La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

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22 de agosto de 2025

La Casa de Maternidad de Guadalajara

La falta de métodos anticonceptivos eficaces, la miseria de tantas familias, el sistema patriarcal que pretendía sojuzgar a la mujer a la voluntad del hombre y la presión social de la Iglesia Católica, que alimentaba el chismorreo maledicente, provocaron que, hasta bien entrado el siglo XX, muchas mujeres no encontrasen otra salida que deshacerse de sus hijos, fruto de embarazos no deseados. El drama de los expósitos, de los huérfanos abandonados secretamente por sus madres y familias, era una lacra social que, a veces solo para evitar la deshonra de las mujeres, condenaba a la marginalidad a niños y niñas inocentes. Las soluciones basadas en la caridad cristiana recluían en guetos a los expósitos o incluseros; hasta que el nuevo Estado liberal, aún con todas sus deficiencias, intentó dar una solución humanitaria a estos mal llamados “hijos del arroyo”. Guadalajara fue una de las primeras provincias españolas en amparar a los huérfanos a través de una pionera Junta de Damas y su Casa de Maternidad, y quizás por eso en 1895 se solicitó desde el gobierno español un informe, creemos que hasta ahora inédito, que reproducimos.

Huérfanas de Oficiales del Ejército en el patio del Palacio del Infantado

Casa provincial de Maternidad y Expósitos, huérfanos y desamparados en Guadalajara

Datos para el Congreso internacional de Florencia, en pro de la infancia, el año 1895.

En cumplimiento de lo prevenido a esta Oficina benéfica en 12 del actual, por la Comisión provincial de la Excma. Diputación, a consecuencia de la R.O. de Gobernación fecha 30 Enero p[róximo] p[asado], interesando datos el Gobierno de Italia para el Congreso que se celebrará en Florencia el presente año 1895 en beneficio de la infancia, expondré, siquiera breve y sucintamente, la creación y desenvolvimiento de la Casa de Maternidad y expósitos de esta provincia, establecida en la Capital.

No obstante el espíritu y letra expansivos y altamente humanitarios de la Real pragmática sancionada por Carlos IV en 23 de Febrero de 1794, para que, entre otras cosas, se considerase a los expósitos de ambos sexos libres de toda mancha o excepción odiosa, igualándolos a los demás ciudadanos, vasallos entonces del Reino, y de lo dispuesto en la ley de Enero 1822, tan previsora, que en su artículo 52 consideraba ya como obra digna de reconocimiento de la Nación, el recoger para conducirle a la Casa de Maternidad cualquier niño expósito o abandonado, repito que, no obstante esas y otras disposiciones legales, yo no he hallado ni conozco dato alguno de haberse establecido Casa provincial de expósitos en Guadalajara hasta 1838; bien es verdad que, en épocas anteriores, estaban confiados tales deberes humanitarios, en primer término, a las Corporaciones municipales; pero la provincia de Guadalajara mandaba ya sus expósitos a Madrid, con 4 ducados (11 pesetas) por cada uno, como otras limítrofes, hasta que a instancia de la Junta de Damas de honor y mérito de la Corte, se dispuso por R.O. de 26 Marzo de 1838, que cesase la costumbre de conducir a Madrid los niños expósitos, y que cada provincia sostuviese sus respectivas Casas benéficas.

De aquí arranca, pues, el comienzo o primera fundación, aunque provisional entonces, de la Casa de Maternidad y expósitos de Guadalajara, quedando instalada en 10 de abril del referido año 1838, con solo seis camas, en el patio del extinguido Convento de la Concepción, sito en la Plaza de Moreno, previo pago del alquiler correspondiente.

Después fue trasladado el Establecimiento a otro local más capaz, y por fin en el año 1852, se adquirió el edificio sito en la Calle de Salazaras, donde está instalado desde aquella fecha tan benéfico Asilo, que es hoy ventilado, de regulares condiciones higiénicas y espacioso para doscientos acogidos de diversas edades y sexos.

En la Ciudad de Sigüenza y Villa de Atienza existían y aún siguen tornos para exponer niños; el de la última población, Atienza, continúa como Sucursal o Hijuela de la provincial; exponen al año 6 u 8 niños, que los da a lactar el administrador que allí existe, con una corta gratificación, interviniendo sus operaciones uno de los Párrocos del pueblo.

En Sigüenza existe Torno y Establecimiento benéfico para expósitos, mas no por cuenta de la provincia, en el que según el decir del Cabildo Catedral, con referencia a la fundación, deben recibirse en aquella Casa los expósitos de todo el Obispado y por eso lo administra la Mitra y cobra sus rentas. En el año 1839 ingresaban de cuarenta a cuarenta y cinco niños, término medio anual.

Parece, pues, que no deberían mandar a la Inclusa provincial de la Capital, niños del Obispado de Sigüenza, sobre todo del Partido a que da nombre y Molina; pero aunque no en mucho número, vienen, sin duda amparados en la ley de beneficencia de 20 Junio 1849 y Reglamento para su ejecución de 14 Mayo del 52, que obliga a las provincias al sostenimiento de Casas de Maternidad y de expósitos.

