La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

28 de enero de 2010

Manifiesto en defensa de la lengua catalana

El nacionalismo de los territorios periféricos (Euskal Herria, Catalunya, Galicia...) y su enfrentamiento con el nacionalismo español ha sido una de las constantes más recurrentes de la vida política hispana en los dos últimos siglos. La lengua y la cultura han sido, tradicionalmente, las primeras víctimas de este conflicto, cuando deberían haber sido las primeras en ser preservadas de vaivenes institucionales y de luchas ideológicas. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, intelectuales españoles de todo origen, de casi cualquier disciplina y de muy diversas adscripciones políticas (monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, socialistas, libertarios…), firmaron en 1927 un manifiesto en defensa de la lengua catalana, ninguneada por el dictador. Por desgracia, desde 1936 algunos de los que rubricaron este manifiesto fueron sañudos perseguidores de la lengua y cultura catalanas y, aún más lamentablemente, hoy este mismo manifiesto y el espíritu unitario que lo alentó, son impensables.
Papeleta de una candidatura catalanista de izquierdas en 1917 (Archivo La Alcarria Obrera)

Excelentísimo señor presidente del Directorio militar:
Los abajo firmantes, escritores en lengua castellana, que sienten profundamente los merecimientos históricos de su idioma y que lo aprecian en todo su valor como indispensable vehículo para la difusión del pensamiento a través del mundo civilizado, se dirigen respetuosamente a V. E. para expresarle su sentir, con ocasión de las medidas de gobierno que por razones políticas, se han tomado acerca del uso de la lengua catalana.
Es el idioma la expresión más íntima y característica de la espiritualidad de un pueblo, y nosotros, ante el temor de que esas disposiciones puedan haber herido la sensibilidad del pueblo catalán, siendo en lo futuro un motivo de rencores imposible de salvar, queremos con un gesto afirmar a los escritores de Cataluña la seguridad de nuestra admiración y de nuestro respeto por el idioma hermano.
El simple hecho biológico de la existencia de una lengua, obra admirable de la naturaleza y de la cultura humana, es algo siempre acreedor al respeto y a la simpatía de todos los espíritus cultivados.
Debemos además pensar que las glorias de Cataluña son glorias españolas, y el título histórico más alto que España puede presentar para ser considerada como potencia mediterránea, se debe en gran parte al pueblo catalán, que hizo de la Barcelona medieval un emporio de riqueza capaz de competir con las repúblicas italianas; que creó una cultura admirable; que lanzó sus leyes de mar y cuya lengua inmortal resonó en el fragor de la batalla ante los muros sagrados del Partenón, y que sirvió para que con ella hablara por primera vez la filosofía nacional por boca de Raimundo Lulio y fuese cantada la efusión humana en los versos imperecederos de Ausiàs March.
El reconocimiento de las literaturas regionales como una consecuencia ideológica y romántica hizo de la lengua de Cataluña una literatura a la que pertenecen autores como Verdaguer y Maragall, que cuentan entre las primeras figuras de la literatura española del siglo XIX.
Nosotros no podemos tampoco olvidar que de Cataluña hemos recibido altísimas pruebas de comprensión y cariño, hasta el punto de que un insigne patriota catalán, amante fervoroso de las glorias españolas, Milà y Fontanals, abrió con llave de oro el oscuro arcano de las manifestaciones artísticas más genuinas y más características del pueblo castellano.
Queremos cumplir con un verdadero deber de patriotismo, diciendo a Cataluña que las glorias de su idioma viven perennes en la admiración de todos nosotros y serán eternas mientras imperen en España el culto y el amor desinteresado a la belleza.

