La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

10 de enero de 2008

El gobierno y la esclavitud, de G. C. Clemens

Tarjeta postal de los mártires de Chicago, España

El pensamiento anarquista norteamericano ha dado al movimiento libertario alguno de sus ideólogos más destacados, basta pensar en Noam Chomsky, de sus militantes más activos, como Emma Goldman, o de sus gestas más heroicas, como la de los Mártires de Chicago que se recuerda cada 1º de Mayo en todo el mundo. La debilidad del anarquismo norteamericano en la actualidad puede condenar al olvido a otros personajes de indudable interés, pero menos conocidos fuera de los Estados Unidos. Este es el caso de Caspar Christopher Clemens (1849-1906), un reformador social nacido en Kansas que firmaba sus obras como G. C. Clemens. De él se publicaron en España una serie de artículos aparecidos en La Alarma, de Chicago, en los años finales del siglo XIX; fueron recopilados en un volumen con el título de Elementos de anarquía que vio la luz en Barcelona en 1938 de la mano de la Editorial Tierra y Libertad. Reproducimos aquí el titulado “El gobierno y la esclavitud”.

“Nada, dice Hume, parece más sorprendente a los que consideran las cosas humanas con ojo filosófico, que la facilidad con que los muchos son gobernados por los pocos”. Y la razón de que los muchos se dejen gobernar tan fácilmente por los pocos se halla expresada en la observación del mismo escritor, de que “la obediencia y sumisión se hace tan familiar, que los más de los individuos no reflexionan mucho sobre su origen o su causa, como tampoco lo hacen sobre la ley de la gravedad, de la inercia y demás leyes de la Naturaleza”, en una palabra, que la inmensa mayoría de la gente no piensa nunca. En efecto, ¿por qué han de gobernar unos individuos a otros?, ¿por qué han de hacer unas leyes para que otros las obedezcan?, ¿por qué han de tener la facultad de enviar a unos a la cárcel y a otros a la horca?
Más claro todavía, ¿por qué han de obedecer los muchos las leyes que les dan los pocos?, ¿por qué se han de dejar encarcelar o ahorcar?, ¿qué necesidad tiene la multitud en general de dejarse gobernar?, ¿por qué, con un pretexto que no entienden siquiera, han de ir los labradores y obreros de un país al encuentro de los de otro, a la sangrienta carnicería de la guerra, a convertir mutuamente a sus esposas en viudas y a sus hijos en huérfanos desgraciados? ¿Es el gobierno una institución tan beneficiosa que todas sus opresiones y todas las injusticias que impone, han de aguantarse por reverencia y amor a tan sagrada cosa? No; hace mucho tiempo que se considera como un mal tan grave, que solamente la absoluta necesidad lo hace llevadero, en opinión de relevantes escritores.
“La sociedad, escribió Paine, es una bendición en todo Estado, pero el gobierno, aún en el mejor Estado, no es más que un mal necesario… El gobierno, como el vestido, es la señal de la perdida inocencia; los palacios de los reyes están construidos sobre las ruinas de las glorietas del paraíso”. Y Guillermo Ellery Chaning, el célebre predicador de Boston, acerca del gobierno dijo que “ha sido hasta ahora el gran malhechor; que sus crímenes dejan muy atrás los de los particulares y sus homicidios reducen a una cosa insignificante los de los bandidos, piratas, salteadores y asesinos, contra los cuales pretende proteger a la sociedad. Ha sido en todas las edades y en todos los países el enemigo más encarnizado y mortal de la libertad. Todos los hombres, en todas las edades que han tratado de ennoblecer a su pueblo, todo el que ha manifestado primero un gran pensamiento destinado a elevar la humanidad, todo hombre