El
ideario anarquista construido en el último cuarto del siglo XIX no tuvo una
exclusiva traducción política o social; por el contrario, la riqueza y
pluralidad del ámbito libertario se alimentó de teorías sociales destinadas a
la solución de los muchos problemas de la vida cotidiana de las clases
populares, especialmente de las urbanas e industriales. El higienismo, la
educación permanente y no reglada de los ateneos, el consumo de los bienes de
primera necesidad mediante cooperativas, las sociedades de socorros mutuos como
expresión del apoyo mutuo…
Una
de las corrientes, en principio ajenas al anarquismo pero que confluyeron con
él, fue la de los neo maltusianos, aquellos que defendían el control de la
población para mejorar la distribución de unos bienes que se sabían escasos y
que, para los trabajadores, se sumaba la idea de que el control de la natalidad
disminuía el ejército de reserva del capitalismo y haría mejorar las
condiciones laborales del proletariado por el juego capitalista de la oferta y
la demanda en el llamado mercado laboral.
Presentamos
un folleto, Malthusianismo y Neo-Malthusianismo, escrito por el anarquista
Manuel Devaldés y traducido al castellano por el imprescindible José Prat. Fue editado en Barcelona en 1908 por la
Biblioteca Salud y Fuerza y no es muy conocido, a pesar de que explica
perfectamente las características de los neo maltusianos.
Tan injusta como violentamente, y a veces
groseramente, se ha atacado la doctrina neo-malthusiana y la respetada
personalidad de sus vulgarizadores en todos los países. Permítaseme, pues,
defender desde aquí, una y otros por el único medio apropiado a las
circunstancias: por una exposición, desgraciadamente demasiado sucinta, de la
teoría neo-malthusiana que ignoran el noventa por ciento de las gentes, lo que
no les impide, de todos modos, combatirla a sangre y fuego. Compárense luego
los documentos que aporto, y que no tengo la pretensión de haber descubierto,
con las negaciones sin pruebas y con las creencias de los religiosos de toda
idea apriorística molestada por el florecimiento de una verdad experimental.
Compárenselos asimismo, con las tonterías más o menos descabelladas que se han
dicho sobre los remedios a la ley de la población, remedios que únicamente se
vuelven deshonestos cuando los moralistas y los pornográficos han vomitado
encima.
I
La ley de la población formulada en 1798
por Malthus en su Ensayo sobre el principio de la población, consiste en que, a
no hallar ningún obstáculo que se lo impida, la población crece indefinidamente
en progresión geométrica, mientras que la cantidad de las subsistencias que
pueden dar un terreno limitado está necesariamente limitada, o dicho de otro
modo, que la población tiene una tendencia constante a aumentar más allá de sus
medios de subsistencia.
La ley de la población arranca de tres
leyes fijas y eternas de la naturaleza, absolutamente independientes de
cualquier estado social:
-La ley de ejercicio, que gobierna los
órganos y las emociones de la reproducción y coloca al ser humano, so pena de degeneración
física y moral, en el imperioso deber de ejercitas estos órganos y de
satisfacer el deseo de estas emociones.
-La ley de fecundidad, consecuencia de la
que precede, que regula las facultades de reproducción, y sobre todo,
posibilita a la mujer que tenga una descendencia media de doce a diez y seis
hijos.
-En fin, la ley de industria agrícola o de
producción decreciente, que regula la producción de la tierra, es decir, el
aumento de nuestras subsistencias. La característica de esta ley reside en que,
después de una primera fase en los progresos del cultivo, el producto del
terreno no aumenta en proporción del trabajo que se aplica, o dicho de otro
modo, que el producto proporcional de la industria agrícola tiende a disminuir.
