En el periódico La
Discusión, de Madrid, se publicó el 18 de octubre de 1871 un manifiesto que
resumía la línea política del partido progresista, elemento central y
mayoritario del bloque político dominante, aún conmocionado por la muerte del
general Juan Prim nueve meses antes y ya bajo la monarquía democrática del rey
Amadeo I de Saboya, un régimen político que colmaba todas sus aspiraciones y que
encarnaba los principios ideológicos que habían sostenido al liberalismo progresista
español desde, por lo menos, el año 1833. Este triunfo político, sin embargo,
no estaba exento de problemas y dificultades, y así se ponía de relieve en el
texto, que anuncia las rupturas y disensiones que sacudieron a los progresistas
cuando más necesitaban estar unidos. Es, en todo caso, un excelente resumen tanto
del bagaje ideológico del partido como del momento que vivía el país.
Al partido
progresista-democrático y á la nación.
La Revolución
de Setiembre, que ha renovado por completo la faz de nuestro país, ha
trasformado también radicalmente la organización de los partidos militantes.
Natural era
que así sucediese. La Revolución de Setiembre no fue uno de aquellos trastornos
efímeros que, turbando por breves momentos el curso ordinario de la vida social,
pasan sin dejar rastro, ni huella, ni memoria. Derribando el edificio de los antiguos
poderes tradicionales, y levantando sobre nuevos cimientos la fábrica de nuevas
instituciones, debe considerarse como una época decisiva de nuestra historia
nacional, porque señala el momento solemne en que España, al consumar por fin
su completa renovación política, tantas veces intentada sin fruto desde 1808,
entra por vez primera en las corrientes del espíritu
moderno y en la línea de los pueblos más
adelantados.
Este
providencial cataclismo, sin establecer solución de continuidad en el curso de nuestro
desenvolvimiento histórico, constituye, sin embargo, en el orden moral y político,
un completo cambio análogo al que en el orden de la naturaleza experimentan los
seres orgánicos: es el desarrollo natural, aunque sorprendente, de la semilla
que, depositada por la mano de nuestros padres y regada tantas veces con su
generosa sangre, germinaba oculta en el seno de la antigua sociedad española.
Para
determinar el gran movimiento de nuestra regeneración y remover los seculares obstáculos
que á él se oponían, necesario fue unir, en un instante supremo y en un impulso
decisivo, las fuerzas todas de cuantos, mirando con vergüenza, con indignación y
con santa ira la mísera postración de nuestra patria, pugnaban por romper sus cadenas,
reanimar su espíritu, despertar su mente y enardecer su corazón, haciéndole vislumbrar
á lo lejos largos días de gloria y anchos horizontes de libertad.
Unidos para
derrocar lo pasado, unidos también debieron mantenerse para echar los fundamentos
de lo porvenir; porque preciso era establecer de consuno el credo común de las
nuevas agrupaciones políticas, los axiomas fundamentales de la nueva legalidad,
y los infranqueables limites del palenque donde en adelante habían de moverse y
luchar los nuevos partidos constitucionales.
Complemento
necesario, comento fiel y desarrollo elocuente del programa de Cádiz, el manifiesto
de 12 de noviembre, firmado por los repúblicos más eminentes de cada procedencia
política, fue entonces la gloriosa bandera de la Revolución y es todavía el símbolo
de la fe común para todos los partidos que de ella proceden.
Ese mismo
espíritu animó después el Código fundamental y las leyes orgánicas, obra del ferviente
patriotismo, de las elevadas miras, de la alta sabiduría que en el curso de sus
tareas mostraron siempre las Cortes Constituyentes. Los derechos individuales por
una parte, y por otra la monarquía democrática, son dos polos sobre los cuales
gira la esfera completa de nuestras instituciones políticas; polos que admirablemente
se corresponden, manteniendo el equilibrio sin entorpecer el movimiento; porque
la monarquía democrática, creada por el derecho del pueblo, consagrada por el sufragio
del pueblo, y apoyada en el amor del pueblo, es producto último y símbolo
perfecto de la soberanía nacional, segura garantía de los derechos de todos y
clave firmísima del arco de las libertades públicas.
La elección
de un príncipe ilustre por su alcurnia, esclarecido por su valor y nacido á la
sombra de un trono libera!,
consumó el trabajo de aquella insigne Asamblea; y terminada la obra
constituyente, fruto de la concordia común, debió cambiar por completo la
actitud de las diversas parcialidades políticas al entrar de lleno en el
ejercicio perfecto de los poderes constituidos.
