José Ordax Avecilla fue
uno de los pioneros en las luchas sociales de la Península Ibérica. Nacido en
un pueblecito leonés en 1813, muy pronto destacó por sus iniciativas políticas
y culturales y por el marcado tono avanzado que las imprimía. Miembro del Partido
Demócrata desde su más temprana hora, fue uno de sus primeros diputados en el Congreso
en Madrid. A él se debe, en buena medida, el manifiesto fundacional de los
demócratas y bajo su dirección estuvieron algunos de sus periódicos, como El
Regenerador, La Asociación y La Creencia. En el primer número de esta última
cabecera, de mayo de 1850, se incluyó el artículo que ahora reproducimos. En
sus últimos años se fue aproximando a la clase trabajadora y en sus ideas se
dejó notar la influencia de los socialistas utópicos y hasta de Pierre-Joseph
Proudhon.
ESTUDIOS CIENTIFICO-ECONÓMICOS.
LA DISCUSIÓN
Antes de abordar nuestra tarea, queremos justificarla. Antes de discutir,
queremos justificar la discusión. Si es un mal debe proscribirse; si es un bien
debe fomentarse, y que el punto es dudoso ó por lo menos cuestionable, lo dice la historia.
Desde los tiempos más remotos; desde el nacimiento
de las sociedades cultas y organizadas, se viene disputando si la discusión
científica es un bien ó un mal; si debe protegerse ó debe reprimirse,
Bajo este aspecto aparece la humanidad dividida en
dos grandes bandos. Uno por el pro y otro por el contra; uno que proclama la soberanía
del pensamiento, y otro que decreta su esclavitud;
uno que defiende la idea, y otro que la niega.
Marchando por diversa pendiente, caen y se fijan en planicies diversas. El
que niega el pensamiento, y repugna la
idea, niega y repugna con más razón la palabra que
la expresa, y los resultados de la ciencia y las obras del arte, que la representan y materializan por decirlo así, llegando de este modo á la ignorancia
y á la inmovilidad de la especie humana.
El que por el contrario, lleva por bandera la
soberanía del pensamiento glorifica también la palabra y cuantos signos ó emblemas pueden servir á propagar la ilustración
en el mundo, llegando por vía recta al combate intelectual, al desarrollo de
las ideas, al progreso indefinido.
Sacerdotes, legisladores, moralistas y hombres de fortuna, forman
regularmente dique contra las irrupciones del pensamiento.
Sabios, filósofos, poetas y hombres repudiados por la suerte,
acaudillan las falanges de la inteligencia humana.
Aquellos disponen del poder; estos de la palabra.
Aquellos mandan ejércitos; estos agitan pueblos.
Aquellos decretan proscripciones; estos hacen
revoluciones.
Los primeros, invocan el presente; los segundos el porvenir, y en esta lucha secular, solemne, inmensa,
interminable, ningún objeto accesible al alma humana deja de tener su representación.
Dios, el hombre y el universo, términos supremos,
círculos máximos, horizontes infinitos, que ávido recorre el espíritu humano en
alas de una idealidad sublime, son el centro y la ocasión de tan
grandiosa y no interrumpida lucha.
Cuando el hombre ha querido ocuparse de Dios y de las leyes que rigen al
universo, las religiones le han dicho ¡Cree! y al influjo de este precepto la fe ha reemplazado á
la razón individual.
Cuando ha querido ocuparse de sí mismo y de sus relaciones con sus semejantes los moralistas y los legisladores le han dicho ¡Obedece! y á esta intimación,
la voz de la conciencia ha dejado su puesto á la obediencia
pasiva.
En todas partes,
de todos modos y por todos medios, el pensamiento ha desplegado sus alas de
fuego.
En todas partes, de todos modos y por todos medios,
la negación del pensamiento ha desplegado su resistencia.
Al lado de un pensador, un inquisidor; junto á un filósofo un agente de represión.
Contra el rey y la Inquisición ¡Chitón!
Mientras los unos persiguen fanáticos la idea en su
origen íntimo, en la conciencia, los otros la persiguen en su primera y augusta expresión, en la palabra.
