La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

23 de octubre de 2008

Un artículo de Joaquín Abreu

Joaquín Abreu Orta (Tarifa, 1782 - Algeciras, 1851) fue el introductor en España de las ideas de Charles Fourier y el auténtico pionero del socialismo utópico en nuestro país. Militar de profesión, combatió en la Guerra de la Independencia, liberal de convicción, fue elegido diputado a Cortes durante el Trienio constitucional. Exiliado desde 1823, recorrió el norte de África y diversas naciones europeas para residir finalmente en Francia, donde conoció a Charles Fourier y su pensamiento. De vuelta a la península, en 1835 publicó, bajo el seudónimo de Proletario, una serie de artículos en un periódico de Algeciras, El Eco de Carteya, que fueron reproducidos en El Vapor de Barcelona. Eran los primeros aldabonazos de un futuro que estaba llamando a la puerta. Añadimos uno de esos artículos.

Yo tengo un amigo de oficio carpintero, su salud es robusta, su edad cuarenta años, su habilidad nada menos que adocenada, su economía para gastar el fruto de su trabajo poco común y trabaja cuanto puede; su mujer tiene treinta años de edad, es costurera diestra, de salud cabal y sin más ocupación que la del cuidado de su casa, de una hija pequeña que tienen y de la costura: mi amigo se ha visto forzado a expatriarse porque el trabajo de los dos era insuficiente para mantener la familia. Yo me siento con sobrado vigor para producir diez veces más de lo que consumo, no tiro el dinero y, sin embargo, me veo lleno de remiendos, nunca regalado, frecuentemente hambriento: miro alrededor de mí y, con cortísimas excepciones, no veo más que compañeros experimentando la misma desgraciada suerte.
¿Qué es esto?, me suelo preguntar a mí mismo, ¿quién ha presidido en tan inicuo orden de cosas? ¿Cuáles son las causas para que la inteligencia, la fuerza, la economía sean capaces de mantener cómodamente a un ser dotado con los medios más eficaces de producir y conservar? Todo está bien al salir de las manos del autor de la naturaleza, todo degenera entre las manos de los hombres, dice un autor celebre; yo lo creo así porque esto llena mi corazón y mi entendimiento; yo busco, en consecuencia, el origen de mis males en el orden social que el hombre se ha establecido.
Trabajar y consumir el fruto de su trabajo, trabajar del modo más conforme a la organización del individuo son dos derechos que cada cual tiene en la asociación, cualquiera de ellos que no se practique ha de causar perturbaciones y miserias que aumentarán si los dos se violan. No basta que estos derechos se consignen en los libros, en las leyes: es indispensable que se cumplan, de otro modo no puede haber bienestar en los individuos. ¿Es la tendencia de las leyes conocidas a asegurar la ejecución de estos derechos? No, por cierto, ellas se esmeran únicamente en declarar los derechos, pero el cuidado de la ejecución lo dejan exclusivamente al individuo impotente. ¿Qué haremos mi amigo y yo para satisfacer nuestro apetito que proviene de no haber encontrado el trabajo que buscábamos, de que el salario, cuando lo logramos, es insuficiente a nuestra necesidad? La declaración de los derechos del hombre y otras muy ponderadas no nos alimentan, son los hechos declarados en ellas los que nos valieran.
Veamos un poco. El trabajo es el primer elemento de la producción, porque son nulos los frutos que espontáneamente nos diera la naturaleza y porque aún fuera menester trabajar para recogerlo; pero el trabajo se hace más o menos productivo en razón a la mayor o menor inteligencia con que está dirigido: un hombre empleará tanta fuerza en pulverizar una piedra como emplearía en amasar el pan; sin embargo, los diversos resultados hacen palpable que cuando el trabajo está bien dirigido se obtienen productos útiles y más abundantes; esto es, que la ciencia es otro elemento de producción.
El capital no es otra cosa más que la representación de un trabajo acumulado: la reja del arado es un capital, es el fruto de seis días de trabajo dado por un herrero; el arado, los bueyes, etc., son otro capital, el producto de muchos días de trabajo empleados por uno o muchos individuos de diversos oficios. Lo mismo sucede con los telares, molinos, etc., y cualquiera máquina o instrumento que empleamos en la producción: todos son la representación de muchos días de trabajo, la acumulación de ellos. Sin estas máquinas, sin estos instrumentos no podríamos trabajar, o nuestro trabajo sería muy poco productivo, luego el capital es otro elemento de producción.
Tres, pues, son los elementos de producción: el trabajo, la ciencia, el capital; todos concurren a ella, cualquiera que falte deja en la nulidad al fruto, por consiguiente, para que éste se distribuya equitativamente es indispensable que haya un reparto entre los tres proporcional a la importancia de las funciones de cada uno. Si el capital representa veinte días de trabajo, la ciencia diez y el trabajo cinco, el fruto se deberá repartir entre treinta y cinco, tomando cada cual la parte que le corresponde.
