La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

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15 de septiembre de 2025

Mujer, Universidad y represión en 1929

Como en tantas otras ocasiones, dentro y fuera de España, los jóvenes estudiantes universitarios fueron la punta de lanza de lucha contra las dictaduras; así merecen ser recordadas la madrileña Noche de San Daniel de 1865 y las revoluciones que sacudieron el mundo hacia 1968. Incluso nuestro país vio como las Universidades se convirtieron durante los años 70 del siglo pasado en foco constante de oposición a la dictadura del general Franco. Una situación parecida a la que sufrió el general Miguel Primo de Rivera y su dictadura bufa en los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII. La respuesta de los regímenes autoritarios siempre es aumentar la represión de forma cruel e indiscriminada, como ocurrió en 1929 cuando el gobierno de Primo de Rivera procedió a castigar con la pérdida de la matrícula y del curso a todos los estudiantes de varias universidades españolas, empezando por la Central de Madrid. Con un rancio paternalismo machista, el Ministerio excluyó a las alumnas de este castigo, en lo que ellos creían un rasgo de galantería. Sin embargo muchas de las pocas mujeres que estaban matriculadas en estos centros universitarios protestaron contra la disposición y solicitaron ser equiparadas a sus compañeros masculinos en la represión. Los nombres de aquellas universitarias, que salvaron la dignidad de esta institución educativa y de todo un país, merecen ser recordados.


"Excelentísimo señor ministro de Instrucción Pública:
las que suscriben, estudiantes de la Universidad de Madrid, manifiestan a V. E. que declinan la galante deferencia que representa el quererlas excusar del régimen creado a nuestra Universidad, ya que consideramos que la galantería en este caso es incompatible con nuestro sentimiento de la justicia. No acudiremos a la convocatoria de exámenes del próximo mes de septiembre, porque deseamos permanecer solidarizadas con la causa de la Universidad, que es la de la cultura española, lo mismo que nuestros compañeros estudiantes, con quienes nos sentimos plenamente identificadas en la defensa que han hecho de los derechos del Estado en materia de enseñanza. Nosotras en la Universidad somos y seguiremos siendo estudiantes afanosas de ayudar a la obra de cultura en aquel centro y compañeras leales de nuestros leales amigos, sobre todo en estos momentos de dura persecución contra ellos.
Lo que tenemos el honor de poner en conocimiento de V. E.
Madrid, 25 de abril de 1929"

Consuelo Burell, Virginia Robles, Carmen Olmedo, Concepción Mareque Seoane, Pepita Marín, Carmen Gómez, Isabel Téllez, María Luisa Álvarez, Carmen Castro, Pepita Carabias, María Isabel Barreiro, Elena Manrique, Adelaida Bello, Carmen Caamaño, María Luisa Riboo, Pepita Callao, Aurora Riaño, Concepción Meseguer, María Trinidad G. Suárez, Julia Fernández, Angelita Blázquez, María R. Carreña, Carmen Marañón, Carmen de Ortueta, Consuelo de Ortueta, Elena G. Morales, Consuelo Gutiérrez del Arroyo, Margot Arce, Elisa Bernis, Margarita Salaverría, Elena G. del Valle, María Teresa Toral, Pilar de Madariaga, Antonia Hernández, Dorotea Barnés, Rosa Bernis, Juana Álvarez Prida, María Núñez, Lucía Castro, Adela Bamés, Amparo Núñez, Concha Prieto, Encamación Puyola, María del Carmen Nogués, Isabel Vicedo, Petra Barnés, G. Fernández, Anita Gaset, Araceli Gallego, María Aragón, Carmen Pardo, Carmen Niño, María Paz O. del Valle, Pilar Lago, Elena Gómez Moreno, María O. de la Peña, Amada López Menenses, Ángeles Tormo, Pilar Martínez Sancho, Eloísa Malasecheverria, María Isabel Fernández, María Bello, Carmen Castro Cardus, Concepción Zulueta, Glorita Rojas Gutiérrez, Carmen Ochoa, Carmen Sainz, Nieves López, Natividad Lasala, Mercedes Hernández, Laura Duarte, Elena Felipe, Consuelo González, Concepción Seseña, Natividad Gómez Ruiz, Mercedes Vázquez, Antonia Casado, Dolores Jarones, Salomé Lorenzana, Nieves Piñoles, Obdulia Madariaga, Pilar González, Amelia Azarola, Obdulia Fons, Dolores Mur, Amalia Gómez, Carmen Lorenzana, Dolores Castilla, Pilar Ríos, María Encar, G. Herreros, Aurelia Garrido, María Luisa Bartolozzi, María Santullano, Pilar Loscertales, Antonia Fernández, Emilia Hernández, Casilda Hoyos, Pilar Hors, Enriqueta Hors, Concha G. Velasco, Nieves de Hoyos, Aurelia Gómez Becerro, Julia Fernández, Emilia Díaz, Blanca Gayoso, María Caballar, Teodora Enciso, Beatriz López Ocaña, Elena G. Spéncer, Josefa Llaudaró, Fe Sanz, Fernanda G. del Real, Carmen Guerra, Carmen Alvarado, María del Carmen G. Gómez, Antonia Dardano, Isabel Ribera, Lucia Bonilla Smith, Encarnación Corrales, Dagny Stabel-Hausen, Adelaida Muñoz, Socorro Blanco, Ascensión Jalones, Hildegart Rodríguez, Mariana C. Velasco, María Luisa Bravo, Carmen Moyano, Balbina Rodríguez, Pilar González y González, Paulina Bardan, Carmen Jimez, Leonor Mercado.

8 de abril de 2022

Extranjerofobia, de José Deleito y Piñuela

José Deleito y Piñuela fue un historiador español que vivió a caballo de los siglos XIX y XX; prestigioso entre sus colegas pero alejado del foco público por ser catedrático en la periférica Universidad de Valencia, krausista y de izquierdas pero sin militancia partidaria y un hombre bueno en la España de Caín, no es hoy en día especialmente leído y recordado, un olvido también forzado porque fue depurado por el franquismo implacable y alejado del aula desde 1940, cuando ya había cumplido los 60 años de edad. Conoció de primera mano como espectador y analizó acertadamente como historiador el desastre de 1898 y compartió el espíritu regeneracionista de aquel tiempo. En la revista El Cardo, en su número del 30 de agosto de 1899, publicó un artículo crítico con el triunfalismo imperialista español y apostaba por la apertura y la incorporación a Europa de una España que, parafraseando a Antonio Machado, “desprecia cuanto ignora”. En este país donde vuelven a oírse los ecos de apolilladas gestas sin base histórica esta reflexión de Deleito y Piñuela parece de plena actualidad.

