La llegada
al gobierno de los liberales en 1881 de la mano de Práxedes Mateo Sagasta se
debió más a una concesión de los conservadores de Antonio Cánovas del Castillo,
que sentían consolidada la monarquía de Alfonso XII, que a los apoyos recibidos
por los antiguos progresistas, aún en trance de recuperarse del fracaso de la
monarquía de Amadeo de Saboya. Pero, forzosamente, los liberales aplicaron su
programa que incluía la libertad de asociación, reunión y expresión que
posibilitó la reconstrucción de la antigua sección hispana de la Internacional,
ahora rebautizada como Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE).
A pesar de su crecimiento numérico y geográfico, mayor que el conseguido por su
predecesora, muy pronto entró en crisis porque no fue fácil asumir la lejos que
quedaba la revolución social y una realidad política muy distinta que la del
Sexenio. El debate entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas, la tensión
entre los partidarios de la legalidad y la clandestinidad… marcaron un tiempo
agitado y de una cierta grandilocuencia ideológica. En ese contexto vio la luz Bandera
Social, impulsada por buena parte de los redactores de la Revista Social de
Serrano Oteyza, en cuyo número del 4 de noviembre de 1886 se publicaron estos
principios revolucionarios.
PRINCIPIOS REVOLUCIONARIOS
I
La
Autonomía y la Anarquía.- El Colectivismo.- La Propiedad y el Trabajo.- El Pacto y la Federación.- Organización comunal y federativa en la Sociedad del porvenir.
Nadie puede negar que la
Sociedad tiene el derecho de organizarse como quiera. Así, por ejemplo, el día
que ella determine pasarse sin reyes y sin gobernantes, sin curas y sin
soldados, sin explotación
y sin explotadores de ningún género,
claro está que empleará las manifestaciones de su voluntad como tenga por
conveniente; y revisando derechos establecidos ó estableciendo nuevo Derecho,
realizará lo que el Progreso y la necesidad le dicten.
Si escribiésemos en 1783
sosteniendo que los reyes de derecho divino son una iniquidad, que tantos
conventos y tantos frailes son una vergüenza, y que ambas cosas han de
desaparecer dentro de pocos años por el hierro y por el fuego, se nos hubiera
tenido por visionarios y perversos, y, sin embargo, ambas instituciones han
desaparecido; otras van transformándose paulatinamente al impulso de las nuevas
brisas de los nuevos días.
Con esto creemos decir que
nadie sabe lo que será el mundo dentro de cien años, aunque todas las teorías y
todas las probabilidades auguran que habrán pasado fuertes ráfagas y realizándose
profundas transformaciones.
Tanto es así, tanto es
movedizo y cambiable todo lo que constituye la Sociedad, que todo por momentos
se transforma.
Faltan todavía diecisiete años
para morir nuestra centuria, y en diecisiete años muchas variaciones puede
hacer, otras teorías más radicales y perfectas pueden quizás legar al siglo
próximo.
Si es así, tanto mejor.
Afirmamos la posibilidad y hasta la probabilidad; pero conste que, hoy por hoy,
nosotros no conocemos criterio más racional y revolucionario que el que vamos
en pocas líneas a manifestar.
La personalidad humana va
definiéndose divinizándose; y paralelo con los adelantos
científicos-industriales, van formulándose los científico-sociológicos. El
criterio antiguo, de que en la Sociedad debe haber directores y dirigidos, va
sufriendo nuevos embates por el criterio moderno, que proclama la igualdad
natural, la instrucción, la dignidad, la emancipación para todos.
El derecho moderno, esto es,
el derecho que va formándose, ha proclamado muy alto el principio de la Autonomía
completa del individuo, justo principio que es desconocido por cuantos se fundan en la
máxima de “cada uno para sí y Dios para todos”, que es como si dijesen: “cada
uno dará sí y nadie para todos”.
Gobernarse por sí mismo, verdadera
definición de la Libertad, implica la no existencia de otros
que gobiernen; de lo contrario no hay tal autonomía.
La etimología del nombre nos
explica su significado. Autonomía, como es sabido, proviene de las dos palabras griegas autos, que quiere
decir propias, y nomos, que
significa ley. Por lo tanto, el sustantivo femenino autonomía,
equivale
á “libertad de gobernarse por sí mismo, por propias leyes”.
¡Ah! precioso derecho
democrático; ¡cuán desconocido estás hasta de la mayoría de los mismos
demócratas.
Debiéndose el individuo
gobernar por sí mismo, por su propia voluntad, es evidente que en la sociedad
no debieran existir leyes, ni decretos, ni otra clase de prescripción jurídica
que tuviese referencia á garantir ni á reglamentar los derechos individuales.