Los cálculos que con los tres elementos indicados se pueden formar sobre cualquier establecimiento dejarán conocer que la parte del fruto retirada por el capital es muy superior a la que le corresponde; del resto saca también su ventaja la ciencia y el mísero trabajo experimenta la injusticia de los dos. Así, en primer lugar, los que ejercitan el trabajo acosados de una necesidad perentoria reciben por compensación calculada, no sobre la parte de fruto que les correspondiera, sino por lo indispensable a mantener miserablemente su existencia, el salario que el capital y la ciencia señalan. Si alguna vez los trabajadores reunidos exigen y obtienen por los diversos medios conocidos alza de precio, nunca esta ventaja es permanente ni deja de ser mezquina. Cuando los proletarios romanos hicieron palpable la importancia de sus funciones desde el Monte Sacro, fueron unos necios al contentarse con la declaración de algunos derechos, la organización de un orden que les asegurase de hecho el fruto entero de su trabajo es lo que debieron pedir y obtener.
Aunque no tan mal retribuida, la ciencia ha hallado más fácil pactar con el capital que defender al trabajo. Los que la siguen llenan las antesalas de los capitalistas, ensalzan la marcha que a todos nos devora, ofrecen mejoras de un venturoso porvenir, conciben planes, sistemas que luego desacredita la experiencia intrincándonos más en un laberinto de muy difícil salida, y reciben ellos mismos una menguadísima retribución comparada con la que les correspondiera por la utilidad de sus diarios descubrimientos. Aplíquense ellos a prestamos un modo de hacer la justa distribución de la producción, dejen de quemar incienso al capital, considerándolo como único capaz de dar la ley, líguense con nosotros los pobres y entonces vendrá el desengaño de que las fuentes de la riqueza pública no están donde nos las tienen indicadas, sino en que cada uno consuma lo que es suyo.
El capital, por su parte, si bien absorbe toda la riqueza producida menos la absolutamente indispensable a mantener la vida de los que trabajan y la corta que se llevan sus aduladores, percibe mucho menos de lo que recibiría doblando, triplicando, etc., la producción. Esto no podría dejar de suceder si se acabase la lucha entre intereses tan opuestos como los que actualmente nos guían, si el trabajo saliese de la esclavitud en que se halla, si la ciencia estuviese remunerada e independiente, si la conveniencia del individuo ocupado en cualquiera de los elementos de la producción fuese parte de la conveniencia pública.
Entonces, reunidos los esfuerzos a un mismo fin, la producción sería aumentada prodigiosamente, cabiendo al capital rentas muy superiores a las que hoy saca con tanto perjuicio de la comunidad; al sabio, la justa retribución debida al aumento del fruto que dieran sus invenciones; al trabajador, la verdadera perspectiva de riqueza, porque sólo la economía bastará para hacerlo a su vez capitalista. No es así, y por ello no hay calamidad pública que deje de convenir a algunas clases o individuos. Los albañiles tienen ventaja, por ejemplo, en los terremotos; los médicos, en las epidemias; los comerciantes, en las hambres.
El capital, en fin, sostenido por la ciencia, ha logrado ya establecerse base de la legislación; las graves cuestiones ya no se deciden sin la intervención de los capitalistas; el capital no sólo se contenta con usurpamos gran parte del fruto del trabajo presente, sino que liga más y más el trabajo futuro, condenando a las generaciones que han de venir a mayores desgracias que las nuestras.
¿Contra quién deberán dirigirse nuestros comunes lamentos? No contra los capitalistas, porque ellos quieren lo que está en la naturaleza humana, aumentar lo que poseen; y no pueden hacerla de otro modo sino empleando los medios conocidos, dando por cuatro lo que vale dos y recibiendo por dos lo que vale cuatro. No contra los trabajadores, porque en su ignorancia sólo siguen el impulso que reciben. Son los sabios, pues, los que nos han perdido con sus falsas doctrinas. Recurramos a ellos; en todas clases hay hombres generosos en quienes el amor al orden y a la justicia es superior al de su misma existencia, que digan si es necesaria la ilustración para que el que tiene hambre alce la mano a tomar el pan que se le presenta; para que tome la capa el que tiene frío; para que se acerque después a su semejante y se complazca en su compañía, etc., etc., etc. Si esto es así, condenen esas teorías reinantes de bienestar, semejantes al miraje de Egipto, que de error en error nos van conduciendo Dios sabe dónde, y llévennos a lo positivo para darnos paz sin la que nada hay que esperar.