Desde la
Revolución hasta entonces, no hubo en España verdaderos partidos; hubo sólo dos
campos irreconciliables: el que se afanaba por consolidar la obra de setiembre,
y el que se esforzaba por impedir aquel patriótico trabajo.
Deponer
toda diferencia secundaria de opiniones, en aras del bien general, afirmando solamente
los puntos cardinales de la creencia común y aplazando para tiempo más oportuno
la determinación de ideas más concretas y de una política definida, debió ser
en aquel periodo preliminar y pasajero la conducta de los partidos
revolucionarios.
Pero
terminado el período constituyente se necesitaba, al entrar en el período constituido, un criterio
fijo de administración y de gobierno, imposible de conseguir sin que se deslindase
el campo de los partidos, creando los elementos orgánicos de toda nación verdaderamente
libre y constitucional.
Un
incidente funesto vino á impedir por el pronto separación tan necesaria. La
muerte del ilustre general Prim arrebató a la patria el único brazo capaz de
conducir en tan críticos momentos, con rumbo fijo y por derrotero seguro, la
nave política. La falta de aquel hombre, irremplazable en el partido progresista-democrático,
vino á perturbar el curso natural de loa acontecimientos, y ante el riesgo de
un total naufragio al tocar el puerto, necesario fue aunar de nuevo todas las
fuerzas y volver por un momento á la infecunda confusión de los partidos.
Pronto se
descubrió, sin embargo, el anacronismo de semejante conducta y la imposibilidad
de tan forzado equilibrio. A fuerza de mutua tolerancia y de patriótica
abnegación, consiguieron los ilustres patricios que componían el ministerio de
3 de enero llegar hasta las elecciones, reunir las Cortes y poner en movimiento
la máquina Constitucional; pero mal podían imprimir á la política un rumbo
determinado, ni llenar, por consiguiente, los altos fines de gobierno propios
de un pueblo que entra al cabo en una era de perfecta organización, tras media centuria
de vaivenes políticos y de convulsiones revolucionarias.
Los
mensajes de las Cortes en contestación al discurso de la Corona, expresión
unánime y declaración solemne del sentimiento que á todos los partidos animaba
en pro de una conducta franca, definida y enérgica, demostraron claramente que
al inaugurarse la era de los nuevos poderes se requería la acción vigorosa,
libre y desembarazada de un solo bando; y en el fondo como en la forma de
aquellos importantes documentos, nadie dejó de comprender que el partido llamado
á dirigir los negocios en el primer momento era el partido
progresista-democrático, y que la política necesaria en el primer periodo era
la política radical.
Todos vieron
la necesidad, tan imperiosa en España como en cualquier pueblo libre, de
establecer la balanza de la política interior con la formación de dos grandes
partidos, el reformista y el conservador.
Conveniente
es, en efecto, que las innovaciones proyectadas por unos hallen en otros
aquella prudente desconfianza que, sin degenerar en oposición sistemática ni en
obstinada terquedad, modera los ímpetus de la impaciencia y evita resoluciones
precipitadas, ilustrando la opinión pública y promoviendo fecundas discusiones,
crisol donde se depura la verdad de los principios y la oportunidad de las
reformas.
Esa misma
resistencia á toda innovación, por sencilla que sea, da al partido conservador,
cuando de ella no abusa, tal autoridad y prestigio tan grande en el ánimo de
los pueblos, que sólo pueden considerarse permanentes y seguras aquellas
instituciones que, combatidas por él cuando estaban en proyecto, son al fin por
él admitidas y practicadas cuando la experiencia demuestra su oportunidad y
conveniencia para el bien del Estado.
Tal es, en
los pueblos verdaderamente libres, el espíritu, el criterio y la conducta del
partido conservador: tales deben ser también en España, donde le aguardan días
de gloria, si adoptando al cabo un criterio común logra unir bajó una sola
enseña esa multitud de bandos divergentes que son como los miembros dispersos
de un gran cuerpo despedazado.
Con este
partido, impotente para gobernar mientras no consiga fundir en un conjunto
homogéneo sus fragmentos disgregados, forma singular contraste el gran partido
progresista-democrático,
cuya unidad, realizada aun antes de completarse la obra constituyente, se
muestra no menos en la fijeza de sus principios que en la uniformidad de su
conducta y en la indeclinable constancia de sus propósitos.
