La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

Mostrando entradas con la etiqueta Catolicismo social. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Catolicismo social. Mostrar todas las entradas

10 de noviembre de 2012

Manuel Pérez Villamil y el catolicismo social

Manuel Pérez Villamil nació en la ciudad de Sigüenza en 1849 y falleció en Madrid en 1917. Aunque obtuvo la licenciatura en Derecho y Filosofía y Letras, su vida personal y profesional se orientó hacia la historia de la Edad Media española, opción en la que influyeron su nacimiento en el entorno medieval seguntino; la figura de su tío, el historiador Juan Pérez Villamil, y su ideología integrista católica. Junto con al marqués de Cerralbo y Juan Catalina García, Manuel Pérez Villamil formó parte del notable grupo de historiadores carlistas de la provincia de Guadalajara que se destacó a partir del Sexenio Revolucionario; en su caso, desarrollando su actividad profesional en el Museo Arqueológico Nacional. Con el tiempo, y tal y como le sucedió a Juan Catalina García, su adhesión al carlismo se mostró superficial, pero conservó su intransigente catolicismo como seña de identidad política. Colaborador habitual de la prensa, y fundador y director de La Ilustración Católica de Sigüenza, reproducimos su artículo "La ceguedad de los impíos", publicado en El Siglo Futuro del 3 de septiembre de 1875, en donde presenta algunas de las líneas maestras del catolicismo social muchos años antes de que esta corriente ideológica se estructurase y difundiese.