En dicha Casa-Inclusa provincial de Guadalajara, donde también son admitidos niños huérfanos y desamparados de tierna edad, ingresan por término medio anual , de 80 a 90, hallando en las Hijas de la Caridad el cuidado y consuelo de tan caritativa institución. Para la lactancia provisional de aquellas tiernas criaturas, existen dos amas internas, cada cual con su niño, y tan luego como ingresa otra criatura, se avisa a una nodriza externa, ya casada o viuda, residente en la provincia de las que tienen solicitado criar y, previa exhibición de informes de buena conducta moral, y reconocimiento facultativo, se les hace entrega del expósito, retribuyéndolas en su día con 12 y media pesetas mensuales, hasta que la criatura cumpla la edad reglamentaria de 15 meses, y desde esta edad hasta la de 8 años, 7 y media pesetas al mes. Se oficia, desde luego, a los alcaldes para que ellos y sus Juntas municipales de los pueblos respectivos estén a la mira del trato y educación que la nodriza dé al acogido. Al cumplir los 8 años de edad, devuelven algunos niños y niñas a la Inclusa, donde reciben instrucción primaria hasta los 12 ó 13 años, pasando luego, los varones a Talleres mecánicos de varios oficios, y las muchachas se ocupan en labores de su sexo, hasta que a los 18 años los primeros y 20 ellas, son emancipados por regla general y salen del Establecimiento, excepto los enfermos o inútiles para ganar libremente los medios de subsistencia.

La Diputación, siempre solícita en pro del menesteroso, auxilia también con 7’50 pesetas al mes, a ciertas familias pobres y honradas, para ayuda de lactancia de sus hijos.

Por último, se acompañan dos Reglamentos para el régimen interior de la Casa de Maternidad y expósitos, por más que bastantes de sus artículos y disposiciones necesitan, según está reconocido, importantes modificaciones.

Es cuanto cree deber manifestar el que suscribe.

Guadalajara 16 de febrero de 1895.

El Secretario Contador, Julián Ramírez.

25 de febrero de 2024

La Escuela Laica de Guadalajara

Las Dominicales del Libre Pensamiento fue un semanario declaradamente laico y abiertamente anticlerical que nació en 1883 gracias a la iniciativa de Ramón Chíes y Fernando Lozano Montes, alineados políticamente con el republicanismo más intransigente de Manuel Ruiz Zorrilla o Francisco Pi y Margall. Este último, junto a los dos promotores del semanario, fueron nombrados albaceas testamentarios por Felipe Nieto Benito, un militar federal que legó todos sus bienes para la fundación de una Escuela Laica para niños en Guadalajara, la ciudad en la que había crecido. En 1902, tras el fallecimiento de la hermana de Felipe Nieto, el único albacea testamentario superviviente, Fernando Lozano, pudo establecer la Escuela Laica en la capital alcarreña y recoger la noticia en un amplio reportaje, firmado por él con su seudónimo de Demófilo, publicado en Las Dominicales del Libre Pensamiento en su número del 11 de noviembre de 1903.

LA ESCUELA LAICA DE GUADALAJARA

El edificio.
La casa adquirida en propiedad por la testamentaría de D. Felipe Nieto para servir de Escuela laica es un vasto edificio que consta de un cuerpo central y dos hotelitos ó pabellones laterales. Sobre ello, tiene separada, pero en la misma línea de fachada, una casa pintoresca de estilo suizo. A lo largo de la fachada que mira al jardín hay una amplia terraza, destinada al recreo y esparcimiento de los niños. Allí jugarán, allí harán gimnasia, allí darán muchas clases en los días de temperatura benigna. Aire, luz, alegría, he ahí el elemento propio del niño.

Paseo por el jardín.
Bajando al jardín, por la izquierda, se encuentra un pabelloncito, recién construido, destinado á desahogo y limpieza, con sus inodoros en el centro, á un lado los urinarios y á otro los lavabos, todo provisto de agua abundante que baja del gran depósito, semejante á los de los ferrocarriles, que se levanta al lado sobre pintoresco pilar cilíndrico recubierto de yedra.
Más abajo está el grande invernadero, con su cuarto de semillas y su fuente, y siguiendo más adelante, el invernadero pequeño, de flexible y elegante armadura de hierro, con su escalera para subir sobre la cubierta, desde donde se domina un amplio horizonte. La fuente de este invernadero es una gruta, de entre cuyas peñas brotan surtidores de agua. En aquella parte comienza el gran balcón del jardín, formado de una larga banda de asientos de piedra, sobre que descansa fuerte y maciza balconadura de hierro. De pie, sobre los asientos de piedra y apoyados sobre el balconaje, se contempla el bello paisaje de un valle estrecho, sembrado de huertas que fertiliza un arroyo, oculto por espesa maleza. La hermosa huerta, situada abajo sobre la hondonada profunda, cortada á pico y defendida por sólida fábrica de albañilería, pertenece á la Escuela. Mirando á la derecha, sobre el montículo de una revuelta del valle, se ve la casa del hortelano, perteneciente también á la Escuela, como la huerta que está á sus pies y se prolonga un largo trecho.
Siguiendo á lo largo del balcón, se encuentra una verja que da acceso á la bajada de la huerta. El espeso macizo de árboles que hay hacia aquella parte, cubriendo la hondonada, donde jamás penetra el sol, la profundidad abrupta del terreno, el ruido que forman al caer despeñándose las aguas de un arroyuelo, dan á aquel sitio un aspecto que recuerda el Monasterio de Piedra. Aquel lugar impenetrable á los rayos del sol en verano, y poblado de ruiseñores y jilgueros que en las alboradas de primavera aturden los oídos con su charla estrepitosa, es verdaderamente delicioso. Hacia aquella parte, penetrando en el jardín, está el campo destinado á experiencias agrícolas, donde cada niño cultivará su parcela de terreno. Todo esto lo fueron viendo los asistentes á la apertura de la Escuela, pudiendo apreciar la variedad y frondosidad de los árboles, como la profusión de flores otoñales de que estaba engalanado el jardín, destacándose en el centro la airosa fuente de mármol, rodeada de una corona de crisantemos de variadas especies y matices de color.

