La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

9 de febrero de 2008

¡Adelante!, portavoz de la CNT de Cuenca

El brutal alzamiento reaccionario contra la Segunda República española y la cruel represión de la dictadura franquista, han teñido de nostalgia y dulcificado los contornos de aquel período de nuestra historia. Hoy son muchos los que elogian un régimen democrático que creen modélico, y no faltan quienes culpan a los anarcosindicalistas de todos los excesos y de todos los crímenes de esa etapa tan conflictiva. Para ofrecer el punto de vista de los libertarios, recogemos un artículo que ofrece un buen ejemplo de cómo se acusa a la CNT de un atentado policial o patronal. Este texto tiene un valor histórico añadido; fue publicado en ¡Adelante!, el órgano de la Federación Provincial de Trabajadores de CNT de Cuenca, en su número del 29 de abril de 1933. Aunque fue editado durante varios años, apenas media docena de ejemplares han podido llegar hasta nosotros, restos del naufragio que escaparon al furor de quienes quisieron borrar la memoria de aquellos hombres y mujeres rebeldes y luchadores.

Hace mucho tiempo que la preponderancia, cada día mayor, de la CNT en Cuenca traía de cabeza a las autoridades; sabido es que Gobernador de provincia, en una población de primer orden es un simple funcionario del Estado capitalista que le paga, sin ninguna influencia sobre el resto de los habitantes, pero cuando se trata de ciudades de escasa importancia y de reducido número de moradores, la cuestión varía totalmente y entonces el gobernador se considera virrey o dueño de vidas y haciendas de todos, a los que trata y considera como súbditos.
Recuérdese con relación a esto, que después de implantar la República, que más tarde había de denominarse, por un sarcasmo de los hechos, de “trabajadores de toda clase”, tuvimos un poncio que pretendía que le reconocieran y trataran de excelencia hasta en los establecimientos públicos.
Esto viene a demostrar que estos pobres diablos, metidos a gobernadores, se crean a sí mismos una jerarquía, a la cual todos han de rendir acatamiento y ¡ay! de aquel o de aquellos que otra cosa pretendan.
He aquí el motivo que justifica las represiones, la sola causa del encarcelamiento de los hombres rebeldes; todo aquel que posea la dignidad suficiente para no considerarse súbdito del usía irá a parar con sus huesos a la mazmorra.
Un poncio de una provincia, de capital pequeña, se cree el ser supremo que está por y sobre todos los habitantes, se considera el principio y fin de la sabiduría, el sumo hacedor, el soberano intérprete de la justicia, el “non plus ultra”.
Si se os ocurre hablar con cualquier ciudadano de una cuestión social sin su intervención o sin su conocimiento, os multará, embargará y hasta os encarcelará; si pretendéis solucionar un conflicto habido entre obreros y patronos, lo impedirá, si previamente no le consultáis; nada importa que el conflicto sin importancia en su iniciación se agrave y se haga insoluble, para eso dispone de los tercios de la Guardia Civil, de los agentes de policía y, en último caso, de las legiones de asalto; la libertad, la tranquilidad y la vida de sus gobernados, nada le importa, tiene bastantes súbditos y no le interesa que algunos desaparezcan; lo fundamental es que siga conservando su hegemonía, que nadie discuta su jerarquía, que todos le consideren soberano.
Estos conceptos absurdos y contrarios incluso al derecho de gentes, son la causa de todas las lágrimas, los engendradores de todas las tragedias, los amparadores de todas las justicias y atropellos.
Y en Cuenca, como en todas las poblaciones, hay un puñado de hombres rebeldes, de idealistas que no acatan sumisamente estas premisas, que no se someten al yugo del jerarca.
Estos luchadores molestan enormemente al virrey, le irritan y sacan de sus casillas, desde que le disputan su soberanía se convierten en sus peores enemigos a los cuales hay que anular o exterminar; todos los resortes de la ley, la sumisión incondicional de las autoridades subalternas, el aparato coaccionador y represivo de que dispone a su antojo, será empleado; desde la denuncia policíaca al encarcelamiento gubernativo, lo pondrá en práctica; pase lo que pase, él ha de conservar por encima de todo su soberanía…
Y si esto no basta, nunca falta un agente provocador que realice un hecho condenable y criminal para atribuírsele a los hombres rebeldes y luchadores.
Recordemos el caso del capitán de la Guardia Civil, Morales, que ponía bombas en los teatros para atribuir después el vandálico hecho a los anarquistas; podemos también aducir como ejemplo la actuación de La Mano Negra en la campiña jerezana para ahorcar más tarde a los hambrientos e inocentes campesinos.
¡Cuántas veces han sido encontradas bombas en lugares que antes de ir las autoridades a registrar no existían!
Recordando todo esto llegamos a la conclusión de que el incendio de las traviesas de los contratistas señores Machetti, fue realizado con el propósito preconcebido de atribuir el hecho a los dirigentes de la organización confederal de Cuenca. Nada hace sospechar otra cosa. Estos señores siempre vivieron en buena armonía con nuestra organización, todos los obreros que tenían en los tajos son afiliados nuestros; en todo momento nos atendieron con atención y hasta cordialmente; ni un despido, ni un rozamiento, jamás ocurrió el incidente más leve que justifique la menor represalia.
Y por otra parte, ¿el incendio de las traviesas a quien o a quienes beneficia?
Los trabajos iban a ser incrementados y como consecuencia de ellos serían ocupados una buena cantidad de compañeros parados pertenecientes todos ellos a la Confederación, y con esta perspectiva, el día de la huelga de la CNT se incendian las traviesas impidiéndolo. ¿Por qué? ¿Con qué fin? ¿No servirá el incendio para represaliar, perseguir y si es posible destruir la CNT en Cuenca?

7 de febrero de 2008

La primera huelga general de España

La Corona de Aragón, Barcelona, 4 de julio de 1855 (Archivo La Alcarria Obrera)

La huelga ha sido, desde siempre, uno de los recursos más habituales del proletariado militante; en España desde 1730 se han producido paros de los obreros industriales por motivos económicos o laborales. La huelga general va un paso más allá, pues rompe con la mentalidad gremial y corporativa, típica de las sociedades preindustriales, y presupone un nivel organizativo mucho más elevado; además, desde finales del siglo XIX es considerada como una de las más eficaces armas revolucionarias. Según parece, la primera huelga general de España se convocó en Barcelona en 1855. Reproducimos la noticia como la recogió el diario liberal barcelonés La Corona de Aragón en su edición del 4 de julio de 1855. La solución propuesta por el diario burgués era arrebatar a los obreros su capacidad negociadora, sometiendo la solución del conflicto al arbitrio de un jurado burgués, y apelar a la amenaza de la derecha reaccionaria para que renunciasen, o cuando menos rebajasen, sus justas pretensiones.

La zozobra, la inquietud, el malestar, la discordia y la desconfianza se han hospedado por fin en Barcelona, en la bella Barcelona.
En un día y a una hora dada han cesado los trabajos en todas las fábricas de Cataluña, y cien mil hombres se han lanzado a la calle pidiendo pan y trabajo y gritando asociación o muerte.
Al estado a que han llegado ya las cosas, antes de que una colisión venga a sembrar el luto y el dolor en las familias, ya no hay que volver la vista atrás, sino tomar la cuestión en el punto en que se halla, y con la leal protesta de los mejores y más sinceros deseos, decir lo que creemos oportuno para poner en práctica y para terminar esa situación triste y angustiosa, tanto más angustiosa y triste cuando los carlistas enarbolan decididamente su negra bandera y escogen por campo de batalla las llanuras y montañas del antiguo Principado.
¿Qué es lo que piden esas inmensas masas de trabajadores que pueblan nuestras calles, sin manifestarse hostiles sin embargo, sin insultar a nadie, debemos decirlo en su favor, sin propasarse a nada?
El derecho de asociación.
Piden también que se fijen de un modo estable las horas de trabajo y que se constituya un gran jurado de amos y obreros que arreglen buenamente las discordias que entre ellos se susciten.
Pues bien, que se forme ese jurado, nosotros también lo pedimos, también lo demandamos en nombre de la libertad, en nombre del orden, en nombre de las familias, en nombre de la pública tranquilidad, en nombre de Barcelona toda.
Que se forme ese jurado, sí, pero no de amos y de operarios solo, sino de doce o quince personas en que estén representadas las clases principales, de doce o quince personas cuyos nombres solos sean una garantía para todos los buenos, para todos los liberales, para todos los que, identificados con los principios santos proclamados por la gloriosa revolución de julio, deseen verdaderamente que la libertad, el orden y el progreso lleguen a establecerse por fin de una manera sólida en nuestro infortunado país.