Ciertos progresos de la civilización, como
el perfeccionamiento de la ciencia agronómica, el mejoramiento de los medios de
transporte, la extensión de la maquinaria, etc., pueden atemperar, pero
débilmente, el rigor de la ley de productividad decreciente, demasiado
débilmente para poder suprimir normalmente el desequilibrio que puede existir
entre una población y sus subsistencias. Hay, por lo demás, en todo esto, una
razón perentoria, y es que a cada grado que se franquea en la escala del
bienestar, es decir, en el aumento de las subsistencias, lleva consigo
infaliblemente un aumento de la población que en los países demasiado poblados
acaba por anular el efecto bienhechor de estos progresos. Procediendo éstos a
saltos bruscos, se sigue que a cada período de una mayor producción sucede, con
relación a la nueva cifra de población, un período doloroso de depresión en la
cantidad de las subsistencias.
Es necesario que digamos aquí algunas
palabras sobre la influencia de la población en los salarios de los
trabajadores y los beneficios de los capitalistas. La ley de los salarios y la
de los beneficios no derivan de la naturaleza de las cosas como las tres
precedentes, sino que son establecidas y mantenidas en vigor por la autoridad
gubernamental y podrían ser abolidos por la voluntad de la mayoría; como todas
las leyes de distribución no tienen sino una transitoria significación de
actualidad, pero viviendo en el presente y sometidos a estas leyes, es
necesario que las tengamos en cuenta.
Los salarios dependen de la oferta y la
demanda de trabajo, o en otros términos, de la proporción entre el número de
los obreros y el capital. La abundancia de la oferta hace bajar la tarifa de
los salarios, su rareza la hace subir. De otro lado, los beneficios de los
capitalistas dependen del coste del trabajo, y bajan cuando los salarios bajan
y recíprocamente. Vese, por consiguiente, quién pueda tener interés en la
“repoblación” como dijo Piot, es decir a que haya un exceso de población.
Una parte de la miseria resultante de la
baja de los salarios y su estacionamiento en una baja tarifa es debida,
ciertamente, al sistema actual de reparto de las riquezas, pero ésta es nada
comparada con la que resulta del exceso de población, fenómeno al que no
prestan atención los socialistas, atribuyendo el pauperismo exclusivamente al
sistema de repartición. Hacen mal de no fijarse en ello cuando lo descuidan con
sinceridad, pues los hay que esperan la voluntad de emanciparse, del exceso de
miseria del proletariado y conscientemente se callan respecto de este peligro
inmediato del exceso de población.
Los socialistas sinceros hacen mal en
desdeñar las enseñanzas malthusianas. Supongamos instaurados el colectivismo o
el comunismo: todos los individuos se han vuelto, obligatoria o libremente,
trabajadores asociados. He aquí que son iguales en la misma dependencia del
fondo común y con iguales derechos a acudir a él en sus necesidades; pero de
todos modos no dejan de estar igualmente sometidos a los efectos de la ley de
la industria agrícola socializada. En caso de exceso de población, la igualdad
en el reparto conduciría a la igualdad en la miseria, lo cual acaso sea un
progreso relativo, pero no absoluto. Colectivista o comunista, la nueva
sociedad tendrá que tener en cuenta la lay de la población, so pena de muerte.
Malthus estableció que la población, si
ningún obstáculo viene a impedírselo, crecería indefinidamente en razón
geométrica. Si la progresión geométrica de la población fuese: 1, 2, 4, 8, 16,
32, 64, 128, 256, las subsistencias aumentarían según la progresión aritmética:
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Evidentemente no es más que una figura, pues que el
aumento real de las subsistencias no puede determinarse de modo tan simple,
pero esta figura da una idea de la proporción de acrecentamiento de los dos
factores de la ley de la población. Excepto al principio de una colonia nueva,
tiempo relativamente corto representado por las cifras 1, 2 de las dos
progresiones citadas, el desequilibrio es, pues, constante entre la población y
las subsistencias. Sin embargo, nos hacen observar los espíritus superficiales,
todos los seres humanos que pueblan la tierra hallan su subsistencia desde el
momento en que existen, por lo tanto, hay equilibrio y la ley de Malthus es
falta.
