Páginas

31 de julio de 2012

Santiago Carrillo y las zonas de libertad

Pegatina del PCE, 1977 (Archivo La Alcarria Obrera)

Recientemente insertábamos una entrada con una parte muy significativa del documento “La Ley Sindical y las elecciones sindicales” que en 1971 elaboraron un grupo de militantes madrileños de la CNT del interior; en este texto se criticaba la táctica empleada por el PCE para aprovechar los resquicios del régimen con motivo de las elecciones sindicales de ese mismo año; pues en lugar de desacreditar al régimen boicoteando los comicios, se buscaba una amplia participación en el proceso que, aunque fuese de oposición al sindicato vertical, era presentada por el régimen como un respaldo a sus instituciones y un aval para su política represiva. Ahora reproducimos un amplio fragmento del informe presentado por Santiago Carrillo, secretario general del PCE, al Pleno del Comité Central comunista en septiembre de 1970. En él, defiende Carrillo su táctica (que llama "zonas de libertad") y sustituyendo un análisis marxista por un ejercicio de puro subjetivismo, se considera el artífice de la apertura y de la crisis del franquismo, que en su opinión se producía no tanto como resultado del cambio de las condiciones materiales y políticas de España sino como fruto de la acción exclusiva del PCE. Sorprende que pocos años después, este mismo Santiago Carrillo asumiese con tan débil resistencia el proyecto reformista de la burguesía franquista, desdeñando esa fuerza que el PCE decía tener.

