La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

17 de marzo de 2009

La riqueza de Guadalajara, de Pareja Serrada

Real Fábrica de Paños de Brihuega (Archivo La Alcarria Obrera)

Durante el año 1889 se abrió en las páginas de El Atalaya de Guadalajara un interesante debate sobre la riqueza de la provincia alcarreña, que estaba quedándose atrás en el progreso material que el conjunto del país estaba disfrutando en los últimos años. Este debate fue promovido por Diego García Martínez, jefe de filas del liberalismo progresista en Guadalajara y cabeza de familia de la elite burguesa que controlaba social, política y económicamente a toda la Alcarria desde finales del siglo XVIII. Añadimos la aportación de Antonio Pareja Serrada, uno de los personajes más activos y conocidos de la Guadalajara de su tiempo; seminarista en su juventud, ferviente republicano más adelante y fiel seguidor del conde de Romanones en sus últimos años, fue periodista, historiador y Cronista Provincial. El texto apareció el 29 de septiembre de 1889 bajo el título de "Analicemos".
Una de las poderosas palancas que la filosofía ha traído a la vida moderna, acaso la más potente de todas, es el análisis.
Mientras aquella ciencia de la vida estuvo vinculada en los escasos amantes que le rendían culto, envueltos en su toga y paseando por Roma y Atenas sus graves siluetas y preocupados semblantes, el hombre vivió del pasado y del presente y aún más de éste que de aquél. Había encontrado el planeta cubierto de una vegetación exuberante; las ciudades ostentando soberbios edificios; el mar surcado por trirremes; el circo repleto de gladiadores; el Falerno escanciado en su mesa, y allá, en la cúspide del poder, en los vastos salones del Capitolio, un hombre a quien se llamaba Imperator, un Rey que despóticamente disponía de vidas y haciendas, o un Cónsul que representaba al pueblo en la gobernación de la respública y se cuidaba de que el ciudadano tuviera a su alcance tantos inestimables bienes. No necesitaba preocuparse de cómo y por qué sucesión de hechos tenía todo aquello vida y organización; tarea semejante quedaba relegada al filósofo, especie de pacífico demente indigno de atraer la mirada.
Pero cuando notó que las sequías asolaban los campos, los terremotos destruían las ciudades, el mar las flotas, las erupciones del Vesubio enteraban los circos, faltaba el pan y el vino en su mesa y el trono erigido en el Capitolio caía derrocado por las conmociones populares; que los Cónsules se agitaban en estériles luchas personales; que los ejércitos que juzgaba invencibles eran derrotados por tribus semibárbaras, sin armamento ni organización, empezó a meditar y comprendió que todo sería deleznable y pasajero si no lo sostenía el invisible trabajo de su inteligencia. De la meditación al análisis no había más que un solo paso, y éste se dio preguntando: “¿por qué es esto?”.
Imitando al ateniense y al romano, debemos detenernos en el camino de la indiferencia y, puesto que ya encontramos a nuestro alcance sistemas filosóficos perfectamente definidos y nuestros cerebros salen del claustro materno dispuestos y aptos para analizar, buscar en el análisis y en la deducción los medios más propios para salir de nuestra postración y restaurar lo que los tiempos, los fenómenos terrestres o las luchas de la vida arrebataron a nuestro suelo patrio, a nuestra provincia.
Con gran oportunidad, con exquisito criterio, inaugura este análisis en las columnas de El Atalaya, nuestro respetable y querido amigo D. Diego García Martínez; su gran competencia en esta clase de estudios, su innegable buena fe, han de completar superabundantemente lo que nuestra escasa inteligencia y deficientes conocimientos dejen por decir en cuestión tan importantísima; así, colocados bajo el amparo de su experiencia, diremos lo que sepamos con referencia a la provincia de Guadalajara, blanco hoy de nuestra cariñosa mirada y objeto de solicitud predilecta por parte de la publicación en que nos honramos en colaborar.
La provincia de Guadalajara, ¿es pobre? En absoluto hay que decidirse por la negativa. No será un país rico, exuberante en producción, pletórico de capital; pero tampoco es tan estéril que no se baste a sí mismo y aun tenga medios para dar un residuo sobrante a los demás.