Esta objeción banal es debida a que la
naturaleza tendencial de la ley de la población impide comprobar directamente
sus efectos. Una le y tendencial es una ley cuyo efecto teórico puede en la
práctica, bajo la influencia de una o varias causas, hallarse modificada; de
otro modo sería una ley positiva y en este caso su realidad obrante estallaría
a los ojos del más miope. Inútil que digamos que por tendencial que sea una ley
natural, como por ejemplo la de Malthus, no cesa nunca de obrar, puesto que es
ley; su acción está velada por los efectos reales que la acción de otras causas
producen, pero no deja de obrar ni de contribuir a terminar sus efectos. Nos
interesa refutar la objeción susodicha, pues aquí es cuando se puede hacer
esperar la reacción dolorosa de la naturaleza contra lo que, desde luego, podemos
llamar la imprevisión humana.
Las manifestaciones de la ley de la
población se presentan diversamente según que se considera la suerte de uno u
otro pueblo, pero principalmente según se trate de un país nuevo o de uno
viejo, colocándose en el punto de vista de la civilización. Por lo demás, estas
manifestaciones no son diferentes sino porque los momentos de desarrollo de
estos países son diferentes en el momento de la observación, en definitiva las
conclusiones permanecen siendo idénticas en uno y otro caso.
La acción de la ley de la población en los
países nuevos es de las más simples. El terreno, al principio, está inculto;
basta un primer esfuerzo para ponerlo en estado de producir; siendo entonces
poco numerosa la población, no se siente como en los países viejos la necesidad
de cultivar las tierras de inferior calidad, de rendimiento escaso y costoso;
explótanse únicamente las tierras fértiles que producen más con menor capital y
menos trabajo. Entonces se establece un equilibrio de riqueza entre la población
y las subsistencias. Es la edad de oro. Poco importa entonces a los individuos
que la población aumente, nadie sufre por ello, ya que gracias a la fecundidad
del suelo, casi ilimitada, las abundantes cosechas aseguran a los que van
llegando las necesarias subsistencias. Y en efecto la población va entonces
creciendo. Por regla general se admite, y esto resulta de las observaciones de
Malthus y de sus sucesores efectuadas en las colonias nuevas, que en
circunstancias favorables la población aumenta en una progresión geométrica tal
que se se dobla en veinticinco años.
Esta facilidad de la vida que caracteriza
los países nuevos, va disminuyendo con el tiempo, a medida que se van haciendo
viejos, con una población cada vez más densa y el cultivo cada vez más
minucioso de los terrenos de inferior calidad. Entonces también se establece un
equilibrio de miseria. El desequilibrio teórico se convierte en la práctica en
un equilibrio relativo, o más exactamente, en una apariencia de equilibrio que
disimula el desequilibrio existente en realidad entre la población y las
subsistencias y que ve claramente todo aquel que observe algo el fenómeno. Este
equilibrio relativo puede variar en los individuos desde el bienestar a la
miseria, pero socialmente no puede ser calificado más que de pobre.
Una obra recién publicada por Gabriel
Giroud, Población y subsistencias,
nos ilustra sobre la naturaleza exacta de ese desequilibrio. Utilizando las
cifras suministradas por las estadísticas oficiales de cada nación, Giroud ha establecido,
tomando un año de producción mediana, el cálculo de las subsistencias,
vegetales y animales, puestas a disposición de la humanidad, deducidas las
necesarias para futuras siembras y alimento de los animales. Es un estudio
concienzudo tan preciso como permiten las estadísticas, pero cuyas
aproximaciones son más bien favorables al lado optimismo del asunto. Ahora
bien, después de haber establecido la parte media que, en la hipótesis de un
reparto igual, tocaría a cada individuo, y haberla comparado con las
necesidades de una alimentación racional, el autor llega a esta terrible
conclusión: “Falta casi un tercio de albuminoideas a la ración que corresponde
a cada individuo en el reparto de los productos de la tierra. La tierra no
alimenta más que a dos tercios de sus habitantes. Los hombres no disponen más
de dos terceras partes de las tres que debieran poseer”.
