La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

14 de febrero de 2010

Reapertura del Instituto de Guadalajara en 1858

El 16 de septiembre de 1858 se celebró la solemne apertura del nuevo curso escolar en el Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara, del que era director el presbítero Manuel Mamerto de las Heras; este acto revestía un carácter muy especial pues se celebraba la recuperación del centro, que había sido el primero de estas características en el España contemporánea, cerrado pocos años atrás por la falta de alumnos. Con ese motivo, Zacarías Acosta y Lozano, que luego fue catedrático de Matemáticas en el Instituto Alfonso X de Murcia, pronunció un interesante discurso que resume perfectamente el espíritu de la época: una fe inquebrantable en la ciencia y en su progreso, confianza ciega en el hombre y su voluntad, certeza de que la ciencia moderna resolvería los males que aún sufría la doliente humanidad... Aquí lo reproducimos íntegro, tal y como se publicó en un librito publicado en 1887 por el Instituto con motivo del cincuentenario de su fundación.
El Instituto de Guadalajara, hoy IES Liceo Caracense (Archivo La Alcarria Obrera)

Señores:
La filosofía nos persuade, y la religión (que vale más que la filosofía) nos enseña, que el hombre es un compuesto de dos elementos esencialmente distintos: el primero la materia, descomponible y frágil; el segundo el espíritu, simplísimo e indestructible. EN ninguna sociedad es desconocido este sublime principio, y en él han de estar basadas todas las leyes que tengan por objeto la conservación, aumento y felicidad de la especie humana.
Pero si todas las leyes (siendo justas) tienden hacia alguno de tan importantes fines, ningunas tienden más directamente ni tienen una influencia más poderosa en la suerte de las naciones, que aquellas que se dirijen a estender y perfeccionar la instrucción pública. A medida que estas leyes son más acertadas, los hombres se mejoran; y bastaría que por espacio de algunos años rigiese en la sociedad más embrutecida y desmoralizada un excelente plan de instrucción pública, para que gradualmente se mejorase y quedase por último convertida en una sociedad ilustrada y benéfica: no de otra suerte si en un estanque de aguas turbias y corrompidas se hace entrar una corriente cristalina y pura, vemos el antes sucio depósito cambiar poco a poco, hasta quedar transformado en limpio y luciente espejo del cielo.
No han faltado sin embargo filósofos (con este nombre se les ha honrado) que consideren la instrucción de los pueblos como perniciosa a su felicidad, y que volviendo atrás la vista suspiren por aquella dichosa edad y siglo dichoso en que el hombre usurpaba su habitación a las fieras y disputaba al jabalí el áspero fruto de la corpulenta encina. Muchos de estos filósofos han deseado de buena fe el bien de sus semejantes; por esta razón son dignos de indulgencia, y aún me atrevería a decir que de aprecio: pues a la verdad, una locura filantrópica, por más que no deje de ser locura, es una locura apreciable.
Mas ¿qué diremos y que concepto formaremos de otros hombres, no llamados filósofos, sino políticos, que viendo en una instrucción franca y leal la más firme garantía de los derechos humanos, y el más fuerte dique contra las avenidas de todo poder, han procurado anular estos saludables efectos, disponiéndola de modo que sea ineficaz para producirlos? Estos hombres ni merecen perdón, ni lástima, ni excusa: conocen el mal, y conociéndole le obran; para ofender a sus semejantes les privan de la defensa; para satisfacer los caprichos de unos pocos, hacen desgraciada a toda una nación.
Afortunadamente, nos hallamos en el caso de no tener que temer ni a las arengas y declamaciones de los unos, ni a las cábalas y maquinaciones de los otros.