Un periódico, y no de los más avanzados que se publican en Madrid, antes por el contrario, órgano genuino de un partido que blasona de conservador, publicaba ayer estas incalificables palabras: «Fieles, pues, a la tarea que nos hemos impuesto, llamamos la atención de nuestros lectores sobre el Congreso de asociaciones obreras católicas. Sus sesiones, que se verificarán en Rheims, tienen por objeto apoderarse de las masas proletarias con promesas tan ilusorias, por medios tan irrealizables, con programas tan absurdos como los preconizados por la demagogia más exaltada.
El peligro para la sociedad es el mismo cuando las tendencias son idénticas, y poco importa que el color de la bandera sea el rojo del gorro frigio ó el negro de la sotana. La Internacional es y será siempre la misma en sus resultados. Predicada por los partidarios de Rochefort, o por los sucesores de Espinosa (?), constituirá el escollo más grave de la sociedad actual, y cuando los primeros se encuentra vencidos, mientras rehacen sus fuerzas, ocupan los segundos la brecha que aquellos abandonaron.
El reverendo Padre Marquigny, de la Compañía de Jesús, abogó calurosamente por el restablecimiento de los conventos en el Congreso que mencionamos, y presentó esta solución como el único medio de aliviar “la suerte de los infelices obreros que la revolución «despojó de todas las garantías establecidas en la Edad Media”. Frenéticos aplausos acogieron el discurso del jesuita, y el entusiasmo de los proletarios no conoció límite al escuchar esas palabras.
¡Los gremios y los conventos; es decir, el estancamiento del trabajo y de la vitalidad (sic) presentados como ideal de las sociedades! ¡El Syllabus coma valla salvadora de la inteligencia!»
No es la primera vez que El Siglo Futuro procura desvanecer las calumnias lanzadas por los revolucionarios, en punto a los beneficios que el Catolicismo ha dispensado a las clases obreras y menesterosas. En otra ocasión, discutiendo sobre este importantísimo asunto con otro periódico revolucionario, demostramos con indestructibles argumentos, que el Catolicismo ha sido siempre el árbol protector a cuya sombra hallaron siempre los pobres remedio eficaz a todas sus necesidades; que la revolución, al atacar a la Iglesia, ha procurado privar a las clases menesterosas de este fecundo manantial de consuelos, para tender sus pérfidos brazos a los pobres desheredados y reclutar entre ellos sus huestes destructoras; y finalmente, que la terrible plaga del pauperismo es una conquista de los tiempos modernos que no conocía la antigua sociedad cristiana.
No vamos a repetir hoy lo qué entonces dijimos, para responder a los nuevos ataques que contra la economía cristiana lanza la prensa revolucionaria; esa armonía que en el anterior escrito se establece entre el gorro frigio del demagogo y la negra sotana del Sacerdote católico, no merece contestarse; porque ¿quién podrá confundir al Ministro de Dios con el de Satanás, al caudillo de la caridad con el sectario de la barbarie, al brazo que ampara y socorre con el que mata y destruye? Solo el odio, ese odio irreflexivo y ciego que pone en los labios de los impíos todo género de ultrajes contra la Iglesia de Dios, ha podido inspirar ese horrible paralelo. Dejémonos, pues, de tan insensatas calumnias, que, por su misma perversidad, más honran que perjudican a la institución calumniada.
Vamos a fijarnos especialmente en las palabras atribuidas al Padre Marquigny que han exaltado la bilis del diario aludido, para decir algo sobre lo que durante la Edad Media hicieron los frailes en beneficio de las clases menesterosas, entregadas hoy por la revolución al embrutecimiento y a la servidumbre.
No puede desconocerse que la base de toda educación es la enseñanza, y que tanto son los hombres mejores cuanto más cerca se hallan de la plena posesión de la verdad, que es lo que constituye el Bien Supremo. La ignorancia es un perenne manantial de desórdenes, tanto más si la ignorancia es aquella que consiste en confundir el error con la verdad y pretender saberlo todo cuando no se sabe nada.
Tratándose de las clases obreras, la ignorancia es aún más perniciosa si se quiere que en las demás clases de la sociedad; porque, ¿qué es, en efecto, exclama un economista católico, un obrero sin instrucción, sino una máquina sometida á necesidades que tiene que satisfacer incesantemente, y que subsisten, aun cuando permanezca ociosa, ó se haya imposibilitado para todo? En el obrero ignorante apágase muy pronto la inteligencia, falta de excitación y de ejercicio, y todo termina, reduciéndolo a la vegetación de la vida física.
Ahora bien; ¿quién ha procurado mejor la instrucción del pueblo, los frailes, de la Edad Media con sus escuelas y talleres, ó los modernos revolucionarios con sus barricadas y sus clubs? ¿Aquellos con sus predicaciones evangélicas y sus ejemplos sublimes de abnegación, estos con sus teorías positivistas y sus ejemplos funestos de miserable egoísmo? Veamos lo que hicieron los monjes en la Edad Media para promover la enseñanza del pueblo y el progreso de las ciencias.
Dos clases de escuelas existían en los monasterios: las unas interiores ó claustrales, y las otras exteriores ó canonicales, como entonces se las llamaba, si bien eran muchas veces conocidas con el nombre de mayores las primeras y de menores las segundas. En estas, que eran públicas, se recibía á todos los niños de las familias que habitaban junto al monasterio, ricos y pobres, sin distinción de clases, y se les instruía en la fe católica, en la meditación, en la música, en el canto, en la gramática y en todas las artes entonces conocidas. En las escuelas mayores, reservadas a los monjes, se enseñaban las ciencias sagradas y profanas; los scholatici, que así se llamaban los maestros, estaban versados, como dice Trithemio, no solo en las Santas Escrituras, sino también en las matemáticas, astronomía, geometría, retórica y demás ciencias seculares. Había, por otra parte, en los monasterios los que se llamaban antiquari, encargados de copiar libros, coleccionarlos, estampar en ellos preciosas miniaturas y encuadernarlos lujosamente. Y lo que prueba hasta qué punto la vida monacal era activa y laboriosa y que no significaba el estancamiento del trabajo y de la vitalidad (sic), es que hasta en los monasterios de mujeres se copiaban códices y se adornaban con bordados de oro y pedrería.
Un escritor contemporáneo de la nación vecina, M. Mignet, de la Academia francesa, en un trabajo recientemente publicado sobre Les écoles au moyen age, ha dicho lo siguiente: “Los grandes establecimientos cenobíticos tenían sus pintores, sus arquitectos, sus escultores, que trabajaban en los talleres de la abadía. De este modo estos asilos, donde se refugiaban los hombres que querían seguir la vida llamada perfecta, porque era piadosa y desinteresada; estas granjas, llenas de colonos infatigables, que, según la regla de la Orden, no debían soltar la podadera, como un soldado sus armas; estos tallares, donde se ejercían todos los oficios y donde se practicaba aquello que de las artes antiguas se había conservado; estas escuelas, donde se enseñaba la doctrina y moral del Cristianismo, las letras latinas y los restos de la ciencia griega, eran los depósitos donde se guardaba la parte de la civilización antigua, que debía servir de germen a la civilización moderna”.
Tales son las palabras de Mignet que acaba de oír con aplauso el mundo literario. Aquí sabemos las cosas de otro modo; por eso hay quien se atreva a decir en alta voz y con gentil desenfado que los conventos de la Edad Media son el estancamiento del trabajo y de la vitalidad. M. Mignet no se ha desdeñado tampoco de citar en comprobación de sus afirmaciones estas palabras del sabio Mabillon: “Nuestros predecesores (los benedictinos) hicieron en Alemania cuatro grandes servicios al mundo cristiano: el primero fue la conversión de sus habitantes; el segundo el establecimiento de las escuelas episcopales; el tercero la instrucción, comunicada, tanto al Clero como a los seglares; y el cuarto la cultura de un suelo y el embellecimiento de un país casi enteramente inculto y desierto”.
Fácil nos sería multiplicar las citas de este género y más fácil aún demostrar los especiales beneficios que debe España a las Órdenes religiosas. Por dondequiera que se abra nuestra historia de la Edad Media, allí se verá a los monjes peleando los primeros contra los invasores de la patria, cultivando los campos, reedificando las ciudades, dando abrigo con su manto a los nacientes concejos, rescatando los cautivos de las mazmorras agarenas, y siendo, en fin, nuncios de mansedumbre y de clemencia en los castillos de los magnates y en los alcázares de los reyes.
¿Y son estos los estancamientos del trabajo y de la vitalidad? Así puede decirse tamaño disparate, como que el Syllabus se opone a los nobles vuelos de la inteligencia humana. Las palabras del diario liberal que motivan estas líneas, son una prueba evidente de la ceguedad inaudita con que tratan las cuestiones más serias los adversarios del Catolicismo. Las armas de la impiedad se han embotado, y más que a la Iglesia hieren a sus enemigos.

