia católica española más reconfortada con el estado del alma de sus fieles, teniendo como tiene, además de las cajas del erario público, las puertas de las tiernas almas infantiles abiertas a sus truculencias ideológicas... Mientras tanto, el pueblo trabajador pasa todo tipo de calamidades y miserias; los jóvenes carecen de perspectiva alguna; las mujeres, sí, se han liberado de algunas trabas y prejuicios como resultado del desarrollo económico alcanzado, pero la mejora relativa de su situación no alcanza a disimular el enorme peso que la crisis de la economía y de toda la sociedad burguesa está arrojando sobre ellas; las personas de más edad son arrojadas de la vida civil como si de basura se tratara, arrebatándoles, además lo más necesario para acabar sus días dignamente.
A este estado de cosas se ha opuesto y se sigue oponiendo el PCE(r) con todas sus fuerzas. Desde el primer momento fuimos completamente conscientes de que la reacción no nos perdonaría la audacia de habernos enfrentado a sus nuevos planes, y de haberlo hecho no sólo de palabra, sino también en los actos; sabíamos que se iban a abalanzar sobre nosotros, poniendo todos los cuerpos represivos y los medios desproporcionados de que disponen, para tratar de hacemos pedazos en el menor tiempo posible. Lo sabíamos. Sus campañas de calumnias y mentiras se guiaban por el mismo criterio y debían contribuir a ese fin.
Pero esto también lo sabíamos, por eso nos dijimos: si somos capaces de resistir sus arremetidas furiosas e histéricas, la batalla política e ideológica la tienen perdida. Todo se volvería en su contra, a semejanza de aquel que levanta una enorme piedra para luego dejarla caer sobre su propia cabeza.
Qué duda cabe que si la policía hubiera acabado con nuestro movimiento en los primeros meses o años, tal y como era su propósito, el PCE (r), los GRAPO y otras organizaciones, hubieran quedado para la historia (o al menos para la historia oficial), como una especie de "mano negra", como un ''misterio indescifrable" que, más tarde, algún plumífero se hubiera encargado de descifrar hallando, al fin, los hilos y las conexiones ocultas, etc. Pero les fallaron los cálculos; no esperaban encontrar una organización como la nuestra, con una concepción verdaderamente m-l del proceso revolucionario que se sigue en España; una organización bien estructurada y entrenada y con cuadros preparados para ejercer una dirección acertada. Creían hallarse ante uno de esos grupitos de la izquierda oportunista que han pululado en los últimos años por España; no conocían nuestro largo proceso de trabajo, silencioso y abnegado, encaminado a reconstruir el Partido, y cuando se empezaron a dar cuenta de que tenían ante sí a un verdadero destacamento comunista, ya era demasiado tarde: el PCE(r) es una fuerza aún pequeña pero que ha echado raíces en el corazón y las mentes de los obreros más comprometidos y más conscientes de España; un Partido Comunista que cuenta ya con una rica experiencia de lucha política, de organización y de trabajo entre las masas y con un programa elaborado en el mismo fuego de la lucha del movimiento revolucionario de masas. Y un partido de estas características, es indestructible.
La capacidad del Partido, su madurez política e ideológica, ha sido puesta a prueba numerosas veces en los últimos años, pero sobre todo en los momentos difíciles, cuando ante una situación comprometida (como la que se creó tras la detención del C.C.), tuvo que replegarse ordenadamente para restañar sus heridas, recuperar fuerzas y esperar una situación general más favorable. Este repliegue hoy podemos considerar que ha llegado a su fin.
Replegarse ordenadamente supone, algunas veces, una necesidad que ningún partido verdaderamente revolucionario puede eludir. Más esto no significa, en ningún caso, tener que dejar de combatir, del mismo modo que tomar la iniciativa no ha de suponer tampoco una acción incesante.