La
Constitución de 1869, sincera y lealmente observada, es su credo: los derechos individuales,
consagración de la personalidad humana; la soberanía de la nación en su más
pura y más completa fórmula, el sufragio universal; el trono, la persona y la dinastía
de D. Amadeo I, representante del derecho popular, baluarte del orden público y
fiel custodio de los derechos comunes, son los artículos fundamentales de su fe
política.
Respetar
profundamente el sentimiento religioso, y, renunciando para siempre, respecto de
la iglesia, á esa mezquina política que tanto la humilló en otros tiempos,
otorgarle los beneficios de la libertad constitucional, á cuya sombra tan
grandes y necesarios servicios puede prestar á la sociedad de nuestro siglo,
conquistando las simpatías del país y la consideración del Estado sin
menoscabar en manera alguna la sagrada libertad de la conciencia; emplear toda la
severidad que aconseje la prudencia gubernamental, dentro de la Constitución, contra
los individuos y las asociaciones que intenten lo que se oponga á la moral, al
orden público ó á la seguridad del Estado; elevar y fortalecer las
instituciones judiciales, sin cuyo influjo tutelar no es, posible la buena
aplicación del sistema represivo, que garantiza el orden sin coartar el
libérrimo ejercicio de ningún derecho; dar independencia y vigor á ese poder
augusto que, encerrando la acción de cada individuo en el bien trazado círculo
de su propio derecho, asegura la inviolabilidad de cada uno, y que, amparando
al ciudadano contra las arbitrariedades del poder y contra los abusos de la
administración, asegura la libertad de todos; establecer sin demora el jurado, conciencia
de la sociedad y complemento necesario e indispensable de nuestro sistema
judicial; cumplir el voto de las Cortes Constituyentes realizando la organización
municipal del país, base solidísima de la libertad de los pueblos y elemento
indispensable de moralidad en su administración; consumar la reforma de nuestra
Hacienda con la supresión de gastos inútiles, con el aumento de las rentas públicas
y con la elevación del crédito nacional; regenerar la administración, simplificando
su organismo, reduciendo por este medio el número de empleados públicos y reservándolos
para el mérito y la aptitud; buscar con ahínco y castigar con implacable celeridad
la corrupción administrativa donde quiera que se descubra; difundir por todos
los ramos de la legislación patria la savia, la escuela y el espíritu de
nuestro Código fundamental, para dar al gobierno, á la administración, al derecho,
á todas las partes, en fin, del organismo social, aquella unidad que siendo fuente
de vida y condición de robustez en cualquier tiempo, es único medio de salvación
en los momentos actuales; extinguir á todo trance la rebelión de Cuba y
asegurar á toda costa la integridad nacional, sin hacer para ello concesiones
que el honor de España no consiente, ni transacciones que el patriotismo de
nuestro partido rechaza; y, una vez restablecida la paz, entrar para aquella isla
en el camino de las reformas que la Constitución de 1869 ha ofrecido libremente
á nuestros conciudadanos de Ultramar, y que han comenzado á plantearse en Puerto
Rico, donde la tranquilidad no se ha turbado y donde el complemento de estas reformas
y la abolición de la esclavitud no han de influir para que se turbe; practicar,
en fin, por mano del funcionario que cobra, la política más beneficiosa al contribuyente
qué paga, ya que de tantos años á esta parte es esa la política que sin tregua reclama
la opinión general: he aquí sus firmes propósitos.
Fundir en
un conjunto perfectamente homogéneo las fracciones que, progresistas siempre en
el fondo, habían adelantado más ó menos los límites de su ideal político antes de
1868, pero que, identificadas con absoluta unidad de sentimientos, de ideas y de
interés en la Constitución de 1869, reconocen hoy como emblema de su común bandera
los derechos individuales, independientes de toda soberanía y superiores á todo
Convenio; la soberanía nacional, base de todo pacto, y el criterio radical, guía
de toda reforma: esa ha sido, es y debe ser la norma invariable de su conducta.
Y por
fortuna para España estos levantados propósitos no han quedado en meras
ilusiones del deseo, ni en vanas ambiciones de partido.
De ello da
insigne testimonio la breve historia del último ministerio radical, cuyo programa,
consagración solemne de todos nuestros principios, y elocuente confesión de
todas nuestras patrióticas ambiciones, cumplido en todas sus partes con
religiosa escrupulosidad, con universal aplauso y con éxito completo, traza la
única senda posible en adelante para cualquier gobierno que presuma de radical
y pretenda apellidarse progresista.