20 de octubre de 2008

Marx y Bakunin, según Edward Hallet Carr

Edward Hallet Carr (1892-1982) es uno de los historiadores de los movimientos sociales más interesantes, tanto por su carácter pionero, pues publicó sus primeras obras en los años treinta del siglo pasado, como por la erudición que sustenta su obra, entre la que destacan los catorce tomos de su Historia de la Rusia soviética. Uno de sus libros más conocidos es el titulado Los exiliados románticos, en el que traza una biografía individual y colectiva de Mijaíl Bakunin, Alexander Herzen y Nikolai Ogarev. En el Epílogo de esta obra, escrita en 1933, muestra abiertamente su simpatía por Karl Marx y su desprecio por Mijaíl Bakunin, al que llega a reprochar no haberse muerto antes para mayor gloria del padre del socialismo científico. La realidad que se puso al descubierto con el hundimiento de la Unión Soviética es un ajuste de cuentas con el pretendido carácter científico del marxismo y con la visión de Carr de Marx y Bakunin.

La tragedia de Liza [Herzen] es una adecuada conclusión para la historia de los Exiliados Románticos. Seis meses más tarde, Bakunin, el en otro tiempo apodado «Liza mayor», murió en Berna, en la misma obstinada actitud, que mantuvo durante toda su vida, de negarse a aceptar un compromiso con la realidad. Un año más, y la muerte de Ogarev en Greenwich se llevó al último de aquella brillante generación de los años cuarenta que habían dejado a Rusia en la plenitud de su fe y su esperanza, y que ahora, treinta años después, yacían en dispersas e ignoradas sepulturas, en suelo francés, suizo o inglés. Antes de su muerte la corriente ya había barrido su pasado y los había dejado en la ribera tristes y desamparados, lejos de las principales corrientes del pensamiento contemporáneo. Es un lugar común decir que la generación de Herzen, Ogarev y Bakunin -como cualquier otra generación- fue una generación de transición; pero la transición por la que esta generación tuvo que pasar fue turbadoramente rápida, y los hombres, como Herzen y Bakunin, procedentes de un país cuyo acervo filosófico y cuyas formas contemporáneas de pensamiento a la moda llevaban un retraso de treinta años con respecto a los de Europa, se encontraron reemplazados mucho antes de haber completado la tarea asignada o de haber empezado a decaer sus facultades naturales. No pudieron disfrutar, como más afortunados profetas, de una vejez reverenciada y admirada. Otras voces arrastraban a sus discípulos mientras ellos aún seguían predicando su evangelio. La historia de los Exiliados Románticos acaba, apropiadamente, en tragedia y -peor aún- en tragedia teñida de futilidad, pero ellos tienen su lugar en la historia. A los cincuenta años de su muerte, la Revolución rusa honró a Herzen como a uno de sus más grandes precursores, dando su nombre a una de las principales vías de la capital, y, para admiración y ejemplo de la moderna juventud revolucionaria, le erigió un monumento, así como a Ogarev, en el recinto de la Unidad de Moscú.
Bakunin podía haber tenido -a no ser por una circunstancia- su justo lugar junto a ellos. Incluso, en justicia, podía haber reclamado un monumento más espléndido, pues Bakunin fue, incomparablemente, el mayor líder y agitador salido del movimiento revolucionario del siglo XIX. Pero cometió un error. Debía haber muerto, como Herzen, o refugiarse como Ogarev en el retiro y la decrepitud. De hecho, vivió para enfrentar sus debilitadas fuerzas contra el impulso de las nuevas generaciones y disputar a Karl Marx, en nombre del anarquismo romántico, el caudillaje de la revolución europea. En 1872 Marx provocó su expulsión de la Internacional y ello determinó su exclusión, para siempre, del santoral revolucionario. No se encuentra ningún monumento, ningún recuerdo de Bakunin dentro de los confines de la Unión Soviética.
La originalidad de la nueva doctrina revolucionaria de Marx no radica, como han pretendido sus pocos escrupulosos adversarios, en su carácter rapaz o destructivo -Proudhon ya había definido la propiedad como un robo y Bakunin fue, con mucho, más ardiente apóstol de la destrucción que Marx-, sino en la esencia misma de sus postulados.
Antes de Marx, la causa de la revolución había sido idealista y romántica, objeto de intuitivo y heroico impulso. Y Marx la hizo materialista y científica, objeto de deducción y frío razonamiento. Marx substituyó la metafísica por la economía, los filósofos y los poetas por los proletarios y los campesinos. Trajo a la teoría de la evolución política el mismo principio de metódica inevitabilidad que Darwin había introducido en la biología. Las teorías darwinista y marxista son estrictamente comparables en la severidad con que subordinan la naturaleza y la felicidad humanas al devenir de un principio científico. Y han demostrado ser los más importantes productos de la ciencia victoriana y los que han ejercido una mayor influencia.
Cuando Karl Marx substituyó a Herzen y Bakunin como la figura más prominente de la Europa revolucionaria, empezó realmente el amanecer de una nueva era. La incolora y respetable monotonía de la vida doméstica de Marx ya ofrece un sorprendente contraste con la abigarrada diversidad de la vida de los Exiliados Románticos. En éstos, el Romanticismo halló su postrera expresión; y aunque sobrevivió en Rusia un puñado de osados terroristas y en Europa otro de pintorescos anarquistas, el movimiento revolucionario adquirió, más y más, a medida que avanzaban los años, las serias, dogmáticas y realistas características de los últimos tiempos victorianos. Y con la persona de este típico savant victoriano, Karl Marx entró en una fase cuya vitalidad todavía no se ha agotado.