Superada momentáneamente la crisis política abierta tras la desaparición de Franco, el régimen tomaba un respiro, que supo aprovechar para sembrar ilusiones entre las gentes y combatir con saña a las fuerzas democrático-revolucionarias que se le venían oponiendo. Esta situación, que no podía ser ignorada por la dirección del Partido, no podía durar mucho tiempo. Tal como señalábamos en el II Congreso, el "cambio" se estaba llevando a cabo de la peor manera posible, sin que se hubiera producido la "ruptura" que propugnaban los carrillistas, y esa circunstancia, dada la crisis económica galopante y la actuación del movimiento de resistencia, ofrecía un margen de maniobra muy limitado a Suárez y a su flamante partido "centrista". Con todo, la labor de zapa del carrillismo y otros grupos afines, así como la propia debilidad del Partido, el acoso y la represión de que venía siendo objeto, impusieron ese repliegue al que aludíamos anteriormente. El Movimiento Revolucionario debía replegarse, dar un paso para atrás para poder avanzar luego dos pasos adelante. Y en eso estamos ahora.
El Programa de los Cinco Puntos debía facilitar la tarea. En él no se recoge como objetivo inmediato el derrocamiento del fascismo y la expropiación de los monopolios, sino la imposición, dentro del marco de este mismo sistema, de una serie de mejoras políticas que facilitaran posteriores avances. En esta perspectiva, y dada la situación y la correlación de fuerzas en presencia, ésta venía a ser una táctica justa, la única acertada y no reformista; la única que nos permitiría acumular fuerzas, poner orden en nuestras filas y, en todo caso, proseguir la denuncia de la política de reforma del régimen. No era, pues, un programa meramente propagandístico, como algunos, camaradas han interpretado, sino alcanzable y que obedecía a un momento muy concreto de la lucha de clases por la que atravesaba nuestro país. Además, hay que tener presente algo muy importante. La realización del Programa de los Cinco Puntos estuvo siempre supeditada, en la concepción del Partido, a la continuación de la lucha de resistencia y del combate guerrillero, frente éste de lucha al que el Partido ha venido prestando una atención especial durante todo este período pese a su gran debilidad. Había que hacer entrar en razones a los monopolistas enfrentándolos a la realidad de la lucha guerrillera y de la guerra civil para el caso de que no cesaran la represión, el asesinato y la tortura. Jamás cederíamos un ápice en nuestras justas exigencias, no renunciaríamos a nuestro programa de transformaciones socialistas ni lograrían convertimos en "ciudadanos modelos".
Por su parte, el Estado ha venido aplicando su política terrorista: más detenciones indiscriminadas, más torturas, más asesinatos, mayores condenas en condiciones aún peores para los detenidos antifascistas, para los que no renunciamos a los ideales del socialismo y del comunismo y luchamos por hacerlos realidad. Esta política del Estado tiene su propia lógica y persigue, además de destruir a las organizaciones revolucionarias y a todos sus miembros, matar en los trabajadores la idea misma del cambio real en la sociedad y toda veleidad democrática.
En las condiciones ya descritas, mantener la lucha de resistencia ha sido una tarea harto difícil y muy dura, pero al mismo tiempo vital. De la continuación del esfuerzo realizado teniendo como perspectiva inmediata la posibilidad de alcanzar, al menos, las reivindicaciones más esenciales del Programa de los Cinco Puntos, ha dependido la profundización de la crisis del régimen, la elevación de la conciencia política de las masas y la recuperación de las fuerzas revolucionarias así como el mantenimiento de su alta moral de combate. Este ha sido un período de máxima tensión, en el curso del cual, lo más destacado no ha sido, como pudiera parecer a primera vista, la lucha política o el enfrentamiento armado contra el estado, sino el embate moral y psicológico y su enorme influencia sobre las masas del pueblo.
Así, pese a la abrumadora desproporción de fuerzas existentes entre el enemigo y nosotros, la política acertada de resistencia concretada en el Programa de los Cinco Puntos y los golpes audaces de la guerrilla asestados a la parte más sensible del Estado fascista, habría de producir uno de estos dos resultados: tendrían que ceder, haciendo concesiones reales al movimiento obrero y popular, o de lo contrario se verían abocados a una crisis aún más profunda de la que ya difícilmente podrían salir.