Para la defensa de los
derechos debe existir una positiva solidaridad entre todos; y si no es así, no
hay tal defensa. La colectividad entera debe ponerse al lado del que resulte
atropellado, del mismo modo y hasta con más presteza, como se auxilia al vecino
cuando un incendio amenaza devorar .su morada. Porque la defensa de la libertad
de nuestro prójimo, es la mejor defensa de nuestra propia libertad.
Y para cuando no fuese
suficiente ó no fuese necesaria esa franca y espontánea asistencia
popular, el jurado
instituido
socialmente y democrático de verdad, entendería en el asunto para resolverle en
justicia.
Los que de buena fe y con
sinceridad quieran la autonomía del
individuo, son partidarios también, como consecuencia lógica, de la An-Arquia. No queremos decir que
quieran la conmoción perpetua y el desorden sistemático como una de las
acepciones que el nombre anarquía significa.
Nos referimos á la acción científica, etimológica del sustantivo Anarquía,
compuesto de an archa, dos
palabras griegas, que equivalen á sin autoridad.
II
Existe un dualismo encarnizado entre el principio de Autoridad y el de Libertad. La guerra es á muerte, y no
puede cesar, sin que desaparezca uno de los dos. El que ha de vencer, después
de tan cruel lucha, es la Libertad. No es posible otra cosa; porque la Libertad
es la verdad misma, es la naturaleza, es la razón, es la dignidad; mientras que
la Autoridad es todo lo contrario.
Así, ¡cómo es posible que el mundo pueda existir sin Autoridad, sin
poder, sin gobierno, sin Estado! ¡Cómo es posible, por consiguiente, el triunfo
de la Anarquía! Tal como está organizada actualmente la sociedad no lo es, en
efecto.
Ante todo, ha de haber una transformación económica muy radical. La
propiedad individual, el salario, el interés al capital, la explotación, en fin,
determinan un estado de fuerza, de intranquilidad y de guerra, con su víctima
obligada, el Proletariado y el pauperismo. Esta situación necesita del Estado,
con todo su séquito de ejércitos y policías, de magistrados y de curas, y
conste que aún no puede lograr la tranquilidad moral ni material; porque no es
posible hallarla. El orden no
se impone, ni se inventa. Existirá cuando la Sociedad esté fundada en la
Naturaleza y en la Justicia.
La cuestión de la propiedad es, pues, el caballo de batalla. La cuestión
de las cuestiones. Las modernas teorías están conformes con que la más conveniente es la
propiedad colectiva de todos los instrumentos del trabajo, fábricas, talleres, minas,
vehículos, máquinas y toda la tierra, que es el primer elemento para la
producción.
De esta teoría ha nacido la idea y la escuela denominada colectivismo, que, a la vez que
quiere colectivos os medios de
trabajar, afirma la verdadera propiedad individual, que es el fruto integro del
esfuerzo ó de la labor hecha por cada operario, deducidos los gastos de
administración.
De este modo queda abolida la iniquidad del salario, sustituido por el trabajo asociado, y garantidas con el
mismo, la libertad y la propiedad individual,
que, lo repetimos, es fruto del trabajo realizado por el individuo.
Aquí la parte de la ciencia social, que se llama administración es donde llenará su genuino cometido. La
determinación del valor y el medio de representarlo, las horas de trabajo que
convendrán, las clases de producción preferentes, los medios para realizar el
cambio de productos con productos, son temas que serán estudiados por todos porque
á todos nos interesarán por igual, que serán discutidos por medio de la prensa,
de Congresos especiales -pero accidentales, no permanentes porque de ellos no
habrá necesidad- facilitando el cambio de ideas la revista, la hoja y el folleto,
y finalmente serán realizados por los llamados á ser administradores, que no podrán dictar ninguna ley, decreto ni
disposición, sino limitarse á su oficio y publicar los resultados estadísticos para
el conocimiento de todos y la constante investigación de la verdad y de la
conveniencia.
Hemos dicho que nadie tiene derecho a poseer lo que no sea fruto de su
propio esfuerzo. Este principio de justicia integra la abolición del derecho de heredar. ¡Qué mejor ni más rica
herencia puede encontrar el ser al venir al mundo, si la Sociedad entera le
asegura la subsistencia hasta que
pueda trabajar, la instrucción general
y después técnica ó profesional, y el trabajo que elija y prefiera, libre de toda gabela, ni merma explotadora! ¡Qué
capitalista de nuestros tiempos puede asegurar á sus hijos más eficaz
asistencia, mejor instrucción, ni más perfecta seguridad de vivir con un
trabajo higiénico y al abrigo de quiebras, robos y disgustos!
Puesto el hombre en semejante situación, está en
perfecta condiciones de pactar. Solo no puede producir más y mejor que asociado
y procurarse perfectos talleres colectivos.

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