La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

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6 de noviembre de 2013

Manifiesto de los universitarios madrileños en 1864

Generalmente, se consideran los incidentes de la llamada Noche de San Daniel, el 10 de abril de 1865, como la primera prueba de inquietud política y anhelo revolucionario de los estudiantes universitarios en España, no en tanto individuos o minorías selectas, sino como grupo social. Sin embargo, un año antes ya se habían dado las primeras muestras de agitación política mancomunada de los estudiantes de la Universidad madrileña, como se puede comprobar en el manifiesto público que redactaron y que firmaron e hicieron público varios cientos de alumnos de la Universidad Central madrileña. El documento, además de sentar los antecedentes de la Noche de San Daniel, es un hermoso texto en defensa de la enseñanza pública y, en general, de una educación científica y laica. Lo reproducimos con los nombres de sus primeros firmantes, tal y como apareció en La Iberia el 8 de mayo de 1864.

Los estudiantes de la Universidad y escuelas centrales á los demás estudiantes de España.
La conjuración urdida contra la enseñanza pública en todo lo que tiene de elevada, debía provocar la indignación de la juventud, herida en su conciencia, en sus ideas, en sus aspiraciones á lo porvenir y amenazada de caer de nuevo á los pies de una clase, cuyos derechos de ninguna suerte pueden extenderse á la ciencia, independiente por su naturaleza, libre por su origen, llena de espíritu propio, suyo, que ninguna conjuración puede suprimir, que ninguna negación puede empañar, como primera y más ingenua ley de la naturaleza humana. El retroceso en la ciencia sería tanto como la negación de la vida, como la negación misma de Dios. Las universidades que nacieron para secularizar la enseñanza y para educar al estado llano en la libertad, trasformando el derecho feudal, no pueden retroceder al cerrado horizonte de la Edad Media, cuando el espíritu del siglo les abre el inmenso y luminoso horizonte de la libertad. Los que enseñaban el sistema de Ptolomeo, cuando el mundo entero había reconocido el movimiento de la tierra; los que enseñaban el ergotismo escolástico, cuando la razón humana había recabado su natural independencia; los que se oponían á las desvinculaciones y á la desamortización, cuando el progreso había removido hasta los átomos de la tierra; los que cerraban nuestras fronteras á todo cambio, como nuestras conciencias á toda idea, incomunicándonos con el mundo, al pié de ídolos rotos y abandonados, no tienen derecho á exigirnos, que nosotros, nacidos para impulsar la ciencia, para llevarla más adelante, para continuar esa serie de ideas, línea luminosa, que es como el Zodiaco del espíritu, nos abracemos a la muerte y bajemos á sus sepulcros.
Individuos los que firmamos esta manifestación de todas las escuelas, de todas las carreras, de todas las facultadas, tenemos el deber, de salir en defensa de nuestros maestros, asistidos de alguna más competencia que aquellos que los ofenden sin conocerlos, y acusan sin oírlos. Nuestros catedráticos, por tan malas artes combatidos, cada uno en su asignatura, cada uno con sus ideas y con sus medios, lejos de oscurecer nuestras conciencias, nos han enseñado á amar la patria con la virtud de ciudadanos, á amar la naturaleza como fieles hijos suyos, é iluminar el espíritu en la ciencia, A hacer el bien por ser bien, sin mezcla de interés ni de egoísmo, á fortificar el raciocinio, á obedecer la conciencia, a cumplir las grandes leyes morales, á elevarnos á Dios como ideal de nuestra conducta, como luz eterna de nuestra vida.
También hemos aprendido que la ciencia no puede ser esclava; que ningún poder puede ser superior á su poder; que ningún derecho puede ser contradictorio con sus derechos. Y por eso, nosotros creemos, que si de algo peca nuestro régimen universitario, es de opuesto á lo que exigen los adelantos del siglo. Las universidades y las escuelas tienen un régimen privilegiado, estrecho, más propio de instituciones mecánicas que de estos institutos de enseñanza, consagrados principalmente al espíritu, y por su naturaleza libres. Por eso, estudiantes de toda España; por eso os pedimos, que imitando el noble ejemplo de la juventud catalana, cuyo primer grito ha sido tan admirablemente secundado, os unáis á nosotros para reclamar la libertad de enseñanza.
Esta debe ser la creencia de la juventud, porque este es el ideal de lo porvenir. En ello ganarán todos los derechos naturales y legítimos, como siempre que se cumple la justicia. Hoy las reformas no caen de las manos de los gobiernos sino cuando las ha exigido la opinión. Clamemos, pues, por la libertad de enseñanza; y así como nuestros abuelos salvaron la nacionalidad en la Guerra de la Independencia, y nuestros padres la libertad en la guerra civil, nosotros en esta guerra pacífica de ideas, no menos grande, si menos costosa, salvaremos la ciencia, siendo una generación digna de dejar inscrito su nombre en las eternas páginas de la historia.
Madrid 29 de abril de 1864.
Joaquín de Huelbes, Balbino Quesada, Pedro Dago Cuchillero, Luis de la Calzada y López, Pantaleón García Gómez, Eduardo Mateo de Iraola, José Guardiola y Picó, Ricardo Muñoz Ortiz, Vicente Núñez de Velasco, Manuel Rivera Ramiro, Juan Cervera, Casimiro Montalvo, León Flores, Juan Arderíus y Barjol, Ramón de Aróstegui e Ignacio Rodríguez.