El 23-F demostró lo acertado de esta posición, La precipitada dimisión de Suárez no llegó a frenar lo que desde hacía tiempo ya estaba en marcha, por lo que su sucesor en el cargo, Calvo Sotelo, a través de Rosón, y toda vez que habían conseguido controlar en parte la situación, se vio obligado a dar los primeros pasos de una salida negociada que salvara a la UCD y a su reforma política de la ruina que le amenazaba. Posteriormente, estos primeros pasos se han convertido, con los pesoístas, en la política de "reinserción", con lo cual ha quedado definitivamente cerrada la vía negociadora. Los diez millones de votos obtenidos por el PSOE en las últimas elecciones generales se les subieron inmediatamente a la cabeza. Pero para entonces nuestro movimiento había rehecho y reorganizado sus fuerzas, había desarrollado una amplísima campaña de propaganda utilizando incluso los propios medios de difusión de la burguesía, ha roto el cerco político policial y sicológico que habían tendido en torno a nosotros, ha tirado por los suelos la imagen de "extraños" y "oscuros" que trataron de levantar contra nosotros, y hoy se halla de nuevo en disposición de proseguir el combate a un más alto nivel y por objetivos políticos más elevados.
Esto supone un salto cualitativo en relación a la etapa que hemos atravesado. La llegada al gobierno de los pesoístas, esa pandilla de señoritos social-fascistas, ha supuesto para el régimen de la oligarquía un globo de oxígeno que les ha librado momentáneamente de la absoluta necesidad de tener que hacer concesiones al movimiento popular. No fue por casualidad que tras la primera reunión celebrada después de las
elecciones generales por Don Felipe González con los Jefes del Estado Mayor de los Ejércitos y con Calvo Sotelo, éste mismo siniestro personaje emitiera un comunicado expresando de forma casi exclusiva la intención de las "instituciones" de proseguir "sin solución de continuidad" la lucha hasta el fin contra el movimiento popular de resistencia. Posteriormente, Felipe González, en discurso ante las Cortes, se encargaría de dejar bien sentada la política que en este campo iban a llevar a cabo los pesoístas: ''no permitiremos, vino a decir, que los enemigos de la democracia la utilicen para destruirla". Con ello Felipe González expresaba de forma clara y concisa, ante la tribuna de mayor audiencia del país, la tesis que desde muchos años atrás vienen sosteniendo el PCE (r); o sea, que aquí en España, pasó el tiempo de las papeletas; que aquí la democracia que han acuñado los fascistas y los monopolistas, es para su uso exclusivo; que las instituciones del Estado capitalista moderno ya no sirven ni pueden servir para la defensa de los intereses obreros y de otros sectores populares explotados y oprimidos, y que es fuera y en contra de esas instituciones y sus viejos y nuevos sostenedores, como únicamente podrá el pueblo aspirar a ver realizado un día no muy lejano todos sus objetivos.
El asesinato del camarada Martín Luna y la serie de medidas represivas y expoliadoras que siguieron al arrogante discurso de Felipe, ponían mucho más en claro todavía la política promonopolista e imperialista, profundamente reaccionaria, que iban a seguir. Pero ponía también en claro algo mucho más importante: venía a demostrar la indisoluble unidad de los objetivos y de la lucha del movimiento revolucionario con los problemas y necesidades inmediatas y a más largo plazo de todos los obreros y pueblos de España.
El PSOE se ha erigido, ya no cabe la menor duda, en el continuador de la política tradicional de la reacción española, lo ha "subsumido" todo; y así como la UCD tuvo que hacer algunos pinitos democráticos para ganar credibilidad dejando en el cajón algunos proyectos económicos y sociales de claro contenido antipopular, el PSOE se ha creído en la obligación de llevarlos a cabo, aprovechando el desconcierto, en cumplimiento de su misión patriótica. De paso, y atendiendo a las exigencias de los llamados poderes fácticos, ha dado marcha atrás incluso a los más tímidos proyectos reformadores del gobierno de Suárez, realizando lo que se ha dado en llamar "la reforma de la reforma". Es la vieja política de la confabulación con el gran capital de la socialdemocracia, sólo que adaptada a los tiempos que corren, cuando ya no queda nada que reformar en un sistema totalmente podrido y se ven obligados a salir en su defensa de manera desembozada, realizando en contra de la clase obrera y otras capas populares los trabajos más sucios que los partidos declaradamente burgueses ya no se atreven a realizar.