25 de julio de 2012

Federación católico-obrera, de José Rogerio Sánchez

El día 26 mayo de 1906 se celebraba en la ciudad de Palencia la primera sesión de la Asamblea Regional del Norte de las Corporaciones católico-obreras, es decir el comicio del catolicismo social asociado más poderoso del país: el que se asentaba en la Castilla agraria y en la industrializada Cornisa Cantábrica, donde contaba con una amplia base de campesinos leales en la Meseta y con el poso católico de los vascos. A esa Asamblea asistió como delegado de la entonces provincia de Santander el profesor José Rogerio Sánchez, que en ese año vivía en tierras cántabras, que dictó una de las principales conferencias. Muy pocos meses después, José Rogerio Sánchez se trasladó a vivir a Guadalajara y aquí intentó, sin mucho éxito, atraerse a los alcarreños a los postulados de la llamada Doctrina Social de la Iglesia. No consiguió ser elegido concejal y sólo pudo abrir un Círculo Católico Obrero que tenía demasiado de católico pero que estaba huérfano de obreros. Reproducimos ahora la ponencia que presentó en la citada Asamblea de Palencia; basta leerla para entender porque el catolicismo social no se ganó el corazón de los trabajadores castellanos, en particular, ni de los españoles, en general.
Caricatura de José Rogerio Sánchez publicada en Flores y Abejas
 