que se ha atrevido a ser sincero en medio de la hipocresía de su época, ha sido perseguido por su gobierno. Por proferir una verdad necesaria, el gobierno mató a Sócrates, haciéndole tomar el veneno; por atreverse a enseñar la igualdad y fraternidad de los hombres, el gobierno clavó a Jesucristo en la cruz; por reivindicar su derecho a respirar el aire libre, como hombre, el gobierno mató al heroico Espartaco y cubrió con los cuerpos de sus secuaces doce leguas de cruces. Los innumerables mártires de Europa, asesinados por el gobierno en tiempos de oscurantismo, suman casi lo mismo que la población viva del continente. El gobierno echó a Galileo a la cárcel, amenazándole de muerte, por afirmar que la tierra giraba sobre su eje; sentenció a Lucero a morir por pretender que todo hombre tenía derecho a leer la Biblia y que el Papa no era más que un hombre; asesinó a Russel y Algernon Sydney que deseaban para el pueblo el derecho de elegir sus leyes; desterró a Rousseau por afirmar y demostrar que por naturaleza todos los hombres eran iguales; colgó a hambrientos labriegos en una horca de 150 pies de altura por complacer a Luis XVI; acotó las tierras comunales en Inglaterra, expulsando a los que las cultivaban, para que los carneros pudieran pastar cómodamente; confiscó las tierras de los conventos y dejó sin hogar a muchas familias; encarceló y ahorcó a miles de rebeldes vagabundos que había creado, privándoles de medios y sitio para vivir.
Se ha derrochado mucha elocuencia sobre las brutales persecuciones llevadas a cabo por la Iglesia; pero no eran otra cosa las torturas de la Inquisición que la obra diabólica del gobierno de España; cada haz de leña quemado alrededor del cuerpo agonizante de un hereje era encendido y atizado por el gobierno. Desde hace un siglo se nos vienen pintando los horrores de la Revolución francesa, como un tremendo aviso de lo que el pueblo desenfrenado hará; pero aquellas carnicerías terribles eran la obra maléfica del gobierno de Robespierre.
El gobierno era el único terror del fugitivo esclavo; él, intervenía en la subasta de esclavos y privaba al marido de su varonil poder cuando su esposa e hijos le eran arrebatados, arrebatados para siempre; él maniataba a los hombres mientras el vil capataz desgarraba con su látigo las desnudas espaldas de tiernas jóvenes; él, asesina a unos cuantos trabajadores cada año por atreverse a clamar demasiado alto contra la injusticia; las puertas de sus prisiones rechinan sobre sus ásperos goznes para privar de sol, de aire y de hogar a los heraldos de la libertad y de la justicia de los pobres.
Por enseñar que los que producen los alimentos y los vestidos no debieran ser los únicos hambrientos y descamisados, que no debieran carecer de casa tan sólo los que construyen suntuosas mansiones, que si los propietarios fueran justos cada familia tendría una casa y habría alimentos, vestidos, libros, placeres y comodidades para todos, sin necesidad de trabajar como esclavos; por enseñar que todos tienen derecho igual a la vida y a gozar de los medios de desenvolverse que la tierra da, tres hombres en 1887 fueron encarcelados y cinco asesinados en un solo Estado de la Unión Americana. El gobierno privaba a la mujer y a los hijos de uno de los condenados de darle el último beso, el último abrazo en los momentos de mayor pesadumbre, mientras insinuaba a la víctima la idea infame de que ni su mujer ni sus hijos habían hecho nada por verle.
El gobierno, primero ahorcó a John Brown y luego lo glorificó.
