Portada de Oligarquía y caciquismo, de 1901 (Archivo
La Alcarria Obrera)
Joaquín Costa Martínez fue uno
de los más destacados intelectuales españoles de los años que están a caballo
de los siglos XIX y XX. La influencia de su pensamiento se extendió mucho más
allá del movimiento político llamado Regeneracionismo y de las iniciativas
sociales o culturales en las que participó personalmente. Su notable preparación
académica, y su indudable intuición política para señalar los males de la
España de su tiempo y, sobre todo, para apuntar los remedios más eficaces para
la sacar al país de su postración, casi nunca se vieron acompañados por el
éxito, ni profesional ni electoral. Por eso mismo, muchos aspectos de su
ideario y hasta de su vida particular siguen siendo malinterpretados o,
simplemente, olvidados. Así, por ejemplo, no suele hablarse mucho de su
estancia en la ciudad de Guadalajara, unos meses de crisis personal para Costa
pero de intensa actividad intelectual, de los que da resumida cuenta en sus
Memorias. De ellas, recogemos los párrafos más significativos que nos hablan de
su paso por la capital alcarreña.
Guadalajara,
23 de noviembre de 1876
Cuando
menos me lo esperaba, me encontré con la novedad de que me trasladaban a
Guadalajara; hubo creación de plazas en la Asesoría, y auxiliares en las
capitales de primer orden, y es candidato el de aquí; se acordó Garbayo de mí:
es lo menos que han podido hacer, cuando han llevado a la Asesoría a
alguno que era oficial letrado hace cuarenta días, y a la Administración de la
provincia de Madrid a algunos de los nuevos. Ya se ve, tenían padrinos, y yo
no… ¡Y Cavero en el Ministerio de Hacienda! ¡Y Lasierra estuvo en Madrid hace
un mes! ¡Ah, guapos!
[…]
Vine
el 20 y tomé posesión. Hay mucho que hacer, y lo peor es que casi todo me es
nuevo, y tengo que andar con pies de plomo, y con gran trabajo. Sin embargo, no
puedo estar descontento del jefe (que es bastante ordenancista y nimio, lo
opuesto de San Sebastián), pues en los tres días que llevo he despachado una
porción de asuntos. Pero ¡me entristece tanto perder horas y horas, casi todo
el día, en resolver expedientes! Si esto durara, o me abandonaría o me moriría
de tedio. He encontrado en la oficina a uno de Barbastro (Blas Cuellar, jefe
del negociado de Propiedades y Derechos del Estado); en San Sebastián había
encontrado un antiguo discípulo antiguo mío del Ateneo Oscense, Pocino, oficial
del peluquero en cuya casa estaba yo de huésped.
Luego
he creído que estaría más barato que en San Sebastián, y estoy más caro. San
Esteban, 6. Por fortuna estoy más solo y por tanto no mal acompañado como allá
(Vigeriego, Mendieta, etc.), salvo la casa y patrona y criada, que no valen
aquellas. La población, el polo opuesto de San Sebastián: ¿dónde está aquí
aquella divina Concha, aquel horizonte y eterno verdor, aquella limpieza
aristocrática? Siempre que cambio como ahora de horizonte, aire, casa, rostros,
cuando ya me había ido aclimatando algún tanto velis nolis por fuerza del
hábito, me parezco a un árbol trasplantado; me mustio y lloro, ¡y renacen los
mal disimulados deseos de la familia y el dolor de la orfandad! ¡Cuándo tendré
hogar propio y lo animará y me reanimará una mujer propia! ¡Cuándo acabará esta
vida provisional, que es para mí como un naufragio que amenaza prolongarse
hasta que me ahogue, sin hallar el puerto de salvación!
[…]
29
de noviembre de 1876
Hoy los empleados no han tenido oficina porque ha
venido el rey a repartir los premios de la Exposición provincial; ayer pasaron
por las oficinas una comunicación para que asistiéramos al Gobierno Civil hoy a
la recepción; yo, como todos, firmé que quedaba enterado, pero frescos están si
yo había de haber ido; ya podía haber andado solo el monigote de don Alfonso si
no tenía otro que le acompañase. Me he estado en la oficina solo trabajando, y
me he ido a la hora de costumbre a tomar el sol y a leer El Imparcial junto a
la plaza de toros. Desde allí oía las campanas al vuelo, veía las esquinas
llenas de gente, los balcones colgados. Hombres y mujeres de gala. Si lo
hubieran hecho para solemnizar la Exposición, corriente, si hubieran engalanado
las calles para el paso de los premiados, magnífico; pero, ¡por el reyezuelo!,
¡Mentecatos, idólatras! Cada vez que oía o veía alguna de esas manifestaciones,
no podía evitarlo, decía: ¡Estúpidos!, ¡merecen ser regidos por un maniquí
semidiós por nacimiento! Por cada día aborrezco más la monarquía, y el odio se
va tornando terne; ¡y querían que yo fuera a formar parte del relleno, a
escuchar embebido las chocantes palabras que se dignase pronunciar con su pico
de oro el padre del pueblo, el fomentador de las artes…!, ¡a buena hora!;
obligarme hubiera sido el medio de que fuera a explicar este año a la
Institución Libre. Y luego creerse honrados los labradores con recibir del monigotillo
del rey esos premios, ¡ellos, que tienen que pagarle treinta millones, amén de
los de su madre, abuela, hermana, etc.!, ¡ellos, a quienes se niega el
ejercicio de la magistratura más sencilla, la de elector, mientras a él, el
diosecillo, menor de edad para todo, lo creen apto para la magistratura más
alta y difícil! Esto es irresistible; ¡qué ganas tengo de ver arrastradas en
polvo estas ruinas del pasado que hay empeño en hacer creer que son monumentos
aún en pie y que desaparezcan de mi vista tantas mentiras, tantos artificios
convencionales, tantas miserias que degradan a todos, incluso a mí mismo, que
las escupo, porque al fin es España quien las aguanta y sostiene y yo soy
español!
[…]
1 de abril de 1877
Al regreso de Madrid la otra vez, mudé de
habitación; esta es mejor sobre todo bajo el punto de vista higiénico: aire sano,
sol, etc.; en lo alto de la población, carretera, campo y horizonte frente
(Amparo, 23); pero no he mejorado de familia. No vivo en familia. ¡Otra vez se
han removido y con más fuerzas las no apagadas cenizas del fuego interior!
¡Cuánto sufrimiento moral para no poder pasar una tan liviana barrera, cuando
he asaltado otras que parecían harto más difíciles, y venciéndolas!
[…]
Huesca, 20 de julio de 1877
¡En Huesca otra vez! Al cabo de diez años he
vuelto; ¡a pesar de Rubio! Ya nadie se acuerda de él; ¡y todos se acuerdan aún de
mí!
Me resolví por pedir esta plaza de oficial
letrado; me fui a Madrid el 6 de junio, me firmaron el nombramiento el 12.
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