 EXTRANJEROFOBIA

Las auras modernistas pretenden renovar nuestra viciada atmósfera y, aunque tarde, se inicia en la prensa, en el folleto, en la tribuna, en todas partes, una campaña enérgica contra nuestro decantado españolismo, que ha paralizado tantas saludables reformas y nos ha mantenido tantos siglos en estacionamiento estéril, inficionados por malsanas tradiciones seculares, aislados y prevenidos contra todo extraño influjo.

Consúltese nuestra historia, léanse nuestros autores clásicos, analícense los sentimientos más visibles y las más recónditas ideas de todo español de raza en las épocas más diversas de la vida de nuestro pueblo, y la síntesis de este estudio acusará un orgullo risible, fomentado por la creencia en una falsa superioridad, un espíritu estrecho, intolerante, poco afecto á cambios ni alteraciones, como buen pueblo agreste y montañoso, y un recelo sistemático contra innovaciones de allende el Pirineo. Un castellano viejo de hace dos siglos no hubiera cambiado su castizo origen por la más linajuda prosapia extranjera, y no es que se ufanase de meritísima ascendencia, sino que conservaba la idea, de niño inculcada, de que España era el país por excelencia, la tierra por Dios predestinada para las más grandes empresas, el baluarte inquebrantable del catolicismo, la nación predilecta del cielo.

El duque de Rivas, que de tan maravilloso modo encarnó en sus obras el espíritu romancesco de la España medioeval y legendaria, hace decir al viejo conde de Benavente, refiriéndose al francés duque de Borbón: “... llevándole de ventaja, / que nunca jamás manchó / la traición, mi noble sangre / haber nacido español”. He aquí una frase que retrata de mano maestra la vanidad española, nuestras eternas y típicas arrogancias.

El ser español era todo para nosotros. Caían en Rocroy y en Montesclaros nuestros viejos tercios, empañando su brillante historia, y nadie, sin embargo, osaba poner en entredicho las excelencias de la española infantería; propagábase por Alemania, Holanda é Inglaterra el renovador movimiento intelectual del siglo XVI, consecuencia brillante del Renacimiento, y entre tanto, España cerraba sus puertas á los maestros extranjeros, y nuestro Felipe II, digno hijo de la España inquisitorial, prohibía á los jóvenes españoles salvar la frontera para vislumbrar más amplios horizontes y restaurar sus entumecidos cerebros con la vivificante savia de la nueva ciencia.

Podían devastar nuestros soldados las más bellas ciudades de Flandes y de Italia; esto no ponía en riesgo la inalterabilidad de rancias costumbres, de rutinarias ideas; pero el comercio intelectual y científico hubiera arruinado monásticas preeminencias, privilegios intangibles, y era preciso oponerle insuperables valladares. Para muchos de nuestros venerables antepasados, que temían del extranjero trato la propagación de doctrinas heréticas y corruptoras de juveniles corazones, hubiera sido el ideal más bello la realización de esta frase brutalmente estacionaria del filósofo chino Lao-tseu: “Si otro reino se hallase frente al mío, el canto de los gallos y el aullido de los perros se oyesen del uno al otro, mi pueblo llegarla á la vejez y a la muerte sin haberle visitado”.

Los judíos y los moriscos, aparte de sus diferencias religiosas de los cristianos viejos, eran en cierto modo extranjeros, y nada importó que fueran las únicas fuerzas vivas que al país sustentaban. Con su expulsión se arruinaron las ciudades y los campos, huyeron de nosotros las industrias, la despoblación consumó la ruina, y España se trocó en un cadáver ¿Qué importaba esto? Estaba sola, sin odiosos huéspedes, y, aunque reducida a un puñado de hombres extenuados y andrajosos, que apenas hallaban tierra bajo sus plantas, éstos, no obstante, miraban casi con desdén á la poderosa Francia de Luis XIV, felices con mantener incólumes sus sagrados dogmas y con llamarse hijos de Pelayo y del Cid.

Los extranjeros que nos visitaban quedaban absortos por nuestro espantoso atraso. Los españoles castizos nunca se bañaban; el agua les causaba susto, por ser las abluciones prácticas mahometanas y judías; y el trato de nuestras mujeres con extranjeras damas parecía un peligro para aquella virtud y aquel honor vidrioso de nuestras doncellas semimonjas y semiárabes odaliscas, cantado por Calderón y Lope. Decididamente España poseía el monopolio de la honestidad, del valor, de los sentimientos piadosos y de otra porción de excelencias.

Cuando nuestra patria se echó en brazos de los Borbones, como náufrago que teme por su vida, no lo hizo sin cierto disgusto, manifestado en la oposición á los entonces modernismos de Carlos III, fiel devoto de las italianas tendencias de Tanuci y Esquilache, á la influencia literaria francesa, personificada en los Moratines, y á cuanto significaba salir del viejo patrón español. Los afrancesados de últimos del pasado siglo y principios de éste excitaban las iras populares, y fueron pocos los que pudieron permanecer tranquilos sin trasponer la frontera, en medio de los furores de exaltados patriotas, que llamaban á Napoleón gabacho; Pepe Botella al cultísimo y y virtuoso rey José, cuyo sólo delito era ser extranjero; y nuestro Fernando el Deseado, al funesto monarca que felicitaba al emperador francés por el triunfo que sus tropas obtenían sobre los puñados de ilusos y heroicos hijos de este pueblo, que daban su vida al grito de ¡Viva Fernando VII!

En todo este siglo se ha mantenido perenne la antipatía al extranjero. La gente rústica, peor educada aquí que en parte alguna, la ha demostrado con pullas soeces, teniendo como gracia reír las deficiencias de pronunciación y, lo que es peor, las superioridades de cultura de los no españoles, cosa que, aparte de demostrar pésimo gusto, es verdaderamente bufa en quien, como nosotros, nada, ó muy poco, sabe hacer sin extraña ayuda. Causa lástima y quita todo entusiasmo que, con todas nuestras ínfulas, sean los extranjeros los que exploten nuestras minas, fomenten nuestras especulaciones mercantiles, dirijan nuestras fábricas y nuestros talleres, mejoren nuestros productos y estimulen nuestra peculiar desidia. Tenemos una historia nacional que, sin conocerla, es sacada á relucir, como arma de combate, por el último quídam, siempre que alguien pone en tela de juicio nuestra decantada grandeza, nuestros heroísmos legendarios; y, para completo escarnio, ha sido preciso que hagan esa historia holandeses, ingleses y franceses; Dozy, Robenson, Macaulay, Mignet, Fomerón, etc. mientras nuestra Academia produce, con excepciones raras, meditadas trivialidades, y se da el caso de que sean los extranjeros los que tienen más exacta idea de cuántos somos y hemos sido.