MEMORIA leída por Don José Rogerio Sánchez de Santander “Sobre la organización de las Asociaciones católico-obreras”
Pobre entre los más modestos que se reúnen en esta Asamblea Regional de las Corporaciones católico-obreras del Norte de España, he, no obstante, de aportar á esta labor de cristiana regeneración social unas ideas que en lo que ellas tengan de acertadas y provechosas no me pertenecen, pues aquí sólo soy portador de las aspiraciones é ideales de mi querida Asociación católica de escuelas y Círculos de obreros de Santander, dignísima y honrosamente representada en este Congreso por el celosísimo e infatigable Director espiritual y el benemérito socio fundador D. Manuel Canales.
Mucho hemos pensado allí sobre el que ahora es asunto ó tema segundo de este cuestionario. Algo se ha hecho también en Santander en busca de la Federación, siquiera regional -que nosotros no podíamos aspirar á otra cosa- y en la colección del Boletín del obrero se muestra patentemente cuán convencidos nos hallamos en Santander de la necesidad, importancia y urgencia de federar las Corporaciones católico-obreras, si algo definitivo y pronto queremos emprender.
“La unión es fuerza” han invocado no pocas veces cuantos intentaron la propaganda de una doctrina y el establecimiento de un estado social que de ella derivase. Los católicos, que poseemos la evidencia de la verdad y bondad de la nuestra, hemos, sin embargo, tan a menudo olvidado aquellas palabras -cuyo profundo sentido práctico es incuestionable- acaso por juzgar que la misma virtud de nuestra causa habíala de hacer triunfadora, que hemos llegado á parar en un desconocimiento de nuestras fuerzas, de nuestro poder, de nuestros recursos, y á movernos, cada cual en su esfera, con una independencia rayana en la insubordinación; con un abandono de los que afanosamente trabajan, cercano ya al egoísmo.
De ahí las escasas iniciativas que las Corporaciones obreras católicas en España han tenido hasta poco tiempo hace -en que el Consejo Nacional ha tenido a bien motu proprio, llevar nuestra representación- en la vida social y española, cuando había, no obstante, fundados motivos para esperar que agrupaciones de antiguo muy importantes como las del Norte, Cataluña y Valencia, aspirarán a hacer valer sus derechos, e influir con su prestigio en las múltiples relaciones del Estado con la clase obrera. Y es muy evidente que, constituidas, como hasta aquí lo han estado las diversas Asociaciones católico obreras -aparte la no completa unidad que el Consejo Nacional y los esfuerzos siempre fecundos del insigne P. Vicent, ha logrado darles- era punto menos que imposible levantar una voz que algo significase para elevar un ruego ó reclamar un derecho. Y, sin embargo, si nuestra misión es de defensa y organización social, claro está que, por su misma naturaleza, no puede ser una labor aislada la que traemos entre manos, y que urge la Federación para conseguir mayor cohesión y fraternidad en nuestras relaciones y más eficacia en los fines que nos proponemos.
Ahora bien: esa Federación, ¿cómo debe de realizarse? Aquí aparecen dos criterios igualmente respetables los dos, y entre los cuales podrá escogerse lo más apropiado. Parece ser que estando nuestras Asociaciones obreras no pocas veces formadas por socios de muy distintas profesiones, y residiendo ya en grandes ciudades, donde es más fácil la homogeneidad de oficios y profesiones, ya las otras en ciudades ó pueblos donde la vida agrícola y fabril se desenvuelven, ora por fin no pocas Asociaciones de labradores establecidas casi exclusivamente en los pequeños centros agrícolas, sería más conveniente que pensar en Federaciones regionales por razones históricas ó geográficas, intentar una alianza basada sobre intereses comunales. Esto traería la ventaja y fuerza de una amplia y fortísima agremiación nacional que estudiaría por si misma las cuestiones que pudieran interesarle, y cada una de esas partes constituyentes de la gran agremiación o Federación propondría a un Consejo general-agrícola, fabril ó industrial, sin olvidar nunca las necesarias relaciones patronales, lo que éste, en definitiva, había de realizar, y la fuerza expositiva de ese Consejo tendría en su apoyo la que significaba esa gran federación gremial –por llamarla de algún modo- a la cual prestaba su apoyo toda Asociación obrera donde existían individuos ó grupos de esa liga. La comunidad de intereses y problemas que preocupan á los diversos oficios y profesiones uniría indefiniblemente a éstos entre sí, y las ventajas se experimentarían muy pronto.
Otra forma de alianza, y acaso la más viable, sería la exclusivamente regional, adoptando como elementos de ella los que en una misma región geográfica fuesen entre sí más análogos, ora por comunidad de costumbres, carácter y trabajos, ya agrícolas, ya industriales. Difícil es en este punto establecer cosa definitiva en las agrupaciones, que han de tener algo de convencional. Una muy ordenada sería, a no dudarlo, la de las provincias eclesiásticas; mas no se ocultan las dificultades de una Federación que así establecida no está basada sobre las condiciones arriba examinadas.
De un modo ó de otro estatuida la Federación, debe estar cimentada primeramente en la liga provincial -como es ya un hecho en Santander- regida por un Consejo diocesano; de los diversos Consejos de la región se constituirá el regional, formado por dos representantes de cada uno de los diocesanos y establecido en la capital que se designe en la región. Los Consejos diocesanos ó provinciales se formarían con la Junta del Centro católico de la capital y los presidentes de las Asociaciones obreras de la provincia. Los Consejos ó Juntas regionales se constituirán presididos por uno cualquiera de los delegados provinciales, á elección, y de estos delegados uno debe ser obrero, La conveniencia de que el obrero tome parte directa en todo lo que significa su vida moral y social, es por demás patente; nuestra aspiración ha de ser la de educarle, para que pueda llegar un día en que, por sí mismos, se muevan libres de las asechanzas de utópicas teorías y subversivas doctrinas.