Esta subida al poder de los pesoístas, con sus diez millones de votos, recolectados en base a la demagogia más rastrera y a las más depuradas técnicas de imagen y de engaño, pudiera parecer a más de un ingenuo un triunfo de la reacción en toda línea. Pero en realidad no es así. Reparemos, siquiera sea por un momento, en las circunstancias en que llega Felipe, Guerra y Cia. al Gobierno: después del intento golpista del 23-F y con una UCD acorralada y deshecha por un sinfín de escisiones y disensiones internas. El bandazo a la derecha, que venían exigiendo los militares, la banca y la Iglesia, se hacía inevitable toda vez que habían conseguido neutralizar a la clase obrera. Pero este "golpe de timón" a la derecha no podía dar lo ya un partido como la UCD y menos aún podía hacerlo el señor Fraga o los coroneles. El temor a la respuesta popular les condujo a preparar a toda prisa la llegada de los pesoístas, cuando todos los planes y las previsiones anteriores apuntaban a mantener a este partido en la reserva para cuando llegaran los malos tiempos. En este sentido se puede decir que el gobierno del PSOE supone un profundo fracaso político de la oligarquía, al tener ésta que quemar antes de tiempo esta última baza que les quedaba por jugar por la banda de la izquierda, y quemarla, además, en un tiempo record, pues los problemas apremian y la nave del Estado no podía mantenerse por más tiempo desguarnecida ante la grave situación económica y los continuos ataques de la guerrilla.
¿Qué le resta ya por hacer a la oligarquía financiera? Nada. Lo que viene haciendo en esos últimos meses: exprimir al máximo a los trabajadores, imponerles, con la colaboración de los partidos domesticados y las centrales sindicales mafiosas, las condiciones más leoninas, acumular así más y más capital para poder competir en la jungla de la economía capitalista mundial, y realizar el llamado proyecto de modernización de su aparato policíaco-militar, la reestructuración del Estado, a fin de enfrentar con las mayores garantías de éxito la nueva guerra que ya se perfila contra el pueblo; aunque, eso sí, esta vez en nombre de la paz, de la libertad, de los derechos humanos, de la democracia y hasta del "socialismo". Son las nuevas coartadas .ideológicas del fascismo y el capitalismo financiero, válidas solamente para la guerra sucia y la guerra sicológica, pero a ellas, como se comprenderá, no van a renunciar. El ascenso al general ato de notorios torturadores y especialistas en la guerra antisubversiva, como Casinello, y su nombramiento como Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil apuntan claramente en esa dirección.
Hablamos al principio de desorientación en el Partido, queda claro pues, por todo lo que llevamos dicho hasta aquí, que cuando hablamos de "desorientación" nos estamos refiriendo a lo que respecta a la situación actual y, sobre todo, a los próximos pasos que esta situación y el estado de nuestras fuerzas organizadas nos debe llevar a dar.
Pensar en una salida política negociada, en alcanzar algún tipo de acuerdo con el Gobierno en base al Programa de los Cinco Puntos, no respondería a la realidad y nos conduciría a hacer les el juego toda vez que ellos mismos han cerrado todas las salidas y nuestro movimiento se encuentra en condiciones de presentar batalla en todos los campos: en el campo político, en el ideológico y en el militar. Esto que decimos se comprenderá mucho mejor si además tenemos en cuenta que el Gobierno pesoísta ya ha dejado meridianamente claras sus intenciones mostrando el verdadero carácter y el alcance de la reforma; cuando se han desmoronado entre las masas populares todas las ilusiones reformistas y tanto los partidos burgueses como los partidos domesticados y socialfascistas se debaten en una crisis irreversible; cuando el movimiento obrero y popular reemprende de nuevo su camino en la lucha frontal contra el Estado y su política expoliadora y represiva... En este preciso momento, el Partido, como destacamento de vanguardia de las masas populares, debe avanzar y hacer hincapié en su Programa Mínimo, ya que sólo la lucha más consecuente y decidida por la realización de este Programa abre amplias perspectivas al movimiento popular y al propio desarrollo del Partido.