Que se forme ese jurado, que se busquen para formarlo hombres de talento, de conocimientos, de acrisolado patriotismo, de principios reconocidos, de arraigo en el país, de influjo en el pueblo, de sentimientos puros, leales y nobles, y que se den a ese jurado amplias facultades por parte de los trabajadores lo mismo que por la de los amos, y que ese jurado, en fin, estudie, investigue, indague y obre en vista de los documentos y de las pruebas que se le sometan, según su leal saber y entender le dicten, interín las cortes, como debieran ya haberlo hecho, se ocupan de asunto tan importante y tan vital.
Este es nuestro parecer que francamente emitimos, que sinceramente proponemos, sin segundas miras, sin doble intención, sin más intención ni miras que las de contribuir a la felicidad y al bienestar de los jornaleros hermanos nuestros.
Nos atrevemos a pedir al Excmo. Señor capitán general, al Excmo. Señor gobernador civil, a la Diputación, al Ayuntamiento, a los trabajadores todos que adopten nuestro proyecto, si lo creen oportuno, como un medio honroso de transacción. Nos atrevemos a pedir a la prensa barcelonesa, nuestra hermana, que apoye nuestro proyecto, si lo juzga útil, y le añada lo que su ilustración sabrá encontrar y nuestra ignorancia no nos ha dejado ver.
Es preciso que esta situación triste y lamentable concluya, es preciso que se calme esa crisis industrial, es preciso que los ánimos se tranquilicen y sosieguen, a fin de que juntos, unidos y compactos podamos acudir contra nuestro enemigo común que es el carlista, que es el absolutista, que es el reaccionario, que es, en fin, todo el que es enemigo de la libertad.
Nosotros proponemos el medio, cumpliendo con nuestra misión de honrados y leales periodistas.
Proponga cada cual el suyo y que el pueblo y las autoridades adopten el mejor, pero que se adopte un pronto, pronto, pronto, antes que aprovechando esos momentos para ellos propicios, se aventuren a dar un golpe de mano nuestros enemigos tan incansables como vigilantes, antes de que un tiro disparado al acaso promueva una colisión, antes de que venga la guerra intestina, la guerra civil, y con la guerra civil la miseria, la desolación, el luto y la desdicha de la un día tan opulenta y hoy tan desgraciada Barcelona.

3 de febrero de 2008

Manuel González Hierro, un federal alcarreño

El Partido Republicano Federal tiene mala suerte; nadie parece interesado en recuperar la memoria histórica de una corriente política cuyos principios (democracia, república, federalismo, laicismo…) hoy muchos dicen compartir en España. A pesar de su innegable importancia en la historia española contemporánea, y a pesar de su indiscutible influencia en otras corrientes ideológicas, como el anarquismo, muy poco se escribe y difunde sobre sus ideas, sus hombres y mujeres y sus organizaciones. Reproducimos la nota necrológica de Manuel González Hierro, el más destacado republicano federal de toda la provincia de Guadalajara. Fue publicada el 5 de abril de 1896 en el semanario Flores y Abejas y, aunque anónima, sospechamos que fue escrita por Miguel Mayoral Medina, también médico, también republicano y también periodista vocacional, como Manuel González Hierro.

