La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

26 de abril de 2013

Alternativa pedagógica de CNT en 1976

Para nadie medianamente interesado en el anarquismo es un secreto que la educación ha sido uno de los ámbitos de elaboración teórica y de actuación práctica en los que el movimiento libertario ha estado más activo. Convencidos desde siempre de que la explotación no responde exclusivamente a causas materiales y de que la emancipación personal es el primer paso para la Revolución Social, los anarquistas han puesto en pie distintas iniciativas educativas y culturales y han desarrollado una teoría pedagógica libertaria que ha crecido al calor de reflexiones y debates. Esa tradición se vio reforzada en el caso de la CNT que, al salir de su forzada clandestinidad después de la muerte del general Franco, encontró amplio eco entre los jóvenes estudiantes y profesores, que en elevada proporción contribuyeron a su reconstrucción. Fruto de esta renovada tradición fue la concreción, en muy pocos meses, de una alternativa pedagógica cenetista de la que ofrecemos un extracto elaborado por el Sindicato de Enseñanza de Madrid en junio de 1976, menos de seis meses después de la reorganización de la confederación anarcosindicalista.
POR UN APRENDIZAJE LIBERTARIO EN UNA SOCIEDAD AUTOGESTIONADA
Declaración del Sindicato de Enseñanza de la CNT-Federación Local de Madrid. (Este documento es un resumen, colectivamente elaborado, para su difusión y discusión máxima, del Manifiesto fundacional de nuestro Sindicato, titulado igualmente “Por un aprendizaje libertario”).

I.- Crítica del sistema de enseñanza y de sus “alternativas” autoritarias
Las polémicas en torno al actual sistema de enseñanza no suelen atacar la coacción educativa misma; simplemente discuten si esta coacción debe apoyarse en el poder privado del Capital, o bien en el poder monopolista del Estado. Pero en ningún caso se cuestiona la obligatoriedad de esa enseñanza, concebida como sistema cerrado de instituciones diferenciadas respecto al resto de la actividad social, en las que se exclusiviza oficialmente el proceso de aprendizaje. La pasividad del enseñado y el autoritarismo del enseñante, la competitividad de los exámenes, la evaluación culpabilizadora, la sumisión del individuo a las reglas disciplinarias del sistema obligatorio, los privilegios de las titulaciones burocráticas, la centralización de los programas, el aislamiento físico de los centros educativos respecto de la comunidad natural, la uniformización de horarios, cursos y asignaturas, el divorcio entre actividad corporal e intelectual, la especialización de por vida, la mercantilización de los saberes, la subordinación de la ciencia y la tecnología al productivismo desarrollista… todo cuanto hace del sistema de enseñanza mismo un totalitarismo reproductor de los hábitos de obediencia, todo eso no es realmente cuestionado por los diversos intentos (autocalificados de “democráticos” y/o socialistas) de racionalizar las siguientes etapas históricas y “necesarias” del proceso de explotación y dominación.
Los anarcosindicalistas no queremos “mejorar” ni “racionalizar” las instituciones educativas, no queremos extender su ámbito ni su eficacia; por el contrario, la CNT lucha por devolver el libre proceso de aprendizaje a las comunidades naturales, por acabar con esas instituciones que tienen secuestrado el proceso de conocimiento y disolverlas en todas las actividades de la vida social, en una sociedad no ya autoritaria, sino autogestionada y federativa por la que luchamos.
Basta plantearse las funciones específicas de cada institución escolar para comprender la necesidad de su desaparición como vía de liberación del proceso de aprendizaje individual y colectivo. Es preciso preguntarse: ¿Qué es y a qué sirve la educación? La usurpación del proceso de elaboración de conocimientos, experiencias, intuiciones, por el que el individuo se inserta armónicamente en el mundo y en el medio social, mediante una institución especializada, la escuela (sostenida por el Estado junto con la familia como instituciones que perpetúan la funcionalidad autoritaria del sistema clasista), produce como resultado lógico la transformación del aprendizaje en “educación”: la persona, de ser activo capaz de desarrollar sus propias posibilidades, pasa a convertirse en receptor pasivo que se ve obligado a asimilar todo aquello que el sistema quiere que asimile. Al interiorizarse en el “enseñado” la mítica consideración de los centros de enseñanza, homologados como tales por el Estado, como únicos centros donde es posible recibir enseñanzas beneficiosas para el individuo y la sociedad, la cuestión central ya no es: qué aprender, cómo aprender, dónde aprender, etc., sino: qué “enseñar”, cómo “enseñar”, dónde “enseñar”, etc.
Veamos en concreto la funcionalidad de las principales instituciones escolares:
¿PARA QUÉ SIRVE LA ENSEÑANZA PREESCOLAR, CUYA EXTENSIÓN OBLIGATORIA PRETENDEN LAS ALTERNATIVAS AUTORITARIAS AL ACTUAL SISTEMA DE DISCRIMINACIÓN CLASISTA?
En unos casos (ciertas “guarderías laborales”) para “aparcar” a los niños de modo que sus padres puedan ser sometidos a la explotación como mano de obra; en otros casos (aquellos “jardines de infancia” que pretenden preocuparse del desarrollo psicológico, social y educativo del niño) para preparar ya, desde los primeros y decisivos años, la primera selectividad, la adaptación privilegiada de unas minorías cuyos padres pueden costear el exorbitante precio de acceso a instituciones discriminatorias y elitistas. En cualquier caso, la enseñanza preescolar sirve para someter a los niños al mundo autoritario y agresivo de los adultos, como respuesta del sistema a la crisis creciente de la familia, ya arcaica en cuanto a institución básica de socialización reproductora; sirve también para expropiar y atribuir a especialistas el cuidado de los niños, que antes asumía la comunidad entera.
¿PARA QUE SIRVE EL PERIODO DE ESCOLARIZACIÓN OBLIGATORIA?
Para Imponer en la totalidad de la población -aunque con intensidades variables según discriminaciones clasistas- las normas fundamentales del capitalismo estatal: reproducción de la dualidad padres-hijos en la polarización profesores-alumnos; que dará paso a patronos-asalariados, gobernantes-gobernados… etc.; estratificación y jerarquización de los seres humanos, agravadas en las centros privados respecto a los estatales; papel policíaco del profesor, que ha de juzgar constantemente como delincuente de indisciplina a todo aprendiz, especialmente al someterle al rito sadomasoquista de los exámenes; obediencia a los “superiores”, competencia y agresión hacia los compañeros, descarga autoritaria sobre los "inferiores"; repetición de dogmas incuestionables ajenos y pre elaborados en textos, mientras se va relegando como despreciable la experimentación personal, justificando así la sucesiva delegación de toda practica directa en los especialistas de turno (políticos, militares, médicos, técnicos…), parcelación de conocimientos que abonará la creación de cuerpos parasitarios de especialistas, programación mecánica de tiempos y ritmos, con rígidos horarios en que los paréntesis del "recreo" van habituando a la organización de la semana laboral, aislamiento represivo del espacio y actitudes, en que la actividad natural se proscribe o se controla al servicio de la obediencia… El niño se convierte en escolar más o menos adaptado al sistema (y para los inadaptados reincidentes, existen otras instituciones de "reinserción"…) una vez que está ya precondicionado a prescindir de sus impulsos naturales e individuales y aceptar los abstractos y genéricos que le son exteriormente impuestos; y especialmente cuando ha adquirido el hábito del consumo compulsivo, empezando por los títulos…
El presente concreto es así sacrificado siempre a un "mañana" incierto, impuesto por los adultos. Pero la consecuencia más triste de este proceso educativo es que el mismo tedio causado por el autoritarismo intrínseco a la enseñanza suele esterilizar la curiosidad natural del estudiante hasta castrar su propia capacidad de aprendizaje.
¿PARA QUE SIRVE EL INTENTO DE UNA EXTENSIÓN CRECIENTE DE ESTA "INDUSTRIA DE LA ENSEÑANZA"?
Las fábricas de producción escolar discriminan sus materias primas -según las exigencias del mercado- con la doble titulación de Certificado de Estudios Primarios o de Graduado Escolar, ya culpabilizado el "enseñado" como futura mercancía, por las evaluaciones “autoritarias”.
Siempre según la demanda de un sistema cada vez más tecni
ficado, se tiende a prolongar el tratamiento de la materia prima, bifurcada ya en las "masas" de la Formación Profesional y las "elites" del BUP: la brutal separación entre un Bachillerato cada vez más técnico y abstracto, concebido como antesala de los privilegios universitarios, y una Formación Profesional prematuramente especializada, consagra la supeditación clasista del trabajo manual al intelectual, y fomenta el tipo de competitividad que requiere la producción del sistema capitalista. El producto educativo, con su correspondiente título, pregona su cotización en el mercado de trabajo, en función de su mayor elaboración, es decir, del número de años que ha durado su producción como memorizador de conocimientos (y su interiorización disciplinaria de la sumisión, que es el principal mensaje del proceso de enseñanza); y a su vez, la mercancía escolar se inserta en el sistema, contribuyendo con su especialización productivista a la reproducción y mayor rendimiento del sistema mismo.
¿PARA QUÉ SIRVE LA UNIVERSIDAD?
Desde sus orígenes medievales, esta institución se dedica a perpetuar la selección de elites dirigentes y la ideología del sistema; a secuestrar el conocimiento científico para ponerlo al servicio del poder; a separar la cultura de la vida; a culminar, en fin, un sistema educativo cada vez más burocrático, en que el desarrollo de cada individuo viene constreñido por la especialización productivista, verdadera condena de por vida a una misma tarea, y por la interiorización misma de los valores y actitudes oficialmente planificados.
Los productos universitarios atienden a las necesidades técnicas más sofisticadas de la dirección y reproducción del capital y el estado, pero también la perpetuación del propio sistema educativo como manipuladores titulados del proceso escolar.
Esta cadena de alienaciones se cierra cuando vemos, en las "alternativas" autoritarias y democrático-centralistas de los aspirantes a detentar el poder político, propugnar que sea el Estado ("legitimizado" además a través de la delegación desmovilizadora en la representación electoral, partitocrática o parlamentaria) el que defina el "supremo interés nacional" al que debe sacrificarse el individuo, el que asuma el control total del proceso educativo; el que en definitiva consagra en nombre de la Ciencia la expropiación cultural de los individuos y de las comunidades naturales, para que la educación no sea ya recreación del grupo, sino de las instituciones mediadoras. Es lógico pues que estas supuestas "alternativas" se reafirmen en la funcionalidad del aparato escolar y refuercen sus esquemas organizativos a costa de los principios teóricamente proclamados; se parte así de la "descentralización" para acabar proponiendo más estatalización; de la autogestión de los centros para propugnar la rigurosa planificación de sus actividades; de la "libertad de enseñanza", para reivindicar el "cuerpo único de enseñantes", guardianes de los sometidos a un "ciclo único” y obligatorio. Es evidente, una vez más, que a la libertad sólo se va por caminos de libertad, que las "vías" autoritarias conducen siempre al autoritarismo.

