La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

25 de marzo de 2010

Celso Gomis de excursión desde Huertahernando

Celso Gomis, hacia 1900

Celso Gomis fue uno de los divulgadores científicos más interesantes del último cuarto del siglo XIX. Ingeniero de Caminos de profesión, realizó numerosos viajes por toda la geografía peninsular trabajando en distintos proyectos: carreteras, ferrocarriles, canales de riego... Apasionado de la ciencia, fue recogiendo datos y notas que luego incluía en sus libros de geografía, geología, ciencias naturales, matemáticas o lecturas escolares. Pero, además, Celso Gomis fue uno de los más destacados militantes de la Primera Internacional en España; se inició en política en el Partido Republicano Federal, pero se adhirió a la Alianza de la Democracia Socialista después de conocer a Mijaíl Bakunin. Activo anarquista en 1880 y 1881 pasó una temporada en tierras alcarreñas, sobre todo en Brihuega (localidad de fuerte presencia anarquista), planificando una nueva línea de tren que nunca llegó a construirse. Aquí reproducimos uno de sus artículos sobre su estancia en Guadalajara.

DE HUERTAHERNANDO A LA OLMEDA DE COBETA PASANDO POR BUENFUENTE
Huertahernando, cuyo aspecto contrasta notablemente con lo harmonioso de su nombre, es un pueblo de unos cuatrocientos habitantes y, como casi todos los de esa parte de la provincia de Guadalajara, está situado a gran altura sobre el río.
Generalmente en todas partes en que hay ríos, los pueblos suelen levantarse en la orilla de ellos; pero en esta comarca sucede precisamente todo lo contrario. Las poblaciones se encuentran, salvo raras excepciones, en lo alto de las mesetas y los ríos corren a una o dos horas de distancia de ellas y a un nivel de 300 a 400 metros más bajo que el de aquellas.
Y es que tampoco he visto en ningún punto de España los ríos tan profundamente encajonados como en esta provincia. Quien haya ido de Zaragoza a Madrid por el camino de hierro no habrá podido menos de observar lo muy encajonado que corre el Henares entre Sigüenza y Guadalajara. Y lo mismo pasa con el Tajo, el Tajuña, el Ablanque y la Pelegrina. Brihuega se encuentra lo menos a 100 metros sobre el Tajuña, y Canales del Ducado, Sacecorbo, Esplegares y Huertahernando se encuentran de 300 a 500 metros sobre el Ablanque.
Como los barrancos que desde las mesetas desaguan en estos ríos son también muy profundos, resulta que todos los caminos de este país son una no interrumpida serie de subidas y bajadas.
Cuando aquí os digan que un camino es llano como la palma de la mano, podéis esperar cuando menos encontraros con un camino tan accidentado como el de Segovia a San Cucufate del Vallés pasando por el atajo. Y es que todo es relativo; y como aquí no conocen las llanuras, para sus habitantes es llano todo lo que no es tan pendiente como algunos de los caminos a que están acostumbrados.
Mas volvamos a Huertahernando. Este pueblo no tiene otra cosa notable más que su gran suciedad y la circunstancia de ser muy húmedo, a pesar de estar situado en un punto muy elevado. Esta humedad no puede atribuirse más que a la cimentación de sus casas en la caliza que les sirve de asiento, roca que por su compacidad es altamente impermeable.
Durante la Guerra de la Independencia, Huertahernando fue habitado durante algún tiempo por la Junta Suprema del Reino, y esto, que fue un honor para este pueblo, fue también causa de su desgracia, pues los franceses entraron en él a saco y no dejaron piedra sobre piedra. Lo único que en él se conserva que sea anterior a dicha guerra, son los cuatro gruesísimos muros de un antiguo castillo convertido hoy en casa habitable.
A unos dos kilómetros al E. de Huertahernando hay un sitio conocido con el nombre de Collado del Castillo, que, según la tradición, sirvió de asiento a un castillo de moros; pero yo he encontrado en él fragmentos de alfarería que no me permiten dudar de su procedencia romana. Lo poco que se conserva de los cimientos de aquel castillo es de piedra en seco, sin vestigios de mortero. Yendo de Huertahernando a Buenafuente, este collado queda a la izquierda.
Al pasar del término de Huerta al de Buenafuente, se observa un cambio muy notable. Los bosques, que en aquél están completamente descuidados y van desapareciendo poco a poco, en éste están muy bien conservados, por más que de vez en cuando se vean en ellos algunos claros en los que empiezan a verdear los sembrados. Esto es debido a que los primeros son del común, y como dice el refrán, lo que es del común no es de ningún, en tanto que los segundos son de propiedad particular.