Los talleres.
Se pasó de allí á visitar los talleres. Para penetrar en ellos hubo que atravesar un hermoso salón, alto de techos, que sirvió un día de capilla á los opulentos dueños de la casa y que ahora servirá de suplemento á la terraza del jardín en los días lluviosos. Allí se evaporaba el espíritu durante algunos momentos en una oración impotente, allí se fortalecerán ahora los cuerpos infantiles en la gimnástica y en los juegos, preparándolos para servir á la sociedad con un trabajo fecundo.

Taller de metales.
En el salón inmediato, alto de techo y con tres ventanales que se abren á la fachada principal enviando luz abundante, está instalado el taller de metales. Aquel es el tesoro industrial de la escuela. De allí puede salir todo el material de enseñanza que se necesite construir con una perfección insuperable. Allí se pueden fabricar cuantos aparatos de física se quiera, y las maquinitas más primorosas, montajes para microscopios, micrótomos, máquinas de fonógrafos, cuanto se necesite, en fin para que los niños puedan apreciar con sus ojos todos los adelantos de la mecánica.

El torno.
El torno de metales es una preciosidad, por su admirable construcción y por la flexibilidad y precisión de sus movimientos automáticos. Se ha traído expresamente de los Estados Unidos que no tienen ya rival en la construcción de máquinas y herramientas para talleres. Posee movimientos automáticos longitudinal y transversal. Pueden tornearse en él superficies cónicas y cilíndricas perfectas, hacerse toda clase de pasos de rosca para tornillaje y taladrarse gruesas planchas de hierro. No hay ajuste, por delicado que sea, que no pueda efectuarse á favor de esta maquinita primorosa que puede moverse á pedal ó por cualquier motor mecánico á cuyo efecto está dotada de originales aparatos de transmisión.

La cepilladora.
La máquina cepilladora es el complemento del torno y procede también de los Estados Unidos. En ella se trabajan las superficies planas como en el torno las de revolución. Posee accesorios para dividir, de suerte que se pueden hacer en ella ruedas dentadas de todas clases y superficies prismáticas con variadas facetas. El avance y todos los movimientos son automáticos. Se mueve á mano, con pedal ó con motor y á este efecto posee un juego de transmisiones muy perfecto. El taller de metales tiene además otros aparatos como el mármol de rectificar superficies planas, hermosa platina, una serradora de hierro y un sólido banco de herrero.

Taller de madera.
En la habitación contigua está instalado el taller de maderas. Destácase en él la serradora mecánica de sierra de cinta. En ella, con pasmosa rapidez, se sierran maderos de hasta 15 centímetros de grueso. Sirve también para bordear, haciéndose con facilidad suma los más bellos adornos y calados. Puede moverse á pedal, con manubrio y por transmisión. Constituye así la serradora un instrumento precioso para la carpintería por la brevedad y la belleza con que se corta en ella la madera, preparándola para las demás labores. Cuenta el taller de maderas con una colección de cepillos admirablemente construidos en los Estados Unidos, entre ellos un moldurador universal ingeniosísimo con el cual se pueden hacer toda clase de molduras. Hay además colección de piedras do esmeril, grata y todas las herramientas usuales de carpintería. Se está construyendo también un gran torno de madera.

Forja.
El taller de forjar no está montado aún, pero se ha adquirido ya su material y se instalará en una magnífica despensa ó bóveda qué tiene luz directa sobre el jardín.

Laboratorio.
Se montará un bello laboratorio para hacer manipulaciones fotográficas, y en general, químicas, para lo cual hay ya dispuesta la habitación correspondiente.

La clase.
En las demás escuelas, todo el local se reduce á la clase, y se ha hecho bien en precisar hasta el último detalle de la altura de mesas y bancos, con la inclinación que se debe dar á los pupitres, á fin de que no se deformen los cuerpos de los niños, presos en aquella cárcel durante seis horas del día. La clase de la Escuela Laica contiene, sin duda, todos esos refinamientos, porque se ha encargado de la construcción del menaje el especialista de Madrid en carpintería de material pedagógico, pero son innecesarios, porque en la clase no estarán los niños sino breve tiempo, el necesario para escribir y dibujar. Se ha procurado solo, que todo sea en ella sencillo, pulimentado, limpio. Nada de gárrulos carteles colgados sobre las paredes para recoger el polvo. En el frente, ocupando el lugar de honor, el bello cuadro de la Declaración de los Derechos del hombre. En el resto, hoy nada. Más adelante, plantas que alegren los ojos y flores que perfumen el ambiente.

Biblioteca.
Todavía no está instalada por falta de estantería, que se construirán en los talleres; pero ya hay allí preparados para ella, cajones atestados de libros. Se llevarán muchos más. Apenas se instale, constará ya de más de mil volúmenes, y los niños conocerán por sus ojos, todas las obras maestras del espíritu humano, algunas admirablemente ilustradas.

Las demás habitaciones.
Quedan vacantes muchas habitaciones á las que se irá dando la aplicación debida. Para amueblarlas solo dignamente, se necesitaría gastar muchos miles de duros. Mas para eso están allí los talleres, de donde irá saliendo un mobiliario original adecuado al destino que se vaya dando á cada habitación. Repetimos que aquellos talleres son el tesoro de la casa de donde habrán de salir muchas cosas útiles.

Los dos brazos de la casa.
Proclamemos modestamente que la Testamentaría no hubiera podido dar esta magnitud de líneas á la fundación, sin contar con dos brazos fuertes, que han sido las columnas sobre que se ha levantado aquella casa. Es el uno, el profesor Fernando Lorenzo. Es el otro, Luis Lozano.