Aunque de antipatriotas se nos tache, creo que es un gran bien decir la verdad sin rodeos, ya que los hechos, con abrumadora evidencia, propagan lo que en vano querrían encubrir las palabras y la pluma en esta hora decisiva en que Europa, antes confiada en nuestros desplantes bélicos, sólo ve de España, con justificada burla, nuestras corridas de toros y nuestros flamantes diplomáticos, que pasean por las grandes capitales el recuerdo de nuestro imperio colonial deshecho y de aquella montaña dorada de épicas glorias reducida á cenizas.

José Deleito y Piñuela

12 de diciembre de 2013

El partido progresista y Amadeo I de Saboya

En el periódico La Discusión, de Madrid, se publicó el 18 de octubre de 1871 un manifiesto que resumía la línea política del partido progresista, elemento central y mayoritario del bloque político dominante, aún conmocionado por la muerte del general Juan Prim nueve meses antes y ya bajo la monarquía democrática del rey Amadeo I de Saboya, un régimen político que colmaba todas sus aspiraciones y que encarnaba los principios ideológicos que habían sostenido al liberalismo progresista español desde, por lo menos, el año 1833. Este triunfo político, sin embargo, no estaba exento de problemas y dificultades, y así se ponía de relieve en el texto, que anuncia las rupturas y disensiones que sacudieron a los progresistas cuando más necesitaban estar unidos. Es, en todo caso, un excelente resumen tanto del bagaje ideológico del partido como del momento que vivía el país.
Al partido progresista-democrático y á la nación.
La Revolución de Setiembre, que ha renovado por completo la faz de nuestro país, ha trasformado también radicalmente la organización de los partidos militantes.
Natural era que así sucediese. La Revolución de Setiembre no fue uno de aquellos trastornos efímeros que, turbando por breves momentos el curso ordinario de la vida social, pasan sin dejar rastro, ni huella, ni memoria. Derribando el edificio de los antiguos poderes tradicionales, y levantando sobre nuevos cimientos la fábrica de nuevas instituciones, debe considerarse como una época decisiva de nuestra historia nacional, porque señala el momento solemne en que España, al consumar por fin su completa renovación política, tantas veces intentada sin fruto desde 1808, entra por vez primera en las corrientes del espíritu moderno y en la línea de los pueblos más adelantados.
Este providencial cataclismo, sin establecer solución de continuidad en el curso de nuestro desenvolvimiento histórico, constituye, sin embargo, en el orden moral y político, un completo cambio análogo al que en el orden de la naturaleza experimentan los seres orgánicos: es el desarrollo natural, aunque sorprendente, de la semilla que, depositada por la mano de nuestros padres y regada tantas veces con su generosa sangre, germinaba oculta en el seno de la antigua sociedad española.
Para determinar el gran movimiento de nuestra regeneración y remover los seculares obstáculos que á él se oponían, necesario fue unir, en un instante supremo y en un impulso decisivo, las fuerzas todas de cuantos, mirando con vergüenza, con indignación y con santa ira la mísera postración de nuestra patria, pugnaban por romper sus cadenas, reanimar su espíritu, despertar su mente y enardecer su corazón, haciéndole vislumbrar á lo lejos largos días de gloria y anchos horizontes de libertad.
Unidos para derrocar lo pasado, unidos también debieron mantenerse para echar los fundamentos de lo porvenir; porque preciso era establecer de consuno el credo común de las nuevas agrupaciones políticas, los axiomas fundamentales de la nueva legalidad, y los infranqueables limites del palenque donde en adelante habían de moverse y luchar los nuevos partidos constitucionales.
Complemento necesario, comento fiel y desarrollo elocuente del programa de Cádiz, el manifiesto de 12 de noviembre, firmado por los repúblicos más eminentes de cada procedencia política, fue entonces la gloriosa bandera de la Revolución y es todavía el símbolo de la fe común para todos los partidos que de ella proceden.
Ese mismo espíritu animó después el Código fundamental y las leyes orgánicas, obra del ferviente patriotismo, de las elevadas miras, de la alta sabiduría que en el curso de sus tareas mostraron siempre las Cortes Constituyentes. Los derechos individuales por una parte, y por otra la monarquía democrática, son dos polos sobre los cuales gira la esfera completa de nuestras instituciones políticas; polos que admirablemente se corresponden, manteniendo el equilibrio sin entorpecer el movimiento; porque la monarquía democrática, creada por el derecho del pueblo, consagrada por el sufragio del pueblo, y apoyada en el amor del pueblo, es producto último y símbolo perfecto de la soberanía nacional,  segura garantía de los derechos de todos y clave firmísima del arco de las libertades públicas.
La elección de un príncipe ilustre por su alcurnia, esclarecido por su valor y nacido á la sombra de un trono libera!, consumó el trabajo de aquella insigne Asamblea; y terminada la obra constituyente, fruto de la concordia común, debió cambiar por completo la actitud de las diversas parcialidades políticas al entrar de lleno en el ejercicio perfecto de los poderes constituidos.
Desde la Revolución hasta entonces, no hubo en España verdaderos partidos; hubo sólo dos campos irreconciliables: el que se afanaba por consolidar la obra de setiembre, y el que se esforzaba por impedir aquel patriótico trabajo.
Deponer toda diferencia secundaria de opiniones, en aras del bien general, afirmando solamente los puntos cardinales de la creencia común y aplazando para tiempo más oportuno la determinación de ideas más concretas y de una política definida, debió ser en aquel periodo preliminar y pasajero la conducta de los partidos revolucionarios.
Pero terminado el período constituyente se necesitaba, al entrar en el período constituido, un criterio fijo de administración y de gobierno, imposible de conseguir sin que se deslindase el campo de los partidos, creando los elementos orgánicos de toda nación verdaderamente libre y constitucional.
Un incidente funesto vino á impedir por el pronto separación tan necesaria. La muerte del ilustre general Prim arrebató a la patria el único brazo capaz de conducir en tan críticos momentos, con rumbo fijo y por derrotero seguro, la nave política. La falta de aquel hombre, irreemplazable en el partido progresista-democrático, vino á perturbar el curso natural de los acontecimientos, y ante el riesgo de un total naufragio al tocar el puerto, necesario fue aunar de nuevo todas las fuerzas y volver por un momento á la infecunda confusión de los partidos.
