La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

16 de enero de 2010

Manifiesto de la Huelga General de 1917

La neutralidad española en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo efectos muy beneficiosos para la economía nacional, que se repartieron con descarada injusticia: mientras que amplios sectores de la alta burguesía se enriquecían atropelladamente, la mayoría del pueblo español soportaba una brutal subida de los precios de los productos de primera necesidad. A las dificultades habituales de los trabajadores, se le sumaron en estos años el empobrecimiento de la clase media y una crisis política de creciente intensidad. El reto movió a las dos centrales obreras, CNT y UGT, a actuar unidas y convocar conflictos y huelgas generales, entre la que destaca la de agosto de 1917. El 27 de marzo de ese año, ambos sindicatos firmaron el presente manifiesto.
Dibujo de Sileno, 1918 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
Tras la labor de protesta constantemente ejercitada por las organizaciones obreras contra los abusos de la administración y las corruptelas de la política que nuestro país padece, la huelga general del 18 de diciembre último, admirable ejemplo de eficacia de la organización y testimonio irrecusable de la capacidad creciente del proletariado español, habría debido producir alguna atenuación, al menos, de los males por todos reconocidos y continuamente denunciados.
Pero a pesar de nuestras advertencias serenas, de nuestras quejas metódicas y reflexivamente fundamentadas y de nuestras protestas, tal vez más prudentes y mesuradas de lo que exige la agudeza de los dolores que el país padece, es lo cierto que cada día que pasa representa para el proletariado una agravación creciente de la miseria ocasionada por la carestía de las subsistencias y por la falta de trabajo.
Ciertamente que si las privaciones a las que se ve sometido el pueblo español fuesen una consecuencia necesaria de la economía mundial, cuya solución no depende de nosotros ni de los elementos directivos de nuestra vida nacional, nuestras quejas serían absolutamente estériles y nuestras protestas no tendrían otra eficacia que la de imprecaciones más o menos vehementes contra los misteriosos destinos de la fatalidad.
Pero ¿habrá algún gobernante español que pueda afirmar en conciencia que las condiciones insoportables de nuestra vida, agravadas sin duda por la guerra, no son consecuencia de un régimen de privilegio, de una orgía constante, expresión de una desenfrenada inmoralidad que encuentra en los organismos públicos el amparo y la defensa que debían prestar a la vida del pueblo?
Las luchas provocadas por la competencia entre los diversos grupos de explotadores de la vida de la nación pueden dispensar al proletariado de hacer la crítica del régimen vergonzoso que padece España.
Las denuncias diarias de la prensa, los abusos que descubren las públicas discusiones de las asambleas, la labor misma de las Cortes, tan estéril para el bien como reveladora de crecientes impurezas, son los folios de un largo y complicado proceso cuya sentencia habrá de ser dictada y cumplida por el pueblo, como juez inapelable.
Todos los días, la prensa ofrece el testimonio de la preocupación de los gobernantes ante las complicaciones de los problemas presentes. ¿En qué se gasta su actividad que sus resultados beneficiosos no llegan nunca al pueblo trabajador? Todos esos esfuerzos de los gobernantes, el pueblo sabe bien que se gastan en un empeño imposible de armonizar los intereses privados opuestos, que encuentran en los momentos más angustiosos de la vida nacional la ocasión más propicia para aumentar sus ganancias.
Las empresas de ferrocarriles, las compañías navieras, los mineros, los fabricantes, los ganaderos, los trigueros, los múltiples acaparadores e intermediarios, los trust que monopolizan los negocios en las grandes poblaciones, los gremios degradados y degradantes, todos representan intereses particulares, que hallan amparo y protección en los poderes públicos, mientras el pueblo emigra o perece.