19 de octubre de 2008

Guadalajara y el Estatuto de Autonomía

Panfleto del Partido Carlista, Guadalajara, 1980 (Archivo La Alcarria Obrera)

La difícil reconstrucción del Partido Carlista, aún en la clandestinidad durante los primeros años de la Transición, también llegó a la provincia de Guadalajara. Claramente instalado en la izquierda y con una evidente base popular, el reconstruido carlismo alcarreño mostró una preocupación muy especial por el trabajo sindical y por la defensa del territorio provincial, que se puso de manifiesto con el proceso autonómico de la provincia, que no se sentía cómoda en la nueva región de Castilla-La Mancha y que no tenía peso específico para pretender ser una Comunidad uniprovincial, pero que temía quedar ahogada por su proximidad a Madrid. La Agrupación Provincial de Guadalajara del Partido Carlista hizo pública su posición el 3 de julio de 1979, en un artículo publicado por la prensa provincial y que aquí y ahora reproducimos. Con sorpresa se puede comprobar hoy en día el exacto cumplimiento de los más negros presagios de los carlistas alcarreños: nucleares, Trasvase, urbanización, autopista...

Guadalajara y el Estatuto de Autonomía: la alternativa de la Agrupación Provincial del Partido Carlista.
El inicio del proceso de regionalización, que tendrá como resultado la aprobación por el Pueblo y por las Cortes, de los Estatutos de Autonomía, unido en Guadalajara con algunos hechos recientes, deben de movernos a una reflexión sobre el futuro de nuestra provincia.
La Constitución ha reconocido una situación que durante 150 años denunció el Carlismo: España es una suma de pueblos suficientemente diferenciados, y con una cultura y una personalidad tan fuertes que el centralismo, patrocinado por la burguesía, no ha conseguido ahogar este sentimiento federalista.
Las movilizaciones populares han conseguido que ideologías y Partidos Políticos tradicionalmente centralistas, aceptasen llevar a la Constitución esta situación. Pero lo han hecho tímidamente: la Autodeterminación y el Federalismo no han sido reconocidos, y esta actitud se mantiene actualmente en la discusión parlamentaria que, de seguir así, va a dar a las nacionalidades y regiones unos Estatutos insuficientes, actitud especialmente grave en el de Gernika, por las condiciones del País Vasco.
Guadalajara se integra en este futuro autonómico en la región de Castilla-La Mancha, aún no definida y escasamente concienciada en el tema. Inútil es ya protestar por el método de integración de los alcarreños, es un hecho consumado.
Pero el escaso interés de los Partidos Políticos, Sindicatos, Organizaciones y de los castellano-manchegos en general, por alcanzar una Autonomía plena y al servicio de los intereses populares, van a dar posiblemente una Autonomía de tercera y un Estatuto modélicamente ineficaz.
Sin embargo Guadalajara estaba especialmente necesitada de un instrumento válido para su relanzamiento y necesario para su supervivencia; el Estatuto de Autonomía puede ser este instrumento que termine e con el papel tercermundista de nuestra provincia.