Cediendo a las instancias de sus favoritos, el gobierno arroja a los pobres de las parcelas no pobladas de las ciudades y los obliga a vivir en casas de alquiler donde respiran una atmósfera mefítica. Al lado mismo de los trenes cargados de carbón, obliga a morir de frío a los miserables. Empuja a los trabajadores de los Estados occidentales a morir de hambre sin murmurar, mientras que sus productos van a alimentar a los ricos de otros países.
Todos los mártires han sido asesinados por el gobierno. El niño que muere en un pestilente cuarto, la mujer que a fuerza de trabajo se encamina al cementerio, el que se mata por desesperación y falta de trabajo, todos son víctimas del gobierno. Si por él no fuese, la pobreza sería desconocida; los mismos crímenes que castiga, no se cometerían por falta de motivo; los hombres vivirían como hermanos y la guerra cesaría. El gobierno es la espada ígnea que guarda las puertas del Edén y cierra el paso a los hombres.
Abolir el gobierno sería substituir el miedo por el amor, la caridad por la justicia, el odio por la simpatía, el infierno por el cielo. No merece amor ni veneración de los hombres; éstos no le deben ningún respeto, puesto que no despierta ningún sentimiento de honor. Sólo se dirige a los hombres para estimular su avaricia o para amenazarles con severos castigos. ¿A qué sentimiento de respeto nos invita? Cada moneda que esta monstruosa constitución cuesta, sólo el pobre la paga, pues nadie más que el pobre produce lo que es útil a la humanidad. El dinero en sí mismo no es nada. ¿De qué le sirvieron a Robinson en su isla las monedas de oro inglesas encontradas en el viejo barco? Si todos los agricultores, obreros industriales y demás trabajadores se declarasen en huelga y se agotaran todos los productos existentes, ¿quién haría caso del dinero? El dinero sólo tiene valor porque los hombres lo reciben a cambio de cosas que otros necesitan. Si nadie lo tomase a cambio de alimentos, vestidos o como salario, ¿qué valdría? Tiene un valor universal porque una moneda representa cierta cantidad de mercaderías necesarias a la vida, una determinada cantidad de lo que produce el agricultor y el industrial. ¿No veis, pues, que cada peso no es más que una letra girada, una carta orden del gobierno para requerir al agricultor y al industrial que suministren al portador una cantidad de productos agrícolas, géneros de manufacturas u obras de trabajo? ¿Y no veis que estas órdenes tienen valor solamente porque cada una de ellas será oportunamente satisfecha por los que trabajan? ¿Y siendo así, no comprendéis que cada uno de los que no producen cosas útiles –no importa si trabajan, o no, en algo- vive a expensas de los que realmente producen útilmente? ¿De dónde proceden los alimentos con que se mantienen los diputados, los accionistas de los ferrocarriles, los comerciantes, etc.? ¿Quién construyó las casas en que viven? ¿Quién dirige la locomotora, quién maneja los frenos, quién las agujas, quien por medio del telégrafo vela por la seguridad del tren en que viajan el rey, el presidente o el millonario que cruza el continente por negocio o por placer? ¿Y cómo se paga a estos empleados que cuidan de la seguridad del tren sino en moneda de plata u oro o en papel, es decir, con verdaderos documentos al portador librados contra los colonos de las tierras y demás obreros para que aquéllos puedan adquirir lo que necesiten? Todos los empleados de ferrocarriles, todos cuantos mantiene el gobierno en sus dependencias, desde el polizonte al jefe de Estado, todos los negociantes, jurisconsultos, etc., todos son pagados con órdenes contra los trabajadores para que éstos les faciliten lo que les sea necesario, y si estas órdenes no fuesen siempre satisfechas, el dinero no sería de utilidad alguna. ¿No es cierto entonces que los que desempeñan las tareas rudas del trabajo útil son los que suministran los medios de vida a todos los seres humanos? ¿No es cierto que el hombre, la mujer y el niño que no hacen dichos trabajos son mantenidos por los que los hacen? ¿No es cierto que cuanta más gente haya en un país sin trabajar en cosa productiva, tanto más pesa su manutención sobre los campesinos y los obreros y tanto más se les merman a éstos sus propios medios de vida?