Fernando Lorenzo.
Tiene este joven, de 22 años, un abolengo famoso en la historia do nuestras libertades patrias. Es nieto del célebre Lorenzo, que fue un día objeto de la admiración y de la gratitud intensa de la España liberal. Es hora propicia de recordar aquel episodio. Al comenzar la primera guerra civil, encontrábase el general Lorenzo de Gobernador militar de Pamplona. D. Carlos había conferido el mando en jefe de su ejército á D. Santos Ladrón, que se había hecho famoso por su valor y por sus triunfos en la guerra de la independencia. Enseñoreado D. Santos Ladrón de la Rioja, y encerrado el ejército liberal en los muros de Pamplona, engreído además con los numerosos triunfos que acababa de conquistar sobre las fuerzas liberales, envió un cartel de reto al general Lorenzo diciéndole que no se atrevería á salir á batirse con él en campo abierto. Recibirlo el general Lorenzo y salir de la plaza con todas las tropas que pudo reunir, reducidas á unos cuatrocientos hombres de á pie y treinta jinetes, fue obra rápida, y á marchas forzadas, corrió á buscar á D. Santos Ladrón, que disponía de más de mil hombres y había elegido el terreno del combate.
Al ímpetu arrollador de aquel león de la guerra, se vio roto y disperso el ejército absolutista, quedando prisioneros treinta y tantos oficiales. En cuanto á D. Santos Ladrón, el General Lorenzo corrió solo hacia él, le sujetó con sus brazos, sostuvo con él una lucha personal, al modo de las de los héroes de la antigüedad, le venció, le desarmó, y le hizo prisionero, guardando como trofeo de su victoria, el sable que llevaba, sable que conserva aún su nieto. Al llegar á Pamplona, con los despojos victoriosos, el Capitán General de Navarra hizo fusilar á todos los prisioneros sin faltar D. Santos Ladrón. Fue el primer golpe terrible que recibió la causa carlista, y la España liberal celebró con inmenso júbilo tan completa victoria, mientras el Gobierno colmaba de empleos y mercedes al General Lorenzo, que llegó á desempeñar más tarde algún tiempo, el cargo de General en jefe del Ejército del Norte.
Pues bien, su nieto, cuyo padre fue también bravo coronel del Ejército, lleva en sus venas esa misma sangre heroica. Solo que respondiendo á la nueva manera de ser de los tiempos la aplica á luchar, no en las conquistas sangrientas de la fuerza, sino en las conquistas más fecundas de la ciencia. Recogido, modesto, rebelde á toda disciplina huera y formulista, menospreciando títulos académicos, se ha aplicado en el recogimiento y en el silencio á fortificar su espíritu y su cuerpo para todas las luchas, logrando a pesar de su aspecto y su estatura de niño, ser el más fuerte de los jóvenes de los gimnasios madrileños, hasta levantar pesos que los hombres más avezados á los trabajos de fuerza apenas pueden mover, según tuvieron ocasión de verlo, admirándolo, los asistentes á la apertura de la escuela.
Sobre ello, ha ido atesorando un caudal creciente de conocimientos químicos y físicos, á favor de un estudio y una lectura infatigables, que le permiten seguir al día las más importantes aplicaciones de la ciencia y singularmente de la electricidad. Todavía, juntando la práctica á la teoría, se ha aplicado á aprender el manejo de las herramientas y mecanismos manuales, de suerte que le son familiares todas las máquinas y herramientas del taller.
¿Dónde encontrar un maestro así? ¿No es este el ideal del maestro moderno? Dirigir á los niños por el camino de las ciencias, iniciarlos en las prácticas de la agricultura y de la industria, cuidar de su desarrollo físico para dar á sus cuerpos la mayor robustez, la mayor fortaleza, la mayor flexibilidad, la mayor belleza; tal es sin duda la meta de la educación moderna. El pleno desenvolvimiento de una enseñanza de este género necesitaba el concurso de tres ó cuatro maestros, y la Testamentaría carece de recursos para retribuir dignamente más que uno. Hubiera habido que renunciar á estas amplias líneas de la enseñanza á no encontrar un joven de las condiciones de Fernando Lorenzo. Nosotros estamos persuadidos de que su fe, su voluntad férrea, su intrepidez en el cumplimiento del deber lo vencerá todo, y que él solo llegará á hacer más que muchos profesores juntos.
Se inicia ahora en los trabajos pedagógicos, sobre que no había pensado; los dominará sin duda; llegará á conocer, con su fervor por el estudio y por la lectura, lo mejor que en pedagogía se vaya practicando por todas partes, y hará del establecimiento cuya dirección se le ha confiado, una obra seria y sólida que dará frutos de bendición á la ciudad de Guadalajara y á la pedagogía española. Con los siervos de la rutina y que trabajan por el salario es en balde esperar nada fecundo, sin la devoción de Fernando Lorenzo por el ideal, su amor á los progresos patrios, sus entusiasmos concentrados hacia todas las obras elevadas y útiles, su aplicación infatigable al trabajo, imposible hubiera sido que aquél enorme edificio de la Escuela, que se encontraba en el mayor abandono, hubiera ido tomando después de más de un año de trabajos incesantes, la nueva fisonomía, ordenada risueña y bella que ya ofrece.
Es así cuanto escribimos, una justicia debida á sus méritos. Pero todavía empresa de tal magnitud. Esta con su fisonomía tan nueva y original, necesitaba otras ayudas. No ha dejado de prestársela, seria, eficaz, preñada de hábiles iniciativas, su compañero y amigo entrañable Luis Lozano, que tanta parte ha puesto en la organización, dirección y ejecución de los trabajos, habiéndose visto á los dos, vistiendo la blusa y las alpargatas del obrero, ejecutar con sus manos obras de carpintería, cerrajería, fontanería, cristalería y hasta de edificación, sin descansar y apartados de todo trato social. Bien que ahora los deberes de su carrera le separen de allí, no olvidará nunca Luis Lozano el prestar á la Escuela naciente su cooperación activa y seria.