¿Quiere esto decir que rechazamos, como erróneo e inservible el Programa de los Cinco Puntos? No, en absoluto. Los puntos de ese Programa, dado su carácter político democrático general, conservan toda su validez, por lo que, de la misma manera que apoyamos y organizamos la lucha por la obtención de mejoras económicas y sociales, deberes seguir apoyando y organizando la lucha por la amnistía, contra las leyes represivas fascistas, por la salida de la OTAN, etc.; sólo que a partir de ahora, esta lucha debemos encuadrarla -y explicárselo así a los trabajadores, a la juventud y al pueblo en general- en la perspectiva de la lucha por el derrocamiento del Estado fascista monopolista; debemos explicar a todo el mundo que aquellos objetivos son inalcanzables sino se plantean desde la posición y la perspectiva de la revolución socialista: si no nos unimos y nos organizamos, y si no se sostiene una lucha sin tregua Y sin concesiones contra el Estado y su gobierno socialfascista.
Desde este planteamiento, es errónea, por ambigua, la formulación del Programa de seis puntos que ha venido apareciendo en los últimos meses en las publicaciones y documentos internos del Partido. No es que tengamos que dejar de lado las reivindicaciones contenidas en el Programa de los Cinco Puntos. Pero tampoco hacer una mixtura con estos puntos y el Programa Mínimo del Partido. Tanto los objetivos que plantea el programa de los Cinco Puntos como el Programa Mínimo íntegro del Partido son válidos y no están en contradicción, nunca lo han estado; pero ahora contrariamente a lo que hemos venido haciendo, debemos hacer propaganda y poner en primer plano el Programa Mínimo y no las reivindicaciones contenidas en el Programa de los Cinco Puntos.
Nuestro movimiento ya ha demostrado su capacidad combativa; ha demostrado su capacidad para reponer las bajas que le ha venido ocasionando el enemigo. A lo largo de los últimos diez años ha dejado bien sentado que al fascismo y al monopolismo se le puede combatir con métodos revolucionarios, mientras que la propia historia política de España nos daba la razón, no dejando lugar a ninguna duda respecto a la necesidad y a la justeza de esos métodos para seguir siempre adelante. La bancarrota del carrillismo y de los demás grupos oportunistas, también lo confirma.
Hoy día, fuera del PCE(r) y del movimiento de resistencia que preconizamos, no hay perspectiva política alguna, y esto lo van comprendiendo cada vez mejor los sectores avanzados de la clase obrera y otros muchos demócratas. Pero ha llegado el momento en que ya no basta con haber demostrado de forma práctica, y no sólo en teoría, que al fascismo se le puede combatir resueltamente y seguir resistiendo. Este ha sido uno de los grandes logros de la lucha de clases obtenido por el movimiento revolucionario en España en los últimos cuarenta y tantos años. Más eso no es suficiente. Para seguir avanzando, para justificar la misma existencia del Partido ante los trabajadores, deberes demostrar ante todo, que no sólo podemos combatir y sostenemos en una lucha sin cuartel contra el enemigo de clase, sino que además podemos avanzar y crecer; que podemos, desde nuestras posiciones, fortalecer el Partido y la guerrilla y articular un amplio movimiento de masas de carácter revolucionario capaz de derrocar al capitalismo. Para ello contamos con numerosas experiencias y nuestra influencia se ha extendido enormemente alcanzando los rincones más apartados del país. Por otro lado, el régimen lo ha probado todo -desde la mentira y la calumnia, pasando por los ofrecimientos demagógicos, hasta la tortura y el asesinato- para tratar de aislamos de las masas y aniquilamos o para hacemos claudicar. Más de lo que ya llevan hecho para destruimos, no pueden hacer. En cambio, nuestro movimiento aún no ha dado sino los primeros pasos en su desarrollo y tiene por delante un brillante porvenir.
Ni que decir tiene que en esta nueva etapa que se abre ante nosotros, la lucha y la organización guerrillera van a experimentar un nuevo auge, lo está teniendo ya de unos meses a esta parte. Hemos de procurar que esta tendencia no se invierta, que el salto cualitativo que ha supuesto el paso de una situación de declive a otro de continuo crecimiento y mayor envergadura política de sus acciones, se mantenga. A este respecto conviene aclarar algunos vagos conceptos que se han venido barajando últimamente en el Partido.