Pronto se descubrió, sin embargo, el anacronismo de semejante conducta y la imposibilidad de tan forzado equilibrio. A fuerza de mutua tolerancia y de patriótica abnegación, consiguieron los ilustres patricios que componían el ministerio de 3 de enero llegar hasta las elecciones, reunir las Cortes y poner en movimiento la máquina Constitucional; pero mal podían imprimir á la política un rumbo determinado, ni llenar, por consiguiente, los altos fines de gobierno propios de un pueblo que entra al cabo en una era de perfecta organización, tras media centuria de vaivenes políticos y de convulsiones revolucionarias.
Los mensajes de las Cortes en contestación al discurso de la Corona, expresión unánime y declaración solemne del sentimiento que á todos los partidos animaba en pro de una conducta franca, definida y enérgica, demostraron claramente que al inaugurarse la era de los nuevos poderes se requería la acción vigorosa, libre y desembarazada de un solo bando; y en el fondo como en la forma de aquellos importantes documentos, nadie dejó de comprender que el partido llamado á dirigir los negocios en el primer momento era el partido progresista-democrático, y que la política necesaria en el primer periodo era la política radical.
Todos vieron la necesidad, tan imperiosa en España como en cualquier pueblo libre, de establecer la balanza de la política interior con la formación de dos grandes partidos, el reformista y el conservador.
Conveniente es, en efecto, que las innovaciones proyectadas por unos hallen en otros aquella prudente desconfianza que, sin degenerar en oposición sistemática ni en obstinada terquedad, modera los ímpetus de la impaciencia y evita resoluciones precipitadas, ilustrando la opinión pública y promoviendo fecundas discusiones, crisol donde se depura la verdad de los principios y la oportunidad de las reformas.
Esa misma resistencia á toda innovación, por sencilla que sea, da al partido conservador, cuando de ella no abusa, tal autoridad y prestigio tan grande en el ánimo de los pueblos, que sólo pueden considerarse permanentes y seguras aquellas instituciones que, combatidas por él cuando estaban en proyecto, son al fin por él admitidas y practicadas cuando la experiencia demuestra su oportunidad y conveniencia para el bien del Estado.
Tal es, en los pueblos verdaderamente libres, el espíritu, el criterio y la conducta del partido conservador: tales deben ser también en España, donde le aguardan días de gloria, si adoptando al cabo un criterio común logra unir bajó una sola enseña esa multitud de bandos divergentes que son como los miembros dispersos de un gran cuerpo despedazado.
Con este partido, impotente para gobernar mientras no consiga fundir en un conjunto homogéneo sus fragmentos disgregados, forma singular contraste el gran partido progresista-democrático, cuya unidad, realizada aun antes de completarse la obra constituyente, se muestra no menos en la fijeza de sus principios que en la uniformidad de su conducta y en la indeclinable constancia de sus propósitos.
La Constitución de 1869, sincera y lealmente observada, es su credo: los derechos individuales, consagración de la personalidad humana; la soberanía de la nación en su más pura y más completa fórmula, el sufragio universal; el trono, la persona y la dinastía de D. Amadeo I, representante del derecho popular, baluarte del orden público y fiel custodio de los derechos comunes, son los artículos fundamentales de su fe política.
Respetar profundamente el sentimiento religioso, y, renunciando para siempre, respecto de la iglesia, á esa mezquina política que tanto la humilló en otros tiempos, otorgarle los beneficios de la libertad constitucional, á cuya sombra tan grandes y necesarios servicios puede prestar á la sociedad de nuestro siglo, conquistando las simpatías del país y la consideración del Estado sin menoscabar en manera alguna la sagrada libertad de la conciencia; emplear toda la severidad que aconseje la prudencia gubernamental, dentro de la Constitución, contra los individuos y las asociaciones que intenten lo que se oponga á la moral, al orden público ó á la seguridad del Estado; elevar y fortalecer las instituciones judiciales, sin cuyo influjo tutelar no es, posible la buena aplicación del sistema represivo, que garantiza el orden sin coartar el libérrimo ejercicio de ningún derecho; dar independencia y vigor á ese poder augusto que, encerrando la acción de cada individuo en el bien trazado círculo de su propio derecho, asegura la inviolabilidad de cada uno, y que, amparando al ciudadano contra las arbitrariedades del poder y contra los abusos de la administración, asegura la libertad de todos; establecer sin demora el jurado, conciencia de la sociedad y complemento necesario e indispensable de nuestro sistema judicial; cumplir el voto de las Cortes Constituyentes realizando la organización municipal del país, base solidísima de la libertad de los pueblos y elemento indispensable de moralidad en su administración; consumar la reforma de nuestra Hacienda con la supresión de gastos inútiles, con el aumento de las rentas públicas y con la elevación del crédito nacional; regenerar la administración, simplificando su organismo, reduciendo por este medio el número de empleados públicos y reservándolos para el mérito y la aptitud; buscar con ahínco y castigar con implacable celeridad la corrupción administrativa donde quiera que se descubra; difundir por todos los ramos de la legislación patria la savia, la escuela y el espíritu de nuestro Código fundamental, para dar al gobierno, á la administración, al derecho, á todas las partes, en fin, del organismo social, aquella unidad que siendo fuente de vida y condición de robustez en cualquier tiempo, es único medio de salvación en los momentos actuales; extinguir á todo trance la rebelión de Cuba y asegurar á toda costa la integridad nacional, sin hacer para ello concesiones que el honor de España no consiente, ni transacciones que el patriotismo de nuestro partido rechaza; y, una vez restablecida la paz, entrar para aquella isla en el camino de las reformas que la Constitución de 1869 ha ofrecido libremente á nuestros conciudadanos de Ultramar, y que han comenzado á plantearse en Puerto Rico, donde la tranquilidad no se ha turbado y donde el complemento de estas reformas y la abolición de la esclavitud no han de influir para que se turbe; practicar, en fin, por mano del funcionario que cobra, la política más beneficiosa al contribuyente qué paga, ya que de tantos años á esta parte es esa la política que sin tregua reclama la opinión general: he aquí sus firmes propósitos.