Algunas veces, tocándose una cuestión de sumo interés para la humanidad, y recordando los tiempos en que las naciones más civilizadas fueron invadidas por numerosas huestes de feroces guerreros, que hacían desaparecer el saber de la faz de la tierra difundiendo la barbarie, a la manera de un río turbio y desenfrenado convierte en espantoso pantano una fértil y hermosa campiña, he oído preguntar a personas muy instruidas, si estas asoladoras invasiones podrán repetirse, y si nuestros nietos estará condenados a presenciar y sufrir transformación tan horrorosa. Para mí es claro y brillante como la luz del sol que el hombre no puede ya retroceder al embrutecimiento, y que, cualquiera que sea la suerte que por los impenetrables designios de la Providencia le esté destinada, esta se ha de cumplir avanzando siempre en el camino que en el vasto campo de las ciencias al través de tantos siglos y a costa de tantos desvelos y fatigas se ha trazado: no, no es ya posible que las aguerridas y bárbaras huestes de un nuevo Atila eclipsen el vivo resplandor del saber en la moderna Europa. La ciencia es en nuestro siglo la defensa de la sociedad, su guía, su luz, su bien, su esperanza; ella es la palanca poderosa que remueve todos los obstáculos que se oponen a la felicidad del hombre; sin ella la agricultura es un trabajo casi bruto, prácticas rutinarias las artes y un juego de azar el comercio.
Pero acaso, ¿el conocimiento de las importantes verdades que hacen al hombre rey de la creación, es privativo de nuestra época? ¿No se dedicaron los antiguos con un ardor y una sagacidad de que apenas puede darse ejemplo en nuestros días a la investigación y resolución de los más sublimes problemas? ¿Las artes necesitaron de los descubrimientos modernos para brillar en su más alto esplendor? ¿Todos los esfuerzos de la estética moderna han bastado para darnos aquel delicado sentimiento de la belleza, aquel elevado concepto de la sublimidad que transpiran las inimitables producciones de la culta de la sabia, de la inmortal Atenas? Por otra parte, ¿qué prodigio de nuestros días puede compararse al de ver un anciano decrépito rechazar por la sola fuerza de su genio y de sus recursos científicos y mecánicos, toda la potencia romana, y obligar a los enemigos a recurrir a un ardid para poder apoderarse de una ciudad defendida por un solo hombre? Ya comprendéis que os hablo del famoso sitio de Siracusa, sitiada por la armada de Marcelo y defendida por Arquímedes. Tan grande, tan maravillosos fueron los inventos de este hombre, verdaderamente divino, que no pudiendo comprenderlos algunos de los modernos geómetras, y no queriendo confesarse vencidos, tomaron por partido negarlos: otros han sido más justos, esforzándose a demostrar la posibilidad de haber sido el sol reflejado por poderosos espejos ustorios el arma de que se valió Arquímedes para reducir a cenizas muchas de las naves romanas. No puede negarse que todo esto que dejamos apuntado a favor de los antiguos, no es más que una mínima parte de lo mucho que pudiera decirse para apreciar debidamente el alto punto de perfección a que elevaron las artes liberales, las letras y las ciencias. Y a la verdad, los monumentos científicos, artísticos y literarios que de los griegos se conservan, son en el concepto de muchos hombres eminentes, creaciones tan sublimes y acabadas, que no han dejado a las generaciones venideras otra gloria que la que puedan alcanzar acercándose a tan perfectos modelos.
Yo no tributo idolatría, pero si veneración a la sabia antigüedad. Por esta razón no he podido al tratar de los progresos que el saber humano ha hecho en estos últimos siglos, y del grande influjo que estos progresos han tenido en la suerte de la sociedad, desentenderme de pagar el debido tributo de gratitud a los grandes maestros de cuyos aciertos y errores han sacado las sociedades modernas todo el fondo de sus conocimientos.