Y no es posible seguir ya engañando al país con discursos más o menos brillantes, ni con preámbulos de leyes cuyo articulado desmiente las propias ideas proclamadas por los ministros en la Gaceta.
En la presente y crítica situación ya ha visto el pueblo lo que ha quedado de las promesas de reforma de la economía nacional. Continúan las eternas ocultaciones de riqueza, los más llamados al sostenimiento de las cargas públicas siguen sustrayéndose al cumplimiento de ese deber de ciudadanía, los beneficiados con los negocios de la guerra ni emplean sus ganancias en el fomento de la riqueza nacional, ni se avienen a entregar parte de sus beneficios al Estado, y el gobierno, débil con los poderosos y altivo con los humildes, lanza a diario contra los obreros a la Guardia Civil, mientras prepara empréstitos de transformación de la Deuda y ofrece a los capitalistas una colocación lucrativa a sus fondos ociosos, so pretexto de promover obras públicas que jamás se realizan.
Y si de los pomposos ofrecimientos de reformas económicas y de promoción de obras públicas no queda más que el rumor de vanas palabras, ¿para qué ha servido la ley de Subsistencias, como no sea para revelar la dependencia vergonzosa en que se halla el gobierno con respecto a las agrupaciones gremiales más conocidas y más odiadas por los consumidores?
¿De qué nos vale formular un día y otro nuestras quejas, y de qué nos sirve el reconocimiento de la justicia de nuestras demandas por los mismos hombres que ocupan el Poder, si no logramos nunca vislumbrar el remedio de nuestros males?
La impotencia de los poderes públicos para resolver los problemas vitales de la nación la está proclamando la acción militar en Marruecos, sangrienta y vergonzosa ruina de España, por todos los gobernantes censurada, pero por todos igualmente mantenida.
Después de las prolijas discusiones a que la acción de España en Marruecos ha dado lugar, a nadie se le oculta ya que esta reincidencia de los poderes públicos en los antiguos errores bélicos, militaristas y dinásticos bastaría por sí sola para provocar por parte de la nación la más violenta de las actuaciones contra los causantes de su desgracia.
Estos males, percibidos a diario por el proletariado, han formado en él, tras una larga y dolorosa experiencia, el convencimiento de que las luchas parciales de cada asociación con los patronos, asistidas por la solidaridad de los compañeros de infortunio, no bastan a conjurar los graves peligros que amenazan a los trabajadores.
El proletariado organizado ha llegado así al convencimiento de la necesidad de la unificación de sus fuerzas en una lucha común contra los amparadores de la explotación erigida en sistema de gobierno. Y respondiendo a este convencimiento, los representantes de la Unión General de Trabajadores y los de la Confederación Nacional del Trabajo han acordado por unanimidad:
1º. Que en vista del examen detenido y desapasionado que los firmantes de este documento han hecho de la situación actual y de la actuación de los gobernantes y del Parlamento; no encontrando, a pesar de sus buenos deseos, satisfechas las demandas formuladas por el último congreso de la Unión General de Trabajadores y Asamblea de Valencia, y con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimum de las condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos.
2º. Que a partir de este momento, sin interrumpir su acción constante de reivindicaciones sociales, los organismos proletarios, de acuerdo con sus elementos directivos, procederán a la adopción de todas aquellas medidas que consideren adecuadas al éxito de la huelga general, hallándose preparados para el momento en que haya de comenzar este movimiento.
3º. Que los abajo firmantes, debidamente autorizados por los organismos obreros que representan, y en virtud de los poderes que les han sido conferidos por la clase trabajadora, se consideran en el deber de realizar, en relación con las diversas secciones, todos los trabajos conducentes a organizar y encauzar debidamente el movimiento, así como también a determinar la fecha en que debe ponerse en práctica, teniendo en cuenta las condiciones más favorables para el triunfo de nuestros propósitos.