Parece ser, según hemos leído en ciertos “papeles”, que algunos de los que apoyaron y participaron en esta política de salir a la superficie la condenan ahora calificándola incluso de aventurera. La atribuyen -¡hay que ver a qué extremos lleva la pasión desbordada!- ser causa de la represión del régimen. Es decir, un poco más y justifican la represión. Olvidan que cuando no estábamos en condiciones de salir a la superficie, ni de proponérnoslo siquiera, la represión franquista era todavía mucho más feroz; que no había detenciones ni procesos que no se saldasen con fusilamientos, cadenas perpetuas y torturas prolongadas meses y meses. Niegan un hecho real: que la represión ha ido retrocediendo, ablandándose precisamente a medida que el Partido y el movimiento de masas han ido saliendo a la superficie. Pase todavía que piensen así algunos jóvenes izquierdistas que han nacido a la lucha ahora, que no han conocido la represión franquista en todo su apogeo, que sólo saben de esa represión en sus formas de hoy, y que creen que el modo de eludirla es la ultraclandestinidad. Pero que hablen así los que han conocido ambas etapas, la de ayer y la de hoy, no se explica de ninguna manera.
Cierto que la salida hacia la superficie representaba un riesgo deliberado. Significaba salir desde las catacumbas -es decir, del trabajo de pequeños círculos ultraclandestinos, de la distribución reducidísima de la propaganda, entre una ínfima minoría de iniciados; de la acción de militantes heroicos ocultos- a una actividad de masas, cada vez más abierta. Significaba ir descubriendo nuestras baterías; promoviendo militantes que se tenían que ir dando a conocer en el movimiento de masas, ir levantando la cabeza, con el riesgo, naturalmente, de ser golpeados.
Pero la práctica demostró rápidamente cuán justa era la aseveración de que la mejor defensa de los militantes frente a la represión es el movimiento de masas. Vimos en seguida cuán distinta era la situación de un militante arrestado en el curso de un movimiento de masas, arropado y sostenido por éstas, de la situación de los militantes de los anteriores grupos ultraclandestinos, aislados de las masas, cuando caían a manos de la policía.
Esta orientación a salir a la superficie, ¿qué la ha determinado? Las mismas necesidades de la lucha y las condiciones objetivas que han ido creándose. Mientras la confrontación entre el régimen y las fuerzas democráticas se desarrollaba en un terreno alejado de las masas, como un combate entre un aparato de Estado fuerte y brutal y unos grupos audaces y casi invisibles de combatientes revolucionarios, ni podía concretarse la posibilidad de un cambio, ni el pueblo podía creer en la viabilidad de éste. Era necesario crear las condiciones para que el dilema entre franquismo y democracia apareciese con posibilidades de resolverse a favor de ésta. Hubo un momento, a raíz de la segunda guerra mundial, en que la unidad de las fuerzas republicanas en la emigración, la existencia -aunque efímera- de un gobierno unitario en el exilio, junto con la lucha guerrillera dentro del país, plasmaban una alternativa democrática concreta al franquismo.
Muy pronto esta solución se esfumó. Y se hizo evidente que la alternativa democrática tenía que cuajar en el país mismo, tenía que materializarse y erguirse concretamente en España, frente al régimen, disputando el terreno a éste.
Se trataba de ir conquistando, en el país mismo, zonas de libertad, bases de la lucha democrática. Las posibilidades para conquistar estas zonas o bases con 'la lucha armada no existían; lo habíamos comprobado prácticamente en años de lucha guerrillera. Era necesaria otra táctica, que podía dar resultados semejantes: la lucha revolucionaria de masas.
Los progresos hechos en este orden han sido lentos, pero seguros. Si observamos la “zona de libertad” conquistada por el movimiento obrero comprobaremos que ya es impresionante. De la huelga, delito de sedición según la ley, hemos pasado a la huelga como práctica corriente.
De la prohibición absoluta de toda reunión, de toda asamblea, a la imposición de asambleas y reuniones ya con frecuencia, en empresas, sindicatos, iglesias.
De la manifestación juzgada como delito de sedición, a la manifestación como práctica corriente de lucha.
De los sindicatos verticales corporativos única organización sindical autorizada por la ley, pero inoperante, a las Comisiones Obreras como movimiento de los trabajadores articulado independiente, ilegalizadas por sentencia de los tribunales, pero impuestas por la práctica.
La zona de libertad así conquistada, impuesta en la lucha, por la clase obrera, es muy extensa si se mira atrás, a años aún no tan lejanos.
En el terreno de la lucha estudiantil los cambios han sido también enormes. Del SEU fascista se ha pasado al movimiento estudiantil actual, con sus asambleas, sus paros, sus periódicos murales, sus manifestaciones.
Ahora en el campo comienza a desarrollarse un progreso semejante. Igual sucede con el movimiento de mujeres y los movimientos profesionales. La misma oposición burguesa se manifiesta también abiertamente en la superficie, a despecho de la legislación del régimen.
Los que habéis salido a otros países habréis tenido ocasión de comprobar que muchas veces nuestros amigos extranjeros no comprenden muy bien la situación de España. ¿Cómo es posible, preguntan, que bajo la dictadura franquista se realicen luchas, y se empleen formas democráticas en el movimiento de masas, semejantes en un todo a las que están legalizadas en los países de democracia? ¿Cómo es posible que los movimientos de masas envíen sus delegaciones a las conferencias internacionales como podrían hacerlo los de países democráticos?
Algunos observadores extranjeros explican esta situación como el efecto de una política de “liberalización” del mismo régimen franquista; e incluso los representantes de éste en las negociaciones internacionales tratan de apuntarse este tanto para disipar las reservas internacionales que rodean a la dictadura, indicando que ésta se halla en trance de evolucionar.
No es verdad que el franquismo se liberalice. Lo que presenciamos son los resultados de la orientación a salir a la superficie. Es decir, de crear en la realidad, frente a las instituciones y a la legalidad franquista, que subsisten formalmente tal como eran, zonas de libertad en las que la batalla contra el régimen se plantea desde un terreno sólido y concreto. En cierto modo se trata de levantar, frente al poder de Estado franquista, bases que pudiéramos llamar de poder y de lucha democrática; de extender y desarrollar estas zonas comiéndole el terreno al régimen. Hasta la experiencia española podía pensarse que frente a un poder fascista, apoyado en un aparato policíaco-militar, esas bases sólo podían lograrse por la lucha militar, liberando zonas geográficas. La experiencia española ha mostrado que esas bases también pueden crearse en determinadas circunstancias por medio de la lucha política revolucionaria de masas. Para el éxito de esta estrategia no basta la combatividad revolucionaria del Partido y de las masas; tan indispensable como esa combatividad es una política muy audaz y abierta; que ablande ideológica y políticamente al adversario, que fomente las contradicciones en su seno; capaz de encontrar aliados que antes podían ser insospechados y de neutralizar; día tras día, la mayor cantidad de resistencias posibles. Nuestra combatividad no hubiera servido de mucho, con una política estrecha, dogmática, hecha a base de clichés.