Y esto es además urgente, porque encomendada en la mayor parte de las Asociaciones católicas la dirección de las mismas á la clase media, por ser ésta la depositaria de mayor cultura intelectual y dotada de más medios sociales de defensa, es innegable que no está lejano el día en que las necesidades apremiantes ya en esa misma clase en la que hoy se viene notando claramente el mal estado social, haga que se preocupen de misma con mayor empeño, y para entonces es imprescindible que nuestros obreros se hallen convenientemente organizados y dirigidos y en vías de la cristiana regeneración que anhelamos.
No es este lugar adecuado para señalar las relaciones que en lo religioso han de tener entre sí estas Asociaciones federadas, pero creemos que, por lo que se refiere á los Consejos provinciales, deben de estar en lo religioso, bajo la única é inmediata autoridad del prelado respectivo, y como delegado suyo el director espiritual del Centro católico de la capital. La muestra patente del espíritu federativo debe revelarse en una completa unión para cuanto se refiera á sus fines sociales y económicos, iniciados por' cualquiera de los elementos de la Federación debidamente representado en los Consejos provinciales y regionales, pero teniendo muy en cuenta que es imprescindible la más amplia autonomía local, tanto en el orden religioso como en el económico. Para dar unidad á estas Federaciones regionales, es evidente que allí, donde en último término han de resolverse cuantas cuestiones de orden social puedan interesamos, existe un Consejo ó, mejor acaso, Junta Central ejecutiva que llevará la representación oficial de las regiones ante los Poderes públicos, y servirá de lazo de unión, y en casos determinados de conciliadora y árbitra entre todas.
Esto puede decirse que existe ya en el Consejo Nacional de las Corporaciones obreras; mas téngase en cuenta que en él, para que pueda ser justa y legalmente un mandatario y representante de las regiones, falta, en rigor de verdad, un vocal designado oficial y solemnemente por cada una de ellas, el cual mandatario habría de residir precisamente en Madrid. De esta manera la constitución del Consejo Nacional respondería a su carácter consultivo y ejecutivo que debe ostentar y sus individuos unirían a los grandes méritos contraídos en su benemérita existencia una misión más en armonía con las relaciones que el Consejo puede establecer con Asociaciones nacidas antes que él ó que no procedan de su iniciación.
La designación de estos vocales del Consejo Nacional, delegados de las regiones, deberá hacerse en cuanto sea posible; una vez realizada la Federación regional. Para llevar ésta a cabo con la prontitud conveniente, los Rvmos. Prelados se servirán decretarla en sus respectivas diócesis como obligatoria todas las Asociaciones católico-obreras, de cualquier clase y condición que sean, existentes en su jurisdicción.
Para que ni un momento pueda quedar esta empresa de la Federación desamparada, y entretanto se llega a la definitiva constitución del Consejo Nacional, tendrá éste las mismas atribuciones expresadas anteriormente en sus relaciones con las Asociaciones regionales.
Este avance, de lo que entendemos nosotros que puede ser un plan de Federación, es aplicable lo mismo al proyecto por agremiación que al de liga por regiones, mas nos inclinamos á juzgar esta última forma de la federación más fácil de realizarse y más accesible también a las relaciones que la Federación exige.
En conformidad con esta opinión podrían en la región N y O de España determinarse tres regiones, Así, primera región; Valladolid, Burgos, Soria, Palencia, León, Zamora y Salamanca. Segunda: las Vascongadas, Santander y Asturias. Tercera: las cuatro provincias gallegas.
Estas son las ideas que sobre el tema segundo ocurre presentar en esta Asamblea, a fin de que si merecen ser examinadas, pueda hablarse sobre ellas, y para su más clara exposición se resumen de este modo:
BASES PARA LA FEDERACIÓN
1. La Federación es urgente para todas las Asociaciones católico-obreras, y debe fomentarse para todo cuanto sea referente a fines sociales y económicos.
2. Toda Asociación conservará su más amplia autonomía, tanto en el orden religioso -siempre bajo la autoridad del propio prelado y del director espiritual por éste designado- como en el aspecto económico.
3. Las Asociaciones existentes en una provincia formarán el Consejo diocesano, que residirá en la capital de la Diócesis, Este Consejo estará compuesto por la Junta directiva del Círculo central -o con elementos de más Juntas si hubiese más de un Centro- y los presidentes de las Asociaciones católico-obreras de la provincia.
4. Los Consejos regionales se constituirán con dos delegados de cada Consejo provincial. La presidencia será electiva, las reuniones trimestrales, y á ser posible en las distintas capitales federadas. Los Consejos, tanto provinciales como regionales, se renovarán todos los años después de renovadas las Juntas directivas de los Centros federados.
5. Pasado un plazo prudencial, que esta Asamblea puede señalar, los Consejos regionales elegirán, por sufragio, una Junta central, compuesta de un número de vocales igual al de regiones formadas en España y que tenga su residencia en Madrid. Esta Junta deberá unirse al Consejo Nacional y formar de él parte.
6. Se establecen en el N y O de España tres regiones: vasco-cántabro-asturiana, castellana y gallega.
7. Para llevar a cabo con toda prontitud esta Federación, los Rvmos. Prelados se dignarán decretarla en sus diócesis.

