En 1930 todos los españoles, al margen de su adscripción política, eran conscientes de que asistían al colapso de las instituciones de la Restauración, después de más de medio siglo de lento declive de un régimen que había sido incapaz de dar solución ni a los problemas nacionales del siglo XIX ni a los restos que planteaba el siglo XX. La Dictadura del general Miguel Primo de Rivera lejos de encauzar renovar la monarquía de Alfonso XIII había enajenado al rey casi todos los escasos apoyos con los que contaba en 1923. Todos los sectores ideológicos y todos los grupos sociales, y entre ellos los anarquistas, se proyectaban en un futuro esperanzador mientras los leales al rey aún soñaban con mantenerse al timón del país. En marzo de 1930 se redactó y firmó en Cataluña un Manifiesto de inteligencia republicana que rubricaron políticos y personalidades republicanas y nacionalistas de izquierdas que contó también con el apoyo explícito de algunos sindicalistas, sobre todo de la CNT (Martí Barrera, A. Borrás, Conrad Guardiola, J. Murtra, Juan Peiró y D. Trilles). Tras su publicación en L’Opinió del 2 de mayo de 1930 fue muy criticado entre la base centista y auguraba el conflicto que desembocó en el Manifiesto de los Treinta.
MANIFIESTO DE INTELIGENCIA REPUBLICANA
La actual descomposición del régimen, crudamente confesada por la figura de más alto prestigio entre las fuerzas conservadoras, plantea hoy a los hombres de izquierda, políticos y apolíticos, de Cataluña y de toda España, una cuestión de la máxima gravedad.
Nadie sabe todavía cómo se cerrará el período constituyente abierto con el golpe de Estado del 13 de septiembre. Pero la angustiosa incógnita que planea sobre el pueblo, ha trascendido ya a la conciencia internacional, y todos ven la absoluta impotencia de las medidas gubernamentales ante la catastrófica traducción del hecho en la progresiva depreciación de nuestra unidad monetaria.
He aquí el legado de la Dictadura: el desorden moral y el desguace económico, indisolublemente aparejados.
En el actual estado de cosas, todo los medios que se intenten poner en juego para prolongar la precaria supervivencia de aquello que todos saben condenado a desaparecer –como exponente de un grado de evolución política superado ya en el conjunto de los pueblos cultos- solo servirá para agravar la crisis, más aguda a cada hora que pasa, y para acrecentar los peligros del desenlace.
Solo hay un camino para incorporarnos a la normalidad: el restablecimiento del orden jurídico, con la consagración definitiva de la soberanía popular, y la exigencia de responsabilidades a sus conculcadores.
Los que no lo ven así, o no quieren verlo, basan su sofisticada argumentación asignando al pueblo una trágica incapacidad histórica y augurando todo tipo de convulsiones sangrientas y espantosas calamidades, como si pudiese haber ninguna peor que el envilecimiento colectivo y la lenta agonía de los resortes vitales del país.
Y bien, si no fuese suficiente el mismo hecho de la caída de la Dictadura, anunciada ayer como el presagio de un cataclismo y vivida después como el simple colapso de una ficción ridícula, nosotros, con la significación que nos es conocida, nos dirigimos a la opinión de todos los hombres de ideas honradas para desvanecer de una vez este agitado espantajo, esta pueril amenaza de próximos peligros imaginarios con que se pretende en vano encubrir el mayor peligro de la inestabilidad presente.
Ante la urgencia de definir las posiciones, por encima de los partidos y de las organizaciones –convencidos, sin embargo, de no ser desmentidos ni por los hechos ni por los hombres-, anteponemos hoy nuestra condición de ciudadanos a toda otra adjetivación específica y con plena conciencia del valor de nuestro compromiso, declaramos que estamos dispuestos a trabajar previamente para asegurar un orden político que, instaurado sobre la condición suprema de la justicia, impida definitivamente cualquier subversión de los poderes y lleve al país por las vías jurídicas indispensables para el progreso de los pueblos.
Este nuevo orden político, la República Federal, puede definirse sintéticamente con los siguientes puntos básicos:
I.- Separación de poderes.
II.- Reconocimiento a todos los ciudadanos de la igualdad de sus derechos individuales y sociales.
III.- Reconocimiento a los territorios federados, por su expresa voluntad colectiva, la plena libertad en el uso de su idioma y el desarrollo de su propia cultura.
IV.- Libertad de pensamiento y conciencia. Separación del Estado y de la Iglesia.
V.- Reforma agraria con parcelación de latifundios.
VI.- Reformas sociales al nivel de los Estados capitalistas más avanzados.
Que nadie vea en la solemne declaración de nuestra coincidencia en estos puntos básicos ningún debilitamiento de nuestros ideales particulares. Es la dura experiencia de estos últimos años la que nos dicta hoy nuestro deber, como un imperativo avasallador, dolorosamente convencidos de la inanidad de plantear todo programa máximo sin la previa incorporación de España a la corriente de los pueblos libres, pues solo la nueva legalidad puede hacer compatible el desarrollo civilizado de las luchas políticas con el constante crecimiento de la cultura y la riqueza públicas.
Conscientes de nuestro deber histórico, hacemos, pues, un fervoroso llamamiento a los hombres de buena voluntad de Cataluña y de toda España para que confluyan en sus esfuerzos por la instauración de la República Democrática.
Esta es ahora nuestra palabra, solo condicionada por la urgencia de las circunstancias. Si nuestra voz no encuentra el eco cordial que aspiramos a concitar, nos sentiremos desligados de nuestro compromiso. Pero la responsabilidad de los acontecimientos futuros caería sobre otros.
Barcelona, marzo de 1930.
J. Aleu, J. Aiguader i Miró, Gabriel Alomar, J. Alsamora, Amadeu Aragay, Martí Barrera, Domènec de Bellmunt, Amadeu Bernadó, E. B. de Quirós, A. Borrás, Vicens Botella, R. Caballería, R. Campalans, Joan Casanelles, Joan Casanoves, F. Cases i Sala, C. Comeron, P. Comes i Calvet, Lluís Companys, Pere Foix, J. Fronjosà, Eladi Gardó, L. Gelabert, E. Granier-Barrera, Conrad Guardiola, Ot Hurtado, Edmond Iglésies, J. Jover, E. Layret, J. Lluhí i Vallescà, Marfull, L. Martínez, Josep María Massip, J. Mateu, J. Mies, A. Moles i Caubet, A. Montaner, F. de Muntanyà, J. Murtra, J. Mussoles, L. Nicolau D’Olwer, Joan Ors, J. Peiró, J. L. Pujol i Font, A. Roca, Cosme Rofes, A. Rovira i Virgili, Ángel Samblancat, M. Serra i Moret, Carles Soldevila, D. Trilles, T. Tusó, J. Valentí i Camp, Abel Velilla, J. Ventalló, J. Viadiu, S. Vidal, J. Viladomat, A. Vilalta Vidal, Joan B. Vives y Josep Xirau.