Ahora, la ventaja que llevan las sociedades modernas a las sociedades antiguas, no consiste en que aquellas posean más ni mayores genios que estas: en mi concepto, ni Bacon vale tanto como Aristóteles, ni Newton vale más que Arquímedes, ni Kant vale tanto como Platón; y en cuanto a esos hombres de talento extraordinario, llamados genios, quizá porque la influencia que ejercen en el destino de sus semejantes es superior a lo que pudiera esperarse de un débil mortal, siempre han sido muy escasos, y tanto más deben serlo cuanto más avance la sociedad hacia ese punto de su perfección que el entendimiento concibe, sino como una realidad, como una idea por lo menos que no está fuera de la circunferencia de los posibles.
La verdadera ventaja que llevan las sociedades modernas a las sociedades antiguas, y el motivo porque hemos afirmado y afirmamos de nuevo que no es posible ya retroceder en el camino de las ciencias, es que estas son en la actualidad el fundamento de todas las operaciones a que podemos recurrir a fin de proporcionarnos todo lo que pueda ser agradable, útil o necesario para nuestra subsistencia. La guerra misma, ya como arma de la ambición, ya como escudo de la justicia, no puede hacerse en nuestros tiempos, sin el poderoso auxilio de las ciencias: estas son en nuestro siglo una imperiosa necesidad de todo el pueblo; el que a ellas renunciase, renunciaría su poder y dignidad y conspiraría contra sí mismo.
De la acción ilimitada que hoy ejercen las numerosas aplicaciones de la ciencia en el bien y prosperidad de las naciones, ha nacido la necesidad de generalizarla: a lo cual ha contribuido poderosamente primero como causa y ahora como medio el arte de la imprenta: y he aquí otra diferencia sumamente notable entre las sociedades antiguas y las sociedades modernas. Pasaron aquellos tiempos en que patrimonio de unos pocos los conocimientos humanos, los envolvían en un lenguaje misterioso y simbólico para hacerlos impenetrables al pueblo. Alejandro escribía a su maestro Aristóteles quejándose de que hubiese publicado una de sus obras, y el filósofo le tranquilizaba contestándole que sólo podían comprenderla los que hubiesen asistido a sus lecciones; ¡ojalá que sólo retrocediendo a tan lejanos siglos pudiésemos hallar ejemplos del más inicuo y perjudicial de todos los monopolios!
Alguna vez afligido el hombre con la consideración de los males que presencia, o herido por la rudeza de los que sufre, y debilitados en él, a causa del mal presente, los sentimientos y razones que debiera sugerirle la historia, suele exagerar los males de la sociedad actual y suspira envidiando la suerte de las que fueron. Mas si preguntásemos al que así se lamenta, si, puesto que está contento de la sociedad en que vive, le bastaría escogerla a su gusto, sin necesidad de detenerse a escoger el individuo que en ella debía de representar, seguramente que esta pregunta le haría volver en sí; y si por ventura le agrada aquel siglo en que la potencia romana pesaba sobre todo el orbe conocido, no elegiría sin duda ser esclavo, sino patricio; y si, acercándose más a nuestros días, se fijase en aquel brillante periodo de nuestra historia cuando la pujante España pudo poner en su envidiado blasón dos hemisferios, escogería ciertamente haber nacido español, pero no indio. Para mí, lo digo con una profunda convicción, con una satisfacción completa, es un hecho que la instrucción se va perfeccionando y difundiendo, y que en consecuencia de esto la condición de la especie humana se va mejorando.