Pedro Sainz Rodríguez, Eduardo Gómez de Baquero, A. Bonilla San Martín, Gregorio Marañón, Ángel Ossorio y Gallardo, Pedro Mata, Antonio Jaén, Tomas Borrás, Ángel Herrera Oria, Jaime Torrubiano Ripoll, Ramón Menéndez Pidal, Álvaro de Albornoz, Concha Espina, Augusto Barcia, V. García Martí, Conde de Vallellano, José Ortega y Gassset, Miguel Herrero, Luis de Zulueta, Domingo Barnés, Francisco Vighi, Pedro de Repide, León de las Casas, Joaquín Belda, José G. Alvarez Ude, Luis Jiménez de Asúa, Luis Ruiz Contreras, Félix Lorenzo, Fabián Vidal, Gabriel Maura, Vicente Machimbarrena, Gregorio Martínez Sierra, Lorenzo Barrio y Morayta, Andrés González Blanco, José Toral, Luis Araújo Costa, Mercedes Gaibrois de Ballesteros, Femando de los Ríos, Azorín, Manuel Pedroso, Luis Bello, José María Sacristán, Cristóbal de Castro, José Giral, Melchor Fernández Almagro, Ramón Gómez de la Serna, Manuel Bueno, Antonio Espina, Antonio Zozaya, Federico García Lorca, F. Rivera Pastor, Alberto Insúa, Honorato de Castro, Luis de Tapia, Luis Araquistaín, Gustavo Pittaluga, E. Paul Almarza, Juan de la Encina, José García Mercadal, Ángel Lázaro, Bernardo Acha, Artemio Precioso, F. Escrivá, José Gutiérrez Solana, Jacinto Grau, Juan Pujol, José Ruiz Castillo, P. de Ciria Escalante, José Albiñana, doctor García del Real, Gabriel Franco, Salvador Pascual, Eduardo Ortega Gassset, Carlos Pereira, Juan Guixé, Leopoldo Bejarano, José Canalejas, Guillermo de la Torre, M. García Cortés, Adolfo A. Buylla, J. A. Balbontín, Isaac del Vando-Villar, Cayetano Alcázar, Mauricio Paraíso, Rafael Urbano, Julio Cañada, Antonio Guisasola, Antonio Dubois, José Sánchez Rojas, José Antón, F. Madariaga, Luis de Hoyos y Vinent, Hipólito Jimeno, Luis G. Bilbao, Andrés Ovejero, Manuel Azaña, Claudio Sánchez Albornoz, Conde de las Navas, Luis Palomo, F. Arévalo Salto, Luis G. Urbina, Luis G. Andrade, F. de Bustamante, A. Pérez Serrano, Tomás Elorrieta, Manuel Hilario Ayuso, Eduardo Barriobero, Manuel Antón, J. Jordán de Urries, Juan Hurtado, Ramón Pérez de Ayala, J. Villalba, Álvaro Calvo, Marqués de Lozoya, Ángel Torres del Álamo, Francisco de Viu, Luis Fernández Ardavín y Alberto Marín Alcalde.

21 de enero de 2010

Carta de Farga Pellicer a Bakunin

La difusión del ideario anárquico y el desarrollo de la Internacional obrera en España no fueron fáciles. Sobre el sustrato receptivo de las Sociedades de Socorros Mutuos y del conocimiento de las obras de Pierre-Joseph Proudhon traducidas por Francisco Pi y Margall, germinó la semilla de Giuseppe Fanelli. En repetidas ocasiones se ha hecho notar la rapidez con que la Primera Internacional se extendió por toda la geografía hispana, hasta el punto de que solo treinta meses después de la llegada de Fanelli se celebró en Barcelona un congreso obrero en el que estaban representados alrededor de cincuenta mil adherentes, entre los que se encontraban las federaciones de Brihuega y Guadalajara. Sin embargo, insistimos, los primeros pasos no fueron fáciles, como nos demuestra la siguiente carta remitida desde Barcelona por Rafael Farga Pellicer, uno de los internacionalistas de primera hora, a Mijaíl Bakunin.
Asalto al Registro de la Propiedad, Barcelona, La Ilustración de Madrid, 27 de abril de 1870
 