11 de enero de 2010

Ángel Pestaña en la URSS

Ángel Pestaña acudió a Moscú como delegado de la CNT al segundo congreso de la Internacional Sindical Roja, la rama sindical de la Tercera Internacional que estaba bajo la férrea disciplina de la Internacional Comunista y de los Partidos Comunistas de los respectivos países, muestra ejemplar de la visión de los sindicatos como simples correas de transmisión de los partidos políticos leninistas, vanguardia infalible del proletariado. El Informe de mi estancia en la URSS de Pestaña y las afirmaciones de Gastón Leval, un francés delegado de la CNT española, decidieron a la CNT a romper con la Internacional comunista en el mes de junio de 1922 y adherirse a la recién refundada Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), heredera de la Primera Internacional Obrera. Ofrecemos el resumen que el propio Pestaña hizo de su discurso en el congreso sindical de Moscú.
Mitin del PCE durante la Guerra Civil, (Archivo La Alcarria Obrera)
 
Llegó mi turno y subí a la tribuna para hacer uso de la palabra.
Dije que la situación de los delegados no acordes con lo que allí se había expuesto era extremadamente delicada y difícil, ya que toda crítica hecha a los puntos de vista sustentados por la III Internacional podían interpretarla nuestros adversarios como signo evidente de división entre el elemento trabajador, al apreciar la revolución, y no dejarían de explotar estas diferencias de apreciación para insinuar entre los obreros la especie de que la revolución era un fracaso, ya que no todos apreciábamos de igual modo los resultados.
Son estas, contingencias –continué- que todos debemos recordar en el debate que se ha planteado, pues olvidarlas equivaldría a generar diferencias nada provechosas para la causa que defendemos: la emancipación de la clase obrera.
La revolución ha proyectado un poderoso rayo de simpatía entre los obreros de todo el mundo, y sería doloroso que por entregarnos aquí a discusiones más o menos partidistas destruyéramos la labor que esa simpatía ha realizado.
Por eso, nuestras críticas deben limitarse a los extremos que no estén de acuerdo con nuestro pensar, y aun aquí, limitarnos lo más posible.
Dicho esto, entraré en el tema que aquí se está discutiendo.
A creer a cuantos oradores me han precedido en el uso de la palabra, la revolución en Europa y en el mundo entero queda supeditada a la organización de los Partidos comunistas en todos los países.
Se ha afirmado, pero eso sí sin aportar pruebas que puedan convencer a lo menos a mí, y si no pruebas cuando menos hipótesis razonables, que sin Partido Comunista no hay revolución, no se destruirá al capitalismo y las clases trabajadoras no conquistarán jamás el derecho de ser libres.
Afirmación gratuita y hasta algo fuera de lugar por sus pretensiones, ya que con ello se quiere negar la historia y la génesis de todos los movimientos revolucionarios que la humanidad ha realizado en el lento y penoso camino que recorre para acercarse a su dicha.
Se nos ha dicho: Mirad a Rusia; contemplad este bello espectáculo; el ejemplo; este ejemplo debéis admirar y en él hallaréis la confirmación práctica de nuestros razonamientos.
Y yo digo: ¿Qué debemos mirar? ¿Cuál es la contemplación que nos proponéis? Aquí no vemos más que una revolución ya hecha y el ensayo de un sistema de organización social, cuyos resultados no son lo suficientemente claros como para que sobre ellos hagamos deducciones.
Nos ponéis delante del acto consumado, y nos decís: he ahí el ejemplo.
No es así, ni situándonos en tal extremo, como podremos juzgar las pretensiones de la III Internacional.
Habéis olvidado algo muy esencial, lo más esencial para que vuestros razonamientos tuvieran la fuerza que pretendéis.
Habéis olvidado demostrarnos si fue el P.C: el que hizo la revolución en Rusia.
Demostradme que fuisteis vosotros, que fue vuestro partido el que hizo la revolución y entonces creeré en cuanto habéis dicho y trabajaré por lograr lo que proponéis.
La revolución según mi criterio, camaradas delegados, no es, no puede ser, la obra de un partido. Un partido no hace la revolución; un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de Estado no es una revolución.
La revolución es la resultante de muchas causas cuya génesis la hallaremos en un mayor estado de cultura del pueblo, entre el desnivel que se produce entre sus aspiraciones y la organización que rija y gobierne este pueblo.
La revolución es la manifestación, más o menos violenta, de un estado de ánimo favorable a un cambio en las normas que rigen la vida de un pueblo y que, por una labor constante de varias generaciones que se han sucedido luchando por la aplicación de ese deseo, emerge de las sombras en el momento dado y barre, sin compasión, cuantos obstáculos se oponen a su fin.
La revolución es la idea que han adquirido las muchedumbres de un mejor estado social, y que o hallando cauces legales para manifestarse, por la oposición de las clases capitalistas, surge y se impone por la violencia.
La revolución es la consecuencia de una proceso evolutivo que se manifiesta en todas las clases de un país, pero particularmente en las menesterosas, por ser ellas las que más sufren en el régimen capitalista, y no hay partido alguno que pueda atribuirse el privilegio de ser él solo quien ha creado este proceso.
La revolución es un producto natural que germina después de haber sembrado muchas ideas, regado el campo con la sangre de muchos mártires, arrancando las plantas malas a costa de inmensos sacrificios, y ¿qué partido si no quiere que le tomen en ridículo podrá vanagloriarse de haber él sembrado ideas, el campo regado y escardado? Ninguno, es decir, yo creo que ninguno; vosotros no sois de la misma opinión.
Decimos que sin Partido Comunista no puede hacerse la revolución, y que sin Ejército Rojo no pueden conservarse sus conquistas, y que sin conquista del Poder no hay emancipación posible, y que sin dictadura no se destruye a la burguesía; es hacer afirmaciones cuyas pruebas nadie puede aportar. Pues si serenamente observamos lo sucedido en Rusia, no hallaremos de tales afirmaciones una confirmación.
Vosotros no hicisteis solos la revolución en Rusia, cooperasteis a que se hiciera y fuisteis más afortunados para lograr el poder.

