El gobierno
provisional de la España revolucionaria
La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 fue uno
de los momentos históricos de mayor trascendencia en la España decimonónica. Se
enterraba definitivamente el Antiguo Régimen, se consolidaba el liberalismo que
había nacido en las Cortes de Cádiz y se aventuraba en el horizonte la naciente
democracia. La corrupción del régimen de Isabel II, el creciente autoritarismo
de un sistema político que sólo el nombre tenía de liberal y la escandalosa
vida particular de la reina, habían agotado la paciencia del pueblo y liquidado
el capital de esperanza con el que la monarca había llegado al trono treinta y
cinco años atrás. La inmensa mayoría de los españoles, sumidos en una crisis económica
y de subsistencias, vivió con extraordinaria alegría el pronunciamiento de la
flota en Cádiz, la victoria del cordobés Puente de Alcolea y el exilio de
Isabel II. El entusiasmo desbordó las calles de toda España, y muy
especialmente de Madrid. Reproducimos ahora los textos que la Gaceta de Madrid,
boletín oficial de la época, publicó en su número del 30 de septiembre, en los
que se refleja el entusiasmo popular de aquellos momentos.
La Gaceta de
Madrid, órgano hasta aquí del gobierno, órgano de hoy en adelante del gobierno
y la opinión; la Gaceta de Madrid debe hoy revelar a sus habituales lectores
los trascendentales sucesos que han trasformado la faz de la nación. Ya en el
número anterior se pudo observar, cómo el gobierno constituido por doña Isabel de
Borbón y adicto al antiguo régimen, dudaba de su porvenir y se inclinaba á
someterse á la incontestable y ya visible soberanía del país. Pero al
difundirse por la capital las felices nuevas traídas por él viento del
Mediodía, acerca de la gloriosa victoria obtenida por el ejército de la nación
sobre les restos borbónicos acaudillados por el general Pavía, la excitación fue
tal, tan rápido y poderoso el ímpetu de la opinión, que á las once de la mañana
ya el general D. Manuel de la Concha se dirigía á los Sres. D. Joaquín Jovellar
y D. Pascual Madoz, declarándoles que su hermano D. José corría á San Sebastián
á depositar en manos de su señora el poder que esta le había otorgado; reconocía
la imposibilidad de sostener un minuto más el antiguo orden de cosas y
resignaba en los referidos señores el gobierno de Madrid.
Los Sres.
Madoz y Jovellar recogieron desde luego el legado que el Sr. Concha les dejaba,
atentos sobre todo á que el pueblo de Madrid encontrase constantemente personas
á quienes poder dirigir sus reclamaciones, expresar sus votos y encomendar su
seguridad. Pero bien penetrados de que aquello era el principio de una época nueva,
después de tranquilizar al excitado pueblo, entregáronse sin reserva al recto y
generoso instinto de Madrid.
Bien pronto
reuníase en la Casa de la villa un número considerable de ciudadanos, como por
maravilla ilesos de la tiranía anterior, ante quienes el Sr. Madoz, ya encargado
del gobierno civil de la provincia, depositaba el mandato que del antiguo gobierno
había recibido, mientras el señor general Jovellar, constituido en el gobierno militar,
tomaba las disposiciones oportunas para precipitar la ya latente simpatía entre
el ejército y el pueblo.
A sus
comunes esfuerzos y á la sensatez y sagacidad y magnánimo corazón del pueblo de
Madrid, debióse que bien pronto apareciese constituida una Junta compuesta de
los hombres que más se habían señalado en los últimos años en la defensa de las
reclamaciones populares; que la capital, ya del todo confiada en la salvaguardia
del pueblo, apareciese como por encanto vestida de gala, rebosando en gente,
con el ánimo visiblemente dilatado; que las tropas, que determinados cuerpos
del ejército á quienes las circunstancias habían colocado en una situación excepcional
y seguramente lamentable, apareciesen confundidos en la fiesta universal; que
los Borbones desapareciesen al fin de este recinto entre las maldiciones, sí,
pero también entre el general regocijo de los ciudadanos.
La Junta
provisional revolucionaria de Madrid se componía de los señores cuyos nombres
verán nuestros lectores al pié de los documentos que más abajo insertamos. No
todos aparecieron á una misma hora, en un mismo punto, y como á virtud de
previa combinación. Hubo en la constitución de la Junta algo de aquella
espontaneidad, de aquel entusiasmo que se reflejaban en la actitud de Madrid.