Pero así como una nación no puede ser feliz ni por la aglomeración ni por la igualación de los capitales, pues el primero de estos estremos conduce a una miseria casi general, y en el segundo (suponiendo su posibilidad) en vez de verificarse la igualdad de fortunas, solo podría tener lugar la igualdad de miserias, del mismo modo, la instrucción que reciban sus individuos, si bien general en ciertos puntos, no puede ser una misma para todos. Proporcionar a los individuos que componen la masa general, las luces que indispensablemente necesitan; designar no solo las materias, sino la extensión y orden en que han de estudiarlas los que se dedican a ciertas carreras; crear aquellas enseñanzas que reclame el estado de la nación; escoger los puntos que han de servir como de focos principales para la más cómoda y conveniente propagación de los conocimientos; combinar los estudios de manera que al mismo tiempo se dé impulso a la agricultura y al comercio, no desfallezcan las bellas artes, se dé pábulo a la amena literatura, y no se entibie el amor a la ciencia, es un problema cuya completa solución conduciría a incalculables beneficios. Pero si la importancia de resolver este problema es suma, la dificultad de resolverlo es inmensa, y considerada esta dificultad, no debemos seguramente estar quejosos del estado actual de nuestra enseñanza. Se notan, es cierto, en las leyes de instrucción pública ciertas oscilaciones cuyos inconvenientes no se descuidan algunos en exagerar. Yo convengo en que un plan de estudios perfectos y que siempre rigiese, sería lo mejor que podríamos desear. Pero esto no es posible en el estado presente de nuestra nación; y no puede notarse por otra parte y no es poco consolatorio, que la amplitud de aquellas oscilaciones es bastante reducida, y que en medios de ellas la instrucción va progresando.
Guadalajara ha sentido a su vez los beneficios de las nuevas leyes de instrucción pública, y tanto más debe agradecerlos cuanto que por la posición que muy pronto ocupará puede considerarse como formando parte de la capital del reino. No hace muchos años que un célebre Magistrado, cuyas luces y cuyo amor por los adelantos de su país os son bien conocidos, hizo resonar su voz en este recinto, anunciando a los habitantes de esta capital que quedaba abierto este Instituto, y haciéndoles concebir por ello las más lisonjeras y fundadas esperanzas. Demos en tan solemne momento este recuerdo de gratitud al Excmo. Sr. Don Pedro Gómez de la Serna, el primero que tuvo el placer de anunciaros que se levantaba en Guadalajara un nuevo templo a la instrucción. De la estabilidad y lustre de este Instituto, a los sucesores de tan celosa Autoridad toca la gloria; y yo sé que de esta cabrá no pequeña parte a… no me toca a mi decirlo: ¡dichoso aquel de mis compañeros a quien quepa en suerte espresar el voto de gracias que en este momento nace en mi corazón y espira en mis labios!
Aquí, señores, daría fin a este breve y mal compaginado discurso, si no me punzase el deseo de buscar en la poesía algún desahogo al entusiasmo de que me siento poseído. Esa juventud llena de vida y de esperanza que me escucha, no tanto ama la instrucción por convencimiento como por instinto; siente mucho, y discute poco; más que el interés, la despierta la gloria. Animarla quiero al estudio hablándola en el idioma del corazón. Permítase al que cultiva el árido campo de las matemáticas, coger una flor en el risueño valle de la poesía, para suavizar por un breve espacio siquiera el molesto afán de su penosa tarea;

ODA A LA INSTRUCCIÓN
Mirad aquel que cruza presuroso
Las espantables fieras persiguiendo
De América los bosques, en la mano
El arco poderoso,
Que nunca flechó en vano,
Pronto ya a despedir el dardo horrendo.
Su planta endurecida
Huella segura el pedernal cortante;
En su desnuda piel, al sol curtida,
Los abultados músculos resaltan
El esfuerzo pujante
Del salvaje mostrando, y su fiereza
Se pinta en su semblante
Que colores ridículos esmaltan…

6 de febrero de 2010

El socialismo anarquista, de Azorin

José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo literario de Azorín, fue uno de los escritores más famosos y reconocidos de su tiempo, aunque con el paso de los años su obra haya ido quedando en el olvido popular y cada vez esté más recluida en el ámbito académico; lejos de la popularidad que aún gozan Antonio Machado, Ramón del Valle Inclán, Miguel de Unamuno o Pío Baroja. Como el resto de sus compañeros de la llamada "generación del 98", Azorín tuvo en su juventud una identidad política muy acusada; él fue rabiosamente anarquista aunque en su madurez se convirtiera al más rancio conservadurismo. De ese pasado ácrata, rescatamos este artículo, que se publicó originariamente en La Tribuna de Barcelona el 28 de diciembre de 1906 y que fue reproducido por el semanario libertario Tierra y Libertad en su primer número del año 1907.