II.- Por una alternativa libertaria de aprendizaje en un contexto autogestionario
Las únicas propuestas auténticamente realistas son las que tienen en cuenta que la realidad cambia constantemente y que su previsión y planificación en etapas es siempre irreal. Aquí nos limitamos pues a sugerencias colectivas que en realidad sólo significan que las propias comunidades serán las únicas que elaboren en cada momento su actividad social y vital y su propio proceso de aprendizaje, sin mediación alguna.
Frente a la imposición obligatoria de que precisan todas las instituciones educativas jerarquizadas, buscamos el aprendizaje voluntario, abierto y permanente, no sometido a institución alguna. Aprender es una práctica continua de acción directa, de re-creación constantemente de uno mismo y del entorno.
En el contexto social antiautoritario y descentralizado por el que lucha la CNT, la verdadera escuela es la vida: el aprendizaje no puede aislarse de las comunidades naturales donde se desenvuelve el individuo. El trabajo colectivo en proyectos socialmente útiles, artísticamente recreativos y científicamente estimulantes para el entorno social y natural; ese es el medio en que es posible un aprendizaje individual, libre y creador.
Propugnamos la autogestión educativa, es decir, la realización del aprendizaje individual y colectivo directamente controlado por los grupos y comunidades naturales, sin tutela estatal ni expropiación privada alguna: asociaciones de barrio, colectivos de producción, sindicatos, grupos de individuos cuya fuerza unificadora sea la creatividad y el contrato social libremente aceptado por todos sus miembros. La autogestión resolverá así el dilema esquizofrénico entre escuela privada y escuela estatal; por una parte se opone a la uniformidad y a la burocratización crecientes que promueve la estatalización de la enseñanza, pero requiere, en cambio, una auténtica socialización del aprendizaje, es decir, la participación pública e igualitaria, asumida por la comunidad, en la explicación, la pregunta y la re-creación del entorno, sin lucro privado ni especialistas privilegiados mediadores; a través de la federación de grupos y de su intercambio solidario de recursos, se preservará la diversidad de formas locales y naturales y se suspenderá la parcelación geográfica del aprendizaje. De esta manera, la tarea educativa dejará de justificar y reforzar tanto al capitalismo privado como a la burocracia estatal.
Nuestro objetivo es devolver a todos los individuos y sus comunidades naturales el derecho humano vital que es la elaboración del proceso cultural entre todos, sin privilegios de ningún tipo.
El aprendizaje que queremos se basa en la unión indisoluble de trabajo e investigación, de juego y reflexión, de teoría y práctica, de actividad manual e intelectual, de experiencia erótica y catártica; frente a las disociaciones clasistas, productivas y castrantes reivindicamos aquella "educación integral e igualitaria" defendida por la Primera Internacional (a cuyo mensaje responden los orígenes de nuestra CNT) como condición indispensable de la autoemancipación obrera. De esta manera, la ciencia y la técnica estarán conjugadas con el trabajo y la libre experimentación de todos y cada uno.
Concebimos este aprendizaje libertario, basado en el propio criterio tanto como en la mutua ayuda, no para evaluar y acentuar las diferencias sociales existentes, sino para estimular la diversidad y la creatividad de todos: esa riqueza de diferencias individuales se opone al uniformismo de la producción en cadena, y es un valor inalienable de la humanidad. La iniciativa personal y no el juicio de la autoridad, debe guiar el aprendizaje de cada individuo: así se acabará también con el papel autoritario que se asigna al enseñante en la educación clasista, y con la sadomasoquista distinción entre “enseñantes” y “enseñados”.
El “maestro”, en esta perspectiva, nunca será “especialista de la enseñanza”, sino todo aquel que sienta la necesidad de recuperar o enriquecer su curiosidad hacia el mundo (lo que en consecuencia no le distinguirá del "estudiante", que a su vez desaparecerá como sujeto pasivo de la enseñanza), conviniendo sin limitación de tiempo con otros adultos, niños y jóvenes, respetando las diversas formas de comunicación y organización, desarrollando una influencia mutua y libre entre el aprendizaje infantil, juvenil y adulto.
Frente a todo totalitarismo ideológico y a todo confesionalismo educativo, pero también frente a la “libertad de enseñanza” concebida como “derecho” clasista a la manipulación del aprendizaje por los poderes de todo tipo, los anarcosindicalistas defendemos la libre expresión y crítica constante de una pluralidad de ideas, de manera que cada individuo pueda re-hacer siempre su propia concepción del mundo y de la vida, y cuestionar toda cultura establecida; de esta manera, el aprendizaje permanente de los individuos se convierte en el medio por el que una sociedad autogestionada, que reencuentre la dimensión humana desfigurada por el actual sistema estatal-capitalista de explotación de la humanidad y de la naturaleza, se cuestiona y se re-crea constantemente a sí misma.

