Hoja de servicios militares de Felipe Lozano (Archivo Militar de Segovia)
En la portada del número cinco de El Republicano, fechado en Guadalajara el día 6 de abril de 1902, se publicaba un artículo titulado “Loor a D. Felipe Nieto” en el que se rendía un sincero homenaje al promotor de la Escuela Laica arriacense en el ya lejano 1885. Aunque anónimo, el texto, muy seguramente, fue escrito por Fernando Lozano, el único albacea testamentario de Felipe Nieto Benito que aún vivía y auténtico promotor de ese centro educativo, junto con su director, Tomás de la Rica Calderón. En el artículo se pretendía salir al paso de las críticas y anatemas que desde los sectores conservadores y eclesiásticos se lanzaban contra este proyecto, que se materializó pocos meses después. De nada sirvió el alegato; a los niños de Guadalajara se les aconsejaba que al pasar por delante de la Escuela Laica hiciesen la señal de la cruz, como quien aleja de su camino al maligno.
En la primera mitad del pasado siglo, cuando arruinaban y empobrecían a España las terribles guerras religiosas, que nos han constituido en un vergonzoso lunar del mundo civilizado, vino a Guadalajara, deportada de El Burgo de Osma por carlista, la familia de los Nietos.
Uno de sus miembros, D. Felipe, adoptando después la honrosa carrera de las armas, visitó países más cultos que su mojigata cuna, y al ver la luz, comprendió la obscuridad en que él y su familia habían vivido; y como si quisiera redimirla del pecado original de ignorancia en que naciera, dejó la modesta fortuna, acumulada en largos años de economía y privaciones, para la fundación de una escuela modelada en las de esos países cultos.
Designó como ejecutores de su última voluntad a los Sres. Chíes, Pi y Margall y Lozano, identificados en ideas político-sociales con él; pues tal es la evolución del espíritu en los que no le tienen atrofiado por la intolerancia, que el ayer carlista, llega al civilizarse a los campos de la federación y del racionalismo.
Si el legado hubiera caído en manos de alguna orden religiosa, o habría emigrado al extranjero o se habría cancelado con una misa grande que valiera por toda la herencia. Nadie habría vuelto a tener noticias de él.
Los malos, aquellos a quienes los no del todo buenos apellidan de incrédulos, irreligiosos, ateos y otras palabrotas del vocabulario imbécil, han procedido de una manera más generosa, racional y humana.
Enterados de que el difunto D. Felipe Nieto dejaba una hermana en precaria situación, acordaron dedicar a ella todas las rentas del capital. Muerta ella, y también (y desgraciadamente para esta patria degradada por la mojigatería), los Sres. Chíes y Pi, D. Fernando Lozano, único testamentario superviviente va a cumplir la última voluntad del Sr. Nieto.
Parecía lógico que éste hubiera dejado su fortuna al pueblo que le viera nacer, y sin embargo, fijó su mirada en la que había sido su patria adoptiva, Guadalajara, donde los veteranos recordarán haber jugado con él en su infancia.
Pues bien; este rasgo de generosidad digno de encomio, y no imitado por acaudalados hijos de la capital alcarreña, encuentra todavía espíritus anémicos que lo critican y rebajan, apelando al “coco” de los chiquitines, a las horripilantes llamaradas del Purgatorio, muy propias para amilanar la pusilanimidad del niño o la ignorancia de la dama, pero ridículas tratándose de hombres serios y de carrera.
¿No pudieron los superficiales Geroncios dedicar su actividad a mejores empresas? ¿Por qué no imitar al señor Nieto dejando su patrimonio a fundaciones docentes, ya que tanta falta nos hacen, para no figurar, como figuramos, a la cabeza de la incultura grecolatina y germánica?
En nuestro periódico no encontrarán protestas contra nada que de beneficioso se haga en esta desamparada capital. Precisamente recordábamos en el último número las promesas incumplidas del Sr. Conde de Romanones respecto al Instituto, y nuestros elogios merecen las iniciativas de la Condesa de la Vega del Pozo, que tantas necesidades atenúa.
Convencidos estamos de que la educación teocrática ha sido la causa de nuestra ruina. Mientras Felipe II hacía rogativas por el triunfo de su Armada invencible, cuatro medianos barcos herejes la echaban a pique. Mientras llenábamos de bendiciones y escapularios a nuestros buques y a nuestros soldados, 20.000 yankis reclutados en la escoria de los Estados Unidos, sin nociones de arte militar, nos despojaban de todas nuestras colonias, hacían trizas a nuestra escuadra, obligaban a reembarcarse a 200.000 aguerridos soldados españoles, y nos exponían a las befas del mundo culto, como un pueblo sumido en la degradación y la estupidez, digno del reparto, como en tiempos de Carlos II el Hechizado; tiempos, cual los actuales, de fanatismo.