25 de mayo de 2012

La Discusión, de José Ordax Avecilla

José Ordax Avecilla fue uno de los pioneros en las luchas sociales de la Península Ibérica. Nacido en un pueblecito leonés en 1813, muy pronto destacó por sus iniciativas políticas y culturales y por el marcado tono avanzado que las imprimía. Miembro del Partido Demócrata desde su más temprana hora, fue uno de sus primeros diputados en el Congreso en Madrid. A él se debe, en buena medida, el manifiesto fundacional de los demócratas y bajo su dirección estuvieron algunos de sus periódicos, como El Regenerador, La Asociación y La Creencia. En el primer número de esta última cabecera, de mayo de 1850, se incluyó el artículo que ahora reproducimos. En sus últimos años se fue aproximando a la clase trabajadora y en sus ideas se dejó notar la influencia de los socialistas utópicos y hasta de Pierre-Joseph Proudhon.

ESTUDIOS CIENTÍFICO-ECONÓMICOS. LA DISCUSIÓN
Antes de abordar nuestra tarea, queremos justificarla. Antes de discutir, queremos justificar la discusión. Si es un mal debe proscribirse; si es un bien debe fomentarse, y que el punto es dudoso ó por lo menos cuestionable, lo dice la historia.
Desde los tiempos más remotos; desde el nacimiento de las sociedades cultas y organizadas, se viene disputando si la discusión científica es un bien ó un mal; si debe protegerse ó debe reprimirse,
Bajo este aspecto aparece la humanidad dividida en dos grandes bandos. Uno por el pro y otro por el contra; uno que proclama la soberanía del pensamiento, y otro que decreta su esclavitud; uno que defiende la idea, y otro que la niega.
Marchando por diversa pendiente, caen y se fijan en planicies diversas. El que niega el pensamiento, y repugna la idea, niega y repugna con más razón la palabra que la expresa, y los resultados de la ciencia y las obras del arte, que la representan y materializan por decirlo así, llegando de este modo a la ignorancia y á la inmovilidad de la especie humana.
El que por el contrario, lleva por bandera la soberanía del pensamiento glorifica también la palabra y cuantos signos ó emblemas pueden servir a propagar la ilustración en el mundo, llegando por vía recta al combate intelectual, al desarrollo de las ideas, al progreso indefinido.
Sacerdotes, legisladores, moralistas y hombres de fortuna, forman regularmente dique contra las irrupciones del pensamiento.
Sabios, filósofos, poetas y hombres repudiados por la suerte, acaudillan las falanges de la inteligencia humana.
Aquellos disponen del poder; estos de la palabra.
Aquellos mandan ejércitos; estos agitan pueblos.
Aquellos decretan proscripciones; estos hacen revoluciones.
Los primeros, invocan el presente; los segundos el porvenir,
y en esta lucha secular, solemne, inmensa, interminable, ningún objeto accesible al alma humana deja de tener su representación. Dios, el hombre y el universo, términos supremos, círculos máximos, horizontes infinitos, que ávido recorre el espíritu humano en alas de una idealidad sublime, son el centro y la ocasión de tan grandiosa y no interrumpida lucha.
Cuando el hombre ha querido ocuparse de Dios y de las leyes que rigen al universo, las religiones le han dicho ¡Cree! y al influjo de este precepto la fe ha reemplazado a la razón individual.
Cuando ha querido ocuparse de sí mismo y de sus relaciones con sus semejantes los moralistas y los legisladores le han dicho ¡Obedece! y a esta intimación, la voz de la conciencia ha dejado su puesto a la obediencia pasiva.
En todas partes, de todos modos y por todos medios, el pensamiento ha desplegado sus alas de fuego.
En todas partes, de todos modos y por todos medios, la negación del pensamiento ha desplegado su resistencia.
Al lado de un pensador, un inquisidor; junto á un filósofo un agente de represión.
Contra el rey y la Inquisición ¡Chitón!
Mientras los unos persiguen fanáticos la idea en su origen íntimo, en la conciencia, los otros la persiguen en su primera y augusta expresión, en la palabra.