Mientras los unos hacen beber al divino Sócrates la
cicuta, porque elevándose sobre los ídolos de su tiempo, vislumbra y anuncia la existencia de un solo Dios, los
otros presentan el cáliz de muerte al Redentor del mundo, porque se llama el
enviado del Eterno su padre y. proclama la
unidad originaria de todos los hombres, su igualdad y su cualidad de hermanos.
Esta es la más alta esfera en que ha penetrado el
pensamiento y con él la
persecución en nombre de la obediencia
pasita y de la fe ciega.
Después en su vuelo por la atmósfera de
los mundos observables y de experimentación le vemos ignominiosamente
tratado, en el sabio Prinelli porque se atrevió á revelar una ley astronómica asegurando que no caerían las estrellas.
En Galileo porque descubrió y declaró la inmovilidad del sol; y en Colon,
en el inmortal Colon, porque anunció y
puso á los pies de la raza europea, un nuevo mundo; la América.
Y es en vano
que el pensamiento, se haya refugiado en el pensamiento; que se haya ceñido á la contemplación
introspectiva de sí mismo, y á su vida y acción exterior, combinada con la acción
y vida de los
demás pensamientos sus iguales; es en vano que el hombre haya especulado y
disertado sobre sí mismo y sobre sus
relaciones con los demás hombres, dejando aparte y como cosa supuesta las
verdades que se refieren á Dios y al universo.
Ni su modestia, ni sus precauciones, han servido á garantir su
libertad. Campanella, Harrington, el canciller Bacon, Montaigne, Moliere y
otros ciento han pagado con todo linaje de persecuciones, el estudio profundo
del hombre y de sus relaciones en la sociedad.
La idea es perseguida en todas sus
posiciones, atacada en todas sus conquistas: en las costumbres, en las leyes,
en la conciencia.
Los que la atacan en las costumbres, quisieran
presidir á una sociedad automática,
muda.
Los que la persiguen en las leyes quisieran mandar
una sociedad inerte, esclava.
Los que la hostigan en el sagrado recinto de la
conciencia, en el santuario del yo
personal quisieran convertir la sociedad en una grey estúpida, ignorante y supersticiosa.
Fanáticos los unos, egoístas los otros y opresores
todos, han declarado implacable guerra al pensamiento desde que nace hasta que
se resuelve en hecho, desde que se eleva á Dios, hasta que desciende al insecto.
Y sin embargo ¡oh prodigio de la inteligencia
humana!, los débiles han vencido á los fuertes; los inermes á los armados, y
los perseguidos á los perseguidores.
No murió con Sócrates la idea de Dios; murieron los
ídolos; ni con Jesús la redención del linaje humano; murió la esclavitud.
En donde quiera el pensamiento ha vertido su inspiración
divina, allí ha brotado la luz, allí ha germinado la fuerza; allí ha tenido su
indestructible cuna un progreso social.
A la voz del Crucificado caen los templos de la idolatría y se eleva á hombre libre el esclavo
gentil.
Al soplo vivificador de la ciencia, se desarrolla la industria, los alcázares dé la feudalidad bambolean,
y se emancipa el siervo de corvea.
La conciencia se irrita de la opresión de una fe
ciega; vuela en su ayuda la razón, y surge triunfante el libre examen.
Habla la filosofía, escuchan los pueblos, la lucha
empieza; y la independencia íntima de las naciones es proclamada y los vasallos conquistan la categoría de ciudadanos.
¡Qué admirable
poder el del pensamiento!
Nada le detiene; no hay distancias que le cansen, ni
barreras que le estorben.
Por cima de la fuerza amada y de los anatemas, de los tormentos,
y de las hogueras,
marcha y marcha siempre, de
Norte á Sur y de Oriente á Poniente,
en busca de un nuevo progreso, de una
conquista social desconocida.
¡Inútil resistir! Meteoro benéfico y fresco ambiente, que
la Providencia agita sobre la cabeza
de la humanidad atribulada, yendo
rápido los más grandes espacios y penetra por todos los poros del cuerpo social.
No hay cordón
sanitario que le cierre el paso.
No hay cuarentena posible.
Ha recibido la orden de ir y va.