Fundir en un conjunto perfectamente homogéneo las fracciones que, progresistas siempre en el fondo, habían adelantado más ó menos los límites de su ideal político antes de 1868, pero que, identificadas con absoluta unidad de sentimientos, de ideas y de interés en la Constitución de 1869, reconocen hoy como emblema de su común bandera los derechos individuales, independientes de toda soberanía y superiores á todo Convenio; la soberanía nacional, base de todo pacto, y el criterio radical, guía de toda reforma: esa ha sido, es y debe ser la norma invariable de su conducta.
Y por fortuna para España estos levantados propósitos no han quedado en meras ilusiones del deseo, ni en vanas ambiciones de partido. De ello da insigne testimonio la breve historia del último ministerio radical, cuyo programa, consagración solemne de todos nuestros principios, y elocuente confesión de todas nuestras patrióticas ambiciones, cumplido en todas sus partes con religiosa escrupulosidad, con universal aplauso y con éxito completo, traza la única senda posible en adelante para cualquier gobierno que presuma de radical y pretenda apellidarse progresista.
En dos meses de existencia, ese ministerio, abriendo las válvulas de la opinión y sin forzar los frenos de la pública autoridad, ha visto mantenido el orden, restablecido el crédito, calmadas las agitaciones intestinas, desvanecidas las amenazas reaccionarias, restituidos pacíficamente á sus hogares los emigrados políticos, convertidas al trabajo, en bien de la patria, las fuerzas que antes se perdían en vanos alardes de poder, cuando no en estériles luchas fratricidas; calmadas las pasiones, depuestas las armas, levantado el nivel del espíritu público, satisfecha la sed de economías en vano reclamadas por la opinión durante el trascurso de tantos años, y llegado en triunfo entre universales aclamaciones el monarca, cuyas egregias prendas y varonil confianza en la lealtad española han ganado para siempre los corazones de aquellos generosos pueblos en cuyo seno fingía mayores peligros la apocada ignorancia de los pusilánimes ó la interesada astucia de los ambiciosos.
Ensanchemos, pues, el espíritu y preparemos el ánimo á coronar la empresa apenas comenzada por aquel ministerio. El gran partido progresista-democrático tiene principios fijos que le sirven de norte, aspiraciones comunes que le estimulen en su camino, y un programa práctico de gobierno, ya ensayado con éxito, cuyo juicio corresponde al país. Fáltale sólo una robusta organización proporcionada á tan poderosos elementos de vida.
Aun cuando formado por el movimiento mismo de la Revolución durante el período constituyente, aunque robustecido durante lo que llevamos de período constituido por la impotencia de las fracciones conservadoras, por las necesidades políticas de la nación, por el voto unánime de las muchedumbres y por el generoso desinterés de sus hombres más eminentes, el gran partido progresista-democrático necesita buscar hoy una organización vigorosísima que, facilitando el empleo de sus fuerzas, haga fecundo el feliz consorcio de todos sus partidarios. Para llegar á fin tan deseado, tiene ya en gran mayoría el voto de sus representantes en las Cortes; tiene una junta directiva que se afana por unificar la acción de sus fuerzas y encauzar el caudal de su actividad; tiene lo que los partidos, como los ejércitos, han menester ante todo: un jefe de pelea que han levantado sobre el pavés y consagrado con sus aclamaciones las numerosas huestes radicales; y tiene por dicha, como ejemplo que le alienta y como laminar que le guía, la gloriosa historia, los preclaros timbres y el venerando nombre del insigne pacificador de España, del ilustre duque de la Victoria.
Organizarnos bajo tan favorables auspicios es obra sencilla, y ya casi por completo realizada. Si hay descontentos, nuestra conducta disipará su disgusto y nuestro comportamiento ganará sus voluntades; si hay disidentes de buena fe, ellos volverán á nuestro campo cuando la experiencia patentice su error y el tiempo calme su irritación: y si por desdicha hay entre todos alguno tan pobre de espíritu que, anteponiendo consideraciones personales al bien común persevere en su hostilidad, dejémosle ir en mal hora adonde le conduzca su extravío. Segregaciones de este género, lejos de debilitar á los partidos, los depuran y los fortalecen.
Despejada, pues, la atmósfera, y ordenadas las huestes -ya lo sabéis- sólo la unidad, la cohesión y la disciplina bastan para darnos la victoria. A establecer esa necesaria armonía de esfuerzos se consagra con ahínco la junta directiva del partido progresista democrático, y una circular ya trazará en breve á nuestros correligionarios todos la senda que en su concepto han de seguir y la conducta que deben observar para estrechar vínculos, unir voluntades, desvanecer recelos e implantar en todos los ánimos nuestras ideas, nuestros propósitos y el entusiasmo que anima nuestros corazones.
Nosotros en tanto les pedimos su consejo para ilustrar nuestra marcha y su cooperación decidida para llevar á cabo nuestra obra, reducida á estos sencillos términos: implantar la libertad en nuestro suelo y consolidar la dinastía de Saboya que es su escudo más fuerte y su más genuina representación.
Madrid 15 de octubre de 1871.