La Fundación asegurada.
Como este no faltarán á la Escuela laica de Guadalajara otros padrinos que le presten toda suerte de generosas ayudas. Pero lo esencial está ya hecho. Allí hay una inmensa base de operaciones que permitirá todos los progresos. Y todo se ha hecho con un legado, cuya cuantía no llega á la tercera parte del dinero empleado por sus antiguos dueños en levantar aquella opulenta mansión. Sobre ello, queda asegurada á perpetuidad, la renta necesaria para mantener el personal al servicio de la fundación con fondos que al efecto tiene depositados la Testamentaría en el Banco de España, en títulos de la deuda al 4 por 100.
Nuestra misión está cumplida. Algo de desvelos y de preocupaciones nos ha costado, pero ya está todo hecho á nuestra entera, absoluta satisfacción. No podíamos hacer más. No podíamos ni soñar llegar á tanto. Como nuestros insignes compañeros de testamentaría D. Francisco Pí y Ramón Chíes, nos hubiéramos contentado con cosa mucho más modesta con tal que quedara la fundación completamente asegurada. Un concurso de dichosas circunstancias nos ha favorecido hasta llegar á este resultado. La Escuela laica de Guadalajara, brotada de la primera ardiente llamarada del Librepensamiento español, que estremeció de intensa alegría el gran corazón de su fundador D. Felipe Nieto, será, sin duda, piedra angular del edificio del laicismo patrio, y sobre sus cimientos tan firmes y tan vastos, se podrá llegar con el tiempo á todas las alturas. ¡Manes benditos de D, Felipe Nieto: sonreíd!
Demófilo (Fernando Lozano Montes)

26 de septiembre de 2022

¿Fiesta nacional?, de Calixto Ballesteros

Al acabar todos los veranos, antes y ahora, los que llamamos en Guadalajara “los veraneantes” se vuelven a Madrid o a otras capitales principales; así ha sido este año y así lleva siendo desde hace más de un siglo. Uno de estos veraneantes fue un periodista decimonónico, de esos que escribían al por mayor, llamado Calixto Ballesteros. Él como nosotros, hoy como ayer, vio y vivió las llamadas fiestas populares, que tantas veces incluían, como lo hacen hoy, espectáculos taurinos de una crueldad extraordinaria. Cuando tantas veces se dice que son fiestas tradicionales, se olvida que también hay una tradición de espanto y oposición a estos festejos sostenida y transmitida por españoles, también de Guadalajara, que llevan siglos impugnando unas fiestas que se basan en el fanatismo y la brutalidad. Casi nada sabemos de Calixto Ballesteros, cuyas columnas, por medio de agencias de prensa, se publicaban en distintas cabeceras españolas; en Guadalajara en Flores y Abejas y en La Crónica. Como modesto homenaje, reproducimos una breve nota necrológica: “Esta mañana ha fallecido en Madrid, víctima de larga y penosa enfermedad el conocido é ilustrado periodista don Calixto Ballesteros. Alejado ahora de las tareas periodísticas, era hombre muy hábil en las informaciones políticas y fue un poeta laureado en multitud de certámenes literarios, habiendo muerto joven todavía. Enviamos nuestro pésame á su distinguida viuda”. (El Madrid Gráfico, 5 de julio de 1904) El artículo que reproducimos lo recogemos de La Crónica Meridional de Almería, un periódico de tendencia liberal fundado y dirigido por el republicano Francisco Rueda López, que lo publicó en su portada del 23 de agosto de 1894.

Acabo de regresar a este Madrid de mis adoraciones, de un pueblo cercano, uno de los más importantes de la provincia de Guadalajara. Y acaso porque la última impresión que recibí fue bastante fuerte, o tal vez porque aún no he tenido tiempo de experimentar aquí otras impresiones que borren aquella, el hecho es que vengo indignado, más indignado hoy que de costumbre contra las corridas de toros, sobre todo, tal y como se verifican en el pueblo a que aludo y otros muchos… No recuerdo haber presenciado nada más bárbaro. Una multitud enardecida, ebria de júbilo, golpeaba furiosamente los tablones que formaban la barrera del improvisado circo.

Y caían de aquellas trancas, esgrimidas por brazos musculosos y recios, sobre los lomos del pobre animal como verdadera lluvia de palos.

El último infelicísimo, más que por la inhábil estocada del sobreseimiento, sucumbió a pedradas, a garrotazos, a puñaladas… asfixiado tal vez entre los recios brazos del pueblo soberano.

Soy muy demócrata. Pero si por soberanía del pueblo hubiera de tomarse lo que presencié ayer por la tarde, de buen grado renunciaría yo a la defensa de soberanía semejante.

Pero el hecho, en sí bárbaro, me lo pareció mucho más por el contraste que pude observar. La víspera del día señalado oficialmente para la corrida se había verificado la procesión.

Y en ella iban con sendos escapularios y muy devotamente los mismos caballeros que ayer ocupaban las barreras de la toril plaza y pensaba yo: ¿será esto un sistema, o más bien una demostración evidente de que son hermanos gemelos el fanatismo y la brutalidad? Francamente os digo, lectores discretos, que prefiero menos religiosidad, pero también menos ardor taurómaco.

Porque es el caso que los cuatro párrocos presenciaban la corrida juntamente conmigo. Y excepto uno, los tres restantes, estaban entusiasmados con la contemplación de aquel espectáculo inculto.