El sistema es muy ingenioso; hállase envuelto en un profundo misterio y es embrollado y confuso, de modo que los trabajadores no puedan fácilmente resolver el enigma. Pero no hay ningún hombre tan falto de inteligencia que, a pesar del misterio, no vea claro que aquellos que no producen cosas útiles deben consumir las que otros han producido; que el hombre que no fabrica ropas debe vestir las que otros hacen, que el que no maneja el martillo, ni la llana, ni la sierra debe vivir en la casa por otros construida; que el que pasa días y días en una casa de banca, en los tribunales, en las oficinas públicas o se pasea a pie o a caballo por las calles, debe hacerlo a expensas del trabajo de otros. Cualquiera puede ver por sí mismo que hay millones de seres que viven sobre el trabajo del pueblo.
Ved ahora otro misterio. El agricultor que cultiva los campos y produce alimentos para todos, es pobre; los que construyen las casas carecen de ellas y viven en las peores; los que efectúan el trabajo gracias al cual viven los demás, son siempre pobres; y en tanto los zánganos que no producen ninguna miel, viven en la abundancia y el lujo.
Sin embargo, no dejaréis de hablar de la igualdad de los hombres afirmando “que todos somos o nacemos iguales” y os jactaréis, orgullosos, de la dignidad del trabajo. ¿Sabéis por qué algunos hombres hacen todo el trabajo mientras otros gozan de todos sus frutos, menos los absolutamente necesarios para mantener a los trabajadores? Dondequiera que encontréis un ser humano forzado a trabajar en beneficio de otro, no pudiendo con su trabajo alcanzar más que una penosa existencia, ¿no será esclavo del aquel otro? ¿Y podéis vosotros dejar de hacer lo que hacéis? Si os negaseis a ceder los frutos de vuestro trabajo a cambio del dinero de vuestro amo, no podríais pagar ni los alquileres de la casa que habitáis, ni los malos vestidos que usáis, ni los alimentos necesarios de la vida y entonces pereceríais de hambre y desnudos en medio del arroyo, entonces seriáis castigados como esclavos. Permitidme exponer un ejemplo. Supongamos que en los tiempos de la esclavitud en los Estados del Sur, los amos hubieran convenido todos en formar una sociedad o coalición para no verse obligados a vigilar por sí mismos a sus esclavos y plantaciones, dando un salario a otros para que ejerciesen dicha vigilancia y poderes para usar la cárcel, el presidio, el patíbulo como medio de represión, y que luego cambiasen de sistema y convinieran en dar a cada esclavo un billete valedero por cada día de trabajo, en tan penosas condiciones como pudiera soportarlo, o lo que es lo mismo, un valor representativo equivalente a la cantidad de carne, pan, etc. estrictamente indispensable para mantenerlo fuerte en el trabajo del siguiente día, sin que pudiera obtener tales cosas sino mediante aquel billete: ¿no habría producido aquel contrato de esclavitud el mismo estado de cosas que hoy impera en dondequiera que el gobierno exista? Esto no es más que una somera indicación de la que en el próximo capítulo trataré de probar claramente, sin dejar lugar a ninguna duda honrada, es decir, que el gobierno no es más que la esclavitud en forma más astuta y engañosa.