Juan Montero Guijarro, diputado por Albacete, José  María Valera, diputado por Casas Ibáñez (Albacete), Miguel Alcaraz, diputado por Almansa (Albacete), Enrique Arce, senador por Albacete, José España, senador por Albacete, José Poveda y Escribano, diputado por Elche (Alicante), Lorenzo Fernández, Muñoz, diputado por Denia (Alicante), Joaquín Carrasco, diputado por Vélez-Rubio (Almería), Jacinto María Anglada y Ruiz, diputado por Vera (Almería), José Pascasio de Escoriaza, diputado por Purchena (Almería), Manuel Merelo, diputado por Almería, Ramón Orozco, diputado por Gergal (Almería), Salvador Damato, diputado por Berja (Almería), Juan Anglada, senador por Almería, Manuel Orozco, senador por Almería, Juan José Moya, senador por Almería, Duque de Veragua, diputado por Arévalo (Ávila), Manuel Lasala, senador por Zaragoza, José María Chacón, diputado por Zafra (Badajoz), Rafael Prieto y Caules, diputado por Mahón (Baleares), Rafael Saura, senador por Baleares,  José Rivera, diputado por Miranda (Burgos), Patricio de Pereda, diputado por Villarcayo (Burgos), Faustino Moreno Portela, diputado por Aranda (Burgos), Benigno Arce, diputado por Bribiesca (Burgos), Francisco Javier Higuera, diputado por Salas (Burgos), Juan de Alaminos, Senador por Burgos, Eugenio Diez, senador por Burgos, Isidro Sainz de Rozas, diputado por Trujillo (Cáceres), Marqués de Camarena, diputado por Cáceres, Modesto Duran Corchero, diputado por Los Hoyos (Cáceres), Marqués de Torre Orgaz, senador por Cáceres, Facundo de los Ríos y Portilla, diputado por Lucena (Castellón), Segismundo Moret, diputado por Ciudad-Real, Aureliano Beruete y Moret, diputado por Almadén (Ciudad-Real), Joaquín lbarrola, diputado por Daimiel (Ciudad-Real), Luis González Zorrilla, diputado por Toro (Zamora), Cayo López , diputado por Alcázar (Ciudad-Real), Gabriel Rodríguez, diputado por Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), Saturnino Vargas Machuca, senador por Ciudad Real, Luis Alcalá Zamora, diputado por Priego (Córdoba), Juan Ulloa, diputado por Cabra (Córdoba), José Alcalá Zamora, senador por Córdoba, Santiago Andrés Moreno, diputado por Muros (Coruña), Gaspar Rodríguez, diputado por Ortigueira (Coruña), José María de Beranger, diputado por El Ferrol (Coruña), Enrique Fernández Alsina, diputado por Carballo (Coruña), Tomás Acha, senador por La Coruña, Gregorio Alonso, diputado por Tarancón (Cuenca), Marqués de Valdeguerrero, diputado por San Clemente (Cuenca), Antonio Vicens, diputado por Santa Coloma (Gerona), Vicente Romero Girón, diputado por la Motilla (Cuenca), Joaquín María Villavicencio, diputado por Huéscar (Granada), José Dolz, diputado por Alcira (Valencia), Vicente Fuenmayor, senador por Soria, Marqués de Sardoal, diputado por Santa Fe (Granada), Luis de Moliní, diputado por Albuñol (Granada), Joaquín García Briz, senador por Granada, Juan Ramón La Chica, senador por Granada, Santos Cardenal, diputado por Sigüenza (Guadalajara), Ramón Pasaron y Lastra, diputado por Pastrana (Guadalajara), José Domingo de Udaeta, senador por Guadalajara, Manuel L. Moncasi, diputado por Benabarre (Huesca), Camilo Labrador, senador por Huesca, Manuel Montoya, senador por Jaén, Lorenzo Rubio Caparrós, senador por Jaén, Joaquín Álvarez Taladriz, diputado por Murias (León), Fausto Miranda, diputado por Astorga (León), Ruperto Fernández de las Cuevas, diputado por Valencia de Don Juan (León), Servando Ruiz Gómez, diputado por La Becilla (León), Fernando de Castro, senador por León, Romualdo Palacio, diputado por Balaguer (Lérida), Manuel Becerra, diputado por Becerrea (Lugo), Eugenio Montero Ríos, diputado por Madrid, Manuel Ruiz Zorrilla, diputado por Madrid, Cristino Martos, diputado por Madrid, Baltasar Mata, diputado por Madrid, Manuel de Llano y Persi, diputado por Getafe (Madrid), Vicente Rodríguez, diputado por Chinchón (Madrid), Víctor Zurita, diputado por Alcalá de Henares (Madrid), Laureano Figuerola, senador por Madrid, Marqués de Perales, senador por Madrid, Federico Macías Acosta, diputado por Vélez Málaga (Málaga), Casimiro Herráiz, senador por Málaga, Juan Sastre y González, diputado por Lorca (Murcia), Tomás María Mosquera, diputado por Carballino (Orense), Ignacio Rojo Arias, diputado por Celanova (Orense), Julián Pellón y Rodríguez, diputado por Valdeorras (Orense), Nicolás Soto y Rodríguez, diputado por Ginzo de Limia (Orense), Mariano Diéguez Amoeiro, diputado por Verin (Orense), Rafael María de Labra, diputado por Infiesto (Oviedo), Benito Diéguez Amoeiro, senador por Orense, Vicente Núñez de Velasco, diputado por Carrión (Palencia), Fernando Sierra, senador por Palencia, Eulogio Eraso, senador por Palencia, José Crespo del Villar, diputado por Lalín (Pontevedra), José Montero Ríos, diputado por Taveiros (Pontevedra), Eduardo Gasset y Artime, diputado por Cambados (Pontevedra), Ramón Martínez Saco, diputado por Redondela (Pontevedra), Severino Martínez Barcia, diputado por Tuy (Pontevedra), Manuel Gómez, senador por Pontevedra, Juan A. Hernández Arbizu, diputado por Quebradilla (Puerto Rico), José Antonio Álvarez Peralta, diputado por Vega Baja (Puerto Rico), José Julián Acosta y Calvo, diputado por San Germán (Puerto Rico), Eurípides de Escoriaza, diputado por Agrualilla (Puerto Rico), Román Baldorioty, diputado electo por Ponce y Sabana Grande (Puerto Rico), Francisco María Quiñones, diputado electo por Riopiedra (Puerto-Rico), José M. Cintran, diputado electo por Güayama (Puerto Rico), Julián E. Branco, diputado electo por Caguas (Puerto-Rico), Luis María Pastor, senador por Puerto Rico, Pedro Mata, senador por Puerto Rico, Wenceslao Lugo Viña, senador por Puerto Rico, Guillermo F. Tirado, senador por Puerto Rico, Felipe Ruiz Huidobro, diputado por Torrelavega (Santander), Ángel Fernández de los Ríos, senador por Santander, Santiago Diego Madrazo, senador por Salamanca, Salvador Saulate, diputado por Cuellar (Segovia), Antonio Ramón Calderón, diputado por Estepa (Sevilla), Nicolás María Rivero, diputado por Écija (Sevilla), Francisco Ruiz Zorrilla, diputado por Burgo de Osma (Soria), Benito Sanz Gorrea, diputado por Almazán (Soria), Basilio de la Orden, diputado por Agreda (Soria), Manuel de la Rigada, senador por Soria, Fernando Fernández de Córdova, senador por Soria, Vicente Morales Díaz, diputado por lllescas (Toledo), Enrique Martos, diputado por Orgaz (Toledo), José Echegaray, diputado por Quintanar de la Orden (Toledo), Vicente Brú y Martínez, diputado por Requena (Valencia), José Soriano Plasent, diputado por Torrente (Valencia), Pascual Fandós, diputado por Chiva (Valencia), José Peris y Valero, diputado por Sueca (Valencia), Manuel Pascual y Silvestre, senador por Valencia, Cristóbal Pascual y Genís, senador por Valencia, Sabino Herrero, diputado por Medina de Rioseco (Valladolid), Toribio Valbuena, diputado por Villalón (Valladolid), Miguel Herrero López, senador por Valladolid, Juan Antonio Seoane, senador por Valladolid, Felipe Bobillo, diputado por Benavente (Zamora), José María de Varona, senador por Zamora, Celestino Miguel y Dehesa, diputado por Egea (Zaragoza), Joaquín María Sanromá, diputado por Humacao (Puerto Rico).