13 de diciembre de 2009

El Señorío de Molina, de Enrique Arauz Estremera

En el año 1895 se publicó en el madrileño Establecimiento Tipográfico de Felipe Pinto el libro La hija del Tío Paco o lo que pueden dos mil duros, de Enrique Arauz Estremera, un médico que nació y ejerció su profesión en el pueblo molinés de Peralejos de las Truchas, del que llegó a ser alcalde, y donde casó y tuvo tres hijos: Carlos, José María y María Luisa Arauz de Robles. De ideología carlista, que tantos seguidores tuvo en el Señorío molinés, en este libro, inspirado en el costumbrismo del también carlista José María de Pereda, nos describe su tierra natal, a la que dedica un interesante prólogo que aquí reproducimos.
Día de mercado en Molina de Aragón

Enclavada en el límite mismo de Aragón y Castilla, y sin saber a qué carta quedarse; tanto, que de “Aragón” se llama por vía de apellido su capital, aunque a Castilla pertenece, para no desmentir ni aún en esto el nombre de país de los viceversas, como alguien ha llamado al nuestro, se halla mi tierra, pobre como pocas, honrada cual ninguna, tozuda y aferrada a sus ideas y costumbres para justificar su sobrenombre, noblota, bien hablada y no peor educada, como buena castellana, y víctima en fin, al par que las demás regiones sus hermanas, de centralismos y encadenamientos, argolla de nuestras libertades regionales, freno de sus iniciativas, valla de sus legítimas esperanzas, rémora de su progreso, y esponja que al borrar caracteres y costumbres, destruyó la belleza del todo nacional.
Allá en sus tiempos, según en libros anda, tenía este país su vida, administración y organización propias, y sus hijos, conocedores de la riqueza (pues no hay duda que por entonces la había) de la tierra, repartían y cargaban los tributos y gavelas sobre industrias y personas que podían satisfacerlos, dejando libres y desarrollarse al calor de exquisitos cuidados a las que de nuevo se implantaban; arrimando el hombro, las que la experiencia había hecho conocer como viables en beneficio de las recién nacidas hermanas. Y aún dicen los que tales cosas refieren, que así vivían tan campantes aquellas buenas gentes, que a la cuenta no vieron más allá de sus narices.
Porque hoy que tanto hemos adelantado, a la vista está que nos las amañamos de modo bien distinto; todos tiran por igual del pesado armatoste de las cargas públicas; y cuando más sucede, que si algún pelagatos tiene que gastar todas sus fuerzas en apechugar con su parte, y agobiado por la onerosa carga perece en la contienda, arrastran, los que tiran, su cadáver por algún tiempo en el mismo sentido del común esfuerzo, hasta que convenido el que dirige de que aquello es un estorbo, si no por caridad, por conveniencia, abandona el fúnebre despojo en medio del camino; y el vehículo sigue dando tumbos por la vía del progreso, sin más novedad que algo más de trabajo para los que han sobrevivido y siguen tirando.
Es, pues, mi tierra una de estas víctimas, que si no ha echado ya los bofes por la boca, los tiene atravesados en el gañote, y no es extraño; país pobre, pero equiparado a los ricos, y forcejeando al igual que éstos en el susodicho tiro, sus fuerzas se agotan de día en día, sus terrenos se ven adjudicados a la implacable Hacienda; y entre ésta y la usura, que si no es su hermana, lo parece, van a hacer un ideal en este terreno del cesante aquel que inventó la sardina perpetua mojando pan en la sombra; ¡y pan que tuvieran para mojar estos infelices!