28 de febrero de 2012

Dos artículos de Jaime Torrubiano sobre Juan F. Correas

Juan Francisco Correas fue un seminarista seguntino que, después de ser ordenado sacerdote, recorrió buena parte de la geografía peninsular organizando sindicatos católicos agrarios, hasta el punto de que se puede afirmar que fue uno de los más importantes teóricos y prácticos del catolicismo social español. Sacerdote, activista, escritor, periodista y siempre viajero, encontramos su huella en las diócesis de Sigüenza, Toledo, Jaén… Cuando la doctrina social de la Iglesia alcanzó la madurez, también encontramos a Juan Francisco Correas en el nacimiento del Partido Social Popular. Pero en 1923 la Dictadura de Primo de Rivera fracturó las filas del catolicismo social. Correas se sumó con entusiasmo a los corifeos del dictador mientras que algunos de sus compañeros, como Ángel Ossorio Gallardo fueron excluidos políticamente y otros, en el caso de Jaime Torrubiano Ripoll, excomulgados y encarcelados. Ofrecemos dos artículos sobre Juan Francisco Correas y su obra escritos por José Torrubiano antes de que el catolicismo social mostrase todas sus contradicciones y se malograsen sus proyectos comunes.
Portada de una obra de Juan Francisco Correas

CUMPLIENDO UN DEBER
Pocas veces tomo mi pluma con más cariño que lo hago para trazar estas líneas, necesariamente demasiado breves.
Ahítos de convencionalismos y de farsas, aterido el corazón en medio del mar de hielo del egoísmo de esta desorientada sociedad, se siente una nueva vida, se respira aire puro de brisa mañanera de la montaña, cuando se halla un hombre apóstol totalmente penetrado del espíritu de Cristo, que no mide las penas cuando de evangelizar la paz se trata, enamorado del pueblo sobre el que derrama su corazón grande, siempre en consonancia con sus palabras y con sus obras.
Tal es el infatigable propagandista social agrario, R.P. Juan Francisco Correas, sacerdote de extraordinaria competencia y celo extraordinario.
Él más que nadie conoce a nuestro pueblo; él ha pulsado sus necesidades y se ha consagrado en holocausto a su remedio. Su peregrinación por España, derramando amor y consuelo, dignificando las almas y echando los más firmes cimientos del enriquecimiento de la patria, es ya merecedora de una historia biográfica que comienza a levantar el monumento que le debe el agradecimiento nacional.
Lo que le ha enseñado una rica experiencia de muchos años y ha rumiado él incesantemente al calor de su celo, acaba de verterlo en una hermosa obra titulada La reconstitución nacional por los sindicatos agrícolas.
No es obra ésta, como tantas que se anuncian, vulgares y que nada dicen: es un tesoro de amor cristiano y de organización sindical. Es obra de que no debiera carecer un solo párroco, ni un solo gran propietario, ni un solo propagandista cristiano.
No falta en ella la consideración doctrinal ni el rasgo oratorio de gran elocuencia relativos a la palpitante cuestión social de España; consideración y rasgos que sacuden vigorosamente a las conciencias dormidas y son aguijonazos fuertes a cuantos tienen alguna misión social que cumplir; pero es, ante todo, la obra del P. Correas obra de práctico y de organizador. No falta en ella el más insignificante dato que pueda necesitar el que se siente con vocación social en el campo; todas las dificultades de organización y de funcionamiento interno y legal que se presentan en las asociaciones agrarias están llanamente resueltas en La reconstitución nacional por los sindicatos agrícolas; de suerte que el más corto de alcance puede con su ayuda constituirse en director y propulsor de la más provechosa obra de restauración nacional.
¿Cuándo aprenderemos los españoles a gastarnos el dinero no en locuras que nos disipan y empequeñecen, sino en elementos de estudio que nos rehabiliten y engrandezcan? Seis pesetas cincuenta céntimos cuesta la obra que recomendamos; pero, no lo duden los lectores, darlas por ella es canjear escoria por oro puro, no sólo por elemento intelectual sólido que ella contiene, sino también porque en su doctrina hallarán la fuente del enriquecimiento material de los pueblos.
Tanto más hemos de adquirirle ejemplares de su hermosa obra al P. Correas, cuanto es ya hora de que no sólo hallen apoyo y prosperen entre nosotros los danzantes y toreros, sino más que nadie los hombres sacrificados, que han consagrado su vida a la prosperidad material y espiritual de España. Esa obra será en todas las bibliotecas, aunque las ocupaciones no permitan leerla, una ejecutoria de españolismo y de protesta a la leyenda de nuestra frivolidad.
Los pedidos al autor, Secretariado Nacional Católico Agrario, Cervantes 25, Madrid.
Jaime Torrubiano Ripoll (El Defensor de Córdoba, 10 de marzo de 1918)