29 de septiembre de 2013

La Revolución Gloriosa de 1868 en Madrid

La Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 fue uno de los momentos históricos de mayor trascendencia en la España decimonónica. Se enterraba definitivamente el Antiguo Régimen, se consolidaba el liberalismo que había nacido en las Cortes de Cádiz y se aventuraba en el horizonte la naciente democracia. La corrupción del régimen de Isabel II, el creciente autoritarismo de un sistema político que sólo el nombre tenía de liberal y la escandalosa vida particular de la reina, habían agotado la paciencia del pueblo y liquidado el capital de esperanza con el que la monarca había llegado al trono treinta y cinco años atrás. La inmensa mayoría de los españoles, sumidos en una crisis económica y de subsistencias, vivió con extraordinaria alegría el pronunciamiento de la flota en Cádiz, la victoria del cordobés Puente de Alcolea y el exilio de Isabel II. El entusiasmo desbordó las calles de toda España, y muy especialmente de Madrid. Reproducimos ahora los textos que la Gaceta de Madrid, boletín oficial de la época, publicó en su número del 30 de septiembre, en los que se refleja el entusiasmo popular de aquellos momentos.
La Gaceta de Madrid, órgano hasta aquí del gobierno, órgano de hoy en adelante del gobierno y la opinión; la Gaceta de Madrid debe hoy revelar a sus habituales lectores los trascendentales sucesos que han trasformado la faz de la nación. Ya en el número anterior se pudo observar, cómo el gobierno constituido por doña Isabel de Borbón y adicto al antiguo régimen, dudaba de su porvenir y se inclinaba á someterse á la incontestable y ya visible soberanía del país. Pero al difundirse por la capital las felices nuevas traídas por él viento del Mediodía, acerca de la gloriosa victoria obtenida por el ejército de la nación sobre les restos borbónicos acaudillados por el general Pavía, la excitación fue tal, tan rápido y poderoso el ímpetu de la opinión, que á las once de la mañana ya el general D. Manuel de la Concha se dirigía á los Sres. D. Joaquín Jovellar y D. Pascual Madoz, declarándoles que su hermano D. José corría á San Sebastián á depositar en manos de su señora el poder que esta le había otorgado; reconocía la imposibilidad de sostener un minuto más el antiguo orden de cosas y resignaba en los referidos señores el gobierno de Madrid.
Los Sres. Madoz y Jovellar recogieron desde luego el legado que el Sr. Concha les dejaba, atentos sobre todo á que el pueblo de Madrid encontrase constantemente personas á quienes poder dirigir sus reclamaciones, expresar sus votos y encomendar su seguridad. Pero bien penetrados de que aquello era el principio de una época nueva, después de tranquilizar al excitado pueblo, entregáronse sin reserva al recto y generoso instinto de Madrid.
Bien pronto reuníase en la Casa de la villa un número considerable de ciudadanos, como por maravilla ilesos de la tiranía anterior, ante quienes el Sr. Madoz, ya encargado del gobierno civil de la provincia, depositaba el mandato que del antiguo gobierno había recibido, mientras el señor general Jovellar, constituido en el gobierno militar, tomaba las disposiciones oportunas para precipitar la ya latente simpatía entre el ejército y el pueblo.
A sus comunes esfuerzos y á la sensatez y sagacidad y magnánimo corazón del pueblo de Madrid, debiose que bien pronto apareciese constituida una Junta compuesta de los hombres que más se habían señalado en los últimos años en la defensa de las reclamaciones populares; que la capital, ya del todo confiada en la salvaguardia del pueblo, apareciese como por encanto vestida de gala, rebosando en gente, con el ánimo visiblemente dilatado; que las tropas, que determinados cuerpos del ejército á quienes las circunstancias habían colocado en una situación excepcional y seguramente lamentable, apareciesen confundidos en la fiesta universal; que los Borbones desapareciesen al fin de este recinto entre las maldiciones, sí, pero también entre el general regocijo de los ciudadanos.
La Junta provisional revolucionaria de Madrid se componía de los señores cuyos nombres verán nuestros lectores al pié de los documentos que más abajo insertamos. No todos aparecieron á una misma hora, en un mismo punto, y como á virtud de previa combinación. Hubo en la constitución de la Junta algo de aquella espontaneidad, de aquel entusiasmo que se reflejaban en la actitud de Madrid. Ya instalada, la Junta procuró ante todo hacer conocer á las provincias cuáles eran la resolución y propósitos de esta población, procurando á la vez describirles la facilidad con que todo había cambiado y cuan de desear sería una transición semejante en lo restante de la Península. Tal fue el propósito de la Junta al comunicar á las provincias el siguiente telegrama:
“A las Juntas revolucionarias de todas las capitales. El pueblo de Madrid acaba de dar el grito santo de libertad y abajo los Borbones; y el ejército, sin excepción de un solo hombre, fraterniza en todas parles con él. El júbilo y la confianza son universales. Una Junta provisional, salida del seno de la revolución y compuesta de los tres elementos de ella, acaba de acordar el armamento de la Milicia Nacional voluntaria y la elección de otra Junta definitiva por medio del sufragio universal, que quedará constituida mañana. ¡Españoles! Secundad todos el grito de la que fue corte de los Borbones y de hoy mas será el santuario de la Libertad”.
La Junta atendió después á la seguridad interior de Madrid, bien segura de que, confiado todo á la sensatez del pueblo, ningún peligro serio correría esta; pero estimulada á la vez por centenares de ciudadanos que espontáneamente se ofrecían á custodiar los establecimientos todos, públicos ó privados que pudiesen excitar la codicia de los malvados, bien pronto fueron custodiados por el pueblo mismo y en medio de la satisfacción de sus respectivos gerentes, establecimientos tales como el Banco de España, Caja de depósitos, Casa de moneda, etcétera.
Dividiose además la Junta en secciones, organizó sus trabajos, repartió sus fuerzas, hizo llegar á los ciudadanos sus consejos, y al llegar la noche, Madrid presentaba el aspecto de una población libre, gozosa, dueña de sí misma y tan tranquila por lo demás, mas realmente tranquila que cuando se creía necesario, para su seguridad, el estado de sitio y la existencia de una numerosa policía.
Antes, sin embargo, la Junta había tenido el placer de adherirse al movimiento del pueblo de Madrid contra los Borbones, en el siguiente documento: “La Junta revolucionaria provisional de Madrid se asocia por unanimidad al grito conforme del pueblo, que ha proclamado:
-La Soberanía de la Nación;
-La destitución de doña Isabel de Borbón del trono de España;
-La incapacidad de todos los Borbones para ocuparle”.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola, José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez, Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez, Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés, Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier Carratalá, Antonio María de Orense
Había tenido el placer de recibir hora por hora, instante por instante, felicitaciones o adhesiones de más de la mitad de España. Desde Cartagena enviábale el general Prim y los bizarros marinos, con cuya cooperación había entrado en la playa, un afectuosísimo saludo. Manifestábanle Talavera, Guadalajara, Baeza, Escorial, Bailén, Teruel, Santa Cruz del Retamar, Jaén, Motril, Murcia, Calatayud, Andújar, Aranjuez, Lorca, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Huelva y Lérida, que se adherían al movimiento nacional y constituían desde luego juntas.
Trasmitía la felicitación y el sentimiento de gratitud del pueblo de Madrid á los señores generales que habían conducido á la victoria el ejército de la libertad. Trasmitía al duque de la Victoria la relación de lo acaecido en la capital, y le expresaba, la decidida resolución del pueblo contra el antiguo régimen. Ordenada, en fin, como una reparación y un símbolo a la vez, que desde luego se emprendiesen los interrumpidos trabajos para la erección de la estatua de Mendizábal.
Pero la Junta no se ha considerado desde el primer instante sino como una corporación provisional interina, absolutamente consagrada á llenar el espacio intermedio entre el antiguo régimen y la primera aplicación del nuevo derecho proclamado por la marina, él ejército, y el pueblo, del sufragio universal. Por aclamación fue acordado el siguiente importante documento:
 