En dos
meses de existencia, ese ministerio, abriendo las válvulas de la opinión y sin forzar
los frenos de la pública autoridad, ha visto mantenido el orden, restablecido
el crédito, calmadas las agitaciones intestinas, desvanecidas las amenazas
reaccionarias, restituidos pacíficamente á sus hogares los emigrados políticos,
convertidas al trabajo, en bien de la patria, las fuerzas que antes se perdían
en vanos alardes de poder, cuando no en estériles luchas fratricidas; calmadas las
pasiones, depuestas las armas, levantado el nivel del espíritu público,
satisfecha la sed de economías en vano reclamadas por la opinión durante el
trascurso de tantos años, y llegado en triunfo entre universales aclamaciones
el monarca, cuyas egregias prendas y varonil confianza en la lealtad española han
ganado para siempre los corazones de aquellos generosos pueblos en cuyo seno fingía
mayores peligros la apocada ignorancia de los pusilánimes ó la interesada
astucia de los ambiciosos.
Ensanchemos,
pues, el espíritu y preparemos el ánimo á coronar la empresa apenas comenzada
por aquel ministerio.
El gran
partido progresista-democrático tiene principios fijos que le sirven de norte,
aspiraciones comunes que le estimulen en su camino, y un programa práctico de
gobierno, ya ensayado con éxito, cuyo juicio corresponde al país. Fáltale sólo
una robusta organización proporcionada á tan poderosos elementos de vida.
Aun cuando
formado por el movimiento mismo de la Revolución durante el período constituyente,
aunque robustecido durante lo que llevamos de período constituido por la
impotencia de las fracciones conservadoras, por las necesidades políticas de la
nación, por el voto unánime de las muchedumbres y por el generoso desinterés de
sus hombres más eminentes, el gran partido progresista-democrático necesita
buscar hoy una organización vigorosísima que, facilitando el empleo de sus
fuerzas, haga fecundo el feliz consorcio de todos sus partidarios. Para llegar
á fin tan deseado, tiene ya en gran mayoría el voto de sus representantes en
las Cortes; tiene una junta directiva que se afana por unificar la acción de
sus fuerzas y encauzar el caudal de su actividad; tiene lo que los partidos,
como los ejércitos, han menester ante todo: un jefe de pelea que han levantado
sobre el pavés y consagrado con sus aclamaciones las numerosas huestes
radicales; y tiene por dicha, como ejemplo que le alienta y como laminar que le
guía, la gloriosa historia, los preclaros timbres y el venerando nombre del insigne
pacificador de España, del ilustre duque de la Victoria.
Organizarnos
bajo tan favorables auspicios es obra sencilla, y ya casi por completo realizada.
Si hay descontentos, nuestra conducta disipará su disgusto y nuestro
comportamiento ganará sus voluntades; si hay disidentes de buena fe, ellos
volverán á nuestro campo cuando la experiencia patentice su error y el tiempo
calme su irritación: y si por desdicha hay entre todos alguno tan pobre de
espíritu que, anteponiendo consideraciones personales al bien común persevere
en su hostilidad, dejémosle ir en mal hora adonde le conduzca su extravío. Segregaciones
de este género, lejos de debilitar á los partidos, los depuran y los
fortalecen.
Despejada,
pues, la atmósfera, y ordenadas las huestes -ya lo sabéis- sólo la unidad, la
cohesión y la disciplina bastan para darnos la victoria.
A
establecer esa necesaria armonía de esfuerzos se consagra con ahínco la junta directiva
del partido progresista democrático, y una circular ya trazará en breve á nuestros
correligionarios todos la senda que en su concepto han de seguir y la conducta
que deben observar para estrechar vínculos, unir voluntades, desvanecer recelos
é implantar en todos los ánimos nuestras ideas, nuestros propósitos y el entusiasmo
que anima nuestros corazones.
Nosotros en
tanto les pedimos su consejo para ilustrar nuestra marcha y su cooperación decidida
para llevar á cabo nuestra obra, reducida á estos sencillos términos: implantar
la libertad en nuestro suelo y consolidar la dinastía de Saboya que es su escudo
más fuerte y su más genuina representación.
Madrid 15
de octubre de 1871.