UN GRAN APÓSTOL
Tal vez sea yo el escritor contemporáneo que más se ha preocupado y más ha escrito, de un tiempo a esta parte, de la cuestión clerical en España, cuestión en la cual, a la hostilidad callejera siempre contraproducente, a la corta o a la larga, ha sucedido la terrible y mortífera hostilidad del silencio calculado y satánico.
Los proyectos que el estudio de tal cuestión me ha sugerido, que comencé a exponer en El Correo Español y que he de desenvolver en El Pensamiento Español, próximo a salir a la luz, van acompañados de la obsesión de unos pocos hombres, escasísimos por desgracia, del clero actual, cuya obra tenaz y perseverante de sabia evangelización es preciso poner a la luz del día.
De uno de ellos quiero ocuparme hoy, estrella de primera magnitud en el cielo del apostolado social.
Tiempo ha que profeso adoración cariñosísima al infatigable y virtuosísimo sacerdote don Juan Francisco Correas; ha sido maestro de todos los propagandistas agrarios que hoy siembran con tanto fruto por España la semilla de la sindicación cristiana. En este terreno, tres hombres han precedido a todos en la acción y en la organización: Aznar, Correas y Morán; Aznar y Morán son los hombres del cerebro. Correas es el hombre del corazón y de la acción. Correas ha templado las almas de esa brillante juventud, que enamora, que es la esperanza de la patria futura, que pisa con huella de luz y de amor los campos esquilmados por la usura y quemados por las lágrimas del pobre. La gigante Confederación Nacional Católico Agraria tiene por padres a Aznar, a Correas y a Morán; no puede desconocerse sin ingratitud y España no puede olvidarlo sin deshonor.
Con dolor he contemplado como otros se han alzado con la honra y con el provecho, no, tal vez, por culpa de ellos, que son también grandes apóstoles, sino por obra de cierta prensa personalista, cuyos extravíos no nos es lícito todavía poner de manifiesto. Yo que, voluntariamente, en el altar de la sinceridad y de la pureza cristiana, me he cerrado todas las puertas que se me abrían a la gloria y al esplendor humanos, por aquello de San Pablo: “lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”, rompo una lanza por esos hombres ilustres, cumpliendo el precepto del divino maestro: “Que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos”.
La obra de Correas es extensísima y de hondas raíces. Sólo un sacerdote como Correas pido en cada diócesis; uno solo.
En sucesivos artículos quiero poner de manifiesto la obra de Correas. El señor Obispo de Jaén, como vigilante pastor, ha sabido conocer el gran valor, escondido por intereses personales, y lo ha llevado a sí, y ha hecho de su palacio episcopal nido de águila social agraria para que lo convierta en hoguera de apostolado cristiano; y desde él ha remontado ya su vuelo el ave de la paz de los campos andaluces y extremeños.
Felicitamos muy calurosamente al insigne Prelado de Jaén por el insuperable acierto, ¡y el Padre Correas nos perdone la audacia de poner nuestra mano pecadora en su gloriosa historia!; tiempo ha que debimos hacerlo, pero inexcusables ocupaciones nos lo han impedido.
Debemos acompañar en su camino a los hombres que trabajan, sembrándolos de flores y colmándoles de dulzuras y de alientos para que no desfallezcan, ¡el consuelo de la gratitud no mancilla la rectitud de la intención ni la pureza del merecimiento; somos hombres, y los suaves caminos del espíritu, cuando son verdaderamente divinos, son muy humanos.
Jaime Torrubiano Ripoll (El Defensor de Córdoba, 14 de junio de 1919 y Gaceta de Tenerife, 1 de julio de 1919)