Ya instalada, la Junta procuró ante todo hacer conocer á las provincias cuáles
eran la resolución y propósitos de esta población, procurando á la vez
describirles la facilidad con que todo había cambiado y cuan de desear sería
una transición semejante en lo restante de la Península. Tal fue el propósito
de la Junta al comunicar á las provincias el siguiente telegrama:
“A las Juntas
revolucionarias de todas las capitales. El pueblo de Madrid acaba de dar el
grito santo de libertad y abajo los Borbones; y el ejército, sin excepción de
un solo hombre, fraterniza en todas parles con él. EÍ júbilo y la confianza son
universales. Una Junta provisional, salida del seno de la revolución y compuesta
de los tres elementos de ella, acaba de acordar el armamento de la Milicia
Nacional voluntaria y la elección de otra Junta definitiva por medio del
sufragio universal, que quedará constituida mañana. ¡Españoles! Secundad todos
el grito de la que fue corte de los Borbones y de hoy mas será el santuario de
la Libertad”.
La Junta
atendió después á la seguridad interior de Madrid, bien segura de que, confiado
todo á la sensatez del pueblo, ningún peligro serio correría esta; pero estimulada
á la vez por centenares de ciudadanos que espontáneamente se ofrecían á
custodiar los establecimientos todos, públicos ó privados que pudiesen excitar la codicia de los malvados, bien
pronto fueron custodiados por el pueblo mismo y en medio de la satisfacción de
sus respectivos gerentes, establecimientos tales como el Banco de España, Caja
de depósitos, Casa de moneda, etcétera.
Dividióse
además la Junta en secciones, organizó sus trabajos, repartió sus fuerzas, hizo
llegar á los ciudadanos sus consejos, y al llegar la noche, Madrid presentaba el
aspecto de una población libre, gozosa, dueña de sí misma y tan tranquila por
lo demás, mas realmente tranquila que cuando se creía necesario, para su seguridad,
el estado de sitio y la existencia de una numerosa policía.
Antes, sin
embargo, la Junta había tenido el placer de adherirse al movimiento del pueblo
de Madrid contra los Borbones, en el siguiente documento: “La Junta
revolucionaria provisional de Madrid se asocia por unanimidad al grito conforme
del pueblo, que ha proclamado:
-La
Soberanía de la Nación;
-La
destitución de doña Isabel de Borbón del trono de España;
-La
incapacidad de todos los Borbones para ocuparle”.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan
Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola,
José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez,
Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez,
Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco
Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura
Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés,
Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel
Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás
Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier
Carratalá, Antonio María de
Orense
Había tenido
el placer de recibir hora por hora, instante por instante, felicitaciones o
adhesiones de más de la mitad de España. Desde Cartagena enviábale el general Prim
y los bizarros marinos, con cuya cooperación había entrado en la playa, un afectuosísimo
saludo. Manifestábanle Talavera, Guadalajara, Baeza, Escorial, Bailén, Teruel,
Santa Cruz del Retamar, Jaén, Motril, Murcia, Calatayud, Andújar, Aranjuez,
Lorca, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Huelva y Lérida, que se adherían al
movimiento nacional y constituían desde luego juntas.
Trasmitía la
felicitación y el sentimiento de gratitud del pueblo de Madrid á los señores
generales que habían conducido á la victoria el ejército de la libertad.
Trasmitía al duque de la Victoria la relación de lo acaecido en la capital, y
le expresaba, la decidida resolución del pueblo contra el antiguo régimen. Ordenada,
en fin, como una reparación y un símbolo a la vez, que desde luego se
emprendiesen los interrumpidos trabajos para la erección de la estatua de Mendizábal.
Pero la
Junta no se ha considerado desde el primer instante sino como una corporación
provisional interina, absolutamente consagrada á llenar el espacio intermedio entre
el antiguo régimen y la primera aplicación del nuevo derecho proclamado por la
marina, él ejército, y el pueblo, del sufragio universal. Por aclamación fue acordado
el siguiente importante documento:
LA JUNTA REVOLUCIONARIA INTERINA AL PUEBLO DE MADRID.
Madrileños:
Para facilitar la elección que, por primera vez, va á ejercer libre y universalmente
el pueblo de Madrid, la Junta provisional cree conveniente indicar algunas
reglas que aseguren la verdad del sufragio y hagan que la elección sea expresión
genuina del vecindario.
A este fin,
las Juntas de distrito, conocedoras de los vecinos que las constituyen, determinarán
las secciones en que se ha de dividir cada barrio, si el número de los electores
fuese muy numeroso.