Si estudiamos aisladamente el mapa de España descomponiéndole en provincias e inquiriendo y comparando su producción, habremos de persuadirnos de que, ese trozo de terreno para nosotros tan querido, ni es pobre, ni lo puede ser en cuanto a su feracidad. Desde la sierra de Molina hasta la campiña, desde el límite de Teruel hasta Torrelaguna, no hay pueblo, aldea o caserío en que no se cosechen cereales, ya en abundancia y de excelente calidad como en la llanura y las mesetas de la Alcarria, ya mediano y lo preciso para el consumo, como en las sierras.
El trigo, la cebada, el centeno, la avena, crecen y se desarrollan con relativa celeridad en todos los terrenos laborables de la provincia y en la Exposición provincial de 1876 se presentaron especies procedentes una del partido judicial de Atienza, cuyo trigo pesaba 105 libras por fanega, alcanzando 103´50 otra recolectada en Salmerón; tal vez lo haya de más peso en otras comarcas de España, mas es preciso tener en cuenta que estas muestras procedían de puntos enclavados en la serranía.
Los vinos también son abundantísimos y de la mejor calidad en otras zonas como Sacedón, Guadalajara, Yélamos de Arriba y de Abajo, Gualda, Cifuentes; tanto que del Bajo Aragón acude la arriería a llevarse el sobrante, y si no alcanzan altos precios, más se debe a la escasez de los medios de comunicación que a la calidad de este caldo.
En aceites también tenemos clases inmejorables; hablen por nosotros Pastrana, Auñón, Alocén, Almonacid de Zorita, Castilforte y otras poblaciones cuya enumeración no es necesaria; la cantidad no será suficiente para dar exportación, pero basta y aún sobra para el consumo de la provincia.
La apicultura, casi en estado primitivo, nos da exquisita y abundante miel en toda la Alcarria; testigo de ello los partidos de Pastrana y Brihuega y muy especialmente los cosecheros de Berninches, Moratilla y Tomellosa.
Respecto de árboles frutales, nada tenemos que envidiar a otras provincias; el manzano, el nogal, la higuera, el membrillo, ciruelo, cerezo, guindo, peral y diversas variedades de injertos producen exquisito y abundante fruto. La caza y la pesca inmejorables y abundantísimas, desde la trucha de colosales dimensiones al sabrosísimo cangrejo; desde la suculenta perdiz hasta el añoso venado, los ríos y los montes de la provincia tienen una fauna por muchos conceptos notabilísima, y no poco envidiada en otras regiones de España
La caza y la pesca inmejorables y abundantísimas; desde la trucha de colosales dimensiones al sabrosísimo cangrejo; desde la suculenta perdiz hasta el añoso venado, los ríos y los montes de la provincia tienen una fauna por muchos conceptos notabilísima, y no poco envidiada de otras regiones de España.
Mas como las dimensiones de este modestísimo trabajo hayan de subordinarse al espacio que generosamente presta El Atalaya, hemos de suspender hoy la tarea emprendida formulando la pregunta con esta nueva frase:
¿Puede conceptuarse pobre un país que produce los cereales en la forma y especie que apuntadas quedan; que en sus viñas y olivares recolecta caldos de buena calidad y en tal abundancia que aun puede exportar, aunque sea en pequeña escala; cuyos bosques encierran tantas y tan ricas variedades de caza, como sus ríos abundosa y excelente pesca; que en sus valles y cañadas entre el polvo de oro de los rayos solares y el delicadísimo aroma de sus yerbas olorosas, atesora mieles, envidia de España entera? No.
Dejemos para otro día el examen de su riqueza pecuaria, forestal y metalúrgica; no hablemos por hoy, de su industria ni de lo mucho que en este punto puede explotar aún, y pidiendo a nuestros condescendientes lectores la indulgencia de que tan necesitados estamos, haga alto la pluma solicitando de todos algo de reflexión para lo que tan confusamente queda expuesto.
Nada de apatías, nada de tibiezas: un centigramo de fuerza acumulado a otras fuerzas que actúen sobre el extremo de una palanca, puede mover al planeta que habitamos. Venga ese átomo a robustecer el esfuerzo común y no consideremos nuestra pequeñez para levantarla como escusa, si no que parodiando a los habitantes del antiguo Lacio, digamos todos y cada uno al intentar la rehabilitación de nuestra provincia: “Romanus sum, et nihil, romanoe a me alienumputo”.

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