La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

8 de marzo de 2009

La Iglesia y el Estado, según Romo y Gamboa

Judas José Romo y Gamboa fue un destacado obispo de la España de la primera mitad del siglo XIX, que vivió en primera persona los principales acontecimientos de la agitada historia nacional en ese período. Natural de la provincia de Guadalajara y vástago de una reconocida familia de la élite liberal, abandonó su puesto en el cabildo de Sigüenza con motivo de la francesada y acabada la contienda fue confesor de Fernando VII, con el que compartía sus ideas absolutistas y teocráticas, y más tarde obispo con la reina Isabel II, adaptándose a la cambiante política del momento guiado por su fidelidad monárquica, pero manteniendo una terca intransigencia en lo relativo a los privilegios medievales de la Iglesia, como se puso de manifiesto en este escrito dirigido al gobierno progresista de Baldomero Espartero con motivo de la reprobación de su actividad antiliberal como prelado. No por casualidad fue reproducido en el diario carlista El Pensamiento Español en su número del 28 de agosto de 1869 con la siguiente introducción:

Creemos de oportunidad en las actuales circunstancias la publicación de la protesta que hizo el Ilmo. D. Judas José Romo y Gamboa, Obispo de Canarias, al principio de la causa que se le formó ante el Tribunal Supremo en 1842. El Sr. Romo fue desterrado a Sevilla, pero aquel destierro le habrá sido premiado en el cielo y hará gloriosa e imperecedera su memoria en la Iglesia española. Dijo así el Ilustrísimo y Reverendísimo Prelado:

Ilustrísimo Señor: La pronta obediencia con que vengo a comparecer desde mi capital de la Gran Canaria ante el Supremo Tribunal de Justicia, pienso que no me priva del derecho que gozan todos los reos demandados, de asegurarse de la competencia del fuero antes de la contestación; y por consiguiente, si V.S.I. me lo permite, manifestaré algunas dudas que me ocurren acerca de este punto cuya resolución facilitará el curso del expediente.
Cuando se me notificó en la Gran Canaria la providencia del Tribunal Supremo de comparecer a su disposición, no se me ocultaron los Cánones de la Santa Iglesia, que favorecen a un Obispo residente para esponer sobre un procedimiento de esta clase, pues estaba enterado del 4º, 5º y 7º del Concilio Sardicense, formados a propuesta del inmortal Osio, en los que se reserva a los Obispos la apelación ante la Santa Sede, aún cuando hubiesen sido juzgados por un Concilio provincial, y del 9º del Concilio tercero Cartaginense, que hace parte, como el Sardicense, de la antiquísima Colección Hispana, y en el que se ordena la degradación de los Obispos y Presbíteros que se sometan al tribunal civil; medida adoptada por el Concilio Toledano tercero, que prescribe lo mismo en su Canon 13 bajo pena de excomunión.
Contrayéndome a estos testimonios tan expresos, llamo la atención con el objeto de observar: 1º que los cánones en que me apoyo se remiten a la antiquísima Colección Hispana, tan recomendable entre naturales y extranjeros, y 2º que hasta aquellos tiempos no se había oído todavía el nombre de falsas decretales.
Previas estas reflexiones, me permitirá V.S.I. continuar diciendo que al actuarme de la mencionada notificación, tuve también presente el Canon 6º, sesión 13 De Reformatione del Concilio Tridentino, en el que se prohíbe citar a los Obispos o amonestarles a comparecer, no siendo por causa de privación o deposición, y en tal caso previene el Canon 8º de la misma sesión que conozca el Soberano Pontífice. No era nuevo en España el privilegio del sacerdocio, pues con aplauso de las naciones extranjeras, teníamos mucho antes del Concilio de Trento la ley 50, título 6º, partida 1ª, en la que, entre otras palabras notables, se encuentran las siguientes: “Es grande derecho que se mantengan los eclesiásticos en el goce de sus privilegios e inmunidades”, por cuya causa el señor Felipe II, al tiempo de mandar publicar por todos sus vastos dominios el Concilio de Trento en su cédula de 12 de Julio de 1564, pudo decir y dijo con verdad: “Nos, como Católico Rey y obediente y verdadero hijo de la Iglesia, queriendo satisfacer y corresponder a la obligación en que somos, y siguiendo el ejemplo de los Reyes, nuestros antepasados, de gloriosa memoria, habemos aceptado y recibido, y aceptamos y recibimos, el dicho sacrosanto Concilio, etc.”.
Sin embargo, como todos estos Cánones y otros muchos semejantes versan sobre inmunidades, y por otra parte me constaba oficialmente que el gobierno de S.M., persuadido sin duda de que dispensaba un gran beneficio a la nación, mas siguiendo principios opuestos a los observados en España desde Constantino, no guardaba la misma consideración en sus decretos; y que antes por el contrario había limitado o casi extinguido el fuero clerical y abolido los órdenes monásticos, los diezmos, la propiedad de la Iglesia, etc., etc., objetos todos garantidos por los Concilios y los Papas, juzgué, después de haberlo bien reflexionado, que no me hallaba en el caso de alegar Cánones de inmunidad religiosa en mi defensa, pues entonces hubiera tenido que combatir los principios legislativos profesados por el Gobierno, cuya obligación no incumbe a los Obispos, en atención a que estando constituidos por el Espíritu Santo para conservar y extender la doctrina de la Iglesia por todos los países y todo linaje de gobiernos, deben conformarse con la voluntad de Dios, bien sea que los legisladores les colmen de prerrogativas, o que les priven absolutamente de ellas.
