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24 de noviembre de 2012

Joaquín Costa en Guadalajara

 Portada de Oligarquía y caciquismo, de 1901 (Archivo La Alcarria Obrera)

Joaquín Costa Martínez fue uno de los más destacados intelectuales españoles de los años que están a caballo de los siglos XIX y XX. La influencia de su pensamiento se extendió mucho más allá del movimiento político llamado Regeneracionismo y de las iniciativas sociales o culturales en las que participó personalmente. Su notable preparación académica, y su indudable intuición política para señalar los males de la España de su tiempo y, sobre todo, para apuntar los remedios más eficaces para la sacar al país de su postración, casi nunca se vieron acompañados por el éxito, ni profesional ni electoral. Por eso mismo, muchos aspectos de su ideario y hasta de su vida particular siguen siendo malinterpretados o, simplemente, olvidados. Así, por ejemplo, no suele hablarse mucho de su estancia en la ciudad de Guadalajara, unos meses de crisis personal para Costa pero de intensa actividad intelectual, de los que da resumida cuenta en sus Memorias. De ellas, recogemos los párrafos más significativos que nos hablan de su paso por la capital alcarreña.

Guadalajara, 23 de noviembre de 1876
Cuando menos me lo esperaba, me encontré con la novedad de que me trasladaban a Guadalajara; hubo creación de plazas en la Asesoría, y auxiliares en las capitales de primer orden, y es candidato el de aquí; se acordó Garbayo de mí: es lo menos que han podido hacer,  cuando han llevado a la Asesoría a alguno que era oficial letrado hace cuarenta días, y a la Administración de la provincia de Madrid a algunos de los nuevos. Ya se ve, tenían padrinos, y yo no… ¡Y Cavero en el Ministerio de Hacienda! ¡Y Lasierra estuvo en Madrid hace un mes! ¡Ah, guapos!
[…]
Vine el 20 y tomé posesión. Hay mucho que hacer, y lo peor es que casi todo me es nuevo, y tengo que andar con pies de plomo, y con gran trabajo. Sin embargo, no puedo estar descontento del jefe (que es bastante ordenancista y nimio, lo opuesto de San Sebastián), pues en los tres días que llevo he despachado una porción de asuntos. Pero ¡me entristece tanto perder horas y horas, casi todo el día, en resolver expedientes! Si esto durara, o me abandonaría o me moriría de tedio. He encontrado en la oficina a uno de Barbastro (Blas Cuellar, jefe del negociado de Propiedades y Derechos del Estado); en San Sebastián había encontrado un antiguo discípulo antiguo mío del Ateneo Oscense, Pocino, oficial del peluquero en cuya casa estaba yo de huésped.
Luego he creído que estaría más barato que en San Sebastián, y estoy más caro. San Esteban, 6. Por fortuna estoy más solo y por tanto no mal acompañado como allá (Vigeriego, Mendieta, etc.), salvo la casa y patrona y criada, que no valen aquellas. La población, el polo opuesto de San Sebastián: ¿dónde está aquí aquella divina Concha, aquel horizonte y eterno verdor, aquella limpieza aristocrática? Siempre que cambio como ahora de horizonte, aire, casa, rostros, cuando ya me había ido aclimatando algún tanto velis nolis por fuerza del hábito, me parezco a un árbol trasplantado; me mustio y lloro, ¡y renacen los mal disimulados deseos de la familia y el dolor de la orfandad! ¡Cuándo tendré hogar propio y lo animará y me reanimará una mujer propia! ¡Cuándo acabará esta vida provisional, que es para mí como un naufragio que amenaza prolongarse hasta que me ahogue, sin hallar el puerto de salvación!
[…]

29 de noviembre de 1876
Hoy los empleados no han tenido oficina porque ha venido el rey a repartir los premios de la Exposición provincial; ayer pasaron por las oficinas una comunicación para que asistiéramos al Gobierno Civil hoy a la recepción; yo, como todos, firmé que quedaba enterado, pero frescos están si yo había de haber ido; ya podía haber andado solo el monigote de don Alfonso si no tenía otro que le acompañase. Me he estado en la oficina solo trabajando, y me he ido a la hora de costumbre a tomar el sol y a leer El Imparcial junto a la plaza de toros. Desde allí oía las campanas al vuelo, veía las esquinas llenas de gente, los balcones colgados. Hombres y mujeres de gala. Si lo hubieran hecho para solemnizar la Exposición, corriente, si hubieran engalanado las calles para el paso de los premiados, magnífico; pero, ¡por el reyezuelo!, ¡Mentecatos, idólatras! Cada vez que oía o veía alguna de esas manifestaciones, no podía evitarlo, decía: ¡Estúpidos!, ¡merecen ser regidos por un maniquí semidiós por nacimiento! Por cada día aborrezco más la monarquía, y el odio se va tornando terne; ¡y querían que yo fuera a formar parte del relleno, a escuchar embebido las chocantes palabras que se dignase pronunciar con su pico de oro el padre del pueblo, el fomentador de las artes…!, ¡a buena hora!; obligarme hubiera sido el medio de que fuera a explicar este año a la Institución Libre. Y luego creerse honrados los labradores con recibir del monigotillo del rey esos premios, ¡ellos, que tienen que pagarle treinta millones, amén de los de su madre, abuela, hermana, etc.!, ¡ellos, a quienes se niega el ejercicio de la magistratura más sencilla, la de elector, mientras a él, el diosecillo, menor de edad para todo, lo creen apto para la magistratura más alta y difícil! Esto es irresistible; ¡qué ganas tengo de ver arrastradas en polvo estas ruinas del pasado que hay empeño en hacer creer que son monumentos aún en pie y que desaparezcan de mi vista tantas mentiras, tantos artificios convencionales, tantas miserias que degradan a todos, incluso a mí mismo, que las escupo, porque al fin es España quien las aguanta y sostiene y yo soy español!
[…]

1 de abril de 1877
Al regreso de Madrid la otra vez, mudé de habitación; esta es mejor sobre todo bajo el punto de vista higiénico: aire sano, sol, etc.; en lo alto de la población, carretera, campo y horizonte frente (Amparo, 23); pero no he mejorado de familia. No vivo en familia. ¡Otra vez se han removido y con más fuerzas las no apagadas cenizas del fuego interior! ¡Cuánto sufrimiento moral para no poder pasar una tan liviana barrera, cuando he asaltado otras que parecían harto más difíciles, y venciéndolas!
[…]

Huesca, 20 de julio de 1877
¡En Huesca otra vez! Al cabo de diez años he vuelto; ¡a pesar de Rubio! Ya nadie se acuerda de él; ¡y todos se acuerdan aún de mí!
Me resolví por pedir esta plaza de oficial letrado; me fui a Madrid el 6 de junio, me firmaron el nombramiento el 12.

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