La preocupación y la promoción de la enseñanza, por sus contenidos y por sus métodos didácticos, ha sido una de las señas de identidad del movimiento libertario, no con el objetivo de procurar una falsa igualdad de oportunidades sino como vía necesaria para la revolución social. Proyectos como la escuela de Cempuis, de Paul Robin, y de Yasnaia Poliana, de León Tolstoi, servían en las últimas décadas del siglo XIX como ejemplos de una escuela de inspiración anarquista, lejos del dogmatismo y del proselitismo. En esos mismos años, Carlos Malato escribió su libro Filosofía del anarquismo, en el que dedicaba un capítulo a la "Instrucción y educación", que reproducimos íntegramente en La Alcarria Obrera. En él se reflexiona sobre la instrucción, la educación y la formación del cerebro y del corazón de los niños de entonces y de siempre.
Existe, sin embargo, una rama que, aun en la sociedad más libertaria, exige una determinada suma de autoridad, y es la instrucción.
Ciertamente se abolirán los sistemas pedagógicos que reposan sobre la base de castigos corporales y amenazas terroríficas que torturan el cerebro y fatigan y abruman; pero no resulta de aquí que toda autoridad debe ser suprimida en las relaciones de los profesores con los alumnos, y que se puede conceder a niños ignorantes de todo la misma libertad que a hombres formales.
El verdadero precursor de la anarquía, Bakounine, dice que a los niños se les debe someter a una disciplina más atenuada, a medida que avanzan en edad. De este modo, cuando lleguen a la adolescencia, no encontrarán en sus maestros más que amigos y consejeros.
Esta racional progresión es la que ha señalado las fases de la existencia de los pueblos. Sometidos en su infancia al despotismo absoluto de la fuerza, se emancipan poco á poco, obtienen garantías y constituciones que mañana despreciarán hallándolas insuficientes. El derecho electivo reemplazará al derecho hereditario, y muy pronto la elección misma será juzgada incompatible con la autonomía de todos. El poder impuesto ó consentido desaparecerá.
La humanidad es, en efecto, un hombre que se perfecciona siempre y que jamás muere. El hombre es un resumen de la humanidad.
Es preciso no confundir la instrucción y la educación: esta última, que es la asimilación de las costumbres sociales, debe inspirarse en el más grande principio libertad. La instrucción, al contrario, como enseñanza de útiles conocimientos, pero áridos generalmente, supone un plan, un método que, por intenso que sea su atractivo, siempre será autoritario. Creemos inútil decir que nunca lo será tanto como ahora.
La enseñanza universitaria, en la que se pierde un tiempo precioso estudiando las lenguas muertas que encarnan la historia de los hechos y gestos de los soberanos, suministrando frecuentemente datos y fechas inexactas, que embota los cerebros aún no desarrollados de matemáticas aprendidas en el libro ó sobre la negra pizarra y no en la práctica diaria, esta enseñanza está, desde hace mucho tiempo y á pesar de las pseudo-reformas introducidas, condenada por todos los espíritus cultos. Resulta preferible la instrucción que se da en las escuelas profesionales. Es menos brillante pero más sólida, perdiéndose menos tiempo en el estudio de fórmulas latinas o matemáticas inaplicables. Sin embargo, hay que convenir en que esto no es más que un bosquejo de lo que será la enseñanza en el porvenir. El internado, fórmula de reclusión que tiene al alumno en la ignorancia del mundo exterior, se abolirá; los estudios serán lo más atractivos posible y estimulados insensiblemente en las horas de recreo; se sostendrá la emulación empleando distintos sistemas al de los castigos; se aprenderá la historia en la vida de los pueblos y no en la de los reyes; se enseñarán las lenguas vivas con preferencia á las muertas, y estas últimas aprendidas en sus raíces, en su mecanismo, no ya a través de podridos libracos de autores momificados en la noche de los siglos; las matemáticas serán enseñadas insensiblemente y de un modo práctico durante los momentos de distracción y de paseo; la geología será aprendida sobre el terreno, practicando divertidas excursiones; !a mecánica será ensenada en el taller con más frecuencia que en las tablas; los ejercicios corporales se harán paralelos á los estudios técnicos, y, por fin, como coronación, se enseñará la filosofía experimental, sintetizando todas las ciencias é iluminando á la humanidad en su marcha interrumpida hacia el progreso indefinido. Estas son, á grandes rasgos, las bases de la nueva enseñanza.
Los Estados Unidos, que no sufren nuestro viejo barbarismo universitario, producen más ingenieros que nosotros, más físicos, químicos, sabios de ciencia práctica, en una palabra, hombres verdaderamente útiles. Su sistema de enseñanza, puesto enteramente en relación con las modernas tendencias y depurado por el genio de las razas latinas, prevalecerá sobre las pedagogías del pasado.
La educación difiere de la instrucción. Dos individuos igualmente instruidos pueden ser uno un animal orgulloso, otro un hombre modesto y servicial.
La educación comienza en la cuna y puede decirse que continúa durante toda la vida, porque el medio social se modifica indefinidamente, y las ideas que se reciben y las costumbres contraídas sufren forzosamente una modificación. Es evidente que ejercerá menos influencia en un viejo cuyas ideas han echado hondas raíces, aferrado á sus costumbres, que en un niño de espíritu despierto, de ingenua y confiada imaginación.