Con todo, es necesario no equivocarse en una materia tan trascendental y delicada. El Gobierno, respecto de las inmunidades eclesiásticas es árbitro, humanamente hablando (porque delante de Dios, como sabiamente advertía el incomparable Osio al emperador Constantino, siempre le aguarda la responsabilidad), de imitar el ejemplo de Constantino, del gran Teodosio o el de sus antecesores, cuyo último extremo ha permitido Dios en los primitivos tiempos y puede permitir en los presentes; pero jamás ha permitido ni permitirá tampoco que los magistrados civiles, erigiéndose en maestros de los Obispos, les dicten leyes para definir, explicar o interpretar las materias eclesiásticas, pues en esta parte los Obispos son centinelas de Israel, los jueces natos establecidos por Dios, los Doctores de la fe, los baluartes de la religión y el único elemento que forma la constitución divina de la Iglesia.
Por esta causa, transportándonos a los siglos precedentes a la conversión de Constantino, es indudable que el príncipe de los Apóstoles, San Pablo, Santiago, San Judas, etc., etc., se vieron obligados a comparecer delante de los tribunales civiles, según el divino Maestro les había anunciado, es indudable también que el discípulo amado, el venerable anciano San Juan Evangelista, tuvo que atravesar, no obstante sus muchos años, la gran distancia desde Éfeso hasta Roma, como igualmente los practicaron su discípulo San Ignacio y otros muchos mártires de varios puntos tan lejanos; pero también es innegable que jamás los Apóstoles ni sus venerables sucesores sometieron sus epístolas ni sus escritos religiosos al fallo de los jueces seglares y que lejos de esto defendieron la autoridad divina de la Iglesia, la hicieron triunfar, la extendieron por todo el universo, de lo que ciñéndome a España, es buen testigo San Leandro, a cuya heroica firmeza reservó Dios la conversión de nuestros monarcas y extinción del arrianismo.
Este último ejemplo, tan interesante a los Obispos españoles y tan grato por necesidad al Tribunal Supremo de Justicia, compatriotas sus miembros como yo de aquel doctor eminente de la Iglesia, me excusa de acumular más pruebas, me sirve de escudo y de testimonio inexcusable para profesar con el mayor respeto ante V.S.I.: que si se trata de formar causa al Obispo de Canarias por palabras, hechos o acciones sometidas a la jurisdicción civil, aunque sean de las comprendidas en las inmunidades eclesiásticas, de que han gozado los Obispos desde Constantino, contestaré a la demanda siempre bajo la protesta de mi derecho; pero si se pretende calificar mis escritos o mis representaciones pertenecientes a la doctrina, inteligencia e interpretación de los Concilios, de las decretales o de la disciplina del gobierno de la Iglesia, no sólo no me degradaré a entrar en controversia sobre semejantes materias en los tribunales civiles, sino que sufriría todo género de penalidades, privaciones, cárceles y tormentos antes que manchar mi dignidad episcopal con un borrón tan ignominioso. En este concepto, V.S.I., según las instrucciones que haya recibido del Tribunal Supremo, proveerá lo que fuere de su agrado.
Madrid, 13 de mayo de 1842. Judas José, Obispo de Canarias.
Ilustrísimo señor D. Antonio Fernández del Castillo, ministro del Tribunal Supremo de Justicia