El Estado vendió todos los bosques de este país a particulares, quienes los volvieron a vender a los pueblos, y éstos, sin duda por temor de aquél se los volviese a quitar, se han dado tal prisa a talarlos, que hoy han desaparecido casi por completo.
Nunca he comprendido porque en España no hay nadie que no procure destruir lo que es de todos, siendo así que me parece que lo lógico sería que todos y cada uno tratasen de conservarlo como cosa propia. Es ésta una de aquellas rarezas que sólo en nuestro país se ven.
Hacía ya tiempo que no había visto bosques de encinas, de robles ni de pinos, como los que tengo delante, ni en mi vida había visto sabinas del tamaño de las de aquí: son tan grandes como las encinas; hay algunas cuyo tronco tiene ochenta centímetros de diámetro. En Mequinenza, provincia de Zaragoza, me habían llamado la atención los troncos de sabina de veinte centímetros de diámetro que sostienen los emparrados de la Huerta vieja; pero los de las sabinas de aquí son incomparablemente mucho más recios. De los montes de Fraga y Mequinenza han desaparecido ya todos los sabinares; aquí, lo mismo que en la Olmeda de Cobeta, hay bosques espaciosísimos compuestos exclusivamente de sabina.
Ha llovido toda la noche pasada y aún continúa lloviznando, y sabido es el bonito color que adquieren los bosques con la lluvia. Como aquí aún no ha hecho frío y el sol de Castilla es tan ardiente, hay gran número de plantas que están ya en plena florescencia. La alfombra de romeros, tomillos, espliegos y ajedreas que cubre el monte, despide un aroma agradabilísimo. Por entre las encinas pastan cinco o seis rebaños de ovejas, mientras por la ladera de la montaña desciende un zagal con un gran rebaño de corderos. En un claro del bosque se ven tres pastores y un muchacho que mantean un corderillo muerto. El conjunto de este paisaje parece arrancado de uno de los cuadro de Watteau.
Allí, en último término, a la derecha, se ven las famosas Tetas de Viana, que son dos cerros gemelos casi de la misma altura y terminados por una pequeña planicie, que se levanta a 1.070 metros sobre el nivel del mar, a unas dos horas aguas abajo de Trillo, en la orilla izquierda del Tajo. Dichas Tetas se ven desde una porción de puntos de esta comarca.
Al salir del bosque empiezo a bajar por un camino, que va siendo cada vez más fangoso hasta llegar a Buenafuente.
Esta villa, que es muy pequeña, tiene un famoso convento de Religiosas Bernardas cuya fundación data de los primeros tiempos de la Reconquista. En un principio dicho convento era de canónigos regulares de San Agustín, pero en 1240 Doña Sancha Gómez, viuda de Don Gonzalo, señor de Molina, lo donó al monasterio de Huerta, y en 1246 se establecieron en él algunas monjas del Císter, procedentes del monasterio de Camas, del obispado de Huesca y condado de Ribagorza. Doña Blanca, nieta de la citada Doña Sancha Gómez, por disposición testamentaria donó la villa de Cobeta y la Olmeda al convento de Buenafuente. Hoy Buenafuente, que es villa a pesar de contar muy pocos vecinos, depende de la Olmeda de Cobeta, que no es más que un lugarejo.
Me apeo de la yegua con objeto de visitar el convento y la iglesia, mas uno y otra están cerrados y no veo ninguna persona mayor a quien dirigirme. Los chiquillos que juegan en la calle corren a esconderse en sus casas en cuanto ven que me dirijo a ellos. No parece sino que la villa esté habitada únicamente por criaturitas de tierna edad. Tengo, pues, que contentarme con examinar la portada y los ventanales de la iglesia, que son románicas.
Actualmente la villa y el término de Buenafuente son propiedad de una señora que vive en Madrid. Convento, casas, bosques, campos, todo la pertenece. Los habitantes de esta villa no son dueños de nada, ni siquiera una cabeza de ganado: no son más que arrendatarios o colonos.
Se me ha dicho que en el convento de Buenafuente hay un buen archivo que ha tenido la suerte de conservarse intacto, a pesar de las Guerras de Sucesión y de la Independencia que asolaron este país; pero para poderlo visitar se necesita un permiso especial del obispo de Sigüenza.