He aquí a lo que queda reducido este
famoso equilibrio invocado por los espíritus superficiales. Equilibrio pobre,
tanto más en nuestros viejos países de Europa que el conjunto estadístico sobre
el cual el señor Giroud comprende países donde, sin ser absolutamente nuevos,
la industria agrícola produce suficientemente para una población que aún no es
excesiva (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.).
Y, ¿cómo se establece este equilibrio
relativo, que podría ser equilibrio perfecto si interviniere la voluntad del
hombre? Pues se establece por medio de los obstáculos denominados frenos de la
población.
En último análisis, se descubre un
obstáculo único al aumento ilimitado de la población: la falta de subsistencias
obrando, sea bajo su forma positiva, sea bajo la del miedo a la falta de
subsistencias. Esto se ve muy claro cuando se examina la situación de las
sociedades humanas primitivas. Si hacemos caso omiso de las víctimas de las
grandes catástrofes naturales, eventualidades que igualmente amenazan a
civilizados y primitivos, se puede afirmar que en estas sociedades la población
halla un freno casi exclusivo en la muerte prematura por hambre, manifestándose
por casos aislados o por épocas de gran hambre o por guerras para apropiarse de
las subsistencias. A modo de previsión, por miedo al hambre, se practica el
infanticidio, sobre todo sobre las jóvenes, y con la muerte provocada de los
más viejos. Pero en las sociedades civilizadas el obstáculo reviste mayor
complejidad de aspectos debido a la organización social.
Malthus había dividido los frenos de la
población en dos grandes clases: los preventivos y los represivos. Los primeros
reúnen los diversos medios de evitar los nacimientos: el celibato o
continencia, la prostitución y la esterilidad voluntaria o prudencia
procreatriz. Los segundos abarcan todas las causas de muerte prematura: los
trabajos insalubres, el trabajo excesivo, la exposición a la intemperie de las
estaciones, la extrema pobreza, la insuficiencia de cuidados al niño, los
excesos de todo género, las enfermedades, las epidemias, las guerras, las
pestes, las hambres, etc. Para mejor precisar la naturaleza de los frenos los
subdividió en tres clases: la reserva moral (celibato o continencia), el vicio
(prostitución o esterilidad voluntaria o prudencia procreatriz) y la miseria
(muerte prematura por causas diversas).
Esta clasificación no corresponde ya a las
concepciones de la ética ni a la experiencia de nuestros tiempos. Los
neo-malthusianos la han abandonado; observan que en los países viejos concurren
cuatro frenos, por hecho natural, de la sociedad o del individuo, a la obra de
limitar la población y son: el celibato, la prostitución, la miseria y la
prudencia sexual. Por poco que se reflexione y se admita que la sociedad debe
ser la cosa del individuo –y no el individuo cosa de la sociedad- se
comprenderá que si la sociedad de los viejos países (o mejor la clase directora
y poseedora) puede considerar sanamente preventivos y favorecer frenos tales
como la continencia y la prostitución, el individuo, en cambio, debe
rechazarlos con todas sus fuerzas porque son cadenas de esclavitud. Por lo
demás, y en realidad, el celibato y continencia y la prostitución no son de
ningún modo queridos de los individuos que a ellos se entregan; son necesidades
que sufren o por falta o por temor a verse faltados de subsistencias,
necesidades que, consiguientemente, se confunden con la miseria para no formar
con ésta sino un solo freno único represivo.
No shallamso, por tanto, en presencia de
dos frenos principales: uno, represivo, doloroso; la miseria bajo sus múltiples
aspectos; el otro, preventivo, por consiguiente capaz de suprimir el
precedente; la prudencia sexual.
A la humanidad toca escoger uno u otro.