Parecerá paradoja (exageración se dice aquí en la tierra) lo apuntado; pero oiga lo que es este país el que no lo conozca: a un clima frío, porque sí, añada un suelo de ínfima calidad, y vaya usted a que un terreno de esta clase produzca los cuatro granos, que con poco más de otras tantas patatas, constituyen la producción agrícola; ni más vino, ni más aceite, ni más nada; pues la ganadería, que era la verdadera y única riqueza del país antaño, voló, creo que para siempre, por pecados propios y ajenos, que de todo hay en esto. Apuntemos algunos: los años que vinieron como Dios quiso, las necesidades que apretaban más de lo justo, las trampas adquiridas, que no daban espera; y como para remediar todo esto había que hacer dinero, y de qué hacerlo no se veía más que el ganado, al ganado se tiró sin compasión.
Vino sobre esto lo de las amortizaciones de terrenos públicos, y lo de las roturaciones incomprensibles, causas todas que, cuando menos, contribuyeron a acelerar la catástrofe, pero en las que yo no he de detenerme porque sobre no venir al caso, huyo siempre de mentar la soga en casa del que se ahorcó o le ahorcamos.
No es, pues, extraño que las cuatro sesmas componentes del antiguo, noble y leal señorío de Molina, que es el nombre del país de que se trata, ostenten todas como signo característico en sus habitantes, la estrechez, rayana en la miseria. Visten los habitantes de la sierra los pardos calzones de paño hecho en casa, sujetos a las corvas por sendas hileras de dorados botones de muletilla, luciendo al mismo tiempo el encarnado elástico de bayeta o la amplia blusa de percal sujeta a la cintura con la corrediza jareta; los del campo se presentan más lúgubremente ataviados con los calzones y chaqueta negros, pero de corte más primoroso que los anteriores; vienen luego los del Sabinar imitando a éstos o a aquéllos según los gustos o la proximidad a unos o a otros; y los del Pedregal, por último, remedando en sus atalajes a los aragoneses, a fuer de fronterizos; ello es que con unos u otros arreos la gente no desmiente ni puede desmentir su honrada penuria.
Las cuatro sesmas dichas además del derecho indiscutible, inalienable e inminente de morirse de hambre, tienen opción a ciertos intereses de los que nadie o muy pocos saben los cuántos y los cómos; y que se administran, vamos al decir, por diputados nombrados por las sesmas, presididos por el Alcalde de la capital, que aunque es el único pueblo en el que el negocio no tiene parte (por haber enajenado la suya según dicen), es sin embargo también el único que algo disfruta de aquellos intereses, quizá por la ley de las compensaciones; o por aquella otra de que el pez grande se merienda al chico.
La elección de diputados sesmeros se hacía reuniéndose los comisionados de los pueblos en los puntos designados por remota costumbre; y cuando para dichas elecciones o para tratar asuntos de interés general se convocaba la sesma de la sierra, los comisionados deliberaban bajo la sombra del roble del Campillo, en el término del pueblo de Alcoroches. Y es muy de notar que los habitantes de este Señorío, como los del de Vizcaya, buscaran el roble, símbolo de la fortaleza y de la gloria, para bajo su protección tener sus honradas juntas, y a la vista de Dios y a la de sus montañas hacer más solemnes sus acuerdos y más públicas sus benditas libertades. ¿Qué huracán ha barrido éstas, y que otra mal llamada libertad nos ha esclavizado?
Aquí debiera consignar las mil y una reflexiones que se amontonan en mi mente y pugnan para deslizarse por los puntos de la pluma; y contaría la santa independencia de mi pequeña patria, su noble altivez, su indomable valor, y, sobre todo, aquel tenaz empeño (una vez hecha su definitiva unión a la corona castellana) de no querer otro señor que su Rey; pudiéndose decir aquí, mejor que en otra parte, que “del Rey abajo, ninguno”; pero todo esto, sobre ser superior a mis fuerzas, harto débiles, y necesitar por ende plumas mejor cortadas que la mía, me llevaría lejos de mi objeto, y hora es ya de concretar el relato a su asunto verdadero.