José Martínez Ruiz, Azorín, en su juventud

El socialismo se divide en dos grandes ramas: autoritario, inautoritario; gubernamental, anarquista; uno que propugna la autoridad para conseguir sus fines; otro que la combate.
Hablemos del anarquista.
¿Cuáles son sus orígenes? ¿Quién es su fundador? Se ha dicho que La Boétie; se ha dicho que Proudhon, se ha dicho que Bakounine. No; el primero que se rebela contra una imposición ajena, contra una ley, contra un dogma, contra un prejuicio, ese es el primer anarquista. ¿Qué importa cómo se llamara, ni qué importa quién fuera? El socialismo anarquista no es algo concreto, definido, dogmático; es aspiración más bien que sistema; impulso personal más bien que escuela; es ideal, eterno en realización constante, en elaboración perpetua. Todo el progreso de la Humanidad, toda la lucha cruenta e incruenta, feliz o malograda, por el bienestar, por la paz, por la fraternidad universal es el anarquismo. Y es anarquista el inventor de una máquina, el descubridor de una ley, el explorador de una región ignota: Watt o Laplace, Legazpi o Pasteur; y es anarquista el obrero ignorado que abre las entrañas de la tierra y labora los campos; que labra la madera y forja el hierro, que tiende sobre los abismos los puentes y mueve los telares…
La protesta es de todos los tiempos. El cristianismo hace iguales a todos los hombres ante Dios. Ninguno de los modernos demagogos ha ido más allá en su radicalismo que los primitivos Padres de la Iglesia. Conocidos son de todos sus elocuentes apóstrofes contra los poderosos de la tierra, contra la propiedad, contra el privilegio, contra la ley misma. Poco a poco aquel gran espíritu va perdiéndose; los humildes crécense a prepotentes; los desamparados, a señores. Apenas si de tarde en tarde resuena desde el fondo de un monasterio la voz de un varón austero que clama contra el mando y las riquezas. “Como el trato familiar con las espinas es peligroso, pues ordinariamente se quedan con algo de quien se les avecina –decía en el siglo XVI el ilustre agustino Fray Cristóbal de Fonseca en su Vida de Cristo- así la amistad estrecha con los ricos es peligrosa, porque al apartar pajuelas siempre se quedan con algo, y apenas veréis pobre que no llore algo que le haya robado el rico…”
La Humanidad avanza. Los nuevos tiempos llegan. ¡Qué fecundo el siglo XVIII! Todo se renueva, todo cambia, todo cobra vigorosas fuerzas. Descartes, renueva la filosofía; Montesquieu, la legislación; Laplace, las ciencias matemáticas; Rousseau, el arte literario; Voltaire, la crítica. De Descartes arranca un poderoso movimiento que repercute en todas las naciones. En España, el presidente del Consejo de Castilla, duque de Montellano (y esto lo cuenta el famoso doctor Zapata en su aprobación a los Diálogos philosóficos de Avendaño, o sea Fray Juan de Nájera), el presidente del Consejo reúne en su casa, en discreta tertulia, a los más espigados ingenios de la Corte, y en ella se confieren y debaten los sistemas de Cartesio y Maignan. Por todas partes se escribe y se discute; Madrid es un semillero de disputas y contumelias entre amigos y adversarios de Feijoo; propágase la prensa periódica; corren de mano en mano los libros extranjeros. La impiedad cunde; Capmany, en un folleto célebre ha hablado de la tertulia de Quintana, de lo que allí se defendía y afirmaba, en términos que sonrojarían a una estatua…
Entretanto en Francia el progreso continúa; los ideólogos echan las bases al positivismo contemporáneo. Y si se me pregunta cuáles son, a mi entender, los orígenes ciertos e indudables del anarquismo de nuestros días, del anarquismo sistemático –si puede ser- completo, doctrinal, yo diría que toda la doctrina arranca del famoso libro de Condorcet, Esquisse d’un tableau des progrés de l’espirit humaine.