La verdadera educación no debe ser la enseñanza de convencionalismos mas ó menos ridículos y de fórmulas aprendidas sistemáticamente, sino el desenvolvimiento normal de las aptitudes y la adaptación al medio social; el enderezamiento de propensiones peligrosas legadas por herencia ó más bien por desviación, de modo que se las pueda utilizar; porque hay que advertir que, aun los defectos, como son orgullo, avaricia, cólera, pueden, orientados de cierto modo, volverse en provecho de los individuos y de la sociedad entera. Debe, sobre todo, dirigirse á hacer del niño un hombre libre, teniendo conciencia de su libertad, considerando su independencia y su bienestar como íntimamente ligados á la independencia y al bienestar de sus semejantes.
La primera educación comienza á recibirse por los ojos. Los sentidos se despiertan mucho antes que la razón. Importará, pues, que el niño no tenga jamás ante su vista ningún espectáculo degradante, como por ejemplo, el padre y la madre que se humillan ó se maltratan, camaradas golpeados por sus padres, delaciones, aunque sean pueriles, terror ante un peligro real ó imaginario.
El amor propio y el espíritu de solidaridad son dos sentimientos que conviene despertar y desenvolver paralelamente en el niño, corrigiendo uno lo que pueda tener de excesivo el otro. Mientras que el cristianismo predica la degradante resignación, “presentar la mejilla izquierda después de haber dado la derecha”, el individuo, viviendo en el seno de una sociedad anarquista, no debe sufrir la menor molestia en su imprescriptible derecho de ser libre. Mientras que la palabra de orden de la burguesía es “cada uno para sí, y Dios para todos”, bestial egoísmo que no garantiza la digestión de los ahítos contra la turbulencia de los famélicos, la divisa del comunismo es: “Todos para uno y uno para todos”.
La curiosidad, que es insoportable cuando se ejerce á costas de otro, dirigida en un sentido científico, será un precioso estímulo para el espíritu de iniciativa. Conducirá á sostener la actividad que los pesimistas temen se extinga en una sociedad en la que los hombres ahítos de bienestar podrán, sin gran suma de trabajo, satisfacer todas sus necesidades.
La emulación, necesaria para mantener el progreso, obrará sobre los niños y los hombres; se alimentará por medio de la satisfacción moral, é igualmente ese otro sentimiento, quizás menos perfecto, pero así y todo necesario: la vanidad, No se puede, pues, bajo el pretexto de una estrecha igualdad, destruir toda iniciativa individual y cortar las alas al genio. Sí es falso pretender que un sabio tenga derecho á privilegios y distinciones negadas al carpintero ó al albañil, la admiración es un sentimiento que no se puede ni se debe proscribir. Admirar los versos de un poeta, las cinceladuras del joyero, las formas de un sastre y los muebles del ebanista, no puede turbar la paz social ni herir en nada los sentimientos igualitarios.
Con su carácter artístico, la raza latina siente más entusiasmo que otras por las obras atractivas y bellas. La raza sajona, al contrario, da la preferencia á la utilidad. Un cuadro admirado por los franceses lo desdeñarán los americanos, prefiriendo una cosa útil perfeccionada. De estas distintas tendencias se formará, cuando el comunismo haya internacionalizado los pueblos y fusionado las costumbres, un justo medio, una resultante.
Las razas tienden á equilibrarse. Las cualidades ausentes en unas existen en otras hasta el exceso. Los pueblos latinos están dotados de una vivacidad de sentimientos de que las naciones sajonas, más rígidamente sabias.
¡Qué diferencia entre el flemático inglés y el ardiente napolitano traduciendo todas sus impresiones por medio de gritos, risas y llantos, y con el juego de su movible fisonomía!
Proscribir la pasión como lo sueñan algunos desenfrenados sectarios, seria proscribir la vida misma, hacer, según la máxima jesuita, del ser humano un cadáver. Ciertamente habrá necesidad, cuando se aproxime la tempestad que barrerá el mundo burgués, de guardarse del sentimentalismo; pero al día siguiente de la crisis el sentimentalismo revivirá. Es una ley natural la que quiere que los excesos contrarios se sucedan antes del restablecimiento del equilibrio. Hasta que la revolución no haya terminado su obra los campeones de la nueva sociedad tendrán que acorazarse el corazón. Frecuentemente, las efusiones de piedad, los desbordamientos intempestivos de ternura, han hecho perder la batalla, conduciendo al proletariado á la matanza, saludado por las aclamaciones de filántropos á lo Julio Simón. Pero después, cuando el bienestar sea general, y ya no existan papas, reyes, emperadores ni gobiernos de ninguna clase y las luchas del pasado no sean más que un recuerdo histórico, se experimentará lo bueno que es vivir amándose; y el nuevo estado social conducirá á una explosión de sentimentalismo, pero no de ese sentimentalismo hipócrita que prevaleció durante el siglo XVIII entre las falsas pastoras de Tríanón, no ese sentimentalismo bestial que al día siguiente de la victoria supo la burguesía inculcar al pueblo ignorante.
Lo que se manifestará entonces en toda su amplitud, será ese sentimiento, más entrevisto hasta ahora que realizado, é irrealizable además en nuestra sociedad podrida: la fraternidad.
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