Juan Montero
Guijarro, diputado por Albacete, José
María Valera, diputado por Casas
Ibáñez
(Albacete), Miguel Alcaraz, diputado por Almansa (Albacete), Enrique Arce,
senador por Albacete, José España, senador por Albacete, José Poveda y Escribano,
diputado por Elche (Alicante), Lorenzo Fernández, Muñoz, diputado por Denia (Alicante),
Joaquín Carrasco, diputado por Vélez-Rubio (Almería), Jacinto María Anglada y
Ruiz, diputado por Vera (Almería), José Pascasio de Escoriaza, diputado por
Purchena (Almería), Manuel Merelo, diputado por Almería, Ramón Orozco, diputado
por Gergal (Almería), Salvador Damato, diputado por Berja (Almería), Juan
Anglada, senador por Almería, Manuel Orozco, senador por Almería, Juan José
Moya, senador por Almería, Duque de Veragua, diputado por Arévalo (Ávila), Manuel
Lasala, senador por Zaragoza, José María Chacón, diputado por Zafra (Badajoz), Rafael
Prieto y Caules, diputado por Mahón (Baleares), Rafael Saura, senador por Baleares,
José Rivera, diputado por Miranda (Burgos),
Patricio de Pereda, diputado por Villarcayo (Burgos), Faustino Moreno Portela,
diputado por Aranda (Burgos), Benigno Arce, diputado por Bribiesca (Burgos), Francisco
Javier Higuera, diputado por Salas (Burgos), Juan de Alaminos, Senador por Burgos,
Eugenio Diez, senador por Burgos, Isidro Sainz de Rozas, diputado por Trujillo
(Cáceres), Marqués de Camarena, diputado por Cáceres, Modesto Duran Corchero,
diputado por Los Hoyos (Cáceres), Marqués de Torre Orgaz, senador por Cáceres, Facundo
de los Ríos y Portilla, diputado por Lucena (Castellón), Segismundo Moret,
diputado por Ciudad-Real, Aureliano Beruete y Moret, diputado por Almadén
(Ciudad-Real), Joaquín lbarrola, diputado por Daimiel (Ciudad-Real), Luis González
Zorrilla, diputado por Toro (Zamora), Cayo López , diputado por Alcázar
(Ciudad-Real), Gabriel Rodríguez, diputado por Villanueva de los Infantes
(Ciudad Real), Saturnino Vargas Machuca, senador por Ciudad Real, Luis Alcalá
Zamora, diputado por Priego (Córdoba), Juan Ulloa, diputado por Cabra (Córdoba),
José Alcalá Zamora, senador por Córdoba, Santiago Andrés Moreno, diputado por
Muros (Coruña), Gaspar Rodríguez, diputado por Ortigueira (Coruña), José María de Beranger, diputado por El Ferrol (Coruña),
Enrique Fernández Alsina, diputado por Carballo (Coruña), Tomás Acha, senador
por La Coruña, Gregorio Alonso, diputado por Tarancón (Cuenca), Marqués de Valdeguerrero,
diputado por San Clemente (Cuenca), Antonio Vicens, diputado por Santa Coloma
(Gerona), Vicente Romero Girón, diputado por la Motilla (Cuenca), Joaquín María
Villavicencio, diputado por Huéscar (Granada), José Dolz, diputado por Alcira
(Valencia), Vicente Fuenmayor, senador por Soria, Marqués de Sardoal, diputado
por Santa Fe (Granada), Luis de Moliní, diputado por Albuñol (Granada), Joaquín
García Briz, senador por Granada, Juan Ramón La Chica, senador por Granada, Santos
Cardenal, diputado por Sigüenza (Guadalajara), Ramón Pasaron y Lastra, diputado
por Pastrana (Guadalajara), José Domingo de Udaeta, senador por Guadalajara, Manuel
L. Moncasi, diputado por Benabarre (Huesca), Camilo Labrador, senador por Huesca,
Manuel Montoya, senador por Jaén, Lorenzo Rubio Caparros, senador por Jaén, Joaquín
Álvarez Taladriz, diputado por Murias (León), Fausto Miranda, diputado por
Astorga (León), Ruperto Fernández de las Cuevas, diputado por Valencia de Don
Juan (León), Servando Ruíz Gómez, diputado por La Becilla (León), Fernando de
Castro, senador por León, Romualdo Palacio, diputado por Balaguer (Lérida), Manuel
Becerra, diputado por Becerrea (Lugo), Eugenio Montero Ríos, diputado por Madrid,