Barcelona, 1 de agosto de 1869
Mi querido Bokounine:
Con inmensa satisfacción he recibido vuestra carta. En seguida la leí al Centro Federal de las Sociedades Obreras, como secretario general que soy de él, y enterado de su contenido ha acordado enviar a Bâle uno o más (no ha determinado todavía el número) de representantes de las Sociedades obreras de Cataluña.
Mas es preciso hacer aquí algunas explicaciones, para que vos comprendáis la manera como deberán representar a España los obreros que envía al Congreso nuestro Centro Federal.
Aquí el socialismo no está tan desarrollado como fuera de desear; así que el Centro Federal no ha decidido nada clara y terminantemente respecto a este punto tan interesante. Hasta ahora sólo se ha ocupado de organizar asociaciones obreras de todos los oficios y artes y propagar para que la federación entre todos se haya efectuado, y para que la República federal triunfe en la gran lucha que sostenemos con los monárquicos y demás conservadores de todas las demás tiranías.
No obstante, he de participaros con placer que la gran mayoría de los obreros son susceptibles de ser decididamente socialistas, puesto que van ya comprendiendo esas grandes ideas que llevan en sí nuestra inmediata y radical emancipación. Gracias a los esfuerzos que hacemos algunos amigos en pro de esta propaganda dentro de las varias profesiones y oficios asociados y dentro del mismo Centro Federal, yo tengo la seguridad de que dentro de poco tiempo formaremos parte los obreros de España de la grande Asociación Internacional de los Trabajadores; porque procuramos algunos amigos hacer los Reglamentos de las Clases y del Centro basados en el espíritu y tendencia de la Asociación Internacional de los Trabajadores. De manera que, insensible y convencidamente, se encontrarán dentro de L’Internationale.
Vos, querido amigo y correligionario, comprenderéis con cuánto cuidado y cuánta prudencia ha de hacerse esta importante propaganda, para evitar futuras escisiones que retardarían más el triunfo de nuestra causa.
Mucho influirá, estimado amigo, a que los obreros españoles ingresen cuanto antes en la Asociación nuestra, si ahora, como sucederá (si es posible) tienen representantes propios en Bâle, pues éstos les explicarán de una manera gráfica y concreta el mecanismo, las ideas y desarrollo de nuestra grande Asociación.
Contestad, amigo, a vuelta de correo, si nuestro Centro Federal puede tomar parte en el Congreso de Bâle, no obstante no declararse ser de la Internacional. Es de suma importancia y necesidad que a pesar de no ser ahora de la Asociación, pueda este Centro concurrir al Congreso de Bâle, precisamente para acelerar más el que ingrese cuanto antes a ella. Espero, pues, que haréis lo posible para que puedan venir a Bâle los representantes delegados de España, con las circunstancias expresadas. Espero pronta contestación: Al Centro Federal de las Sociedades Obreras. Rafael Farga Pellicer, secretario. Calle de Mercaders, 42. Barcelona.
Por el correo os envío un número del periódico La Federación, órgano del Centro, que de una manera prudente defenderá el socialismo. En España ha habido entre la clase obrera algunos individualistas que ahora van batiéndose en retirada. La Federación trabajará activamente para acabar de despreocupar a unos y para convencer a todos de la grande necesidad de ser nacionales, socialistas y republicano-federales. Le llamo la atención sobre la R del título y sobre el prospecto que yo he escrito como director que unánimemente me ha nombrado el Centro Federal. He procurado y alcanzado que todo el Consejo de Redacción sea, como es, socialista.
Espero que vos me autoricéis para que publique vuestros escritos de Le Progrès, y hasta me atreveré a rogaros que escribáis y remitáis –si podéis hacerlo- unos artículos originales vuestros, hechos directamente para nuestro periódico La Federación, como, por ejemplo, tratando de la abolición del Estado, la abolición de la propiedad hereditaria y de la renta, etc.
Distingamos, yo soy también secretario de la sección de Barcelona de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que fundamos alentados y dirigidos por nuestro caro amigo Fanelli.
Las continuas preocupaciones políticas que tenemos nos han privado de propagar más la Asociación; pero próximamente nos reuniremos los de la Internacional (que hay tres o cuatro que son presidentes de Sociedades federadas en el Centro Federal) para tratar de vuestra carta; mas yo desconfío que enviemos nadie a Bâle, porque somos pocos y pobres. Ya le contestaremos. De todos modos, como internacionales, enviaremos a Londres nuestra cotización de 1’10 francos por miembro, que todavía no lo hemos hecho.
Ya he escrito a Rubau, diciéndole que conteste a vuestra carta.
En la sesión del domingo próximo comunicaré a mis amigos de L’Internationale (sección de Barcelona) vuestra carta y vuestro deseo, que los más demócratas, socialistas y radicales formen parte de la Alianza. Por lo que a mí toca, acepto completamente todo lo consignado en el librito que me ha enviado.
Hasta otro día. Espero con impaciencia vuestra carta, que no importa sea francesa, pero de buena letra.
Tened la seguridad, amigo y hermano mío, que siempre trabajaré con todas mis fuerzas y por el camino más corto para obtener la redención social, la emancipación completa de las clases trabajadoras, la muerte de todo privilegio y monopolio.
Expresiones a Fanelli.
Vuestro amigo y hermano.
Rafael Farga Pellicer.