Condorcet es el primero que proclama que sistemáticamente el progreso indefinido de la Humanidad. Todo es inestable, momentáneo, accidental: la moral, el derecho, las religiones; todo progresa. El autor, en las diferentes épocas en las que divide su libro, traza un cuadro amplio y exacto de las sociedades humanas. No se puede decir: “esto es definitivo” y “tal cosa perdurará a través del tiempo”. El hombre va poco a poco perfeccionándose, y si hoy la patria potestad, y el poder marital, y el derecho de propiedad, no son lo que eran en la antigua Roma, vendrá día en que dulcificándose las costumbres, amansada la bestia humana, no serán tampoco lo que son al presente; y llegará otro día, más lejano y suspirado, en que la autoridad desaparezca del concierto social y los hombres obren sencilla y rectamente, y todos los pueblos de la tierra sean una grande, alegre y laboriosa familia.
Sí el progreso es indefinido. La fórmula de Condorcet es la fórmula de los modernos anarquistas. Como partido, el anarquismo nace con Bakounine. Todos los proletarios de la tierra se agrupan en una inmensa sociedad: La Internacional. Carlos Marx la dirige; Bakounine figura en sus filas. Pero un día Bakounine se rebela contra la autoridad del jefe y se separa; y desde entonces el anarquismo militante, protesta contra la tiranía del patrono y la tiranía de la ley, queda fundado.
¿Cuál es la doctrina de Bakounine? Su vida es su doctrina. Gigantesco, fornido, luenga la barba, flotantes las melenas, Bakounine es un eterno rebelde. Condenado a muerte, proscripto, fugitivo de Siberia, recorre en peregrinación constante el mundo entero, protestando en libros, en discursos, en proclamas contra todas las instituciones, clamando por los tiempos futuros de bienandanzas. Y como las multitudes aman lo claro y terminante, lo que se afirma o se niega rotundamente, el Socialismo anarquista ha ido ganando prosélitos y esparciéndose por todo el mundo desde los días del apóstol ruso.
En Francia, la más brillante juventud intelectual simpatiza con la nueva filosofía. ¿Quién no conoce los nombres de Octave Mirbeau y Paul Adam –antiguos redactores de L’Endehors- de Lucien Descaves y Bernard Lazare, de Adolf Retté –el poeta de la anarquía- y de Hamon?
En España cuenta con espíritus tan ponderados y discretos como Ricardo Mella y Anselmo Lorenzo; considera como su órgano de batalla Tierra y Libertad.

31 de enero de 2010

La fundación del Instituto de Guadalajara

En 1837 se estableció en la ciudad de Guadalajara el primer Instituto de Segunda Enseñanza de la nueva España liberal. Abandonando penosamente las oscuras tinieblas del dogmatismo, que proponía desterrar "la funesta manía de pensar", los españoles se adentraban por la senda del libre conocimiento. En el establecimiento de este primer Instituto en Guadalajara tuvo mucho que ver Pedro Gómez de la Serna, jefe político del momento, al que se debe la formación y consolidación del nuevo Estado liberal y burgués en la capital y en toda la recién nacida provincia alcarreña. Hoy olvidado, ni siquiera una calle o una placa recuerdan sus desvelos por Guadalajara. Reproducimos el acta de constitución del Instituto con el discurso que pronunció en esa ocasión.