7 de enero de 2008

Ideario de la Vanguardia Obrera Social

La doctrina social católica surgió a finales del siglo XIX con la Encíclica Rerum Novarum, del Papa León XIII; en España nunca pudo competir con los sindicatos de clase por su excesiva dependencia de obispos y patronos. Durante el Franquismo las organizaciones sociales católicas fueron eficaces para despertar la conciencia de los trabajadores, que tenían cegadas otras vías de actuación sindical. Sirvieron, pues, de refugio y paraguas protector para las jóvenes generaciones de trabajadores inquietos, pero no calaron en la clase trabajadora: con la libertad sindical quedaron reducidas, de nuevo, a un papel testimonial. Aunque rompieron con el viejo paternalismo, había en ellas más proselitismo religioso que auténtico sindicalismo. Presentamos el Ideario de la Vanguardia Obrera Social (VOS), que tuvo sus ramas Femenina (VOF) y Juvenil (VOJ), organizaciones animadas por los jesuitas; fue publicado en junio de 1962, pocos meses antes de que el Concilio Vaticano II comenzase sus sesiones.

Naturaleza y fin de la Vanguardia
1. La Vanguardia Obrera es un movimiento de las CC.MM.OO. que tiene como fin la evangelización y promoción integral del mundo del trabajo.
2. La Vanguardia Obrera busca la formación de hombres que se sientan responsables de la implantación del orden social cristiano, especialmente por la defensa y propagación de la doctrina social de la Iglesia, en todas las estructuras de la sociedad.
3. La Vanguardia Obrera defiende los derechos de la familia obrera y fomenta las virtudes familiares.
Espiritualidad de la Vanguardia
4.-El Vanguardista ha de fomentar en su vida una espiritualidad cristocéntrica: Que Cristo sea el ideal de toda su vida, que se luche no sólo por un cristocentrismo personal, sino social, hasta que Cristo sea el centro de todo el universo y, en concreto, de la sociedad obrera.
5. El Vanguardista ha de sentirse responsable de la evangelización y promoción del mundo obrero. Ha de esperarlo todo de Dios, pero ha de trabajar como si todo dependiese de su esfuerzo personal, aceptando como método de trabajo tanto el triunfo como el fracaso, la alegría como el dolor, en su combate por la verdad, el amor y la justicia.
6. El Vanguardista vivirá una espiritualidad de encarnación, evitando la separación de su acción temporal y su acción evangelizadora. Ha de sentirse responsable de todo el universo para que éste manifieste las perfecciones de Dios. Dirigirá su acción temporal a lograr unas estructuras temporales que faciliten la edificación de un mundo más humano y más justo, y su acción evangelizadora, a lograr que todos los hombres estén en posesión de la gracia santificante, que es la máxima manifestación de la divinidad.
7. El Vanguardista ha de tener clavada en su alma la preocupación por los que no están con él, o porque son sus enemigos, o porque le miran con indiferencia. Ha de presentarse como un auténtico obrero, capacitado profesionalmente, que lleva dentro de sí la preocupación constante de la conquista del compañero, por convencimiento y por servicio.
Virtudes obreras
8. Todo Vanguardista ha de tener como aspiración permanente fomentar en su vida las grandes virtudes obreras: solidaridad, servicio al compañero, esperanza en la promoción colectiva y combate por la justicia en todas sus dimensiones.
9. Todo Vanguardista ha de entregarse con esperanza a la lucha. La Vanguardia no es un movimiento de simple protección, sino de orientación y de combate, y todo combate cristiano exige una voluntad de lucha y una voluntad de vencer, apoyados en Cristo.
10. Hay que evitar a toda costa el paternalismo y el individualismo en la Vanguardia. Consideramos que los Vanguardistas han de estar capacitados para actuar ellos solos, guiados por su propia personalidad y responsabilidad. Pero al mismo tiempo han de actuar en equipo, para superar todo individualismo soberbio y estéril.
11. Hay que evitar a toda costa el desclasamiento sicológico en la Vanguardia. Todos los vanguardistas deben sentirse orgullosos de ser militantes de un movimiento obrero, cortando el aburguesamiento. La Vanguardia admite a todos los que sintiéndose trabajadores quieren trabajar por la promoción humana y espiritual del mundo obrero.
12. Frente a la indiferencia y pasividad, todo vanguardista ha de permanecer siempre en primera línea, aspirando a una perfección cada vez mayor, no sólo personal, sino de toda la masa obrera.
13. Entra de lleno en la mística de la Vanguardia, el que los vanguardistas que sientan un deseo de mayor entrega y generosidad renuncien voluntariamente a una posición social y económica más elevada, para mantenerse más en contacto con el mundo obrero que se quiere promocionar y cristianizar.
Acción Vanguardista
14.- La Vanguardia ha de formar a sus militantes para su actuación como ciudadanos en el terreno temporal, enseñándoles a introducir principios cristianos en la vida cívica, profesional, sindical, económica y política, con el fin de cristianizarla. Pero cuidará dejar bien sentado su carácter apolítico, de manera que la responsabilidad de cualquier actuación de los vanguardistas en estos campos recaiga sobre ellos y no sobre la Organización.
15.- La Vanguardia, consciente de los problemas sociales y económicos del mundo obrero que tiene que evangelizar, ha de trabajar en la medida de sus fuerzas y dentro de la órbita de un Movimiento apostólico, por la solución de los mismos.
16. La Vanguardia ha de mantenerse firme en los principios básicos en que se inspira el Movimiento, pero ha de tener la suficiente flexibilidad de organización y de métodos de trabajo para buscar en cada momento lo mejor y más eficaz para los fines esenciales.
17. La Vanguardia buscará la mayor coordinación posible con todas las fuerzas apostólicas obreras en la lucha por la evangelización y promoción del mundo del trabajo.
18. La Vanguardia, dando a su acción obrera un sentido plenamente cristiano, que es totalmente opuesto a la lucha de clases, aceptará y estimulará la colaboración con otros grupos sociales, aprovechando con ánimo fraternal cuantas energías no obreras se afanan cristianamente por la elevación integral del mundo obrero.
19. La Vanguardia ha de ser siempre obrera, por ser este el medio ambiente en que viven y actúan sus componentes, pero nunca ha de ser obrerista de tal manera que niegue una acción beneficiosa a un elemento, colectividad o estructura no obrera.
20. La Vanguardia no ha de emprender ninguna acción que la pueda desacreditar como Movimiento Obrero Cristiano.