III.- El Sindicato de Enseñanza de la CNT y sus objetivos de lucha contra la educación institucionalizada y por un aprendizaje libertario.
Concebimos nuestro Sindicato de Enseñanza como una organización que alumbre ya la estructura de la sociedad autogestionaria y federativa. Por ello, y para acabar con los detentadores de una cultura especializada, nuestro Sindicato impulsa la organización en cada centro de enseñanza de toda persona directamente afectada por la actividad educativa y que comparta las concepciones del anarcosindicalismo propugnadas por la CNT, ya sea profesor, estudiante, puericultor, psicólogo, investigador, o trabajador que contribuye a la limpieza, administración o financiación de los centros (incluimos en este punto a los padres que con su trabajo costean directamente la enseñanza, tanto estatal como privada, de sus hijos). Nos oponemos, pues, a la compartimentalización clasista y estamental de los movimientos de “enseñantes”, de “estudiantes”, de “personal no docente”, de “"padres de alumnos”, etc.
Nuestra organización abarca también a todas aquellas personas sensibilizadas por estos problemas, a las que el carácter opresivo del actual sistema de enseñanza les ha llevado a marginarse de él y a ensayar practicas alternativas de aprendizaje.
Esta organización de los anarcosindicalistas en el actual sistema de enseñanza responde a nuestra concepción autogestionaria del proceso revolucionario, que se nutre tanto de las luchas de los damnificados por la enseñanza, para acabar con el clasismo, el autoritarismo y el tedio de los actuales centros educativos, como de la creatividad y las experiencias de aprendizaje libertario, ya sean auténticas alternativas “desde dentro”, o ya voluntariamente desde fuera del actual sistema de enseñanza y al margen de su control.
El Sindicato de Enseñanza de la CNT denuncia las funciones clasistas burocráticas de los actuales centros de enseñanza mediante la acción directa (la práctica inmediata para imponer soluciones alternativas, y la no distinción entre medios y objetivos). Las asambleas son el único órgano decisorio del sindicalismo autónomo, cuya soberanía no admite delegación a institución mediadora alguna.
Consecuente con su tarea de crear conciencia colectiva de que la cultura ha sido secuestrada de manos de la colectividad y usada contra ella, la CNT se opone a perpetuar los diversos corporativismos existentes en el actual sistema educativo. Toda lucha revolucionaria en la enseñanza debe incorporar la lucha por la destrucción del sistema mismo de enseñanza, en cuanto institución diferenciada; así como la lucha por un aprendizaje libre, y en particular la desaparición de los cuerpos profesorales y tecnocráticos, única garantía de la desaparición de su opuesto dialéctico: el estudiante en cuanto materia prima del complejo industrial educativo.
Nuestra actividad por la emancipación social, en cuanto grupo de individuos vinculados actualmente al sistema educativo, adopta los siguientes objetivos inmediatos de lucha contra:
- todo intento de mantener o agravar las diferencias y estratos sociales.
- la manipulación educativa de los niños en una edad en que son física y mentalmente incapaces de defenderse de las imposiciones adultas.
- todo el proceso de selectividad, intrínseco a cualquier sistema de enseñanza institucionalizada, que hoy se inicia en la preescolar y culmina en la universidad, compartimentos estancos y autoritarios a extinguir.
- la parcelación del aprendizaje en cursos, asignaturas, horarios, programas, y toda la ritualización de la actividad escolar.
-el sistema de exámenes y demás imposiciones educativas.
- las titulaciones y su jerarquización de privilegios.
- la apropiación y el lucro patronal o estatal sobre el aprendizaje.
- las tasas, matrículas, becas y demás formas de comercialización monopolística y discriminatoria del proceso de aprendizaje.
- el aislamiento académico de la investigación científica respecto al trabajo colectivo, y en general del saber respecto a la vida.
- las acumulaciones competitivas de “currículum”.
- los cuerpos de funcionarios y las oposiciones estatales como forma de selección laboral.
- los salarios de miseria y la explotación intensiva, especialmente para la mujer, utilizada como mano de obra auxiliar de las funciones educativas, en general, y de las actuales tareas de subordinadas de limpieza, mantenimiento y administración, en particular.
- las diferencias salariales y de función de los trabajadores en la industria de la enseñanza.
- el autoritarismo y los ceremoniales elitistas y represivos del aparato escolar y académico.
- los confesionalismos ideológicos y todo tipo de dogmatismos.
- la separación física y cultural entre los centros educativos y las comunidades naturales.
El Sindicato de Enseñanza de la CNT lucha, en cambio, por:
- la devolución de las tareas de aprendizaje a sus auténticos protagonistas: los individuos, los grupos naturales y sus libres federaciones.
- la integración de la actividad corporal e intelectual.
- la redistribución igualitaria de los recursos sociales.
- la unidad de todos los afectados por el sistema de enseñanza institucional para emanciparse del mismo.
- la plena libertad individual, cultural y sindical.
- la crítica constante de toda concepción establecida.
- la continua experimentación de nuevas formas de aprendizaje, vinculadas al entorno social y natural, y basadas en el juego, el arte, el respeto al individuo y el apoyo mutuo.
- por la abolición de la venta del trabajo a cambio de un salario, y de toda comercialización de alumno y del saber como mercancías.
El Sindicato de Enseñanza de la CNT estimulará la formación de sus militantes en estos objetivos revolucionarios y contribuirá a extender las tareas del aprendizaje libertario entre los anarcosindicalistas y entre todos los trabajadores.
Desde esta perspectiva, el Sindicato de Enseñanza no tiene sentido en sí mismo, sino como una rama más de lucha, coordinada con los trabajadores de otras industrias de la Confederación Nacional del Trabajo y en la Asociación Internacional de Trabajadores, para la recuperación de los recursos económicos y naturales (secuestrados por el Capital y el Estado) por comunidades igualitarias, autogestionadas y libremente federadas.
En el camino hacia el aprendizaje libertario en una sociedad autogestionada los militantes del Sindicato de Enseñanza de la CNT proponemos y aceptamos acciones unitarias con todos aquellos que propugnen también la autoemancipación de las comunidades naturales y la devolución a estos grupos de su propia elaboración cultural y de aprendizaje.
CNT (Federación Local de Madrid). Sindicato de Enseñanza. Junio de 1976