Bien amargas consideraciones se deducen de este hecho. Porque no puede haber prosperidad material ni el nivel moral puede elevarse en un solo metro. Las gentes que se dejan arrastrar por la veneración sacratísima a una virgen milagrosa, un momento más tarde son los que ponen decidido empeño en renunciar, si vale la frase, a su dignidad de hombres inteligentes para convertirse en uno de tantos habitantes de la selva. ¿Por qué sigo presentando, si el fanatismo y la barbaridad taurómaca tienen puentes de contraste?

8 de mayo de 2022

Sentencia del proceso del Seminario de Sigüenza en 1869

Aunque gusta de presentarse como una religión de paz, lo cierto es que el cristianismo tiene una larga tradición de clérigos belicosos en defensa de los intereses de la Iglesia o de sus privilegios particulares sobre las conciencias particulares o los bienes terrenales. Sin necesidad de retroceder hasta las órdenes de monjes-soldado, en los dos últimos siglos ha habido clérigos con las armas en la mano en todos los muchos conflictos civiles que hemos sufrido los españoles. Sin llegar a los extremos de crueldad y falta de caridad cristiana de la Guerra Civil española, durante la Tercera Guerra Carlista fueron muchos quienes en Guadalajara desde el estamento eclesiástico animaron a la insurrección o, incluso, llegaron a empuñar las armas, en la estela del famoso canónigo seguntino Vicente Batanero. En 1869, recién estrenado el nuevo régimen democrático, fue descubierta una conspiración con epicentro en el Seminario de Sigüenza; a pesar de las hipócritas protestas del canónigo Pedro Andrés de la Peña en carta dirigida al periódico carlista La Esperanza que las publicó en su número del 7 de junio de 1869 y de la sentencia benévola del juicio al que fueron sometidos los implicados, y que reprodujo el también carlista El Pensamiento Español el 10 de junio de 1870, lo cierto es que el clero diocesano de Sigüenza hizo todo lo posible por alentar el enfrentamiento fratricida que estalló, finalmente, en febrero de 1872 con la activa participación de los ahora implicados, como Isidoro Ternero Garrido. Reproducimos ambos documentos dignos de la tierra de Caín.

1º Considerando que el delito que en esta causa se persigue debe calificase de conspiración para perpetrar el de rebelión, no siendo admisible la excepción alegada por la defensa de D. Joaquín García Muñoz y consorte de que estos usaron del derecho de asociación pacifica, concedido por la Constitución del Estado, porque no puede apreciarse lógica ni legalmente como asociación pacifica la que tuvo por objeto la adquisición de armas, municiones y otros efectos de guerra, con el propósito confesado por los mismos procesados de sostener la causa carlista en el terreno de la fuerza, lo que constituye esencialmente el delito de conspiración que, respecto a la mayor parte de los procesados, es de más gravedad por su carácter sacerdotal.

2° Considerando que D. Joaquín García Muñoz y D. Juan Manuel Floria están confesos y convictos de autores del expresado delito y que respecto al reo prófugo D. Isidoro Ternero, aparecen en la causa méritos bastantes para adquirir, según las reglas ordinarias de la crítica racional del conocimiento de su criminalidad, como autor del mismo delito, sin que en su comisión concurran circunstancias atenuantes ni agravantes. Considerando que D. Pedro Herranz y D. Julio Jiménez, D. Miguel Gálvez, don Pascual Peña y el reo prófugo D. Alejo Izquierdo, aparecen los cuatro primeros sustancialmente confesos y convictos, y el último plenamente convicto de cómplice en el referido delito de conspiración.

3º Considerando respecto a Manuel Anteportamlatinam, que si bien no resultan del proceso méritos suficientes para adquirir el convencimiento racional de su culpabilidad, tampoco ha conseguido justificar cumplidamente su inocencia.

4º Considerando que de la causa no aparecen méritos algunos para atribuir culpabilidad en el expresado delito de conspiración a Juan Ballesteros, el tirador de Luzaga, ya difunto, Nicolás Casado, su mujer María de Diego, D. Pedro Andrés de la Peña, rector del Seminario, y Martín Cabrera que también fue indagado.

5º Considerando que legalmente no procede calificar de desacato a la autoridad el contenido del comunicado o carta que con fecha 4 de Junio dirigió el Presbítero D. Pedro Andrés de la Peña al director de La Esperanza, y se insertó en dicho periódico y en El Pensamiento Español, pues para que exista dicho delito es necesario si la injuria o calumnia se hace por cierta, que esta se dirija personal y directamente a la autoridad ofendida, circunstancia que no concurre en el comunicado de que se trata.

6º Considerando que tampoco contiene éste injuria a la autoridad civil ni judicial, concretándose en censurar la manera con que sin asistencia de la autoridad local se practicó en 3 de Junio el reconocimiento de los dos seminarios, y el hecho de que a pesar de no haber encontrado en este primer reconocimiento cosa alguna por la que pudiera entonces creerse responsable al expresado mayordomo, se le condujera directamente desde el tren a la cárcel; que aun cuando dicha censura contuviera injuria, debe ser absuelto D. Pedro Andrés de la Peña, según lo dispuesto en el artículo 383 del Código penal, por resultar ciertos los hechos censurados, pues si bien en el segundo reconocimiento practicado el día 5 se encontraron los cartuchos de pólvora y demás efectos, fue debido a las revelaciones que con posterioridad a la fecha del comunicado hizo el expresado mayordomo y

7º Considerando que siendo dos distintos delitos el de conspiración y el que calificó el juez de primera instancia de desacato a la autoridad, y no teniendo íntima conexión el uno con el otro, el expresado juez, según las reglas de sustanciación y la práctica constante, debió mandar formar pieza separada para cada uno de ellos y no involucrar los dos en un mismo proceso, con lo que hubiera evitado la larga incomunicación que sufrió el Presbítero don Pedo .Andrés de la Peña, puesto que respecto a él ningún cargo resultaba por el delito de conspiración. Teniendo presente lo dispuesto en los artículos 167 número 4, 173 párrafo 4º, 63 y 77 regla 1, 70 escala gradual, números 2º, 58, 59, 25, 46 y 48 del Código penal y la regla 45 de la Ley provisional, para su aplicación. Vista habiéndose observado los términos legales.