Cierto que ninguna de esas zonas de libertad son conquistas definitivas; que unas y otras pueden ser puestas en entredicho. En un momento dado, las conquistas logradas en una empresa, en una localidad, en una rama profesional, o en una Universidad, pueden perderse momentáneamente como consecuencia de la represión policial y patronal. Pero si una de esas zonas desaparece en un lugar, reaparece luego en otro, antes paralizado. En conjunto las zonas de libertad se van extendiendo y ampliando. Ahí están Granada y Yecla, y el Metro de Madrid afirmándolo. La táctica de la lucha revolucionaria de masas en esta situación tiene mucha semejanza con la táctica de lucha guerrillera.
A medida que las zonas de libertad se van extendiendo en la geografía político-social del país, la situación del régimen se torna más apurada. Las masas comprueban en su práctica que es posible vivir de otra forma, que ellas pueden jugar un papel social y político activo, que el franquismo les niega. Cunde el ejemplo. Las fuerzas del régimen se sienten acosadas; una parte de ellas comprenden que no pueden seguir gobernando de la misma forma y se distancian del poder. El régimen se presenta cada vez más débil, más impotente para oponerse a este proceso.
Esto no tiene nada de común con una "liberalización”; es una brecha abierta desde abajo, en lucha tenaz, rompiendo las resistencias. Si se tratase de una "liberalización” desde arriba el régimen se adelantaría a los acontecimientos legalizando ciertas formas de acción, tratando de asimilar lo logrado por las masas. Pero vemos que no sucede nada de eso. Las instituciones siguen siendo formalmente las mismas instituciones fascistas; los principios siguen siendo también idénticos principios fascistas. Las leyes fascistas no se modifican. Este proceso de conquista de la democracia es una lucha desde abajo, contra el poder. En ese proceso de lucha, la clase obrera está en vanguardia, de manera indiscutible; pero con ella marchan cada vez más resueltamente los campesinos y las fuerzas de la cultura; ahora vienen a convergir también importantes fuerzas burguesas.
Todo este proceso no es una sucesión casual de acontecimientos; es el fruto de una estrategia política consciente, determinada. Ahí aparece, nítidamente, el papel dirigente del Partido. Aunque en ese proceso intervengan también otras fuerzas y su contribución sea considerable, y aunque esas fuerzas sean cada vez más conscientes del mecanismo político-social en el que se integran, el mérito de la concepción, desde el principio; el mérito de la apertura de esa vía, en una situación muy distinta a la de hoy, en que todo comienza a estar claro, una situación en la que muchos no velan salida posible; el mérito de la iniciativa corresponde a la capacidad de nuestro Partido para aplicar a la situación histórica concreta el método marxista-leninista. Por eso, junto al movimiento de masas, junto a otras fuerzas políticas, emerge a la superficie en esta situación, con una personalidad y una fuerza imposibles de negar, fracasados todos los intentos de aislarle y lanzarle al ostracismo, el Partido Comunista de España.
¿Acaso ha aparecido, en el campo revolucionario, una estrategia que pueda enfrentarse seriamente a la nuestra? No, ninguna. No hay ningún grupo político que proponga seriamente hoy cambiar, por ejemplo, la estrategia basada en la lucha revolucionaria de masas, por una estrategia de lucha armada. Si existieran un mínimo de condiciones objetivas para ésta no sólo habría grupos para proponerla, sino para realizarla. No los hay. A lo sumo, en algunos “papeles” izquierdistas se habla de la lucha armada como de una perspectiva lejana Pero ¿y ahora? Para el futuro, nosotros no negamos que en uno u otro momento esa forma de lucha llegue a ser necesaria. Pero por el momento lo esencial es tener claridad sobre las tareas de lucha actuales. Y nosotros decimos y repetimos que hoy, a través de la lucha revolucionaria de masas, del establecimiento de alianzas y convergencias, hay que ir ampliando las zonas de libertad, haciendo recular al adversario, creando las condiciones para la ofensiva decisiva contra la dictadura, para la huelga general y la huelga nacional.
La única estrategia que de verdad se opone hoy a la que nosotros preconizamos, es una estrategia reformista, aunque se encubra con frases revolucionarias; es la renuncia a la lucha revolucionaria abierta de masas, la renuncia a salir a la superficie a disputar el terreno frente a frente al enemigo, el retorno a la ultraclandestinidad; en definitiva, la vieja concepción reformista de realizar primero una labor de “concienciación”, de educación, a través de “papeles”, “seminarios” y otras formas académicas, para poder más tarde -¿cuándo?- empezar la lucha.
Esa concepción es cien por cien reformista porque significa: abandonar todas las posiciones conquistadas por el movimiento de masas para volver a las catacumbas; dejar el terreno libre al adversario. El franquismo se frotaría las manos de gusto si esta concepción prosperase. En el mejor de los casos, esa táctica equivaldría simplemente al abandono de la iniciativa política por parte de la clase obrera, al paso de la dirección de la lucha democrática a manos de la burguesía.
Tales posiciones pueden, ciertamente, encubrirse con las más retumbantes frases revolucionarias; pero no pasan de ser puro reformismo, disfrácense como se disfracen.
Nosotros hemos estado en las catacumbas; hemos hecho prácticamente solos la guerrilla. Pero era otra época, la época en que se fusilaba simplemente por militar en una organización clandestina del Partido. A través de un camino de lucha y sacrificio, el Partido y las fuerzas antifranquistas han superado esa situación.
¿Significa eso que nos opongamos a los seminarios, a la agitación y propaganda escrita y hablada? No, puesto que nuestro Partido es el que más seminarios y cursos realiza, y el que más propaganda escrita publica y difunde. Pero nuestro Partido tiene en cuenta el principio leninista de que las masas y los revolucionarios se educan particularmente en la misma lucha; que las otras son formas complementarias. La conciencia revolucionaria de las masas y los líderes revolucionarios no crecen en el invernadero de los seminarios, de las élites aisladas; crecen en la acción. Y la práctica de nuestro país lo ha confirmado una vez más.
La táctica escogida para salir a la superficie ha exigido la combinación ágil de las posibilidades legales y de las formas extralegales; la existencia de una vanguardia, cada vez más numerosa, dispuesta a aceptar los riesgos del combate. La concepción leninista de la vanguardia no tiene nada que ver con las ideas elitistas de ciertos pequeños grupos aislados. La idea de la élite entraña el menosprecio, la separación de las masas, la subestimación de su papel. La concepción de vanguardia dimana del papel determinante de las masas, de la necesidad de ser parte de éstas, de mantener el contacto más estrecho con ellas, de saber dar a veces un paso atrás para poder dar dos pasos adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario