Fotografía de Marcelino Martín, La Crónica, Madrid, 10 de abril de 1938 (Archivo La Alcarria Obrera)
Marcelino Martín González del Arco fue uno de los personajes más destacados de la Guadalajara del primer tercio del siglo XX, y sólo la brutal represión franquista impidió que lo siguiese siendo durante mucho más tiempo. Llegó a la capital alcarreña en los años de la Primera Guerra Mundial y se convirtió en el principal dirigente socialista provincial, un eficaz organizador de los campesinos de sus comarcas, un destacado animador de la vida cultural local, un científico y divulgador incansable, el más activo secretario del Instituto de Segunda Enseñanza, un periodista habitual en diversas cabeceras de su tiempo… Al acabar la Guerra Civil, fue traído hasta Guadalajara desde Alicante, juzgado, condenado a muerte y ejecutado bajo absurdas acusaciones sobre su actividad durante el conflicto. Esta entrevista del periodista José Deza Naner, publicada en Crónica el 10 de abril de 1938, da testimonio de sus acciones y recuerda la labor de los Institutos para Obreros, que ha investigado Cristina Escrivá y que podemos conocer en varios de sus libros más que recomendables.
Una gran institución cultural al servicio del pueblo
EL INSTITUTO PARA OBREROS DE MADRID
A primeros de Mayo del año pasado publicó la Gaceta una orden del Ministerio de Instrucción Pública creando el Instituto para obreros en Madrid. El viernes día 18 de marzo de 1938, o sea después de diez meses de intensa y activa labor, que ha trocado en realidad el texto del decreto, se inauguró este establecimiento de enseñanza, cuyo acto, modesto y sencillo, estuvo desprovisto de todo carácter de festejo oficial, celebrándose con una comida íntima –frugal menú de guerra-, en la que se reunieron los alumnos, los profesores y los obreros que han intervenido en la reforma del edificio. Asistió también el delegado del Ministerio de Instrucción Pública, señor Miranda.
El local del Instituto para Obreros es un magnífico edificio, de gran presencia y amplias dimensiones, que fue ayer un convento. Hoy está totalmente reformado, en su nueva estructura de centro docente. Obra de reconstrucción, debida al arquitecto don Carlos Mosquera.
Su director, el culto pedagogo e inspector de Segunda Enseñanza don Marcelino Martí del Arco, nos va acompañando en nuestra visita por las distintas dependencias del local, al mismo tiempo que nos explica la gran obra de cultura que en él se realizará.
-Este Centro –nos dice- es, sin duda alguna, el mejor de España. Yo que, por mis visitas profesionales, conozco todos, lo puedo afirmar. El selecto y variado material docente que posee y la perfecta instalación de sus diversas dependencias responden a los modernos medios y últimos adelantos pedagógicos. Los profesores han sido designados libremente por el Ministerio; pertenecen, unos, al profesorado oficial de Segunda Enseñanza, y otros son personas de reconocida competencia en las varias disciplinas culturales que se cursen.
Las paredes, recién pintadas; el pavimento, cubierto de linóleo; los muebles, nuevos y barnizados, brindan acogedora hospitalidad a la afanosa labor y al estudio intenso de los jóvenes trabajadores, mientras el sol invade las aulas, los pasillos, las escaleras, las salas.
-¿Cómo se ha verificado el ingreso de los alumnos?
-Mediante un examen previo se hizo una selección de los que hoy son alumnos, en cuyas pruebas mostraron sus claras facultades intelectuales. Los estudios que se cursen han de durar dos años, divididos en cursos semestrales. Esto es lo que constituye el llamado Bachillerato abreviado para obreros, cuya edad está comprendida entre los quince y los treinta y cinco años, exceptuando, claro es, a los afectados por las quintas militares. Al final de los estudios, los alumnos considerados aptos obtendrán gratuitamente el título de bachiller, con plena validez académica.
Nos van enseñando las aulas, dispuestas para una cabida máxima de cuarenta escolares cada una. Las mesas de los profesores están colocadas al nivel de los pupitres de los alumnos, sin distancias establecidas por la altura jerárquica del entarimado. Este detalle de sencillez da una nota de más estrecha intimidad, más franca camaradería y más sentimiento familiar entre maestros y alumnos, dando vida a la necesaria cooperación mutua entre la misión de enseñar y el trabajo de aprender.
Visitamos los laboratorios de Física y Química. Las vitrinas, llenas de aparatos e instrumentos científicos, despiden, a través de sus limpias paredes acristaladas, el reflejo de níqueles y metales. Hay un magnífico gabinete de Historia Natural, dotado de los más conocidos ejemplares. Seguimos andando. Llegamos a la Biblioteca, dividida en dos partes por una gran puerta movible. Una sección es para la consulta de trabajos de investigación y tratados elementales, y la otra, para la lectura de obras corrientes: textos, novelas, obras de teatro…
-¿Qué beneficios reporta este Instituto a los trabajadores?- preguntamos.
-Muchos y muy grandes, colaborando todos ellos al éxito que han obtenido los centros iguales a éste, que funcionan en Valencia y Barcelona. La matrícula en este establecimiento es completamente gratuita y el Estado facilita a los alumnos, además del albergue, todos los libros y el material de enseñanza necesarios. También corren a su cargo los gastos de manutención de los alumnos, y se abona una indemnización adecuada a los que, para cursar estos estudios, se vean obligados a abandonar un trabajo productivo con el que sostuviesen a su familia.
-¿Cuántos alumnos han ingresado en esta primera convocatoria?
-Aprobaron el examen de ingreso noventa y cuatro alumnos. Pero, debido a la última movilización militar, han ingresado setenta. De ellos, quince son muchachas. Todos obreros industriales. Y, cosa curiosa, cincuenta y siete son madrileños. También tenemos un portugués. Se trata de un nacionalizado- nos aclara.
Pasamos por el comedor. Pieza amplia, dividida por grandes arcos y en la que se distribuyen muchas mesas, de cuatro plazas, completadas cada una por otras tantas sillas. Vemos después los clubs. Dos grandes salones de recreo. Uno, para el verano, con sus galerías acristaladas, sus butacas y sus mesitas de mimbre. Y otro, interior y recogido, para el invierno. Después llegamos a las cocinas. Se pueden servir mil quinientas raciones.
-Claro que –nos advierte nuestro acompañante- el Instituto puede acoger, con holgura, cuatrocientos alumnos.
Subimos a los pisos. Arriba se encuentra el internado. En un ala del edificio, las habitaciones de las muchachas. Y en otra, la de los chicos. Cada dormitorio tiene tres camas, con sus tres mesillas de noche y con sus tres sillas. En ellos no falta la comodidad, pero no existe el lujo. Las han de ocupar trabajadores, y no señoritos. Más allá están los cuartos de aseo: las bañeras, las duchas, los lavabos. Junto al internado, las residencias de profesores, director y administrador –don José Vidal Piquer-, que conviven con los escolares en perfecto compañerismo, conforme a los últimos sistemas pedagógicos. Al final se halla la enfermería: blancas salas, blancas camas, blancas sillas. No falta un detalle.
He aquí, pues, una ligera impresión de esta gran obra docente, creada en provecho del proletariado. La República en armas, sin desatender las funciones militares que hoy absorben por completo la vida del país, se preocupa de facilitar y ofrecer medios a los trabajadores para que logren superarse intelectualmente, descubriendo en ellos nuevos horizontes de actividad al trocar las herramientas y máquinas de trabajo por los libros e instrumentos de estudio.
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