Fallamos; que debemos condenar y condenamos a D. Joaquín García Muñoz y D. Juan Manuel Floria y Gil, a nueve años de prisión menor a cada uno, a D. Isidoro Ternero a siete años de igual pena; a don Pedro Herranz y Sanz, D. Félix Gómez y González, D. Miguel Gálvez y Peña, D. Pascual Peña y Sánchez, D. Alejo Izquierdo a cuatro años y nueve meses de prisión de menor a cada uno, y a todos ocho a suspensión de todo cargo y derecho político durante el tiempo de sus respectivas condenas, y al pago cada uno de una dozava parte de todas las costas y gastos del juicio, entendiéndose respecto a D. Isidoro Ternero y D. Alejo Izquierdo, sin perjuicio de ser oídos, si se presentasen y fuesen habidos. Absolvemos de la instancia a Manuel Anteportamlatinam y Palazuelos, declarando de oficio por ahora, otra dozava parte de las costas y gastos, declaramos decomisadas las armas, cartuchos de pólvora y pistones y demás efectos ocupados que constan de la diligencia de entrega obrante el folio 52. Sobreseemos sin ulterior progreso respecto al difunto Juan Ballesteros y Rozalem, alias el tirador de Luzaga, Nicolás Casado y Guijarro, su mujer, María de Diego Algora, Martín Cabrera y el presbítero D. Pedro Andrés de la Peña y Martínez, este último por lo respectivo al delito de conspiración para el de rebelión: absolvemos al expresado D. Pedro Andrés de la Peña del cargo respecto al delito de desacato a la autoridad, y libremente por el de injurias sin que la formación de esta causa le pare perjuicio en su opinión y fama, declarando de oficio las tres dozavas partes restantes de costas y gastos del juicio; advertimos al juez de primera instancia, D. Felipe Antonio de Arruche, que cuide en lo sucesivo de no involucrar en una misma causa delitos de distinta naturaleza, que no tienen íntima conexión los unos con los otros, y mandó formar la correspondiente pieza separada, y aprobamos con la cualidad que tiene el auto de insolvencia proveído en doce de Noviembre último. En lo que con esta sentencia sean conformes la consultada y la providencia de seis de Junio, folio 70, la confirmamos y en lo que no lo sean las revocamos.

Así lo pronunciamos, mandamos y firmamos en Madrid a 28 de Mayo de 1870. Trinidad Sicilia, Florencio Rodríguez Valdés. Alberto Santias. Joaquín María López e Ibáñez.

(El Pensamiento Español del 10 de junio de 1870)

El Sr. D. Pedro Andrés de la Peña, rector del Seminario de Sigüenza, nos dirige con fecha 4 del actual la siguiente carta, sobre cuyo contenido llamamos la atención:

Director de La Esperanza.

Muy señor mío: Los sobresaltos siguen en alza. Ayer 3 de junio fuimos visitados en esta ciudad por cuatro compañías de cazadores que llegaron de Madrid entre dos y media de la tarde. Aquí la tropa no asusta; pero la población se sorprendió al notar que los cazadores se desplegaban en guerrillas a la entrada de la ciudad y penetraban en ella como si tratasen de sitiar una buena parte de la misma. Así sucedió, en efecto, y para que la admiración subiera de punto, ¿cuál le parece á V., Sr. Director, que fue el objeto del asalto? Pues por más que se resista el sentido común á creerlo, sitiaron los dos Seminarios, uno cerrado porque ya ha concluido el curso de los filósofos y teólogos, y el otro abierto á los pocos gramáticos que en él hay.

Ambos Seminarios y la casa del canónigo D. Miguel López Maroto fueron los puntos tomados por la tropa. Sin avisar á nadie ocuparon el Seminario abierto como si no tuviera dueño, y, lo que es más, en él penetraron sin que les acompañara autoridad alguna, no obstante haber en la población, además de la ordinaria, la de los señores gobernadores de Guadalajara y Zaragoza.

Ignoro si esto es o no conforme a las leyes pero, según todas las trazas, me pareció un enorme atropello, no solo á la inviolabilidad del domicilio, sino á todos los derechos que tanto se proclaman por nuestros libres; y para que no se crea que exagero, ahí va la prueba. Registraron con el mayor detenimiento y minuciosidad todas las dependencias de los dos establecimientos, desde los desvanes hasta los subterráneos, sin encontrar lo que buscaban, por la sencilla razón de que no existía: en la habitación del mayordomo, D. Joaquín García, presbítero, no dejaron libres de su curiosidad ni siquiera las cartas de sus amigos, leyéndolas desde la cruz a la fecha. Este se hallaba á la sazón ausente y para que nadie dudara de su inocencia, probada ya en el registro, el Sr. Obispo le manda un parte telegráfico para que viniera inmediatamente, al que respondió sin vacilar un momento: "Voy en el primer tren". ¿Podrán Vds. adivinar lo que han hecho con él, aun antes de bajar del coche? Pues muy sencillo: allí mismo le instaron el comisario y agentes de policía que se presentase ante el señor Juez, como lo hizo, y, acto continuo, le manda esta autoridad que vaya á la cárcel, donde se encuentra incomunicado, sin darle tiempo ni permitirle presentarse al Señor Obispo.