27 de mayo de 2009

Reglamento para Círculos de Obreros Católicos

En la Asamblea de Asociaciones Católicas celebrada en la ciudad catalana de Tortosa el día 10 de diciembre de 1887 se aprobó este reglamento modelo para la fundación de Círculos de Obreros Católicos, que fue ratificado en el Congreso Católico de Zaragoza, adelantándose a la encíclica Rerum Novarum de 1891. Los Círculos Católicos para obreros nacían, casi siempre, por iniciativa de algún párroco que sumaba voluntades entre patronos y burgueses de su feligresía para abrir un centro que bajo el manto cultural apenas ocultaba su intención catequizadora y que sólo tenía de obrero el objetivo de atraer a su seno a los trabajadores de la industria y del campo que estaban organizándose en torno al socialismo y al anarquismo. Fueron, además, uno de los principales componentes del entramado del catolicismo social, junto con los "luises" y los Sindicatos Católicos. Ofrecemos un extracto del reglamento de estos Círculos de Obreros Católicos.
Encíclica Rerum Novarum, 1891 (Archivo La Alcarria Obrera)

CAPÍTULO PRIMERO
Objeto y Medios del Círculo
Artículo 1º.- Los fines del Círculo Católico son cuatro:
1º El religioso, que consiste en conservar, arraigar y propagar las creencias católicas, apostólicas, romanas, empleando al efecto todos los medios convenientes para formar obreros honrados y sólidamente cristianos.
2º El instructivo, que se dirige a difundir entre los obreros los conocimientos religiosos, morales, técnicos, de ciencias y artes, literarios y artísticos.
3º El económico, que se realiza por medio de la creación de una Caja de Socorros mutuos, del fomento de toda clase de asociaciones para la compra de semillas, herramientas, abonos, etc., y para indemnización mutua de las pérdidas sufridas en las industrias agrícolas por caso fortuito, para adquisición de primeras materias, instrumentos y máquinas para los obreros industriales; de la fundación de una Caja de Ahorros y Monte de Piedad, y finalmente, por medio de la promoción de toda asociación y de todo cuanto tienda a la mejora del obrero pobre bajo su aspecto económico.
4º El recreativo, que se cumple proporcionando a los socios una prudente expansión y recreo, que deberá procurarse que sea sin menoscabo de la vida de familia.
Art. 2º.- El Círculo, como sociedad católica, depende directamente del Prelado, estando además subordinado al respectivo Consejo diocesano de los Círculos de Obreros Católicos.
Art. 3º.- El Círculo se coloca bajo la protección del Santo que eligiere por Patrono en Junta general.
Art. 4º.- El Círculo debe permanecer ajeno a toda lucha política y de localidad, quedando absolutamente prohibida dentro del mismo toda discusión sobre estos puntos.
Queda también absolutamente prohibida la asistencia del Círculo a todo acto, procesión y manifestación patriótica que revista carácter político, y aún a las procesiones meramente religiosas no podrá asistir el Círculo sin previa invitación de la autoridad eclesiástica, y, en caso de duda acerca del carácter que reviste el acto o manifestación, se consultará al Prelado diocesano, ateniéndose a su resolución.
CAPITULO SEGUNDO
De los Socios y su Admisión
Art. 5º.- Los socios serán numerarios u obreros, protectores y copartícipes.
Art. 6º.- Serán admitidos como socios protectores los mayores de catorce años que paguen al menos una peseta al mes y renuncien a todo derecho al socorro.
La Junta Directiva declarará protectoras del Círculo a las señoras que a su juicio merezcan tal distinción, organizando comisiones de asistencia y vela para las viudas, esposas y familias de socios numerarios que tengan la consideración de copartícipes.
Art. 7º.- Podrán ser socios numerarios todos los considerados como obreros, residentes en la localidad, mayores de catorce años y que no hayan cumplido los setenta, ni padezcan enfermedad crónica, según certificación facultativa.
Art. 8º.- Serán socios copartícipes las esposas y familias de los socios numerarios y las viudas y huérfanos que adquieran derecho al socorro, mediante el pago de la cuota correspondiente por persona.
Art. 9º.- Para ser socio de este Círculo se necesita:
1º Ser católico, apostólico, romano y de buena conducta.
2º Ser presentado por uno o más socios.
3º Ser aprobada su admisión por la Junta Directiva en votación secreta y por la mayoría de los presentes.
Art. 15.- Los socios de este Círculo toman sobre sí la obligación especial de no blasfemar, de no profanar los días de fiesta y de dar buen ejemplo con su conducta cristiana.
Art. 16.- La Junta Directiva expulsará a cualquier socio que llevare una vida disoluta, hiciera alarde de incredulidad o escandalizare con su conducta inmoral, si después del primer aviso no se advirtiere inmediata y radical enmienda.
Igualmente expulsará la Junta Directiva a todo socio que quebrante las disposiciones reglamentarias y acuerdos de las Juntas general y directiva, y perturbe el buen orden del Círculo, si después de tres amonestaciones persistiese en su conducta.
CAPITULO TERCERO
Medios de conseguir el fin religioso del Círculo.
Art. 17.- El Círculo celebrará cuatro comuniones generales al año, una de ellas en la época del cumplimiento Pascual, otra en el día que se verifique la fiesta del Santo Patrono del Círculo, y las otras dos en aquellas festividades que se indiquen por el señor Consiliario.
Art. 18.- El Círculo solemnizará anualmente la fiesta de su Santo Patrono en la forma que determine la Junta Directiva.
Art. 19.- La Junta Directiva procurará que todos los años se den ejercicios espirituales a los asociados.
Art. 20.- Para evitar la blasfemia, la profanación de los días festivos, la exhibición de láminas y letreros obscenos e irreligiosos y enseñar el Catecismo, se establecerá, bajo la dirección de los Consiliarios, una o varias asociaciones, de las que formarán parte los socios numerarios y protectores que lo deseen.
También procurarán dichas asociaciones, como uno de los fines principales del Círculo, promover la frecuencia de Sacramentos entre sus socios, la lectura espiritual, auxilio de los enfermos y la institución del Apostolado de la Oración.
Se encargará a todos los socios que den el mayor impulso posible a estas laudabilísimas asociaciones, favoreciendo en todo a los miembros de ellas en esta propaganda espiritual y religiosa, dentro y fuera de los Círculos de Obreros Católicos.
Art. 21.- En la Comunión general del día en que se celebre la fiesta del Santo Patrono del Círculo, deberá hacer él mismo, y con la mayor solemnidad posible, la profesión de la fe católica, apostólica y romana.
Art. 22.- Para honrar a la Santísima Virgen y fomentar las prácticas de la vida cristiana, se rezará públicamente en el local del Círculo el Avemaría tan luego como se haga el toque de campana que lo indica, y al de las segundas oraciones se rezará por las benditas almas del Purgatorio.
Art. 23.- Se aconseja a los socios procuren restablecer con su ejemplo las venerandas y cristianas costumbres de saludar con las palabras "Ave María Purísima", de descubrirse al pasar ante las imágenes y las puertas de los templos, de saludar también a los sacerdotes y autoridades, de asistir con devoción a la Misa conventual en los días festivos y a las procesiones y actos religiosos y, en una palabra, hacer todo aquello que desde el punto de vista de religión y de cristiana educación y cortesía pueda edificar a los demás.
Art. 24.- El Círculo procurará asociarse a los actos de piedad que se celebren en la población, en especial a la práctica del Vía crucis en tiempo de Cuaresma, al rezo público y procesional del Santo Rosario, procesiones del Corpus y de los Santos Patronos de la población y Cuarenta Horas de los días de Carnaval.
CAPITULO CUARTO
Medios de conseguir el fin instructivo del Círculo.
Art. 25.- Para cumplir el Círculo su fin instructivo, se establecerá el Patronato de la
Juventud Obrera, cuyo reglamento va adjunto. A dicho Patronato pertenece abrir clases nocturnas de primera enseñanza, tan luego como el estado de fondos lo permita, o cuando algún socio se ofrezca voluntariamente a desempeñadas. De idéntica manera y sucesivamente se ofrezca el dar la enseñanza de aquellos conocimientos especiales que tengan aplicación más general a los socios del Círculo.
La apertura del curso escolar en sus escuelas se celebrará con una comunión, a la que, a más de asistir los socios, concurran los escolares que se hallen con aptitud para ello, y se cerrará con una solemne distribución de premios.
Art. 26.- La Junta Directiva dispondrá que bajo la dirección de los Consiliarios se celebren conferencias sobre puntos religiosos, científicos, literarios y técnicos, procurando que estén a cargo de personas de reconocida competencia.
Art. 27.- En el Círculo existirá una biblioteca y gabinete de lectura, rigiéndose ambos por un reglamento especial formado por la Junta Directiva, en el que se determinarán la forma y condiciones en que en su caso podrán dejarse a domicilio a los socios los libros de la biblioteca.
CAPITULO QUINTO
Medios de realizar el fin económico
Art. 31.- Para que el Círculo cumpla con su fin económico deberá establecer, desde luego, una Caja de Socorros Mutuos para los socios enfermos. Paulatinamente, y según las circunstancias de la población y del Círculo, previo acuerdo de la Junta General, podrá establecer una Caja de Ahorros y Monte de Piedad, tiendas de abastecimiento, ropas y viviendas en los mismos, tiendas-asilos o cocinas económicas, cuando así lo reclamaren las circunstancias, y Cajas de Socorro para ancianos e inválidos del trabajo.
El Círculo procurará el fomento de asociaciones formadas exclusivamente de sus socios para la compra de semillas, herramientas, abonos, etc., y para indemnización mutua de las pérdidas materiales, instrumentos y máquinas para los obreros industriales, y finalmente la promoción de todo cuanto tienda a la mejora del obrero pobre bajo su aspecto económico.
SECCIÓN PRIMERA
De los Socorros a los Socios
Art. 32.- El Círculo abonará a los socios enfermos tantas pesetas o tantos céntimos diarios en los primeros meses de su enfermedad, y tantos céntimos de peseta diarios después de este tiempo hasta el plazo que se juzgue oportuno, recibiendo la mitad los que paguen media cuota.