No unas cuantas cuartillas, un tomo entero era necesario para escribir una necrológica completa del honrado federal que un día y otro se sacrificó en aras de su partido y de su pueblo.
Plumas mejor tajadas que las nuestras, debieran venir en los momentos actuales a entonar armoniosos sonidos en loor del ilustre patricio, cuya muerte lloramos hoy todos los que tuvimos la dicha de contarnos entre sus paisanos y amigos del alma.
Porque eso y mucho más se merecía el hombre honrado, el filántropo médico, que abandonando las comodidades y placeres del mundo en que jiraba, ponía todas sus energías y desvelos al servicio de la humanidad doliente.
Don Manuel González Hierro nació en Guadalajara el 10 de junio de 1825, en la casa conocida antiguamente con el nombre de La Botillería, y que en la actualidad ocupa el comercio de don Francisco Justel, hijo.
Hizo sus primeros estudios con aprovechamiento en esta ciudad, pasando después a la Corte, donde se matriculó en la facultad de Medicina.
Desde un principio, nuestro biografiado demostró sus excepcionales aptitudes para el ejercicio de tan honrosa profesión, obteniendo al segundo año una plaza de practicante en el Hospital de San Carlos, la cual desempeñó con verdadero cariño y con cuyos emolumentos logró abreviar la pesada carga que sobre sus ancianos padres pesaba.
Por aquel entonces su entusiasmo por las ideas liberales se manifestó tan decidido, que bien pronto se hizo notar entre los hombres que dirigían los partidos más radicales.
El malogrado leader de la democracia en España D. José María Orense, a quien fue presentado el joven estudiante, descubrió en él desde luego un corazón noble y capaz de todos los sacrificios, siendo tal la confianza que le inspiró que, no sólo le dispensaba una verdadera amistad y cariño, sino que también le hizo partícipe en las más arriesgadas empresas, que más tarde habían de dar como resultado el advenimiento de la República.
Entre sus compañeros de San Carlos gozaba de grandes simpatías, que supo aprovechar para hacer propaganda entre ellos de sus ideas democráticas, consiguiendo que con él tomaran parte muchos en el movimiento republicano que contra la reacción -acaudillada por el célebre Narváez- preparó el viejo demócrata Orense en el año 1848, y cuyo fracaso costó la vida a buen número de patriotas.
Desde la citada fecha, en que empieza el bautismo de sangre en la política de nuestro querido paisano, siempre militó en los partidos más avanzados, prestando su concurso con la decisión y empuje –de que hay raros ejemplos- a cuantos trabajos de propaganda y hechos de fuerza se han sucedido en nuestra Patria.
Al estallar la revolución de Septiembre, González formó parte de la Junta Revolucionaria y en ella se distinguió por su nobleza de sentimientos, pues si como revolucionario estaba siempre al lado de los que condenaban el antiguo régimen, no fueron pocas las batallas que libró porque honrados funcionarios no se vieran privados del pan para sus hijos, siempre que sus servicios y condiciones morales –a las que rendía ferviente culto- abonaran su permanencia en los cargos que desempeñaban.
A la formación del gran partido republicano contribuyó con verdadero afán; a la propaganda de los principios democráticos en toda la provincia, con la fe y el ardor del hombre verdaderamente convencido, manteniendo vivo –con su indiscutible prestigio- el entusiasmo en las luchas pacíficas en que los suyos peleaban.
Proclamada la República, por renuncia al trono de don Amadeo, fue elegido Diputado en las Constituyentes de 1873, por el distrito de esta capital, manteniendo íntima amistad y mereciendo las mayores distinciones por parte del eminente repúblico Sr. Pi y Margall, con el que siempre estuvo identificado en ideas y procedimientos, para defender con tesón el dogma federal, cuya bandera con tanto patriotismo ha enarbolado hasta su muerte.
Con posterioridad desempeñó el cargo de Diputado provincial y la parca le ha sorprendido perteneciendo al Concejo de esta población.
En ambas Corporaciones contribuyó grandemente con sus buenos consejos e iniciativas, a la realización de cuantas empresas pudieran resultar beneficiosas para la provincia y el pueblo que le vio nacer.
Si como político fue un modelo de consecuencia, como médico ejerció su profesión con gran celo y desinterés, acudiendo al desvalido con sus servicios profesionales, y practicando actos de verdadera filantropía, pues eran muchos los que recibían de él auxilios pecuniarios para atender a sus necesidades.
Por haberse presentado voluntariamente a asistir a los coléricos en el pueblo de Loranca, donde tan terrible plaga hacía verdaderos estragos, fue condecorado con la cruz de Isabel la Católica, y por haber practicado iguales servicios con motivo de la enfermedad variolosa de Molina, le fue otorgada también la placa de Carlos III.
Ambas cruces fueron renunciadas por él, que se consideró, como siempre, altamente recompensado con la satisfacción de haber ejercido el bien en beneficio de la humanidad doliente.
También dedicó a la prensa sus iniciativas, dirigiendo el periódico local La Voz de la Alcarria, en el cual defendió con valentía la idea federal, a la par que los intereses morales y materiales de la provincia. Nuestra humilde revista en más de una ocasión vióse honrada con sus notables trabajos, sirviéndonos sus desinteresados consejos de guía en muchos momentos.
Tales son a grandes rasgos, los datos biográficos que hemos podido recoger acerca de la vida del ilustre hijo de Guadalajara, que dedicó su existencia toda al bienestar de sus semejantes. Hombres como D. Manuel González Hierro son dignos siempre del aprecio de sus conciudadanos, y merecen eterna memoria por sus virtudes cívicas, acrisolada honradez y desinteresado proceder en política, cualidades todas de que ya van quedando rarísimos ejemplares.