7 de marzo de 2009

Apuntes biográficos de Tarrida del Mármol

La historia del anarquismo español está entreverada por la biografía de una amplia nómina de hombres y mujeres excepcionales, que de haber aceptado las convenciones sociales y de haberse acomodado a la ideología dominante habrían sido reconocidos públicamente como figuras de extraordinario talento en tantos campos del conocimiento y de la creación artística. Una de estas personalidades es Fernando Tarrida del Mármol, científico, escritor, periodista, publicista y hombre de acción en el anarquismo español a caballo entre dos siglos. Sin embargo, los datos que de él se conocen y repiten son siempre escasos, por eso reproducimos un artículo escrito por Miguel Utrillo en la barcelonesa La Calle, que se titulaba revista gráfica de izquierdas, en su número del 17 de agosto de 1931.

La detención del doctor Pedro Vallina, alma del movimiento de Andalucía, evoca en nuestra memoria la figura de su gran amigo y protector en Londres, el famoso anarquista Fernando Tarrida del Mármol (Leslimay), corresponsal que era en Londres del Heraldo de Madrid cuando también colaboraba en este periódico Fermín Salvochea, en Madrid, y Luis Bonafoux, desde París, ambos también amigos de Vallina.
La historia de Fernando Tarrida del Mármol ocupó, y aún, a veces, ocupa, el primer plano de los comadreos mujeriles de mi pueblo de adopción, Sitges. Su nombre y su recuerdo aún perduran en ciertas mentes exaltadas y aún hoy, al sonar su nombre, muchos repiten los dicterios de antaño. Claro está, que no saben lo que dicen; pero así y todo, no podemos nosotros tolerar ciertas intervenciones y defendemos la figura, para nosotros interesantísima, de Fernando Tarrida del Mármol.
Y que conste, que no es que nosotros seamos anarquistas ni anarquizantes, no. Lo que nos pasa, es que lo mismo defendemos la verdad tratándose de un revolucionario cien por cien, que pondríamos nuestra pluma al servicio del Santo o de la Santa tal o cual. Con la misma imparcialidad, trataríamos las dos cosas. Ahora, que a ser posible, preferiríamos tratar lo primero. Es, a veces, mucho más interesante y útil.
Fernando Tarrida del Mármol, nació en La Habana el año 1861, de padres ricos, que a poco se trasladaron a España, estableciendo en Sitges una fábrica de calzado de las primeras que hubo en España.
Tarrida, al que familiarmente se le llamaba “Chico”, estudió primero en un colegio que había en San Gervasio, de Barcelona, llamado Isabel la Católica. A ese colegio iban los hijos de la gente acomodada, y tenían el privilegio, los que estudiaban en él, de poder usar el uniforme de guardia marina, con derecho a usar sable y todo, y además entrar en la Escuela Naval sin examen previo. Tarrida del Mármol, siempre llevaba el uniforme. Una vez, ya mayor, lo explicaba a un amigo suyo y le decía: “Ha sido la única vez en mi vida que he hecho el tonto públicamente…”.
Después que hubo dejado este colegio, su familia lo envió dos o tres años en un Liceo Francés, creo que de Toulouse. Pasados ya los primeros estudios, entró en la Universidad de Barcelona, hacia el año 1880, figurando a la cabeza de las juventudes más avanzadas, con gran enojo de su familia, la cual, burguesa que era, después de muchas amenazas, terminó no enviándole más dinero.
Tarrida del Mármol no cedió. Era un gran espíritu, y triunfó. Vivía estrechamente, y ganaba algún dinero dando lecciones a sus amigos universitarios y haciéndoles los ejercicios escritos. Esta fue una de las épocas más desgraciadas que Tarrida pasó, la época de la continua lucha, de la continua superación. Tarrida estaba ya en pleno campo anarquista, y poseía aquella gran cultura que tanto le sirvió.
Cansado ya de lucha y de sufrimientos, se trasladó a París, estudiando en la Escuela Politécnica, en donde conoció y tuvo íntima amistad con hombres que luego tanta notoriedad alcanzaron, entre ellos Barthou, futuro hombre de Gobierno.