¡Abrid filas,
míseros mortales!
Esta es la historia. Pero, ¿en qué consiste que á pesar de su elocuente
enseñanza los hombres aprendan tan poco? ¿En qué consiste que después de tantos
desengaños, de tantas civilizaciones destruidas, de tantos
poderes rotos, se resistan aun a la acción del
pensamiento coronado de laureles.
¡Funesta ceguedad! ¡Incomprensible anomalía!
Tender la vista sobre los poderes caídos
y los poderes exaltados:
vosotros veréis que todos cayeron por causas parecidas y todos se elevaron por
principios semejantes.
Para elevarse la discusión, el libre examen; para
caer la resistencia. Mirad por este lado la historia
de la humanidad, diríase que la contradicción
es la clave de sus desarrollos.
Desde las catacumbas en que se ora, llora y sufre, al vaticano en que
se intriga, goza y persigue.
Desde los campos de la gloria en que se lidia y delibera mano á mano con el guerrero del pueblo, á los alcázares
feudales en que se monopoliza el
placer y se
azuzan los perros contra el siervo del trabajo.
Desde los astros oscuros de sociedades filantrópicas en principio, y cuyo
lema es la humanidad, la igualdad y la libertad, a los brillantes salones del poder
social en que ser, es mandar,
gobernar, oprimir. ¡Lamentable inconsecuencia!
La conducta de hoy es indicio de la hipócrita traición
de ayer.
Olvidarse de ayer, es disponerse á morir mañana, y sin embargo, ¡todos
se olvidan!
Pudiera decirse que del paso de
la desgracia á la fortuna, de la esclavitud al mando, se apura una copa de las aguas del Lateo, y que á su influjo se pierde la memoria de lo que queda atrás para no ver sino lo que está delante.
Mas ¿por qué una contradicción
tan universal y continua? ¿Es ley del mundo?
¡Ah! No, lo que hay es la exageración parece la ley del espíritu del hombre.
Cuando sufre, aunque sea por su
culpa, exagera sus padecimientos y, los vicios y crímenes de los que gozan.
Cuando goza, tiene por locos a los que sufren, y se cree un hombre muy moderado y cuerdo.
En ambos casos, la exageración.
Rebajad de cada uno el exceso, y quedará lo justo.
Si la queja fuera templada, la opresión
no sería violenta. Si el poder no fuera opresión., la desgracia no sería provocación.
Pero la exageración domina en
ambos lados, y como no se conoce en uno sino, desde el otro, de ahí que cuando se pasa al poder, solo se tiene en cuenta la exageración
de la desgracia.
Las faltas ajenas en la alforja
de adelante.
Las propias en la de atrás.
Mas ¿qué culpa tiene la discusión
de las aberraciones de los hombres?
¿Será la discusión otra cosa
que un método, un procedimiento para descubrir la verdad? ¿Será otra cosa que el sagrado
ejercicio del entendimiento humano? ¿Y quién condena el entendimiento?, ¿y quién condena la verdad? Tanto valdría
condenar la luz porque nos ilumina los objetos, y los ojos porque se sirven de la
luz.
El entendimiento y la discusión son los ojos y la luz del alma.
¡Respeto pues al que mira; mas
respeto al que ve!
Si la discusión se suprimiera,
las tinieblas brotarían; tendríamos ojos y marcharíamos á tientas.
Dios
ha querido que marchemos con luz.
Si pues la discusión es divina
en su origen, buena en su esencia, é irresistible en su acción, ¿por qué se la resiste?
Sin duda alguna porque se abusa de ella; porque en
vez de discutir, se declama; porque en vez de pensar, se imagina; porque en vez de ilustrar, se insulta.
¡Desgracia al que así discute!
¡Anatema al que rechaza la
verdadera discusión!
Por nuestra parte que
comprendemos su valor, su importancia social y sus condiciones, no incurriremos en la pena que pronunciamos.
Pensaremos para discutir y discutiremos para ilustrar.
El país nos oirá, y el poder no se meterá con
nosotros.
La discusión es la luz del
alma, y el alma, no la fuerza, es la guía de los pueblos.
José Ordax de Avecilla