Veamos alguno de los problemas más graves de Guadalajara. El primero es, probablemente, el de la desertización. Actualmente nuestra densidad de población es comparable a la de países desérticos. Pero si aislamos la capital y su cinturón, nos encontramos con una provincia desierta, envejecida y en vías de desaparición a poco que se empeñe el Gran Capital.
Esta postración de los alcarreños facilita, por ejemplo, la nuclearización de una provincia excedentaria energéticamente gracias a sus embalses, y que no necesita para nada su desarrollo de los peligros y riesgos que la instalación de una Central Nuclear comporta. Este tema es ya suficientemente conocido y la lista se alarga cada año: Zorita, Trillo 1, Trillo 2, Almacén de Residuos Nucleares, Mina de Uranio en Mazarete…
Pero nuestra “exportación” no ha cesado aquí. También el agua ha tenido que emigrar, gracias al Trasvase Tajo-Segura, de dudosas compensaciones, y que ha trasladado el desarrollo agrícola a otras provincias. En otras zonas (Toledo, Cuenca) las protestas han abarcado desde la Diputación a movilizaciones populares. Pocas quejas se han oído en Guadalajara, y en esta misma línea Aragón, movilizado contra el Trasvase del Ebro, ya definitivamente archivado, es un ejemplo.
Ahora se intenta la construcción de una Autopista Madrid-Guadalajara, que se presenta como símbolo de riqueza y prosperidad. La otra cara de la moneda: aumento del desequilibrio provincial, medio de transporte en beneficio del capital, fomento del transporte individual, contaminante y despilfarrador, o el trazado inconveniente, no se presenta.
En “defensa” de este desarrollo provincial los tecnócratas y capitalistas se han sacado de la manga otro proyecto: la urbanización de la Sierra de Ayllón. En respuesta a la petición, también asumida por el Partido Carlista, de crear un Parque Natural en el Tajo, se prefiere destrozar uno de los macizos montañosos y forestales más interesantes: Ayllón. Las urbanizadoras que han destrozado la Sierra de Madrid, se han fijado ahora en Guadalajara.
Estos ardientes defensores del turismo no son, seguramente, los mismos que se preocupan de la situación actual de nuestros monumentos abandonados o en ruinas: Palacio de Pastrana, Capilla de Luis de Lucena, o de los definitivamente perdidos: Convento de las Carmelitas.
Solo las movilizaciones y campañas populares pueden terminar con esta situación, echar abajo estos proyectos antipopulares, solo un Estatuto de Autonomía amplio puede ser vehículo de una recuperación de Guadalajara y de toda la región castellano-manchega. Un Estatuto que no solucionará mágicamente nuestros problemas, pero que nos dará medios para hacerlo. Un Estatuto que defienda nuestra cultura (más amplia que los Coros y Danzas o los Castillos), que impida que el ahorro provincial se invierta en otras zonas del Estado Español, etc.
Es misión de todos conseguirlo, y obligación de todos los Partidos Políticos de la izquierda luchar por una autonomía popular, por un Estatuto útil que impida que el proceso de regionalización sea en Castilla-La Mancha un mero cambio de gobernantes, un aumento de la burocracia.
Guadalajara, 3 de Julio de 1979