LA JUNTA REVOLUCIONARIA INTERINA AL PUEBLO DE MADRID.
Madrileños: Para facilitar la elección que, por primera vez, va á ejercer libre y universalmente el pueblo de Madrid, la Junta provisional cree conveniente indicar algunas reglas que aseguren la verdad del sufragio y hagan que la elección sea expresión genuina del vecindario. A este fin, las Juntas de distrito, conocedoras de los vecinos que las constituyen, determinarán las secciones en que se ha de dividir cada barrio, si el número de los electores fuese muy numeroso.
Los barrios o sus secciones se reunirán el día de hoy 30 de setiembre, á las dos de la tarde, en un local adecuado que los ciudadanos generosos se apresurarán seguramente á facilitar al pueblo. Los vecinos designarán, por el método que estimen más breve y expedito, un presidente escogido de entre todos ellos, y cuatro, secretarios encargados de verificar la elección, formando dos listas.
La primera contendrá los nombres de los ciudadanos que voten, á fin de asegurarse todos de que cada uno de los electores pertenece al barrio en que emita su voto. La segunda, los nombres de todas las personas que obtienen sufragios para ser individuos de la Junta.
Todos los vecinos mayores de edad, sin distinción de ninguna clase, tienen voto; y pueden expresar libremente su opinión, designando las personas que los merezcan confianza para individuos de la Junta que ha de gobernar Madrid.
Reunidos los vecinos de cada barrio, darán su voto á tres personas, que, en representación del distrito, formen parte de la Junta general,  de modo que esta resulte compuesta de 30 individuos. Cada papeleta contendrá asimismo los nombres de tres suplentes.
El acta de cada barrio, firmada por el presidente y los secretarios, y acompañada de la lista que la compruebe, será entregada á la Junta del distrito. Las Juntas de distrito harán el escrutinio de las listas de los barrios, y las tres personas que resulten con mayor número de votos en todos los distritos, serán proclamadas diputados, ya propietarios, ya suplentes, de la Junta de gobierno, extendiéndose una acta, firmada por la Junta del distrito que presida el escrutinio. Esta acta servirá de credencial á las personas elegidas.
Con tan sencillas bases, puede rápidamente organizarse el pueblo de Madrid, ínterin se nombre el Ayuntamiento que cuide de sus intereses locales,
El vecindario, con la discreción que le distingue, comprenderá que la nueva Junta debe expresar la unión de todos los partidos que han contribuido á derribar la dinastía de los Borbones y á restablecer el gran principio de la Soberanía nacional.
En este solemnísimo instante solo una entidad nos parece grande, la nación; solo una preocupación nos parece sagrada, la de la libertad.
Madrid 29 de setiembre de 1868.
Pascual Madoz, Nicolás María Rivero, Amable Escalante, Juan Lorenzana, Facundo de los Ríos y Portilla, Estanislao Figueras, Laureano Figuerola, José María Carrascón, Marqués de la Vega de Armijo, Mariano Azara, Vicente Rodríguez, Félix de Pereda, José Cristóbal Sorni, Manuel García y García, Juan Moreno Benítez, Mariano Vallejo, Francisco Romero Robledo, Antonio Valles, José Olózaga, Francisco Jiménez, Ignacio Rojo Arias, Ventura Paredes, Eduardo Chao, Ruperto Fernández de las Cuevas, Manuel Pallarés, Manuel Ortiz de Pinedo, José Ramos, Nicolás Calvo Guaiti, José Abascal, Manuel Merelo, Adolfo Juaristi, Francisco García López, Bernardo García, Camilo Labrador, Miguel Morayta, Ricardo Muñiz, Tomás Carretero, Antonio Ramos Calderón, Carlos Navarro y Rodrigo, Francisco Javier Carratalá, Antonio María de Orense.
 
LA JUNTA REVOLUCIONARIA DE MADRID, AL EJÉRCITO
“Soldados:
Hijos sois del pueblo; del pueblo salisteis; al pueblo habéis de volver. Pertenecéis como todos y os debéis más que ninguno a la patria. Soldados y oficiales der ejército: quien os induzca en esta hora solemne y decisiva á hostilizar al pueblo, es un traidor; parricidas seríais llamados vosotros si le obedecieseis. Fraternidad con el pueblo: sed unos con él en el día de la libertad. ¡Soldados! ¡Abajo los Borbones! ¡Viva la soberanía de la nación!”
Y estas fueron sus primeras disposiciones:
“Esta junta por su primera determinación ha resuelto restablecer la Milicia Nacional voluntaria, para lo que se les repartirán las armas necesarias á todos los ciudadanos que se presenten á recogerlas en los puntos siguientes: Plaza Mayor, Plaza de la Cebada, Plaza de Bilbao, Plaza de Santo Domingo, Chamberí, Plaza de las Cortes.
Lo que se hace saber para conocimiento de los ciudadanos.
Madrid, 29 de setiembre de 1868. El presidente, P. Madoz”.
Después de esto, asegurada ya la tranquilidad de Madrid, obra debida en verdad, antes á la cultura del pueblo que á los trabajos de la Junta, seguros los ciudadanos sobre el porvenir de su aspiración, resta solo que el primer ensayo que el pueblo hace de su soberanía sea feliz, que el sufragio universal se muestre tan grande como es, y pueda mañana la Junta provisional revolucionaria resignar sus accidentales poderes en una verdadera personificación de Madrid, y pueda a la vez la Gaceta anunciar á España y á Europa que la nación vive libre y es dueña de sí misma.
Mendizábal fue el hombre de nuestra regeneración y nuestra revolución. Nada más natural que la Junta provisional decrete: “Artículo único. En el día de mañana comenzarán los trabajos para colocar en la plaza del Progreso la estatua del inolvidable patricio Mendizábal, estatua que costeó el sentimiento liberal, y cuya colocación impidió la ingratitud y la deslealtad.
Madrid 29 de setiembre de 1868”. (Siguen las firmas).