19 de abril de 2013

La Junta de Guernica contra la Desamortización

La mayoría de los historiadores, e incluso de los estudiosos contemporáneos, han insistido en la cuestión foral como la causa principal arraigo del carlismo en el territorio vasconavarro; esta rara unanimidad historiográfica sólo a regañadientes ha aceptado compartir las raíces del fenómeno carlista vasco con la defensa de la religión católica, que evidentemente ha tenido, y sigue teniendo, en Euskal Herria un compromiso mayor que en el resto de la Península. Y, sin embargo, nadie ha indagado las causas sociales que pueden haber colaborado, con una intensidad discutible pero indudable, en el amplio apoyo de los vascos al carlismo; por ejemplo, aunque repetidamente se cita a Unamuno para mostrar al conflicto carlista como un enfrentamiento entre el campo y la ciudad, muy pocas veces se ha insistido en las repercusiones que sobre los campesinos vascos tuvo el proceso desamortizador de 1836 y 1855. Por eso traemos aquí un documento breve pero de gran interés: la declaración de la Junta de Guernica de julio de 1856 en la que no sólo se critican las leyes desamortizadoras -reciente la Ley de Pascual Madoz-, sino que además se llama a la desobediencia ciudadana contra ellas, reflejo de lo que el periodista añade: “lo mal recibida que fue siempre por los vizcaínos la ley desamortizadora”.
 
Iparraguirre en una pegatina de las Juventudes Carlistas, 1981 (Archivo La Alcarria Obrera)
 
Decía el periódico La España de fecha de 27 de julio de 1856 lo siguiente: “Insertamos a continuación el acuerdo tomado por la junta última celebrada en Guernica respecto al asunto de la desamortización en aquellas provincias. La significación de este acuerdo corrobora lo que en repetidas ocasiones hemos manifestado respecto a lo mal recibida que fue siempre por los vizcaínos la ley desamortizadora, rechazada por la opinión pública de aquel país”.

Ilmo. señor: La comisión de fueros, nombrada por V. S. I. en sesión del día 11 del actual, ha examinado con la detención que su calidad e importancia reclaman el expediente relativo al cumplimiento de la ley de 25 de octubre de 1839, y muy particularmente el instruido a consecuencia de la ley de desamortización civil y eclesiástica de primero de mayo del año próximo pasado, y después de haber tomado en justa consideración todos los antecedentes y circunstancias que detalladamente aparecen consignados en el referido expediente, ha creído deber proponer a la consideración de V. S. I. las medidas siguientes:
1. Que se apruebe la conducta observada por la diputación general y diputados a Cortes en el mencionado negocio, igualmente que las gestiones practicadas por la misma, cerca del gobierno de S. M. con objeto de que la citada ley de 1º de mayo no tenga aplicación en este Señorío, dándose a aquella y a estos un voto especial de gracias por la lealtad vizcaína con que han desempeñado sus encargos, en orden a la mencionada ley de 25 de octubre de 1839.
2. Que se apruebe igualmente, con gratitud, la de los alcaldes de los pueblos del Señorío, que interpretando fielmente la opinión general de sus administrados, se han abstenido de cooperar por su parte al cumplimiento de dicha ley de 1º de mayo, como opuesta a los fueros y franquicias del país vizcaíno, quedando especialmente encargados dichos alcaldes de que en el caso de que cualquiera funcionario gestione en el sentido de llevarla a efecto, lo pongan en conocimiento de la diputación general para que practique cuantas diligencias se encaminen más derechamente a que aquella no tenga aplicación a este Señorío.
3. Que se autorice a la diputación general para que por cuantos medios estén a su alcance y su prudencia le sugiera, poniéndose de acuerdo en cuanto lo crea conveniente con las hermanas de Álava y Guipúzcoa, continúen gestionando ante el gobierno de S. M. hasta que queden coronados cumplidamente los justos deseos de les vizcaínos, de que sus venerandas instituciones no sufran el menor detrimento, encargándose a la propia diputación que, en perfecta consonancia con lo acordado por V. S. I. en sesión del día 11 de mayo de 1850, consigue en el último extremo en la manera más explícita, conveniente y oportuna la salvedad de los derechos que asisten al país vizcaíno, de que sean respetados y observados cumplidamente sus fueros, franquezas y libertades, confirmados solemnemente por la referida ley de 25 de octubre.
4. Que se encargue a la diputación general tome bajo su protección a los alcaldes, fieles, justicias, ayuntamientos y personas que hayan experimentado ó experimentaren en lo sucesivo procedimientos judiciales o gubernativos con motivo de su fundada resistencia a la cooperación directa al cumplimiento de la mencionada ley de 1º de mayo, reparándoseles convenientemente de cualquiera detrimento que por tal causa se les haya irrogado, ó irrogare en sus intereses; encargándose al mismo tiempo a la propia diputación que, según los acontecimientos sucesivos aconsejen como prudente y oportuno, trace oficialmente a las autoridades y corporaciones municipales la línea de conducta que con arreglo a fuero y conforme con la opinión general del país crea conveniente deban seguir en los asuntos conexionados con la citada ley de 23 de octubre de 1839.
Tal es el dictamen de la suscrita comisión; V. S. I., sin embargo, resolverá como siempre lo que en su superior ilustración considere más acertado.
Casa de juntas de Guernica y julio 16 de 1856.
Juan J. de Jáuregui, Alejandro de Aldama, Santiago de Arana, Juan Antonio de Ibargüengoitia, Manuel de Torrebiarte, Pedro Felipe de Ageo, José de Solaegui, Pedro de Nabea, Gregorio de Aguirre, Ventura de Larrinaga, Manuel de Gogeascoechea, Juan Antonio de Arana, Domingo José de Ecenarro, Pedro María de Recalde, José Domingo de Olano, Juan José de Elordieta, Pedro de Bediaga, Saturnino de Olazabal, Vicente López de Calle, Cecilio del Campo, José de Palacio, Lorenzo Caballero, Lorenzo de Amézaga, Juan Manuel S. de la Lastra, Martin de Olavarria, Juan Vicente de Cengotita-Bengoa, Blas de Urrutia, Hilarión Segundo de Zabálburu, José María de Lámbarri, Juan Domingo de Uriona, León de Basterra.