Memoria del Instituto del curso 1923-1924, Guadalajara, 1924 (Archivo La Alcarria Obrera)

En la ciudad de Guadalajara, día treinta de Noviembre del año de mil ochocientos treinta y siete, los Sres. D. Pedro Gómez de la Serna, Jefe político, D. Melitón Méndez, D. Dionisio Hermosilla, D. Pedro Gamboa y D, Ángel Lagúnez, Diputados de la Provincia, se constituyeron en el extinguido Convento de San Juan de Dios, destinado para local del Instituto de Segunda Enseñanza de esta provincia, con el fin de efectuar la inauguración y apertura de este Establecimiento, concurriendo a esta solemnidad, por invitación de la Excma. Diputación, las personas notables de esta ciudad; y por el Sr. Jefe político se pronunció el discurso siguiente:
“Señores:
En medio de las disensiones civiles parecen los pueblos condenados a la ignorancia y a la barbarie. Ocupados los ciudadanos en destruirse, victorean al caudillo que los guía en los campos de batalla, y dan al olvido la memoria del sabio que los ilustra; la juventud abandona la sosegada mansión de las ciencias por el estrépito de las batallas; y el hombre, saciado de crímenes y de sangre, camina rápidamente a la estupidez y a la miseria. Así la historia representa a las naciones, y la nuestra, fecunda en domésticos ejemplos, no deja mendigarlos de las estrañas. Nunca, pues, con más razón que en los azarosos días que alcanzamos, debe ocupar nuestros cuidados la educación pública, la instrucción de la brillante juventud en que se libra la suerte futura de la patria. Ella es acreedora a nuestros desvelos, derramando su sangre en los campos de batalla, se muestra digna de su época; cumplamos nosotros a la vez nuestra misión, y mientras pelea por la existencia del Estado, procuremos su engrandecimiento.
Pocos establecimientos literarios conocerán más humildes principios que el que hoy inauguramos; por doquiera las artes han volado para adornar los templos de las ciencias sus hermanas: la pintura, la arquitectura, la escultura, han disputado a su vez y han agotado sus encantos para ostentarlos en las mansiones del saber; jáctase Salamanca de tener por protector al sabio Alfonso; el César Carlos lega a Granada en su Liceo un monumento que engrandece su nombre; Cervera ostenta la magnificencia de Felipe V y le saluda como a su padre; y Alcalá, que a los 400 años de una existencia gloriosa es la base de más grandioso establecimiento, en la magnificencia de Cisneros halla un creador, y se complace en celebrarle como el primer hombre de su siglo. Nada de esto preside a la creación de nuestro instituto, humilde en el edificio, nacido entre las tormentas de una guerra fratricida, sin aparato, sin ostentación, sin pretensiones a una celebridad, que ahora no puede prometerse, debe su origen a un siglo progresista, y a la sombra de instituciones libres y de un trono tutelar llegará a ser beneficioso a la provincia, y útil a la patria. Sí, lo será, Señores, que aquí nuestra juventud vendrá a adquirir los principios elementales de las ciencias, se consagrará a las musas, y cultivando su imaginación y su talento, difundirá por todas partes la instrucción que agote en la estrechez de este recinto. Aquí pasarán los más floridos años de su vida y se prepararán para más altos estudios los que dedicados a la ciencia del foro han de servir al Estado en las sublimes funciones de la magistratura, han de defender la inocencia o han de convencer al crimen; los que adscritos al ministerio de los altares se consagren a ejercer una misión de paz y de consuelo, a enseñar al pueblo la moral en toda su pureza, y a separar la religión del fanatismo; los que en los diversos ramos de curar han de hacer más llevaderos nuestros males, y los que se entreguen exclusivamente a los estudios de aplicación en utilidad de las ciencias, de las artes y de la pública riqueza. Así será el Instituto un beneficio para el país, y al paso que proporcione a la clase media de la provincia recursos de instrucción, difundirá la ilustración en todas las demás, completará la educación de las acomodadas, y preparará con fruto a los que concurran a las facultades mayores y escuelas especiales.