La lucha armada revolucionaria, se afirma a menudo, es "la principal forma de lucha que adopta nuestra revolución" por lo que consiguientemente con ello, habría que concluir que la organización militar debe ser también la principal forma de organización que van a adoptar la clase obrera y el resto de las masas populares de España. Esto debería llevamos a considerar muy seriamente la militarización del Partido. Pues bien, no hace mucho que semejante tesis fue rebatida en el trabajo que lleva por título ''Entre dos fuegos", de modo que no me voy a detener ahora en demostrar los errores de bulto que contiene. Sólo quiero reafirmar aquí , una vez más, la posición de principio que siempre hemos mantenido en relación al papel que le toca jugar al Partido como forma superior de organización del proletariado y como instrumento de la revolución socialista en un país desarrollado como el nuestro y que cuenta con una numerosa clase obrera. Tampoco hace falta insistir mucho, por ser de sobra conocida, nuestra concepción acerca de la relación que guarda, dentro del movimiento político de resistencia, la actividad política, ideológica y organizativa del Partido, las actividades de las organizaciones armadas revolucionarias y las organizaciones de masas de los obreros y otros sectores de la población, relaciones de colaboración, apoyo y ayuda mutua -que no excluye la crítica- que nacen de la necesidad y del mismo proceso de la lucha que se viene librando en España y a fin de poder llevarla hasta sus últimas consecuencias. Debemos insistir una y otra vez en estas y otras tesis archiconocidas del Partido para que sean comprendidas y se apliquen conscientemente en la práctica, y para eso deben asimilarlas bien, antes que nadie, los propios militantes del Partido. Pero cuando se escribe, como ha hecho algún camarada, que "la vieja idea del Partido, con sus células, comités, etc. (hoy por hoy) no se puede llevar a la práctica debido a la represión" se está abogando, consciente o inconscientemente, por la liquidación del Partido, aunque esta liquidación se intente disimular bajo el atrayente ropaje de la "militarización".
Es cierto que el Partido debe protegerse, recurriendo incluso a la defensa armada siempre que eso sea preciso, pero ha de protegerse para poder llevar a cabo su misión, que no es, ni puede ser, la que corresponde a una organización militar.
Por lo demás, y precisamente debido a la represión, es por lo que se hace necesaria la organización clandestina de un Partido como el nuestro, estructurado por células, comités, etc. Que nosotros sepamos, la experiencia ya larga y variada del movimiento obrero conmista aún no ha ofrecido una fórmula milagrosa que impida la represión o que sea capaz de eludirla en todo momento y circunstancia. En cambio, nuestra propia experiencia sí nos demuestra que la represión puede fortalecernos y que un buen funcionamiento puede lograr que sus efectos sean mínimos y que se vuelva contra los propios represores.
La fórmula para eludir la represión y poder realizar con la máxima garantía de seguridad nuestro trabajo amplio y múltiple entre las masas, consiste en ligamos estrechamente a ellas y en romper sin contemplaciones con los métodos artesanos en la actividad revolucionaria; consiste en la capacitación y profesionalización de los cuadros del Partido, en su rigurosa preparación para el trabajo clandestino y en el cumplimiento inflexible de las normas y métodos conspirativos. Mientras no logremos superar la fase la preparación (se podría decir de infancia, de nuestro movimiento), mientras continuemos trabajando con un equipamiento de ideas y hábitos anticuados, propios de sindicalistas o activistas estrechos, sin visión política alguna, no nos estará permitido hablar siquiera de revolución, cuando más de "militarización" del Partido, para lo que hace falta una formación algo más completa que la que se requiere para empuñar un arma.
Se olvida con demasiada frecuencia que también la organización militar comete errores, sufre bajas y no es inmune a la represión, y que estas bajas afectan de una u otra manera a la organización del Partido y a su trabajo político. Precisamente la experiencia ha demostrado que, sin la labor política del Partido, sin el trabajo desplegado por éste, fundamentalmente entre la juventud, las fuerzas guerrilleras hace tiempo que habrían dejado de existir. El Partido asume todas estas responsabilidades plenamente consciente de su necesidad e importancia política; ahora lo que nadie puede poner en tela de juicio es esta labor tan fundamental e imprescindible, verdaderamente decisiva, que ha venido jugando y seguirá jugando el Partido.