Mientras los unos hacen beber al divino Sócrates la cicuta, porque elevándose sobre los ídolos de su tiempo, vislumbra y anuncia la existencia de un solo Dios, los otros presentan el cáliz de muerte al Redentor del mundo, porque se llama el enviado del Eterno su padre y. proclama la unidad originaria de todos los hombres, su igualdad y su cualidad de hermanos.
Esta es la más alta esfera en que ha penetrado el pensamiento y con él la persecución en nombre de la obediencia pasiva y de la fe ciega.
Después en su vuelo por la atmósfera de los mundos observables y de experimentación le vemos ignominiosamente tratado, en el sabio Prinelli porque se atrevió áarevelar una ley astronómica asegurando que no caerían las estrellas.
En Galileo porque descubrió y declaró la inmovilidad del sol; y en Colon, en el inmortal Colon, porque anunció y puso los pies de la raza europea, un nuevo mundo; la América.
Y es en vano que el pensamiento, se haya refugiado en el pensamiento; que se haya ceñido a la contemplación introspectiva de sí mismo, y a su vida y acción exterior, combinada con la acción y vida de los demás pensamientos sus iguales; es en vano que el hombre haya especulado y disertado sobre sí mismo y sobre sus relaciones con los demás hombres, dejando aparte y como cosa supuesta las verdades que se refieren a Dios y al universo. Ni su modestia, ni sus precauciones, han servido a garantir su libertad. Campanella, Harrington, el canciller Bacon, Montaigne, Moliere y otros ciento han pagado con todo linaje de persecuciones, el estudio profundo del hombre y de sus relaciones en la sociedad.
La idea es perseguida en todas sus posiciones, atacada en todas sus conquistas: en las costumbres, en las leyes, en la conciencia.
Los que la atacan en las costumbres, quisieran presidir a una sociedad automática, muda.
Los que la persiguen en las leyes quisieran mandar una sociedad inerte, esclava.
Los que la hostigan en el sagrado recinto de la conciencia, en el santuario del yo personal quisieran convertir la sociedad en una grey estúpida, ignorante y supersticiosa.
Fanáticos los unos, egoístas los otros y opresores todos, han declarado implacable guerra al pensamiento desde que nace hasta que se resuelve en hecho, desde que se eleva a Dios, hasta que desciende al insecto.
Y sin embargo ¡oh prodigio de la inteligencia humana!, los débiles han vencido á los fuertes; los inermes a los armados, y los perseguidos a los perseguidores.
No murió con Sócrates la idea de Dios; murieron los ídolos; ni con Jesús la redención del linaje humano; murió la esclavitud.
En donde quiera el pensamiento ha vertido su inspiración divina, allí ha brotado la luz, allí ha germinado la fuerza; allí ha tenido su indestructible cuna un progreso social.
A la voz del Crucificado caen los templos de la idolatría y se eleva á hombre libre el esclavo gentil.
Al soplo vivificador de la ciencia, se desarrolla la industria, los alcázares la feudalidad bambolean, y se emancipa el siervo de corvea.
La conciencia se irrita de la opresión de una fe ciega; vuela en su ayuda la razón, y surge triunfante el libre examen.
Habla la filosofía, escuchan los pueblos, la lucha empieza; y la independencia íntima de las naciones es proclamada y los vasallos conquistan la categoría de ciudadanos.
¡Qué admirable poder el del pensamiento!
Nada le detiene; no hay distancias que le cansen, ni barreras que le estorben.
Por cima de la fuerza amada y de los anatemas, de los tormentos, y de las hogueras, marcha y marcha siempre, de Norte a Sur y de Oriente a Poniente, en busca de un nuevo progreso, de una conquista social desconocida.
¡Inútil resistir! Meteoro benéfico y fresco ambiente, que la Providencia agita sobre la cabeza de la humanidad atribulada, yendo rápido los más grandes espacios y penetra por todos los poros del cuerpo social.