5 de enero de 2008

Higiene de la construcción

Alumno de la Academia de Ingenieros militares, Guadalajara, hacia 1871 (Archivo La Alcarria Obrera)

En el siglo XIX se desarrollaron las teorías higienistas, que promovían reformas legislativas y acciones sociales encaminadas a impedir las enfermedades y procurar bienestar físico y mental, una aspiración necesaria en una época en la que los trabajadores habían visto empeorar sus condiciones laborales y vitales al emplearse en las fábricas y residir en las ciudades; un pensamiento bienintencionado y reformista que ponía al descubierto la dura vida de los obreros. En 1882 se constituyó la Sociedad Española de Higiene, que en 1886 convocó un concurso que premió la obra Higiene de la Construcción, escrita por el jefe del Arma de Ingenieros Manuel de Luxán y García, residente en Guadalajara donde se editó la obra en la Imprenta Provincial, y más tarde encargado de Academias en el Ministerio de la Guerra. La introducción de la obra es un buen resumen de las teorías higienistas de aquel momento, que en Guadalajara se expusieron tan tempranamente.

En presencia el hombre de los agentes atmosféricos, sin más defensa contra ellos que su débil organización, hubo de pensar en los medios que impidieran la acción directa de aquéllos sobre su cuerpo; de aquí nació la habitación y el vestido. Ambos aparecieron con este exclusivo objeto, y han venido después a satisfacer otros varios. La primera ha sido indispensable para la instalación de industrias y ejecución de trabajos que serían imposibles al aire libre; para satisfacer numerosas necesidades, hijas de los progresos sociales, y hasta el arte la toma como elemento en que realizar sus concepciones, ya por la disposición exterior, ya por la interior, ya por sus formas generales, ya por sus detalles y hasta por sus accesorios, como el mobiliario. El vestido también ha sido objeto en que el arte ha impuesto sus leyes, y las más de las veces, su hija espuria la moda, con tantas y tantas aberraciones como suele patrocinar.
Resulta, pues, que el primitivo objeto de la habitación, fue librar al hombre de los agentes atmosféricos, y después hacer posibles gran número de trabajos que al aire libre no lo serían. No sería extraña a la existencia de las primeras habitaciones la defensa contra los animales feroces, cuyos ataques no podían menos de preocupar al hombre primitivo, ni deja de constituir uno de los objetos actuales la defensa de la propiedad representada por muebles, metálico o valores.
Expuesto el objeto y necesidad de la habitación, se comprende desde luego que ésta constituye un medio en que el hombre vive, muy distinto del exterior, siendo un modificador higiénico que altera las condiciones en que se encuentra; y como precisamente la vida social moderna, ésta, para la mayor parte de las clases, se verifica casi toda bajo techado en el domicilio, en las fábricas, en los talleres, las oficinas, los cuarteles, las iglesias, los teatros, etc., resulta que el hombre moderno consume la mayor parte de su existencia en este medio artificial que él se ha creado. Claro se ve, cuán grande influencia ejercerá sobre la humanidad entera el que éste no sea un riesgo para la salud, sino que muy al contrario, contribuya a su conservación, facilite el desarrollo de los jóvenes, conserve el vigor de la edad madura y detenga los estragos de la vejez.
A la higiene, a esa gran ciencia que tanto desarrollo adquiere en la actualidad, y cuyo objeto es dictar reglas para la conservación de la salud, evitando que las distintas causas que pueden alterarla ejerzan su perniciosa influencia sobre la economía, es a quien corresponde estudiar y establecer los principios según los cuales han de construirse los edificios en las mejores condiciones posibles de salubridad, y también indicar los medios mejores de usarlos después, aprovechando estas buenas condiciones y evitando los riesgos que puedan existir.