En París, hacía una vida de completa actividad. Tomaba parte en Congresos y reuniones anarquistas, y era el representante de los grupos españoles, tan abundantes en aquella época. En París fue donde conoció a las primeras figuras del anarquismo internacional. Era ya ingeniero industrial y hablaba y escribía correctamente francés, inglés y alemán. Aparte de eso, era un gran orador, y tenía una voz semidébil, lo que le hacía, según gentes que tuvieron la suerte de oírlo, sumamente simpático.
En España fue un propagandista activísimo. Tomaba parte en todos los mitins que se organizaban y era colaborador asiduo de infinidad de revistas ya fuesen doctrinales, ya científicas. Logró varios premios en certámenes literarios, sufriendo varios encarcelamientos con motivo o con pretexto del 1º de Mayo, a pesar de la gran influencia política de su familia.
La Policía, a raíz de la redada que hizo de anarquistas por el atentado de “Cambios Nuevos”, le encarceló también, pero pronto le dieron libertad, debido no a la influencia de su familia, sino a que el padre del que firma este artículo y el gran Rusiñol, declararon que cuando estalló la bomba, Tarrida iba con ellos en el tren camino de Barcelona y que al llegar a Sans, la bomba había estallado ya. Es esta anécdota bastante interesante, y la refutación de aquella falsa versión de una mala intervención en la bomba que atribuyen al gran Tarrida. Hay que hacer resaltar que durante los días que estuvo preso, lo fue con sus amigos Urales y Lorenzo.
Una vez en la calle, Tarrida del Mármol escapó otra vez a París, en donde inició una violentísima campaña de denuncias a las autoridades y al Gobierno español por las atrocidades cometidas en Montjuich, denuncias que más tarde formaron un libro que si no recordamos mal se titulaba Los inquisidores españoles.
Fue expulsado por sus campañas, sucesivamente de Francia, Bruselas, Lieja y Amberes, teniendo que refugiarse en Londres, de donde ya no volvió a salir más, salvo unas pequeñas escapatorias que hacía, ya fuesen para venir de incógnito a su antiguo pueblo de adopción, ya para viajar por diferentes y para él desconocidos países.
En Londres vivió en amistad estrechísima con el príncipe Kropotkin, con Malatesta, con Federico Urales, en una palabra, con todos los anarquistas allí refugiados. Uno de éstos eral el actualmente confinado en Cádiz, doctor Vallina, el cual vivió ocho años en Londres e hizo con Tarrida del Mármol un drama titulado La bondad, del cual sólo se tiene un débil recuerdo.
Desde Londres, Tarrida del Mármol escribía en francés y en inglés crónicas científicas y literarias para La Dèpeche de Toulouse, L’Intransigeant de París, Le Temps de París y el Daily Mail de Londres, aparte de la corresponsalía del Heraldo de Madrid, al cual enviaba crónicas telegráficas.
Una cosa que es interesante, y que demuestra el talento de Tarrida del Mármol, es que durante la guerra del Transvaal publicó en el Daily Mail unas crónicas de guerra que le valieron infinidad de felicitaciones y la oferta de la dirección del periódico, que no quiso aceptar, alegando “que un anarquista no puede nunca moverse de un seguro lugar, cuando no sea para una acción revolucionaria”. Otra cosa interesante también fue su nombramiento de catedrático de la escuela de ingenieros navales, sin previa oposición.
Vivió tranquilo dentro de una semiholgura, pudiendo vivir en un plano muy superior; quiso mucho a los suyos, buen anarquista como era; nunca cedió en lo más mínimo en el campo de los ideales; tenía un corazón y un talento más que grandes, lo cual hizo que al morir, en 1915, todo el mundo sintiera su muerte y los anarquistas perdiesen a una de sus más interesantes figuras. Su muerte no pasó en vano, y tanto en los demás países, como en España, se le rindieron unos últimos y cariñosos recuerdos.
Merece especial mención la labor de Federico Urales, que recogió y publicó numerosos artículos suyos ya en su Revista Blanca, ya en otras publicaciones. Últimamente publicó sus celebrados Problemas trascendentales, lo que le valió muchas felicitaciones, a las cuales ahora, de paso sea dicho, incluimos la nuestra sincerísima de hoy, al recordar la figura interesantísima de aquel gran hombre que en vida se llamó Fernando Tarrida del Mármol, que aún a veces ocupa el primer plano de los comadreos mujeriles de mi pueblo de adopción.