Los barrios
o sus secciones se reunirán el día de hoy 30 de setiembre, á las dos de la
tarde, en un local adecuado que los ciudadanos generosos se apresurarán seguramente
á facilitar al pueblo.
Los vecinos
designarán, por el método que estimen más breve y expedito, un presidente
escogido de entre todos ellos, y cuatro, secretarios encargados de verificar la
elección, formando dos listas.
La primera contendrá
los nombres de los ciudadanos que voten, á fin de asegurarse todos de que cada
uno de los electores pertenece al barrio en que emita su voto. La segunda, los
nombres de todas las personas que obtienen sufragios para ser individuos de la
Junta.
Todos los vecinos
mayores de edad, sin distinción de ninguna clase, tienen voto; y pueden expresar
libremente su opinión, designando las personas que los merezcan confianza para
individuos de la Junta que ha de gobernar Madrid.
Reunidos los
vecinos de cada barrio, darán su voto á tres personas, que, en representación
del distrito, formen parte de la Junta general, de modo que esta resulte compuesta de 30 individuos.
Cada papeleta contendrá asimismo los nombres de tres suplentes.
El acta de
cada barrio, firmada por el presidente y los secretarios, y acompañada de la
lista que la compruebe, será entregada á la Junta del distrito.
Las Juntas
de distrito harán el escrutinio de las listas de los barrios, y las tres
personas que resulten con mayor número de votos en todos los distritos, serán proclamadas
diputados, ya propietarios, ya suplentes, de la Junta de gobierno, extendiéndose
una acta, firmada por la Junta del distrito que presida el escrutinio. Esta
acta servirá de credencial á las personas elegidas.
Con tan
sencillas bases, puede rápidamente organizarse el pueblo de Madrid, ínterin se
nombre el Ayuntamiento que cuide de sus intereses locales,
El
vecindario, con la discreción que le distingue, comprenderá que la nueva Junta
debe expresar la unión de todos los partidos que han contribuido á derribar la dinastía
de los Borbones y á restablecer el gran principio de la Soberanía nacional. .
En este
solemnísimo instante solo una entidad nos parece grande, la nación; solo una
preocupación nos parece sagrada, la de la libertad.
Madrid 29 de
setiembre de 1868.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan
Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola,
José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez,
Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez,
Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco
Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura
Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés,
Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel
Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás
Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier
Carratalá, Antonio María de
Orense.
LA JUNTA REVOLUCIONARIA DE MADRID, AL EJÉRCITO
“Soldados:
Hijos sois del pueblo; del pueblo salisteis; al pueblo habéis
de volver. Pertenecéis como todos y os debéis más que ninguno a la patria.
Soldados y oficiales der ejército: quien os induzca en esta hora solemne y decisiva
á hostilizar al pueblo, es un traidor; parricidas seríais llamados vosotros si
le obedecieseis. Fraternidad con el pueblo: sed unos con él en el día de la
libertad. ¡Soldados! ¡Abajo los Borbones! ¡Viva la soberanía de la nación!”
Y estas fueron sus primeras disposiciones:
“Esta junta por su primera determinación ha resuelto
restablecer la Milicia Nacional voluntaria, para lo que se les repartirán las
armas necesarias á todos los ciudadanos que se presenten á recogerlas en los puntos
siguientes: Plaza Mayor, Plaza de la Cebada, Plaza de Bilbao, Plaza de Santo
Domingo, Chamberí, Plaza de las Cortes.
Lo que se hace saber para conocimiento de los ciudadanos.
Madrid, 29 de setiembre de 1868. El presidente, P. Madoz”.
Después de
esto, asegurada ya la tranquilidad de Madrid, obra debida en verdad, antes á la
cultura del pueblo que á los trabajos de la Junta, seguros los ciudadanos sobre
el porvenir de su aspiración, resta solo que el primer ensayo que el pueblo
hace de su soberanía sea feliz, que el sufragio universal se muestre tan grande
como es, y pueda mañana la Junta provisional revolucionaria resignar sus accidentales
poderes en una verdadera personificación de Madrid, y pueda a la vez la Gaceta anunciar á España y
á Europa que la nación vive libre
y es dueña de sí misma.
Mendizábal
fue el hombre de nuestra regeneración y nuestra revolución. Nada más natural
que la Junta provisional decrete:
“Artículo único.
En el día de mañana comenzarán los trabajos para colocar en la plaza del
Progreso la estatua del inolvidable patricio Mendizábal, estatua que costeó el
sentimiento liberal, y cuya colocación impidió la ingratitud y la deslealtad.
Madrid 29 de
setiembre de 1868”. (Siguen las firmas).