Belén Sárraga
Cuando se estudian y relatan los orígenes del feminismo en España, los historiadores centran su atención en aquellos grupos de mujeres de la burguesía progresista, o incluso de la reacción católica, animaban reformas que muchas veces tenían más de epidérmico que de auténtica revolución igualitaria y emancipadora, un horizonte por el que peleaban muchas mujeres de las clases populares con más dificultad y más coherencia. Entre estas mujeres sinceramente progresistas y feministas merece un lugar destacado Belén de Sárraga, una de las mujeres más activas y avanzadas de su tiempo, cuya influencia se extendió por tantos países en el primer tercio del siglo XX y que hoy ha sido relegada a un interesado olvido. Feminista, republicana federal y anticlerical; escritora y activista; cuyo rastro se extiende a uno y otro lado del Atlántico, reproducimos dos de sus poemas que fueron publicados en El Republicano de Guadalajara durante el año 1902, aunque el primero ya había visto la luz, con ligeras variaciones, en El Ampurdanés de Figueras el 26 de noviembre de 1899.
A UNA MONJA
Dime, mujer, la de la blanca toca,
La del ropaje cual la noche, negro,
La que huyendo del mundo a los azares,
Se escudó tras la reja del convento.
¿Es tal tu religión que el egoísmo
Se proclama en su dogma cual precepto?
Pues suspende tus rezos un instante
Y escúchame, que para hablarte vengo.
¿No sabes que el trabajo es ley de vida?
¿No ves, mujer, como trabaja el pueblo
Para ganar, con su sudor honrado,
El alimento que precisa el cuerpo?
¿No ves como trabajan, sin descanso,
Más arriba también, allá en lo inmenso
Millares de astros que en veloz carrera,
Girando en incansable movimiento,
Lentamente ejecutan esa eterna,
Continua evolución del Universo?
¿Y eres tu sola la que en todo el orbe
Tiene, a vivir sin trabajar derecho?
¿Quién te dijo, mujer, tales sofismas?
¿Quién te dijo que puede un ser terreno
Infringir esa ley de la Natura,
Una excepción en su favor haciendo?
Si de Dios en el nombre te lo han dicho,
De ese Dios en el nombre te mintieron;
Sin lucha no hay progreso, tú no luchas
¿Y aún te figuras de virtud modelo?
Di, ¿no recuerdas cuando allá en tu aldea
Tu buena madre te meció en su seno?
(La misma que hoy, anciana y achacosa,
Aún llora tu abandono y tu despego)
¿No recuerdas jamás aquellos días
En que tu padre, a su trabajo atento,
Marchaba con el alba y regresaba
Cuando el sol se ocultaba en el otero,
En tanto que tu madre, enamorada,
Cuidaba de su hogar bello y risueño?
¿Y olvidaste también sus inquietudes?
¿Y olvidaste también sus sufrimientos
El día en que tú, enferma, moribunda
Respirabas sin vida y sin aliento?
Pues bien, tu madre sin rezar apenas,
Sólo cual buena su misión cumpliendo,
Es el ejemplo de mujer cristiana,
La ley moral que guarda sus preceptos
Reasumidos en estas breves frases:
¡Inmenso amor, trabajo, sufrimiento!
…
Pero, ¿qué entiendes tú de estas verdades,
Ni a qué evocar en ti santos recuerdos,
Si ya tu corazón, el fanatismo
Con su dura coraza, lo ha cubierto?
Tú crees justo vivir entre la holganza
Parapetada tras el negro velo.
Sin comprender que lo que tú disfrutas
Lo arrancas al sudor de todo un pueblo.
¿Y te figuras que con el ayuno,
Maceraciones, súplicas y rezos,
Ganas mejor la gloria, ¡desdichada!,
Que al pie de su taller el rudo obrero?