Hemos indicado arriba que una de las sesmas en que se divide este noble país es la de la sierra; y añadiremos ahora que está situada el Mediodía del mismo, que es mucho más montuosa que sus hermanas, y que no hace mucho tiempo, las vertientes de sus montañas, las cimas de sus cumbres y el fondo de sus valles, cañadas y barrancos estaban cubiertos de espesos pinares que modificaban su clima, regularizaban sus lluvias y constituían el adorno más preciado y el encanto más valioso de sus paisajes.
Hermosos, en verdad, eran estos montes poblados en cuanta extensión abarcaba la vista, de bosques vírgenes, cuyo color verde obscuro cubría como manto aterciopelado las hoy descarnadas desnudeces de su accidentado suelo; y cuando en serena tarde de primavera o estío, hundido el espectador en aquel mar de verdura, podía observar la postura del sol, cuyos oblicuos rayos doraban las rumorosas copas de los pinos, el pulmón se ensanchaba ávido de espirar la perfumada brisa, el corazón latía con más libertad, y se extasiaba el alma ante la grandeza y belleza inimitables de las obras de Dios; y no es extraño que el hombre se vea abstraído de la realidad ante espectáculo tal, y que su imaginación, excitada por la contemplación de tan hermoso cuadro, se torne soñadora, y mucho más si a lo que se ve por los ojos se une, como no es raro, el rumor imponente del Tajo que se despeña desatentado por los saltos formados en su lecho de roca, o que se estrella contra los peñascos que se oponen a su avance, o que se desliza entre roncas protestas de sus tumultuosas ondas por el exiguo cauce que a fuerza de trabajo pudo abrirse a través de alguna enorme piedra; y aún más si a los estrépitos del río se añade el blando y metálico cencerreo del ganado que pasta como colgado en medio de la rocha. Lástima, sí, y lástima grande que sean a estas fechas escasos o ningunos los rincones en que pueda disfrutarse de este espectáculo, y que debido a manos inconscientes, y además extrañas, hayan desaparecido nuestros bosques, y que aquellos colosos de nuestros pinares hayan ido unos tras otros arrastrados por las aguas del Gallo, el Tajo y Cabrillas a llenar los almacenes de Aranjuez con sus maderas, de oro los bolsillos de gentes que ni aun hijos del país eran, y nuestra tierra de tristeza, de miseria y de aridez con su ausencia.
Hay entre estos montes, además de bastantes vestigios de pequeñas industrias que las modernas y poderosas maquinarias y las facilidades en los arrastres han hecho imposibles, bastantes pueblos que, sin que yo sepa la razón, y sin que al lector le quite el sueño el encontrarla, son por lo general mayores que los de otras sesmas; y cuyos pueblos, por humildes y poco dados a exhibiciones, buscan para esconderse el repliegue más oculto unos, o cautos y precavidos, el rincón más abrigado de cierzos y ventiscas, otros; en todos ellos sus habitantes, útiles para el trabajo, apenas el otoño asoma la cabeza, y aún antes de asomarla, los que se dedican a la pastoría trashumante, toman sus mantas al hombro, y con dos duros en la bolsa por todo capital, y esto el que los lleva cabales, ponen la proa al Mediodía y a otras provincias para dedicarse a la molienda de aceitunas, cuando las hay, o a pasar trabajos rodando aquí y allá, si el negocio no está bueno como sucede muchas veces.
De otro modo no era posible que el esquilmado y pobre terreno nativo pudiera con la carga de sus hijos por todo el año; y aun así quitándole la que se le quita, anda la cosa entre si alcanza y no llega; porque ¿cómo era posible, por ejemplo, que el descalzo aunque extenso término de Espineda pudiera mantener a sus quinientos y pico vecinos, aun contando con sus intrusiones en lo de todos? ¿Y un Pinarejos, y un Chaparralta, y un Lomapelada y un… con los suyos? Por eso, no por gusto de dejar su tierra, se largan en invierno y trabajan y sufren y ven caras nuevas, y no siempre de Pascua; por no poder pasar por otro punto.