II
Desde que la verdad de la ley malthusiana
nos convence, lógicamente debemos preocuparnos en limitar la población al nivel
que requiere la cantidad de subsistencias disponibles, con la ayuda de los
medios no dolorosos sugeridos por la actividad humana, es decir, sustituyendo
al freno represivo miseria, el freno preventivo prudencia sexual. Esto
practican los neo-malthusianos.
Malthus, que era sinceramente bueno, se
preocupaba de esto. Pero este buen hombre era religioso. Lo que hubiera podido
hacer su bondad, se lo impedía el dogma. Se ha podido observar que en su
clasificación de los frenos, Malthus comprendía en la categoría del vicio, la
prudencia procreatriz que hoy preconizan los neo-malthusianos. Para todo aquel
que piense libremente, es perfectamente absurdo considerar como vicio la
esterilidad voluntaria, por el motivo que el individuo que se aplica a
obtenerla no practica simultáneamente la continencia, mientras que la misma esterilidad
será calificada de virtud cuando la acompaña la continencia; pero esto se
comprende perfectamente en el cerebro de un sacerdote cuidadoso de hacer
respetar los dogmas de su iglesia.
Por esto el medio de Malthus era, ante
todo, “moral”. Era la moral restreint,
expresión que traducen imperfectamente las de reserva moral y de prohibición
moral. La moral restreint quiere
significar el celibato mientras el hombre no puede subvenir a las necesidades
de una decadencia eventual, la castidad absoluta en el celibato, la gran
moderación procreatriz hasta en la unión conyugal y el retorno a la completa
abstinencia después del nacimiento de un número de hijos muy restringido. En
esto reconocemos en Malthus a un antepasado de Beranger.
El remedio de Malthus equivalía al mal que
trataba de combatir. Acaso era peor que el mismo mal. En todo caso atestigua un
desconocimiento radical de la gran ley fisiológica del ejercicio. Además de que
su naturaleza fue una de las razones de la impopularidad reservada a la memoria
de este economista, fue también una de las causas más importantes del retraso
en tener en cuenta la ley de la población en la clase social que más necesitaba
prestarle atención: el proletariado. Desviose de esta doctrina que, para
asegurar el pan a la humanidad, la privaba de una cosa que multitud de
arraigados prejuicios hacíanla considerar generalmente como derivada de una
necesidad secundaria: el amor, ante cuya privación todo el mundo retrocede,
prefiriendo la falta de pan a la falta de amor.
Sería, de todos modos, necesario
entenderse sobre el significado de este vocablo “amor” y para esto, disociar
las ideas particulares que constituyen su idea general.
Trátase aquí de la satisfacción de esto
que Letourneau llamó “la necesidad de la voluptuosidad”, impropiamente llamado
hasta el presente la necesidad de la generación. La atracción poderosa que nos
lleva a buscar las relaciones sexuales no es, en la mayor parte de los casos,
la necesidad de engendrar hijos; “es el deseo de experimentar la impresión más
voluptuosa de que es susceptible el hombre” (Fisiología de las pasiones), Pero no hay placer sin pena, dice un
refrán, y el amor es un lazo que al hombre tiende la naturaleza, agrega otro.
El neo-malthusianismo suprime la pena que antes, gracias a la ignorancia, era
inherente a la voluptuosidad, y la generación deja de ser una trampa para
transformarse en su acto consciente.
La época de Malthus se había detenido en
la cristiana y espiritualista “verdad”: amor-procreación. El mismo Malthus,
cristiano por excelencia, puesto que era pastor protestante, un cristiano
completo en el sentido stirneriano de la palabra, fue incapaz de separar estas
ideas y forjar la “verdad” nueva, atea y materialista, de nuestros tiempos:
amor-voluptuosidad.
Por el hecho de su error, Malthus anuló
para mucho tiempo el fruto de su importante descubrimiento. La moral restreint debía dar, según él,
pero con sufrimiento del que no se daba cuenta, los mismo resultados que sus
continuadores más ilustrados pretenden dar sin sufrimiento, gracias a la
evolución de las ideas morales y al conocimiento más profundo de la fisiología
en nuestra época. Pero no podía por esto ser aceptada fácilmente porque es
contraria a la naturaleza humana; por esto la miseria florece más cada día en
este viejo mundo en espera de invadir el nuevo. Y no es el deseo de
libertárselo que falta a los hombres sino los conocimientos científicos.