16 de enero de 2010

Manifiesto de la Huelga General de 1917

La neutralidad española en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo efectos muy beneficiosos para la economía nacional, que se repartieron con descarada injusticia: mientras que amplios sectores de la alta burguesía se enriquecían atropelladamente, la mayoría del pueblo español soportaba una brutal subida de los precios de los productos de primera necesidad. A las dificultades habituales de los trabajadores, se le sumaron en estos años el empobrecimiento de la clase media y una crisis política de creciente intensidad. El reto movió a las dos centrales obreras, CNT y UGT, a actuar unidas y convocar conflictos y huelgas generales, entre la que destaca la de agosto de 1917. El 27 de marzo de ese año, ambos sindicatos firmaron el presente manifiesto.
Dibujo de Sileno, 1918 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
Tras la labor de protesta constantemente ejercitada por las organizaciones obreras contra los abusos de la administración y las corruptelas de la política que nuestro país padece, la huelga general del 18 de diciembre último, admirable ejemplo de eficacia de la organización y testimonio irrecusable de la capacidad creciente del proletariado español, habría debido producir alguna atenuación, al menos, de los males por todos reconocidos y continuamente denunciados.
Pero a pesar de nuestras advertencias serenas, de nuestras quejas metódicas y reflexivamente fundamentadas y de nuestras protestas, tal vez más prudentes y mesuradas de lo que exige la agudeza de los dolores que el país padece, es lo cierto que cada día que pasa representa para el proletariado una agravación creciente de la miseria ocasionada por la carestía de las subsistencias y por la falta de trabajo.
Ciertamente que si las privaciones a las que se ve sometido el pueblo español fuesen una consecuencia necesaria de la economía mundial, cuya solución no depende de nosotros ni de los elementos directivos de nuestra vida nacional, nuestras quejas serían absolutamente estériles y nuestras protestas no tendrían otra eficacia que la de imprecaciones más o menos vehementes contra los misteriosos destinos de la fatalidad.
Pero ¿habrá algún gobernante español que pueda afirmar en conciencia que las condiciones insoportables de nuestra vida, agravadas sin duda por la guerra, no son consecuencia de un régimen de privilegio, de una orgía constante, expresión de una desenfrenada inmoralidad que encuentra en los organismos públicos el amparo y la defensa que debían prestar a la vida del pueblo?
Las luchas provocadas por la competencia entre los diversos grupos de explotadores de la vida de la nación pueden dispensar al proletariado de hacer la crítica del régimen vergonzoso que padece España.
Las denuncias diarias de la prensa, los abusos que descubren las públicas discusiones de las asambleas, la labor misma de las Cortes, tan estéril para el bien como reveladora de crecientes impurezas, son los folios de un largo y complicado proceso cuya sentencia habrá de ser dictada y cumplida por el pueblo, como juez inapelable.
Todos los días, la prensa ofrece el testimonio de la preocupación de los gobernantes ante las complicaciones de los problemas presentes. ¿En qué se gasta su actividad que sus resultados beneficiosos no llegan nunca al pueblo trabajador? Todos esos esfuerzos de los gobernantes, el pueblo sabe bien que se gastan en un empeño imposible de armonizar los intereses privados opuestos, que encuentran en los momentos más angustiosos de la vida nacional la ocasión más propicia para aumentar sus ganancias.
Las empresas de ferrocarriles, las compañías navieras, los mineros, los fabricantes, los ganaderos, los trigueros, los múltiples acaparadores e intermediarios, los trust que monopolizan los negocios en las grandes poblaciones, los gremios degradados y degradantes, todos representan intereses particulares, que hallan amparo y protección en los poderes públicos, mientras el pueblo emigra o perece.