No hay cordón sanitario que le cierre el paso.
No h
ay cuarentena posible.
Ha recibido la orden de ir y va.
¡Abrid filas, míseros mortales!
Esta es la historia. Pero, ¿en qué consiste que a pesar de su elocuente enseñanza los hombres aprendan tan poco? ¿En qué consiste que después de tantos desengaños, de tantas civilizaciones destruidas, de tantos poderes rotos, se resistan aun a la acción del pensamiento coronado de laureles.
¡Funesta ceguedad! ¡Incomprensible anomalía!
Tender la vista sobre los poderes caídos y los poderes exaltados: vosotros veréis que todos cayeron por causas parecidas y todos se elevaron por principios semejantes.
Para elevarse la discusión, el libre examen; para caer la resistencia. Mirad por este lado la historia de la humanidad, diríase que la contradicción es la clave de sus desarrollos.
Desde las catacumbas en que se ora, llora y sufre, al vaticano en que se intriga, goza y persigue.
Desde los campos de la gloria en que se lidia y delibera mano a mano con el guerrero del pueblo, a los alcázares feudales en que se monopoliza el placer y se azuzan los perros contra el siervo del trabajo.
Desde los astros oscuros de sociedades filantrópicas en principio, y cuyo lema es la humanidad, la igualdad y la libertad, a los brillantes salones del poder social en que ser, es mandar, gobernar, oprimir. ¡Lamentable inconsecuencia!
La conducta de hoy es indicio de la hipócrita traición de ayer.
Olvidarse de ayer, es disponerse á morir mañana, y sin embargo, ¡todos se olvidan!
Pudiera decirse que del paso de la desgracia a la fortuna, de la esclavitud al mando, se apura una copa de las aguas del Lateo, y que a su influjo se pierde la memoria de lo que queda atrás para no ver sino lo que está delante.
Mas ¿por qué una contradicción tan universal y continua? ¿Es ley del mundo?
¡Ah! No, lo que hay es la exageración parece la ley del espíritu del hombre.
Cuando sufre, aunque sea por su culpa, exagera sus padecimientos y, los vicios y crímenes de los que gozan.
Cuando goza, tiene por locos a los que sufren, y se cree un hombre muy moderado y cuerdo.
En ambos casos, la exageración.
Rebajad de cada uno el exceso, y quedará lo justo.
Si la queja fuera templada, la opresión no sería violenta. Si el poder no fuera opresión., la desgracia no sería provocación.
Pero la exageración domina en ambos lados, y como no se conoce en uno sino, desde el otro, de ahí que cuando se pasa al poder, solo se tiene en cuenta la exageración de la desgracia.
Las faltas ajenas en la alforja de adelante.
Las propias en la de atrás.
Mas ¿qué culpa tiene la discusión de las aberraciones de los hombres?
¿Será la discusión otra cosa que un método, un procedimiento para descubrir la verdad? ¿Será otra cosa que el sagrado ejercicio del entendimiento humano? ¿Y quién condena el entendimiento?, ¿y quién condena la verdad? Tanto valdría
condenar la luz porque nos ilumina los objetos,
y los ojos porque se sirven de la luz.
El entendimiento y la discusión son los ojos y la luz del alma.
¡Respeto pues al que mira; mas respeto al que ve!
Si la discusión se suprimiera, las tinieblas brotarían; tendríamos ojos y marcharíamos a tientas.
Dios ha querido que marchemos con luz.
Si pues la discusión es divina en su origen, buena en su esencia, e irresistible en su acción, ¿por qué se la resiste?
Sin duda alguna porque se abusa de ella; porque en vez de discutir, se declama; porque en vez de pensar, se imagina; porque en vez de ilustrar, se insulta.
¡Desgracia al que así discute!
¡Anatema al que rechaza la verdadera discusión!
Por nuestra parte que comprendemos su valor, su importancia social y sus condiciones, no incurriremos en la pena que pronunciamos.
Pensaremos para discutir y discutiremos para ilustrar.
El país nos oirá,
y el poder no se meterá con nosotros.
La discusión es la luz del alma, y el alma, no la fuerza, es la guía de los pueblos.
José Ordax de Avecilla