Pues escúchame bien: cuando tú sepas
Lo que es el puro amor sagrado y tierno,
De los hijos que velan por sus padres
Su ancianidad amantes sosteniendo;
Cuando en el mundo sola, sin amparo,
Hayas luchado con valor intenso
Por defender de tu virtud el brillo,
Contra la sed, el hambre y el deseo;
Cuando hayas sido madre y a tu hijo,
Pedazo de tu alma, viendo yerto
El último estertor de su agonía
Recojas en tu boca con un beso,
Sintiendo que se lleva con su vida
Toda la dicha que alentó tu pecho;
Cuando hayas apurado la amargura
Del cáliz de la vida y su veneno
Y sepas como inclinan los dolores
Hacia la tierra el desgastado cuerpo,
Entonces, solo entonces, no lo dudes,
Engrandecida por los sufrimientos,
Tendrás ganados, por derecho propio,
Los más hermosos y anhelados cielos.
Belén Sárraga (El Republicano, 20 de abril de 1902)
LOS EJÉRCITOS DEL HAMBRE
Miradles, allá van, son los atletas
De la vida, que ostentan por escudo
Del ingenio las grandes concepciones,
Del arte el ideal noble y fecundo;
Son los hijos queridos del trabajo,
Son las almas templadas en el rudo
Luchas de la existencia, son los brazos
Que conmueven viriles los profundos
Ámbitos de la tierra, los cerebros
Que arrancan a la ciencia los ocultos
Secretos del destino, los que luchan
Para implantar de la verdad el triunfo;
Son, en suma, la fuerza creadora
Palanca universal que mueve el mundo.
Y no obstante, ¡miradles!, sólo harapos
Cubren sus carnes; en su pie desnudo
La fatiga marcó huellas de sangre,
Sus brazos vigorosos y robustos
Se doblan al cansancio, y en su boca
De amoratados labios, surge el mudo
Gesto de la impotencia y de la rabia,
Tras la sonrisa del esclavo, oculto.
¡Grandes vencidos por la ley injusta!
Mal aherrojados al presente impuro,
Pugnan, en vano, por romper airados
De horrible esclavitud el fuerte yugo.
¿Qué piden? Sólo pan, sólo el sustento
Que dio Natura a cuanto vida tuvo.
Lo que no le falta al pájaro en el bosque,
Ni en su tallo a la flor, ni al diminuto
Gusano que en la tierra culebrea,
Ni aun a la fuera en el breñal inculto.
¡Pan, sólo piden pan, y no lo encuentran!
Y son sus gritos, ecos moribundos
Que llegan a perderse entre la orgía
Con que el infame proclamó su triunfo.
...
¡Pasee indignación por los espacios!
Llegue hasta el pecho del esclavo mudo
Y desate su lengua y a sus brazos
Dé ese vigor y soberano impulso
Capaz de derrumbar, ciego, pujante,
De la injusticia al señoril escudo;
Ponga en sus manos arma vengadora,
Señale en la cumbre a sus verdugos…
Ordene los ejércitos del hambre,
Los de ardiente mirada y ceño adusto,
Los que sienten el peso de la vida,
Los que miran sus hijos moribundos
Mientras oyen los gritos de la orgía
Que el vicio y el placer celebran juntos.
¡Avance la avalancha de harapientos,
La masa de explotados, que en confuso
Tropel se apresta a conquistar valiente
Un porvenir dignificado y justo!
Mientras al veros ríe el miserable
Juzgando su poder firme y seguro,
La Europa pensadora, vuestro paso
Contempla con afán y a vuestro impulso
Se siente renacer con nueva vida
Y funda si esperanza en vuestro triunfo.
¡Marchad, marchad!, atletas del progreso,
Eternos redentores, los fecundos
Mártires del trabajo, los rebeldes
Ante la infamia y el poder injusto.
¡Marchad, marchad!, allá lejos, aun lejos
Os brinda la esperanza en lo futuro,
Entre amores, consuelos y alegrías
La vida del derecho noble y justo.
¡Marchad, marchad los hijos del progreso;
Sea huracán vuestro potente impulso;
Y que arrasen los vientos populares
De indignación, el carcomido, inculto
Edificio social que con la sangre
Del paria, alzó su criminal influjo.
¡Marchad, marchad, ejércitos del hambre!
Seguid andando hacia el mañana, el triunfo
Allá os aguarda, gleba del pasado,
Esclavos del ayer, hoy moribundos
Y hambrientos proletarios. ¡Adelante!
¡Vuestra es la redención, vuestro es el mundo!
Belén Sárraga (El Republicano, 22 de junio de 1902)