Manuel Ruiz Zorrilla, diputado por Madrid, Cristino Martos, diputado por Madrid,
Baltasar Mata, diputado por Madrid, Manuel de Llano y Persi, diputado por
Getafe (Madrid), Vicente Rodríguez, diputado por Chinchón (Madrid), Víctor
Zurita, diputado por Alcalá de Henares (Madrid), Laureano Figuerola, senador por
Madrid, Marqués de Perales, senador por Madrid, Federico Macías Acosta, diputado
por Vélez Málaga (Málaga), Casimiro Herráiz, senador por Málaga, Juan
Sastre y
González, diputado por Lorca (Murcia), Tomás María Mosquera, diputado por
Carballino (Orense), Ignacio Rojo Arias, diputado por Celanova (Orense), Julián
Pellón y Rodríguez, diputado por Valdeorras (Orense), Nicolás Soto y Rodríguez,
diputado por Ginzo de Limia (Orense), Mariano Diéguez Amoeiro, diputado por Verin
(Orense), Rafael María de Labra, diputado por Infiesto (Oviedo), Benito Diéguez
Amoeiro, senador por Orense, Vicente Núñez de Velasco, diputado por Carrión (Palencia),
Fernando Sierra, senador por Palencia, Eulogio Eraso, senador por Palencia, José
Crespo del Villar, diputado por Lalín (Pontevedra), José Montero Ríos, diputado
por Taveiros (Pontevedra), Eduardo Gasset y Artime, diputado por Cambados (Pontevedra), Ramón Martínez
Saco, diputado por Redondela (Pontevedra), Severino
Martinez
Barcia, diputado por Tuy (Pontevedra), Manuel Gómez, senador por Pontevedra,
Juan A. Hernández Arbizu, diputado por Quebradilla (Puerto Rico), José Antonio Álvarez
Peralta, diputado por Vega Baja (Puerto Rico), José Julián Acosta y Calvo, diputado
por San Germán (Puerto Rico), Eurípides de Escoriaza, diputado por Agrualilla
(Puerto Rico), Román Baldorioty, diputado electo por Ponce y Sabana Grande (Puerto
Rico), Francisco María Quiñones, diputado electo por Riopiedra (Puerto-Rico), José
M. Cintran, diputado electo por Güayama (Puerto Rico), Julián E. Branco,
diputado electo por Caguas (Puerto-Rico), Luis María Pastor, senador por Puerto
Rico, Pedro Mata, senador por Puerto Rico, Wenceslao Lugo Viña, senador por
Puerto Rico, Guillermo F. Tirado, senador por Puerto Rico, Felipe Ruiz Huidobro,
diputado por Torrelavega (Santander), Ángel Fernández de los Ríos, senador por Santander, Santiago Diego Madrazo,
senador por Salamanca, Salvador Saulate, diputado por Cuellar (Segovia), Antonio
Ramón Calderón, diputado por Estepa (Sevilla), Nicolás María Rivero, diputado
por Écija (Sevilla), Francisco Ruiz Zorrilla, dipútalo por Burgo de Osma
(Soria), Benito Sanz Gorrea, diputado por Almazán (Soria), Basilio de la Orden,
diputado por Agreda (Soria), Manuel de la Rigada, senador por Soria, Fernando Fernández
de Córdova, senador por Soria, Vicente Morales Díaz, diputado por lllescas (Toledo),
Enrique Martos, diputado por Orgaz (Toledo), José Echegaray, diputado por
Quintanar de la Orden (Toledo), Vicente
Brú y
Martínez, diputado por Requena (Valencia), José Soriano Plasent, diputado por
Torrente (Valencia), Pascual Fandos, diputado por Chiva (Valencia), José Peris
y Valero, diputado por Sueca (Valencia), Manuel Pascual y Silvestre, senador por
Valencia, Cristóbal Pascual y Genís, senador por Valencia, Sabino Herrero, diputado
por Medina de Rioseco (Valladolid), Toribio Vaibuena, diputado por Villalón (Valladolid),
Miguel Herrero López, senador por Valladolid, Juan Antonio Seoane, senador por
Valladolid, Felipe Bobillo, diputado por Benavente (Zamora), José María de
Varona, senador por Zamora, Celestino Miguel y Dehesa, diputado por Egea
(Zaragoza), Joaquín María Sanromá, diputado por Humacao (Puerto Rico).
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