Superada esta difícil etapa que venimos analizando, el Partido ha de ser reorganizado en todas partes, y esta labor tiene que realizarse sobre las bases de su Programa Político y sus Estatutos, encuadrando preferentemente a los camaradas obreros más capaces. Esta es una tarea que se ha retrasado últimamente Y que no puede esperar más tiempo. No hacerlo así sólo puede redundar en perjuicio de todo el movimiento de resistencia y favorecería la nueva corriente oportunista que trata de abrirse paso a nuestra sombra avanzando no se sabe todavía muy bien (aunque se puede adivinar) qué tesis o qué programa para un indefinido "movimiento de masas". Esta corriente oportunista que está levantando cabeza en torno al Partido y a la lucha de resistencia se asemeja, como una gota de agua a otra, al reformismo y persigue idénticos objetivos, por lo que, de consolidarse, no debe cabemos ninguna duda que tenderá a oponerse al Partido, a su línea política y al apoyo que venimos prestando al movimiento guerrillero. La debilidad del Partido, el retraso en sus tareas de organización, está tentando a toda una serie de gente (algunos de ellos rebotados del Partido y otros "quemados") para ocupar el ''vacío político" que supuestamente ha dejado el Partido e intentar suplantarse como "alternativa" eludiendo los problemas esenciales a que debe enfrentarse en estos momentos la clase obrera y su vanguardia. Por este motivo, insistir, como lo vienen haciendo algunos, en la "militarización", sólo podría traer consigo un fortalecimiento de esa corriente y la liquidación en un plazo no muy largo, de toda lucha de resistencia en España. De ahí que debamos insistir, una y otra vez, en la crítica de esa tendencia militarista como uno de los principales peligros y que debemos también poner inmediatamente manos a la obra en la reorganización del Partido en todos los lugares.
Para ello debemos proceder con método, sin precipitaciones, midiendo bien cada paso que demos a fin de poder seleccionar bien a los camaradas responsables y para preservar en todo momento su seguridad y la de la labor que realicen.
La división y la especialización del trabajo es otra de las garantías fundamentales para el buen funcionamiento de la labor partidista. Hay que encuadrar a cada militante ateniéndonos, antes que nada, al criterio de la realización de los planes señalados y a las necesidades políticas de la dirección. Pero al mismo tiempo, los responsables del Partido han de tener en consideración las aptitudes y cualidades de cada militante al objeto de que puedan rendir más en su trabajo. La actitud nihilista o aristocrática es inconcebible que pueda darse entre nosotros; más puede darse -y de hecho ocurre con demasiada frecuencia- que una interpretación torcida, unilateral, de los principios de la militancia que rigen la vida interna del Partido nos lleve a cerrar las puertas a personas que se muestran dispuestas a trabajar activamente, a afrontar los riesgos que impone el trabajo clandestino
y a entregarlo todo por la causa -hasta la propia vida si es preciso- pero que no son capaces, por ejemplo, en un momento dado, de empuñar un arma, Los Estatutos del Partido son muy claros y precisos a este respecto:
"Estar encuadrado en una de las organizaciones del Partido, pagar la cuota, aplicar la línea política ... " ¿Acaso ha necesitado más la policía para asesinar a los camaradas del Partido, o ha sido necesario exigir estatutariamente más, un compromiso mayor, para que muchos camaradas pasaran voluntariamente a formar parte de los GRAPO? Eso no ha sido así anteriormente ni tiene por qué ser lo en el futuro.
La asunción de la práctica de la lucha armada, pasar a organizarse militarmente y a empuñar un arma, es una opción personal que nadie, ni siquiera el Partido, puede interferir. Esto lo hemos repetido muchas veces. Y por la misma razón sostenemos que, en cualquier caso, es una opción absolutamente voluntaria, individual. Resultaría absurdo y nos causaría un daño inmenso pretender lo contrario. Otra cosa es que el Partido analice esta forma inevitable y necesaria de la lucha de clases, la sitúe históricamente, la fomente y ofrezca su apoyo a las organizaciones amadas tratando de dirigirlas por el camino correcto.