Pero así y todo, las fundaciones benéficas y docentes siempre merecerán nuestros plácemes.
Los enemigos de la cultura nacional, los que llevan quince siglos monopolizando el gobierno y la instrucción para conservar hoy al 66 por 100 de la población española en la más crasa ignorancia y superstición, en el analfabetismo, sienten horror hacia todo lo que sea crear escuelas que nos saquen de esa estupidez y rutina.
Su lema es el de “embrutece y vencerás”; y cuando ven aparecer una luz en el horizonte, se alarman de que pueda iluminar la mente de los ciegos y tratan de soliviantar a los ignorantes con las frases gruesas de ¡escuela sin Dios!¡escuela laica!¡el coco que nos amaga!
Todo eso está muy bien en su punto entre sacristanes y frailes, que viven de la profesión; pero ¿no es ridículo y revelador de supina ignorancia, puesto en boca de hombres civiles y de carrera?
Si han estudiado en una facultad, en ella no habrán saludado la religión. ¿Es la Universidad una escuela laica, hereje, sin Dios? Entonces, ¿por qué han concurrido a ella?
En las Escuelas de Ingenieros civiles, en las Academias militares, en las Escuelas industriales, de Comercio, etcétera, no se enseña religión, ni hay cura. ¿Son también centros ateos, heréticos? Pues han sido los que más han contribuido a levantar el nivel intelectual de España. ¿Deberemos suprimirlos por laicos?
Cuando vemos disertar, o mejor, desbarrar, sobre laicismo a los que no tienen de él la más superficial noción, viene a nuestras mientes la turbamulta de los que, sin haber saludado la Historia Natural, se propasan, apoyados en la máxima de que la ignorancia es atrevida, a discutir con chirigotas el darwinismo, fruto de una inteligencia poderosísima y de una labor intensa, que ha hecho progresar a esa ciencia de un modo increíble.
No; la escuela laica no es atea ni irreligiosa, es simplemente neutra, como lo son las Academias civiles y militares, como lo son las Universidades, y como lo eran los Institutos en tiempos de Cánovas y los conservadores, hasta que nos cayó la plaga de los Groizard, Morets y Sagastas, que en ellos introdujeron la clase de religión, para con ella y la pérdida de las colonias y de la honra nacional, hacerse inmortales.
En la escuela neutra no se enseña nada irreligioso, ni se molesta a nadie por sus creencias, ni se comete el bárbaro atropello de seducir y apartar a los hijos del cariño y la dirección religiosa de los padres, siempre sacratísimos; ni se enseña otra doctrina que el amor a estos, al trabajo, a la moral más pura, a la ciencia, al arte y el respeto y consideración a los demás seres racionales.
En la escuela en proyecto, los niños aprenderán a ser hombres, a estudiar en el taller y en el campo la naturaleza y la vida, a la vez que en las clases los universales conocimientos indispensables para abrirse paso en el camino de la ciencia.
Aquellos jardines donde un día se regaron los arriates con Champagne, y donde se reprodujeron las orgías de Baltasar sin una protesta, y tal vez con la cooperación de los moralistas y aspavienteros de hoy, se purificarán en adelante, oyendo himnos a la ciencia, al trabajo y a la virtud, cantados por la inocente juventud. Allí ésta aprenderá el manejo de las herramientas del taller, del cultivo del campo, del respeto al arte, del amor a sus semejantes; allí oirá esa juventud y los arriacenses amantes de la cultura, la reputada palabra de más de cuatro eminencias españolas; y cuando otra ventaja no tuviera, tendrá la no pequeña de estimular al municipio y a los maestros privados, con una saludable emulación, fundamento firmísimo, en todos los órdenes de la vida, de grandes adelantos y nobles acciones.
Ánimo, pues, pusilánimes criticadores; a crear otra escuela análoga, y pasado un año compararemos los frutos intelectuales, y sobre todo morales, de una y otra. ¿No es más noble enseñar con el ejemplo que el apelar a argumentos insustanciales, arrugados y sin jugo, como las aceitunas que de un año para otro quedan en el árbol?