14 de abril de 2013

El fallido pronunciamiento del Brigadier Villacampa

El 19 de septiembre de 1886 el brigadier Manuel Villacampa se sublevó en Madrid y avanzó hacia la Puerta del Sol para proclamar la República en España, poco más de una década después de que el general Arsenio Martínez Campos la enterrase con su pronunciamiento en las playas de Sagunto y cuando el país aún vivía agitado por la repentina muerte del rey Alfonso XII y la inestabilidad provocada por una restauración monárquica que ceñía la corona a un niño recién nacido. Manuel Ruiz Zorrilla, desde su exilio parisino, y los últimos militares republicanos que habían sobrevivido a los cambios producidos en el ejército español desde el final del Sexenio Revolucionario, se embarcaron en una intentona precipitada y que era más el resultado de un voluntarismo aventurero que de una necesidad social. El semanario anarquista madrileño Bandera Social publicó entre el 30 de octubre, cuando se levantó la censura militar tras el fallido alzamiento militar republicano, y el 25 de noviembre un análisis de la situación que permite conocer hasta qué punto se habían alejado republicanos y anarquistas.
Retrato del Brigadier Manuel Villacampa del Castillo (Archivo La Alcarria Obrera)

SOBRE LO PASADO
I
Apaciguada algún tanto la marejada que produjeran los sucesos del 19 de septiembre, debemos cumplir la palabra empeñada y, aunque por modo somero, dar nuestra opinión cuanto a los acontecimientos ocurridos en esta localidad.
Podíamos haberlo hecho con sólo tergiversar el orden de nuestro trabajo durante el estado de sitio, pues los fusionistas mostrábanse ávidos de poder apuntar un detalle, fuera de donde quisiera, con tal que este detalle redundara en perjuicio y nuevo cargo contra los vencidos. Pero este salvoconducto, a precio tal adquirido, repugnaba a nuestra hidalguía, y antes que servir intereses bastardos, hubiéramos preferido cien veces arrostrar las consecuencias de la persecución, guardar silencio ó romper nuestra pluma; todo, en fin, menos atacar a los que se encontraban amordazados, perseguidos y encarcelados.
Malquistos con los republicanos burgueses, cuya conducta ni es garantía de la libertad ni de la justicia, en lo que entendemos nosotros por justicia y libertad, la ocasión que se nos presentaba era propicia, no para vengarnos, sino para devolverles cuanto daño nos han hecho, hacen y harán en lo sucesivo.
Hoy, pues, que las circunstancias han cambiado, y todos tienen expedito el camino de la propia defensa, escudriñemos con ánimo sereno, y siguiendo el derrotero de la lógica y la razón, las causas determinantes del movimiento frustrado. Espectadores, digamos así, no interesados en el asunto directamente, podemos hacer desde nuestro punto de vista un juicio exento de la pasión propia de quienes han sido actores ó debieran haberlo sido.
Para ello, pues, debemos retrotraer la política española, eso que se llama política, a tiempos un tanto anteriores a la fecha del 19 de septiembre; que, aunque ésta parezca la decisiva, por lo reciente, reconoce causas incubadas con antelación y gérmenes procreadores bien distintos y extraños a los en esa noche manifestados, por más que en el encadenamiento de la historia tengan explicación categórica. Fijemos nuestro punto de partida en la Revolución de septiembre de 1868, y desde entonces, dando la mano a los hechos acontecidos, llegaremos al que es hoy todavía el tema obligado de la discusión.
La revolución de septiembre hubiera sido, ni más ni menos, que un motín de la soldadesca (calificación dada a la última asonada por El Imparcial) sin la aquiescencia del pueblo. Los militares, que con tanta frecuencia se ofuscan, han querido mermar la parle que le correspondía al pueblo en aquella jornada, atribuyéndose para sí la gloria ganada en Alcolea. Basta para contrarrestar esta opinión la consideración de que el gobierno, si hubiera tenido confianza en la tranquilidad de las poblaciones, hubiera desguarnecido todas las plazas y acumulado tal número de fuerzas en Alcolea, que probable es que hubieran tenido que volver a la emigración los apóstoles de España con honra. Pero sucedió lo contrario, y triunfó la Revolución. Tres años hacía que aquella misma Revolución había sido derrotada en las calles de Madrid. Después de la batalla se llevaron a cabo por la reacción triunfante larga e interminable serie de fusilamientos.
Si los revolucionarios debieron usar la ley de las represalias con sus verdugos del día antes no es asunto para discutido ahora; lo cierto es que fueron más generosos que lo había sido aquella reina y su gobierno responsable y no causaron más víctimas que las ocurridas en el fragor del combate.
No hubo, pues, fusilamientos, cosa que tanto pábulo ha dado ahora, y la Revolución se consolidó, como en política se dice, por medio de la soberanía nacional. Esta misma señora eligió Cortes, no sin que antes estallara aquella formidable insurrección republicana entre cuyos jefes se contara el benévolo Castelar.
Domeñados los republicanos, en cuyo desastre parece debieran andar las concupiscencias, quizá la traición de algún jefe timorato, las Cortes votaron la monarquía, y más tarde á Amadeo I rey de España.
Los realistas borbónicos apenas se atrevían a levantar la cabeza, y a pesar de haberse hecho las elecciones por sufragio, sólo lograron traer a ellas unos cuantos representantes. ¡Si tendrían prestigio!
Como no pretendemos hacer historia descriptiva sino examen retrospectivo, pasamos por alto la muerte de Prim, las intrigas sin nombre de Montpensier y sus obligados para coronarle... y llegamos al momento en que Amadeo, a quien no puede negársele en justicia las buenas cualidades personales, cansado de sufrir impertinencias y lidiar un día y otro día con esa chusma que se llama hombres políticos, abandonó el trono, prefiriendo la vida del simple particular a tener que habérselas cotidianamente con entes que reflejaban en todos sus actos un fondo de innobles pasiones y de ruines aspiraciones.
Todo quedó como una balsa de aceite, al parecer. Pero los monárquicos, que si habían transigido por especulación, veían se iban a oscurecer en cuanto llegaran las elecciones de desandar lo andado. Al efecto, secundados ó engañando a los inocentes batallones monárquicos, dieron el grito de rebelión y se encerraron en la plaza de toros.