Esta profunda ciencia, cuyo conocimiento completo y racional sólo podrá alcanzarse por el hombre dedicado a estudios técnicos de consideración, tiene una parte elemental que interesa grandemente difundir entre todas las clases sociales, para que constituya un broquel que nos defienda de las numerosas y continuas causas de enfermedad a que a todas horas estamos sometidos, con lo que se alcanzará, sin duda alguna, la ventaja de disminuir la mortalidad y mejorar la raza, elementos de prosperidad del país. Resulta, pues, que la difusión de los preceptos higiénicos es humanitaria, puesto que conserva sus individuos; ilustra y moraliza, porque los preceptos higiénicos están siempre de acuerdo con los de la moral; y es patriótica, porque contribuye a aumentar la prosperidad de la Nación.
Tres grandes subdivisiones podremos establecer para el estudio higiénico de la edificación. Será la primera la en que se estudien los agentes anteriores a la existencia de la casa, y en este concepto habremos de ver las condiciones de situación, emplazamiento, orientación, suelo y subsuelo, proximidad a accidentes o edificios insalubres y humedad del terreno. Será la segunda aquella en que consideremos los agentes introducidos por el edificio mismo, tales como los materiales de construcción y el sistema de ejecutarla, número de pisos, distribución, etc. Por último, en la tercera habremos de examinar las circunstancias inherentes al uso del edificio, y por consiguiente, nos referiremos a la ventilación, la calefacción, el alumbrado y el alejamiento de las inmundicias.
El hombre que en su ignorancia ha despreciado por mucho tiempo las reglas y prescripciones higiénicas, ha ido convenciéndose poco a poco de su importancia, y la dolorosa experiencia de repetidas catástrofes le ha hecho comprender la conveniencia de seguir sus preceptos; pero desde el momento en que se ha dado cuenta de la necesidad de aquéllas, le ha pedido más de los que la ciencia humana puede dar. Se pide a la higiene que contrarreste y anule las causas de enfermedad producidas por las necesidades sociales modernas, y muchas veces por sus desaciertos y sus caprichos; así en una población mal situada, a veces en un profundo valle, poco aireado, a inmediaciones de aguas pantanosas, en presencia de un vicioso sistema de alejamiento de las inmundicias, se pide a la higiene que neutralice todos estos inconvenientes y además con poco o ningún gasto. No se consultan los preceptos de la ciencia para ajustar a ellos la situación y disposición general de las ciudades y de sus servicios y la particular de las habitaciones, sino que, después de establecidas, se pide la salubridad a pesar de todos los principios olvidados. No es extraño que el problema sea difícil y aun muchas veces imposible.
El problema de la salubridad de las habitaciones tiene dos aspectos distintos: es el primero aquel en que se marcan las reglas que debe seguir el constructor (Ingeniero o Arquitecto) para procurar al edificio las condiciones higiénicas; y el segundo aquel en que se dictan las reglas que debe tener en cuenta el vecino para usar higiénicamente del edificio. Es cierto que éste no tiene en su mano medio de procurar al edificio condiciones higiénicas, pero tiene la facultad de elegir casa, para lo que le es preciso conocer, aunque sólo sea ligeramente, los principios higiénicos a que debe satisfacer su construcción y examinar si se han cumplido. Si estos conocimientos se difunden y se aprecian, claro está que serán menos pagadas las casas que carezcan de aquellas condiciones, lo que constituirá un eficaz estímulo para que los especuladores atiendan tan importante aspecto de la construcción.