No se limitarán a esto los bienes que deben originarse, pues la instrucción y las luces disminuyen los tristes efectos de la corrupción de las costumbres y reformas las costumbres mismas, sin las cuales son una mera fórmula las leyes, dirigen la opinión pública, corrigen los extravíos de la razón, gobiernan el mundo y hacen temblar a los tiranos en su asiento. Superiores a los tiempos, a las vicisitudes y a los hombres, se burlan de la vigilancia de sus perseguidores, proscriptas aumentan su culto, protegidas hacen la felicidad del país que las acoge. La misma naturaleza dominada por ellas se presta a seguir los designios del hombre, cuya mano poderosa ha alcanzado con su auxilio aumentar las especies secundarias en el reino animal y en el vegetal, y dictar leyes a los mares, a los vientos y a los rayos. He aquí, señores, un ligero bosquejo de los beneficios de la instrucción: la influencia que ejerce en la educación y en las costumbres no es menos útil a las naciones, a ella se debe la cultura de nuestros días, la suavidad de nuestros hábitos, y la gran distancia que nos separa de los siglos que pasaron. Sus efectos son prodigiosos, por su influjo es el hombre superior a sí mismo, arrostra con impavidez las desgracias, conjura los peligros y se ofrece víctima generosa en aras de la virtud, del honor y de la patria. A la educación, señores, según un escritor célebre, se debió en Esparta que el candidato repelido del consejo de los trescientos celebrase que hubiera otros tantos ciudadanos más dignos que él; que espirasen el vigor de los golpes en el altar de Diana niños sin quejarse; que las viudas diesen gracias a los Dioses por haber perdido sus esposos por la patria; que las madres celebrasen la muerte de sus hijos vencedores y llorasen por la vida de los que sobrevivían a una derrota. Y si la educación por sí sola producía estos mágicos resultados en pueblos de poca ilustración, ¿qué no podremos nosotros prometernos, si a su auxilio llamamos la instrucción pública, y logramos extenderla?
Cumplamos pues, señores, al abrir el Instituto con un deber que nos dicta la utilidad pública y los privados intereses, pongamos la primera piedra de un edificio que reclaman las necesidades de la época, facilitemos medios de instrucción y consultemos al bien de la Provincia y del Estado. Enseñando a la juventud este nuevo albergue de las ciencias y separándola de vanas especulaciones y de inútiles doctrinas, mereceremos bien de la Patria y haremos que la que frecuente estas escuelas, delicias hoy y esperanzas de la Provincia, sea mañana su sostén y apoyo. Y si corriendo el tiempo los alumnos de esta Escuela lograran distinguirse, si llegara el día en que su nombre se hiciera célebre, y los resultados correspondieran a nuestras intenciones, entonces señalando con el dedo este recinto podremos decir con arrogancia: ese es el templo que en días turbulentos consagramos a las ciencias, nosotros le dimos el impulso, nuestra es también la gloria, nuestros los laureles”.
Acto continuo, leída la lista de los Profesores encargados interinamente de la enseñanza, que lo son D. Dionisio Hermosilla, Rector y Catedrático de Lógica y Filosofía Moral; D. Manuel Ascensión Verzosa, de Física experimental, nociones de Química y Geografía Físico-Matemática; D. Salvador Novar, de Matemáticas y Geometría aplicada al Dibujo lineal; D. Juan José Villaverde, de Agricultura con el cargo de Secretario; D. Mariano Gualda, de Literatura e Historia y D. Juan Andrés Zuazua, de Lengua Francesa; prestaron juramento de guardar la Constitución de la Monarquía, ser fieles a la Reina y desempeñar con celo las funciones del Magisterio que se les confiaba, y el Sr. Jefe político declaró instalado el Instituto de segunda Enseñanza de esta provincia. Y para perpetuar la memoria de este día, se fijó una lápida con esta inscripción:
Publicae. Juvenum. Institutioni
Regina. Elisabeth
Inauguratum Lycaeum Caracense
Prid. Kal. Decemb. Anno MDCCCXXXVII
Con lo cual se dio fin a esta solemnidad, y para que conste se mandó extender esta Acta por cabeza de las del mencionado Instituto, firmándola sus Señorías.