A media hora de la villa, junto a la orilla derecha del Tajo, hay un sitio conocido con el nombre del Castillo de las Monjas, donde hubo una población que, a juzgar por alguno de los objetos allí encontrados, debió ser del tiempo de los romanos. La falta de tiempo me ha impedido llegar hasta allí.
Con las lluvias de estos días los alrededores de Buenafuente están convertidos en un verdadero barrizal. En el camino de esta villa a la Olmeda de Cobeta hay puntos en que mi yegua se hunde en el lodo hasta la barriga.
En todo este camino no he observado más que una cosa digna de mencionarse: el barranco de la Olmeda debió antes estar cortado por un dique de roca; las aguas, socavando dicho dique, han acabado por horadarlo por su parte inferior, viniendo a convertirlo en un puente natural por debajo del cual pasan hoy aquéllas.
Las aguas han realizado muchos trabajos por el estilo en esta provincia. En un viaje que hice a Sigüenza observé gran número de rocas horadadas en la vertiente derecha del río Peregrina, aguas arriba del pueblo de este nombre. En la orilla derecha del Ablanque, en el término de Huertahernando, hay también una gran roca horadada al lado de una espaciosa cueva. Aquélla y ésta son conocidas con el nombre de Las Iglesias. Más arriba, en el mismo término y la misma orilla del río, hay otra, La Peña del Agujero, situada también junto a una cueva que, si bien no es tan ancha como la de Las Iglesias, es en cambio mucho más honda.
Además de las cuevas formadas en la caliza concrecionada, como las de Cívica y Peña de Hoz, hay muchas otras abiertas en la caliza compacta, entre ellas La Covatilla, en la margen izquierda del Ablanque, en el término de Huertahernando, y la de la rambla de Saelices. Esta última contiene numerosas estalactitas.
En otros puntos las aguas han aislado de la montaña enormes rocas que antes formaban parte de ella, dándolas una forma más o menos pintoresca. Yendo de Brihuega a Masegoso, el conductor del coche me hizo observar a la izquierda de la carretera un grupo de esta clase de rocas conocido como El Fraile y Las Monjas. Delante del molino de Carrascosa de Tajo hay otra muy notable, coronada por otra que amenaza caer, conocida con el nombre de Picacho del Molino; está situada en la orilla derecha del Tajo. En la misma orilla de este río, aguas arriba de los baños de Trillo, hay otra llamada La Picota de la Vieja. En el barranco de La Cueva, en el término de Canales del Ducado, hay una muy alta conocida en el país con el nombre de Tinderón. Enfrente del horno de aceite de enebro, en el término de Huertahernando, hay otra, aunque menos notable que las anteriores, llamada Castillo del Cozón. Pero las más importantes de esta provincia son las llamadas Los Milagros, entre la Riva de Saelices y Rata. De estas últimas me ocuparé otro día.
Todos los ejemplos que dejo citados, lo mismo de rocas horadadas que de cuevas y rocas aisladas, prueban que las aguas han hecho trabajos titánicos en esta comarca, que es sumamente curiosa bajo los puntos de vista topográfico y geológico.
Las calizas jurásicas de las vertientes del Tajo y del Ablanque presentan además bonitos ejemplos de comprensión lateral de rocas.
A las doce llego a La Olmeda, pequeño lugar que nada tiene que sea digno de mención; como en casa del alcalde parte de las provisiones que llevo y emprendo el regreso a Huertahernando, pero por diferente camino del que he seguido a la venida.
No puedo menos de quedar admirado de las enormes sabinas que forman verdaderos bosques entre La Olmeda y La Rambla de Cobeta. Las hay que tienen un metro de diámetro. Los chozones en que encierran el ganado están hechos con troncos de sabinas apoyados en una sabina viva, cuyo ramaje sale por encima del cobertizo. Aquí tienen la costumbre de dejar el ganado solo durante la noche; el pastor y los zagales van a dormir al pueblo.
La Rambla de Cobeta es un barranco muy profundo, como todos los de este país, cuya pendiente es muy fuerte y cuyas laderas están cubiertas de pinos. Desagua en la orilla izquierda del Ablanquejo.
El curso de este río entre la Rambla de Cobeta y Huertahernando es muy tortuoso y accidentado; sus aguas corren encajonadas por entre verdaderos precipicios, conocidos con el nombre de Castillejos y esto hace que no se pueda recorrer por el fondo.
A las cinco empieza a llover de nuevo y con mayor fuerza que por la mañana, y a las siete de la tarde llego a Huertahernando hecho una sopa.
Huertahernando, 21 de febrero de 1881.

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