Confiaban en la artillería, la Guardia civil y otros refuerzos, y tenían, sabido es de todo el mundo, el proyecto de entrar a sangre y fuego contra los de las gorras coloradas. Conocida era en su mayor parte toda aquella generalesca incitadora del motín; muchos de ellos fueron hechos prisioneros, y sin embargo, los republicanos ni los fusilaron ni los desterraron, sino que los trataron con la mayor consideración, proporcionando a algunos abrigo y acompañándolos hasta su casa.
Es decir, que una vez que triunfó la reacción monárquica, 1866, fusiló y encarceló a diestro y siniestro, y dos veces que triunfaron los llamados revolucionarios, 1869 y 1873, perdonaron generosamente a los vencidos. El contraste es digno de señalarse. Pasemos de otro salto a las elecciones republicanas, luciéronse éstas también por sufragio universal. ¿Cuántos diputados borbónicos vinieron á aquellas Cortes?
Expedito tenían el camino; así es que si no obtuvieron sufragios, debióse esto a que su causa estaba por todo extremo desacreditada ante la opinión de un pueblo que sabía perfectamente lo que podía esperar de aquella Isabel como reina y como mujer. Esta repugnancia que el pueblo les manifestaba debió encender su amor propio y animarles a dar más recursos a las cuadrillas de salteadores, que con la bandera del carlismo, asolaban a los pueblos y asesinaban a los indefensos.
Hasta los más alejados de la política sabían a ciencia cierta que aquellos carlistas no tenían de tal causa sino la boina, su ignorancia y las perversas mañas que esta causa lleva en pos de sí. En el fondo de aquella superficie que gritaba ¡viva Carlos VII! Se agitaba otra cosa, y aquella cosa era la restauración alfonsina. Los jefes más importantes eran alfonsinos, el dinero era de la misma procedencia, la artillería, jefes y cañones, habían salido de las filas y de los bolsillos isabelinos.
Si los republicanos de entonces hubieran sido revolucionarios, con gran facilidad habrían sofocado el movimiento carlista-alfonsino.
Y no habrían menester para ello de aquellas tremendas quintas. Bastaba con que se hubieran acordado que el foco de la insurrección no estaba en los campos sino en las poblaciones. Una medida revolucionaria hubiera dado más al traste con el carlismo-alfonsino que cien batallas. Pero no supieron ó no quisieron. Todos sus cabezas tenían miedo a la Revolución, y como decían con una modestia ridícula, no se atrevían a aceptar ante la historia las consecuencias de un hecho que hubiera cambiado el modo de ser de esta región.
Después de haberse votado la república federal por unanimidad, se sobrecogieron de su obra y quisieron deshacerla. Los que tenían alguna fe política marcharon a Cartagena y allí proclamaron lo que las Cortes habían votado. Contra ellos encaminaron todas las fuerzas, con gran contentamiento de los carlistas-alfonsinos que, al verse libres de las tropas; camparon por sus respetos. Contra los de Cartagena se empleó la energía que faltaba para batir a los carlistas-alfonsinos. Y como si esto fuera poco y los republicanos hubieran tomado a formal empeño el desacreditar la república y labrar su ruina, confiaron el mando de divisiones y brigadas a los que sabían estaban comprometidos en la causa de la restauración, y por tanto habían de hacerles traición. Poco tardó en llegar la confirmación de este hecho. Cuando ya todo estuvo bien preparado a espaldas del gobierno de Castelar, ó con su anuencia, surgió el 3 de enero. Si entonces no se realizó todo de una vez, fue porque abrigaban la seguridad de hacerlo más tarde ó todavía no se atrevían a levantar una bandera que había sido unánimemente rechazada por el pueblo.
II
Al pasar la vista por la parte de este artículo publicada hemos notado bien la discrepancia que existe entre el original efectivo y el extracto. Nuestro afán de reducirlo a las menores dimensiones ha hecho que algunos de los más interesantes pasajes adolezcan de inmenso vacío y hasta de la precisa ilación que menester es en todo escrito destinado a ver la luz pública. Pero el daño está hecho. No tiene remedio, so pena de volver atrás e incluir una numerosa parte de lo suprimido, lo cual hemos tratado de evitar a todo trance por no incurrir en extrema prolijidad. Así, pues, reanudamos, en la forma que nos sea posible, el trabajo comenzado.
Habíamos quedado en la inolvidable fecha del 3 de enero. Lo que pasó después de esta hazaña memorable no tiene nombre. Los monárquicos constitucionales, que siempre tienen la soberanía nacional en la boca, que hablan de la representación nacional como cosa sagrada ó inviolable, no desdeñaron aceptar un ministerio que sólo a virtud del mayor atropello cometido con esas dos cosas, soberanía y representación nacional, pudieron conseguir. En aquella época vióse lo que puede la audacia y con cuánta facilidad suple al prestigio y a la inteligencia. Un general, cuyo nombre hallábase envuelto en las sombras de lo desconocido, pudo ofrecer la gobernación del Estado a unos caballeros, lo cual dice la importancia que tendrá esta institución cuando tan pocos títulos son menester para dirigirla y representarla.
Sigamos con los alfonsinos, pues no hemos de incurrir en la torpeza de exponer los actos llevados a cabo por aquella quisicosa que se llamó gobierno del 3 de enero. Basta apuntar que fue un borrón en la historia, y que los que a escribir ésta se dedican harían gran merced no señalándole, a fin de evitar esa vergüenza a todos los partidos políticos de este país.
Aquello trajo esto. Es decir, cuando los alfonsinos creyeron oportuno el momento, después de haber ido, como Ruiz Zorrilla, a minar al ejército, corromper su fidelidad y buscar la revolución en las cuadras de las compañías, comisionaron a uno (creemos que entonces brigadier) para que diera el grito de Alfonso XII. Sagunto fue el teatro de esta epopeya. Todavía no tenían confianza los hombres civiles en el resultado de su empresa. Pero este militar, dando una muestra de disciplina, de consecuencia a aquella república que le había sacado de su prisión, ascendiéndole y encomendándole un cargo de confianza, se sobrepuso a sus compañeros civiles de conspiración, y a pesar de tener tan pocas fuerzas, casi como las que llevaron a cabo el motín de la soldadesca el 10 de septiembre último y encontrarse al frente del enemigo, que eso dicen que es un enorme delito, levantó la bandera sediciosa.