En todas partes y en los distintos sectores sociales nos encontramos a menudo con hombres y mujeres (jóvenes y menos jóvenes), dispuestos a hacer su contribución a la causa y que se acercan a nosotros convencidos de las poderosas razones que nos asisten y de nuestra férrea voluntad para hacerlas valer ahora y en el futuro. Ahora bien, si no sabemos lo que hacer con estas personas -muchas de ellas comunistas convencidos- poniéndoles un límite infranqueable a su ingreso en el Partido, podemos seguir insistiendo todo lo que queramos en las consignas de resistencia y de lucha armada, pero con esto sólo habremos demostrado, una y otra vez, nuestra incompetencia.
Hay que lograr que cada colaborador o simpatizante del Partido dé de sí lo que esté dispuesto a dar. Y no sólo eso. Además debemos "tirar" de ellos para adelante, hasta que puedan asumir las responsabilidades que exige la militancia partidista. Hay que estudiar en concreto la situación de cada organismo, de cada militante Y consultarle continuamente para poder llevar a cabo un trabajo conjunto. Especial atención merecen en estos momentos la recomposición de los comités nacionales, regionales y locales del Partido, situando a su frente a los camaradas más capaces que sepan realizar eficazmente su trabajo y que mantengan un estrecho vínculo con la dirección. Hemos de lograr en el menor tiempo posible un funcionamiento estable, regular y clandestino del Partido, de manera que podamos enfrentar la represión y asegurar la organización y dirección de los grandes combates de la lucha de clases que se avecina en España.
El órgano del Partido, Gaceta Roja, tiene que perseguir este mismo fin. Su carácter "popular", esencialmente agitativo, debe conservarse, sólo que habrá que prestar más atención a los problemas que afectan a la organización del Partido y a aquellos otros que el movimiento de masas tiene actualmente planteados, Resultaría inútil intentar hacer ahora un periódico que esté "al día". Por este motivo, el G.R. debe centrarse, preferentemente, en cuestiones generales y en aquellas otras que tengan una actualidad permanente, tales como la reconversión industrial, la OTAN, la represión, etc. En cuanto a los "temas generales", no quiere decirse que debamos referirnos a ellos en términos abstractos o imprecisos. Al contrario. Por ejemplo: los problemas que enfrenta el movimiento de resistencia han de ser enfocados de manera concreta, desmenuzados a la luz de la experiencia práctica y de las necesidades del momento. Lo mismo ha de hacerse en relación a las cuestiones del Partido, el trabajo en fábricas, la lucha y la organización sindical etc.
Contamos con una valiosísima experiencia de trabajo en todos los terrenos, por lo que hay que considerar que no se trata ahora de ponerse a elucubrar. Las elucubraciones, si las hubo, podían estar justificadas en otro momento, en una fase anterior del desarrollo de nuestro movimiento, pero hoy existen toda una serie de cuestiones que ya están bastante claras. En este sentido, debemos proceder a la recopilación de toda una serie de artículos y trabajos teóricos, elaborados en etapas anteriores por el Partido, para su nueva publicación en folletos. En esta labor de propaganda debemos guiarnos por el criterio de las necesidades de cada momento. Ahora, con la visión que nos brinda la perspectiva del tiempo transcurrido, se podrá valorar en toda su extensión y profundidad la importancia de todos esos trabajos. Una labor de propaganda esencial para el futuro de nuestro movimiento, es la realizada en las cárceles de la nueva “democracia” por las células y los camaradas presos. Algunas de sus obras ya han sido publicadas; otras circulan en fotocopias, y algunas más están por concluir. Con todos estos trabajos se han llenado algunas lagunas teóricas de la línea del Partido y en otros casos se han desarrollado sus tesis políticas fundamentales, dotándonos de un material documental y teórico de extraordinario valor. Lo mismo se puede decir de las obras de tipo literario y artísticas de claro contenido democrático revolucionario realizadas dentro y fuera de las cárceles. El Partido no debe escatimar esfuerzos, ni ningún medio, a la hora de dar a conocer entre el gran público todos estos estudios y obras artísticas, en la seguridad de que con ello está abonado el terreno donde brotará la ciudad futura.
Septiembre 1984

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