En 1820, cuando se comprobó la bancarrota
del maltusianismo, aparecieron en Inglaterra los primeros neo-malthusianos.
Estos se distinguen sobre todo de los malthusianos primitivos por la naturaleza
del remedio que aporta a la ley de la población. Se esfuerzan en resolver la
antinomia que expresa el dilema malthusiano: carecer de pan o carecer de amor y
unen estas dos pasiones igualmente vitales, antagónicas presentamente, pero que
cesan de serlo desde que la ciencia les presta su apoyo.
En 1854, uno de los más notables, el
malogrado Dr. Jorge Drysdale, que murió hace poco, publicó esta biblia del
meo-malthusianismo que lleva por título Elementos
de ciencia social, libro admirable que todo hombre y mujer debiera leer
desde su juventud, libro traducido a todas las lenguas europeas y en el que
todos los hechos sociales, todos los actos humanos están juzgados según el
criterio de la filosofía determinista más rigurosa, y por consiguiente, la más
generosa. “La pobreza –escribe su autor- es una cuestión sexual y no una
cuestión de política y de caridad; no se puede remediarla sino con remedios
sexuales”. ¿Qué medios son éstos? No nos pertenece extendernos aquí sobre este
particular, extensamente desarrollado en Elementos
de ciencia social, y, sobre todo, el explícito folleto, Medios de evitar las familias numerosas.
El conocimiento de la ley de la población
y de su remedio comenzó en Francia hace pocos años entre el proletariado y esto
gracias a los esfuerzos de un hombre querido a los innovadores sociales por su
bello experimento pedagógico de Cempuis, Pablo Robin, sabio que en 1895 fundó
la Liga de regeneración humana,
sociedad internacional que con su órgano Regeneration
se extiende grandemente.
Inglaterra y Holanda poseen una
organización poderosa; la primera desde 1877, con la Malthusian League y su periódico The Malthusian; la segunda desde 1895 con la Niew Malthusianische Bond. En Alemania existe el Sozial harmoniche Verein desde 1893 con
su periódico Sozial Harmonie. A estas
asociaciones nacionales hay que añadir diversas secciones belgas, españolas y
americanas de más reciente fundación. En fin, desde la Conferencia
Internacional de 1900 estas diferentes Ligas están unidas en Federación
universal. Si el argumento patriótico de los procreatomanos no tuviera ya en sí
ningún valor, encontraríase bastante debilitado por el hecho de esta
inteligencia internacional.
Lo que prueba la importancia de la
cuestión, la vitalidad de la doctrina y la necesidad de la acción, es que la
literatura y el teatro en Francia se han apoderado del tema para vulgarizarlo,
como lo atestiguan las obras de la joven escuela fisiológica, según la afortunada expresión de Miguel Corday.
Citemos Maternité, Les avariés de Brieux, La Grappe, de Mauricio Landay, Venus o les deux risques y Sésame ou la maternité consentie, de
Miguel Corday, y L’Ensemencée, de J.
H. Caruchet, etc. etc.
Todo esto, se nos dirá, es de poca importancia
comparado con la inmensa miseria. Sin duda, pero la acción neo-malthusiana,
joven en la actualidad, se ampliará, no cabe dudarlo, y como la prudencia
sexual se identifica tan íntimamente con el interés del individuo, en su
personalidad tanto como en su asociación, que le basta conocer los medios para
utilizarlos, nos es permitido asegurar que se generalizará en un porvenir tanto
más próximo cuanto que los humanos habrán sustituido su mentalidad religiosa
por una mentalidad científica. Sea lo que fuere, desde luego asegura ya al
individuo consciente la posibilidad de un mejor bienestar inmediato.