La restauración, pues, no salió de los comicios; fue el resultado de un golpe de fuerza afortunado. Convencidos los alfonsinos de la realidad, que aún les parecía dudosa, no tardaron en hacer tabla rasa con lo muy poquitito que habían hecho los republicanos. Cual famélica bandada de cuervos lanzáronse sobre su presa, inaugurando una de las series más vergonzosas de arbitrariedades que registra la historia. Todo cuanto había que corromper lo corrompieron, prostituyéronlo todo, hasta que ya, redondeados, que es el busilis de todas las políticas, dieron acceso a los liberales (así se llaman ellos), para que los ayudaran a roer el hueso.
Dejemos a un lado las humillantes transacciones, las repugnantes componendas, las bajezas de todas clases que éstos viéronse compelidos a hacer para que les concedieran, cual vergonzosa limosna, ocupar algunos meses el poder. Si un hombre solo llegara al grado de rebajamiento que han alcanzado aquí los partidos monárquicos liberales y demócratas, para sólo husmear una credencial, ese hombre seria un ente envilecido. No es posible tener en menos estima el propio decoro, no cabe ir más allá en materia de servilismo y abdicación de sí mismo.
Es verdad que llevan cruces, han obtenido grados, mercedes, posición, pero todo ello es un grano de anís comparado con los extremos a que han recurrido y con el anatema que sobre ellos formula la gente seria, honrada y sensata.
Hemos llegado, sin darnos cuenta de ello, al desenlace de nuestro trabajo; pero ya que en esto nos hemos extralimitado algún tanto al ocuparnos de la cosa política, cosa que a decir verdad poco ó nada nos incumbe, pues está probado que de ella no hemos de esperar nada tangente, provechoso y útil, demoraremos al número próximo el encadenamiento de los cabos sueltos de estos dos artículos.
III
Hemos prometido resumir. Resumamos, pues, no sea que el diablo la hurgue, y nos sorprenda lo que se anuncia sin haber terminado el juicio sobre lo pasado.
Dimos tregua a nuestro trabajo del número anterior dejando a los conservadores entregados al consiguiente saqueo como premio a su victoria. Saltando por encima de esos repulgos de empanada que caracterizan a los revolucionarios (?) de historia, responsabilidades, melindres y cuchufletas, tomaron este país como por derecho de conquista y se decidieron a hacer política conservadora.
Que esto no les costó mucho es notorio. Los republicanos, apenas habían cambiado nada, pues el tiempo lo emplearon en tirar de las botas al que iba empingorotándose por la cucaña presupuestívora. El obstáculo que más trabajo les hubiera costado vencer era el pueblo, y el pueblo estaba harto de las inconsecuencias de Castelar, de las veleidades de Pi, de las estolideces de Ruiz Zorrilla, de las contubérnicas concesiones hechas al espíritu reaccionario por Salmerón, de la falta de energía de Figueras y de todas las muestras de incapacidad revolucionaria de que habían dado pruebas todos los hombres y nombres del santoral republicano.
El comercio, que es tan liberal, pero tan liberal, había hecho su pacotilla. Mientras duró la república, de uno ó de otro modo, consiguió repletar sus almacenes de géneros, que una vez en rigor los consumos íbase a aumentar el precio de todos los artículos y deseaba a todo trance se restableciera la monarquía, pues de esta suerte, honrada y legalmente, vendería por treinta lo adquirido por diez. El ejército... Hagamos abstracción de éste, a fin de terminar.
El resultado, pues, de esto fue que los conservadores, que durante se practicó el sufragio, sólo pudieron agenciarse una representación anodina, adquirieron por fuerza lo que nunca hubieran conseguido por la voluntad del pueblo, legalmente manifestada en los comicios. Tan enemigos del desorden, no titubearon en provocarle por todos los medios ilícitos, alimentando la fratricida guerra que sembró a España de luto, desolación, y más que de desolación y luto, de oprobio. Tan asustadizos y declamadores contra el derecho de insurrección, a él apelaron para saciar su desenfrenado apetito. Así se explica que el Sr. Romero dijera, al interpelar a Sagasta qué haría si el país eligiera unas Cortes republicanas, que él (el Sr. Romero Robledo) las disolvería cuantas veces aconteciera esto, lo cual determina hasta qué punto es una farsa eso de ir a los comicios.
Piadosamente pensando, parecía lo natural que los republicanos, si fueran revolucionarios, hubiesen abandonado los escaños del Congreso una vez pronunciadas aquellas frases, que eran un desafío en toda regla lanzado al rostro de los que tienen la pueril pretensión de que, por medio de las urnas se puede hacer otra cosa que gastar saliva, lucir sus facultades oratorias y embaucar a cuatro mentecatos, que ni escarmientan en lo pasado ni en lo presente, ni creemos que en lo porvenir.
Es de tal magnitud el maleficio que ejercen los parlamentos, que es muy difícil, diríamos imposible, que nadie puede sustraerse a su pernicioso influjo, por inflexible que sea su carácter y prevenciones que tome para evitar el contagio.
Pero por muy opuesto que fuera lo dicho por el Sr. Romero a las inocentes pretensiones de los que aspiran, así de bóbilis bóbilis, a realizar sus doctrinas por medio de los votos, lo fueron aún más las declaraciones terminantes del conservador malagueño.
Éste, con ese desprecio con que mira a todos los que no son Cánovas del Castillo, con esa arrogancia que le han hecho adquirir la pequeñez de los hombres políticos españoles de un lado, y de otro la cohorte de aduladores que le ha rodeado constantemente desde que se hiciera amo del cotarro, después de lo de Sagunto, excediéndose a sí mismo en audacia, declaró paladinamente que prefería la monarquía a la paz.
Ni aun así abrieron los ojos los partidarios de las vías legales, y eso que la cosa no podía ser más contundente ni había menester más palabras para explicarse. Aquella preferencia de la monarquía a la paz decía claramente a los republicanos el camino que debían tomar; pero no se movieron; importábales mucho conservar el papel de comparsas que para el buen éxito de su obra les tienen encomendados los monárquicos.