Esto, Sr. Director, no será muy cortés pero sí muy libre; así que todos estamos de enhorabuena, y todos debemos clamar con toda la fuerza de nuestros pulmones: ¡Viva la libertad! Registran de una manera inusitada los dos establecimientos, y no hallan los fusiles y la pólvora que se imaginaban; registran los papeles, y estos no son los que ellos creían; los hechos han venido a probar quién sea el inocente y quién el calumniador; quien sabe respetar las autoridades, y quien las pone en ridículo; y aún con esta prueba mandan un inocente a la cárcel, y el calumniador recibe por pena quedarse en su casa para reírse de la fiesta y continuar á mansalva sus bromas, bien pesadas por cierto.

El mayordomo D. Joaquín García quedó plenamente justificado en el registro de todos los efectos que le ocuparon. Si ni en su habitación ni en las demás dependencias ha aparecido cosa alguna que pueda justificar la conducta de esta autoridad, lo procedente habría sido confesar su ligereza y haber sido víctima de un engaño; pero de ninguna manera vejar al que tiene probada de un modo tan irrecusable su inocencia, o en todo caso haber optado tan solo conmigo esta medida, como rector de dichos establecimientos, pero no ha sido así: a mí se me ha castigado con el susto, siendo el responsable de lo que aquí pudiera haberse encontrado, y á dicho mayordomo, cuya responsabilidad es menor, con susto y cárcel; esto no será muy justo, pero sí muy libre, lo que tiene indignada a esta población.

(La Esperanza, 7 de junio de 1869)

31 de diciembre de 2013

Circular de Juan Jiménez Cuenca en 1856

Por el Gobierno Civil de la provincia de Guadalajara se han sucedido a lo largo de dos siglos alrededor de dos centenares de delegados del poder ejecutivo. Entre todos ellos, algunos merecen ser recordados con gratitud, otros sólo infundieron terror y la mayoría apenas hizo nada digno de ser tenido en cuenta en su breve paso por tierras alcarreñas. Es por eso, que hoy queremos rescatar una circular emitida en 1856, poco después de la caída del gobierno progresista del general Francisco Serrano, por el gobernador civil de entonces, Juan Jiménez Cuenca, en la que realiza un diagnóstico muy acertado sobre la realidad provincial y sobre las dificultades que lastraban el progreso de Guadalajara; un análisis, además, tan breve como certero. Lamentablemente, más de ciento cincuenta años después, el panorama no ha cambiado y los guadalajareños no han aprendido que la unión hace la fuerza, perdidas sus autoridades en localismos absurdos mientras critican la secesión de otros.
Tropas desfilando frente al Gobierno Civil de Guadalajara en la II República

Circular del gobernador civil Juan Jiménez Cuenca
He creído conveniente tomar la iniciativa en el asunto á que, sé refiere la siguiente comunicación que he dirigido á la Diputación Provincial: La cifra de cuatrocientos sesenta y ocho Ayuntamientos que hay existentes en esta provincia, no ha podido menos de llamar mi atención pues es imposible que los servicios públicos marchen con regularidad, ni que la administración esté bien montada con tanta multiplicidad de pequeños y por fuerza insignificantes centros.
Prescindo de los mayores trabajos que para toda clase de negocios tienen que afluir por fuerza a las dependencias generales de la provincia con este sistema, y del embarazo que esto produce para que la administración tenga el curso rápido que su naturaleza de activa exige. Mas no es posible dejar de estimar en toda su importancia la necesidad capital de que la administración sea buena, recta, ilustrada y económica, cual los pueblos tienen derecho a exigir de la solicitud del Gobierno de S.M. y de sus delegados en las provincias. Y esto sin embargo no es fácil conseguirlo, cuando como sucede en este país, la generalidad de los municipios son pequeños, en extremo pobres y sin medios por consecuencia de atender a sus necesidades.
Conozco que la división en todos los ramos facilita por punto general los servicios, y produce adelantos, prosperidad y progresos, pero la extrema subdivisión solo trae en pos de sí pobreza, abandono, y a veces hasta inmoralidad y embrutecimiento. No es posible una buena administración local donde el Secretario de Ayuntamiento, alma de estas corporaciones, solo tiene doscientos reales de sueldo. La actitud de un funcionario dé esta índole tiene que ser escasísima, sus conocimientos ningunos, sus trabajos detestables, estando además su moralidad muy expuesta.
Con presupuestos de mil reales, ni puede aspirarse á mejoras dé ninguna clase, ni en tener escuelas, ni aun siquiera facultativos que asistan al vecindario en sus enfermedades, como creo sucede por desgracia en muchos Ayuntamientos de esta provincia. Y cuando por falta de recursos las atenciones más apremiantes de un pueblo están desatendidas, es un absurdo sostener solo por un capricho o una vanidad Ayuntamientos que no tienen condiciones de vida, antes por el contrario, conviene suprimirlos y así puede y debe hacerse según lo dispuesto en el artículo 27 de la ley municipal vigente.
En su virtud, y considerando que aglomeradas varias poblaciones para formar un Ayuntamiento los servicios públicos podrán llenarse con más economía y decorosamente, he creído oportuno dirigirme a V.E. para que tenga la bondad de fijar su atención sobre este punto, contando desde luego para la reforma, en sentido de la reducción de Ayuntamientos, con mi concurso y acuerdo. Dios guarde a V.E. muchos años.
Guadalajara, 7 de octubre de 1856.
Juan Jiménez Cuenca.
(Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara, 8 de octubre de 1856).