Y no es posible seguir ya engañando al país con discursos más o menos brillantes, ni con preámbulos de leyes cuyo articulado desmiente las propias ideas proclamadas por los ministros en la Gaceta.
En la presente y crítica situación ya ha visto el pueblo lo que ha quedado de las promesas de reforma de la economía nacional. Continúan las eternas ocultaciones de riqueza, los más llamados al sostenimiento de las cargas públicas siguen sustrayéndose al cumplimiento de ese deber de ciudadanía, los beneficiados con los negocios de la guerra ni emplean sus ganancias en el fomento de la riqueza nacional, ni se avienen a entregar parte de sus beneficios al Estado, y el gobierno, débil con los poderosos y altivo con los humildes, lanza a diario contra los obreros a la Guardia Civil, mientras prepara empréstitos de transformación de la Deuda y ofrece a los capitalistas una colocación lucrativa a sus fondos ociosos, so pretexto de promover obras públicas que jamás se realizan.
Y si de los pomposos ofrecimientos de reformas económicas y de promoción de obras públicas no queda más que el rumor de vanas palabras, ¿para qué ha servido la ley de Subsistencias, como no sea para revelar la dependencia vergonzosa en que se halla el gobierno con respecto a las agrupaciones gremiales más conocidas y más odiadas por los consumidores?
¿De qué nos vale formular un día y otro nuestras quejas, y de qué nos sirve el reconocimiento de la justicia de nuestras demandas por los mismos hombres que ocupan el Poder, si no logramos nunca vislumbrar el remedio de nuestros males?
La impotencia de los poderes públicos para resolver los problemas vitales de la nación la está proclamando la acción militar en Marruecos, sangrienta y vergonzosa ruina de España, por todos los gobernantes censurada, pero por todos igualmente mantenida.
Después de las prolijas discusiones a que la acción de España en Marruecos ha dado lugar, a nadie se le oculta ya que esta reincidencia de los poderes públicos en los antiguos errores bélicos, militaristas y dinásticos bastaría por sí sola para provocar por parte de la nación la más violenta de las actuaciones contra los causantes de su desgracia.
Estos males, percibidos a diario por el proletariado, han formado en él, tras una larga y dolorosa experiencia, el convencimiento de que las luchas parciales de cada asociación con los patronos, asistidas por la solidaridad de los compañeros de infortunio, no bastan a conjurar los graves peligros que amenazan a los trabajadores.
El proletariado organizado ha llegado así al convencimiento de la necesidad de la unificación de sus fuerzas en una lucha común contra los amparadores de la explotación erigida en sistema de gobierno. Y respondiendo a este convencimiento, los representantes de la Unión General de Trabajadores y los de la Confederación Nacional del Trabajo han acordado por unanimidad:
1º. Que en vista del examen detenido y desapasionado que los firmantes de este documento han hecho de la situación actual y de la actuación de los gobernantes y del Parlamento; no encontrando, a pesar de sus buenos deseos, satisfechas las demandas formuladas por el último congreso de la Unión General de Trabajadores y Asamblea de Valencia, y con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimum de las condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos.
2º. Que a partir de este momento, sin interrumpir su acción constante de reivindicaciones sociales, los organismos proletarios, de acuerdo con sus elementos directivos, procederán a la adopción de todas aquellas medidas que consideren adecuadas al éxito de la huelga general, hallándose preparados para el momento en que haya de comenzar este movimiento.
3º. Que los abajo firmantes, debidamente autorizados por los organismos obreros que representan, y en virtud de los poderes que les han sido conferidos por la clase trabajadora, se consideran en el deber de realizar, en relación con las diversas secciones, todos los trabajos conducentes a organizar y encauzar debidamente el movimiento, así como también a determinar la fecha en que debe ponerse en práctica, teniendo en cuenta las condiciones más favorables para el triunfo de nuestros propósitos.