Es más, no sólo no se movieron entonces sino que todavía esperan continuar su incalificable papel en cuanto se reanuden las sesiones. Estos tiempos de vacaciones deben haberle aprovechado en estudiar algunos golpes de efecto para cuando llegue el día. Es probable que tirios y troyanos, fingiendo que lo sienten, se pongan como un trapo, haya voces, protestas, exclamaciones, algarabía, mucho ruido, que todas estas emociones son necesarias para excitar un poco la curiosidad, llamar la atención, justificar el nombramiento de diputado al presente y adquirir la esperanza de la reelección.
Pero la cosa no pasará de ahí. Y esto sí que puede aseverarse infaliblemente, sin pretender sentar plaza de sibila ni menos tener los alcances astronómicos del Zaragozano, pues es tan viejo como el parlamentarismo mismo.
Resumidos, pues, estos puntos, resulta:
1º Que la carencia de ideas revolucionarias de los republicanos, sus condescendencias ilimitadas con las gentes de dinero y su falta de energía y virilidad para llevar a resolución el problema que les estaba encomendado fueron las causas generadoras de la restauración.
2º Que los conservadores, a trueque de realizar su objetivo, no dudaron en apelar a todos los recursos, conjuras, soborno, conspiraciones, guerra civil y, por último, al derecho de insurrección, con lo cual, si bien consiguieron su objeto, también enseñaron cuál es el camino que debe seguir todo el que aspire al triunfo de ideas opuestas a las de los que ocupen el poder. De aquí, pues, que todos intenten y traten de buscar un nuevo Sagunto reparador, y esa serie de conatos de revolución que hasta llegar al del 19 de septiembre, último de la serie, han tenido lugar.
Respecto de éste, aun contra toda nuestra voluntad, diremos la última palabra en el número próximo, pues se presta a enseñanzas elocuentísimas que deben ser muy tomadas en cuenta por los que en lo porvenir pretendan llevar adelante la obra revolucionaria.
IV
Más de dos meses han transcurrido desde la memorable noche del 19 de septiembre. A pesar de haberlo presenciado, todavía nos preguntamos, sin podernos dar contestación categórica, si aquello fue algarada, motín, ó en otro orden, traición, impotencia, jugada de Bolsa, ó lo que es peor, justificación de fondos recibidos. Que de todos estos extremos hase hablado, ya en público, ya en privado, sin que, categóricamente, haya sido replicado por los interesados.
Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que el movimiento anunciado, casi públicamente, para dos días después, sufrió una antelación improvisada, con gran sorpresa de los elementos del pueblo en él comprometidos, que sólo tuvieron conocimiento de lo ocurrido al día siguiente.
Esto es tan cierto, que muchos de buena fe entusiastas partidarios de la república, hombres probados de toda su vida, no acertaban a comprender el por qué de aquella anticipación, que tan fatales resultados produjo y ha de producir en lo sucesivo para los republicanos. Hombres avezados a sufrir privaciones y arriesgar su vida, capaces de guardar un secreto contra todas las inquisitorias, maldecían a voz en grito de aquel engaño manifiesto, de aquel alejamiento a que había pretendido relegárseles para que no obstruyeran sin duda la marcha triunfal del nuevo capitán general de Madrid al frente de la guarnición, que era el que debía proclamar la república en la Puerta del Sol.
A este acto lo faltó tanto para drama como le sobró de ridículo para sainete.
¿Qué hacía el pueblo entretanto? Como el que oye llover, supo que los soldados habían atravesado la población gritando ¡viva la república! En otro tiempo, a ese mismo pueblo, que oía impasible los gritos de ¡viva la república! lo hubiera faltado tiempo para asociarse a los que tal gritaban, sin pararse en barras de los perjuicios que esto podía irrogarle.
Pero los desengaños tantas veces sufridos, las apostasías de tanto y tanto político habíanle aleccionado en lo que esperar podía de sus salvadores, y enseñándole a mantenerse en prudente reserva. Y que obraba cuerdamente no cabe duda. Si el movimiento del 19 tenía algunas condiciones de viabilidad eran eminentemente militares. Los jefes republicanos, temerosos de que la clase obrera tomará parte en el asunto, querían hacer dos cosas a la par: la Revolución y la contrarrevolución.
En obsequio nuestro, pretendían anocheciéramos monárquicos y amaneciéramos republicanos, sin desorden, sin ruido. De ese modo, no había derecho a reclamar otra cosa que lo que los heroicos vencedores hubieran concedido graciosamente, y los jefes republicanos hubiéranse llenado la boca diciendo a las clases conservadoras: “lo ven ustedes; hemos hecho una revolución ordenada; hemos puesto particular empeño en sacar a salvo los sagrados intereses de la propiedad, del Estado y de la familia; somos revolucionarios, pero pacíficos”.
Hubiéranse concedido unos cuantos grados y condecoraciones, cambiado la corona real por el gorro frigio, y tutti contenti. Cuando más, y como represalia a los muchos sufrimientos del pueblo, se hubiera tolerado que los chicos ó grandes arrancasen las armas reales de las muestras de confiterías, ultramarinos, pescaderías, etc., etc., y se escribiera con carbón algún nuevo letrero en la fachada del ministerio de Hacienda.
Ahora bien; ¿merecía esto la pena de siquiera perder el tiempo en narrarlo?
Por mal camino no se llega a buen fin, y los Revolucionarios españoles hace tiempo que se han empeñado en seguir estrechos y tortuosos senderos, de tal suerte está esto comprobado, que nosotros creemos que el mayor enemigo que tiene la revolución y la misma república en España es Ruiz Zorrilla y demás jefes importantes del republicanismo.
Por si todavía no les son suficientes los desengaños sufridos en estos últimos años, téngalo entendido una vez más. La revolución política en España ha muerto. Cuantos esfuerzos hagan para encender la fe apagada son estériles; el pueblo, los trabajadores, no están dispuestos a verter más sangre por encumbrar zánganos que luego se vuelvan contra él. No quiere esto decir que el trabajador no sea revolucionario ni que renuncie a la revolución. Lejos de eso, propende a la revolución, pero a la revolución verdad.
Al aniquilamiento de la burguesía, en una palabra.
Y esto se llama Revolución Social.