27 de febrero de 2009

La CNT y la República en el exilio

Cabecera del periódico CNT, Toulouse, 1960 (Archivo La Alcarria Obrera)

El final de la Guerra Civil dividió fatalmente a la CNT; para algunos la guerra no había terminado y las condiciones especiales que llevaron al movimiento libertario a participar en las instituciones republicanas y a ratificar determinadas alianzas seguían siendo válidas. Para otros, el final del conflicto bélico devolvía a la CNT la libertad de acción para volver a su tradicional apoliticismo y a un horizonte estrictamente sindical en la firma de pactos. La división se mantuvo hasta que en 1961, comprobado el fracaso de los republicanos que mantenían en pie un gobierno al que casi nadie reconocía dentro y fuera del país, ambas corrientes se reunificaron en el Congreso de Limoges. Cuando al año siguiente Claudio Sánchez Albornoz se dirigió a la rama "política" de la CNT, su secretario general, Roque Santamaría, rechazó en nombre de esa nueva CNT reunificada cualquier participación de los anarcosindicalistas en el Estado y sus instituciones. Reproducimos la carta de Roque Santamaría a Claudio Sánchez Albornoz.

Toulouse, 19 de febrero de 1962
Distinguido compatriota y amigo:
Correspondemos a su carta sin perder mucho tiempo –para Ud. El tiempo debe contar particularmente- y procuraremos hacerlo de una forma concisa y clara de manera que quede inequívocamente expresado nuestro pensamiento respecto al problema que nos ocupa: la lucha por la liberación de nuestro infortunado pueblo.
No ignora Ud. nuestra condición apolítica en el sentido de participación en organismos de carácter gubernamental. Libertarios, no consideramos la autoridad como elemento favorable a los principios de libertad del hombre en su amplia acepción de la palabra. Sindicalistas, consideramos que nuestro deber está entre los trabajadores, en sus sindicatos, en la acción diaria por la emancipación de los mismos de la explotación de que son objeto por los poderes políticos y económicos.
En estas condiciones, está claro que consideramos de una eficacia muy relativa toda solución política que no se enfrente resueltamente con las causas del mal que engendrando la injusticia social no puede evitar la injusticia social que pesa sobre los trabajadores.
Tras 23 años de exilio, de frustraciones en orden a soluciones de carácter institucional, estimamos que toda acción del antifranquismo debe orientarse exclusivamente a la formación de un Frente de lucha común, a todos los antifascistas, contra la dictadura. Este Frente debe aglutinar los esfuerzos e inquietudes de todos los sectores e individualidades animados de ideas de democracia y libertad, a todos quienes rehúsan su simpatía o apoyan al totalitarismo como sistema de convivencia entre los hombres.
El institucionalismo nos parece desplazado a estas alturas; fracasado desde hace ya mucho tiempo. En estas condiciones, todo propósito institucional lo consideramos contraproducente e inconveniente. Si de institucionalismo republicano se trata, sólo servirá para ofrecer un arma a los institucionalistas monárquicos u otros tales como el franquista. ¿Por qué no terminar ya con el institucionalismo, de derecho o de hecho, para dar paso al principio de autodeterminación, libre y soberana, del Pueblo en cuanto a la forma institucional bajo la cual desea vivir?
Nos parece obvio significarle, estimado amigo, que en la elección del sistema institucional nosotros estamos sobradamente definidos y que entre lo que estimamos anacrónico y reaccionario (la monarquía) y una República de amplia base democrático-social, nuestra elección está hecha desde ya mismo. Si, además, una república se propone realizar reformas fundamentales en las estructuras económico-sociales, susceptibles de interesar a los trabajadores en la indispensable construcción de los fundamentos industriales, agrícolas, intelectuales, etc. la república tiene asegurada la anuencia popular sin la cual ningún régimen será viable en España. Situar a España dentro y a la altura del concierto de pueblos libres y evolucionados del mundo debe ser la aspiración de todos los españoles dignos.
Bajo estas perspectivas, creemos que el institucionalismo a “priori” está desplazado de la realidad del tiempo en que vivimos y que en su lugar lo procedente es crear el organismo aglutinador de inquietudes, esfuerzos y medios quien, sobre objetivos concretos de carácter liberador, actúe de cara a la liberación de España. Esta fórmula, sin duda, obtendrá una amplia audiencia en la conciencia universal y de este hecho atraería merecidamente los concursos solidarios necesarios para el desarrollo de una lucha efectiva por la liberación de España.
Por otra parte, la persistencia institucionalista, ¿no cree Ud. que encierra otros riesgos ciertamente graves? Si desgraciadamente un día falleciera el Sr. de Asúa, encarnación actual del institucionalismo republicano, y por razón legal, fuera Dolores Ibárruri la sucesión, ¿sería lícito y razonable que los institucionalistas de hoy fueran los adversarios mañana? Y las consecuencias de tal alternativa, ¿las han meditado ustedes bien?
Es el momento, según nosotros, de dar fin al institucionalismo y de ofrecer una contrapartida constructiva.
Por no hacer interminable esta carta obviamos otros argumentos en apoyo de nuestra tesis. Dicho lo que pensamos, de forma sumaria, no nos queda más que confirmarle que la CNT permanece indestructiblemente fiel a la causa de la liberación de España y que toda acción que tienda a este fin tiene todas nuestras simpatías; que por nuestra parte no seremos obstáculo alguno a la creación y desarrollo de actividades tendentes a posibilitar a nuestro pueblo la manifestación de su libre voluntad, aunque no coincidamos en métodos, actitudes y responsabilidades en operaciones en las cuales no creemos.
Así las cosas, en lo que personalmente a Usted se refiere, va de sí que seguimos con interés su intento y que, creyendo en su buena fe, nuestra simpatía y nuestros votos porque su intento sea un éxito son una realidad sincera.
Muy cordialmente quedamos suyos y de la causa de la liberación de España.
Por el Secretariado Intercontinental de la CNT de España en el exilio.
Roque Santamaría